Marco D’Eramo: “Si por democracia entendemos gobierno del pueblo, esto solo existió un mes en París en 1871”

El físico, sociólogo y periodista Marco D’Eramo presenta en Dominio un ensayo sobre la revolución triunfante de las élites contra las clases populares.
Marco D'Eramo 2
El periodista y pensador en su salón repleto de estanterías. RAÚL MORENO
19 FEB 2023

Marco D’Eramo (Roma, 1947) es uno de los pensadores más originales del Mediterráneo sur. Algunos de sus últimos artículos, traducidos por El Salto, han abordado aspectos tan poco frecuentes como la historia de los sistemas de aseo, la progresiva pérdida de la oscuridad total en casi todos los puntos del planeta o la desigualdad de la esperanza de vida y la tecnología del rejuvenecimiento desarrollado por los supermillonarios. Su último libro publicado en España, Dominio (Anagrama, 2022) tiene la ambición de documentar lo que llama “la guerra invisible de los poderosos contra los súbditos”.

Dotado de una extraordinaria capacidad para hilvanar episodios aparentemente neutros y hacerlos dialogar con las hipótesis que desarrolla sobre la revolución silenciosa de las élites, D’Eramo presenta en Dominio una historia de esa guerra invisible que debe tenerse en cuenta en casi cualquier país de los que llamamos desarrollados.

Las ideas son armas, eso lo ha tenido claro el pensamiento neoliberal desde que comenzó su fase de contrainsurgencia. Pero, ¿qué hay de las armas de los anticapitalistas? ¿Se han quedado obsoletas? ¿Las hemos entregado?


Durante varias décadas, en la izquierda hemos pensado que las ideas son algo por lo que se lucha, no algo con lo que se lucha. No las vemos como herramientas que hay que producir y luego utilizar. ¿Cuáles son las nuevas ideas que se le han ocurrido a la izquierda en los últimos 40 años? Ideas para entender el mundo, ideas sobre cómo cambiarlo. Lo último que recuerdo son las tesis de André Gorz sobre el problema del tiempo (¿tiempo libre o tiempo liberado?). Hace tiempo que no producimos ninguna idea. Después de todo, lo de que estoy hablando en Dominio es lo inverso de la vieja consigna de que “el movimiento obrero recogerá y las banderas que deje caer la burguesía”. En este caso, vimos a la burguesía (seamos claros con la palabra: por burguesía no entiendo notarios, abogados, médicos, clase media-alta, sino me refiero a los poseedores del capital, en el sentido marxiano) hacer suya la idea de hegemonía que la izquierda ha olvidado. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos planteamos el problema de cómo conquistar o recuperar una hegemonía que creíamos haber arrebatado en los años sesenta, principios de los setenta?

Con una gran operación ideológica, nos convencieron de que la nuestra era sólo “ideología” y que la suya no es ideología, sino una simple descripción de la realidad

¿Cuáles son las consecuencias de esa pérdida?
El gran capital se ha apoderado de las ideas de “clase”, “hegemonía”, “ideología”. Por ejemplo, “clase”. Como bien nos habían explicado los teóricos del movimiento obrero, no basta con que haya una multitud de trabajadores para que se conviertan en clase obrera. Tienen que ser conscientes de que son clase. Es en este sentido que ya no existe una clase obrera, no porque no haya miles de millones de trabajadores en el mundo (pensemos en China), sino porque la conciencia de ser una clase se ha desvanecido. En cambio, el gran capital se comporta como una clase, persiguiendo sus objetivos compactos como una falange macedonia.

Más ejemplos.
Es lo que ocurrió con la “ideología”: con una gran operación ideológica, nos convencieron de que la nuestra era sólo “ideología” y que la suya no es ideología, sino una simple descripción de la realidad. Me recuerda al portero de mi edificio cuando vivía en París, que solía decirme: “Señor, yo no cotilleo, yo constato”. Aquí incluso el gran capital dice “yo constato”. En resumen, mi esfuerzo, a lo largo de Dominio, ha sido convencernos de que debemos dejar de subestimar a nuestros oponentes, de tomarlos por tontos: seguimos recibiendo palizas diciéndonos “qué burdos, ignorantes e infantiles son”. Que debemos aprender de ellos como ellos aprendieron de Gramsci, de Lenin, de todo el movimiento obrero. Dicho esto, no hay razón para desesperarse, al contrario, hay un amplio espacio conceptual y mental que ocupar. Sólo que tenemos que arremangarnos. Pero quizá volvamos a ello más adelante.

La interacción entre las nuevas formas de comunicación y el movimiento anticapitalista está aún por explorar, por comprender

En el libro consideras a los think tanks el gran aparato ideológico del siglo XXI. Como periodista, ¿cuál es el papel que reservas a los medios de comunicación?
Si las ideas son herramientas, entonces los neoliberales han puesto sus miras en las universidades como los lugares donde se procesan, se diseñan las ideas. Los think tanks son las fábricas donde esas ideas se empaquetan materialmente en una forma utilizable. Los medios de comunicación de masas constituyen el sistema de distribución de estas ideas empaquetadas, el sistema que las difunde entre el público en general, consigue que se adopten y se utilicen, hace que se conviertan en “opinión pública”. Por eso los neoliberales han dedicado tanto dinero y energía a reconquistar el mundo académico, a reconvertirlo a la ideología liberalista. Y ponen mucho dinero en los think tanks. En relación a los medios de comunicación de masas, estos necesitaban inversiones menos grandes, porque ahora casi todos los medios de masas son intensivos en capital y, por lo tanto, ya casi todos trabajan para el proyecto neoliberal.

El neoliberalismo nunca ha querido destruir el Estado, siempre ha querido remodelarlo a su propia imagen

¿Cuáles son los cambios que se ha producido para que se dé ese trabajo “voluntario” a favor del capital?
En términos más generales: en el siglo XIX, la izquierda había hecho suyo el instrumento de comunicación tecnológicamente más avanzado de la época: el periódico impreso. El diario de la socialdemocracia alemana Vorwärts o el del partido socialista italiano Avanti! vendían más que los grandes diarios burgueses. En cambio, la izquierda estuvo mucho menos a tono con los tiempos en las grandes herramientas de comunicación que siguieron. Había algunas emisoras de radio de izquierdas. Pero, en la era de la televisión, en ningún lugar del mundo ha habido nunca una televisión de izquierdas. Y aún hoy, la televisión tiene una influencia increíble en la opinión pública. A un autor relativamente especializado como yo le basta con salir tres minutos en televisión para vender inmediatamente 5.000 ejemplares más. Por no hablar de las redes sociales. Quizá se deba a mi ignorancia, pero nunca he oído hablar de un influencer —a nivel nacional o planetario— de izquierdas. Lo único que se nos parecía en Italia era el cómico Beppe Grillo, fundador del Movimiento 5 Estrellas (los ‘grillini’), que ha experimentado un ascenso meteórico (hasta el 30,6% de los votos en 2018). Pero la interacción entre las nuevas formas de comunicación y el movimiento anticapitalista está aún por explorar, por comprender.

En una primera fase se elaboran las ideas en bruto, ¿cómo se han actualizado estas ideas tras la crisis de 2008?
Respecto a la crisis de 2008 (pero también crisis pandémica): la vulgata sobre el neoliberalismo es que se trata de una forma extrema de liberalismo, una especie de fundamentalismo liberal, de mercado, que tiende a destruir al Estado. Esta es la imagen que quieren dar los “libertarianos” estadounidenses, una especie de anarquía de mercado, à la Nozick, por así decirlo [Robert Nozick, fallecido en 2002, publicó Anarquía, Estado y utopía, una “biblia” para los defensores del llamado Estado mínimo, n. del t]. Pero, en realidad, el neoliberalismo nunca ha querido destruir el Estado, siempre ha querido remodelarlo a su propia imagen, convertir el Estado en una empresa capitalista cuya tarea es servir a todas las demás empresas capitalistas.

¿Cómo funciona eso?
Es un Estado que tiene que prestar servicios no a los ciudadanos (tarea costosa y deficitaria) sino a los capitalistas: la bondad de la gestión del Estado se mide por la confianza de sus acreedores, es decir, por la diligencia con que el Estado se comporta como un disciplinado colegial del mercado y las bolsas. Por lo tanto, cuando hay una crisis del capital, el Estado se pone en primera línea para resolver la crisis, para volver entre bastidores cuando la crisis ha pasado. Una nueva forma de la vieja receta: socialización de las pérdidas, privatización de los beneficios. Entendiéndose que la crisis debe resolverse en un sentido neoliberal.

La austeridad es la forma puritana, casi ético-religiosa, con la que se denomina la práctica que los neoliberales llaman: “¡Matar de hambre a la bestia!”

 

¿La refundación del capitalismo es una opción?
Recuerdo a los camaradas que se hacían ilusiones en 2008: “El capitalismo nunca volverá a ser lo mismo”. Vimos la secuela, porque una vez que el Estado entró en déficit profundo para tapar los agujeros de la crisis financiera, inmediatamente se impuso una política de austeridad, es decir, recortar todos los servicios públicos, desde la escuela a la sanidad, pasando por las pensiones y la vivienda social. La palabra “austeridad” tiene una larga historia. Se invocó inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, cuando estallaron las revueltas obreras en todas partes, y se utilizó para imponer la ortodoxia capitalista. La “austeridad” reapareció a principios de los años setenta, justo cuando despegaba la nueva contraofensiva neoliberal. La austeridad es la forma puritana, casi ético-religiosa, con la que se denomina la práctica que los neoliberales llaman “¡matar de hambre a la bestia!”, es decir, bajar los impuestos para privar al Estado de los medios de prestar servicios públicos, con lo que el Estado o bien deja de prestar estos servicios que se convierten así en mercancías que se compran y se venden, o bien se endeuda y así es chantajeado.

¿Es la deuda la principal herramienta del neoliberalismo para asesinar a la democracia?
La deuda es una tecnología de poder. Es el equivalente financiero del brazalete electrónico que llevan los presos en libertad condicional. Es una pulsera que se aplica a los individuos y a los Estados. Para los individuos es fácil ver cómo la deuda rige su comportamiento. Los que se piden un préstamo para la vivienda deben pensar en devolverlo, no pueden permitirse el lujo de rebelarse y abandonar el sistema, so pena de quiebra. Lo mismo ocurre con la deuda de los estudiantes estadounidenses: una vez que se gradúan, deben comportarse como sabios “empresarios de sí mismos” so pena de insolvencia y, en el límite, de cárcel. Para los Estados, la deuda se concibió como una forma de frustrar las independencias de África: guarniciones bancarias en lugar de guarniciones militares (incluso antes de eso, fue la forma de reducir a Haití a la miseria porque se había atrevido a rebelarse contra la esclavitud). Esta es la razón por la que durante 60 años las políticas del Fondo Monetario Internacional no han hecho más que aumentar las deudas de los Estados deudores. Tras el final de la Guerra Fría se descubrió que el control a través de la deuda también podía aplicarse a países llamados “ricos” (Italia, Japón, pero Francia y España se acercan al umbral crítico) o menos ricos (Grecia). Por tanto, el instrumento de la deuda es previo a la democracia.

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Fidèle Toé: “No queríamos trabajar con el Banco Mundial ni con el FMI”
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Tras la pandemia, ¿ha cambiado algo?
¡Cuántas lágrimas de cocodrilo se derramaron durante la crisis del covid sobre nuestros heroicos trabajadores sanitarios, sobre las enfermeras —todas chicas de la Cruz Roja al estilo Florence Nightingale— sobre las casas de reposo “largamente inhumanas”, ¡cuántas promesas sobre el refuerzo de la sanidad territorial! En Nápoles dicen: “Adda passà a nuttata” [Ha de pasar la noche, traducción no literal]. La noche de Covid ha pasado, y ahora con una inflación del 10% las enfermeras inglesas comprueban por sí mismas la gratitud por sus sacrificios: se les niega cualquier subida salarial, cualquier aumento de plantilla. La sanidad privada había desaparecido del radar en los meses de la pandemia. Ahora la privatización de la sanidad pública se reanuda en todas partes como antes, como si no hubiera pasado nada.

La arquitectura jurídica generada por las fundaciones está funcionando para borrar el rastro del dinero que llega a las propias fundaciones. ¿Estamos en riesgo de perder la información sobre cómo se reproduce el pensamiento de los dominadores?
Las fundaciones son un sistema monárquico (establecido hasta hace muy poco, a principios del siglo XX, antes no existían de esta forma). Lo que el matrimonio Gates (ahora divorciado) decide para la fundación Bill y Melinda Gates es incuestionable. Pero al mismo tiempo, si la fundación hace daño o produce consecuencias perjudiciales, nadie es responsable. En este sentido, la fundación es una monarquía absoluta. Todo el mundo sabe que el dinero invertido en fundaciones escapa a los impuestos. Pero pocos saben que los ingresos que las fundaciones extraen de sus inversiones también están exento de impuestos: ésta es la razón por la que los activos de las fundaciones siguen creciendo incluso cuando reparten miles de millones en donaciones. La tendencia es confiar los servicios sociales a la benevolencia de las fundaciones, para convertirnos a todos en una población de mendigos. Por otra parte, incluso muchos de los llamados programas progresistas sólo son posibles ahora gracias a la financiación de fundaciones, pienso en el papel de la Open Society de Soros, al menos en Occidente, porque en el antiguo mundo soviético es otra historia.

Los pobres reaparecen cuando los servicios de los que se supone que disfrutan se convierten en bienes que hay que comprar y hay una parte de la población que es evidentemente incapaz de adquirir con sus propios medios

Hemos oído hablar de la secesión de los ricos. Recientemente has escrito sobre su victoria sobre el tiempo en la lucha contra el envejecimiento.
Lo que está ocurriendo es la reconstitución de la plebe. Nos tomó dos siglos para transformar la plebe en pueblo (el de la supuesta “soberanía popular”), mediante la enseñanza obligatoria, mediante el servicio militar obligatorio que agrupaba a las clases, mediante las grandes asociaciones políticas y sociales (partidos, sindicatos) que hacían colectivos de tantos individuos. Ahora, mediante el desmantelamiento de todas estas instituciones, están convirtiendo a la gran masa de nosotros en la nueva plebe. Y cuando se recrea una plebe, se recrea una aristocracia, o al menos un patriciado, en el sentido de la antigua Roma. Y los patricios no quieren mezclarse con la plebe. Pero los nuevos capitalistas no parecen preparados para convertirse en dinastías aristocráticas. La reproducción del poder siempre ha sido mucho más frágil en el capitalismo que en el sistema feudal. ¿Qué descendientes de los grandes capitalistas del siglo XIX siguen al timón de las economías actuales? Todavía quedan algunos Rotschild, pero los Rockefeller, los Morgan, los Carnegie, los Michelin, los Krupp, los Warburg se han vuelto totalmente irrelevantes. No parece que vaya a haber un Steve Jobs VII o un Elon Musk III en los siglos venideros.

En definitiva, ¿qué clase de democracia es esa en la que se dice: “el pueblo es soberano salvo en las decisiones económicas”?

En el libro explicas por qué las transferencias directas a familias pobres son útiles o vistas como un mal menor por parte de los think tanks neoliberales. ¿Vamos hacia la expansión de estas soluciones basadas en los “carnés de pobres”?
Una de las formas en que se manifestó la aplastante victoria de los neolib es que la gente empezó a hablar de nuevo de “pobres” y “pobreza”. Los más jóvenes no pueden acordarse, pero durante décadas la palabra “pobre” había desaparecido del vocabulario político de la izquierda. Existían los “explotados”, los “oprimidos”, los “proletarios”, los “subproletarios”, pero el concepto de pobreza se había dejado de lado porque era genérico, porque fotografiaba una situación de renta sin indicar sus causas y condiciones. Los pobres reaparecen cuando los servicios de los que se supone que disfrutan se convierten en bienes que hay que comprar y hay una parte de la población que es evidentemente incapaz de adquirir con sus propios medios. Se define entonces el “umbral de pobreza” como el nivel por debajo del cual los ciudadanos ya no pueden comprar bienes sanitarios, escolares o de transporte. Por debajo de este umbral, para que el ciudadano pueda seguir comprando estos servicios, hay que concederle una subvención. La alternativa sería proporcionarle estos servicios como “servicios públicos”, pero entonces sólo serían utilidades y no bienes de intercambio, lo que va en contra de la visión neoliberal del mundo. Los subsidios a la pobreza son, por tanto, el precio que paga el régimen neoliberal por no renunciar a su visión neoliberal. En este sentido, Milton Friedman sugirió adoptarlas siempre y hasta que esta tarea de “subsidiariedad” no fuera cumplida por las fundaciones benéficas privadas. En este sentido, los Chicago Boys aconsejaron a Pinochet que los adoptara en Chile.

En la primera mitad del siglo XIX, para las burguesías liberales, antimonárquicas y republicanas, la palabra “democrático” era una abominación comparable a la palabra “terrorista” en el siglo XX

Tanto Italia como España han aprobado en esta fase unas rentas de garantías de ingresos (en España se llama Ingreso Mínimo Vital), ¿parten de la misma lógica?
El problema en Italia y España es que nuestros sistemas públicos son en todo caso un poco más sólidos que el chileno, y por tanto el subsidio de pobreza (o renta mínima, o renta universal) es un complemento del servicio público, no un sustituto del mismo. Por eso, la misma solución que los neoliberales proponen en países como Chile la rechazan en países como Italia y España. Cuanto más avance el desmantelamiento del sector público, más se generalizará el subsidio a la pobreza. Al fin y al cabo, nadie en Estados Unidos quiere realmente suprimir los cupones de alimentos (food-stamps), aunque haya los extremistas de siempre que denuncian el fraude de los cupones de alimentos (“los revenden para comprar licor”), igual que aquí se denuncian fraudes de la renta de ciudadanía.

El espacio político que puede ocupar la izquierda es inmenso; somos criminales si no lo hacemos. Y el espacio es el de la esperanza

¿Estamos entre una lucha final entre neoliberalismo y democracia o todavía viviremos muchos años en la coexistencia entre estos dos sistemas políticos?
La gente suele confundir la democracia con una república electoral. Pero ambos no coinciden; al contrario. En el siglo XVIII, los padres fundadores de Estados Unidos debatieron largamente su constitución. Leemos los relatos y nos preguntamos por qué estos caballeros de Nueva Inglaterra tenían la costumbre de citar constantemente a los antiguos romanos y tomar episodios de la historia política romana como ejemplos de sus argumentos. La razón queda entonces clara: es que los padres fundadores querían establecer una república, pero no querían en absoluto establecer una democracia. Y lo consiguieron. Promulgaron un elaborado sistema electoral: diputados elegidos por sólo dos años, frente a los seis años de mandato de los senadores; el debilitamiento del principio de una cabeza, un voto mediante el sistema de dos senadores por Estado, independientemente de su población; el establecimiento del colegio electoral para la elección del presidente, etc. Garantizaron así la perpetuación de un sistema dual oligárquico (no hay senador que no sea millonario, en dólares) dentro de un régimen representativo. En la primera mitad del siglo XIX, para las burguesías liberales, antimonárquicas y republicanas, la palabra “democrático” era una abominación comparable a la palabra “terrorista” en el siglo XX.

¿O sea que lo llaman democracia y no lo es?
Si por democracia entendemos gobierno del pueblo, este régimen existió quizás durante un mes en la Comuna de París de 1871 y quizás en los primeros días de la Larga Marcha china. Lo que entendemos por democracia es, en realidad, un tratado de limitación de armamento. Es una convención por la que cuando un grupo pierde el poder no se le mata, no se le encarcela, no se deporta a su familia, no se cierran sus publicaciones, no se requisan sus propiedades. Lo cual, comparado con las formas más primitivas y violentas de régimen (pienso en el estalinismo) es un enorme paso adelante. Su único problema es que la convención sólo se aplica mientras permanezca en el poder el mismo bloque social (lo que Gramsci llamaba el bloque histórico) y que la alternancia sólo se produce entre las distintas facciones de ese mismo bloque (un poco como las luchas entre los distintos grupos de accionistas de una sociedad anónima). Cuando el dominio de este bloque social está en peligro, la limitación armamentística deja de ser válida, como vimos en el Chile de Allende en 1973 (del que Enrico Berlinguer extrajo la lección del “compromiso histórico” en Italia). Así que mi respuesta es que aún nos queda mucho camino para que la democracia sea una realidad. La idea de que vivimos en una democracia es otra de las ilusiones que nos alimentan.

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HISTORIA El infinito regreso al futuro de la Comuna de París
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Si es así, ¿por qué parece que en este momento estamos en una crisis del sistema?
No hay lucha entre neoliberalismo y democracia, hay vaciamiento progresivo de los poderes elegidos. En definitiva, ¿qué clase de democracia es esa en la que se dice: “El pueblo es soberano salvo en las decisiones económicas?” Inmediatamente, la gran burguesía corrió a ponerse a cubierto y los bancos centrales fueron declarados “independientes del poder político” (es decir, de las decisiones de los representantes del “pueblo”). En lo que respecta a las grandes políticas económicas, los representantes del pueblo tienen ahora el mismo poder sobre sus propios Estados que el que tiene el administrador del condominio sobre mi bloque de pisos: el de elegir al fontanero, tal vez a cambio de un soborno, o a quién encargar el enlucido del vestíbulo de entrada. Por eso nosotros, en la izquierda, ante las victorias electorales del centro-izquierda, pasamos siempre por el mismo ciclo de esperanza-exaltación-desilusión-depresión.

En España estamos viviendo una etapa marcada por el protagonismo del lawfare que no es ajena a lo que ocurre en otros países. ¿Por qué se está produciendo este fenómeno?
En una sociedad en la que los protagonistas son las empresas que compiten entre sí, en la que la normativa es más laxa y en la que, por tanto, la competición es cada vez más feroz, salvaje, sin cuartel, el espacio para las disputas, los litigios, las controversias y, por tanto, los pleitos, los juicios, crece desmesuradamente. Como decía Foucault, en una sociedad neoliberal hay menos funcionarios y más jueces y abogados.

En el libro planea un gran interrogante sobre las formas de organización en la época del discurso sobre el “capital humano” como forma de incrementar la atomización social. ¿Has llegado a más conclusiones sobre qué hacer después de escribir Dominio? En la sociedad de la vigilancia no parece viable la resistencia o la lucha armada en términos clásicos, ¿cuáles son entonces los pasos hacia la rebeldía?
Para las dos últimas preguntas, la respuesta sería demasiado detallada para resumirla en pocas palabras. Lo único que puedo añadir, para volver a la primera pregunta, es que lo que ha cambiado en el último medio siglo es el paradigma de la dominación y el poder. En el siglo XIX se concibieron y crearon partidos y sindicatos para oponerse a una vieja tecnología de poder. Estos están completamente desarmados ante lo nuevo. Al igual que los gremios y corporaciones medievales se desarmaron ante la revolución industrial, y pasaron varias décadas antes de que nuevas organizaciones (partidos y sindicatos, precisamente) vieran la luz. Pero el espacio político que puede ocupar la izquierda es inmenso; somos criminales si no lo hacemos. Y el espacio es el de la esperanza: el mundo que los neoliberales prevén para nosotros es un mundo sin futuro, sin mañana, sin esperanza. Nos han robado el futuro. Están jodiendo el planeta. Y prometen a la gente una vida precaria, ansiosa, sin posibilidad de planificar el mañana, sin perspectiva de jubilación en la vejez. Las ideas que debemos aportar, que debemos esgrimir como armas, son para ofrecer a nuestros congéneres humanos esperanza para sí mismos, para el planeta, para la sociedad.

 

Fuente: EL SALTO

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