La actividad intelectual de Marx -que se fusionó pronto con su actividad práctica y que continuaría hasta el final de su vida- partió de la necesidad de la emancipación humana. Fue, en este sentido, un producto de las ideas de libertad que habían estado irrumpiendo en diversas formas en Europa y América desde la Ilustración o, más exactamente, desde la Reforma a través de la Revolución Francesa y sus herederas, las corrientes demócrata revolucionarios de los años veinte y treinta, la juventud hegeliana y los primeros grupos socialistas. Se resume en la exigencia de «echar por tierra todas las relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable» (Contribución a la crítica de la filosofía de derecho de Hegel).
A lo largo de toda su vida, Marx se mantuvo fiel a este objetivo de emancipación. No lo abandonó ni en su transición de la democracia pequeñoburguesa a la democracia proletaria y al comunismo, ni en la elaboración de la teoría del materialismo histórico ni en su compromiso con la praxis revolucionaria.
Lo encontramos en todas sus obras principales, así como en las de Friedrich Engels, desde el Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, los Gründrisse y El Capital hasta La guerra civil en Francia y la Crítica del Programa de Gotha[1]. Esta exigencia se plantea, por así decirlo, como un a priori de la actividad científica y política. Maximilien Rubel la denomina exigencia moral (Maximilen Rubel, Karl Marx: Ensayo de biografía intelectual, 1957). Otros hablan de un axioma filosófico. En cualquier caso, esta posición de principio basta para hacer absurdo el reproche formulado por tantos críticos de Marx, según el cual el marxismo llegaría a una hipóstasis de la Historia[2]. Marx se burló más de una vez de quienes veneraban sus cadenas, simplemente porque habían sido forjadas por la Historia.
Parece más apropiado hablar de un punto de partida axiomático que puede expresarse en la fórmula: sólo el hombre es la meta suprema del hombre (la expresión «hombre» se refiere obviamente a toda la humanidad, no sólo al género masculino). Esta fórmula tiene una base antropológica. Un marxista ortodoxo, es decir, el que actúa según el espíritu de Marx, sigue comprometido con la obligación de luchar contra todas las relaciones sociales inhumanas. Sólo puede liberarse de esta obligación si se demuestra que las relaciones inhumanas favorecerían la humanización del hombre, aunque se le presente como malvado, agresivo, manchado por el pecado, lo que es evidentemente absurdo. El hecho de que el infierno se traslade de la nada a la tierra no es motivo para instalarse cómodamente, ni para proclamar que es una etapa transitoria necesaria hacia el paraíso. Millones de personas no lo aceptarían de todos modos, ni psicológica ni prácticamente. Experimentan el infierno como el infierno. Ninguna mistificación puede impedir que a la larga se rebelen contra este infierno. Es un deber elemental luchar junto a ellas contra cualquier condición inhumana. Esta es la obligación que guio a Marx durante toda su vida. Debería guiarnos a todos.
Lejos de liberarnos de esta obligación, la teoría del materialismo histórico y la opción a favor del proletariado en el curso de la lucha de clases en la sociedad burguesa le dan una base adicional. Esta teoría científica afirma que la historia de todas las sociedades civilizadas ha sido hasta ahora, y sigue siendo, la historia de la lucha de clases; y ésta gira en torno a los intereses materiales (la división del producto social en producto necesario y sobreproducto). En última instancia, reduce los ingresos y los privilegios de las clases dominantes -así como la propia dominación- al plustrabajo extraído de las y los productores, así como a la consiguiente lucha por el aumento o la disminución de este plustrabajo. Establece que esta división de la sociedad en clases es una etapa transitoria ineludible de la historia, impuesta por el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas. Sin un desarrollo suficiente de estas fuerzas productivas, es inalcanzable una sociedad sin clases verdaderamente humana basada en la satisfacción de las necesidades. La teoría del materialismo histórico también lleva a la conclusión paralela de que las clases explotadas se rebelan periódicamente contra sus explotadores, e incluso aspiran al advenimiento de esta sociedad sin clases, pero que este objetivo no puede alcanzarse sobre la base de las relaciones precapitalistas o del capitalismo incipiente, por razones que tienen que ver con la ausencia de una base material y, por tanto, también espiritual y moral, suficientemente desarrollada.
Esta teoría concluye que, como resultado del desarrollo de gigantescas fuerzas de producción, el capitalismo moderno crea, por primera vez en la historia, la base posible para una emancipación total, es decir, para una sociedad sin clases. Esta emancipación presupone la abolición de la propiedad privada, de la producción de mercancías (de la economía de mercado) y de la competencia, de la tendencia al enriquecimiento privado y el egoísmo universal que son sus consecuencias. La realización de este objetivo sólo es posible si la lucha socialista (comunista) por esta sociedad sin clases se encuentra con la lucha real de una clase que tiene un interés material en ello, que está moralmente preparada para ello y que está socialmente inclinada hacia ello; es decir, una clase que es potencialmente capaz de paralizar el conjunto de la vida económica si decide hacerlo y de tomar en sus manos la organización de la producción por los propios productores asociados.
Esta clase es el proletariado moderno, la clase sometida al trabajo asalariado, la clase que está preparada para esta tarea por su posición en la sociedad burguesa y por el desarrollo del capitalismo con todas sus contradicciones, pero también por su capacidad de organización colectiva y el sentido de la solidaridad, que su experiencia del capitalismo puede inculcarle.
La fórmula de Marx de que la emancipación del proletariado representa la emancipación de toda la humanidad no debe conducir a la idea errónea de que, según él, la emancipación del proletariado conduciría automáticamente a la emancipación de toda la sociedad, o que la sustituiría. El apasionado apoyo de Marx a la emancipación de los esclavos negros americanos o de naciones oprimidas como Polonia e Irlanda, su identificación con el levantamiento de los Tai-Ping en China o de los cipayos en la India[3] -estos grupos sociales no podían incluirse en el concepto de proletariado- bastan para zanjar el debate.
La emancipación proletaria es la condición previa absoluta para la emancipación universal. Pero sólo es una condición para ella, no la sustituye. Si el desarrollo histórico demostrara, por ejemplo, que los partidos que actúan en lugar de la clase obrera crearan nuevas formas de explotación, nuevas situaciones inhumanas, entonces habría que combatirlas sin piedad, exactamente igual que en el caso de las situaciones propias del capitalismo o de las sociedades precapitalistas, incluso si se considerara esta explotación y opresión socialista como históricamente progresiva en relación con el capitalismo. Esta conclusión está en consonancia con el pensamiento de Marx, aunque, por lo que sabemos, nunca se expresó explícitamente sobre este problema. Este juicio se desprende del propio concepto de progreso tal y como se desprende del conjunto de la obra de Marx, un concepto dialéctico y no mecanicista, bidireccional y no lineal.
Como materialistas consecuentes, Marx y Engels desarrollaron un instrumento para medir el progreso material de la humanidad: el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, medible por la productividad social media del trabajo. En este sentido, es perfectamente correcto hablar de formaciones sociales progresivas o juzgar, sobre la base de este criterio, los modos de producción sucesivos como progresivos o retrógrados. Cuando, en un conocido pasaje del Anti-Dühring, Engels afirma que la antigua esclavitud tenía un carácter progresivo, porque sin ella no habría sido posible el gran florecimiento del arte, la filosofía y la ciencia antiguos, este juicio sigue estando, a la luz de los conocimientos actuales, científicamente fundado.
Pero Marx y Engels nunca extrajeron de esta definición materialista del concepto de progreso la conclusión de que las revueltas de las clases sociales explotadas y oprimidas en las sociedades precapitalistas o en el capitalismo naciente estuvieran dirigidas contra el progreso. Por el contrario, se pusieron del lado de los levantamientos de esclavos contra la esclavitud, de las revueltas campesinas en el antiguo modo de producción asiático, de las jacqueries en la Edad Media, del campesinado en las guerras campesinas alemanes del siglo XVI, de los obreros sublevados y de los maquinistas en el capitalismo naciente. Sin ignorar ni negar las escasas posibilidades históricas o la falta de resultados históricos de estas luchas, vieron la justificación de estas revueltas en la justificación universal de toda lucha humana contra condiciones inhumanas.
Por otra parte, la continuidad histórica de la lucha contra la explotación social crea una poderosa tradición de lucha y organización, así como de pensamiento, ideales, sueños y esperanzas revolucionarias, de la que se nutre profundamente la lucha proletaria para su propia emancipación, de la que procede incluso inmediatamente y sin la cual su desarrollo habría sido incomparablemente más lento y difícil de lo que fue en realidad. Un país sin tradiciones revolucionarias preproletarias es un país en el que el movimiento obrero político florecerá con una dificultad sin precedentes[4].
En el análisis del maquinismo desarrollado en el Libro I de El Capital, se destaca especialmente este doble significado del concepto del progreso. Frente a las críticas románticas, superficiales y moralizantes del capitalismo, Marx subraya con audacia y acierto el gigantesco progreso material del maquinismo, su enorme potencial para emancipar a los seres humanos de la obligación del trabajo forzoso. En la era del inicio de la automatización, del desarrollo de la microelectrónica y de los robots, estas afirmaciones resuenan de forma sencillamente profética. Pero volviéndose simultáneamente contra los cínicos o ciegos apologistas de la sociedad burguesa, Marx subraya la diferencia entre potencialidad y realidad, destaca las consecuencias inhumanas del maquinismo en el capitalismo (cf. hoy, por ejemplo, el efecto de desarrollo del desempleo ejercido por los procesos de automatización y de reestructuración productiva). Subraya el uso específicamente capitalista del capital fijo y del sistema fabril, la forma capitalistamente determinada de la tecnología y la industria, que sólo puede desarrollarse socavando y destruyendo potencialmente las dos fuentes de la riqueza humana: la naturaleza y la fuerza de trabajo. Dado que el trabajador o trabajadora en el capitalismo, por muy progresista que sea en relación con el feudalismo, es una persona disminuida, alienada, esclavizada y despreciada, su rebelión contra esta situación es, en consecuencia, tan progresista como el propio capitalismo. Esta rebelión es un movimiento histórico que estimula a su vez el progreso económico y social, aunque no conduzca inmediatamente, ni siquiera a medio plazo, a una abolición real de las situaciones inhumanas. Y lo que para Marx está claro sobre el capitalismo (y las sociedades precapitalistas) se aplica perfectamente a las sociedades postcapitalistas.
Imperativo científico e imperativo emancipador
El desarrollo del socialismo científico (por oposición al socialismo utópico) como ciencia tiene su propia coherencia interna, que no es necesariamente idéntica a la lógica de la emancipación. La ciencia sigue un enfoque rigurosamente objetivo. No puede someterse a ningún proyecto extracientífico. Recopila, examina, ordena e interpreta datos de los que, en primer lugar, debe apropiarse. Se esfuerza por comprenderlos, explicarlos y definir su evolución futura. Sin degradarse hasta la insignificancia, no puede hacer desaparecer los datos, oscurecerlos o falsificarlos, ni barrer bajo la alfombra los hechos desagradables y las evoluciones inapropiados.
La ciencia nunca trabaja con una certeza absoluta. Formula hipótesis teóricas que siempre deben volver a probarse a la luz de nuevos datos y desarrollos. Es fundamentalmente dudosa, como cuando, de forma sucinta, dijo Marx al preguntarle cuál era su lema favorito: de omnibus est dubitandum. No hay el menor atisbo de dogmatismo en este estado de ánimo y en este planteamiento, aunque la duda sólo concierne a los resultados (siempre provisionales) de la investigación y no a la potencial verdad contenida en la propia investigación. Estos resultados, juzgados según sus secuencias prácticas y a la luz de sus presupuestos, deben ser constantemente confirmados o modificados por la investigación en curso. Se trata, pues, de una duda optimista, basada en las ilimitadas posibilidades de la praxis social humana («la segunda naturaleza del hombre»), que, en última instancia, al igual que la tendencia a la emancipación, remite a sus fundamentos antropológicos primarios.
Cualquier teoría científica puede ser parcial o totalmente errónea, basándose en datos descubiertos o revelados posteriormente. Nunca hay que llegar a conclusiones prematuras, sino preguntarse si los datos son provisionales o más o menos definitivos (cf. la falsa conclusión que algunos sacaron en los años 50 y principios de los 60, basándose en la larga fase de prosperidad de la posguerra, de que el capitalismo tardío había superado definitivamente el peligro del desempleo masivo y que las crisis de sobreproducción ya no eran inmanentes a la sociedad burguesa)[5]. El rigor científico no significa impresionismo. El cuestionamiento de conocimientos parciales nunca podrá llevar a conclusiones científicas válidas si no implica también asumir la responsabilidad de las consecuencias de dicha revisión para el conocimiento global (ya se refiera a la época histórica, ya al modo de producción, a una clase social, a un fenómeno histórico como el Estado, etc.).
La diferencia entre la auténtica ciencia (incluido el socialismo científico) y el positivismo puro o el empirismo no radica en que la primera desprecie los datos empíricos y la segunda los tenga en cuenta. Reside en el movimiento permanente de la ciencia para buscar una comprensión que se caracterice por la coherencia interna, para tomar los datos importantes en su conjunto, en particular por el descubrimiento de su estructura interna y de sus leyes de desarrollo. El empirismo se caracteriza por su ceguera ante este problema y la superficialidad de su enfoque. El positivista sólo reconoce en la ciencia económica lo visible inmediato (precios, rentas, etc.) y considera que una teoría del valor, como la teoría del valor trabajo, que se plantea la cuestión de lo que determina y regula la dinámica de los precios a largo plazo, es «dogmática» y, por tanto, «no esencial». Ningún investigador de las ciencias naturales se atrevería a abordar los datos de la física o la biología de la misma manera superficial. Además, el positivista a menudo se cae de bruces incluso con respecto a lo inmediatamente legible cuando se enfrenta de repente a fenómenos imprevistos (por él) que cambian radicalmente su campo de visión, como la repentina subida del precio del oro en los últimos años. Este incremento se explica entonces simple y tautológicamente por la inflación, y no está relacionada con la dinámica diferenciada a largo plazo de la productividad media del trabajo en la minería del oro, por un lado, y en la industria y la agricultura, por otro (es decir, con el desarrollo económico general, cf. Mandel, El capitalismo tardío, cap. 16).
Marx era un erudito en el sentido más serio de la palabra. Basó su teoría científica, ya fuera de la economía (teoría del valor, teoría de la plusvalía, teoría del dinero, teoría del capital, teoría de los salarios, teoría de las leyes de evolución del modo de producción capitalista, teoría de las crisis, etc.), de la sociología o de la historia (teoría del materialismo histórico, teoría de las clases, del Estado y de la revolución, etc.), en un estudio meticuloso de todos los datos disponibles de la ciencia de su época. Como él mismo dijo, no hay nada más despreciable que el pseudocientífico que, para demostrar una tesis, oculta datos importantes o niega los hechos.
La principal fuerza del socialismo científico reside en que plantea un objetivo emancipador -la liberación del proletariado, del trabajo y de la humanidad en su conjunto de todas las condiciones indignas de la humanidad- como surgido del movimiento real de la sociedad y de la historia.
De las contradicciones internas del modo de producción capitalista, científicamente establecidas y atestiguadas por dos siglos de historia, contradicciones que ningún Estado, ninguna religión, ningún terror, ninguna sociedad de consumo puede eliminar, resulta, por una parte, una cadena de crisis sistémicas sucesivas en las esferas económica, social, cultural, política, militar, moral e ideológica, plenamente confirmada por el desarrollo histórico real. Por otro lado, existe una tendencia histórica hacia la organización del trabajo asalariado, uno de los presupuestos más importantes derivados del análisis marxista de la sociedad capitalista en particular. Sólo hay que buscar cuántas personas asalariadas estaban organizados en el mundo en 1847-48, cuántos en 1900, cuántos en 1948 y cuántos en la actualidad, para reconocer la exactitud de esta afirmación (¿quién sino Marx previó esto a mediados del siglo XIX?). No existe hoy ningún país en el mundo, ni siquiera la isla más pequeña del Pacífico, en las que exista el trabajo asalariado sin el resultado inevitable de una lucha de clases elemental entre el capital y el trabajo, sin que las y los asalariados intenten crear organizaciones elementales de autodefensa y de lucha.
La caída del capitalismo, la transición a una sociedad sin clases, la sustitución del régimen de coacción del trabajo por la libre asociación de las y los productores pueden ser los frutos de esta autoorganización y de esta ineludible y elemental lucha de clases del proletariado moderno. Así, el proyecto emancipador acoge, por primera vez en la historia, un sujeto revolucionario que posee las capacidades objetivas y subjetivas para hacerlo realidad. No es necesario insistir más en que se trata sólo de una posibilidad y no de algo inevitable. De lo contrario, la actividad de los socialistas en la educación, la organización, el estímulo de la conciencia de clase, la organización y la lucha de clases, que iniciaron los propios Marx y Engels, sería en gran medida inútil y en todo caso no sería fundamental.
El hundimiento del capitalismo es inevitable: ésta es la única certeza que se desprende del análisis marxiano de las contradicciones internas del sistema. Tras dos guerras mundiales, dos grandes crisis económicas, la de 1929-33 y la actual, nos parece una tendencia poco discutible. Pero este colapso puede conducir a dos resultados completamente opuestos: avanzar hacia el socialismo o retroceder a la barbarie. Tras la experiencia de Auschwitz e Hiroshima, en la era de la carrera armamentística nuclear y de la creciente amenaza para el ecosistema, no se trata de una fórmula propagandística, sino de un peligro real claramente definido.
La pertinencia del proletariado (y de la revolución proletaria) como sujeto revolucionario se basa en una serie de premisas de carácter científico igualmente confirmadas; la polarización de la sociedad entre la gente asalariada, por una parte, y un número cada vez menor de grandes, medianos y pequeños capitalistas que explotan el trabajo asalariado, por otra; la tendencia de los trabajadores y trabajadoras asalariadas a convertirse en la inmensa mayoría de la población trabajadora (ya más del 90% de la población trabajadora en EE UU, Gran Bretaña y Suecia); la tendencia a su homogeneidad interna en términos de ingresos, nivel de vida, condiciones de trabajo, el progreso de su organización sindical y el aumento de la amplitud de sus luchas de masas que se manifiestan al menos periódicamente.
Hasta aquí, el proyecto emancipador y los resultados del análisis científico de la evolución de la sociedad burguesa prácticamente se superponen a la perfección. A partir de este punto, pueden bifurcarse.
Si en lugar de una mayor maduración de las condiciones objetivas de la revolución socialista se produce una creciente putrefacción de estas condiciones; si se pone de manifiesto que a largo plazo (dejando a un lado los altibajos cíclicos), en la mayoría de los Estados capitalistas altamente industrializados, cuando no en todos, el número de personas asalariadas deja de crecer y disminuye, que su peso en la sociedad se reduce cada vez más, que su capacidad para paralizar eficazmente la economía y, por tanto, para tomarla bajo su dirección y gestionarla, disminuye constantemente, que el grado de organización retrocede (que, por ejemplo, en el año 2000 hay menos personas sindicadas que en 1948 o incluso que en 1900); que su capacidad de lucha disminuye y esto desde hace décadas, entonces debemos sacar la conclusión de que la construcción de una sociedad socialista sin clases se ha vuelto imposible. La recaída en la barbarie sería entonces inevitable. Porque nadie ha demostrado hasta ahora que exista en la sociedad actual un sujeto revolucionario distinto del proletariado que sea capaz, tanto desde el punto de vista de su poder objetivo como de sus intereses subjetivos y de su conciencia de clase, al menos potencial, de derrocar al capitalismo y construir una sociedad sin clases, sin propiedad privada, sin producción de mercancías, sin dinero, sin tendencias al enriquecimiento privado, sin competencia y sin Estado nacional soberano.
Aún no se ha aportado la prueba científica de que el socialismo sea imposible. Esta hipótesis no está avalada por la historia. Los datos empíricos no la confirmarían hasta dentro de muchas décadas. Pero, incluso si se corroborara esta hipótesis, no conduciría en absoluto a la extinción de las aspiraciones de emancipación. Hace dos mil años, los esclavos se sublevaban periódicamente contra la esclavitud, aunque en las condiciones de la época esto no podía conducir a la construcción duradera de una sociedad de hombres libres. Si en el futuro volvemos a caer en una sociedad bárbara, volverán a producirse revueltas contra la esclavitud y todas las demás condiciones inhumanas. Entonces sería el deber elemental de los marxistas luchar codo con codo con la ente esclava, clarificar sus objetivos de lucha, estructurar sus formas de lucha de la manera más eficaz posible, endurecer su voluntad de lucha, convertir en llama toda chispa de rebelión contra el envilecimiento, la degradación, la opresión, la explotación, la tortura… y esta revuelta es inevitable. Esto es lo que nos enseña toda la historia de la humanidad. Incluso si la ciencia demostrara que el socialismo científico, en su objetivo de lucha, ha conducido a una utopía y a un proyecto inalcanzable, seguiría fertilizando y estimulando las luchas elementales por la emancipación parcial y temporal de la humanidad explotada y oprimida. Incluso en este caso extremo -que creemos que no se realizará- Marx no habría pensado, buscado, descubierto y luchado en vano.
En un conocido pasaje de su prefacio a El capital financiero, Rudolf Hilferding llevó hasta la paradoja la tesis de la separación entre ciencia y compromiso socialista. Karl Korsch le respondió muy duramente en este sentido, en lo fundamental con razón, si bien en parte torció demasiado el palo en la otra dirección[6].
No hay nada que merezca la definición de ciencia proletaria. Sólo hay ciencia, que obedece únicamente a sus propias leyes, al margen de cualquier determinación directa de clase. ¿Qué otra cosa sería la ciencia en una sociedad sin clases? Sin duda, especialmente en las ciencias sociales (mejor: en las humanidades, en todas las ciencias que tratan aspectos de la existencia humana, incluidas la psicología y la medicina), los hombres y mujeres que realizan trabajos científicos en una sociedad de clases son hombres y mujeres socialmente determinados. Su pensamiento no sólo tiene una fuente científica pura, sino que se basa en presupuestos condicionados por la sociedad de clases. Por lo tanto, a menudo llevan anteojeras condicionadas por la sociedad en la que trabajan[7]. En la medida en que éste sea el caso (es decir, si puede demostrarse empírica y prácticamente; si no, se trata también de un prejuicio ideológico que refleja una falsa conciencia), sus pensamientos no son plenamente científicos, sino sólo parcialmente, y la o el investigador científico tiene que separar el grano científico de la paja ideológica. En otras palabras: no existe una ciencia burguesa. Hay científicos y científicas que son al mismo tiempo ideólogos burgueses. En la medida en que su actividad es científica, no es burguesa. En la medida en que es burguesa, no es científica.
Sería cuando menos problemático suponer que una persona científica atrapada en la ideología burguesa en la que está enredada, atrapada en el universo de pensamiento burgués, en los valores y prejuicios burgueses, hubiera sido capaz de elaborar una teoría completa y rigurosamente científica de la plusvalía, de las clases y del Estado. No se trata más que de un objeto de especulación abstracta. La historia ha demostrado que no ha sido así. La experiencia empírica demuestra que sólo la ruptura total con la sociedad burguesa, su ideología, sus valores y sus formas de pensamiento, hizo que Marx y Engels pudieran tomar una posición clara y total a favor del proletariado. Y sólo a partir de este compromiso con el proletariado, y sobre la base de la experiencia de la lucha de clases real del proletariado, fueron capaces de desarrollar una teoría rigurosamente científica de la plusvalía, las clases y el Estado.
En este sentido, existe un vínculo dialéctico indestructible entre ciencia y emancipación y, por tanto, también entre emancipación y ciencia, al menos en la sociedad de clases. Las ciencias sociales pueden empezar a desarrollarse independientemente de cualquier proyecto emancipador. Pero hasta ahora sólo el marxismo, unificando la ciencia social y el proyecto de emancipación, ha sido capaz de desarrollar una ciencia coherente que cuestione radicalmente todas las condiciones sociales inhumanas, explicando sus orígenes, su naturaleza profunda, su evolución y las condiciones de su decadencia.
Realpolitik y eficacia revolucionaria
En cierto sentido, las Tesis sobre Feuerbach de Marx, que aparecen como conclusión de La ideología alemana, representan el nacimiento del marxismo. Culminan con la famosa fórmula: «Los filósofos sólo han interpretado el mundo de diferentes maneras; lo que importa es transformarlo». Con esta fórmula, el pensamiento de Marx pasa de un proyecto de emancipación vagamente determinado antropológicamente a un compromiso práctico y político con la realización de tareas históricas precisas. El mundo sólo puede cambiar mediante la acción de hombres y mujeres concretos, tal como existen realmente: hombres y mujeres condicionados por su existencia social, ligados en la sociedad burguesa (como en cualquier otra sociedad de clases) a clases sociales específicas. La tarea práctica de abolir la esclavitud de la humanidad se transforma así en la tarea práctica de la política de clases: definir las condiciones en las que una o varias clases sociales pueden hacer efectiva la emancipación de la humanidad.
Así, mientras que la emancipación puede separarse marginalmente de la ciencia -es decir, seguiría siendo un proyecto aunque la ciencia demostrara que no es plena y sosteniblemente realizable- nunca puede, para Marx o para un marxista, separarse de la política, como tampoco puede separarse la política de ella, al menos si utilizamos el concepto de política en el sentido más amplio: cualquier actividad que desemboque en una acción colectiva para un cambio en el Estado y la sociedad hasta la realización de la sociedad sin clases y la desaparición total del Estado. Porque cualquier actividad emancipadora no política es sólo siempre una actividad emancipadora de individuos o de pequeños grupos, que por lo tanto sigue siendo elitista y niega en la práctica la posibilidad de la autoemancipación de las amplias masas, aunque se base en la propaganda a través de la acción.
La experiencia histórica ha demostrado que sólo la actividad revolucionaria de las amplias masas, en situaciones prerrevolucionarias o revolucionarias, permite a los hombres y mujeres eliminar radicalmente todas las situaciones de sometimiento y, al hacerlo, transformarse radicalmente a sí mismos[8]. Esta es la actividad de la política revolucionaria, que debe prepararse sistemáticamente y a largo plazo mediante una acción continua y, por tanto, mediante una organización continua, incluso en tiempos no revolucionarios. Y todo lo que va más allá de las aspiraciones de emancipación individual o de pequeños grupos (que, en la sociedad burguesa, están en cualquier caso condenados al fracaso), todo lo que concierne a la emancipación colectiva, es política emancipadora, socialista, revolucionaria.
En general, el criterio de la praxis se presenta como un medio para juzgar la naturaleza socialista de la política, la política que se desprende del socialismo científico. Este criterio es válido porque sólo la praxis puede decidir si una actividad política determinada («estrategia y táctica», por utilizar estos conceptos bastante manidos) y sus supuestos científicos subyacentes («análisis y perspectiva») nos acercan al objetivo, es decir, son eficaces. No hay otra forma de juzgar una política determinada que examinar sus resultados. El criterio de la praxis se basa, pues, en el criterio de la eficacia orientada al objetivo.
Pero, ¿cuál es este objetivo y con qué criterio debe medirse la eficacia? Aquí ya nos enfrentamos a grandes dificultades conceptuales y analíticas. ¿Es el objetivo simplemente el siguiente paso adelante? Pero, ¿y si este siguiente paso, una vez logrado, resulta ser un obstáculo mayor en el camino hacia el siguiente paso de lo que se suponía?
¿Es la meta simplemente el cambio de circunstancias o, simultáneamente, la automodificación del sujeto revolucionario, con el fin de escapar a la contradicción entre el materialismo mecanicista y el voluntarismo subrayada por la tercera tesis sobre Feuerbach? ¿Debe situarse el siguiente paso adelante al mismo nivel que la realización del objetivo final, o debe subordinarse a él? Esto plantea el complejo problema de la reforma y la revolución, del programa mínimo y máximo y de las categorías mediadoras de la transición, de los objetivos de transición (soluciones, programa de transición). Como sabemos, el movimiento obrero internacional lleva casi un siglo dividido sobre las respuestas a este problema. No parece que, hasta ahora, la praxis política haya llegado a una conclusión decisiva para poner fin a esta controversia de una vez por todas.
Hasta ahora, la política marxista siempre ha considerado irrealista e inviable el rechazo total de las maniobras, las tácticas, los compromisos y las retiradas temporales. Significaría enfrentarse con las manos desnudas a un adversario poderosamente armado. Pero lo contrario también es cierto. Las tácticas ilimitadas, las tendencias ilimitadas al compromiso, las maniobras sin principios, las retiradas prolongadas, la acomodación fatalista a la relación de fuerzas (que siempre parece desfavorable), el abandono total de la autoactividad, de la iniciativa, de la propia acción de clase, no conducen a ninguna parte, es decir, no nos acercan ni un milímetro a la meta y producen derrotas duras y duraderas.
La política marxista tiene poco en común con el maquiavelismo puro, es decir, con la Realpolitik vulgar, aunque sólo sea porque el objetivo de la emancipación no es un objetivo limitado, sino radical: derrocar todas las relaciones en las que se encuentra el ser humano como ser disminuido, alienado. Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg y muchos otros políticos marxistas han planteado, de manera estricta y precisa, la tesis de que sólo conducen a la meta aquellos medios, tácticas, compromisos, maniobras, que no disminuyen, sino que elevan, el nivel general de la conciencia de clase del proletariado, su espíritu revolucionario, su voluntad de lucha, la confianza en sí mismo y su capacidad de vencer[9].
Desde este punto de vista, la fórmula utilizada por muchos marxistas de la unidad de fines y medios es, cuando menos, imprecisa y, por tanto, errónea. Presupone una unidad mecánica cuando se trata de una unidad de contrarios que debe juzgarse por los resultados en un plazo variable. Algunos medios pueden no conducir al objetivo histórico porque lo contradicen (porque, citando de nuevo la fórmula leninista, rebajan la conciencia de clase media o general de los trabajadores, aunque logren un objetivo coyuntural). Otros medios, que conducen a éxitos parciales y coyunturales, tienen repercusiones a largo plazo tan desastrosas que nadie habría recurrido a ellos de haberlos conocido antes (por ejemplo, las repercusiones a largo plazo de la colectivización forzosa de la agricultura por Stalin en el comportamiento social del campesinado ruso que, a día de hoy, es decir, medio siglo después, aún no se han superado).
La mayoría de las veces, lo que se esconde tras los atajos pseudo realistas de los políticos que se proclaman marxistas no es sólo una pronunciada ceguera ante determinados problemas, sino también una asombrosa incapacidad para llevar a cabo un análisis científico crítico. Cuando, por ejemplo, Rudolf Hanke escribe que la industrialización acelerada de Rusia a finales de los años veinte sólo fue posible gracias a la burocracia (cf. Correspondencia Brandler-Deutscher, en Unabhängige Kommunisten, Berlín, 1981), se trata de una mera declaración de principios: en absoluto de un juicio científico bien fundado, a menos que se caiga en el historicismo apologético según el cual todo lo que sucedió estaba destinado a suceder (según la misma lógica, Hitler habría sido la única salida posible de la crisis de la República de Weimar o de la crisis económica alemana de 1930-33).
El marxismo, por el contrario, ve la historia, en la mayoría de las situaciones, como un abanico limitado de posibilidades. Cambios relativamente menores en las relaciones de poder económicas, sociales, políticas y organizativas entre las diferentes clases, capas sociales y fuerzas políticas pueden producir resultados totalmente diferentes. De lo contrario, repitámoslo, la política revolucionaria carecería de sentido y sería en gran medida una pérdida de tiempo.
Nadie ha dado hasta ahora pruebas de que una acumulación socialista primitiva extendida a lo largo de la década 1923-1933, (en lugar de concentrarse en los años 1928-1932) como proponía la Oposición de Izquierda con sus grandes expertos económicos Preobrazhensky y Pyatakov, hubiera sido imposible o no hubiera conducido a resultados totalmente diferentes. Tal variante de la acumulación socialista primitiva podría haberse realizado sin colectivización forzosa y sin terror contra el campesinado (con sólo una tributación soportable para el campesinado rico y los comerciantes privados) y, sobre todo, sin disminución del nivel de vida de los trabajadores y trabajadoras, es decir, sin las terribles tensiones sociales de los años 1930-33 que condujeron al terror de masas y a la Jezhovshchina. Una industrialización de este tipo se habría apoyado, desde un punto de vista sociopolítico, en la masa trabajadora y no en la burocracia. Habría podido conducir a una reactivación de la democracia de los consejos y no a la dictadura totalitaria de la burocracia.
El problema de las variantes políticas no sólo conduce a la comprensión del necesario pluralismo político en el movimiento obrero, precisamente porque sólo la praxis puede demostrar quién tiene razón y quién se equivoca (ni el partido, ni el comité central, ni el presidente, ni el secretario general tienen «siempre razón; sólo el pluralismo garantiza una rápida corrección de los inevitables errores), es decir, conduce a la comprensión del vínculo orgánico entre la democracia socialista proletaria y la construcción del socialismo, que no representa una obligación ética sino eminentemente política. También culmina en la famosa frase de Friedrich Engels, en una carta a August Bebel: «El partido necesita la ciencia socialista, y la ciencia socialista no puede vivir sin libertad de movimiento».
En otras palabras: la autonomía de la ciencia, la libertad de la ciencia para exponer brutalmente las contradicciones de una situación dada y sus desarrollos, sin embellecer ni glosar nada que no convenga al partido, basándose en criterios de verdad firmemente científicos y en contenidos estrictamente científicos, no es un lujo para tiempos mejores. Es la condición previa absoluta para una política verdaderamente socialista. Esto no debe entenderse en el sentido de que las personas cultas y competentes deban dictar la política socialista a las masas incultas. Por el contrario, debe entenderse en el sentido de proporcionar a estas últimas todos los elementos de análisis indispensables para el proceso de toma de decisiones por las propias masas[10].
Toda esta problemática vuelve así, en última instancia, al tema de la emancipación. La naturaleza particular de la revolución socialista y de la sociedad sin clases, que sólo puede realizarse como un proyecto consciente y no como un desarrollo puramente orgánico de la sociedad burguesa; la naturaleza particular del propio proletariado que, por primera vez en la historia, tiene que cambiar la sociedad partiendo de una situación de clase económicamente dominada, y no de una clase ya dominada económicamente (y que para ello tiene que conquistar el poder político): todo esto significa que este objetivo sólo puede alcanzarse mediante la autoorganización y la autoactividad de las amplias masas proletarias.
Esto no contradice el plan leninista de un partido de vanguardia, hecho necesario por la diferenciación social del proletariado y su conciencia, así como por la discontinuidad de la actividad de las masas. Pero esto implica, como dijo Lenin en 1909, que tal plan sólo puede realizarse en el contexto concreto de una clase social efectivamente revolucionaria, ganada en su mayoría (y no forzada administrativamente) a un programa determinado, a una estrategia determinada, a una política determinada.
Emancipación, ciencia y política se combinan así en todos los niveles del marxismo: en el nivel de la teoría pura; en el nivel de la teoría aplicada; y en el nivel de la praxis política cotidiana. Sólo esta política corresponde a los criterios marxistas y se basa en la elevación de la conciencia de clase, la autoconfianza y la capacidad de acción de las amplias masas. El espíritu del marxismo se resume mejor en la segunda estrofa de la Internacional: «No hay salvador supremo, Ni Dios, ni César, ni Tribuno, Productores, salvémonos a nosotros mismos, Decretemos la salvación común».
Actuel 1983
Traducción: viento sur
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Notas:
[1] Dos citas bastarán: «Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha dejado de ser la gran fuente de riqueza, el tiempo de trabajo deja necesariamente de ser su medida y, en consecuencia, el valor de cambio deja de ser la medida del valor de uso. El sobretrabajo de la masa ha dejado de ser la condición para el desarrollo de la riqueza general, del mismo modo que el no-trabajo de unos pocos ha dejado de ser la condición para el desarrollo de los poderes universales del cerebro humano. Esto significa que el flujo de producción basado en el valor de cambio y el propio proceso de producción material inmediato pierden la forma de escasez y contradicción. Es el libre desarrollo de las individualidades, donde el tiempo de trabajo necesario no se reduce a poseer trabajo excedente, sino donde el trabajo necesario de la sociedad se reduce a un mínimo, al que corresponde la formación artística, científica, etc., de los individuos a través del tiempo liberado y de los medios creados para todos ellos» (Manuscritos de 1857-58 (Grundrisse), París, Ed. Soc, Como fanático de la valorización del valor, él (el capitalista) obliga sin piedad a la humanidad a la producción por la producción y, por tanto, al desarrollo de las fuerzas productivas sociales y a la creación de las condiciones materiales de producción que son las únicas que pueden constituir la base real de una forma social superior, cuyo principio fundamental es el desarrollo completo y libre de cada individuo» (Das Kapital, Band I, p. 618, Marx-Engels Werke, traducción ligeramente abreviada en El Capital, Libro 1, volumen 3, p. 32, París, Editions Sociales, 1950 – subrayado de E.M). Qué absurda parece, a la luz de estas citas de innumerables pasajes similares, la manida afirmación de que Marx, los marxistas, los socialistas o los comunistas, querrían transformar a la humanidad en un «hormiguero gris de esclavos del trabajo»…
[2] El mejor ejemplo es Karl POPPER, The Open Society and its Enemies, Londres, 1945.
[3] Por supuesto, esto no significa que Marx y Engels nunca se equivocaran en la cuestión de la emancipación extendida a otros sectores que no fueran la clase obrera. La negativa de Engels a reconocer el derecho a la autodeterminación nacional y a la existencia nacional de los pequeños pueblos eslavos no resiste una crítica objetiva (cf. Roman ROSDOLSKY, El problema de los pueblos sin historia). Esto también se aplica al juicio de Marx de que la pérdida de California por los mexicanos perezoso» fue un paso adelante.
[4] Es interesante observar que los ideólogos reaccionarios antisocialistas, como el disidente ruso Igor Chafarevich (Le Phénomène socialiste, París, 1977), no comprenden la posición marxista a favor de todas las luchas de liberación de las clases sociales explotadas en el curso de la historia, independientemente de que estas luchas tengan o no alguna posibilidad de éxito inmediato. Afirman basarse en principios morales. Pero no parecen comprender que para un marxista sería profundamente inmoral proclamarse neutral ante el levantamiento de los esclavos contra la esclavitud. Pues tal neutralidad implicaría una aceptación de facto de la esclavitud al igual que la negativa a condenar el Gulag implica una aceptación de facto del Gulag.
[5] Podríamos citar a innumerables autores. Baste mencionar a John Strachey, El capitalismo contemporáneo (1956); Ehrenberg, Zwischen Markt und Marx (1974); y Baran y Sweezy, Le capitalisme monopoliste, París, Maspero, 1968. Véase, a contrario, Ernest Mandel, El capitalismo tardío (1972).
[6] «Mostrar cómo se determina la voluntad de clase es, según la concepción marxista, la tarea de la política científica, es decir, de la política que describe las relaciones causales. Al igual que su teoría, la política del marxismo no implica juicios de valor». Y más adelante: «Pero la comprensión de la necesidad del socialismo, no es en absoluto el producto de juicios de valor, ni una incitación a una determinada conducta. (…) Se puede estar perfectamente convencido de la victoria final del socialismo y ponerse al servicio de quienes lo combaten» (El Capital financiero); véase también K. Korsch, Marxismo y filosofía.
[7] El mejor ejemplo es el de uno de los más grandes pensadores de todos los tiempos, Aristóteles, que no pudo liberarse de la ideología de la «no humanidad» de los esclavos (¿deberíamos decir, como los nazis, su «infrahumanidad»?) destilada por la sociedad esclavista en la que vivió.
[8] “Que, tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una trans- formación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguir- se mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases (Marz y Engels, La ideología alemana, op. cit. p. 82).
[9] Véase V. I. Lenin, La enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo.
[10] Evidentemente, somos conscientes de que estas fórmulas no bastan para resolver todos los problemas de la táctica política a la luz del marxismo. Pero son indispensables para establecer el marco general en el que se elaboran esas soluciones.
Tomado de Viento Sur
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La huelga general. Cuestiones estratégicas
Este texto es la transcripción de una presentación de Ernest Mandel en un curso de formación (fecha desconocida).
Si hablamos de huelga general es porque creemos que la huelga general es el modelo más probable de revolución socialista en los países imperialistas. Evidentemente, no es el único modelo posible y, de partida, presupone la confirmación de una serie de hipótesis; a saber: la ausencia de una guerra mundial en los próximos años, la ausencia de una victoria del fascismo o de una dictadura militar-semifascista en los países imperialistas y el mantenimiento de aproximadamente las mismas relaciones de fuerzas que se establecen actualmente entre las y los y el capital en estos países. Estas relaciones de fuerzas son abrumadoramente favorables a la clase obrera como nunca lo han sido en el pasado, es decir, entre el 80 y el 85%, y en algunos países el 90%, de la población es asalariada.
Evidentemente, estos supuestos de partida no están garantizados de una vez por todas. Los camaradas saben lo que nuestro movimiento dijo y aprobó en el X Congreso Mundial (de la IV internacional), pero mientras nos mantengamos dentro de un plazo razonable, los próximos años para los que nos estamos preparando, creemos que, probablemente,estos supuestos de partida se mantendrán.
En la adopción de estas hipótesis de partida no hay una especulación sino un razonamiento, una lógica interna: estamos convencidos de que un cambio cualitativo en los tres ámbitos que he indicado anteriormente sólo es posible si previamente se ha producido una derrota muy fuerte de la clase obrera.
Por tanto, nuestro razonamiento es que esta derrota presupone que el actual ascenso hacia la huelga general termine negativamente. Así pues, está perfectamente justificado analizarcuáles son las posibilidades de que este ascenso obrero, que conduce a una huelga general termine en victoria; es decir, de evitar la derrota. También está perfectamente justificado analizar las modificaciones de las condiciones que permiten transformar una huelga general en victoria de revoluciones socialistas.
Origen de la huelga general como modelo de la revolución socialista
No es la primera vez en la historia del movimiento obrero que la problemática de la huelga general se sitúa en el centro del debate sobre el modelo de la revolución socialista. El primer debate sobre este tema tuvo lugar a finales del siglo XIX y fue introducido por las tendencias anarquistas, especialmente anarcosindicalistas (sindicalistas-revolucionarias), en oposición firme a la táctica socialdemócrata adoptada entonces por la mayoría de los marxistas, que era la lucha electoral y parlamentaria.
En aquel momento, los marxistas hicieron una crítica de las tesis anarcosindicalistas que, en gran parte, mantiene son correctas y que no estamos dispuestos a abandonar. La parte esencial lo correcto de la crítica marxista a esta tesis de la huelga general sindicalista-revolucionaria es que subestima el problema del poder político y cree que basta con que la clase obrera deje de trabajar en el plano económico y asuma la dirección de las empresas bajo su propia dirección en la actividad económica para que la sociedad burguesa se derrumbe. Hay una subestimación grave, incluso catastrófica, del problema del Estado, del problema del gobierno, del problema del armamento y de la necesaria transformación de la huelga general en insurrección. Toda esta parte de la crítica marxista a la vieja tesis de la huelga general sigue siendo evidentemente correcta: una huelga general no basta para derrocar el sistema capitalista.
Pero una huelga general puede ser el comienzo de la revolución socialista. En lo que respecta a esta parte de la tesis sindicalista-revolucionaria, la historia del siglo XX en los países imperialistas ha dado un veredicto que es absolutamente concluyente: la huelga general en un país industrializado puede ser, y probablemente será, el comienzo de una revolución socialista. Y lo que los marxistas, sobre todo los futuros reformistas, decían al respecto a finales del siglo XIX, y que se resumía en la famosa fórmula de los sindicatos socialdemócratas alemanes: «La huelga general es una idiotez general», es decir, que la tesis de que la huelga general es imposible en un régimen capitalista, se ha revelado totalmente falsa. Toda esta parte del razonamiento clásico de los socialdemócratas ha demostrado ser absolutamente incorrecta en el curso de la historia del movimiento obrero del siglo XX.
¿Cuál era el razonamiento, si es que había algún razonamiento y no sólo la mala fe de gente ya integrada en el régimen capitalista? ¿Cuál era el razonamiento de este argumento socialdemócrata?
Era una visión absolutamente mecanicista de la supuesta simultaneidad de toda una serie de procesos: decían que para que una huelga general tuviera éxito, todos los trabajadores tenían que estar organizados, tenían que ser socialistas, y que,si todos los trabajadores eran socialistas y estaban organizados, no necesitaban una huelga general, porque tendrán la mayoría en el parlamento y el poder en el Estado. Tal era el razonamiento. Evidentemente, esta supuesta simultaneidad en los tres procesos de capacidad de lucha, organización y conciencia es totalmente falsa: una clase obrera todavía minoritariamente organizada y minoritariamente socialista se ha mostrado históricamente capaz de hacer una huelga general. No hay ninguna coincidencia necesaria entre estos tres fenómenos.
El error metodológico que subyace a esta concepción mecanicista es la subestimación extremadamente decisiva de la acción como fuente de conciencia. Es la idea de que primero hay que convencer individualmentea los trabajadores y trabajadoras sobre la base de la propaganda para que sean capaces de alcanzar un determinado nivel de conciencia, mientras que la experiencia ha demostrado que es precisamente a través de las grandes huelgas políticas de masas, de las huelgas generales, como toda una fracción de la clase obrera, que no puede acceder a la conciencia de clase por la vía individual de la educación y la propaganda, despierta o es despertada a esta conciencia de clase, la alcanza y se vuelve extremadamente combativa.
El resultado de este error ha sido una constante en el debate entre la izquierda y la derecha del movimiento obrero en Europa desde principios de siglo. Un debate en el que Rosa Luxemburg desempeñó un papel decisivo, incluso antes que Lenin o Trotsky: ella comprendió que la división de la clase obrera en una vanguardia organizada y una retaguardia no organizada representa una visión muy simplista y estrecha de la realidad. Es cierto que hay una vanguardia organizada y que hay obreras y obreros no organizados, pero, al menos, es necesario introducir un tercer elemento en este análisis para comprender la realidad: existe esa parte de obreras y obreros no organizados que, en la lucha de masas, puede superar a toda una fracción de la clase obrera organizada que, dada la burocratización de las organizaciones obreras, tendrá tendencia a seguir en la lucha las consignas de la burocracia y dejará de estar en la vanguardia en la lucha.
Esta tesis de Rosa Luxemburgo ha sido malinterpretada como una tesis espontaneísta, lo cual no es del todo cierto; hay un elemento de espontaneísmo, pero sólo un elemento, es decir, la comprensión de que «organizado» no es necesariamente lo mismo que «avanzado», lo cual es obvio incluso hoy en día, nadie lo discutirá. Rosa Luxemburgo no era en absoluto hostil a la organización. Estaba muy a favor de la organización, de la organización revolucionaria. Simplemente entendía que no hay identidad entre organización y vanguardia necesariamente en todo momento y especialmente en el momento de una huelga general.
Lenin tardó unos años en entender esto, pero lo entendió a partir de 1914. Y es significativo que algunos socialdemócratas le atacaran después de esa fecha diciendo: «Pero vosotros destruís la organización, es una revisión de todo lo que habéis defendido durante 20 años» y él contestó en uno de sus artículos polémicos contra la socialdemocracia internacional: «a partir de un cierto estadio de degeneración, algunas formas de organizaciones burocratizadas pueden ser obstáculos reales, y los trabajadores no organizados pueden conocer un nivel de conciencia más elevado que las personas que permanecen prisioneras de organizaciones burocratizadas. Entonces, hay que construir una nueva organización. La Segunda Internacional ha muerto, hay que construir la Tercera Internacional». Y Trotsky, tras la victoria de Hitler, después de decidir que los partidos de la III Internacional se habían vuelto irreformables encontró argumentos casi idénticos a los que utilizóLenin después de 1914 y a los queya había utilizado Rosa Luxemburg en los años 1905-1914 en Alemania para defender la misma tesis.
Pasemos a la problemática de la huelga general tal como se plantea hoy. Y abordémosla primero de manera analítica, no histórica. Trataremos de analizar el mecanismo de una huelga general y veremos una docena de elementos que nos permiten proyectar idealmente su progresión incluso hasta la victoria de la revolución socialista. En la última parte de la presentación, retomaré algunos ejemplos históricos importantes, especialmente del movimiento obrero belga, y señalaré en cada ocasión los factores que faltaron para que se produjera este transcrecimiento.
¿Qué es una huelga general?
El primer rasgo característico de una huelga general y quizá el más difícil de definir de forma totalmente precisa: ¿qué distingue una huelga general de una simple huelga muy amplia? Es difícil porque, de forma puramente cuantitativa, no podemos responder a la pregunta. Evidentemente, una huelga general no es una huelga en la que participan todas las y los trabajadores; ¡nunca ha existido y nunca existirá! Y esperar a que el último trabajador o trabajadora participe en la huelga para llamarla huelga general es absurdo. Hablamos de la huelga general en Bélgica en 1960, y con razón: digamos que hubo un millón de huelguistas, esa es la cifra que barajamosaunque creo que es algo exagerada. Evidentemente en Bélgica hay más de un millón de trabajadores, hay dos millones y medio, pero el término estaba perfectamente justificado.
¿En qué se diferencia una huelga general de una simple huelga muy extendida?
Algunas de sus principales características son
- Que es ampliamente interprofesional, no sólo en la participación, sino también en los objetivos.
- Que va mucho más allá del sector privado, incluyendo elementos decisivos de todos los trabajadores y trabajadoras de los servicios públicos, de modo que paraliza no sólo las fábricas, sino también toda una serie de instituciones estatales: ferrocarriles, gas, electricidad, agua, etc.
- Y que el ambiente es inasible pero es quizás el factor más importante; que se crea en el país un ambiente de enfrentamiento global entre las clases, es decir que no es un enfrentamiento entre un sector de la patronal y un sector de la clase obrera, sino que todas las clases de la sociedad tienen la impresión de que es un enfrentamiento entre la burguesía en su conjunto y la clase obrera en su conjunto, aunque la participación de los trabajadores en esta huelga no sea del l00% o del 90%.
Os habréis dado cuenta de que no he añadido otra característica que muy a menudo añaden tanto las y los militantes como las y los teóricos marxistas que se ocupan de esta cuestión. No he dicho que una huelga sólo es general si plantea reivindicaciones políticas. ¿Por qué? Una huelga general es objetivamente política, porque implica unenfrentamiento con la burguesía en su conjunto y con el Estado burgués, pero no es necesario que sea consciente de ello desde el principio. Hay un gran ejemplo histórico en Europa, quizás el mayor antes de mayo del 68, que lo confirma, que es el ejemplo de junio del 36, donde no se plantearon reivindicaciones políticas, donde las y los obreros ocuparon las fábricas y plantearon, aparentemente sólo, reivindicaciones de tipo económico (reducción de jornada, vacaciones pagadas, etc.);pero el propio Trotsky y todos quienes, con un poco de honestidad, examinaron este movimiento, eran muy conscientes de que, en el fondo,aquellos obreros y obreras reivindicaban infinitamente más de lo que eran capaces de articular. Y sería un gravísimo error juzgar la naturaleza de una huelga en función de la capacidad de expresión consciente de quienes la llevan a cabo en un momento dado.
Creer que una huelga sólo es general si plantea reivindicaciones políticas es como decir «una huelga sólo es general si quienes la dirigen y expresan sus reivindicaciones son conscientes de todo lo que implica». Esto restringe de forma muy peligrosa la aplicación del concepto de huelga general. La conclusión que se desprende es que la vanguardia revolucionaria intenta desde el principio del movimiento expresar su naturaleza política, los objetivos que van más allá de los objetivos económicos o los específicos de cada sector, y que su esfuerzo de politización debe ser común.
La huelga general pasiva
Hay algunos ejemplos de huelga general pasiva en la historia, e incluso algunos muy brillantes: la mayor huelga general que jamás hemos conocido en Europa occidental, la más eficaz, fue la huelga general de la clase obrera alemana contra el putsch del general Kapp en 1920, que, en su resultado, fue absolutamente eficaz; paró toda la vida económica y pública, pero fue pasiva: las y los obreros no ocuparon las fábricas, se fueron a casa, salvo en algunas regiones y algunos casos excepcionales.
Hay que distinguir una huelga general en gran parte pasiva, en la que se deja de trabajar, de una huelga general con ocupación de fábricas que, evidentemente, es un enorme paso adelante (dejaré de lado los aspectos económicos, volveré sobre ellos después) porque permite reunir la fuerza de la clase. Una huelga general pasiva es una huelga que dispersa la fuerza de la clase: cada obrero se va a su casa. No pueden tocarlo, no pueden hablar con él.
Una huelga general con ocupación significa cientos de miles o, según el tamaño del país, millones de obreras y obreros reunidos en las fábricas, con quienes se puede hablar todo el tiempo, que tienen una fuerza y una cohesión de clase cualitativamente superiores, evidentemente, a las de una huelga general en la que cada uno se queda en su casa.
La conclusión aquí es práctica: propagamos de forma sistemática, solo basta leer nuestra prensa, la idea de ocupación; y el modelo de huelga general del que intentamos convencer a la vanguardia es una huelga general con ocupación de fábricas. Volveré más adelante sobre algunos aspectos organizativos extremadamente importantes que sederivan de la ocupación y que son elementos decisivos para transformar una huelga general con ocupación en una plataforma de partida para una verdadera revolución.
La huelga general activa
La idea de la huelga general activa es también una idea de origen anarcosindicalista -hay que reconocer el mérito a quien lo merece-, pero puede decirse que los sindicalistas-revolucionarios han llevado a la práctica muy pocas experiencias, muy pocas aplicaciones a esta idea, salvo, claro está, en España durante la revolución de 1936.
¿Qué significa esta idea? Los obreros no sólo ocupan la fábrica haciendo una fiesta, como se hizo en Francia en junio del 36 o más ampliamente en mayo del 68, es decir, no sólo tienen debates, o van al cine o juegan a las cartas ; eso es lo que vimos cuando llegamos a Cockerill, ocupada por las los asalariados (por primera vez en la historia de Bélgica, hubo una huelga con ocupación: Diciembre 71-Enero 72): recibieron a una delegación oficial de la LRT (sección belga de la IV Internacional]; cuando les vimos jugando a las cartas, nos quedamos un poco decepcionados. Está bien ocupar, pero evidentemente se trata del nivel más elemental de ocupación.
Por tanto, ¿qué significa huelga activa? Significa que los propios trabajadores y trabajadoras organizan la producción bajo su propia dirección. En el pasado, aparte de la experiencia de la revolución española de 1936, que no fue sólo una huelga general, sino una verdadera revolución, hay muy pocos ejemplos. Ahora hay un punto de inflexión importantísimo en la clase obrera de Europa occidental: Lip en Francia, Clyde en Inglaterra yGlaverbel en Bélgica muestran que sectores de vanguardia de la clase obrera empiezan a abrirse a la idea de que cuando ocupas una fábrica puedes hacer algo más que la animación cultural o jugar a las cartas, que puedes organizar tú mismo la dirección de la empresa, es un paso enorme.
Nosotros damos tanta importancia a estos ejemplos, no porque creamos en la posibilidad de construir el socialismo en una sola fábrica, sino porque creemos que estos ejemplos, que aún son aislados, pueden ampliarse y generalizarse en caso de huelga general. Y una huelga general en la que las y los obreros de todas las fábricas hagan lo que hicieron en Lip o en Glaverbel, ¡eso es algo totalmente diferente! Es un nivel histórico cualitativamente superior a todo lo que hemos conocido en el pasado como huelga general. Sin embargo, hay que desconfiar de cualquier razonamiento mecanicista y darse cuenta de que el paso a la huelga activa parte de puntos de motivación o de conciencia muy diferentes. El mejor caso es aquel que expresa la voluntad más o menos consciente de los trabajadores y trabajadoras de apropiarse de los medios de producción, es decir, de destruir el capitalismo. Si ocurre eso, obviamente nos alegramos mucho.
Pero hay otras variantes posibles. Me gustaría exponer dos de ellas:
- El paso a la huelga activa puede ser el resultado de lo que podríamos llamar la lógica interna de la huelga general, es decir, la simple voluntad de que la huelga general tenga más éxito. La huelga activa puede llegar a ser necesaria a través de una motivación derivada del método de lucha, de querer hacer la lucha más eficaz, independientemente de sus objetivos a más largo plazo. Cito algunos ejemplos que surgen a menudo cuando se expone el tema y que están relacionados con la experiencia de Mayo del 68 en Francia:
- Es evidente queen una ciudad muy grande,una huelga general de transportes, que es una huelga pasiva, se convierte en un factor de desorganización de la huelga a partir de un determinado momento: si los metros, los autobuses, los ferrocarriles de cercanías dejan de funcionar en una ciudad como Londres, París o Roma, significa que la clase obrera ya no puede reunirse, que es imposible que la gente recorra 20, 30 o 50 kilómetros para reunirse en una manifestación. Entonces puede surgir la idea, y debe ser defendida por las y los revolucionarios, de que la huelga general de transportes se mantiene para desorganizar y paralizar la vida económica burguesa,pero quecuando la clase obrera convoca una manifestación central en la ciudad, el transporte funciona para llevar a los trabajadores y trabajadoras a la manifestación, y sólo con este fin, bajo el control del comité de huelga que garantiza que el transporte funcione sólo con este fin.
- Otro ejemplo, superior en la medida en que toca lo más sagrado de la sociedad capitalista: una huelga general en los bancos, cajas de ahorro, etc. Es un instrumento vital para paralizar la vida económica burguesa, pero si la huelga se prolonga, esa huelga pasiva se vuelve contra los obreros y obreras. En efecto, un gran número de trabajadores y trabajadoras tienen sus pequeños ahorros en un fondo, en las cajas de ahorro de las organizaciones obreras (mutualidades, cooperativas) o en la cuenta de cheques, y si no pueden tocar este dinero, su capacidad de resistencia financiera se reduce. En una huelga general activa, la y los empleados de las organizaciones financieras abren las ventanillas a determinadas horas bajo el control de su comité de huelga y entregan una determinada cantidad de dinero a la y los huelguistas previa presentación de un papel que acredite que son huelguistas. Y esto es muy importante: significa que las y los asalariados empiezan a administrar el sistema bancario y financiero.
- Otra motivación para la huelga activa en el marco de la huelga general, proviene de lo que podríamos llamar la lógica económica de la huelga general. Esta lógica paraliza toda la vida económica. Pero toda vida económica paralizada durante mucho tiempo (unos días no es nada), plantea problemas vitales, inmediatos, a las y los propios huelguistas. Tomemos el ejemplo más estúpido que se citasiempre: una huelga general absolutamente total que dure una semana significa que ya no hay pan, que la gente no tiene nada que comer. Evidentemente, esto se vuelve completamente contraproducente, como se dice en italiano. A partir de un determinado momento tienen que empezar a funcionar mecanismos que admitan, bajo la dirección de los trabajadores, un mínimo de funcionamiento para que sea posible la supervivencia física de la clase obrera. Ya se han aplicado ejemplos marginales que son bien conocidos y muy importantes: en Bélgica, las y los trabajadores de Gazelco (gas, electricidad) aplican desde hace mucho tiempo la norma de que en caso de huelga, la distribución de electricidad para cortar la corriente a las empresas, administraciones públicas, bancos, etc. y evitar que se corte la corriente a los hogares, está bajo su responsabilidad, porque se corre el riesgo de dividir a la clase obrera, ya que la huelga será impopular en algunos sectores de la clase obrera. En cambio, si se mantiene la producción, pero controlada por las y los huelguistas, que velan por que se mantenga el efecto de paralización de la vida económica sin que se perturbe indebidamente el interés de la masa de consumidores, la eficacia de la huelga aumenta considerablemente.
El mismo razonamiento se aplicó durante mayo del 68 a pequeña escala, sobre todo en la ciudad de Nantes -no hay que subestimar la importancia de estos pequeños ejemplos; cuando comités de huelga, grupos de obreros vanguardistas quisieron organizar el abastecimiento de la y los huelguistas asegurando un intercambio de productos con los campesinos y campesinas, lo que implicaba la reanudación o el mantenimiento de la producción y la liquidación de las existencias (todo tipo de actividades económicas), bajo la dirección de los huelguistas, para tener suficiente para comer.
Todavía podemos mencionar un caso marginal quesi bien no es importante para el desarrollo de las grandes luchas obreras, en el futuro, dada la tendencia general de la evolución económica, puede llegar a ser cada vez más importante, y es lo que ocurre hoy en Inglaterra con la huelga de enfermeras. Es una huelga muy delicada porque es una huelga asistencial y las y los pacientes podrían ser maltratados o morir: esto sería radicalmente impopular entre la amplísima opinión pública y sería utilizado por la burguesía en su campaña contra el derecho de huelga, los sindicatos y la militancia obrera. Así que las enfermeras tuvieron que buscar formas de huelga que evitaran perjudicar a las y los pacientes y, al mismo tiempo, mostraran su capacidad de golpear a la administración del Ministerio de Sanidad. Una de las soluciones aplicadas (ya ha habido otros casos del mismo tipo) fue hacer huelga de pago, es decir, atender a todo el mundo, pero no registrar nada, ni llevar la contabilidad, ni hacer pagar a nadie. ¡Esto es extremadamente popular! ¡Con la eficiencia financiera y la desorganización administrativa requeridas!. Otro aspecto, aún más avanzado, es que ,en algunas ciudades inglesas, grupos de trabajadoras y trabajadores, entre otros metalúrgicos y transportistas, han apoyado esta huelga y han propuesto ir a la huelga por la causa de las enfermeras. ¡Es un paso adelante muy importante en la solidaridad de clase!
¿Qué importancia tiene esto? ¿Por qué he sacado a colación estas anécdotas? No por su importancia, no creemos en la irrupción de la conciencia comunista en un hospital, en la organización del socialismo en una sola fábrica, sino porque creemos que la multiplicación de estos ejemplos y su popularización crean las condiciones que preparan su generalización en una huelga general.
Y hay que decir que todavía no hemos visto una sola huelga general en Europa en la que esos ejemplos se generalicen efectivamente y que suponga un cambio total: hay que hacer un esfuerzo de imaginación para visualizar lo que sería una huelga general más o menos total como la de mayo del 68, en la que la mayoría de los sectores de la clase obrera, en el sentido más amplio del término, aplicaran todas esas técnicas: sería el principio de una revolución social. Y por eso pongo todos estos ejemplos, más bien anecdóticos y fragmentarios. Lo importante no está en la fragmentación y la anécdota, sino en la popularización del ejemplo para cambiar un poco la mentalidad. Una vez que cada vez más sectores de la clase trabajadora entiendan esta cuestión, puede nacer algo totalmente nuevo y para eso es para lo que estamos en ello.
Huelga general autodirigida o dirigida por las organizaciones obreras tradicionales
Nueva problemática: ¿es necesaria una huelga general dirigida de forma más o menos burocrática por las organizaciones obreras tradicionales o una huelga general autogestionada, es decir que libere la autonomía obrera mediante la aparición de organizaciones de base que dirijan la huelga? No insisto porque los camaradas conocen esta problemática y no dejamos de desarrollarla en nuestra propaganda e incluso en nuestra agitación cotidiana. Pero hay que insistir en un hecho: no estamos desarrollando unaposición sectaria. Si actuamos a favor de la huelga general (y, en general, de cualquier huelga) gestionada por los propios trabajadores, no es porque no nos gusten los dirigentes de la FGTB o de la CSC [sindicatos belgas]. Incluso si la dirección de la CSC o de la FGTB estuviera compuesta exclusivamente por miembros de la IV Internacional, seguiríamos estando a favor de formas autogestionadas de huelga porque creemos que sólo creando comités de huelga elegidos en las empresas, sólo implicando a un máximo de trabajadores en la gestión de la huelga, puede tener éxito una huelga general.
La idea de una huelga general dirigida por un pequeño aparato, un pequeño grupo de gente en la cúpula que dirige a golpe de silbato, aunque esté compuesto por las mejores personas del mundo desde el punto de vista político, no es sólo una idea utópica, es también una idea profundamente errónea desde el punto de vista político y desde el punto de vista social: no se corresponde con una comprensión de lo que es la clase obrera y la sociedad burguesa; básicamente,presuponela misma confusión mecanicista de los socialdemócratas de 1900 que he mencionado antes, una simultaneidad de todo tipo de procesos que no corresponde a la realidad.
Para que una huelga de 10 millones de trabajadores y trabajadoras en Francia tenga realmente éxito, no basta con que haya un plantel de 15 o 20 dirigentes brillantes en la cúpula, es necesario también que haya una asociación máxima del mayor número de la gente que lucha en la dirección de esta huelga, a todos los niveles; así es como vemos surgir organismos de dualidad de poder y también la posibilidad de una victoria de la revolución socialista: rompiendo la división del trabajo de la sociedad burguesa que la burocracia ha introducido en el movimiento obrero entre las y los dirigentes y las masas, y retomando la idea de la organización soviética -base del pensamiento de Lenin en «El Estado y la Revolución» sobre la organización soviética-, es decir, una organización en la que el máximo número de trabajadores y trabajadoras, de gente común, se asocie de forma inmediata, directa, sin división del trabajo, en la gestión diaria de sus asuntos.
Ya conocéis el modelo ideal que proponemos:
- Elección de un comité de huelga por La asamblea general de huelguistas.
- Reunión periódica de esta asamblea general que tiene el derecho y la posibilidad de destituir a cada miembro del comité de huelga.
- Elección de toda una serie de comisiones por el comité de huelga, más amplias que sus miembros, para asociar a un mayor número de militantes que acudan a la asamblea general a todo tipo de funciones: propaganda, abastecimiento, finanzas, información, animación cultural, etc. Son cosas de las que ya se ha hablado largo y tendido.
Sin embargo, hay que desconfiar del «esquema ultimatista»: este modelo ideal probablemente no logrará realizarse en todas partes a la vez: presupone la presencia de militantes revolucionarios, un nivel de conciencia suficientemente elevado para que el modelo pueda aplicarse de esta manera ideal. Ya nos alegraríamos mucho si, en un gran número de empresas, hubiera elecciones para el comité de huelga. Eso sería un avance cualitativo.
Lo hemos dicho muchas veces: si en mayo del 68 sólo hubiera habido elección de comités de huelga -y su federación- en todas las empresas, se habría producido el comienzo de la revolución, se habría producido un cambio cualitativo en la situación. Si empujamos hacia el modelo ideal, es porque las ventajas de este modelo son bastante evidentes: representa las condiciones óptimas para la organización, la autoorganización y la asociación de un máximo de trabajadores y trabajadoras a la dirección de la huelga y para la emergencia de una situación revolucionaria en las mejores condiciones para la clase obrera.
También se comprenderá la íntima relación entre el impulso a la huelga activa y la autoorganización de la huelga. Es evidente que una huelga activa ya no puede ser dirigida por una secretaría sindical o una persona liberada: una o dos personas no pueden ni saben organizar la producción, los suministros, el vínculo con las empresas proveedoras de materias primas, etc. en una fábrica. Es imposible: en cuanto pasas a la huelga activa estás obligado a implicar a un gran número de personas en la dirección de la huelga y en toda una serie de decisiones autoritarias. La huelga activa es en sí misma un estimulante muy poderoso para la autoorganización de la huelga, como demuestran los ejemplos de Lip, Glaverbel-Gilly y muchos otros en los últimos meses.
De los comités de huelga a los consejos obreros
El comité de huelga -incluso el comité central de huelga, volveré sobre esto porque fue la polémica con los camaradas lambertistas en Francia en mayo del 68- todavía no va más allá del dominio de una huelga, es decir de una contestación potencial y todavía no real del poder político (estatal) de la burguesía.
¿Cómo pasar de los comités de huelga a los consejos obreros? ¿Cuál es la diferencia cualitativa entre ellos, aún cuando el consejo obrero nazca el 99% de veces de un comité de huelga, como el primer soviet de Petrogrado? Hay dos elementos que, sobre la base de la experiencia histórica-y hay que tener cuidado porque la experiencia del futuro puede ser más rica que la del pasado-,hasta ahora parecen determinantes en esta transformación:
- La federación, es decir, la ruptura del fraccionamiento del germen del poder obrero que nace a nivel de fábrica: [El control de la empresa] Lip no supone la puesta en cuestión de la economía burguesa ni del Estado burgués en su conjunto. Pero 50 ejemplos como Lip que se federan, que van más allá de dos o tres ramas industriales, ¡eso es cualitativamente diferente! Sobre todo, si se abarca en cierto modo al sistema bancario, al sector de la electricidad, del transporte público, etc. La federación horizontal o vertical, es decir en una ciudad o en una rama industrial – la ciudad es más importante que la rama porque tiende a acentuar el carácter contestatario-, implica por su lógica una transformación de estos comités de huelga en órganos de doble poder si esta federación supera determinado nivel.
- El segundo elemento, que figura simplemente como posibilidad en la federación pero que aún no se ha realizado, es también indispensable: estos órganos federados de comité de huelga asumen poderes que van más allá de los poderes de gestión de la huelga.
Un comité de huelga central que se limite a organizar la huelga, a distribuir dinero o víveres a las personas huelguistas y a editar un periódico para la agitación de la huelga puede, en el mejor de los casos, seguir siendo compatible con un poder indiviso de la burguesía. Es difícil, es un caso límite, pero lo podemos imaginar. Pero un comité de huelga central que asume poderes más allá de la mera organización de la huelga, que empieza a organizar la producción, a organizar la distribución de créditos o finanzas de los bancos, a organizar el transporte público, la distribución de electricidad, que, en una palabra, asume poderes de facto, tal comité de huelga ya no es un comité de huelga, sino que se ha convertido en un consejo obrero, un órgano de poder que empieza a funcionar.
El nacimiento de un organismo de doble poder se manifiesta por el hecho de que los poderes que en la sociedad burguesa son normalmente ejercidos o bien por la burguesía y sus instrumentos, como el sistema bancario, o bien por el Estado burgués, empiezan a ser asumidos por estos órganos. Esto puede ser mínimo; todo el mundo conoce la anécdota que he intentado difundir en Europa, si no en el mundo, y por la que los camaradas de Lieja están muy enfadados: la dirección de Lieja de la FGTB, que en las dos huelgas generales de 1950 y 1960 organizó el tráfico en la ciudad de Lieja y prohibió la circulación de coches y camiones sin un sello de la FGTB, estaba asumiendo de hecho el poder público. Los camioneros reconocieron así un poder público de origen obrero totalmente distinto del poder estatal burgués. Esto es extremadamente embrionario, pero real.
Una vez más, la anécdota no importa, lo importante es transmitir tales ejemplos en la memoria colectiva y en el imaginario de la clase obrera, modificar la estructura mental porque este tipo de ejemplos pueden multiplicarse, generalizarse, en la próxima huelga general y tendrán una importancia práctica colosal para hacer nacer realmente los consejos obreros, órganos de poder de la clase obrera opuestos a los órganos de poder burgués.
Dualidad del poder económico y dualidad del poder político
Tradicionalmente, el concepto de dualidad del poder se ha considerado -y la escuela zinovievista-estalinistaejerció una influencia muy grande sobre esto en el movimiento obrero- exclusivamente como un concepto político. Los camaradas maoístas son hoy la caricatura de esto. Tienen un esquema simplista y absolutamente transparente: «los trotskistas no han comprendido que los soviets sólo existen en una situación revolucionaria y que son órganos del poder revolucionario. Hoy no hay situación revolucionaria, por lo que hablar hoy de control obrero, de dualidad de poderes, es hablar en el vacío, o peor, es ser reformista», etc.
Entendemos bien lo que hay de obsoleto en este razonamiento: evacua totalmente la situación más característica de una lucha obrera que se extiende y generaliza, a saber, una situación revolucionaria, y la forma en que las y los revolucionarios pueden y deben intervenir en una situación prerrevolucionaria. Detrás del concepto maoísta se esconde en realidad la vieja tradición fatalista, mecanicista, kautskiana y antileninista de una situación revolucionaria que cae del cielo, que está determinada por condiciones objetivas sobre las que la acción de la vanguardia obrera no puede tener ningún efecto.
Por el contrario, nosotros afirmamos que al impulsar experiencias de control obrero, al generalizar el control obrero, al generalizar la transformación de los comités de huelga en consejos obreros, con esta intervención transformamosuna situación prerrevolucionaria en revolucionaria, servimos de factor cristalizador, de catalizador para el nacimiento de una situación revolucionaria. Trotsky, a propósito de Alemania al comienzo de la gran crisis económica, teníaun pensamiento más audaz y renovador: «Hay que evitar identificar la dualidad del poder y los órganos de la dualidad del poder con los soviets de tipo clásico surgidos de la revolución de 1917. No se excluye que, en la situación concreta de la Alemania de 1930, los comités de empresa (órganos legales bajo la constitución burguesa de Weimar- E.M.) dominados por los sindicatos, pudieran convertirse objetivamente en un órgano de dualidad de poder».
Por el momento, debemos ser bastante abiertos al respecto. Ciertamente, la identificación de la dualidad de poder con órganos soviéticos exactamente del mismo tipo que los de las revoluciones rusa o alemana sería un error que no habría que cometer. Hay al menos un ejemplo histórico a gran escala: los comités de milicias en España en julio del 36, que eran órganos absolutamente obvios de dualidad de poder de origen y posición diferentes a los soviets. Y, tomando el ejemplo más probable, no se puede excluir que, en Gran Bretaña, dada la particularidad de la estructura del movimiento obrero inglés, órganos de un tipo bastante diferente del soviet clásico puedan desempeñar el papel de órganos de dualidad de poder.
Nuestros camaradas ingleses se apoyan en lo que hoy se está convirtiendo en una constante, al menos a nivel local, en Inglaterra: cada vez que hay una situación de lucha muy tensa a nivel local, nacen organismos de frente único ad hoc que reúnen a las personas delegadas de fábrica más combativos, no necesariamente a todas, que reúnen a las secciones sindicales más combativas del lugar, no necesariamente a todas, que reúnen a veces a las secciones locales del Partido Laborista, no necesariamente a todas, y que reúnen a representantes de organizaciones revolucionarias localmente establecidas e influyentes.
La prueba del pudin, como se dice en Inglaterra, se realiza cuando se come. Si este órgano es capaz de movilizar a toda la clase obrera del lugar, es lo mismo que un soviet local. Si sólo es un órgano que reúne a la vanguardia y moviliza al 10 o 15% de la clase obrera, es un frente único de izquierdas (anticapitalista como diríamos en Bélgica). No hay que excluir la aparición de organismos de este tipo en los países donde la inmensa mayoría de la clase obrera sigue, de una manera u otra, organizada en las organizaciones tradicionales; evidentemente, ésta es la condición para que un tipo de reunión de este tipo pueda desempeñar el mismo papel que una estructura soviética.
Me gustaría subrayar que he dicho organizada, que este caso es muy excepcional en Europa. Creo que aparte de Inglaterra -quizás en Suecia, que no conozco bien- no hay ninguna; en Francia desde luego no es el caso. Si juntáramos todo lo que acabo de mencionar, en la mayoría de las ciudades francesas sería un tercio o un cuarto de la clase trabajadora. Lo mismo ocurre en Italia y Bélgica. Esto presupone un nivel de organización y de dirección de la clase obrera -no el hecho de votar, sino el hecho de estar organizada y de secundarlos llamamientos de…- que es bastante excepcional en Inglaterra: en la mayoría de los grandes centros industriales, prácticamente se puede decir que toda la clase obrera, de una forma u otra, está organizada en los sindicatos y en el Partido Laborista, en la medida en que los sindicatos están en ese partido. Y, por lo que respecta a Inglaterra, si me remito al fondo de la cuestión, incluso soy más bien de la opinión de que en presencia de una huelga general surgirían comités de huelga electos en lugar de organismos de este tipo. Pero no hay que excluir totalmente una posibilidad de este tipo, porque entra dentro de una cierta lógica del movimiento obrero inglés.
Así que,es muy importante distinguir entre los organismos -elegidos o no, eso no es lo decisivo- cuyo papel es asegurar cierto poder económico y los que pasan a disputar el poder al Estado burgués. ¿Por qué este problema es tan decisivo y tan difícil? Porque nos topamos con la distinción entre una tendencia objetiva y un cierto salto cualitativo en la conciencia. Se puede decir que debido a la fuerza de las circunstancias, casi imperceptiblemente, por la simple lógica interna del movimiento, los obreros socialdemócratas o educados por Jrushchov, pueden ser llevados, a su pesar, a hacer toda una serie de cosas que he descrito antes (puntos 1 a 4), incluso la huelga activa, incluso la reapertura de los bancos para pagar a los huelguistas. Pero hay un punto en el que esto se hace difícil, cuando no imposible: cuando tienes que hacer una elección deliberada y consciente de chocar con, de negar las instituciones de, la democracia burguesa. Esto es lo que ha constituido la perdición de todas las revoluciones hasta ahora en Europa Occidental.
Hay un ejemplo clásico, es el más conocido porque también es el país donde las cosas se hacen de forma más brutal: es el caso de Inglaterra. En el momento en que el movimiento obrero inglés tenía su mayor fuerza, justo después de la Primera Guerra Mundial, en 1921, cuando se produjo la famosa triple alianza entre los tres mayores sindicatos que decidieron hacer huelga juntos (siderúrgicos, mineros y del transporte), lo que habría dado lugar a una huelga general infinitamente más potente que la de 1926, en un contexto histórico totalmente diferente -en un momento en que el movimiento de «shop-stewar» (de tipo semi-soviètico) estaba muy extendido en las fábricas inglesas-, Lloyd George, el dirigente más inteligente de la burguesía inglesa, llamó a su casa a los tres principales dirigentes de los sindicatos de la triple alianza y les dijo: «Sabemos que sois capaces de paralizar todo el país, sabemos que sois mucho más fuertes que nosotros, e incluso sabemos que no podríamos utilizar el ejército contra vosotros porque la mayoría de los soldados se negarían a marchar, pero tenéis que tomar una decisión: yo represento a la mayoría de la nación, del parlamento; si estáis dispuestos a ir a una huelga general contra la mayoría de la nación y del parlamento, sólo podréis hacerlo si estáis dispuestos a ocupar su lugar y crear otro poder, otra estructura del Estado distinta de la del parlamento y el sufragio universal. ¿Estáis dispuestos a hacerlo? No hace falta que os haga un dibujo de lo que contestaron estos burócratas sindicales, todo el mundo lo entendió.
La traducción más trágica (en Inglaterra se puede decir que es tragicomedia porque no pasó nada, eso es lo que quería Lloyd George) de esta misma lógica es el caso de Alemania, donde había consejos obreros en prácticamente todas las fábricas y en todas las ciudades, donde hubo un colapso virtual del aparato estatal burgués (es decir, donde el poder estaba de hecho en manos de la clase obrera) y donde la mayoría socialdemócrata en estos consejos obreros decidió deliberadamente convocar elecciones generales para un parlamento burgués y transferir el poder que tenían a este parlamento burgués. No sólo fue criminal, ¡sino estúpido! Porque estaban convencidos de que tendrían mayoría en estas elecciones parlamentarias. Ni siquiera la obtuvieron (44% de los votos). Ni siquiera entregaron el poder de los consejos obreros a un gobierno socialdemócrata, sino a partidos burgueses.
Así se liquidó la revolución alemana en tres meses (18 de noviembre-19 de febrero): tras la convocatoria de la asamblea constituyente de Weimar, no hubo más soviets. Este punto de no retorno, el transformar los consejos obreros que han empezado a asumir un cierto poder económico en órganos que disputan deliberadamente el poder a las instituciones parlamentarias democrático-burguesas del Estado burgués, exige un salto cualitativo en la conciencia; no se puede llevar a la mayoría de las trabajadoras y trabajadores a hacer la revolución socialista sin darse cuenta de ello; es una ilusión total.
Por tanto, debe producirse una transformación decisiva del nivel de conciencia de la mayoría de la clase obrera, de un nivel reformista a un nivel revolucionario o semirrevolucionario; hay una serie de condiciones que lo propician:
- Aceleración general de la experiencia de la conciencia de los acontecimientos durante un período revolucionario, lo que no es poco. Todo el mundo conoce las fórmulas de Lenin y Trotsky: «Durante una revolución, los obreros aprenden más en un día que durante uno o cinco años de un período no revolucionario». Aprenden más porque hay más actividad de masas; esto es obviamente lo que caracteriza a un período revolucionario.
- El papel del partido revolucionario es bastante decisivo en estas circunstancias. Es inconcebible -y no hay precedentes de ello- que la mayoría de la clase obrera pueda adquirir una conciencia anticapitalista y revolucionaria sin el papel activo y dirigente de un partido revolucionario. Y de nuevo, en un período revolucionario, el partido revolucionario puede transformarse y crecer a un ritmo infinitamente más rápido que en un período de relativa calma.
- Pero, por extraño que parezca, en todo este procesoyo seguiría otorgando el papel decisivo a un tercer factor: lo que viene de manos del enemigo.
La única situación extremadamente difícil es aquella en la que el enemigo no hace nada. Hay un ejemplo histórico: el de la burguesía italiana cuando las y los obreros del norte de Italia ocuparon todas las grandes fábricas de la región: la famosa gran huelga de noviembre de 1920. Y Giolitti, el primer ministro italiano de la época, que como Lloyd George era uno de los dirigentes más astutos de la burguesía italiana, dijo: «Los obreros han ocupado las fábricas, están armados (al menos los de Turín. E.M.); esto supone una amenaza para la supervivencia del Estado. Lo único útil que podemos hacer es no hacer nada. Es de esperar, en otras palabras, que ellos mismos no tomen las iniciativas determinantes para dar un paso decisivo”. Esto es exactamente lo que ocurrió: hubo reuniones durante 1,2,5 y 6 días de las direcciones sindicales, de la dirección del partido socialista -los comunistas seguían dentro del PS-, de los consejos obreros; se discutía en qué se iba a centrar la atención: control obrero o no, qué se iba a pedir a la patronal, al gobierno, etc., y el movimiento quedó agotado por las discusiones internas, por el estancamiento, por la parálisis, por la incapacidad de tomar una iniciativa decisiva para hacer la transformación que he descrito antes.
Si en ese momento la burguesía italiana hubiera cometido el error de lanzar las bandas fascistas sobre las fábricas, o de iniciar una represión militar, es casi seguro que habría habido una revolución: los trabajadores estaban armados, tenían la fuerza material para tomar el poder, para tomar represalias ante cualquier provocación que viniera del otro lado. Pero no tenían ni la conciencia ni la voluntad ni la dirección para, sin provocación, tomar ellos mismos la iniciativa, para romper con las instituciones de la democracia burguesa,.
Y hay que sacar una conclusión muy importante, discutible, pero que se desprende de toda la experiencia de las huelgas generales en Europa occidental: es decisivo hacer subsistir los órganos de poder obrero nacidos de la huelga general, que haya una estructura de dualidad de poder que subsista y que haya un periodo de dualidad de poder que se abra. Porque a partir del momento en que consigamos mantenerlos, es casi inevitable que el adversario se vea obligado a atacarlos, antes o después, y que las iniciativas necesarias para la réplica puedan ser preparadas, centralizadas, de forma mucho más eficaz que si exigimos que quienes acaban de dar un salto organizativo colosal, comprendan inmediatamente todas las implicaciones políticas y revolucionarias de su decisión, cosa que es poco probable que ocurra, al menos en la mayoría de los países donde la clase obrera está bajo la influencia de reformistas o neorreformistas.
En otras palabras, la variante más probable es una dualidad real de poder; es decir, que durante un período de transición coexistirán los consejos obreros -encarnación del poder soviético- y el parlamento y las instituciones burguesas. Y se tratará de saber cuándo, de qué forma y bajo qué pretexto la mayoría de los trabajadores y trabajadoras se verá inducida a romper deliberada y conscientemente con las segundas y a apoyarse en las primeras.
Todo esto es válido si la mayoría de los trabajadores y trabajadoras están todavía bajo la influencia de la ideología reformista o neorreformista. Si la mayoría ya son comunistas, anticapitalistas, trotskistas, revolucionarios, maoístas, etc. antes de que nazca la dualidad de poder, todo esto apenas se aplica, los trabajadores transformarán abiertamente sus consejos obreros en soviets e irán a la conquista del poder. Pero esta es una eventualidad extremadamente improbable en casi todos los países de Europa, con la posible excepción de España, e incluso en ese caso, hay que tener mucho cuidado.
Centralización
Aquí nos encontramos con un fenómeno que tiene una importancia psicológica muy grande y que, sin duda, Lenin subestimó cuando quiso transponer un cierto número de experiencias de la revolución rusa a Europa occidental: la clase obrera de Europa occidental ha estado centralizada durante mucho tiempo en las organizaciones obreras, sindicales y políticas. Y cuando el camarada Posadas vino a Europa y dio una palmadita en la espalda a la gente diciéndole: «Sabéis, tenéis que aprender a centralizar», les estaba enseñando algo que ya sabían desde hacía 75 años.
Desgraciadamente, la experiencia que han tenido los trabajadores es doble y, al menos en parte, negativa: la centralización aumenta indudablemente la fuerza, pero la forma concreta de centralización también ha aumentado la burocratización; y cuanto más centralizada está hoy una organización de masas, más burocrática esen toda Europano hay excepción a esta<< regla.
Ahora hemos explicado que, en gran medida, lo que es precisamente positivo de una huelga general es que desencadenará fuerzas de autonomía obrera que pueden desafiar el control burocrático sobre la clase obrera y el movimiento obrero. Es casi inevitable que esta autonomía obrera se caracterice inicialmente por un grado significativo de descentralización. Es menos una revuelta contra la burguesía y su Estado que contra la burocracia. Pero ambas están, por necesidad, muy estrechamente ligadas.
Esto significa que la centralización de todas las iniciativas que se tomen no será tan obvia como en un discurso trotskista o en una escuela de cuadros. Tomemos el ejemplo de la revolución española (tenemos que referirnos a ella a menudo, porque es la experiencia más rica de las que hemos conocido hasta ahora en los países imperialistas): los órganos de tipo soviético creados espontáneamente por los trabajadores durante los primeros días de la revolución ni siquiera tenían el mismo nombre en las diferentes ciudades: en Catalunya, donde el movimiento estaba más avanzado, se llamaban generalmente «comité de milicias» (no en todas partes); en otras partes del país se llamaban de otra manera: «comité de producción», «comité local», «comité de fábrica», «consejo obrero», «comité de frente popular», etc. Variaba de una ciudad a otra. Y el título no era sólo una cuestión formal, también abarcaba una función diferente, una composición diferente, una autoconciencia diferente de las personas que estaban en él, de lo que representaban. Y federar todos estos comités en 24 horas en un Congreso nacional no sólo era imposible, sino que no se hizo, ¡y no por casualidad!
Me gustaría indicar algunas vías por las que puede avanzar esta centralización:
- Una vía muy importante es la vía económica o economicista de la que ya he hablado: en la medida en que pasamos a la huelga activa, ensu lógica hay una fuerza centralizadora colosal que debemos subrayar. Es imposible empezar a producir en una empresa sin entrar en contacto con las empresas de transporte, de materias primas, de distribución y de energía. Hay una fuerza centralizadora y coordinadora que surge casi automáticamente. Este es un argumento más para indicar la importancia del paso a la huelga activa para transformar una huelga general en el inicio del proceso hacia la revolución socialista.
- Otro factor muy importante que todavía tendemos a subestimar es la centralización de la comunicación: hoy existen centros neurálgicos en la sociedad que no son los mismos que los de hace 60 años. Ya no es la estación de ferrocarril; la idea de ocupar la estación -que era una idea lógica en 1917- no se le ocurriría a nadie hoy en muchos países. Los centros neurálgicos actuales son los centros de telecomunicaciones, radio y televisión y lo que está ligado a ellos: las imprentas (que no hay que subestimar, sobre todo aquella donde se imprime el dinero), los bancos, los centros de gestión de los cheques postales, etc.
Si vemos estos pocos elementos, vemos las fuerzas de centralización que pueden nacer en una huelga general. Desde el punto de vista de la posibilidad de una revolución socialista, el punto de inflexión de la huelga general de mayo del 68 no fue visto por casi nadie: los primeros días de la huelga, todas las empresas fueron ocupadas y controladas por los trabajadores y trabajadoras, incluidas las de telecomunicaciones; no había antena de telecomunicaciones en París que no estuviera controlada por las y los huelguistas -incluso las del Ministerio del Interior y del Ministerio de Defensa Nacional. La única intervención militar que hizo el gobierno gaullista fue desalojar una antena en París para el Ministerio del Interior: una intervención de 100 CRS fue suficiente.
Si la huelga hubiera tenido otra dirección -con sies, claro, se podían hacer muchas cosas-, si hubiera habido otra conciencia entre los obreros, si hubieran comprendido la importancia decisiva de las cosas, se habrían opuesto a la toma de esta antena y es inútil explicar lo que habría podido nacer de semejante resistencia -sin duda, vencedora-.
Hay que comprender que el grado de parálisis que una huelga general, que toma medidas centralizadoras de esta naturaleza, puede imponer al Estado burgués, es cualitativamente superior a todo lo que hemos conocido en el pasado. Aquí aparece uno de los aspectos más llamativos de la incomprensión de quienes hacen la crítica unilateral y falsa de la tecnología contemporánea y la ven sólo como una fuerza de opresión y explotación -que lo es en el régimen capitalista-, y no comprenden que ella hace a la sociedad burguesa, por ser precisamente tecnicista, infinitamente más vulnerable que en el pasado a una acción unánime y generalizada de todos los asalariados.
¿Qué era la represión burguesa hace 50 o 60 años? Eran unos cuantos miles de esbirros armados desatados sobre la población; entonces sólo había una cosa que hacer: oponer las armas a las armas. Hoy, la sociedad es mucho más vulnerable; son unidades muy móviles pero todas conectadas por radio, télex, teletipo, etc. a un número mucho menor de centros neurálgicos. Apoderarse de todas las antenas de telecomunicaciones, cortar las posibilidades de transmisión y en un cuarto de hora la centralización pasa al campo del proletariado y de la revolución, y la contrarrevolución se descentraliza totalmente.
En Francia, durante los primeros días de la huelga general de mayo del 68, llegamos a una situación en la que el ministro del Interior ya no tenía ningún medio de comunicarse con los prefectos. Y la situación se llevó al extremo de lo grotesco, porque incluso las secretarias, las mecanógrafas, los empleados de las prefecturas estaban en huelga, es decir, que la cuestión ni siquiera era que no pudiera comunicarse con las prefecturas sino que esto era inútil: era necesario comunicarse directamente con el prefecto o con uno de sus adjuntos porque de lo contrario no se transmitía.
Es muy importante comprender la importancia de estos nuevos centros neurálgicos, que son todos estos medios de telecomunicación, para pasar la centralización al campo obrero y paralizar el campo burgués y la contrarrevolución. La huelga pasiva transformada en huelga activa en estos ámbitos es una centralización automática. Imaginemos el paso a la huelga activa en una huelga general del personal de la radio y la televisión. Esto significa que la radio y la televisión se ponen al servicio de la huelga, con una fuerza centralizadora indescriptible. La contrarrevolución lo entiende perfectamente: todos los golpes contrarrevolucionarios de los últimos 15 años han tenido como objetivo principal la toma de la radio y la TV. Sabían que si la radio y la TV estaban en manos del pueblo y de las y los trabajadores, esto daría un poder colosal que nunca ha existido en el pasado para la centralización del poder obrero.
Y, sin duda, podemos sacar consecuencias para el futuro: es en torno a estos centros donde estallarán las primeras pruebas de fuerza. La gendarmería en Bélgica no se distraerá expulsando primero a los huelguistas de Cockerill o ACEC; tendrían que estar locos para hacer algo así. Tampoco se concentrarán en la estación ferroviaria de Waremme o en la estación fronteriza de Haine-Saint-Pierre, sino en los grandes centros de telecomunicaciones, en la RTB, en centros de control de los cheques postales, en los grandes bancos: estos son los centros que, si son controlados por uno u otro bando, pueden determinar el curso general de los acontecimientos durante un tiempo.
Precisamente, en torno al problema de la autodefensa de este tipo de instituciones, es posible que, por su propia naturaleza, desplacen en buena medida el poder de un campo a otro, que se encienda la conciencia de una masa mucho mayor de trabajadores y trabajadoras y que se pueda entender la necesidad de un cierto número de cosas que no se entienden cuando se plantea de una manera un tanto abstracta y general.
Las lealtades de la clase obrera a las organizaciones tradicionales y el problema de la toma del poder
Se trata de la articulación de todo lo que acabo de hablar hasta ahora sobre el desarrollo de la dualidad de poder derivada de la huelga general y de las lealtades políticas, digamos, tradicionales de la clase obrera que conduce a la famosa cuestión de la fórmula gubernamental transitoria. Nos encontramos ante una contradicción fundamental en su forma más pura y elevada.
Objetivamente, la cuestión de la huelga general plantea la cuestión del poder político. Objetivamente, los comités de huelga federados son órganos de doble poder. Objetivamente, los comités de huelga federados que comienzan a asumir competencias distintas de las de gestión de la huelga, comienzan a actuar como órganos de poder. Pero todo esto es, desgraciadamente, compatible con otro fenómeno, el que la mayoría de las y los trabajadores que eligen a estos comités y los apoyan, siguen apoyando al mismo tiempo a partidos reformistas que, precisamente en una situación de este tipo, manifiestan su carácter contrarrevolucionario de la manera más nefasta en el curso de la historia del movimiento obrero.
Y hay que decir que el veredicto de la historia es absolutamente claro: ha ocurrido siempre. Los obreros y obreras rusos eligieron soviets en todas partes en febrero-marzo de 1917 y eligieron en ellos a una mayoría de mencheviques y de derechistas de los socialistas revolucionarios., es decir, reformistas. En Alemania, se eligieron consejos obreros en todo el territorio en noviembre de 1918 y en ellos eligieron a una mayoría de socialdemócratas. En julio de 1936, se crearon comités en toda España, pero la gran mayoría de sus miembros eran socialdemócratas, anarquistas y miembros del PC, es decir, miembros de organizaciones que no comprendían la naturaleza de la dualidad del poder, por no decir la necesidad de la conquista del poder por estos comités. Debemos comprender esta contradicción y no podemos negarla de palabra.
No podemos decir: «Mientras las obreras y obreros no hayan roto conscientemente con el reformismo, nunca crearán soviets». La historia ha demostrado que esto es falso. Y menos aún podemos decir: «Mientras las obreras y obreros no hayan roto con el reformismo, no deben crear soviets», que es casi la teoría de los maoístas. Porque sólo creando soviets, estando en una situación revolucionaria, acabarán rompiendo mayoritariamente con el reformismo. Ahí reside la verdadera dificultad, la verdadera contradicción que encuentra su expresión más clara en la cuestión del poder.
Pues no será posible convencer a la mayoría de la gente de que estos organismos deben tomar todo el poder, si este poder se opone a los partidos a los que siguen siendo fieles. Tampoco se puede tener la ilusión de que estos partidos, bajo la presión de las y los trabajadores, acaben tomando el poder. Esta posibilidad marginal no puede excluirse de antemano, pero es extremadamente improbable; y para Europa Occidental está excluida.
Hasta ahora, el movimiento revolucionario en general ha propuesto dos soluciones a esta contradicción. Estas soluciones, que son propuestas para resolver el problema, siguen siendo las únicas válidas.
- En el plano de la propaganda, es la famosa y clásica táctica de los bolcheviques de 1917 que dice: «Estáis organizados en consejos obreros, queréis que tomen el poder. Al mismo tiempo, seguís teniendo ilusiones en el partido socialdemócrata. Exigid a vuestro partido que tome todo el poder en el marco de los soviets».
Así que tenemos que tener en cuenta la fórmula de la consigna gubernamental: tiene que incluir a los sindicatos en cualquier caso y, en ciertas situaciones, a las organizaciones sindicales antes que a las organizaciones políticas tradicionales. Recordemos que, en Bélgica, durante todo un periodo a partir de la huelga general de 1960, tuvimos como consigna gubernamental transitoria «gobierno obrero apoyado por los sindicatos». Esto correspondía a una realidad de la clase obrera, del movimiento obrero en Bélgica. No debemos prejuzgar el futuro, porque esta cuestión es muy concreta y cambia con la realidad de la clase obrera, y es necesario que no salga de un esquema o de un texto escrito hace 40 años, sino que se ciña a la realidad concreta de la etapa en la que nos encontramos en cada país.
- El otro aspecto de la solución a esta contradicción es el aspecto organizativo. Cuando hay una crisis revolucionaria muy aguda, cuando hay una huelga general que realmente paraliza todo el país y crea órganos de doble poder, se produce un reagrupamiento ultrarrápido, una recomposición ultrarrápida en la clase obrera y en el movimiento obrero. Este es el gran momento del centrismo en la historia del movimiento obrero. Hay fuerzas centristas que surgen de diversos horizontes, de diversos puntos de partida y que, en general, se encuentran bastante rápidamente con un denominador común en la lucha, lo que es positivo; no hablo aquí de centrismo en el sentido negativo, sino positivo, porque estamos hablando de fuerzas que van del reformismo a la revolución.
Así que la tarea de crear unidad de acción en torno a algunas cuestiones clave para el nacimiento del poder obrero entre revolucionarios y centristas es, en general, la tarea organizativa más importante. En la revolución española, fueron la izquierda anarquista, la izquierda socialista, el POUM y los trotskistas. En la revolución alemana fue la izquierda del partido socialista independiente, el PC y algunas fuerzas anarcosindicalistas. En la revolución rusa fue el partido bolchevique y la izquierda del partido socialista-revolucionario.
Obviamente, una vez más, la situación ideal es la situación en la que el partido revolucionario tiene, desde el principio, la hegemonía en esta reconvergencia; en ese caso, no hay muchos problemas y es el proceso ruso el que se puede imitar. Pero permítanme hacer un pronóstico pesimista. No creo que esto se repita a menudo en Europa Occidental. No lo digo por pesimismo congénito, sino porque esta situación excepcional en Rusia fue producto de un pasado que hay que explicar: el partido bolchevique pudo conquistar la hegemonía en la extrema izquierda rusa porque ya la tenía en toda la clase obrera diez años antes.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el partido bolchevique era absolutamente hegemónico en el movimiento obrero ruso, tanto desde el punto de vista electoral como desde el punto de vista de la prensa, del sindicato y de la afiliación. Hay un famoso estudio de Emile Vandervelde, a pesar de ser enemigo acérrimo de los bolcheviques, que llegó a Rusia, en nombre de la Oficina Socialista Internacional, a principios de 1914, y que reconoce que los bolcheviques eran mayoría en todos los aspectos en la clase obrera rusa.
Lo que ocurrió en Rusia es algo totalmente distinto de lo que existe hoy en Europa occidental. La corriente revolucionaria que tenía la hegemonía en el seno de la clase obrera rusa cuando en realidad no era muy activa, perdió la hegemonía temporalmente, cuando la corriente revolucionaria se extendió a todo el pueblo, en febrero-marzo del 17, y la recuperó con bastante rapidez seis meses después. Y pudo hacerlo porque tenía cuadros obreros en todas las fábricas, y tenía una gran implantación en la clase obrera.
Esta no es, en absoluto, la situación de la vanguardia revolucionaria hoy en ningún país de Europa Occidental. Y en estas condiciones, es poco probable que incluso con la ayuda de un ascenso revolucionario, e incluso pensando que multiplicáramos nuestras fuerzas por diez o incluso por cincuenta, lo que es probable en tal ascenso, seamos más fuertes desde el principio que las corrientes centristas surgidas de las grandes corrientes de masas, que representan una fuerza infinitamente mayor. El PC alemán en 1919, 1920 hasta el Congreso de Halle, representaba de 15 a 25.000 miembros, la izquierda de los socialistas independientes representaba de 300 a 500.000 personas. Esa era la relación de fuerzas. En España, el POUM -con todas las críticas que se le pueden hacer- y los trotskistas representaban de 4 a 6.000 personas, y la izquierda socialista y anarquista de 200 a 300.000 personas. Es la misma relación de fuerzas.
Es poco probable que en el futuro haya relaciones de fuerzas radicalmente diferentes al principio de un ascenso revolucionario. Esto significa que evitar cualquier sectarismo hacia estas corrientes de izquierda es una cuestión vital para no perder la victoria de la revolución y que es necesario encontrar las formas organizativas de creación de un frente único de revolucionarios dentro del frente único de las organizaciones obreras. Cuando digo frente único de revolucionarios, quiero decir frente del partido revolucionario y de los centristas, porque, por definición, todos los que no están en el partido revolucionario son centristas.
En Francia, esto se concretó durante mayo del 68: funcionó una especie de frente de revolucionarios. Era el que tomaba todas las iniciativas de acción. Grandes manifestaciones, reuniones, etc. Nuestros camaradas desempeñaron un papel ejemplar, sin sectarismo alguno. Fue el principio de su irrupción en la extrema izquierda francesa como fuerza políticamente hegemónica. Creo que es una experiencia que hay que aplicar. En Italia, por ejemplo, esto no ocurrió. Durante el gran estallido de huelgas del 69, los diversos grupos revolucionarios y los pequeños grupos nunca consiguieron establecer un mínimo frente unido entre ellos. Lo están haciendo ahora en un periodo de retroceso y con una línea de derechas, pero eso es lo clásico. Y esto ha tenido consecuencias desastrosas en Italia.
Pondré el ejemplo más desastroso. Cuando se creó el primer consejo de delegados obreros en Fiat, a finales del 69 por iniciativa de grupos de extrema izquierda, una conferencia obrera nacional reunió a 3.000 obreros revolucionarios; nuestros camaradas, que eran una minoría muy pequeña, lucharon a muerte por una cuestión: que todas las fuerzas revolucionarias tomaran la iniciativa de imitar en otras empresas italianas lo que se había hecho en Fiat. Se podía hacer, porque las fuerzas presentes eran capaces de hacerlo. Todos los grupos maoístas y espontaneístas se opusieron con argumentos estúpidos típicos de la ultraizquierda: todos somos delegados, no necesitamos delegados, queremos emancipar a las masas, etc.
Resultado: fue la burocracia sindical, en lugar de la vanguardia revolucionaria,la que acabó extendiendo la constitución de los comités y así pudo recuperar el control de un movimiento que podría habérsele escapado por completo. Y la conclusión lógica: los mismos que gritaban en el 69 todos somos delegados apoyan hoy a la burocracia sindical en su maniobra para integrar los consejos obreros en el aparato sindical.
Este ejemplo muestra también que la lucha por el frente único de extrema izquierda en el marco de la lucha por el frente único obrero requiere la ausencia de sectarismo, pero también la ausencia de alineamiento mecánico y seguidista sobre las posiciones ultraizquierdistas y oportunistas que pueden defender las diferentes variantes que se encuentran en esta fauna.
¿Qué posibilidades ofrece esto a las y los revolucionarios? Me gustaría dar algunos ejemplos históricos. La asociación de la izquierda del Partido Socialista Independiente y del PC en 1922 permitió conquistar la mayoría del sindicato metalúrgico en Alemania, incluida la mayoría en la dirección (el mayor sindicato alemán). En septiembre-octubre de 1936, el POUM, la izquierda anarcosindicalista y la izquierda socialista tenían una mayoría indiscutible en los comités de milicias en Catalunya. Y cuando criticamos al POUM o a la dirección derechista del PC alemán en el 22-23, no es porque pasaran por estas etapas absolutamente imprescindibles para conquistar la mayoría de la clase obrera, sino porque no aprovecharon estas oportunidades para plantear y resolver la cuestión del poder. No hay otra manera de resolver esta cuestión. No se resolverá con una pequeña minoría contra la mayoría de la clase obrera de los países imperialistas.
Armamento obrero y autodefensa
Incluso cuando la extrema izquierda ha conquistado la mayoría en los consejos obreros, incluso cuando la burguesía está profundamente desmoralizada y desorganizada, incluso cuando las clases medias se ponen cada vez más del lado de la clase obrera porque creen que ganará – todas estas son características de una crisis revolucionaria que está madurando – la cuestión de la conquista del poder no se resolverá si no se resuelve la cuestión del armamento. Y la cuestión del armamento tiene dos aspectos que hay que vincular para resolverlos:
- la cuestión del armamento de la clase obrera.
- la cuestión de la desintegración del Ejército burgués.
Lo uno no va sin lo otro. Sin el inicio del armamento de la clase obrera, la desintegración del Ejército burgués no superará un umbral mínimo. Trotsky ya dijo todo lo que hay que decir sobre este tema, todo lo que es clásico decir sobre la fuerza de la disciplina dentro del Ejército burgués: que sólo puede romperse completamente cuando el soldado individual se encuentra enfrente con una defensa, incluso una defensa armada. Por otra parte, la autodefensa obrera no superará un cierto umbral mínimo bastante primitivo si no se produce una descomposición a gran escala del Ejército burgués.
Hay que entender que esta cuestión es esencialmente política, no técnica. Quienes tratan de plantear esta cuestión como técnica acaban tarde o temprano diciendo que la revolución es imposible. Esta es la posición de Régis Debray, sacando lecciones de la revolución chilena: «No tenemos suficientes pilotos de avión (¿ quién podría haber formado pilotos de avión? – E.M.) No había suficientes en el 73, no había suficientes en el 72, no había suficientes en el 71. Y si hubiéramos empezado a armar a los trabajadores antes, los pilotos habrían atacado primero”. En definitiva, ésta es la explicación de los estalinistas en los debates que mantuvimos con los dirigentes del PC belga, es decir, «el resultado que se produjo era inevitable». No quiero entrar en la cuestión de Chile, no viene al caso.
Hubo un debate similar, obviamente académico, sobre qué habría pasado en mayo de 1968 si las y los trabajadores hubieran empezado a plantearse la cuestión del poder. El problema esencial es un problema político, no técnico. Y es un problema muy difícil, cuya dificultad tenemos que comprender, y tenemos que entender que la mayoría de quienes proponen soluciones técnicas lo hacen en realidad porque intentan escapar de la dificultad huyendo hacia adelante.
¿Cuál es la dificultad? Es la misma que he mencionado antes con respecto al parlamento. Dada la tradición del movimiento obrero en Europa Occidental -con la posible excepción de España- los trabajadores y trabajadoras no están dispuestos a tomar las armas. Les parece una preocupación totalmente alejada de su experiencia real. Y lo es, ¡no cabe duda! Así que tenemos que encontrar las mediaciones necesarias para que lo experimenten y lo comprendan. Ahí está la importancia del problema de la autodefensa, de la lucha antifascista, de las experiencias concretas de los piquetes y de su extensión.
Porque es solo a través de estas experiencias que [el problema del armamento] se hace más concreta para una masa más amplia. Dejo de lado el problema de la preparación de los cuadros y del papel de la organización revolucionaria a este respecto, sobre el que ya se ha escrito bastante. Una vez más, la dificultad, que es muy grande, la reduce en parte el propio adversario.
Si la burguesía y el Estado se comportan de forma totalmente pasiva ante una huelga general con ocupación de fábricas, con consejos obreros y el comienzo de la organización de la producción por los propios trabajadores y trabajadoras, en ese caso, con ocupación de las telecomunicaciones, la conciencia no avanzará mucho en el camino del armamento. Pero si se concentran todas estas condiciones, esto es poco probable: es absolutamente inevitable una respuesta bastante rápida de la burguesía. Tomará la forma de una provocación armada, al principio pequeña y cada vez más grande. La cuestión del papel de la vanguardia revolucionaria es aprovechar cada una de estas experiencias para dar saltos en la conciencia y en la organización práctica en el plano de la autodefensa armada.
Así es como la huelga general con ocupación de fábricas y el nacimiento de órganos de doble poder se aproxima a la situación en la que la insurrección armada y la conquista del poder empiezan a ponerse a la orden del día. Y la preparación de los revolucionarios para ello es ante todo una preparación política, cuyo aspecto técnico no hay que descuidar, pero que es secundario.
En los últimos 50 años, todos los fracasos de las revoluciones en Europa Occidental no se han producido porque hubiera una preparación técnica insuficiente, sino porque hubo fallos en el plano político. Si la clase obrera española consiguió desarmar prácticamente todos los cuarteles de las grandes ciudades, no fue porque tuvieran mucha riqueza técnica, lo consiguieron mediante un asalto colosal. Si fracasaron en la conquista del poder, no fue porque los medios técnicos que tenían en julio les faltaran en septiembre, sino porque, evidentemente, les faltó comprensión política, una vanguardia y una dirección política al respecto.
Y quiero terminar con dos ejemplos de la revolución alemana que son los dos momentos en los que se planteó concretamente la conquista del poder. En primer lugar, la huelga general contra el putsch del general Kapp en 1920. La emoción provocada por el putsch y la enorme confianza en sí mismo nacida del hecho de que este putsch se derrumbó al cabo de tres días de huelga general, llevaron a que incluso el partido socialdemócrata y, sobre todo, el sindicato, por primera y única vez en Alemania, plantearan la cuestión de un gobierno obrero.
Legin, secretario general del sindicato alemán, planteó la cuestión de formar un gobierno compuesto por los sindicatos, el partido socialdemócrata, el partido socialista independiente y el partido comunista. El PC cometió el enorme error de no aprovechar la oportunidad y lanzar una campaña de agitación para la aplicación inmediata de esta propuesta. Sobre todo, cuando en una parte de Alemania (Ruhr y Sajonia), las y los obreros se habían armado de nuevo para oponerse al putsch. En ese momento concreto, era posible avanzar. Así que, no fue la falta de armas y de fuerzas técnicas, sino la falta de sabiduría política lo que determinó que no se aprovechara este punto de inflexión.
El segundo ejemplo es el de septiembre-octubre de 1923. Ya he hablado mucho y no puedo realizar la descripción 1923, que es el punto de inflexión de la historia europea. En el verano de 1923, la clase obrera alemana, mediante una huelga general, derrocó al gobierno conservador del canciller Kuno. En aquel momento, el PC estaba ocupado en ganar la mayoría en los grandes sindicatos y en muchos comités de empresa. El líder del PC, Brandler, tenía un plan para ganar el poder. Era un proyecto arriesgado, pero no estúpido. Se trataba de un proyecto en tres fases. En primer lugar, el PC forma un gobierno de coalición en dos provincias, Sajonia y Turingia, con la izquierda socialista. En segundo lugar, utiliza las posiciones dentro de estos gobiernos para formar milicias obreras armadas y, en tercer lugar, se apoya en estos guardias rojos para preparar la insurrección en toda Alemania.
Obviamente no era un proyecto secreto; todo el mundo, incluso la burguesía, lo conocía: se discutía a plena luz del día en la prensa del PC. Lo que hacía vulnerable el segundo punto era, obviamente, que la burguesía iba a reaccionar en cuanto los ministros comunistas pusieran en marcha el armamento de los obreros. Esto es lo que ocurrió. En cuanto se aplicó la primera medida de formar la guardia roja, el Reichwehr entró en Sajonia y Turingia y disolvió estos dos gobiernos. Este era el aspecto técnico de la cuestión, que es discutible.
Ahora bien, ¿ cuál era el aspecto político que era, con mucho, el decisivo? Sajonia y Turingia eran dos Lander gobernados por primeros ministros socialdemócratas de izquierdas. Ambos gobiernos contaban con el pleno apoyo de los sindicatos. La ofensiva militar del ejército contra estos dos gobiernos fue una afrenta, un verdadero ataque al movimiento obrero organizado en Alemania. Hubiera sido posible revertir este pequeño éxito táctico, por los demás secundario, en los dos Länder siempre que el PC y la vanguardia obrera se hubieran preparado de forma sistemática para un enfrentamiento a nivel nacional, incluso a nivel armamentístico.
El camarada Brandler no lo hizo; se mostró vacilante en esta cuestión y especialmente en la cuestión de si la situación estaba madura para un enfrentamiento. Dio la vuelta a la dificultad de un modo clásicamente centrista: convocó un congreso de consejos obreros, de comités de fábrica, y les hizo la siguiente pregunta: «¿Estáis dispuestos a resistir a la Reichwehr con las armas? La respuesta estaba cantada. Debo decir, porque es una prueba de la extraordinaria madurez de la situación, que hubo cerca de un 40% a favor de la resistencia armada en ese congreso.
Pero como resumió Trotsky: «Si una masa de militantes obreros vacilantes se encuentra ante un dirigente vacilante que les dice: «Estoy dispuesto a seguiros; ¿ qué iniciativa tomáis?, evidentemente no cabe esperar que corran a la conquista del poder». Evidentemente, se tendría que haber dado la situación contraria: una dirección muy resuelta que tuviera que convencer a una masa aún vacilante de que sólo había una salida e indicar esta salida de manera muy clara tomando las iniciativas necesarias en esta dirección. Esto es lo que hicieron los bolcheviques en 1917.
Lo que es absolutamente decisivo es la preparación de las condiciones subjetivas necesarias para que la clase obrera en su mayoría adopte la necesidad de una prueba de fuerza decisiva con la burguesía.
Toda la lógica de esta exposición es que una huelga general, una huelga general activa, una huelga general que conduce a la elección de consejos obreros, prepara esa prueba de fuerza; que existen muchas bazas en el campo obrero. Cuanto más industrializado está un país, cuanto más avanzado es el tecnicismo de los procesos sociales, más bazas tiene el campo obrero.
Pero el factor decisivo en el análisis final es el campo que toma la iniciativa en la acción. Tomar la iniciativa en la acción, aunque sólo sea por un día, venciendo al adversario en un momento decisivo, cambia totalmente la relación de fuerzas. Aquí es donde vemos la importancia del partido revolucionario y del factor subjetivo para cambiar el curso de la historia.
http://www.ernestmandel.org/new/ecrits/article/la-greve-generale
Traducción: viento sur
Tomado de: Viento Sur
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