GILBERT ACHCAR*: Apoyo a Ucrania, pero sin dar un cheque en blanco

20 FEBRERO 2023

Navegando entre la solidaridad y la temeridad

En Alemania y Estados Unidos han sopesado largamente la entrega de tanques pesados a Ucrania, y por una buena razón. Hasta ahora, ambos gobiernos se habían cuidado mucho de no aparecer como fervientes defensores de los objetivos de guerra proclamados por el liderazgo ucraniano más allá del legítimo derecho de autodefensa del país frente a la agresión rusa no provocada y claramente premeditada. Ya habían mostrado ciertos recelos con respecto a la entrega de armamento básicamente defensivo, como granadas antitanque, misiles tierra-aire y sistemas antimisiles, así como de artillería de corto y medio alcance. Y aunque los tanques pesados también podrían limitarse a un uso defensivo, Washington y Berlín han dudado de si entregarlos o no, puesto que están equipados con tecnología sofisticada cuyo uso requiere una formación prolongada. El riesgo de que caigan en manos de los rusos en el campo de batalla no se puede tomar a la ligera.

La resistencia de Ucrania a la invasión rusa se ha calificado a menudo de guerra por delegación librada por la OTAN contra Rusia. Esto es demasiado simplista. No cabe duda de que la OTAN ha hecho suyo el objetivo de repeler la agresión rusa lanzada el 24 de febrero de 2022 y obligar a las tropas rusas a retroceder adonde estaban antes de dicha fecha. No era difícil predecir que la Alianza Atlántica apoyaría este objetivo. La subestimación del potencial de resistencia de Ucrania y la disposición de la OTAN a respaldarla fue, en efecto, el gran error de Vladímir Putin. Así, una guerra lanzada con el objetivo declarado de impedir el acceso de Ucrania a la Alianza Atlántica ha dado pie a la intensificación y precipitación de la integración del país en el sistema militar de la OTAN.

Así, aunque no se beneficia del artículo 5 del tratado de la Alianza, Ucrania se ha convertido en país miembro de la OTAN en todos los demás aspectos y a todos los efectos. Esto significa que aunque el país no se considerará oficialmente parte del territorio de la OTAN, de manera que una agresión contra él no se considerará una agresión contra todos los miembros, la interoperabilidad del ejército ucraniano con los de la Alianza se ha incrementado enormemente. La OTAN seguirá sin duda reforzando las capacidades militares de Ucrania después de esta guerra, potenciando notablemente la futura capacidad disuasoria del país frente a una eventual agresión rusa. Por tanto, Ucrania pasará a ser de hecho una valiosa fuerza auxiliar de la OTAN en la confrontación con Rusia.

No obstante, contrariamente a la afirmación que suele hacerse para justificar la oposición a la entrega de armas a Ucrania, la OTAN no está librando una guerra total por delegación contra Rusia. Ni siquiera ha aceptado ayudar a Ucrania a recuperar todo el territorio que ha perdido desde 2014, que incluye partes de Donetsk y Luhansk y la totalidad de Crimea. Hasta ahora no hay nada que indique seriamente que esto sea un objetivo de Washington, mientras que sí hay muchos indicios de lo contrario, incluida la negativa de Washington a dar luz verde al bombardeo por parte de Ucrania de territorio ruso, ni siquiera de Crimea, y a suministrar a Kyiv medios adecuados por ello. La negativa de Joe Biden a entregar los cazas F-16 que pide el gobierno ucraniano es un buen ejemplo.

Claro que ha habido especulaciones sobre un posible cambio de posición de Washington en el futuro con respecto tanto al bombardeo de Crimea como al suministro de F-16. Y ha habido quienes ‒como Philip Breedlove, un general de cuatro estrellas retirado de la fuerza aérea estadounidense que era el comandante supremo aliado de la OTAN para Europa cuando Rusia invadió Crimea en 2014‒ han abogado por un apoyo sin límites a Ucrania desde el comienzo, incluida la declaración de zona de exclusión aérea impuesta por la OTAN sobre el territorio de Ucrania, lo que recuerda irresistiblemente a la película Dr. Strangelove, de Stanley Kubrick.

Nadie se sorprenderá tampoco al enterarse de que Boris Johnson ‒quien como primer ministro británico y siguiendo un guion muy parecido al de la película Wag the Dog [Cortina de humo], abrazó con fervor la causa de Ucrania en pleno escándalo del Partygate en que se vio inmerso cuando Rusia lanzó su invasión el año pasado‒ urge ahora a su sucesor a entregar cazas a Ucrania y aboga por la integración oficial del país en la OTAN.

Tampoco será una sorpresa para nadie que Lockheed Martin esté a favor de suministrar cazas F-16 a Ucrania. En efecto, la industria militar está frotándose las manos en todos los países de la OTAN y presionando a favor de un incremento masivo del gasto militar, con unos resultados notables ya conseguidos en este sentido, pese a que Rusia se ha visto muy debilitada por la guerra en curso y la credibilidad de su ejército sumamente devaluada. Una ilustración reciente de ello es el fuerte aumento del gasto militar anunciado por el presidente francés, Emmanuel Macron, en el mismo momento en que su gobierno está inmerso en un tira y afloja con el movimiento obrero y una mayoría de la opinión pública por su plan de imponer dos años más de trabajo antes de la jubilación. Parece en efecto que para el presidente francés ha llegado el fin de la abundancia, salvo para el ejército.

Excepto el gobierno del Reino Unido, que no ha dejado de decir fanfarronadas en relación con Ucrania desde la época de Johnson, y el gobierno derechista de Polonia, que explota las preocupaciones legítimas de la población del país, preocupaciones compartidas por los países bálticos, la mayoría de gobiernos de la OTAN se muestran circunspectos, por no decir hostiles, ante la posible escalada de la confrontación indirecta de la Alianza con Rusia.

Esto no se debe a que teman que Rusia pudiera declarar la guerra a la OTAN: por muy temerario que haya demostrado ser Putin al invadir Ucrania, esta experiencia le ha demostrado sobre todo que sus fuerzas armadas son demasiado débiles para ser capaces de luchar contra la OTAN. Y tampoco se debe a que teman que Putin pudiera recurrir a las armas nucleares, como amenazó con hacer en defensa del territorio sacrosanto de Rusia, que incluye Crimea desde su punto de vista y por lo visto el de la mayoría de la población rusa.

Se debe a que Putin responde a cada acto adicional de apoyo de la OTAN a Ucrania multiplicando sus ataques mortíferos contra el territorio de este país, como hizo tras la decisión de EE UU y Alemania de entregar tanques pesados a Kyiv. Esta es una perspectiva muy preocupante para los gobiernos occidentales, entre otras cosas por el posible fuerte incremento del éxodo de gentes ucranianas a Europa que comportaría. Además, una escalada a Crimea y territorio ruso permitiría a Putin agitar los sentimientos nacionalistas de una población rusa que hasta ahora se ha mostrado más bien tibia con respecto a la operación especial. De este modo tendría la posibilidad de movilizar a mucha mayor escala.

La cuestión, por tanto, no va simplemente de suministrar a Ucrania los medios para derrotar a su agresor, como pretenden algunos. Putin suele contar cómo en su juventud le impresionó la agresividad de una rata a la que había acorralado. Y no cabe duda de que no ha agotado los medios de que dispone para incrementar sustancialmente la destrucción de Ucrania. Por eso una escalada por parte de la OTAN más allá de los límites mencionados sería una temeridad y hay que oponerse a ella.

La anexión oficial por parte de Rusia de cuatro oblasts el pasado mes de septiembre, así como la anexión de Crimea en 2014, se consideran correctamente nulas e inválidas, pero la recuperación de estas partes de Ucrania oriental, identificadas en el Acuerdo de Minsk II de 2015, o la de la península de Crimea, no pueden considerarse objetivos de guerra ucranianos que habría que apoyar.

Nadie, ni siquiera la OTAN, habría respaldado una decisión por parte de Ucrania de lanzar una guerra contra Rusia para recuperar estos territorios si Kyiv lo hubiera hecho antes de la invasión rusa. Lo cierto es que hay motivos legítimos para cuestionar el estatuto de estos territorios a la luz de los deseos de su población y la única solución aceptable de estas disputas pasa por permitir que la población original de los territorios en cuestión vote libre y democráticamente para su autodeterminación.

No puede haber un arreglo pacífico que ponga fin a la guerra sin un acuerdo en este sentido, que en sí mismo constituiría un evidente contratiempo para Putin, quien no lo aceptaría a menos que se viera obligado por la situación militar sobre el terreno y/o por la situación económica de Rusia. Pero a falta de un colapso del régimen de Putin que cambiara radicalmente la situación, la única manera de lograr que Moscú dé por buenas las condiciones de un pacto político consiste en tramitarlo a través de Naciones Unidas, donde requeriría la aprobación de Rusia y de China. Los referendos de autodeterminación genuinos han de ser organizados por un órgano mandatado por Naciones Unidas, junto con el despliegue de tropas de la ONU en los territorios disputados. Cualquier otra vía para acabar con la guerra en curso no sería más que un respiro temporal en un choque prolongado entre ambiciones nacionalistas.

 

16/02/2023

The Nation

Traducción: viento sur

 

*Gilbert Achcar es profesor de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS), Universidad de Londres.

 

Tomado de: Viento Sur

Visitas: 3

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

RSS
Follow by Email