Desde Argentina- A un año del inicio de la guerra, trasfondos, presente y un futuro incierto: Ignacio Hutin, periodista especializado en Rusia y Ucrania que estuvo en el terreno/ Desde España- Miguel Vázquez Liñán*:Un año de horror en Ucrania

El 24 de febrero de 2022 comenzó una pugna lejana y confusa. Un argentino que entró al Donbass en 2017 y estuvo en un búnker oyendo bombardeos intenta captar matices y la estructura de la contienda en toda su complejidad.

 

Julián Varsavsky
Por Julián Varsavsky*

Ignacio Hutin es magíster en Relaciones Internacionales y licenciado en Periodismo por la Universidad del Salvador (Buenos Aires), especialista en Europa Oriental, Eurasia possoviética y Balcanes. Su mirada indaga en la gama de grises del conflicto Rusia-Ucrania: lo estudia desde 2015 y viajó en 2017 para ver qué pasaba en esa guerra estancada pero activa, y captar cómo se vivía en las repúblicas autoproclamadas de Donetsk y Lugansk, en la región de Donbass, independizadas de Ucrania.

Estuvo cuatro meses en Ucrania recorriendo el Donbass y pasó una noche en un bunker a 300 metros del frente, oyendo tiros y bombardeos. Y visitó trincheras de la primera línea desde el lado proruso. Al regresar escribió un libro de un millón de caracteres que terminó dividiendo en tres: el relato personal fue el ebook Ucrania: crónica desde el frente. La parte ensayística pasó a ser Ucrania/Donbass: una renovada Guerra Fría (2021-Editorial Apostroph)Y la sección teórica se convirtió en tesis de maestría.

–¿Dónde ubica usted el origen de este conflicto?

–Uno es en 2004: una serie de movilizaciones populares en Kiev que llevaron al poder al primer presidente ucraniano que empezó a alejarse de Rusia: Yúshchenko. En 2014 renació el conflicto con movilizaciones más grandes y violentas que derivaron en la caída del presidente Yanukovich, un cercano a Moscú (asumido en 2010). Para Ucrania se trató de una revolución popular en contra de un político corrupto y que había rechazado un acuerdo de acercamiento a la U.E. Para Rusia fue un golpe de Estado avalado por EE.UU. Yanukovich no renunció ni hubo juicio político y sí hubo apoyo de EE.UU. a las protestas. Pero es exagerado hablar de golpe de Estado: Yanukovich se fue del país a Rusia y nunca volvió. Fue una renuncia de facto. A partir de eso, Rusia anexionó Crimea, se crearon fuerzas militares irregulares prorrusas en Donbass –cercana geográfica, política y culturalmente a Rusia–, la guerra comenzó en abril de 2014, sucesivos gobiernos en Kiev se alejaron aún más de Moscú, se firmaron los acuerdos de Minsk incumplidos por ambas partes y Rusia invadió en 2022.

–¿Cómo interpreta la invasión de Rusia a Crimea?

–En Crimea está la base naval de Sebastopol, sede de la flota rusa del Mar Negro. Hasta 2014, Rusia pagaba un alquiler a Ucrania, pero con todos los cambios de ese año, temió que se rescindiera o modificara el acuerdo y terminara perdiendo la base. Crimea fue parte de Rusia entre 1783 y 1954, cuando Jrushchov se la cedió a la República Soviética de Ucrania. Entonces hay un factor estratégico-militar, pero también otro ligado al nacionalismo: el recuperar lo que los rusos creen que les pertenece.

–¿Cuál es la causa central de fondo?

–Rusia ve a Ucrania como parte de su tradicional esfera de influencia, no sólo por la cercanía geográfica, sino por la cultura e historia. Y Ucrania se aleja cada vez más de Rusia para acercarse a la U.E. y a la OTAN. Desde 2019 la Constitución ucraniana obliga a intentar incorporarse a ambos bloques. Putin intenta devolver a Rusia al lugar preponderante que ocupaba la URSS y una Ucrania cercana a la OTAN es interpretada como una amenaza a la seguridad y al orgullo nacional ruso.

–Usted estuvo en la zona clave de esta guerra que en verdad ya lleva nueve años. ¿Qué pudo entender sobre ese sector?

–Lo más evidente es la destrucción material: se ve a simple vista en cualquier lado. Y percibí una polarización total de las identidades. En las regiones que no controla Ucrania en Donbass se fue muchísima gente. Y en general, los que quedaron apoyan mucho al separatismo.

–Usted plantea que es un error explicar la guerra en el Donbass como una mera invasión de Rusia.

–Ucrania se limita a hablar de invasión, pero eso sería olvidar el peso de los actores locales a comienzos de la guerra. Muchos de los primeros líderes separatistas como Pavel Gubarev y Igor Guirkin pretendían tomar toda Ucrania para incorporarla al territorio a Rusia, algo que Moscú no veía con buenos ojos tras las sanciones por la anexión de Crimea. Entonces Rusia habla de guerra civil, pero eso sería olvidar su rol fundamental en la guerra a partir de agosto de 2014, cuando aquellos primeros líderes separatistas fueron reemplazados y Moscú eligió a las nuevas autoridades en Donbass. Sería olvidar que Rusia envió armamento y hombres, aunque no en forma oficial.

–¿Qué hizo Ucrania contra los separatistas rusos?

–El gobierno interino de Turchynov en Kiev, entre febrero y junio de 2014, estableció que los separatistas prorrusos en Donbass eran terroristas, que casi todos los habitantes de la zona también lo eran y atacó las zonas civiles. Fue una estrategia muy brutal: afectó a toda la población civil y llevó a un crecimiento de las fuerzas separatistas: si sos civil en Donbass y ciudadano ucraniano, y ves que tu Estado te dice “terrorista” y te ataca, es probable que apoyes a un separatismo que te da armas y “te defiende”. Con la asunción de Poroshenko en Ucrania en junio de 2014, hubo una estrategia más racional: más allá de victorias y derrotas militares de Ucrania, Poroshenko presentó propuestas para terminar la guerra que fueron la base de los Acuerdos de Minsk.

–En este punto aparecen los ultraderechistas con simbología neonazi incorporados al ejército.

–A comienzos de la guerra, las fuerzas armadas ucranianas eran muy débiles y los que hicieron los primeros avances eran grupos paramilitares, muchos de ellos ultranacionalistas, abiertamente neonazis. Casi todos se incorporaron al ejército regular y fueron apaciguando el discurso más reaccionario. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo alianzas entre nacionalistas ucranianos y Alemania. Esto alimenta la narrativa rusa sobre el predominio del neonazismo en Ucrania. Esos grupos existen pero no tienen el peso que les atribuye Rusia.

–¿Cómo fue el colaboracionismo nazi de muchos ucranianos? ¿Existe una herencia de aquel nacionalismo?

–Ucrania era parte de la URSS y el Ejército Insurgente Ucraniano se alió por momentos a los invasores nazis porque tenían un enemigo en común: la URSS. Buscaban la independencia de Ucrania y una “Ucrania para ucranianos”, con lo cual hubo matanzas sistemáticas contra civiles rusos, polacos y judíos. Hoy en día esos combatientes son reivindicados y hay muy poca autocrítica.

–¿La mayoría es separatista en Donetsk y Lugansk?

–Es difícil saberlo: no hay encuestas fiables. Es probable que hoy la mayoría esté a favor de la independencia.

–¿Usted lo ve a Putin con una estrategia expansionista o es posible entender su invasión como un ataque defensivo?

–Si interpretamos que la incorporación a la OTAN de Estados del ex Pacto de Varsovia implica una provocación –un avance sobre la esfera de influencia rusa– y es una amenaza a la seguridad rusa, es una estrategia defensiva. A nadie le gusta tener un rival fuerte cerca de su frontera. Pero nadie pensó en atacar Rusia. Y nadie obligó a Polonia a incorporarse a la OTAN: fue iniciativa propia. La pregunta no es por qué la OTAN incorpora tantos nuevos miembros, sino por qué tantos exaliados de Rusia la ven como una amenaza. Es parte del juego político. Pero Putin pateó el tablero: con tiempo y paciencia, podría haber intentado lavar su imagen y mejorar relaciones con ciertos países. Y lo intentó. Tuvo el Mundial de Fútbol, los Juegos Olímpicos de invierno, la vacuna Sputnik V y Russia Today en muchos idiomas. Pero ese soft power se extinguió.

–¿Cómo define usted a Putin en términos políticos e ideológicos?

–Un nacionalista ruso, conservador, con cierto dejo soviético en cuanto a la relevancia del Estado y el poder unipersonal.

 

–¿Y dónde ubica a Volodimir Zelenski?

–Un actor sin mayor peso administrativo que entiende que su país depende de los aportes internacionales y que hoy su trabajo es procurar mantener esos aportes. Por eso aparece en todos los espacios que puede, incluyendo revistas de moda o entregas de premios. Ideológicamente es liberal y proeuropeo, que es la mejor forma de definir partidos en esta región del continente.

–¿Es un nacionalista?

–Zelenski no es nacionalista. Hay sectores ultranacionalistas en Ucrania que no tenían mayor peso político. Pero con la guerra, se lavó mucho su imagen y algunos fueron heroificados. Aunque siguen siendo sectores políticamente minoritarios. Veremos qué pasa con ellos cuando termine la guerra.

–Putin declaró que no tenía problema en que Ucrania entrara en la Unión Europea. ¿Si Zelenski renunciaba a entrar a la OTAN no había guerra?

–En principio, no depende de Zelenski porque así lo establece la Constitución ucraniana. No creo que esa renuncia hubiese bastado para evitar la guerra: de todas formas resta el factor territorial, empezando por la península de Crimea que Rusia no pretende devolver.

–¿Cómo evalúa la talla de Zelenski como estadista? ¿No supo ver lo que se venía?

–La única forma que tenía Zelenski para evitar la guerra (o terminarla ahora) era entregando territorio, cosa que no va a hacer y me parece lógico. Creo que no supo ver lo que se venía, pero no me parece que pudiera haber hecho mucho para evitarlo.

–¿Sería consciente del problema en que se metía al querer entrar a la OTAN?

–Cualquier ucraniano sabe que a Rusia no le gusta una Ucrania cercana a la OTAN. Pero considerando la anexión de Crimea y la guerra en el Este –un quiebre en las relaciones políticas y comerciales– era previsible que Ucrania apuntara hacia ese lado. Ucrania no tiene chances de incorporarse pronto a la alianza, pero el acercamiento implicaría más presencia de la OTAN en su territorio. Y para Ucrania, eso es necesario. La pregunta es qué podría haber hecho Rusia para evitar que Ucrania lo vea como un Estado enemigo.

–Mi impresión es que hacia donde decante la guerra, Ucrania pierde en todos los sentidos: centenares de miles de muertos, el país destruido y una línea fronteriza en el mapa que se correrá unos centenares de kilómetros hacia el este o el oeste, según las posiciones cuando se detenga el combate.

–Sí. Ucrania pierde por muertos, por destrucción, por costo económico. Gana en soft power: hoy todos hablamos de Ucrania. Pero, pase lo que pase, los ganadores de esta guerra no están en Ucrania.

–¿Cómo se cobrará Occidente las armas que aporta?

–Es una gran pregunta porque nunca se informó qué porcentaje de los aportes internacionales son donaciones, préstamo o ventas. En cualquier caso, necesitarán apoyo financiero muy importante a largo plazo.

–¿Ucrania está siendo usada en favor de intereses que no le convienen?

–La guerra favorece intereses que poco tienen que ver con Ucrania, pero no necesariamente van en contra de sus aspiraciones. Que EE.UU. gane influencia en la región no perjudica necesariamente a Ucrania.Y creo que EE.UU. es uno de los grandes ganadores en términos económicos –puede vender más armamento y gas licuado– y políticos: se consolida como la contracara de Rusia –el país invasor– y como un modelo para Europa del este. Es algo parecido a lo que pasó con la caída de los regímenes comunistas y que llevó a que en Polonia, Hungría o Albania haya monumentos a presidentes estadounidenses. Turquía también salió ganando por aparecer como un mediador relevante.

–¿Putin hizo un mal cálculo? ¿Le salió el tiro por la culata?

–Rusia hizo dos apuestas: pensó que no todos iban a imponer sanciones y que varios le iban a seguir comprando, empezando por China (así fue). Y creyó que la OTAN no se iba a involucrar directamente por el poder disuasorio de las 6000 ojivas nucleares rusas: así es hasta ahora. Rusia perdió a casi toda Europa, pero quizá ya no le importe: sabe que su futuro está en Asia-Pacífico. Podríamos decir que, hasta ahora, no le salió mal el cálculo. Pero habrá que ver cómo termina al final de la guerra.

–¿Por qué Putin no ataca abiertamente a población civil?

–Eso sería muy grave y quizá forzaría a la OTAN a involucrarse abiertamente. Nadie quiere eso.

–¿Será capaz de arrojar la bomba atómica?

–Hay presión al interior del poder ruso para que lo haga. La doctrina nuclear rusa avala la utilización de armamento nuclear en caso de ataque al Estado. Y si Rusia considera que Crimea, Zaporizhia, Jersón, Donetsk y Lugansk son sus territorios, podría hacerlo. Pero para llegar a eso, tiene que estar muy acorralada. Así que no por ahora.

–¿Puede Ucrania ganar esta guerra?

–En este momento, no: no puede recuperar la totalidad de su territorio. Tendría que pasar algo muy extraño para que cambie el escenario para Rusia y tendrían que mantenerse y expandirse los aportes a Ucrania. Es poco probable que eso ocurra pronto.

–¿Quién es el mayor responsable de esta guerra?

–Rusia, que invadió otro país. Hay responsabilidades secundarias de quienes llevaron a un escenario en el que la invasión era una posibilidad. Por ejemplo, Alemania y Francia no presionaron para que Ucrania cumpliera con lo firmado en Minsk.

–¿Se puede afirmar ya que esta es una guerra entre Rusia contra EE.UU. y la Unión Europea?

–Sí: no abierta, no formal. Pero sin dudas.

–El sentido común percibe que si el invadido es Ucrania, hay que estar del lado de la víctima. ¿Tapa alguna falacia esta primera vista?

–A priori, no. Si un país es invadido, creo que hay que apoyar al invadido. Pero eso no implica un apoyo incondicional y terminar omitiendo información que afecte a Ucrania. Si Ucrania cometió crímenes de guerra, por más que Rusia haya cometido más, hay que informarlo. Si el gobierno ucraniano miente, hay que informarlo. Hablar de la existencia de grupos ultranacionalistas y de su peso en Ucrania no significa avalar a Putin. Tampoco es apoyar a Rusia hablar de corrupción o de libertad de prensa en Ucrania.

–¿Usted se sintió en el terreno más inclinado hacia algún bando? ¿Qué implicancias éticas tiene la postura neutral?

–El único bando que a mí me importa es el de los civiles. Me genera empatía el sufrimiento de los civiles, la gente mayor que vivía en un bunker subterráneo, los que viven en casas destruidas por la guerra. Pero en ese momento –antes de la invasión rusa– los reclamos no me generaron mayor empatía a ninguno de los lados del conflicto.

–¿Qué pasará en el verano?

–Probablemente haya una escalada en la región de Donetsk.

–¿Cómo imagina el final del conflicto?

–No veo ningún final a corto plazo.

–¿Cuál es la parte cierta y la exagerada de la narrativa de Putin sobre “derrotar a los nazis”? Uno de los contraargumentos es que Zelenski es judío. Pero los ultraderechistas de hoy en Ucrania no necesariamente son antijudíos y cometieron crímenes atroces contra prorusos en Donbass.

–Los grupos neonazis existen, pero no tienen el peso que les atribuye Putin. No gobiernan ni están cerca de hacerlo. Sí hay antisemitismo, hay discriminación y un problema con la interpretación histórica al reivindicar a nacionalistas que colaboraron con el nazismo. Pero no hay un gobierno nazi. Significa que Ucrania tiene problemas internos que debe solucionar por sí misma. Claro que hubo crímenes de guerra en estos últimos 9 años que deberían ser juzgados. A dos de los argumentos de Rusia -el poder del neonazismo y el genocidio contra rusos en Donbass- se puede responder “sí, pero”: hay grupos neonazis pero no tienen mayor peso político; hubo discriminación y crímenes de guerra contra civiles en Donbass, pero no hay datos que avalen el hablar de un genocidio por parte de Ucrania.

–Un planteo que se hace para entender la actitud de Putin es la hipotética reacción de EE.UU. si Rusia se aliara con México y pusiese allí misiles como sucedió en Cuba desatando casi la guerra mundial. ¿Qué solidez tiene este argumento?

–Me parece sólido. A ninguna potencia le gusta tener bases rivales cerca de su territorio. Pienso en EE.UU. o Israel. La pregunta es qué se puede hacer con eso. Se puede intentar un acuerdo como el firmado con Irán por su desarrollo nuclear. Y si no se cumple, se va a una corte internacional. Pero invadir tira por la borda cualquier argumento y posibilidad de acuerdo.

–¿Cómo ve el tratamiento de la guerra en la prensa tradicional occidental? ¿Cómo se presenta el sesgo? ¿Se informan completos los hechos con diferentes perspectivas abarcando la complejidad?

 

–Buena parte de los medios occidentales apoyaron irrestricta e incuestionablemente a Ucrania, pase lo que pase y haga lo que haga. Y puede pasar (y ha pasado) que en algún momento, Ucrania mienta y que Rusia diga la verdad. Que las principales víctimas de esta guerra sean los civiles ucranianos no puede hacernos creer que todo lo que diga o haga el Estado ucraniano es perfecto y maravilloso. Una cosa no quita la otra.

 

*Julián Varsavsky: Licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA), fotógrafo y documentalista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación.

 

Fuente: Página/12

 

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Un año de horror en Ucrania

Se cumple el primer aniversario de la escalada en una guerra que nunca debió comenzar

Profesor de la Universidad de Sevilla

19 FEB 2023 06:00

La vida de millones de personas en Ucrania, y también dentro de Rusia, se derrumbó el 24 de febrero de 2022 cuando Vladímir Putin anunciaba la invasión del país vecino para “desmilitarizarlo y desnazificarlo”. Cierto es que ese derrumbe, en el caso ucraniano, vino acompañado de una lluvia incesante de fuego de artillería. Y eso, claro está, no es una cuestión menor: Rusia es el país agresor y el iniciador de esta guerra que hoy sigue destrozándolo todo.

El rencor imperial de Putin, con el que comulgan no pocos rusos, influidos durante años por unos medios de comunicación que han ofrecido una dieta informativa militarista y con pocas concesiones al vegetarianismo político, se traducía así en una guerra de las de siempre, una guerra con bombas, tortura, mentiras y muertos, decenas de miles de muertos. Una guerra que dificultará, durante generaciones, las relaciones entre dos países que tienen, o al menos tenían, mucho en común.

A Putin no puede salirle bien la invasión y destrucción del país vecino… la moraleja sería demasiado peligrosa

Políticamente, Putin no tiene nada que ofrecer a su país. No ha sido capaz de proponer ningún proyecto de futuro a la ciudadanía de Rusia. En cambio, acude como único programa político a la guerra y a un expurgado pasado de imperio y violencia: más imperio, más guerra, además de más cárcel y represión para su pueblo y los territorios conquistados es su previsible propuesta si sale victorioso de esta pesadilla. Por eso esta guerra nunca debió comenzar. Y por eso también, una vez empezada —ya en 2014—, Putin no debe ganarla. No puede salirle bien la invasión y destrucción del país vecino… la moraleja sería demasiado peligrosa.

La guerra, además, no es un buen contexto para la moderación. Mientras dure, si en Ucrania —como también en Rusia— abundaban los nacionalistas exaltados, ahora aumentarán. Si había problemas con el uso oficial del idioma ruso, éstos no mejorarán con los bombardeos. No es un secreto que las contradicciones internas en Ucrania son abundantes: el este y oeste del país no siempre coinciden en su mirada al futuro, el respeto a los derechos humanos y a las normas democráticas tienen un largo margen de mejora y la corrupción, como en el caso de la Federación Rusa, ha campado a sus anchas en las últimas décadas. De hecho, la corrupción endémica dentro de las fuerzas armadas rusas es una de las razones que explican el fracaso militar que ha supuesto este año de conflicto armado para unos generales que planeaban una guerra relámpago que debía haberse “solucionado” en pocos días.

Con un vecino agresivo e imperial, que ve como sus planes de guerra permanente funcionan, en Europa crecerían la extrema derecha y sus planteamientos militaristas

Una hipotética victoria rusa sólo ayudaría a agudizar esos y otros muchos problemas en la frontera este de la Unión Europea, que evidentemente se vería también afectada. Con un vecino agresivo e imperial, que ve como sus planes de guerra permanente funcionan, no sería tan aventurado prever en Europa un crecimiento exponencial de la extrema derecha y de sus planteamientos militaristas. El miedo al vecino agresivo les brindaría la excusa perfecta.

La guerra no deja espacio a buenas alternativas de futuro, porque las armas lo ensucian todo, pero si Putin se decidió a la invasión es porque le ha funcionado en el pasado: en Georgia, por ejemplo, o en la primera etapa de esta guerra con la anexión de Crimea y parte del Donbás en 2014. No conviene olvidar que hablamos del Putin que arrasó Chechenia, donde sigue habiendo miles de desaparecidos y un dictador impuesto por el Kremlin para “apaciguar” el Cáucaso, del mismo modo que Franco lo hizo en España en los años cuarenta. Es también el Putin que no ha dejado respirar a ninguna oposición, independientemente de su ideología, mientras amputaba con cárcel y represión cualquier intento de movimiento social organizado. Es el Putin homófobo y machista que, de la mano de la reaccionaria Iglesia Ortodoxa, propone una idea de familia que en España nos debería sonar y financia a la ultraderecha europea, mientras amenaza con su arsenal nuclear como único argumento ante un Occidente con responsabilidades sobre lo que hoy ocurre, pero cuyas cuentas pendientes no debería pagar la población ucraniana, como antes hicieran iraquíes, afganos, saharauis, palestinos y tantos otros.

No conviene olvidar que hablamos del Putin que arrasó Chechenia, el de las políticas homófobas y el que ha financiado a la extrema derecha europea

Europa y Estados Unidos, mientras tanto, han sido más comedidos en sus actos que en sus palabras. El discurso de apoyo a Kíev no se ha visto acompañado, a pesar de lo que pudiese parecer, del envío decidido del armamento diseñado para que Ucrania gane la guerra, sino para que resista en un conflicto largo, que debilite a Rusia —y a Europa— sin vencerla y, por el camino, desangre y arruine a una Ucrania que quedaría amputada territorialmente en la mesa de negociación. Un conflicto prolongado en el tiempo, sin embargo, parecería la peor de las soluciones para una Europa a la que le cuesta mantener la unidad de acción durante largo tiempo y cuyas cuentas pueden empezar a resentirse pronto.

Sin la ayuda armamentística de sus aliados, Ucrania habría perdido ya la guerra. Con el tipo de suministro actual, la apuesta parece ser la guerra larga; la intensificación del envío de armamento es la tercera opción, hoy sobre la mesa, que marcha con tiempos lentos para Kíev y vertiginosos para el normal hacer de Bruselas.

Mientras, en la retaguardia europea, una parte del debate político sigue girando en torno al papel de Estados Unidos y la OTAN en el conflicto, a las responsabilidades en el mismo de la propia Europa o al perfil ideológico de las autoridades ucranianas, lideradas por su presidente, Volodímir Zelenski. Estas cuestiones, planteadas a menudo de forma muy simplificada y obedeciendo a intereses de la política interior de los diversos países, esconden no obstante asuntos de calado que, sin duda, habrá que discutir en un futuro cercano: el modelo energético y de defensa de Europa, su relación con EEUU y la OTAN, las contradicciones internas de la propia Unión Europea o de su acción exterior, así como de su política para con los refugiados son sólo una muestra de los temas mal gestionados que esta guerra ha puesto sobre la mesa.

Sin la ayuda armamentística de sus aliados, Ucrania habría perdido ya la guerra. Con el tipo de suministro actual, la apuesta parece ser la guerra larga

Eso sí, una victoria rusa nos situaría en Europa ante una pésima posición de partida para debatir sobre estos pendientes. Entiendo aquí por “victoria rusa” cualquier resultado que hiciese pensar al Kremlin que la aventura ha merecido la pena y que, por lo tanto, se puede volver a probar la misma receta. En un escenario como ese, la “conversación” sobre todos esos asuntos estaría marcada por la amenaza de un vecino peligroso, con armamento nuclear y venido a más lo que, como he apuntado, daría probablemente alas a planteamientos militaristas en Europa que ya hoy están ganando adeptos.

Esta guerra nos ha puesto a todos ante nuestras propias contradicciones, pero considero que es un grave error insinuar que debemos dejar de ayudar a los ucranianos porque “en el fondo son también un poco nazis” y se entienden demasiado bien con EEUU. Puede no gustarnos Zelenski, pero la guerra que inició Putin está ya en marcha y no ayudar con decisión a Kíev significaría la victoria del Kremlin, la destrucción de Ucrania y la continuidad en Moscú de un régimen reaccionario que desestabilizaría aún más la frontera este de Europa.

A la Federación Rusa no le vendría mal aplicarse su propia medicina “desmilitarizante y desnazificante”

Si hay un país que sabe lo que significa sentir el aliento del Kremlin y la influencia rusa en sus asuntos internos, ése es Ucrania. Por eso están resistiendo la invasión de su territorio. Por último, ayudar a Kíev es también hacerlo a una Rusia futura liberada de la colonización interna que ha llevado a cabo Moscú con su propia población. A la Federación Rusa no le vendría mal aplicarse su propia medicina “desmilitarizante y desnazificante”. Ojalá el pueblo ruso reaccione en esa dirección pero, mientras tanto, Putin no debe ganar una guerra que inició y que, bueno es recordarlo de nuevo… nunca debió empezar.

*Miguel Vázquez Liñán: Profesor de la Universidad de Sevilla

Fuente: EL SALTO

 

 

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