¿El peronismo es de izquierdas?

El peronismo es, por (auto) definición, el fenómeno político de la clase trabajadora argentina. Es dogmáticamente antiimperialista, popular y revolucionario, aunque afronta severas contradicciones internas de clase.

Argentina afronta un nuevo ciclo electoral en la segunda mitad del 2023. El 13 de agosto los precandidatos de los distintos espacios políticos concurrirán a las elecciones PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias). En estos comicios los votantes de cada coalición deben decidir la fórmula presidencial que les representará en las elecciones generales del 22 de octubre. En el oficialismo peronista —Unión por la Patria— compiten dos figuras: Sergio Massa y Juan Grabois. Como representante de un peronismo no alineado con el actual gobierno se encuentra Guillermo Moreno, quien se postula a través del frente Principios y Valores.

A ochenta años de su fundación, Sergio Massa pretende ser el undécimo presidente peronista. Antes de él, Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner, Néstor Kirchner, Carlos Saúl Menem, Héctor José Cámpora, María Estela Martínez de Perón y el propio Juan Domingo Perón presidieron la nación latinoamericana. Brevemente, también lo hicieron Lastiri, Rodríguez Saa y Duhalde. Tras esta lista de nombres propios se hallan proyectos colectivos de una gran disparidad, reflejo del pragmatismo (o la laxitud programática) del movimiento peronista.

Fundación, burguesía nacional y antiimperialismo

El 17 de octubre de 1945 la política argentina dio un giro de 180 grados cuyas consecuencias perduran hasta nuestros días. En aquella ocasión, una multitud de trabajadores que provenían fundamentalmente del cordón industrial de los alrededores de la ciudad de Buenos Aires acudieron a la capital de Argentina para exigir la puesta en libertad de Juan Domingo Perón. Como secretario de Trabajo de los gobiernos militares de Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro Farrell, Perón se había fraguado el apoyo de una buena parte del sindicalismo nacional y una enorme popularidad entre la clase trabajadora industrial y del campo de buena parte del país. Tras ser encarcelado el 12 de octubre y puesto en libertad el 17 de octubre como fruto de la presión de cerca de medio millón de personas que se concentraron en la Plaza de Mayo, Perón venció en las elecciones de 1946 a José Tamborini, proclamándose presidente de Argentina.

Desde entonces, el peronismo ha pretendido ser el gran eje aglutinador del país; un bloque histórico con los trabajadores (especialmente aquellos sindicalizados) como clase dirigente, como “columna vertebral del proceso” que debe decidir “cuál es la sociedad a la que aspiran”, en palabras del propio Juan Domingo Perón. Un bloque a la interna del cual se reproducen las tensiones interclasistas inherentes a su misma constitución pero que pretende algo que otros líderes políticos del siglo XX como Vladimir Lenin señalaron como deseable: “que todos los sectores de la oposición [al régimen de cosas existente] puedan prestar y presten efectivamente a esta lucha la ayuda de que sean capaces”.

Pese a su reclamación de la “industria nacional”, el peronismo siempre ha sostenido una tensa relación con la clase capitalista del país

Pese a su reclamación de la “industria nacional”, el peronismo siempre ha sostenido una tensa relación con la clase capitalista del país. La economía argentina ha estado permanentemente marcada por la conformación de un sistema nacional “porteño-céntrico” en el que los intereses exportadores de la incipiente burguesía de la Ciudad de Buenos Aires estructuraron la construcción del Estado nacional durante el siglo XIX en sus disputas con el interior productor. Esta burguesía comercial capitalina, que se hizo enseguida con el control fáctico del sector rural argentino, encontró siempre más beneficiosa la alianza con las burguesías inglesas y extranjeras en general que el desarrollo de la industria nacional, lo que la encontró desde el inicio enfrentada con el proyecto peronista.

La perspectiva “inmediatista” de la burguesía agroexportadora pretendió instalar a la Argentina en el papel de “mercado complementario del capitalismo inglés”, como apuntó J.W. Cooke, apoyándose financiera e ideológicamente en los estados y capitales de los países imperialistas para sostener su alianza de clases con la sección terrateniente del país. Era esta inferioridad nacional sustentada por dicha alianza a través de su influencia en la política la que desafió Perón y su perspectiva económica.

La creciente acumulación de capital obtenida por los conglomerados en los países centrales del sistema-mundo fue acompañada de un accionar más intervencionista por parte de los estados dominantes, lo que devino en un creciente sentimiento antiimperialista en América Latina. En Argentina, este impulso encontró su marco en el peronismo. Una de las claves en este punto es analizar cómo Perón y su movimiento concibieron la lucha de clases en Argentina y de qué manera pretendieron encarar tal cuestión. Al bloque conformado por la burguesía exportadora, el sector terrateniente y el capital internacional extractivista (el “afuera” del peronismo), este movimiento pretendió enfrentar una alianza policlasista con los trabajadores como pivote al que se habría de sumar la juventud, el empresariado con perspectiva industrialista, las Fuerzas Armadas (a través de sus secciones anticolonialistas) y la Iglesia (representada en su vertiente más progresista por los curas villeros y tercermundistas).

El papel del empresariado nacional en el proyecto de Perón siempre ha suscitado rechazo en algunos sectores de la izquierda argentina (por lo general, de orientación trotskista)

El papel del empresariado nacional en el proyecto de Perón siempre ha suscitado rechazo en algunos sectores de la izquierda argentina (por lo general, de orientación trotskista). No obstante, para la doctrina peronista lo fundamental no son las clases que conforman el “movimiento nacional y popular”, sino cuál es la clase que conduce políticamente. En el peronismo doctrinal, la clase trabajadora es la clase directora . Y en la Argentina de la segunda mitad del siglo XX, como en la de hoy, según los dirigentes y teóricos del peronismo, la clase opuesta a los trabajadores no es la pequeña o mediana burguesía nacional. El bloque de poder contrario al proyecto peronista es el formado preferentemente por el capital internacional, la burguesía exportadora de materias primas, los terratenientes y sus elementos políticos, judiciales y mediáticos.

Este diagnóstico ha sido considerado por autores del peronismo “de izquierdas” o “marxistas” como Hernández Arregui para defender que el desarrollo autónomo de las fuerzas productivas nacionales postulado por el peronismo es “presocialista”. El peronismo, según defienden estos sectores, permite el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales al ensanchar la capacidad del estado por la vía de las nacionalizaciones —proceso que fue especialmente claro durante el Primer Peronismo (1946-1955)— y al redirigir los capitales que entran al país de vuelta a la producción nacional y en favor de la “acumulación socialista”. También porque rechaza la narrativa de la inferioridad de la argentinidad frente a los estados avanzados del capitalismo internacional, que sostendría en el plano cultural la retórica imperialista.

Las distintas “caras” del peronismo

Durante el Primer Peronismo se transitaron estadios y reformas que se asemejan al de algunos procesos políticos socialistas en otros países: fundamentalmente la nacionalización de industrias clave o la reforma agraria. El primer gobierno de Perón nacionalizó los puertos, los transportes, el gas o los teléfonos; el de Néstor Kirchner, sesenta años después, se opuso al ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), tratado impulsado por Washington; el de Cristina Fernández de Kirchner, nacionalizó YPF-Repsol.

El peronismo ha albergado los programas “obreristas” de mayor profundidad en la historia de los gobiernos del país, como ilustró el de Huerta Grande. A su vez, los sectores marxistas y de las izquierdas peronistas han defendido históricamente que, de aplicarse el programa industrializador nacionalista del peronismo, se agudizarían progresivamente sus contradicciones de clase. Tal desarrollo de las fuerzas productivas sería una condición indispensable para el desarrollo del socialismo. Bajo esta lógica, estas militancias reivindican también a la figura de Eva Perón para defender el contenido obrerista del proyecto político. La propia Evita había proclamado la siguiente máxima: “No hay grandeza de la patria a base del dolor del pueblo, sino a base de la felicidad del pueblo trabajador ”.

Durante el Primer Peronismo se transitaron estadios y reformas que se asemejan al de algunos procesos políticos socialistas en otros países: fundamentalmente la nacionalización de industrias clave o la reforma agraria

En la escala global, el peronismo actúa en un contexto en el que la ganancia que el capital obtiene de su accionar mundial se transfiere asimétricamente de la zona perdedora a la ganadora; de las periferias al centro. Es lo que llamamos “intercambio desigual”. De esta manera se ahondan las diferencias que la división global del trabajo establece entre las naciones del mundo. Argentina no queda fuera de esta lógica. Asegurar la debilidad y el sometimiento de las naciones periféricas es una tarea primordial de los estados centrales. He aquí la inserción que el peronismo tiene a escala mundial. Wallerstein mencionaba “los esfuerzos de diversos grupos por llegar al poder dentro de determinados estados a fin de utilizar el poder estatal contra los acumuladores de capital situados en los estados más fuertes”. Para él, “siempre que esto ha ocurrido, hemos tendido a hablar de luchas antiimperialistas”.

El peronismo, eso sí, ha mostrado diversas caras a lo largo de su historia. La centralidad política concedida a los esfuerzos por ser mayoría ha empujado al Partido Justicialista y a todas las organizaciones a él adheridas a llevar a cabo considerables procesos de apertura y ensanchamiento ideológico con el fin de ganar las elecciones. Figuras tan distintas como Carlos Saúl Menem —ejecutor del proyecto neoliberal argentino en los años noventa—, Néstor y Cristina Kirchner —representantes argentinos de la “marea rosa” latinoamericana de principios del siglo XXI— y Alberto Fernández —actual Presidente de la Nación— se han reclamado peronistas.

El presente ciclo electoral ilustra con claridad el elemento de mayor tensión (y, a su vez, el elemento posibilitante) de los gobiernos peronistas: su amplitud ideológica. El holgado significante de la identidad peronista post Perón conduce a posiciones de amplia divergencia que, no obstante, tratan de limitarse a aquellos sectores políticos que defienden las tres banderas enunciadas durante el Primer Peronismo: justicia social, independencia económica y soberanía política. Con todo, estos tres conceptos son a su vez significantes cuya propia concreción ha estado siempre parcialmente abierta. Los distintos dirigentes peronistas se arrogan la adscripción a estas tres banderas, traduciéndolas de formas muy distintas en el apartado programático. Así, el peronismo agrupa sensibilidades diversas que, al mismo tiempo, disputan hacia dentro la definición misma del propio proyecto.

De cara a las elecciones de octubre en el país, únicamente Juan Grabois representa a la izquierda peronista (pese a no adscribir con claridad a la doctrina). Como favorito a la interna parte Sergio Massa, quien hoy ejerce como ministro de Economía y que fue profundamente crítico de los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner (pese a haber participado en ellos), llegando a presentar una lista presidencial propia en los comicios de 2015. Massa es cercano a la embajada de Estados Unidos, contrario al pedido de un sector del espacio de afrontar el impago de la deuda contraída con el FMI durante el gobierno de Mauricio Macri y se halla, a su vez, alejado de la mayoría de movimientos sociales y organizaciones militantes —como La Cámpora— que ejercen como “las bases” del “movimiento nacional y popular” en la actualidad. Sin embargo, dichos espacios de militancia confían en poder presionar “desde dentro” el futurible gobierno de Sergio Massa, algo que genera dudas en múltiples sectores, ya que no lograron ese mismo objetivo durante el presente gobierno de Alberto Fernández.

Tomado de elsaltodiario.com

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