Centenario del nacimiento de Ernest Mandel- LA INMENSA HERENCIA DE UN MARXISMO ABIERTO Y MILITANTE/ Ver- ERNEST MANDEL*: Por qué soy marxista/ La impronta de Ernest Mandel

ERNEST MANDEL: LA INMENSA HERENCIA DE UN MARXISMO ABIERTO Y MILITANTE.

Centenario del nacimiento de Ernest Mandel

Centenario del nacimiento de Ernest Mandel

El 5 de abril se han cumplido cien años del nacimiento de Ernest Mandel, activista marxista revolucionario desde su juventud y uno de los principales teóricos marxistas de toda la segunda mitad del siglo XX. Luchó contra el nazismo en la II Guerra Mundial y fue encarcelado en el campo de concentración de Dora; militante activo, después, en el Partido Socialista belga y en la Federación General de Trabajo Belga (FTGB), sindicato de ese país; y durante muchos años el dirigente público más conocido de la IVª Internacional.

Su obra teórica sigue siendo referencial para pensar en la acción anticapitalista en nuestro tiempo y construir una perspectiva de socialismo democrático revolucionario. Por fortuna una parte importante de su obra y de análisis sobre la misma están ya disponibles en la red.

En este enlace se pueden encontrar la recopilación de artículos y libros en castellano que realizamos en nuestra web con motivo del 25 aniversario de su fallecimiento.

También se pueden encontrar todos los artículos publicados en viento sur de Ernest Mandel  y sobre él.

Tomado de: Viento Sur

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Por qué soy marxista

[La versión original de este texto de Ernest Mandel apareció en alemán, en una colección de contribuciones de marxistas de diversas procedencias a los que se pidió que dieran una respuesta personal al título del libro, editado por Fritz J. Raddatz: Warum ich Marxist bin (Por qué soy marxista). El libro fue publicado por primera vez por Kindler Verlag, Munich, 1978 (Mandel, pp. 57-94), y después en una edición de bolsillo por Fischer Taschenbuch Verlag, Frankfurt, 1980 (Mandel, pp. 52-86). La contribución de Mandel se titulaba, en el original alemán, con una cita del joven Marx: “Der Mensch ist das höchste Wesen fur den Menschen” (Para el ser humano, el ser supremo es el ser humano). Esta contribución se publica aquí por primera vez en francés. Hemos traducido sistemáticamente el alemán “Mensch” como “humano”, “ser humano” o “humanidad”, singular o plural según el contexto, en lugar de como “hombre”. – Gilbert Achcar (editor de Le Marxisme d’Ernest Mandel, Actuel Marx/Confrontations, PUF, París 1999)]

I.
El gran atractivo intelectual del marxismo reside en que permite una integración racional, completa y coherente de todas las ciencias humanas sin equivalente hasta ahora. Rompe con el absurdo supuesto de que lo humano como estructura anatómica no tiene prácticamente ninguna relación con lo humano como “zoon politikon”; lo humano como productor de bienes materiales sería algo completamente distinto de lo humano como artista, poeta, pensador o fundador de una religión. Sin embargo, éste sigue siendo el supuesto subyacente de todas las ciencias académicas que estudian lo humano.

Mientras que en la antropología física es natural subrayar la estrecha correlación entre la evolución de la constitución física humana y el desarrollo de las capacidades psíquicas (entre otras la capacidad de comunicación elaborada y de conceptualización), y mientras que en el estudio de la prehistoria y la etnología, las culturas primitivas de la humanidad se catalogan rigurosamente (¡a veces de forma demasiado estrictamente mecánica!) según los instrumentos de trabajo utilizados y la actividad económica predominante, la historiografía académica se niega a reconocer en los sucesivos modos de producción la clave para comprender el desarrollo de las civilizaciones y la historia política; y la economía política dominante sostiene la leyenda de un “deseo de propiedad” supuestamente arraigado “en la naturaleza humana”, que -independientemente del estado de desarrollo de las fuerzas productivas y de una forma de organización económica fechada históricamente- elevaría la propiedad privada, la producción de mercancías y la competencia a la categoría de instituciones eternas de la vida económica.

El marxismo permite superar estas contradicciones evidentes. Partiendo del hecho establecido por la antropología de que el ser humano, al ser incompleto, sólo puede sobrevivir como ser social1/, el marxismo ve en esta limitación anatómica de nuestra especie la base de sus infinitas posibilidades de adaptación, es decir, el hecho de que la sociedad se haya convertido en la “segunda naturaleza” del ser humano y de que la adaptación a diferentes formas de organización social pueda dar lugar a infinitas variaciones de comportamiento.

El marxismo permite explicar el carácter histórico de las leyes y formas sociales -y esto, por supuesto, no por las cualidades físicas y psicológicas permanentes de la especie, que han podido cambiar muy poco en los últimos diez mil años-, sino a partir de los cambios dictados por la forma que adopta el trabajo como condición absolutamente necesaria para la supervivencia de la humanidad.

Los seres humanos producen su vida material con la ayuda de medios de producción y, en el marco de esta producción, establecen ciertas relaciones entre sí, que se denominan relaciones de producción. Estas relaciones de producción determinan en última instancia la estructura de cualquier orden social como un modo de producción específico. La dialéctica del desarrollo de las fuerzas de producción (que comprenden los medios de producción y el trabajo humano, a los que hay que añadir las capacidades técnicas, científicas e intelectuales de las y los productores), así como el desarrollo de las relaciones de producción (en el que su rigidez relativa, es decir, su carácter estructural, desempeña un papel importante), determinan, en última instancia, el devenir de la historia humana, sus avances y retrocesos, sus catástrofes y revoluciones.

Pero para el marxismo, las actividades sociales no económicas de los seres humanos no tienen en absoluto un carácter secundario, y mucho menos accesorio. Precisamente porque los seres humanos no pueden sobrevivir sin la producción social, la comunicación social es antropológicamente constitutiva en el mismo grado que el trabajo social. Ambas están vinculadas y son inseparables. Una no puede existir sin la otra. Pero esto significa que el ser humano hace todo lo que emprende con la cabeza, es decir, reflexiona sobre esta praxis suya2/. La producción de bienes materiales va acompañada de la producción de conceptos (a la que la producción del lenguaje -los fonemas- sólo proporciona la materia prima). El marxismo intenta explicar cómo la producción inmaterial (incluida la producción de sistemas conceptuales, es decir, la ideología, la religión, la filosofía y la ciencia) se entrelaza con la producción de la vida material, se separa de ella, reacciona sobre ella y qué determina este movimiento histórico.

En esta explicación tienen un carácter decisivo los siguientes descubrimientos que, como los anteriores, forman parte de la esencia del marxismo. En el nivel de observación más general y abstracto, en cada forma particular de sociedad (modo de producción), la totalidad de la producción material puede dividirse en dos categorías principales: por una parte, el producto necesario, que reproduce la fuerza de trabajo de las y los productores, así como el stock dado de medios de producción, permitiendo el mantenimiento del nivel de civilización material y la expansión demográfica de la sociedad; por otra, el plusproducto social, que permanece después de que el producto necesario se haya sustraído de la producción social global. Si el plusproducto social es insignificante, inestable y puramente accesorio, habrá muy poco crecimiento económico debido a la falta de posibilidades de acumulación, y no podrá haber una división del trabajo significativa. Sólo cuando el producto social excedente alcance un determinado umbral mínimo, en cantidad y duración, podrá utilizarse parte de la producción actual para alimentar a más personas y crear medios de producción adicionales, es decir, podrá iniciarse una verdadera dinámica de crecimiento económico.

Al mismo tiempo, se puede desarrollar la división económica del trabajo: una parte de la sociedad puede liberarse de la coacción de la producción para su propio mantenimiento, y la artesanía, el arte y el comercio, la escritura, la producción ideológica y científica, la actividad administrativa y bélica, pueden convertirse gradualmente en ocupaciones autónomas al separarse de la producción estrictamente para el mantenimiento de los productores. Esto facilita la acumulación y la transmisión de experiencia, conocimientos y recursos económicos acumulados, lo que a su vez conduce a un mayor aumento de la fuerza productiva del trabajo humano y a una mayor expansión del producto social excedente.

A partir de cierto nivel de desarrollo, esta división económica del trabajo conduce también a una división social, es decir, ambas se combinan. Una parte de la sociedad utiliza la división funcional del trabajo (por ejemplo, las funciones de gestión de provisiones, el mando del ejército, la autoridad sobre los prisioneros de guerra, etc.) para hacerse con el control del plusproducto social y obligar a parte o a toda la gente que produce a que le cedan ese plusproducto de forma permanente. Así, la sociedad se divide en clases sociales antagónicas, entre las que se libra una lucha de clases permanente (a veces oculta, a veces abierta, a veces pacífica, a veces violenta) por la distribución de la producción material y -periódicamente, al menos- por la conservación o la superación del orden social existente.

Sobre la base de las relaciones de producción dominantes, se desarrolla una compleja superestructura de formas de pensar, modos de comportarse, normas jurídicas e instituciones coercitivas, sistemas ideológicos, etc., que tienen la función de preservar el orden social existente. La más importante de estas instituciones es el Estado, es decir, un aparato específico, separado del resto de la sociedad y mantenido con el plusproducto social, que obtiene el monopolio del ejercicio de determinadas funciones sociales. Puesto que la clase dominante controla el plusproducto social, controla el Estado. Por la misma razón, la ideología dominante (¡pero no única!) de cada sociedad es también la ideología de la clase dominante.

Este instrumento conceptual, relativamente simple, permite al marxismo comprender y explicar de forma exhaustiva, e integrando cada vez más datos empíricos, no sólo el desarrollo económico y social, sino también la historia de los Estados, las culturas, la ciencia, la religión, la filosofía, la literatura, el arte y la moral, en sus peculiaridades y en sus transformaciones3/. Este es su mayor activo. El marxismo es la ciencia del desarrollo de la sociedad humana, es decir, en última instancia, la ciencia del ser humano.

II

La concepción marxista de la historia y de la sociedad se basa en el principio de que cada modo de producción tiene sus propias leyes de desarrollo, que determinan su origen, crecimiento, pleno desarrollo, declive y desaparición. La mayor contribución teórica de Karl Marx reside en el descubrimiento de las leyes específicas del desarrollo del modo de producción capitalista. Éste es, de hecho, el contenido de su obra principal. El capital existía antes que el modo de producción capitalista. Se desarrolló por primera vez en el contexto de la producción de mercancías a pequeña escala, a través de la autonomización del comercio monetario. Sus formas primitivas son el capital de usura y el capital comercial. Sólo con la penetración del capital en la esfera de la producción nace el capitalismo moderno. Sólo cuando el capital comienza a dominar la esfera de la producción se puede hablar realmente de un modo de producción capitalista definitivamente establecido.

El capital es un valor que genera plusvalía, es dinero en busca de más dinero, la búsqueda del enriquecimiento se convierte en el motivo dominante de la actividad económica. Uno de los mayores descubrimientos de Karl Marx fue establecer que el capital, en sí mismo, no es una cosa. La cría de ganado, una cantidad de medios de trabajo acumulados o incluso un tesoro de oro y plata no son automáticamente capital. Estas cosas sólo se convierten en capital en determinadas condiciones sociales, que permiten a su propietario apropiarse del plusproducto social, en parte o en su cuasi totalidad, en función del peso de este capital en la sociedad. Detrás de la apariencia de las relaciones entre los seres humanos y las cosas, Marx descubrió la sustancia de la relación capitalista como relación social de producción, como relación entre clases sociales.

La esencia del modo de producción capitalista se encuentra en la relación entre trabajo asalariado y capital, en la separación de las y los productores directos de sus medios de trabajo y subsistencia, por un lado, y por otro, en el control fragmentado -debido a la propiedad privada de los medios de producción- de la clase capitalista sobre los medios de producción4/. De esta doble división de la sociedad surgen las instituciones económicas estructurales. Las y los productores directos tienen la obligación económica de vender su fuerza de trabajo como único medio de subsistencia. La totalidad de las mercancías producidas es confiscada por quienes poseen los medios de producción que se apropian de ellas. Surge entonces una sociedad de producción generalizada de mercancías, porque no sólo están disponibles en el mercado todas las mercancías producidas, sino también todos los medios de producción (incluidos la tierra y el subsuelo), así como la propia fuerza de trabajo.

Para los marxistas, son estas características estructurales las que definen el carácter capitalista de la economía y la sociedad, y no los salarios bajos, las o los productores indigentes, la población asalariada sin poder político o la no intervención del Estado en la economía. Lejos de haberse limitado a “describir la evolución económica del siglo XIX”, y de haber sido “superado por la evolución económica del siglo XX”, El Capital de Marx es de hecho una brillante anticipación de tendencias evolutivas que sólo se materializaron plenamente mucho después de la muerte del autor. En todos los países capitalistas de la época de Marx, con la excepción de Gran Bretaña, la mayoría de la población trabajadora seguía estando formada por pequeños productores y comerciantes independientes, asistidos por sus familias. Sólo mucho más tarde esta población se descompuso en una gran mayoría de personas asalariadas (ya más del 90% en Gran Bretaña y EE UU, más del 80% en la mayoría de los demás países capitalistas industriales) y una clase de grandes, medianos y pequeños capitalistas, continuamente más reducida, mientras que los pequeños productores independientes, que trabajaban sin asalariados externos, se convirtieron en una minoría en vías de extinción.

Para probar que ya no vivimos en un modo de producción capitalista en el sentido en que lo entendía Marx, para apoyar el cuento de una economía mixta, habría que demostrar que las y los asalariados ya no se ven obligados a vender continuamente su fuerza de trabajo (por ejemplo, porque el Estado podría garantizar a toda la ciudadanía una renta mínima de existencia, o porque los medios de producción serían tan baratos que sería posible para cada trabajador o trabajadora ahorrar lo suficiente con su salario medio para establecerse como independientemente) y que el desarrollo de la economía ya no estaría dominado por la obligación, dictada por la competencia, de maximizar el beneficio y el crecimiento de cada empresa.

Si analizamos el desarrollo económico de los últimos cien, cincuenta y veinticinco años, veremos que no se ha producido ninguno de estos cambios estructurales. El capitalismo, tal y como lo definió Marx, sigue siendo hoy, más que nunca, la característica del orden económico del mundo occidental.

No se trata de una cuestión de definición, es decir, de una disputa semántica. La definición científicamente exacta de la esencia del modo de producción capitalista nos permite descubrir sus leyes de funcionamiento a largo plazo, así como sus contradicciones internas. Aquí encontramos de nuevo una notable superioridad del análisis económico marxista sobre las escuelas neoclásicas de economía, que no tienen nada equivalente que ofrecer5/.

Puesto que el capitalismo se basa en la propiedad privada de los medios de producción -es decir, en el poder, compartido por diferentes empresas y capitalistas, de disponer de los medios de trabajo y de la fuerza de trabajo, así como en la capacidad de decidir sobre las inversiones-, la producción capitalista se sitúa bajo el signo de una competencia despiadada y de la anarquía de la producción que de ella se deriva. Cada capitalista, cada empresa, busca maximizar el beneficio y el crecimiento, sin preocuparse de los efectos de esta tendencia sobre el conjunto de la economía.

Con el fin de mantener o ampliar la posición de mercado de cada competidor, la competencia obliga a reducir los costes de producción. La reducción de los costes de producción exige una ampliación constante de la escala de producción, es decir, la producción de series cada vez mayores, que a su vez requieren máquinas cada vez más eficientes. Por lo tanto, en el capitalismo existe una tendencia hacia un enorme desarrollo del progreso técnico, hacia la utilización permanente de los descubrimientos científicos en la producción material, hacia la extensión ilimitada de la masa de mercancías y del parque de máquinas hasta la semiautomatización anticipada por Marx.

Pero cada vez más máquinas requieren cada vez más capital. Para no ser derrotado por la competencia, cada capitalista (la empresa capitalista) debe tratar de ampliar su capital continuamente. La acumulación de capital es el objetivo esencial y el motor principal de la vida económica y del crecimiento en el capitalismo. Si la acumulación de capital se ralentiza, la actividad económica disminuye y se extienden la escasez y la miseria, a pesar de que se disponga de enormes reservas de bienes y fuerzas productivas. Obligada a acumular capital, la clase capitalista no tiene más remedio que tender a un mayor grado de explotación de la fuerza de trabajo. Porque el capital no es más que plusvalía capitalizada, y la plusvalía no es más que trabajo no remunerado: es la diferencia entre el nuevo valor total producido por el trabajo y los costes de reproducción de la fuerza de trabajo, es decir, la forma monetaria del sobreproducto social. Dado que con el aumento de la productividad del trabajo, una cesta determinada de bienes de consumo (e incluso una cesta con un número creciente de bienes de consumo) puede producirse en un tiempo de trabajo cada vez más corto (es decir, en una fracción decreciente de la jornada laboral normal), es muy posible, en el marco de unas relaciones de poder socioeconómicas determinadas -sobre todo si el ejército industrial de reserva (el desempleo) se reduce y disminuye a largo plazo- que los salarios reales de los trabajadores aumenten, mientras que al mismo tiempo aumenta el grado de explotación y obtienen una parte menor del nuevo valor que han producido.

Dado que sólo la fuerza de trabajo viva produce nuevo valor y plusvalía, y que aumenta la parte del capital que se gasta en la compra de medios de producción muertos (edificios, máquinas, materias primas, energía), existe una tendencia a medio y largo plazo a que disminuya la tasa media de beneficio, es decir, la relación entre la plusvalía social total y el capital social total.

Los cambios en la tasa de ganancia rigen el desarrollo económico en el capitalismo. Una disminución de la tasa de ganancia determina una disminución de la acumulación de capital, así como una disminución de la inversión, del empleo, de la producción, de la renta real y una mala situación económica. Un aumento de la tasa de ganancia determina una tendencia al crecimiento de la acumulación de capital, un aumento de la inversión y de la producción, y también determina, a largo plazo, un crecimiento del empleo y de la renta real, es decir, una buena situación económica, aunque tanto en los periodos buenos como en los malos, todas estas tendencias no se desarrollan simultáneamente ni en paralelo. También a largo plazo, en el capitalismo hay ondas de crecimiento económico rápido (1848-73, 1893-1913, 1948-1966) y ondas de crecimiento más lento (1823-1847, 1874-93, 1914-39, 1967-…). Estas ondas están condicionadas por las curvas de la tasa media de ganancia y la posibilidad (o dificultad) relacionada de lograr revoluciones tecnológicas fundamentales.

Este movimiento en forma de ondas de la tasa de ganancia determina la marcha cíclica de la producción capitalista inherente al sistema, es decir, la sucesión regular de fases de sobreproducción periódica (recesión) y de recuperación (hasta fases periódicas de expansión). La marcha cíclica de la producción capitalista existirá mientras exista la producción capitalista, y ningún “sofisticado conjunto de medidas anticíclicas de política estatal” podrá impedir de forma sostenible el retorno a las crisis periódicas de sobreproducción. Las crisis de sobreproducción se explican por la competencia, es decir, por una parte, por la anarquía capitalista de la producción, que conduce necesariamente a un movimiento ondulatorio de sobreinversión e infrainversión y, por otra parte, por una tendencia, también inherente al sistema, a desarrollar la producción (y la capacidad de producción) más allá de los límites a los que el consumo solvente de la gran mayoría de la población permanece confinado por las relaciones capitalistas de distribución.

Ciertamente, cada una de las veinte crisis económicas generales6/ que han tenido lugar hasta ahora en la historia del mercado capitalista mundial tiene sus propias características que están ligadas a aspectos específicos del desarrollo del mercado mundial (por ejemplo, el papel del auge de los precios de las materias primas y del petróleo en el desencadenamiento de la recesión de 1974-75). Pero es poco científico y poco serio explicar un acontecimiento que se ha producido 20 veces en 150 años exclusiva o principalmente sobre la base de factores que a lo sumo pueden explicar sólo esta o aquella crisis en particular, y negarse a explicar las causas generales de las crisis económicas capitalistas inherentes al sistema.

Es igualmente injustificado ver en el retorno constante del crecimiento económico después de la crisis una prueba de los errores del análisis marxista. Marx nunca predijo un colapso automático de la economía capitalista en el curso de la gran crisis económica. En su análisis, la crisis tiene precisamente la función objetiva de reactivar la valorización y la acumulación del capital, mediante la devaluación masiva del capital y el aumento masivo del grado de explotación de la fuerza de trabajo (posibilitado por el desempleo masivo). Su conclusión fue que un sistema que sólo puede lograr el crecimiento económico a costa de la destrucción violenta periódica de las fuerzas productivas y de la producción periódica de miseria generalizada, es un sistema irracional e inhumano que debe ser sustituido por otro mejor.

Una acumulación de capital en continuo crecimiento conduce, a través de la competencia impuesta por el sistema, a una creciente concentración y centralización del capital. Los peces grandes se comen a los pequeños. En cada vez más sectores industriales, un puñado de trust concentra dos tercios o más de la producción. La concentración y la centralización del capital conducen a la dominación del mercado para un gran número de productos.

El capitalismo monopolista sustituye al capitalismo liberal, en el que los precios estaban sujetos a la libre competencia. Ni los monopolios ni la creciente intervención del Estado en la economía pueden, a largo plazo, contrarrestar los efectos de la ley del valor y controlar y garantizar los precios, los mercados, la producción y el crecimiento económico. La supresión de la competencia y la anarquía a un nivel las reproduce con mayor vigor a un nivel superior. De todas estas leyes generales de funcionamiento del modo de producción capitalista se derivan una serie de contradicciones fundamentales y crecientes del sistema.

El crecimiento económico capitalista es siempre un crecimiento desigual, provocado por la búsqueda de beneficios excedentarios. El desarrollo y el subdesarrollo se condicionan mutuamente y conducen a una polarización extrema del poder económico, tanto a escala nacional como internacional. En los principales países capitalistas industrializados, el 1-2% más rico de la población posee más del 50% de la riqueza privada y, a menudo, más del 75% del valor de las acciones de todas las sociedades anónimas7/. Menos de 800 trust multinacionales controlan ya entre una cuarta y una tercera parte de la producción capitalista industrial mundial. Una docena de grandes empresas especializadas en el comercio de soja, trigo y maíz, y unos cientos de empresas agroalimentarias controlan la mayor parte del comercio mundial de alimentos. El 70% de la población mundial (los países subdesarrollados, más China) recibe sólo el 15% de la renta mundial y representa menos del 10% del consumo mundial de energía.

El modo de producción capitalista genera cada vez más la alienación del trabajo y la autoalienación de todos los seres humanos. Si el trabajo se considera únicamente como un medio para ganar dinero, pierde gran parte de su dimensión creativa y formadora de la personalidad. La tensión física, la monotonía o el estrés permanente provocados por la obligación de rendir y el miedo al fracaso convierten el trabajo en una carga y una calamidad. El ser humano ya no es el objetivo, sino el medio del sistema económico; se degrada hasta el punto de ser un pequeño engranaje de la máquina, por así decirlo.

La extrema racionalidad y la sofisticada planificación del cálculo de los costes y las inversiones, de la organización de la investigación y la producción dentro de la empresa, están ligadas a la creciente irracionalidad del sistema en su conjunto. Esta irracionalidad se expresa no sólo en las crisis de sobreproducción que se repiten regularmente, sino también en las enormes pérdidas debidas al hecho de que, por un lado, las capacidades de producción no se utilizan plena y permanentemente y, por otro, se produce un enorme despilfarro de fuerzas productivas en una producción irracional y nociva que pone en peligro la salud, la naturaleza y la vida misma.

Todas estas contradicciones pueden reducirse a una contradicción central: la contradicción entre la creciente socialización objetiva de la producción y su apropiación privada. El trabajo como actividad privada para el consumo inmediato de productores individuales o pequeñas comunidades hace tiempo que se ha convertido en algo marginal. Ahora, una dependencia, cada vez más estrecha, vincula a cientos de millones de productores en un trabajo que objetivamente no puede prescindir de la cooperación. Pero la organización, la dirección y la finalidad de este enorme mecanismo no están en sus manos. Está en manos del gran capital. El beneficio privado (el beneficio de cada empresa individual) sigue siendo el alfa y omega de la organización económica capitalista. La tendencia desenfrenada al enriquecimiento impide que las enormes capacidades productivas se pongan al servicio de la satisfacción de las necesidades humanas y de la emancipación de sus productores. Cada vez más, el valor de cambio, que se ha vuelto autónomo, transforma estas fuerzas productivas en fuerzas destructivas, que nos conducen a catástrofes espantosas. Las contradicciones crecientes del sistema se descargan periódicamente en una sucesión explosiva de crisis económicas, sociales y político-militares extremadamente destructivas. La aniquilación de la cultura material y de la civilización humana básica, el retorno a la barbarie, se ha convertido en una posibilidad real y tangible.

Cualquiera que observe objetivamente la historia de nuestro siglo no puede sino asombrarse de la precisión con la que el genio analítico de Marx captó y predijo las principales tendencias del desarrollo económico y social.

III

La dimensión activa y consciente del marxismo es parte constitutiva de su concepción de la historia. Es también un desafío cotidiano para cualquiera que se defina como marxista. Si la sociedad burguesa aparece, superficialmente, como el campo de una lucha universal de una persona contra otra, el marxismo ve estos enfrentamientos estructurados como lucha de clases. La lucha de clases entre el trabajo asalariado y el capital domina el desarrollo social en este modo de producción. En última instancia, sólo el conflicto social expresa las leyes del movimiento económico y las contradicciones internas de este modo de producción.

Todas las personas asalariadas y propietarias están objetivamente insertas en esta lucha de clases, les guste o no. Los empresarios capitalistas se ven obligados por la competencia a maximizar su beneficio, es decir, a maximizar la explotación de sus asalariados, quienes, por su parte, no tienen más remedio que luchar por salarios más altos y jornadas laborales más cortas si quieren mantener o mejorar su posición en la sociedad burguesa.

La experiencia práctica demuestra cómo en el enfrentamiento individual entre la gente asalariada y el empresario capitalista, la primera es sistemáticamente derrotada debido a su impotencia financiera y económica. Debe vender continuamente su fuerza de trabajo, mientras que el capitalista dispone de reservas suficientes para poder esperar un precio que le convenga. Así, la presión material empuja a las personas asalariadas a reagruparse, a organizarse colectivamente, a crear fondos de huelga, sindicatos, cooperativas y, finalmente, partidos políticos obreros.

Pero esta obligación objetiva no es experimentada mecánicamente de la misma manera por todos los trabajadores y trabajadoras. Tampoco reaccionan inmediatamente de la misma manera y de forma continua ante esta obligación. Hay personas más rápidas que otras para darse cuenta de la necesidad de una coalición y de las condiciones en las que puede tener éxito. Algunas sacarán constantemente conclusiones prácticas de esta toma de conciencia, otras no tanto o no lo harán en absoluto. Las personas de otras clases sociales también pueden unirse a la lucha de clases proletaria, bien por convicción científica, bien por identificación moral con las y los explotados, o por ambas razones (para alguna gente, esto puede explicarse incluso por la aspiración a una carrera individual en las organizaciones de masas).

El hecho de que la lucha de clases proletaria sólo pueda entenderse como el resultado de una dialéctica de factores históricos objetivos y subjetivos no implica, en modo alguno, que el marxismo reintroduzca el puro azar y la indeterminación por la ventana, por así decirlo, en su concepción de la historia, después de haberlas echado primero por la puerta en nombre de las leyes del proceso histórico reveladas por el materialismo histórico8/. Esto sólo significa que el proceso histórico no sigue una línea perfectamente recta y unilateral, que cada crisis histórica no tiende hacia un único resultado posible, sino que puede conducir tanto a un progreso histórico (una revolución social exitosa) como a una regresión histórica (una decadencia del nivel material y la cultura alcanzado por la civilización).

Sin embargo, el marco de estas posibles variaciones sigue estando predeterminado por las condiciones materiales y sociales. El fin de un orden social es inevitable tras un cierto grado de agudización de sus contradicciones internas. Nada pudo salvar a la decadente sociedad esclavista del siglo III a.C. en adelante, ni a la decadente sociedad feudal tardía del siglo XVII en adelante. Lo único que no estaba determinado era la forma concreta de su superación; es decir, dependía del desarrollo de las relaciones de fuerzas entre las clases sociales que luchaban por el poder (relaciones de fuerzas que incluyen la iniciativa política, así como los elementos ideológicos de la lucha de clases).

Del mismo modo, la posibilidad de encontrar la salida a una crisis social está predeterminada materialmente. Dado el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en las distintas épocas, la crisis de la antigüedad, al igual que la del feudalismo, no podía conducir a una sociedad comunista, a pesar de toda la convicción y determinación de los esenios y los primeros cristianos, los husitas y los anabaptistas. En la fase actual de desarrollo de las fuerzas productivas, cualquier intento de volver a la simple producción de mercancías y a la producción privada a pequeña escala sería pura utopía.

Dado que la concepción marxista de la historia otorga un peso decisivo a la lucha de clases en la determinación del curso concreto de los acontecimientos, el marxismo tiende a restablecer la unidad de la teoría y la práctica, destruida durante tanto tiempo por la división social del trabajo y la división en clases de la sociedad. Se esfuerza por conseguirlo en tres niveles: en primer lugar, en el nivel epistemológico general, reconociendo la verificación por la práctica como la forma última de confirmación de cualquier hipótesis científica -incluida la suya propia9/-; en segundo lugar, definiendo la posibilidad de una transformación socialista de la sociedad, de un resultado positivo de la lucha de clases proletaria, es decir, de la solución al dilema de cómo los seres humanos, cuya motivación individual está condicionada en gran medida por una sociedad de clases alienante, podrían construir una sociedad sin clases. El marxismo responde a esta objeción materialista vulgar diciendo que si los seres humanos son efectivamente el producto de las condiciones en las que viven, estas condiciones son también el producto de la acción humana10/.

La transformación revolucionaria de las condiciones de existencia y la autoeducación revolucionaria de los seres humanos para una transformación consciente de su ser social son, pues, dos procesos inseparablemente entrelazados, cuya base material se produce por las contradicciones internas del modo de producción capitalista, por el alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas y por la lógica interna de la extensión de la lucha de clases proletaria. En el proletariado educado en el marxismo, la teoría científica y la praxis de la transformación social se unen también, cada vez más, en la práctica.

Por último, el marxismo también tiende al restablecimiento de la unidad de la teoría científica y la praxis política revolucionaria para cada marxista individual. Un marxismo de salón puramente contemplativo sería un pseudo-marxismo, castrado, alienado y cosificado, no sólo en la práctica, sino también en la teoría porque tendría que tender hacia un determinismo económico fatalista.

¿Este vínculo necesario entre la teoría marxista y la praxis socialista-revolucionaria implica para la o el teórico marxista una tendencia a perder el distanciamiento científico y la objetividad, una limitación de esa capacidad de explicar los fenómenos sociales en su globalidad, que es precisamente el atractivo intelectual del marxismo? En absoluto. La negación de la objetividad científica es el subjetivismo (el prejuicio y la arbitrariedad en el uso de los datos empíricos), no la toma de partido. El subjetivismo conduce o bien a ignorar las cuestiones planteadas o bien a negar los datos que no se ajustan a algún concepto dogmático. Nada es más ajeno al marxismo -cuyo fundador eligió como lema: de omnibus dubitandum est– que un enfoque tan poco científico del análisis de los fenómenos sociales.

La verificación estricta de las fuentes y los hechos; la disposición a volver a comprobar cada hipótesis de trabajo, en cuanto empiecen a aparecer o aparezcan realmente tendencias contradictorias; un despliegue ilimitado de la más amplia libertad de crítica, y, por tanto, la necesidad del pluralismo científico e ideológico: éstos no son sólo componentes del método marxista, son, por así decirlo, las condiciones previas necesarias para que el propio marxismo alcance todo su potencial. Sin estas condiciones, se marchita hasta convertirse en un talmudismo incruento o -peor aún- en una estéril religión de Estado.

Precisamente, porque el marxismo no es la ciencia por la ciencia, porque es partidista en el sentido más noble de la palabra, es decir, se fija como objetivo no sólo interpretar el mundo, sino también transformarlo en dirección a la emancipación de las clases trabajadoras, es por esta razón por la que no puede desviarse en modo alguno de una estricta objetividad científica en el análisis de la sociedad. Sólo una teoría con base científica que refleje la realidad puede ser un arma eficaz en la lucha por la transformación socialista de la sociedad. La objetividad científica no puede violarse por razones partidistas, porque sería como mojar la pólvora antes de disparar. Y aún no se ha ganado ninguna batalla con pólvora mojada.

Una ciencia social que fuera imparcialaxiológicamente neutra, que se posicionara neutralmente en la lucha de clases, no puede existir en una sociedad dividida en clases, sean cuales sean las aspiraciones subjetivas de las y los investigadores científicos, que a menudo tienden a ir en esta dirección. Un ejemplo sorprendente lo ofrece la evolución de la economía académica y oficial en los últimos cinco años. Cuando, cada vez que se trata de evaluar la solvencia de los Estados que solicitan préstamos, instituciones como el Fondo Monetario Internacional imponen a los gobiernos solicitantes una reducción del gasto social; cuando, en el caso de un pueblo tan pobre como el egipcio, exigen sin el menor escrúpulo que se reduzcan radicalmente, o incluso se supriman, las subvenciones a los alimentos básicos (lo que, literalmente, condena al hambre a una parte de esta población), se trata claramente de un intento a escala mundial de aumentar la tasa de ganancia mediante la reducción del coste de la mercancía “fuerza de trabajo”.

Que esto pueda justificarse desde un punto de vista puramente técnico (en referencia a la inflación, el déficit de la balanza de pagos, el déficit presupuestario, etc.), sólo prueba que la economía política oficial, al aceptar tácitamente situarse exclusivamente en el marco del orden económico existente, está igualmente obligada tácitamente a subordinarse a las leyes de la acumulación de capital, es decir, a las necesidades de la lucha de clases del capital.

IV


La lucha de clases proletaria, en su forma elemental, no es todavía una lucha de clases socialista. Es cierto que está evolucionando, por el hecho mismo de su extensión, de una lucha estrictamente económica a una lucha objetivamente política, en la medida en que ya no opone sólo personas asalariadas aisladas a capitalistas aislados, sino las amplias masas de quienes reciben un salario o un sueldo al conjunto de los poseedores11/. Pero una lucha de clases tan objetiva y políticamente elemental, por sus efectos subjetivos sobre la conciencia de clase del proletariado, sólo puede añadir a los enfrentamientos entre asalariados y capital la posibilidad periódica de la lucha por la conquista del poder político con el objetivo de un derrocamiento radical de la sociedad burguesa, es decir, una dimensión anticapitalista consciente.

Estos enfrentamientos son tan inevitables e inscritos en la naturaleza del sistema capitalist como la decadencia y la descomposición de dicho sistema. Pero ni la victoria del socialismo ni el desarrollo de la conciencia de clase proletaria hasta su nivel más elevado son inevitables. Así pues, volvemos a encontrar aquí el factor subjetivo de la historia -es decir, la intervención consciente y orientada hacia un objetivo en el proceso histórico objetivo- como componente decisivo del marxismo. De este hecho pueden extraerse varias conclusiones importantes.

La estratificación socioeconómica del proletariado, la desigual apropiación del conocimiento científico (o, como cara negativa del mismo fenómeno, la desigual influencia de la ideología burguesa y pequeñoburguesa), la desigual disponibilidad para la implicación personal continua en un sindicato o en una organización política, conducen a una inevitable diferenciación de la conciencia de clase proletaria. Sólo la organización de la vanguardia socialmente consciente en un partido revolucionario de vanguardia permite asegurar la continuidad de esta conciencia, así como su refuerzo constante gracias a las experiencias de cada nueva fase de la lucha de clases.

Pero sólo un partido que consiga transmitir a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras el nivel de conciencia de clase necesario para la victoria de la revolución socialista, es verdadera y objetivamente la vanguardia de la clase. Esta transmisión sólo puede darse mediante una intervención eficaz en la lucha de clases real. La necesaria unidad dialéctica de la vanguardia y la clase, de la organización y la espontaneidad, está inscrita tanto en la naturaleza del proletariado como en la naturaleza de la revolución proletaria y del orden socialista de los consejos12/.

La dialéctica de medios y fines obtiene así un marco objetivamente definible. Precisamente porque el objetivo socialista no puede alcanzarse sin aumentar la confianza de los trabajadores en sus propias fuerzas, su sentimiento de pertenencia a un todo y su solidaridad de clase, sólo son útiles y aplicables -en la medida en que conducen al objetivo socialista- aquellos medios, tácticas y compromisos que elevan la conciencia de clase en su conjunto, en lugar de restringirla o degradarla13/. Cualquier táctica que tenga el efecto contrario en la conciencia de clase de los trabajadores, por muy eficaz que pueda parecer inmediatamente desde un punto de vista puramente práctico, a la larga alejará del objetivo socialista, en lugar de conducir hacia él.

Así pues, los componentes críticos y autocríticos del marxismo se ponen especialmente de relieve. El marxismo no sólo es abierto y, por ello, alejado del dogmatismo, porque se refiere a un proceso histórico en constante movimiento, que aumenta y transforma constantemente la materia prima de las ciencias sociales (en relación con el presente, pero también en relación con el pasado); no sólo es abierto porque su referencia a la praxis significa que mira constantemente al futuro, un futuro que nunca puede conocerse completamente de antemano, ya que una intervención deliberada podría cambiar el resultado de un proceso histórico. El marxismo también es abierto porque el factor decisivo en la transición del capitalismo al socialismo sigue siendo el aumento de la conciencia de clase del proletariado, así como el grado de independencia, autoorganización e iniciativa en la lucha de los trabajadores.

En la lucha de clases, cada intervención organizada, ya sea en una huelga, en las elecciones o en la construcción del socialismo, cada discurso en una asamblea obrera y cada panfleto que leerán los trabajadores y trabajadoras, debe considerarse desde el siguiente punto de vista: ¿cuáles serán los efectos de esta intervención sobre la conciencia de clase? Sin embargo, el juicio sobre estos efectos sigue siendo necesariamente hipotético durante la propia acción. Sólo la experiencia práctica posterior puede establecer si fue correcta o incorrecta. Esto explica la gran importancia que el marxismo concede a la historia de las luchas de clase proletarias, porque es el único laboratorio que nos permite evaluar las tácticas y los métodos de lucha sobre la base de la experiencia pasada.

De ello se deduce que sin una reflexión objetiva y crítica, incluida la de uno mismo, no son concebibles ni una lucha de clases socialista consciente, ni un auténtico partido revolucionario, ni un auténtico marxismo. Un pseudomarxismo que sacrifica la autocrítica pública despiadada, la expresión pública de la verdad, aunque sea muy cruel, a quién sabe qué exigencias prácticas, es indigno no sólo de la dimensión científica del marxismo, sino también de su dimensión liberadora. También es, a largo plazo, totalmente ineficaz.

Pero una lucha de clases política debe interesarse por todos los fenómenos sociales, los que conciernen a algo más que a algunos individuos aislados. Por tanto, va necesariamente más allá de la lucha de clases elemental por el reparto de la renta nacional entre salarios y beneficios (plusvalía). Esta lucha de clases elemental, por sí misma, es incapaz de plantear el problema de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, la cuestión de la expropiación de los expropiadores.

La cuestión del Estado, la cuestión de la libertad política y de la actividad autónoma de las y los trabajadores, la cuestión del paso de la democracia representativa a la democracia directa desempeñan aquí un papel absolutamente decisivo. La comprensión clara de todas estas cuestiones exige una educación progresiva (autoeducación) del proletariado, interesándose por todos los problemas políticos y sociales que conciernen a todas las clases de la sociedad burguesa14/.

El hecho de que esta exigencia esté inscrita en la concepción marxista de la historia y de la acción no debe nada a la casualidad, ni a consideraciones puramente tácticas. Corresponde a la esencia misma de la lucha de clases proletaria, que sólo se concibe a sí misma como un medio para alcanzar el objetivo de una sociedad sin clases, una sociedad en la que, con la desaparición de la explotación del hombre por el hombre, deben desaparecer todas las formas de opresión y violencia ejercidas por los seres humanos contra otros seres humanos. La indiferencia o la tolerancia ante tales formas de opresión, o peor aún, su resurgimiento, no pueden conducir al objetivo socialista.

Por lo tanto, también hay un componente ético en el marxismo que tiene un fundamento materialista objetivo. Cuando los marxistas consecuentes dicen que lo consideran todo desde el punto de vista de la lucha de clases proletaria, dan a entender que este punto de vista se basa en el siguiente teorema: sólo lo que eleva la conciencia de clase proletaria, y en particular lo que permite a los trabajadores y trabajadoras adquirir una comprensión más profunda de las diferencias fundamentales entre la sociedad burguesa y la sociedad sin clases, promueve la lucha de clases proletaria a largo plazo. Esto, a su vez, incluye la comprensión de la necesidad de una lucha práctica contra todas las formas de explotación y opresión -ya estén dirigidas contra las mujeres o contra razas, nacionalidades, pueblos, grupos de edad, etc.- como componente necesario de la lucha mundial por una sociedad socialista. El marxismo parte “de la enseñanza de que para el ser humano, el ser supremo es el ser humano, y por tanto del imperativo categórico de derrocar todas las relaciones que hacen del ser humano un ser humillado, esclavizado, abandonado, despreciable”15/.

Sin duda, esta comprensión se deriva de una necesidad psicológica individual de protestar y rebelarse contra cualquier forma de negación de derechos, de injusticia y de desigualdad. Pero también procede de una necesidad histórica objetiva.

Sólo un control global consciente de las fuerzas productivas materiales por parte de la humanidad puede evitar que se transformen progresivamente en fuerzas destructivas de la naturaleza y la cultura. Pero el control consciente presupone una capacidad de juicio, tanto individual como colectiva. La autoeducación del proletariado hacia la emancipación efectiva y el verdadero internacionalismo que promueve el marxismo es, en última instancia, una autoeducación de la capacidad de juicio y decisión del proletario individual en el marco colectivo. Sin ello, la autogestión socialista y la economía planificada socialista no serían más que una fórmula hueca, cuando no cínica.

La socialización de la economía sólo puede dar el salto de un proceso puramente objetivo a un proceso bajo control subjetivo cuando la colectivización de las relaciones de propiedad y la gestión de las fuerzas productivas se acompañan y combinan dialécticamente con una individualización progresiva de la capacidad de decisión16/. Extender la realización de todas las potencialidades de la personalidad humana a todos los productores y a todas las personas no sólo es el gran objetivo del socialismo, sino también, cada vez más, un medio indispensable para lograr este objetivo.

V

La teoría marxista distingue entre las condiciones más propicias para el derrocamiento del capitalismo y las necesarias para la construcción de una sociedad socialista plenamente desarrollada. Las primeras se refieren sobre todo a la relación de fuerzas sociopolítica. No sólo a la fuerza relativa del proletariado y de su partido revolucionario de vanguardia, sino también a la debilidad relativa de la burguesía y, por ejemplo, a la posibilidad de unir a la revolución proletaria a la mayoría de una población trabajadora aún en gran parte no proletarizada -el campesinado-, precisamente porque la burguesía de los países capitalistas subdesarrollados es incapaz, en la era imperialista, de superar radicalmente las relaciones precapitalistas en el campo. Las segundas condiciones dependen de un alto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y de una madurez político-cultural del proletariado, que permitan un grado máximo de democracia directa de los consejos, de autogestión, de crecimiento económico armonioso, de desmantelamiento sistemático de las relaciones mercantiles y monetarias mediante la generalización rápida de la saturación en el consumo de bienes y servicios indispensables (es decir, una transición progresiva hacia la distribución según el criterio de satisfacción de las necesidades).

Es evidente que el subdesarrollo relativo del capitalismo en algunos países de la era imperialista facilita la conquista del poder político por el proletariado, por las mismas razones que hacen considerablemente más difícil o incluso imposible la construcción de una sociedad sin clases en estos países mientras la revolución permanezca aislada. La teoría de la revolución permanente de Trotsky -que, junto con la teoría de la organización de Lenin, es el desarrollo más importante del marxismo después de Marx y Engels- le permitió, ya en 1905-1906, predecir correctamente estos dos aspectos contradictorios de la revolución en el siglo XX17/.

La conclusión que extrajo de su percepción del carácter dialéctico de la revolución socialista en los países relativamente subdesarrollados no fue la de repudiar estas revoluciones como prematuras sobre la base de que condenarían al partido y a la clase revolucionarios a la ruina18/. Se trataba, por el contrario, de comprender la inevitabilidad de tales revoluciones prematuras en la era imperialista -¡la única otra posibilidad era permanecer hundidos en un subdesarrollo bárbaro! – y la necesidad de verlas como puntos de partida hacia la revolución socialista mundial, que puede extenderse gradual e incrementalmente a las naciones industriales más importantes del mundo. La tragedia del socialismo desde 1917 no es que los marxistas hayan intentado contribuir a su victoria en los países subdesarrollados. Eso es más bien su mérito desde el punto de vista de la historia mundial. Su tragedia es que ha permanecido aislado en estos países, es decir, que aún no ha triunfado en los países industrializados de Occidente, a pesar de las numerosas ocasiones históricas favorables (Alemania en 1918-19, 1920, 1923; Francia en 1936, 1944-47, 1968; Italia en 1919-20, 1945-48, 1969-70; Gran Bretaña en 1926, 1945-48; España en 1936-37, etc.)19/.

Así nació un nuevo fenómeno histórico, primero en la Unión Soviética, luego en Europa del Este, China, Cuba y Vietnam. En estos países encontramos una sociedad que ya no es capitalista, en la que no funciona ninguna de las leyes del capitalismo descritas anteriormente, pero que al mismo tiempo está aún lejos de construir una sociedad socialista en el sentido en que Marx y Engels definieron la primera fase de la sociedad sin clases20/. Es una sociedad que el retraso de la revolución proletaria mundial ha bloqueado y paralizado en la fase de transición del capitalismo al socialismo.

Las condiciones concretas históricamente particulares en las que se produjo esta paralización condujeron a la degeneración burocrática de estas sociedades de transición. Un estrato social -la burocracia del Estado, la economía, el partido y el ejército- se apropia de importantes privilegios en la esfera del consumo. Dado que sus privilegios se limitan a esta esfera y no desempeñan ningún papel indispensable en la esfera de la producción, no se trata de una nueva clase dominante. Sin parasitismo, la acumulación productiva socialmente necesaria no disminuiría, sino que, por el contrario, aumentaría; el crecimiento económico no experimentaría un desarrollo negativo, sino que, por el contrario, se aceleraría. Pero precisamente porque es una capa parasitaria, la burocracia sólo puede establecer sus privilegios sobre la base de un control ilimitado del excedente social, es decir, mediante un control absoluto del Estado, de la economía y de las armas, mediante la ausencia de derechos políticos, mediante la atomización y la pasividad de las amplias masas trabajadoras21/. Como demostraron los acontecimientos en Hungría y Polonia en 1956, en Checoslovaquia en 1968 (y en parte en China en 1966-67), cualquier nuevo auge de la actividad política de las masas en estas sociedades conduce a una tendencia casi automática hacia un orden social verdaderamente consejista y al derrumbe casi automático de la dictadura de la burocracia.

Al etiquetar esta dictadura como socialismo real o realizado, los apologistas, tanto del Este como del Oeste, han prestado a la burguesía mundial el mayor servicio ideológico y político imaginable, un servicio sin el cual el capitalismo probablemente no existiría en absoluto, al menos en Europa Occidental. La identificación del socialismo con las condiciones de opresión política y falta de libertad individual en el Este es actualmente la principal razón por la que las y los asalariados de varios países occidentales importantes se acomodan relativamente a la sociedad burguesa, aunque ésta sea cada vez más propensa a las crisis.

Esta identificación sólo podrá romperse definitivamente cuando la revolución proletaria triunfe en uno o varios países occidentales muy desarrollados y presente al proletariado mundial un modelo de socialismo (o, más exactamente, el modelo de un socialismo en construcción y aún inacabado) realizado en la práctica y fundamentalmente diferente del de la URSS. No estamos en condiciones de hacer una descripción detallada de cómo será realmente ese modelo. Pero sus rasgos principales pueden deducirse, aproximadamente, tanto de los elementos de la nueva sociedad que ya han surgido dentro de la antigua, como de la asimilación crítica de todas las experiencias (tanto positivas como negativas) de las pasadas revoluciones proletarias del siglo XX.

La característica principal de este modelo de socialismo será, en el plano político, la democracia de los consejos, es decir, el ejercicio directo del poder político por la clase obrera y sus representantes libremente elegidos. El partido revolucionario ejercerá su papel de liderazgo en el sistema de consejos gracias a su capacidad para convencer política e ideológicamente a la mayoría de los trabajadores y trabajadoras, y no mediante la coacción y la represión de sus oponentes políticos. Esto presupone un sistema multipartidista, plena libertad para organizar reuniones, manifestaciones y prensa, la independencia de los sindicatos, el derecho a la huelga y el pleno respeto del pluralismo ideológico, científico, artístico y filosófico. A diferencia de la democracia parlamentaria burguesa, estos derechos democráticos fundamentales serán tanto más amplios cuanto que ya no serán puramente formales, sino que podrán adquirir un contenido real, en la medida en que se aseguren a la población las condiciones materiales y el tiempo indispensables para su ejercicio efectivo. Esto significa, también, un desplazamiento cada vez mayor hacia la democracia directa, hacia el ejercicio inmediato del poder del Estado por los propios trabajadores y trabajadoras, hacia la autogestión de los ciudadanos y las comunidades en un número importante de sectores de la sociedad, es decir, una dinámica que conduzca al declive progresivo del Estado.

Desde el punto de vista económico, este modelo se caracterizará por una autogestión planificada y democráticamente centralizada de la economía, en la que las y los propios productores asociados decidirán sobre todas las prioridades que determinan el desarrollo económico, y siempre al nivel en el que estas decisiones puedan tomarse realmente: en los congresos nacionales de todos los consejos y en los congresos de las ramas industriales, para las decisiones importantes en materia de inversión; a nivel de la empresa o del sector industrial (o de las empresas federadas según el modo cooperativo), para lo que concierne a la organización del trabajo; a nivel comunal y regional, para las inversiones sociales; en las conferencias de productores y consumidores con recurso a la televisión, a los referendos escritos y a las encuestas, para decidir sobre la gama de productos; en los congresos internacionales de los consejos, para un número creciente de decisiones relativas a las grandes inversiones o relativas a la protección del medio ambiente, etc.

La autogestión obrera realizada (y no sólo proclamada demagógicamente) requiere una reducción radical de la jornada laboral, un aumento continuo del nivel técnico y cultural de las y los productores directos, una reducción radical de las desigualdades salariales y una eliminación gradual de las normas de distribución burguesas (relaciones monetarias y mercantiles). El control público radical y la democracia política más amplia posible de los consejos son las únicas garantías contra el parasitismo, la corrupción y el despilfarro, es decir, contra el retroceso de las relaciones de producción provocado por la supervivencia de las relaciones monetarias y mercantiles en la distribución de los bienes de consumo.

Este modelo, tanto político como económico, está estrechamente vinculado a un cambio gradual en la motivación y la conciencia del trabajo, que a su vez están ligadas a un cambio creciente en la tecnología, la organización del trabajo y el contenido del proceso de trabajo (eliminación de todos los procesos mecánicos y monótonos, que sólo se soportan pasivamente como un servicio a la comunidad), así como a la superación de la separación entre trabajo manual e intelectual, entre producción y administración, y a cambios en las costumbres y hábitos. Todos estos cambios actúan unos sobre otros y se condicionan mutuamente en la autoeducación de las y los productores asociados y el autodesarrollo de la humanidad socialista. Requieren una progresión cualitativa inmediata de la solidaridad internacional, es decir, una redistribución significativa de los valores de uso producidos en todo el mundo, ya que un mundo socialista, en el que la abundancia y mucho tiempo libre coexistieran en el hemisferio norte con el hambre o el subdesarrollo en el hemisferio sur, sería una monstruosidad que no tendría nada que ver con el verdadero socialismo.

Los ideólogos burgueses responsabilizan al marxismo de [haber producido] Stalin y todo lo que ha ido mal, y sigue yendo mal, en la URSS, Europa del Este y China. También podríamos condenar la medicina y pedir la vuelta a la charlatanería institucionalizada, porque muchos enfermos no se han curado gracias a una atención médica ineficaz en los últimos sesenta años. Incluso podemos dar la vuelta al argumento. Una confirmación más de la superioridad del marxismo como ciencia social reside en el hecho de que fue capaz de descubrir las causas, los secretos y las leyes de funcionamiento de ese fenómeno histórico imprevisto, la sociedad burocratizada de transición del capitalismo al socialismo, y de desenmascarar por completo la mistificación del pseudomarxismo aplicado. En comparación, los intentos de análisis teórico de la sovietología académica son obras de aficionados, mientras que las leyes que pretende haber descubierto se reducen a lugares comunes, cuando no son rápidamente superadas por la evolución objetiva.

VI

Cuando el marxismo eleva a nivel de un imperativo categórico la lucha contra todas las formas de explotación y opresión y somete su supuesta realización en la Unión Soviética y en otros lugares a la crítica más severa22/, no cae en absoluto en un tipo de idealismo histórico que opondría un modelo utópico ideal a la superación real de las condiciones existentes. Sólo eleva la comprensión materialista de la historia a un nivel superior, en el que la unidad de la teoría y la práctica adquiere de nuevo una dimensión adicional.

En efecto, en toda la historia de la humanidad existen dos constantes paralelas, aunque contradictorias. Por un lado, las guerras, las sucesivas formas de sociedades de clases y la lucha de clases atestiguan, hasta ahora, la incapacidad de los seres humanos de extender los principios de colaboración voluntaria, cooperación y asociación solidaria a toda la humanidad. La aplicación práctica de estos principios durante un largo periodo de tiempo sigue limitada a fragmentos más o menos grandes de la raza humana: comunidades tribales o aldeanas, ciertas formas de familias amplias, clases sociales que luchan por objetivos comunes. Ya conocemos las causas materiales de esta tendencia que empuja constantemente a la sociedad a desgarrarse, y sabemos cómo, el nivel que ha alcanzado ahora la ciencia y la tecnología, pone cada vez más en peligro la existencia de la civilización, e incluso la mera supervivencia física de la humanidad.

Por otro lado, la aspiración a una sociedad de productores y productoras libres, iguales y asociadas sigue estando tan profundamente arraigada en la historia de la humanidad como la propia división de clases, la desigualdad social, la injusticia y la violencia ejercida sobre los humanos por otros humanos que acompañan a esta división. A pesar de toda la influencia ideológica de las clases dominantes, que tratan constantemente de convencernos de que siempre ha habido ricos y pobres, poderosos y desvalidos, dominantes y dominados, y siempre los habrá, y de que, por tanto, es inútil luchar por una sociedad de iguales, la historia está, sin embargo, marcada por una sucesión continua de levantamientos, rebeliones, revueltas y revoluciones contra la explotación de los pobres y la opresión de los desvalidos. Estos intentos de autoemancipación de la humanidad fracasan repetidamente. Pero se renuevan una y otra vez y -considerados históricamente, en cada sociedad materialmente más avanzada- con una visión más clara del futuro, objetivos más audaces y posibilidades cada vez mayores de alcanzar realmente la meta.

Los marxistas de la era de la lucha de clases entre el capital y el trabajo asalariado somos sólo los representantes más recientes de esta corriente milenaria, cuyos inicios se remontan a la primera huelga en el Egipto faraónico23/, y que, pasando por innumerables levantamientos de esclavos en la antigüedad y las revueltas campesinas en la antigua China y Japón, desemboca en la gran continuidad de la tradición revolucionaria de los tiempos modernos y el presente.

Esta continuidad es el resultado de la chispa insaciable de insubordinación ante la desigualdad, la explotación, la injusticia y la opresión, que siempre brota de nuevo en el seno de la humanidad. En ella reside la certeza de nuestra victoria. Porque ningún César o Poncio Pilatos, ningún emperador de derecho divino o de la inquisición, ningún Hitler o Stalin, ningún terror o sociedad de consumo ha logrado apagar definitivamente esta chispa. Corresponde demasiado a nuestras predisposiciones antropológicas -al hecho de que el ser humano es un ser social, que no puede sobrevivir sin una socialización creciente y sin caminar erguido- para que no se manifieste sin cesar24/, a veces en este país o continente y a veces en otro, a veces en esta clase social y a veces en otra, a veces sólo entre poetas, filósofos y eruditos, a veces entre amplias masas populares, según los avatares de la historia, así como los intereses materiales y las luchas de clases políticas e ideológicas que las rigen.

Algunos neurofisiólogos, psicólogos y científicos del comportamiento pretenden relacionar esta dualidad de la historia humana con la estructuración binaria de nuestro sistema nervioso central, a la que correspondería la combinación de acciones reflexivas e instintivas en el individuo. Lo único que esta tesis puede demostrar es la posibilidad de la agresividad humana y de la acción destructiva, el hecho de que se mantengan potencialidades destructivas profundamente arraigadas en el ser humano, cuyo origen se remonta a épocas anteriores a la especie humana o al comienzo mismo de ésta. Pero cuáles son las razones por las que estas potencialidades están más o menos pronunciadas en una época determinada; por qué ha habido épocas, culturas y sociedades más pacíficas o agresivas que otras; por qué no puede existir un orden social que frene de forma radical y definitiva (o al menos a muy largo plazo) estas fuerzas destructivas potenciales, o las canalice por vías inofensivas para el ser humano… son preguntas a las que estas tesis no dan respuesta. Este es el tema principal y el objetivo principal del marxismo como ciencia de la humanidad en su conjunto.

Sin embargo, creemos que es más apropiado recordar lo siguiente: la raza humana, con toda su debilidad, habitada desde hace cientos de miles de años por el miedo a las abrumadoras fuerzas naturales, y habiendo desarrollado formas elementales de cooperación social en su lucha contra ellas, sólo ha podido obtener un dominio progresivo sobre estas fuerzas a costa de una creciente degradación de la solidaridad social. Este dominio exigía una acumulación cada vez mayor de cuotas del producto social en lugar de su consumo inmediato, una especialización cada vez mayor de una parte de la sociedad en actividades administrativas y trabajo intelectual en lugar del ejercicio de tareas administrativas, por turno, por todos los miembros de la sociedad. Mientras el producto social fue demasiado pequeño, esta limitación impuso un conflicto permanente: la acumulación sólo podía aumentar mediante el trabajo forzado de las y los productores directos, y la gran masa de los mismos debía permanecer separada del trabajo intelectual.

A medida que aumentaba el control de los humanos sobre la naturaleza, perdían la solidaridad social y el control sobre su existencia social. Su existencia pasó a estar sujeta a leyes objetivas y ciegas que actuaban a sus espaldas. Esta contradicción encuentra su máxima y más aguda expresión en el capitalismo.

Sin embargo, con el tremendo desarrollo de las fuerzas productivas que ha hecho posible el modo de producción capitalista, el precio que los seres humanos tienen que pagar por dominar la naturaleza no sólo se ha vuelto demasiado alto y directamente mortal, sino que cada vez resulta más absurdo. Por primera vez en la historia, se está formando la base material realista de una sociedad mundial sin clases de productores asociados. Con el trabajo asalariado el capitalismo ha generado al mismo tiempo una fuerza social que manifiesta, al menos periódicamente, una tendencia instintiva a luchar en la práctica por una sociedad así; la clase más capaz de organizarse colectivamente y de la acción de masas que ninguna otra en la historia. De la Comuna de París a la revolución rusa, de la Cataluña de 1936-37 al mayo francés de 1968, la historia de las luchas de clase revolucionarias del proletariado es una combinación de tales intentos, cada vez más audaces y amplios, a pesar de todas las dramáticas derrotas y trágicas victorias parciales.

No dudamos ni por un momento de que esta historia está sólo en su infancia y que su clímax está por delante, no detrás de nosotros. No se trata de una creencia mística, sino de una certeza basada en un análisis científico de las leyes del desarrollo de la sociedad burguesa y de las¡ lucha de clases en el siglo XX. Precisamente, el gran mérito histórico del marxismo es que da un fundamento y una orientación racional y científica a un sueño muy antiguo de la humanidad, que hace posible una unión superior del pensamiento crítico, las aspiraciones morales y humanistas con la lucha y la acción emancipadora.

En definitiva, soy marxista porque sólo el marxismo nos permite mantener la fe en la humanidad y en su futuro sin engañarnos, a pesar de todas las terribles experiencias del siglo XX, a pesar de Auschwitz e Hiroshima, a pesar del hambre en el Tercer Mundo y de la amenaza de destrucción nuclear. El marxismo nos enseña a aceptar la vida y a los humanos, a amarlos, sin adornos, sin ilusiones, con plena conciencia de las infinitas dificultades y de los inevitables reveses en los millones de años de progresión de nuestra especie desde un estado próximo al de un simio hasta el de explorador del universo y conquistador del cielo. Para esta especie, hacerse con el control consciente de su propia existencia social se ha convertido ahora en una cuestión de vida o muerte. Finalmente logrará realizar la aspiración más noble de todas: la construcción de un socialismo mundial humano, sin clases y sin violencia.

http://www.ernestmandel.org/new/ecrits/article/pourquoi-je-suis-marxiste

Traducción: viento sur

Notas

1/ Véanse las obras clásicas de Adolf Portmann (Zoologie und das neue Bild des Menschen, Rowohit Veriag, Reinbek, 1956) y Arnold Gehien (Der Mensch. Seine Natur und seine Stellung in der Welt, 7ª ed., Athenàum Veriag, Fráncfort y Bonn, 1962), y Gerhard Heberer (Der Ursprung des Menschen. Unser gegenwàrtiger Wissensstand, Gustav Fischer Veriag, Stuttgart, 1969), Trân duc Thao (Recherches sur l’origine du langage et de la conscience. Ed. sociales, París, 1973) y el libro editado por V. P. Yakimov (U istokov tshelowetshestva. Osnoviye problemi antropogenesa [Los orígenes de la humanidad: problemas fundamentales de la antropogénesis], Isdatelstvo Moskovskogo Universiteta, Moscú, 1964).

2/ “Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor, y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes del comienzo de aquel ya existía en la imaginación del obrero, o sea, /idealmente” (Karl Marx, El Capital, T 1, V. 1Madrid: Siglo XXI, p. 216).

3/ Se pueden encontrar ejemplos convincentes de la utilización de este método marxista, por ejemplo, en obras tan notables de historia y crítica literarias como Die Lessing-Legende (Dietz-Verlag, Berlín, 1963) de Franz Mehring, La Théorie du roman (Gonthier, París, 1963) y Le Roman historique (Payot, París, 1965) de Georg Lukacs, y Le Dieu caché (Gallimard, París, 1955) de Lucien Goldmann.

4/ “Por importantes que sean estas contribuciones técnicas al progreso de la teoría económica en la valoración actual de las aportaciones marxistas, quedan eclipsadas por su brillante análisis de las tendencias a largo plazo del sistema capitalista. El resultado es realmente impresionante […]” (Wassily Leontief, “The Significance of Marxian Economies for Present-Day Economics Theory”, en David Horowitz, ed,, Marx and Modem Economies, MacGibbon & Kee, Londres, 1968, p. 94).

5/ Esta comprensión nos permitió, ya a finales de los sesenta y principios de los setenta, predecir con bastante exactitud la recesión general de la economía capitalista internacional en 1974-75, incluso en términos de su punto de partida en el tiempo.

6/ Las crisis económicas que afectaron a los países más importantes del mercado mundial se produjeron aproximadamente en los años 1825, 1836, 1847, 1857, 1866, 1873, 1882, 1891, 1900, 1907, 1919, 1921, 1929, 1937, 1949, 1953, 1957, 1960, 1970 y 1974.

7/ Esto sin tener en cuenta los ahorros de los pequeños ahorradores o los fondos de pensiones, ya que evidentemente no se trata de activos, sino sólo de ingresos diferidos que más tarde se consumirán en su totalidad. Si, además, se resta de la riqueza nacional la vivienda ocupada por sus propietarios (que es más un bien de consumo duradero que un activo), estos porcentajes serían aún más elevados.

8/ “en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin deseado. pero esta distinción, por muy importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí reina, en la superficie y en conjunto, pese a los fines conscientemente deseados de los individuos, un aparente azar; rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos los muchos fines perseguidos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables o insuficientes los medios de que se dispone para llevarlos a cabo. (…) los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes”. Karl Marx y Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana , disponible en https://www.fundacionfedericoengels.net/images/engels_feuerbach_RL_crisis_socialdemocracia.pdf

9/ V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos. Obras, vol. 42, ed. Progreso, Moscú, 1971.

10/ Véase la tercera de las Tesis sobre Feuerbach de Marx Estas tesis son, en cierto sentido, la partida de nacimiento del marxismo.

11/ Marx/Engels, Manifiesto del Partido comunista.

12/ Sobre esta problemática, véanse mis estudios: Teoría leninista de la organización y Sobre la burocracia.

13/ Lenin, La enfermedad infantil del comunismo

14/ Lenin ¿Qué hacer?

15/ Marx, Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, disponible en https://archivo.juventudes.org/textos/Karl%20Marx/Critica%20de%20la%20Filosofia%20del%20Derecho%20de%20Hegel.pdf

16/ “Más allá de estos tres aspectos -la subjetividad individual, la intersubjetividad y la relación objetiva-, el enfoque constitutivo primario del pensamiento marxiano sobre la praxis es la primacía práctica de su síntesis, determinada por el enfoque de la riqueza objetiva, la actividad autónoma personal y multidimensional, y la reciprocidad social universal, la cooperación igualitaria; […]” (Helmut Dahmer y Helmut Fleischer, “Karl Marx”, en Dirk Kasler, ed., Karl Marx, Klassiker des soziologischen Denkens, vol. 1, Veriag C. H. Beck, Munich, 1976, p. 151).

17/ León Trotsky 1905 Balance y Perspectivas, disponible en: https://www.marxists.org/espanol/trotsky/ryp/index.htm

18/ Engels: ” Lo peor que puede suceder al jefe de un partido extremo es ser forzado a encargarse del gobierno en un momento en el que el movimiento no ha madurado lo suficiente para que la clase que representa pueda asumir el mando y para que se puedan aplicar las medidas necesarias a la dominación de esta clase”, F. Engels La guerra de los campesinos en Alemania, p. 112, disponible en: https://omegalfa.es/downloadfile.php?file=libros/la-guerra-de-los-campesinos-en-alemania.pdf

19/ La explicación de esta tragedia debe incluir un análisis concreto de la estrategia y la táctica del movimiento obrero en el siglo XX. Entre las contribuciones más importantes sobre este tema se encuentran ¿Reforma o revolución? de Rosa Luxemburg y sus escritos sobre el debate de la huelga de masas. La enfermedad infantil del comunismo de Lenin y los escritos de Trotsky sobre Alemania, Francia y España.

20/ “En el seno de una sociedad colectivista, basada en la propiedad común de los medios de producción, los productores no cambian sus productos; el trabajo invertido en los productos no se presenta aquí, tampoco, como valor de estos productos como una cualidad material, poseída por ellos, pues aquí, por oposición a lo que sucede en la sociedad capitalista, los trabajos individuales no forman ya parte integrante del trabajo común mediante un rodeo, sino directamente. La expresión “el fruto del trabajo”, ya hoy recusable por su ambigüedad, pierde así todo sentido. De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” (Marx/Engels, Crítica al progra ma de Gotha.Disponible en marxists.org; véase también F. Engels AntiDurhing

“La producción social inmediata, así como la distribución directa, excluyen todo intercambio de mercancías y, por tanto, también la transformación de los productos en mercancías (al menos dentro de la comuna) y, en consecuencia, su transformación en valores. En cuanto la sociedad entra en posesión de los medios de producción y los emplea para una producción inmediatamente socializada, el trabajo de cada individuo, por diferente que sea su carácter específico de utilidad, se convierte inmediata y directamente en trabajo social. […] No puede, por tanto, ocurrírsele [a la sociedad] seguir expresando los cuantos de trabajo que se depositan en los productos y que ella conoce de manera directa y absoluta, en un patrón que sólo es relativo, flotante, inadecuado, y antes inevitable como expediente, en un tercer producto, en lugar de en su patrón natural, adecuado y absoluto, el tiempo. […] Por lo tanto, en las condiciones asumidas anteriormente, la sociedad tampoco asigna valores a los productos”, Anti-Dühring.

21/Se puede encontrar análisis en profundidad de la sociedad burocratizada en la transición del capitalismo al socialismo en León Trotsky, La revolución traicionada; Isaac Deutscher, La revolución inacabada; Jurgen Arz y Otmar Sauer, Zur Entwicklung der sowjetischen Ubergangsgeselischaft 1917-29,; Jakob Moneta, Aufstieg und Niedergang des Stalinismus.

22/ Karl Marx había anticipado, ya en 1852, esta tendencia de la revolución proletaria a la autocrítica despiadada, en su prólogo al 18 Brumario de Louis Bonaparte.

23/ Hacia finales de la dinastía XX, bajo el faraón Ramsés III, es decir, hace unos 3.500 años, los trabajadores de la necrópolis real organizaron la primera huelga -o el primer levantamiento obrero- conocido en la historia. Un papiro de la época, conservado en Turín, da cuenta detallada de ello (véase François Daumas, La Civilisation de l’Egypte pharaonique, Arthaud, París, 1965.

24/ “Y la ética, como experiencia, no debe permanecer sin límites, ni ser una exigencia puramente formal para el comportamiento del individuo, sino que debe sacar su luz de la lucha de clases de los que están doblegados bajo los dolores y las cargas, de los que están rebajados y humillados. Sólo así los postulados éticos perdurables se harán inextinguibles e indestructibles, a pesar de su transgresión en la realidad. Esto significa que el verdadero rostro de la humanidad, por imprecisos que sean sus contornos, y a pesar de la banalidad y verborrea de sus determinaciones sobregeneralizadas […] se encuentra al menos en su autoconciencia”. (Ernst Bloch, Experimentum Mundi. Frage, Kategorien des Herausbringens, Praxis, Suhrkamp Veriag, Frankfurt).

 

Tomado de: Viento Sur

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