Los programas, las ideologías, los dogmas, las estrategias se conocen mucho más que las tácticas. Pero son éstas, en fin de cuentas, las que determinan el desarrollo de la política y la suerte que ideas, estrategias, movimientos y organizaciones han de correr. Es en la fijación de una táctica que se ven los políticos de verdad, y es a través de ella que se descubren las segundas y terceras intenciones, cuando existen ocultas tras las ideas o las frases rimbombantes”. Víctor Alba

Este texto pretende ser una pequeña aportación en un debate abierto, el de la reorientación estratégica de las izquierdas anticapitalistas en Europa en un contexto de crisis de sus modelos organizativos y partidarios. Se hace, paradójicamente, desde la óptica de una escala menor y pareciera que opuesta, la del sondeo, la experimentación, la táctica. Hay ocasiones en que los grandes acuerdos que fundan organizaciones, partidos o movimientos –en nuestro caso, la necesidad del socialismo para salvar la tierra y a los seres vivos que la habitamos– nos dicen muy poco sobre qué hacer en el día a día y la relación entre las tareas cotidianas y los objetivos finales. Cuando la estrategia está cuestionada y revisándose, y sólo quedan ideas y objetivos, este problema se acrecienta. Más cuando somos minorías en tiempos lentos en los que mandan las estructuras dominantes, tiempos de tránsito en los que la receptividad es pequeña, las derrotas recientes, la desorientación enorme, el desencanto extendido.

Aquí se defiende que, de forma complementaria al análisis teórico, es necesaria la recuperación de determinados quehaceres, prácticas, métodos reflexivos y político-organizativos, recursos analíticos, formas de problematizar que forman parte del bagaje del marxismo y de la historia de quienes vinieron detrás, para generar experiencias –prácticas y reflexivas– que contribuyan a delinear una nueva hipótesis estratégica. Se presentan en formato de apuntes militantes. No se usa el adjetivo militante por lucirlo, sino que parten de debates reales y prácticos en organizaciones reales. Son apuntes, por lo tanto, que contienen tanto titubeos como afirmaciones muy tajantes sin que haya espacio para matizarlas.

Algunas asunciones
Crisis de las experiencias antineoliberales. Con Syriza como mayor exponente, el tempranísimo transformismo de Podemos y el cortocircuito de los procesos en el mundo anglosajón. ¿Crisis? Sí, en relación con las tareas históricas que se proponían y los horizontes que abrieron. Hoy son parte de los regímenes con los que se proponían acabar y continúan la senda de las experiencias socioliberales y eurocomunistas, como enterradores de tiempos abiertos. La abrumadora ausencia de resistencias a sus transformismos, en los que los contrastes entre su retórica y sus prácticas llegan a ser obscenos, da cuenta de la profundidad de la derrota. Esta resignación profunda a aceptar el mundo tal y como es no se circunscribe sólo a sus militantes y direcciones políticas, sino que es extensible a toda su base social difusa y a su electorado. Sin embargo, esto no exonera de ninguna forma a sus direcciones políticas del papel que les toca: sus decisiones estratégicas fueron fundamentales para conducir el proceso al escenario actual, que no era el único posible.

Rota la relación entre fuerza social en sentido fuerte y electorado, segregados de sus representados y hasta de su militancia y afiliación, son aparatos embrujados por los tiempos electorales que aspiran más a responder, de forma reactiva, a issues que a representar en función de la composición de tal o cual circunscripción electoral, y cuyo principal vehículo es una comunicación frívola y sin pasión y los movimientos dentro de las instituciones. Su fuerza electoral no se traduce en fuerza social que funciona como tal para acometer cambios sustanciales.

Sin embargo, no se debe subestimar con ligereza su relación real con sectores sociales reales y aparatos de la sociedad civil (sectores sindicales, asociaciones vecinales) que los alejan de ser una mera engañifa, ni pensar que su descenso electoral se explica tan sólo por su moderación. Con todo, no hay ninguna garantía de que estas relaciones sean eternas y que pueda haber corrimientos de estos sectores hacia otras fuerzas, o que establezcan una relación más pragmática con la esfera política institucional (Italia, Alemania).

Fracaso de los modelos de extrema izquierda. Aquí el abismo entre los objetivos fundadores y su realidad es enorme. Es aún mayor, si cabe, la ausencia de conciencia sobre ello. Una crisis generalizada de los distintos modelos (incapacidad de polarizar, de conectar con nuevas franjas sociales y fenómenos culturales nuevos, de tener inserción real, de conectar con ambientes no militantes, de no constituirse sólo por la lealtad a tal o cual acontecimiento o idea, o vivir en circuitos labrados por el pasado). Con una dificultad enorme para orientarse y situarse con respecto a los fenómenos de masas que a menudo se concreta en un rechazo a participar en ellos y, cuando se participa, con dificultades enormes para incidir en su rumbo o incrementar su inserción.

En el fondo, predomina una incomprensión profunda del fenómeno del reformismo y de las crisis, de la complejidad de las formaciones sociales, de las mediaciones organizativas necesarias durante el capitalismo. Aparecen dos pulsiones, dentro de muchas más, dentro del espectro marxista. La pequeña organización, que copia las formas organizativas que circunstancialmente adoptó el partido bolchevique y se constituye en un microestado que aspira a crecer paulatinamente hasta convertirse en la dirección de la clase obrera cuando le llegue el turno. El engaño en lugar del convencimiento, el ardid, la generación de militantes idénticos y una forma histriónica de relacionarse con la sociedad (gritándole consignas) son sus señas de identidad. Abdica de cualquier otra tarea que no sea la autoconstrucción. Engendra también tipos sociales abstrusos, fanáticos, arrogantes y excéntricos, caricatura de los revolucionarios.

Otra salida confía en el espontaneísmo natural de las masas o que el despliegue ineluctable del Capital generará sus propios enterradores. Así pues, no queda más que preparar la pista de aterrizaje para estos procesos, renunciando en la práctica a incidir en coyunturas. Entre la predestinación y la espera de la redención, aguardar y profetizar es lo único que queda. La crítica de las estructuras capitalistas, en lugar de ser el punto de arranque para la acción, parece ser el objetivo último. Hay una fetichización, un desconocimiento de la agencia de los actores políticos dentro de márgenes estructurales. Mientras tanto, vuelven las catacumbas, las polémicas de exiliados, la vivencia de pequeñas querellas como epopeyas, los escapismos intimistas, los retiros introspectivos…

Crisis de los movimientos sociales. Como es objeto de otro texto de este Plural, aquí nos limitamos a señalar sólo dos aspectos. Parece haber un enorme hueco entre su capacidad de pensar un mundo nuevo y ser, potencialmente, agentes de conformación de un nuevo movimiento emancipador contra el capitalismo y las prácticas conformistas de parte de sus sectores organizados. Claudicando de la acción política, aceptan por la puerta de atrás el juego institucional, y en ellos conviven, sin conflicto, utopías ricas y frondosas con prácticas complacientes con el socialiberalismo. Por otro lado, la emergencia de nuevos movimientos que parecen de inspiración carbonaria (a los que es difícil no mirar sin cierta admiración por su audacia y valentía) abre nuevas formas de influir en la esfera pública, pero marca también los enormes límites de estas prácticas llevadas de manera aislada, sin fuerzas de choque sostenidas fuera de la conspiración y de la acción-espectáculo.

Crisis de alternativas, precrisis. Nos sigue pesando la derrota del movimiento obrero del siglo XX. No vivimos en tiempos de clases obreras políticamente constituidas, organizadas, que forman su universo organizativo y político dentro de un horizonte de emancipación. Entre los tiempos obstinadamente lentos de reconstrucción de una clase, de sus dispositivos estratégicos, de la elevación de su nivel de conciencia y de construcción alternativa de sociedad, y los tiempos agónicos de la crisis ecosocial, surgen irrupciones fulgurantes en forma de revuelta que acaban encauzadas por vía electoral o ahogadas por contrarrevoluciones.

Crisis o ausencia de los debates estratégicos y tácticos, y hasta de la autopercepción de lo que es posible, de los cometidos y funciones de las organizaciones. Más allá de las palabras y el día a día, cuando se alza un poco la vista, parece haber una niebla que lo cubre todo. Parece fácil definir la finalidad última de una organización, es decir, su doctrina y sus grandes objetivos. ¿Pero una hoja de ruta, con palabras llanas, sin esconderse en frases altisonantes para plazos de meses y años? ¿Explicar la relación de lo que se hace cotidianamente con tus objetivos finalistas? Hay una sensación de que el abismo entre las tareas cotidianas y los objetivos no sólo tiene que ver con la escala mayúscula de éstos, sino con una crisis estratégica y táctica, de imaginación, de ideas, de prácticas, de táctica.

Tanto en la izquierda institucional como en la izquierda radical, abundan frases hechas que no dicen nada, ya sea por la ligereza comunicativa de la compol, por la repetición de consignas tradicionales (se copian fórmulas en lugar de la lógica que subyacía tras ellas), que muchas veces se lanzan al vacío. No se sabe muy bien a quién se dirigen muchas cosas que se dicen o hacen (infografías, carteles, comunicados, panfletos, manifestaciones). Aspiraciones de tomar el cielo por asalto, de cambiar la vida de la gente, que luego se contentan con pequeñas pasiones tristes.

Se le viene a uno a la cabeza la imagen de un solitario pescando en el océano con una caña o abriéndose paso en la selva a machetazos con los ojos vendados. Se abusa de las promesas, se abusa de nombrar necesidades sin un plan real para conseguirlas. Se encadenan pequeños objetivos finalistas (subir el SMI, ganar a tal o cual militante) que abren otros objetivos finalistas cuya relación con el objetivo final –real, práctico, de ruta, de camino– es más que dudosa. Se estructura el tiempo en base al calendario ritual de efemérides y elecciones. Esta bruma de intuiciones vagas abre la puerta a entusiasmos desmedidos de agotamiento rápido o a pasividades que acaban en descreencias, desencantos y cinismos, a la postración y a la rutina.

Algunos puntos de partida
Aceptar la condición de ser una pequeña minoría conlleva asumir también sus implicaciones. Parece obvio, pero suele eludirse en la práctica. Las revolucionarias somos una minúscula minoría. No habrá un proceso de acumulación pura (ni lenta, ni fulgurante) en los marcos internos de las organizaciones existentes que propulse a los pequeños grupos revolucionarios a la dirección de procesos de masas. Son inevitables, por tanto, las mediaciones, los acuerdos, las tácticas, los andamiajes (rápidos y lentos, en escalas distintas) que permitan preparar saltos para cuando haya coyunturas abiertas. Saltos que implican reconfiguraciones, no crecimientos lineales. Hay que asumir también, durante el capitalismo, la ambigüedad de muchas de estas mediaciones: espacios de resistencia e integración, de ofensiva y apaciguamiento. No hay afueras y adentros nítidamente delimitados.

Una estrategia firme es la que permite ampliar y flexibilizar el campo de alianzas

La necesidad de las revolucionarias de trabajar con otras. Pareciera una perogrullada, pero lo cierto es que en la práctica buena parte de la izquierda de matriz revolucionaria –y casi todos los movimientos sociales– oscilan sin punto medio entre una afición al veto, basada en un escrutinio ideológico, con reticencias a ampliar sus alianzas, y una grandilocuencia genérica que dice querer llegar a la gente/la clase trabajadora y que no se concreta en nada. Hay una reacción comprensible a las prácticas de la izquierda institucional que suele ser más pródiga en alianzas, e igual de pródiga en abandonar los principios. Pero atribuir a la relación alianza-principios una relación de causalidad inversa, carece de sentido. Una estrategia firme es la que permite ampliar y flexibilizar el campo de alianzas. Este es el punto de partida, y no el pedigrí ideológico.

La gente realmente existente con vínculos político-organizativos, entendido esto de una forma muy amplia, desde el voto a la militancia pasando por mil formas intermedias y paralelas, tienen formas de encuadramiento. Más allá de las más perceptibles culturas políticas militantes que incluyen a segmentos muy específicos de la población, existen cientos de formas de relacionarse con la política y con la participación en la vida pública. Lealtades fuertes, lealtades laxas, participaciones variables que no se expresan en términos formales. No se entiende un avance cualitativo sin quiebras y movilización de lo existente, sin reagrupamientos y corrimientos hacia un lado u otro. No emergerá algo nuevo de un exterior desconocido. Las minúsculas organizaciones anticapitalistas tienen la obligación de relacionarse con todo esto, buscar alianzas. Pactos tácticos para avances concretos en coyunturas concretas que generen conexiones, públicos más amplios, redes más densas: mejores condiciones para el desarrollo de proyectos anticapitalistas. Toda alianza y apertura pone a prueba la imprescindible independencia política de una organización anticapitalista, pero preservarla a costa de meterla en una caja fuerte no parece la mejor idea. Todo avance supone sufrir presiones por muchos lados.

Cuando aparecen coyunturas efervescentes, emergen toda una serie de relaciones, sectores y espacios que en los tiempos lentos están sumergidos. Al salir a la superficie, han de mirar también a todos los lados para resituarse e intentar resolver la coyuntura, por lo que las paredes antes sólidas se hacen porosas, las posibilidades de alianzas y cambios se agigantan con respecto a los tiempos lentos. Sin embargo, parece haber una negativa inconsciente a pensarse como un actor activo que busca ensanchar las coyunturas. El mundo está repartido, cada quien a jugar su rol.

Pero los sectores organizados no agotan el abanico de relaciones posibles y necesarias a entablar. El universo que fue el movimiento obrero está hecho trizas, pero no ha ocurrido un vaciamiento de las relaciones sociales. Los sectores sociales infrarrepresentados o ausentes de la esfera pública no son una masa inerte descoyuntada sin más. La sociedad está organizada de otra manera, y siguen existiendo otros ámbitos susceptibles de formar parte de un proyecto emancipador de clase, algunos de ellos a los que sólo las organizaciones religiosas parecen saber llegar. Sin embargo, llegar a estos espacios exige tomarse en serio la necesidad de giros muy profundos en las prácticas, costumbres, formas, lenguajes y repertorios de las organizaciones, que la inercia de la tradición y el aislamiento de la situación dificultan.

El ordenamiento neoliberal de las almas, la extensión del Estado, la atomización, los espacios virtuales de socialización, junto a los marcos que establece una formación social, limitan las posibilidades organizativas y las formas de participación política. Seguramente suponen condiciones de partida peores que las del siglo pasado. No se trata de querer imitar las formas organizativas pasadas, sino su contenido: la organización de una fuerza social con poder real de sabotaje de las estructuras capitalistas y con un horizonte de vida alternativo (vieja fórmula: movimiento obrero+socialismo). No faltan ejercicios rigurosos desde el marxismo que problematizan la continuidad renovada de las categorías fuertes de la táctica y estrategia marxistas en un mundo líquido, no negándolo sino haciéndose cargo de las mutaciones ocurridas (Bensaïd, 2009)

¿Es posible remilitantizar franjas sociales específicas? ¿Quién es susceptible de militar? ¿Qué modelos de militancia? Es necesario expandir el concepto de lo que significa estar organizado y buscar formas de acomodo flexibles y aterrizadas, para abrir la participación a quienes están fuera de las esferas militantes, y no pensar sólo en la conversión de tal o cual persona a los espacios ya existentes (que a veces implica su sustracción de un espacio orgánico y conversión en una rara avis en él).

El partido no existe. Sigue siendo necesaria la construcción de un partido político de las y los trabajadores. Hace falta algo más que una red de militantes sociales, hace falta batallar en el campo político. También en lo electoral, contra la fetichización tanto de quienes están embrujados con él, como contra la fetichización especular de sus detractores que lo miran con un miedo atávico. La dominación política va mucho más allá de las instituciones representativas, pero lidiar con ellas es un paso obligado para romper el cerco. Un partido no es una organización que se autodenomine así, sino que debe ser, al menos, el instrumento político percibido como tal por franjas sociales considerables (Ernest Mandel, 1983); no el proyecto de unas centenas o miles de militantes revolucionarios. Esto implica procesos reales y no fusiones frías: reagrupamientos, rupturas, incorporaciones, suma de afluyentes. Además, es necesario tener en cuenta las tradiciones políticas reales, que no sólo son las de sus organizaciones realmente existentes; es la cultura de cómo la gente politizada o en vías de hacerlo, no en Maguncia ni en 1923 sino aquí y ahora, se relaciona con las cuestiones políticas y con la participación política. El partido tampoco es Uno. Existe una pluralidad de formas y propuestas de superación del capitalismo que pueden tener lazos distintos con tal o cual sector de la clase trabajadora, sin ser irreductibles a ellos.

Algunos recursos
Núcleos de clase estructurantes. Las organizaciones políticas pueden agrupar a mayorías minoritarias significativas (electorales, militantes), pero carecen de fuerza de choque para avances estratégicos. Hemos visto que aun en tiempos lentos y de estructuras, existen muchos espacios potenciales con los que relacionarse; ¿con qué criterio?

Es necesario procurar conscientemente la ligazón con los sectores de la clase trabajadora que atesoran tanto capacidad estratégica como potencial estructurador en el marco de una nueva clase obrera. Fuerzas sociales que tengan el poder de quebrar los eslabones débiles de la dominación capitalista sobre las que trenzar, dentro y alrededor, una fuerza política anticapitalista. ¿Cómo influir partiendo de ser una minoría?

  • El MIR chileno y los pobladores. Vedado un acceso directo a los batallones pesados de la clase obrera por estar ya encuadrados, con un núcleo joven procedente del movimiento estudiantil, el MIR se implantó en estos sectores que, en medio de la dinámica política general, se vuelven rápidamente dinámicos y permiten presionar, polarizar e influir en sectores en los que tienen menos implantación e influencia pero que están en un proceso de giro a la izquierda (centrismo).
  • La obstinación bolchevique con el proletariado, muchas veces entendida como una profesión de fe doctrinal, fue en realidad producto de un estudio combinado de las dinámicas capitalistas generales y de la formación social del Imperio ruso. El proletariado ruso, y especialmente el fabril, tenía la potencialidad estratégica de dirigir una revolución que había de hacerse también con el campesinado y contra una burguesía incapaz de hacer su revolución (revolución permanente). Tal entereza estratégica del bolchevismo, y su comprensión de la naturaleza de la revolución en el Imperio ruso, lo dotó de una flexibilidad táctica amplísima (participación en la duma, boicot electoral, participación en sindicatos zaristas, experiencias de doble poder) que no le rompía la cadera con la sucesión de coyunturas distintas.
  • Lecciones de táctica y estrategia del BOC y el POUM. De la comprensión del estudio de la formación social española, del estudio de la crisis capitalista y la crisis nacional (dos crisis no idénticas), el BOC y el POUM asumen la necesidad de una revolución democrático-socialista (misma noción permanentista que Trotsky) que pasará por la sincronización de tres pilares: proletariado como director, el campesinado y la cuestión nacional. Sin embargo, la puesta en marcha de su estrategia se veía condicionada por su realidad militante y geográfica, lo que exigía un desarrollo táctico enorme. Esto obligó a la organización a desarrollar una riquísima línea táctica, no copiada mecánicamente de sus primas europeas, sino con arreglo a las tradiciones del movimiento obrero español (Alianzas Obreras, sindicatos campesinos, rutas geográficas de avance, etc.), comprendiendo al resto de actores y a los fenómenos en marcha en su dinamismo (centrismo del PSOE, desarrollo no culminado del fascismo) y no como rocas eternas.

Sirvan estos ejemplos no para copiar tal o cual cosa, sino para recuperar formas de problematización. Hay que superar nociones vagas de ir a la gente u organizar al proletariado. Para ir más allá de una pobre declaración de intenciones es necesario un ejercicio combinado de estudio de la formación social, el estudio de las dinámicas coyunturales, el estudio y puesta en marcha de experiencias tácticas concretas y el estudio y desarrollo riguroso de la agitación y la propaganda.

Existe un riesgo, el de la anulación de la táctica por la estrategia

Estudio de la formación social. Para no avanzar a ciegas, es necesario hacer ejercicio de imaginar la revolución antes de que sea posible en base a los elementos constitutivos de una formación social real, es decir, a la forma realmente existente que adopta el capitalismo. No es lo mismo el modo de producción que una formación social concreta, donde las categorías del modo de producción son recreadas y redefinidas con arreglo a las relaciones previas a las capitalistas. Cada formación social ofrece posibilidades distintas, tiene actores distintos, culturas políticas, repertorios de acción, formas de mando y formas de contestación, puntos débiles, puntos fuertes. Engendra mecanismos de poder específicos, pero habilita también nuevas formas de respuesta específicas (Reyna Pastor: 1980), nuevas clases obreras con nuevos sectores estratégicos (Beverly Silver, 2016). La formación social no marca unos límites eternos ni vive en aislamiento de las dinámicas siempre internacionales del capitalismo, pero sí supone un campo específico.

Basta pensar en qué significa la lucha por la sanidad en Estados Unidos y el Estado español, dos países capitalistas. Poulantzas nos recordaba que la ideología dominante no es una mera extensión de la ideología de la clase dominante, sino la del conjunto de la relación entre las clases (dominadas por la clase dominante), es decir, de una determinada cristalización de la relación entre las clases donde hay conquistas del movimiento obrero que permiten peores o mejores situaciones de lucha. La archiconocida disolución de la estrategia en la táctica, practicada por las organizaciones reformistas, suele convertir estas conquistas en el objetivo último y prometer que tras este vendrán otros, en un andamiaje paulatino que elude las relaciones capitalistas y la inevitable confrontación con ellas.

Sin embargo, existe un riesgo, el de la anulación de la táctica por la estrategia, que parte muchas veces de un desconocimiento de la formación social. “Si la formación social coincide con el modo de producción, la política se disuelve en la teoría, la táctica en la estrategia” (Bensaïd y Nair, 1969). Es decir, la deglución de la política por el objetivo, la renuncia a actuar en coyunturas no revolucionarias, a las conquistas parciales o las luchas defensivas. La equiparación de economía y política, como dos momentos sólo aparentemente separados de la dominación capitalista, requiere pensarla de forma compleja. Como contrapeso a las limitaciones de la autonomía de la política posmarxista, en ocasiones se blande esta unidad no como una igualación sino como un engullimiento de la política por la economía, subestimando las acciones subjetivas y las decisiones estratégicas de las clases y sus agentes dentro de los marcos estructurales (que no siempre aprietan igual, aunque acoten la acción). Un estructuralismo positivista entra por la puerta de atrás, habilitando paradójicamente tanto al reformismo etapista como una política de la espera o del adelantamiento (el comunismo aquí y ahora), que parten de entender que la crisis económica implica una crisis inminente de sus estructuras políticas de dominación.

Estudio de coyuntura, intervención en coyuntura, tácticas. Pero la estrategia no se pone en marcha por sí sola, sino que sólo existe mediante la táctica y en coyunturas concretas. ¿Qué acceso tienen las pequeñas organizaciones a estos potenciales núcleos estratégicos? En general, muy poca. ¿Qué momentos de acceso existen? Hay una relación descompasada entre las avanzadillas tácticas que pueden surgir en una coyuntura y los sectores estratégicos con potencialidades, y las relaciones con ambas de las organizaciones políticas anticapitalistas. Esto exige imaginación y la puesta en marcha de iniciativas tácticas que deben partir obligatoriamente, a riesgo de convertirse en generales sin tropa o jugadores de Risk, de las fuerzas realmente existentes con las que se cuenta. Esto abre un prolífico mundo de rodeos, atajos, recovecos en la búsqueda incesante de objetivos (palancas de fuerza, tribunas, alianzas) que sirvan para avanzar en futuras coyunturas y para fortalecer la estrategia.

En la intervención en coyunturas no se debe perder de vista el horizonte estratégico, pero sin escindirse de las aspiraciones y odios inmediatos de las masas. También requiere desempolvar patrones de análisis que a menudo se olvidan con pinceladas gordas o intuiciones latas (sucesión de coyunturas, estados de ánimo de los distintos actores, caracterización de las luchas –defensivas u ofensivas–, relación con los ciclos del capital, con las dinámicas políticas de las formaciones sociales, con las dinámicas políticas internacionales).

Cierto es que en la literatura marxista es más rico y conocido el análisis de coyunturas efervescentes que el análisis de (no) coyunturas en tiempos pantanosos. A menudo, la izquierda radical abjura de estos tiempos y habilita sin quererlo un hábito mental muy extendido: reformismo para tiempos lentos, revolución para tiempos rápidos. Es una tarea pendiente hacer un estudio sistematizado de la táctica en no coyunturas o tiempos de estructuras (Astarita: 2019), cuando no se muestran todos los elementos, cuando el campo de alianzas está cerrado.

Agitación y propaganda. Por último, es necesario un ejercicio de elevar a un pedestal las formas de comunicación. El nacimiento del movimiento revolucionario ruso (populistas, socialistas judíos) fue rico en literatura sobre cuándo se daba un paso de formas artesanales de organización a formas más rigurosas de acción política.

Entre la pedantería de la compol y el tono epopéyico/histérico de buena parte de la izquierda anticapitalista, que usa la comunicación menos para comunicar que para mostrarse ella misma (y recuerda alguna anécdota de crítica bolchevique al menchevismo, cuando recitaban a Babeuf en las puertas de las fábricas). Cartelería, consignas, lenguajes son cuestiones que deberían obligar a devanarse los sesos a las organizaciones militantes y que a menudo se hacen con una rutina perezosa, sin relación alguna con las propuestas coyunturales, con el tono de una movilización, con la caracterización de las luchas, con las culturas comunicativas de los receptores.

Tiempos lentos, posibilidades grandes. Muchas cosas por recuperar, muchas cosas por hacer.

Referencias

Alba, Víctor (1978) La alianza obrera, historia y análisis de una táctica de unidad. Xixón: Ediciones Júcar.

Astarita, Carlos (2019) Revolución en el burgo. Movimientos comunales en la Edad Media. España y Europa. Madrid: Akal.

Bensaïd, Daniel y Nair, Alain (1969) “A propósito del problema de la organización: Lenin y Rosa Luxemburg” en Teoría marxista del partido político II. Córdoba: Pasado y Presente.

Bensaïd, Daniel (2009). Elogio de la política profana. Barcelona: Península.

Mandel, David (2018) The Petrograd Workers in the Russian Revolution. Chicago: Haymarket Books.

Mandel, Ernest (1983) “Partidos de vanguardia”. Disponible en https://www.ernestmandel.org/es/escritos/txt/partidos_de_vanguardia.htm

Maurín, Joaquín (1964) Revolución y contrarrevolución en España. París: Ruedo Ibérico.

Pastor, Reyna (1980) Resistencias y luchas campesinas en la época del crecimiento y consolidación de la formación feudal. Castilla y León, siglos X-XIII. Madrid: Siglo XXI.

Silver, Beverly (2016) “El potencial de resistencia de los trabajadores frente al capital es mayor que nunca”. viento sur, 149, pp. 55-67.

Trotsky, León (1930) “El tercer período de los errores de la Internacional Comunista”, Escritos. Bogotá: Editorial Pluma.