Oier Etxeberria y Amador Fernández-Savater: “Hoy vivimos sin tiempo, sin paciencia, sin espera”

Amador Fernández-Savater y Oier Etxeberria vienen dándole vueltas, desde hace rato, a la atención. En este afán por entender qué nos pasa, han coordinado el libro ‘El eclipse de la atención’, poblado de autores que vienen pensando y debatiendo estas temáticas.

oner atención: la batalla por entrar en nuestras cabezas. Así se llamaba un seminario que Oier Etxeberria y Amador Fernández-Savater coordinaron en 2019, en La Tabakalera, un centro cultural en Donosti. Compañeros de generación y de diálogo, Etxeberria viene del mundo del arte, Fernández Savater se desenvuelve en el ámbito de la filosofía. Dos perspectivas desde las que llevan años preguntándose qué pasa con esta saturación que nos mantiene lejos del presente, cómo se vive y se resiste en este régimen del demasiado.

Una corriente de conversaciones y diálogos, de pensar con otros, que proviene de aquel originario seminario de 2019 acabó tomando forma en un volumen coordinado a cuatro manos por ambos autores. El eclipse de la atención. Recuperar la presencia rehabilitar los cuidados, desafiar el dominio de lo automático (Ned Ediciones, 2023), se llama el libro, en el que confluyen diversas voces para abordar desde perspectivas diversas la cuestión de la atención, el detenimiento, la capacidad de espera, los cuidados, en una obra plural en la que reflexiones y conversaciones se mezclan para pensar qué hacemos para resistirnos al automatismo que nos mantiene en la inercia y la imposibilidad de estar presentes.

Autores como Bifo Berardi, Marta Malo, Yves Citton o la misma Simone Weil se suman a esta polifonía sobre algo tan fundamental como el dónde ponemos la mirada o el deseo. Amador y Oier retoman esa pulsión de diálogo, esa forma de pensar con otros, para contestar a las preguntas planteadas desde El Salto. Lo harán por escrito, para darse el tiempo necesario para traducir en respuestas cortas gran parte de la complejidad de este libro, y también para ver qué nuevas ideas, desafíos, intuiciones surgen mientras se responde. Y también lo harán juntos, mostrando una mirada compartida en las respuestas hecha de muchas conversaciones, y también, se intuye, de muchas ganas de seguir pensando.

¿Por qué elegís estos autores y temas para abordar la crisis de la atención?
La crisis de la atención tiene algo de “revelador” de la experiencia contemporánea, permite ver y pensar de qué están hechas nuestras formas de vida: la relación con la economía, con el deseo, con la escuela, con el tiempo, con las tecnologías, con la escuela, con la tierra. Ese es nuestro enfoque, nuestra apuesta en este libro: pensar el mundo (y especialmente la política) desde lo que permite ver la crisis de la atención. Hay, digamos, tres líneas de fuerza en el libro organizadas en tres bloques o secciones.

En primer lugar, el análisis crítico sobre la economía de la atención, qué pasa cuando nuestra percepción y nuestro deseo se vuelven una mercancía fundamental en disputa entre las empresas en el mercado. En segundo lugar, un recorrido por algunas prácticas de rehabilitación de la atención, fundamentalmente el arte y la filosofía. El libro quiere ser fundamentalmente propositivo, salir de la circularidad de la queja y presentar modos de activación de la atención. En tercer lugar, la cuestión de la escuela, la infancia y los cuidados, porque la atención es la materia de la que está hecha también la relación con el otro, no sólo algo que remita a cada uno.

¿Cómo abordar lo que le pasa a nuestra atención cuando hemos perdido la capacidad de atención?
Nuestra idea es salir de algunas ideas estereotipadas sobre la atención, desplazar la mirada. Por ejemplo, no pensar tanto en un déficit de atención, en una falta o una pérdida, como en una captura, una saturación, un eclipse.

El artículo de Rafael Sánchez-Mateos recuerda el célebre encuentro entre Alejandro Magno y Diógenes de Sínope. Según el relato que nos ha llegado, el emperador Alejandro le ofrece al filósofo vagabundo cualquiera cosa que desee, pero Diógenes desde su tonel sólo le pide al emperador que se aparte, pues le tapa la luz del sol. Así, como pequeños emperadores que nos prometen todo pero en verdad obstaculizan nuestra luz, operan los dispositivos que capturan hoy nuestra atención.

El problema contemporáneo de la atención es su encadenamiento a automatismos que nos prometen todo —la socialidad, el entretenimiento, el control y la seguridad— a cambio de la delegación completa de nuestra atención

El problema contemporáneo de la atención es su encadenamiento a automatismos que nos prometen todo —la socialidad, el entretenimiento, el control y la seguridad— a cambio de la delegación completa de nuestra atención. Desde las imágenes prefabricadas de mercado que nos dicen lo que hay que desear, privándonos de la pregunta por el deseo singular de cada cual. Hasta los procedimientos que en la escuela garantizan que pueden advertir los casos de violencia y acoso, sin que tengamos que hacer ningún esfuerzo personal de escucha.

Economía de la atención, ecología de la atención. ¿Hablamos de disciplinar el atender o de asalvajarlo?
Habría que pensar que la atención, más que una capacidad que se entrena o ejercita, es una disposición que se activa o espabila. Esa disposición tiene, según la pensadora Simone Weil, dos costados: el negativo y el afirmativo.

Es decir, reapropiarnos de la atención pasa por un gesto de interrupción, de cierta violencia sobre los automatismos. Hay que detener, hacer cesar, el dominio de los automatismos para poder prestar atención. Un cortocircuito, una pregunta, un gesto de retirada o vaciamiento. Es lo que Weil llama el “trabajo negativo” de la atención. Por otro lado, sostener una espera. La atención tiene que ver, fundamentalmente, con una apertura, una receptividad a algo desconocido. Aprender a esperar, algo casi imposible hoy en medio de la instantaneidad de las redes y demás.

Por lo tanto, volviendo a tu pregunta, hay que asalvajar y disciplinar el atender. Hacerlo rebelde a los automatismos que guionizan la atención y volvernos capaces de escuchar y seguir el deseo propio.

Algunas partes del libro son entrevistas que resultan ser más bien conversaciones, ¿son los diálogos una oportunidad para practicar la escucha y cortocircuitar los automatismos?
Casi todas las intervenciones del libro nacieron como conversaciones y así hemos mantenido muchas. La conversación, el diálogo, el pensar con otros, son situaciones de atención. ¿Cómo se mantiene una buena conversación? Sólo a través de la escucha de la palabra de los otros: repreguntar, seguir una historia o un chiste, elaborar conjuntamente una idea. La atención se manifiesta en un “entre”: estamos atentos a lo que está pasando entre nosotros. Estar “enfocado” o “centrado” en lo propio puede implicar, en muchos casos, la destrucción del ecosistema de atención que requiere cualquier mínima conversación.

Estar atento es estar presente, ¿qué implica estar presente? ¿hay un declive de la presencia en el modo en el que estamos en el mundo?
Estar presente es estar involucrado en una situación, afectados por ella, vibrando con su energía, habitándola desde dentro. Hay una dificultad para la presencia, para estar presentes, en el presente.

Por un lado, muchas situaciones de la vida cotidiana no nos requieren como sujetos, sino como objetos. Como objetos, nos ausentamos. No estamos, desaparecemos, desertamos. Del aula de la escuela, del trabajo, de unas elecciones generales. Esa ausencia, juzgada peyorativamente como “distracción”, puede ser leída también como una rebelión, una protesta, una fuga.

Por otro lado, estar presentes a veces nos expone demasiado. La situación nos toca, nos afecta, nos conmueve. No es claro lo que hay que hacer, cómo hay que responder, quedamos sin la asistencia de los automatismos. Hay que escuchar, hay que pensar, hay que inventar. Y de pronto no podemos, no queremos, no sabemos. Preferimos delegar, ceder nuestro deseo en otros, abandonarnos.

Hay un juego constante de presencia-ausencia que escuchar en cada caso, en cada situación. Ausencias que nos protegen, presencias que nos agotan.

La atención es un bien colectivo, y también algo que singulariza. ¿Cómo funciona este mecanismo?
Podemos pensar ahora por ejemplo en cualquier centro de atención primaria. Sin duda, la atención que ahí se ejerce cada día tiene que ver con una serie de recursos, de tiempos, de contextos institucionales. No depende sólo de cada trabajador/a. Es un bien colectivo —y, por tanto, político. La atención es cuestión de condiciones, de entornos, de ecosistemas. Al mismo tiempo, en esas condiciones colectivas de atención, la escucha y la espera se activan singularmente. Hay que atender a esta persona en concreto, a este paciente o a este alumno, a este dolor o a este itinerario de aprendizaje. Las condiciones colectivas habilitan (o no) una atención singular: de cada uno, de cada una. Es uno de los modos de interrelación entre singular y colectivo que en la atención se da.

Podemos participar de la “cultura de la reacción” y responder diariamente a lo que nos propone la agenda política o emboscarnos

En el libro se apunta a la necesidad de vaciamiento frente al acecho continuo de estímulos, ¿existe la posibilidad de preservarse? ¿Qué potencia tiene desviar la atención, o la huelga de atención, como se aborda en la conversación con Citton?
Por supuesto que existe. Hay un margen para cada uno. Un margen que buscar, que investigar, que crear. Eso es desde luego más interesante que la permanente queja victimista a partir de la impotencia.

Podemos dejarnos intoxicar por los medios de comunicación, su lenguaje y sus temas, o elaborar una mirada propia sobre la vida. Podemos habitar el tiempo instantáneo de las redes o ligarnos con la historia y la memoria de otros modos. Podemos entregar nuestra alma al productivismo y al rendimiento o preservar un zona autónoma de deseo de geometría variable. Podemos participar de la “cultura de la reacción” y responder diariamente a lo que nos propone la agenda política o emboscarnos.

No son simplemente elecciones individuales. De pronto en la superficie mediática los radares localizan extraños fenómenos como la “Gran Dimisión”: toda una cantidad de gente que da la espalda al trabajo y también, podríamos añadir, a los medios de comunicación, el consumo y la política. Estaríamos asistiendo así a un fenómeno masivo (y al mismo tiempo personal) de “desvío de la atención”. El deseo colectivo se fuga de los canales y los objetos que tenían asignados. Miramos otras cosas, ponemos el cuerpo en otras actividades, sustraemos nuestra atención.

Qué serían los ejercicios espirituales, de qué manera suponen una resistencia a este régimen de lo híper.
Ejercicios espirituales serían modos prácticos de espabilar el deseo propio. Simone Weil distingue atención de concentración, la primera movilizada por el deseo, la segunda por la fuerza de voluntad. Aprender tiene que ver más con el deseo, es decir con el placer y la alegría, que con la fuerza de voluntad.

Pero, ¿qué es el deseo? No un capricho, no la búsqueda de un objeto que falta, sino una fuerza, un proceso, una fuente. Esa llama propia que tapan los emperadores de la “economía de la atención”. Atendemos lo que deseamos. Deseamos lo que atendemos. De lo que se trata es de reactivar el deseo.

Para que haya deseo, tiene que haber un cierto vacío. Si las situaciones que habitamos están completas, ya hechas, aplastan el deseo. José Ramón Ubierto y Marino Pérez Álvarez lo analizan sobre el juego y la inflación de objetos que saturan hoy la infancia. Jugar en este sentido sería un ejercicio espiritual.

Enseguida tengo que saber qué pasa y mostrarlo. Enseguida tengo que tomar posición y exhibir que estoy en el lado bueno de las cosas. Enseguida tengo que armarme con una opinión y blandirla contra el otro

¿Qué fertilidad tiene la espera, de la que habla Alba Rico? Ya habéis hablado antes sobre la relación entre la espera y la atención.
La definición de atención como espera pertenece a Simone Weil y Santiago Alba Rico la desarrolla bellamente en el artículo del libro.

Esperar, propone Simone Weil, lo desconocido. No se trata de sostener la espera para acceder a un resultado previsto. Esperamos lo que no sabemos que va a llegar, esperamos para que llegue lo que no sabemos.

La fuerza de esta idea en la vida contemporánea es obvia: hoy vivimos sin tiempo, sin paciencia, sin espera. Enseguida tengo que saber qué pasa y mostrarlo. Enseguida tengo que tomar posición y exhibir que estoy en el lado bueno de las cosas. Enseguida tengo que armarme con una opinión y blandirla contra el otro.

Esperar es darse el tiempo para elaborar un pensamiento y una voz propia. Es darse el tiempo para entender lo que sentimos y dotarle de una forma apropiada. Es perder el control para que algo nuevo pueda ocurrir(nos). Es asumir la desnudez de un no-saber para que un nuevo saber pueda darse. Es el contenido de toda escucha, de todo pensamiento, de toda forma de aprendizaje.

Dice Biffo que el placer se nos escapa todo el tiempo mientras nos rodean las montañas de mierda. ¿Creéis que hay una consciencia de esto? ¿cómo politizar de un lado la pérdida del placer y del otro, esta ofensiva constante de mierda?
Hay placer si estamos siguiendo el flujo de un deseo propio. Si hay tiempos y ritmos propios. Si no estamos en la persecución de objetos y experiencias impuestas. Si no estamos en la respuesta a la “tormenta de mierda” que atraviesa hoy las redes: una nube de insultos, de ataques, de reacciones que nos roba la tranquilidad, la serenidad y la calma de estar en un trabajo propio, en un tiempo propio, en un deseo propio.

El placer tiene que ver con la gratificación de lo que es aquí y ahora, de lo que lleva la recompensa en sí mismo, de lo que no es diferido y pospuesto. La alienación a deseos impuestos suscita una insatisfacción permanente porque hay carrera desesperada en pos de algo que nunca llega, que nunca es como nos lo prometieron, que nunca se tiene del todo. Nunca se sacia, nunca hay satisfacción, tener suficiente.

La politización del placer puede pasar por el desenganche colectivo de todas las trampas del deseo, de todas las formas de goce que nos sujetan al tiempo eterno de la espera, a la insatisfacción constante. Hay que perder para ganar: perder el asidero en todo lo que nos clava a un sistema de deseos cuya base estructural es la frustración, para ganar tal vez una experiencia de autonomía, del placer de vivir en sí mismo, por sí mismo, sin la expectativa de nada más.

Tomado de elsaltodiario.com

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