Cómo Chávez actualizó a Gramsci para América Latina y salió triunfante

05/03/2023

El expresidente venezolano Hugo Chávez falleció tal día como hoy hace 10 años. Luego de comprender las limitaciones de la estrategia insurreccional, del “eurocomunismo” y la experiencia de Salvador Allende, Chávez adapta los conceptos del pensador italiano para enfrentar la dura realidad latinoamericana, ganadora de elecciones y golpes de Estado auspiciados por el imperialismo.

 

El 5 de marzo de 2013 llegó a su fin la vida del presidente venezolano Hugo Rafael Chávez Frías, nacido el 28 de julio de 1954. Líder de una rebelión militar derrotada, en 1992, soportaría dos años de prisión. Dos años después, amnistiado, encabezaría un movimiento que lo llevaría, en 1998, a la Presidencia de la República, por voto popular. Era la primera vez, desde el sangriento derrocamiento del presidente chileno Salvador Allende, en 1973, que una coalición antiimperialista y anticapitalista llegaba al gobierno de una nación sudamericana. Fue también, para la izquierda en toda América Latina, el primer triunfo después de que los sandinistas fueran derrotados en las urnas en 1990, poniendo fin a la revolución nicaragüense.

Tras la elección de Chávez, varios otros países de la región también vivirían, en la primera década del siglo XXI, victorias de fuerzas progresistas en las disputas presidenciales, con énfasis en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador, pero también Paraguay, El Salvador y la propia Nicaragua. Incluso si estos episodios fueran agrupados como una “ola”, expresando un ciclo que perdería impulso a partir de 2009, mostrarían claramente una dinámica particular.

De todos estos casos, el más vinculado a una perspectiva revolucionaria fue la experiencia venezolana. Para Chávez y sus seguidores, ser gobierno era sólo un paso, obviamente de carácter vital, dentro de una política que pretendía construir un nuevo Estado, diseñado para que las clases trabajadoras pudieran ejercer el mando en todos los ámbitos, desde el parlamento hasta las Fuerzas Armadas. Armado, controlando el poder político para distribuir la renta y la propiedad, camino a una economía poscapitalista.

De la insurrección armada a la batalla electoral

El jefe de la revolución bolivariana había sido previamente alentado por la vía insurreccional. Junto con otros oficiales de inspiración nacionalista, en 1983 fundó el grupo militar clandestino Movimento Bolivariano Revolucionario, que establecería estrechas relaciones con los partidos de izquierda activos en la lucha guerrillera de las décadas de 1960 y 1970 .en 1989, fuertemente reprimido por el ejército, el núcleo chavista se radicalizó rápidamente y decidió preparar un motín armado contra el gobierno. La idea era articular esta escisión militar con una insurgencia social que le fue prometida a Chávez, entonces teniente coronel, por organizaciones civiles aliadas. Como se sabe, el emprendimiento se realizó el 4 de febrero de 1992, se restringió a un puñado de cuarteles y terminó aplastado por el gobierno de Carlos Andrés Pérez, sin que el pueblo asistiera a la reunión.

En la cárcel, de 1992 a 1994, el futuro presidente se concentró, entre otros temas, en hacer balance de aquellos hechos. Se dedicó diligentemente a sus estudios y a largas conversaciones, como le dijo al periodista y sociólogo español Ignacio Ramonet, en su libro Minha Primeira Vida . También se percibió que la rebelión, sofocada como operación insurreccional, había creado un gigantesco símbolo de contestación, sobre el cual se podría impulsar la movilización ausente en 1992, siempre que se encontrara el cauce adecuado para su desarrollo. Poco a poco, Chávez abordó otra estrategia, consolidada recién en 1997, cuando su candidatura al Palacio de Miraflores ya era un hecho consumado.

La opción por la batalla electoral se considera ahora decisiva para enterrar a la Cuarta República, en crisis permanente desde la década de 1980, cuando se asoció al modelo neoliberal impuesto por el capital financiero. Fundado en 1958 a través del famoso Pacto de Punto Fijo, su columna vertebral fue un sistema bipartidista diseñado para bloquear a la izquierda venezolana y salvaguardar los intereses de los grandes grupos petroleros. Los dos brazos de este artilugio fueron Acción Democrática (AD), de identidad socialdemócrata, y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), de carácter demócratacristiano, que se turnaron en el gobierno durante cuarenta años, en un botín legendario de riqueza y poder.

“El abandono de la política insurreccional estuvo lejos de significar una renuncia a la insurgencia contra el sistema político, la dependencia externa y el ‘capitalismo salvaje’, como se acostumbraba citar en el cambio de siglo”.

Los cálculos de Chávez y sus compañeros, sin embargo, no se limitaron a formar un gobierno que respondiera a las necesidades y demandas de las clases trabajadoras. El abandono de la política insurreccional estuvo lejos de significar una renuncia a la insurgencia contra el sistema político, a la dependencia externa y al “capitalismo salvaje”, como se acostumbraba citar en el cambio de siglo. El cambio que se produjo entre 1992 y 1997, en esencia, se refería a la forma de acceso al poder. Ser gobierno era un paso indispensable para mover toda la maquinaria necesaria para derrocar a la Cuarta República, abriendo las puertas y ventanas del Estado para que la participación popular, alentada por el propio gobierno, volcara la hegemonía de las clases propietarias y estableciera un nuevo régimen constitucional, dentro del cual la transición a una sociedad estampada podría tener libre curso, más adelante,

Por ello, la disputa por el parlamento y por la Presidencia, en 1998, tuvo como bandera principal la realización de un referéndum mediante el cual el pueblo decidió la convocatoria inmediata de una Asamblea Nacional Constituyente. Chávez no ocultó a nadie que pretendía utilizar el prestigio natural al inicio del período presidencial para cambiar radicalmente las instituciones, favoreciendo en lo posible la soberanía popular, con la adopción de referéndums, plebiscitos y otras formas de democracia directa.

Superar la democracia liberal con intelectuales radicales

En esos días, yo estaba subiendo y bajando con la obra El poder constituyente: ensayo sobre las alternativas de la modernidad , del italiano Toni Negri. Junto a otros autores, como el filósofo argentino Ernesto Laclau y la politóloga belga Chantal Mouffe, este pensador proclamó un torrente de participación popular deliberativa, dentro de la propia democracia liberal, como estrategia para presionar y superar sus límites, manteniendo reglas y libertades, entre ellas la alternancia en el poder, pero obligando a un cambio acelerado en el mando del Estado.

Fundamentalmente, esta tesis no es original. Incluso situándose, con mayor o menor claridad, en el campo del posmarxismo o del posestructuralismo, Negri se inspiró fuertemente en las ideas políticas de su compatriota Antônio Gramsci, al igual que Laclau y Mouffe. El concepto de hegemonía, al fin y al cabo, se tornó intrincado para desentrañar procesos en los que la alternativa jacobina o bolchevique, un ataque frontal y exógeno al Estado, parecía impracticable. La acumulación de fuerzas, en estas situaciones, tendría que ser gradual y endógena, con rupturas revolucionarias incrustadas en respuestas defensivas, para proteger la legalidad democrática, siempre y cuando el bloque oligárquico-burgués intentara tomar el poder para recuperarlo.

“El Gramsci abrazado por el expresidente venezolano nada tenía que ver con la versión deshidratada que, esbozada desde la posguerra, conduciría, en la década de 1970, al llamado ‘eurocomunismo’”.

En el caso latinoamericano, sería una alternativa a la lógica disruptiva de la revolución cubana, marcada por la destrucción del viejo Estado desde afuera, gracias a la fusión entre guerrilla e insurrección popular. Este tipo de orientación, razonaban muchos, no sería viable en países donde la maduración de la democracia burguesa había incorporado amplias masas a su funcionamiento. El camino posible, en estas condiciones, sólo podía ser al interior del Estado, con las clases trabajadoras llegando a la dirección de las principales instituciones de gobierno a partir de sucesivos y victoriosos procesos electorales.

Chávez manifestó con frecuencia interés por el gran experimento de las ideas de Gramsci en la historia latinoamericana: el gobierno del presidente chileno Salvador Allende, entre 1970 y 1973, apoyado por una coalición denominada Unidad Popular, que tenía como organizaciones dirigentes al Partido Comunista y al Partido Socialista. ., dentro de un proyecto denominado “camino democrático al socialismo”. La concepción dominante en la izquierda de esa nación andina, entonces, era que sería posible construir un bloque hegemónico capaz de introducir reformas graduales, al interior del Estado, que impulsaran el traspaso del poder político a las clases trabajadoras y la superación de capitalismo.

Esta estrategia se basó en una apuesta decisiva: preservando el respeto de los partidos revolucionarios a la institucionalidad liberal-democrática, en la que se estaba forjando una mayoría favorable a las transformaciones estructurales, se podía evitar que las oligarquías locales y sus socios extranjeros recurrieran a contraataques. revolución o neutralizados si lo intentaron. El golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet, en septiembre de 1973, al imponer una sanguinaria dictadura al servicio de la burguesía interna y de los intereses geopolíticos de Estados Unidos, echaría por tierra esta fantasiosa lectura de la reacción burguesa.

Actualización de Gramsci para América Latina

Una vez, en abril de 1999, cuando un enviado de la revista brasileña Reportagem le preguntó sobre las diferencias entre las experiencias chilena y venezolana, Chávez dio una respuesta tan sintética como categórica. “Ambos procesos son democráticos, institucionales y pacíficos”, declaró. “Pero la revolución venezolana está armada”.

Para él, esta conclusión no se refería sólo a la cuestión militar. Abarcó todas las iniciativas necesarias para prepararse para la inevitable irrupción de los intentos contrarrevolucionarios, desde la educación, la organización y movilización popular hasta la disputa por los cuarteles, desde la conquista del parlamento hasta la dirección de la justicia, desde la democratización de los medios de comunicación. a la reforma educativa, entre otros.

“Chávez también entendió que la dinámica de acumulación revolucionaria, en procesos no disruptivos, estaría dictada por la capacidad de responder con absoluta celeridad a las iniciativas contrarrevolucionarias”.

El Gramsci abrazado por el expresidente venezolano, incluso a través de otros enfoques teóricos y políticos, nada tenía que ver con la versión deshidratada que, esbozada desde la posguerra, conduciría, en la década de 1970, al llamado “eurocomunismo”. : una teoría de la hegemonía sin ruptura, sin revolución y contrarrevolución, como si los procesos de transformación fueran gradualismos que apaciguaron la lucha de clases, cuando la historia se ha cansado de demostrar lo contrario. La única oportunidad, de hecho, para evitar rupturas ha sido siempre renunciar a la hegemonía como concepto revolucionario, reemplazándola por la aceptación explícita o camuflada de que las fronteras de la democracia liberal y la economía de mercado son irrevocables, dejando sólo la batalla por las mejoras dentro de sí. el sistema mismo. Aun así, como lo demuestran los escenarios recientes en América Latina,

Chávez también comprendió pronto, y esta es otra aproximación con el pensador italiano, que la dinámica de la acumulación revolucionaria, en procesos no disruptivos, estaría dictada por la capacidad de responder, con absoluta rapidez y contundencia, a las iniciativas contrarrevolucionarias. Es decir, se avanza por la defensa, con el máximo poder posible, pero siempre con la bandera del orden constitucional y la legalidad en la mano. Las reformas estirarían la cuerda más y más hasta que la burguesía decidiera romperla, o fuera provocada a hacerlo, abandonando las normas democráticas. En estos momentos, el bloque histórico de la revolución debe estar listo para arrinconar a las clases dominantes y cercenar sus instrumentos de poder. Contrariamente a las ilusiones allendistas, que la reacción burguesa podría ser mitigada,

Ejemplos notables de la estrategia seguida por el líder bolivariano ocurrieron en el período 2001-2002. Chávez solo comenzó a alterar estructuralmente la economía después de la aprobación de la nueva Constitución. Además de crear mecanismos de democracia directa y participación popular, el gobierno aprovechó para distribuir radios comunitarias a su base social, además de dedicar mucha energía a la formación política y movilización diaria, especialmente durante el proceso constituyente. Aprovechando el aumento de los precios del petróleo en el mercado mundial, también se esforzó por implantar programas sociales de fuerte impacto, señalándolos siempre como logros del proceso revolucionario.

Movilización de masas y contragolpe

Afines de 2001, el presidente propuso nuevas leyes para la tributación y manejo de los hidrocarburos, reduciendo drásticamente el margen de utilidad de las empresas privadas, incluidas las multinacionales petroleras, transfiriendo parte de sus ingresos al Estado. Gigantescas movilizaciones de apoyo, casi a diario, son convocadas por el presidente. La reacción burguesa interna, la Casa Blanca y algunos centros imperialistas europeos no tardarían en ponerse en pie de guerra, adoptando prontamente una vía golpista, prevista y denunciada desde el primer momento.

Los meses siguientes serían difíciles: el gobierno perdió la mayoría en el parlamento, la contrarrevolución organizó milicias armadas para provocar enfrentamientos callejeros, la conspiración cuartelada se desató, la prensa monopólica predicaba abiertamente el derrocamiento del presidente, que se mantuvo firme en sus posiciones. , apelando a las masas y tropas cada vez más intensamente.

Las tensiones convergieron, el 11 de abril de 2002, en un golpe de Estado militar-empresarial. Chávez es derrocado y arrestado, pero se niega a renunciar. Asume un gobierno provisional encabezado por el presidente de la principal federación comercial. La resistencia llega a millones en las calles de todo el país y frente al Palacio de Miraflores, animada por los “círculos bolivarianos” que se habían fundado en los meses anteriores. Las Fuerzas Armadas están divididas, con los mandos medios y bajos prácticamente rebelándose contra los generales golpistas. Menos de 48 horas después, rescatado por la Guardia Presidencial, el mandatario legítimo volvía a estar al frente de la nación.

“A diferencia del trabajo de otros revolucionarios, como Gramsci, este aporte no está en los estudios, sino en una estrategia que debe ser cuidadosamente y permanentemente investigada por la izquierda”.

Recién entonces, y no antes, Chávez tendría las condiciones políticas para controlar la industria petrolera, en una disputa que duraría hasta 2003, y para realizar una reforma militar que puso los cuarteles bajo su dirección. Optó por respuestas represivas de baja intensidad, en el marco de la Constitución. La derrota del emprendimiento contrarrevolucionario, sin embargo, aún sin recurrir a medidas extralegales, representaría un formidable salto adelante en la consolidación de la hegemonía del bloque bolivariano.

Un legado para la izquierda del siglo XXI

Varios otros episodios similares ocurrirían durante los próximos veinte años, en los que él y su sucesor, Nicolás Maduro, se mantuvieron dentro de la misma estrategia, aún frente a amenazas de golpe de Estado, intentos de magnicidio presidencial, sabotaje y las sanciones más drásticas posibles.

Por supuesto, innumerables y graves problemas marcaron este período histórico, los cuales deben ser debidamente evaluados por los gobernantes y el pueblo venezolano, a fin de rectificar errores y encontrar nuevos caminos. Pero es innegable que Hugo Chávez dejó una importante hoja de ruta para la revolución latinoamericana. A diferencia de la obra de otros revolucionarios, como Gramsci, este aporte no está en los estudios escritos, es un hecho, sino en una estrategia que debe ser cuidadosamente y permanentemente investigada por hombres y mujeres de izquierda.

“Desde la argamasa del proceso venezolano, Chávez señaló caminos para que la izquierda latinoamericana encontrara una identidad revolucionaria y viable”.

El líder bolivariano reinstaló y practicó, en el terreno específico de su país, frente a una realidad concreta y una historia particular, el concepto de hegemonía -y no el de guerra o insurrección- para operar como motor del proceso revolucionario. Si bien el expresidente finalmente nunca pensó en estos términos, la hipótesis gramsciana, luego de desangrarse en el Chile de Allende, recuperó fuerza en la Venezuela de Chávez, incluidos sus dilemas y contradicciones.

Muerto antes de los 60 años, Chávez dejó un legado fundamental, que va más allá de haber reabierto las vías para la emancipación de su pueblo de la dominación oligárquica e imperialista. Desde la argamasa del proceso venezolano, señaló caminos para que la izquierda latinoamericana encontrara una identidad revolucionaria y viable, cuando el siglo XXI parecía inevitablemente destinado a la decadencia del movimiento socialista.

Imagen destacada: Hugo Chávez recomendando el libro de Noam Chomsky “Hegemony and Survival: America’s Quest for Global Domination” el 31 de enero de 2007. Foto: Getty Images

 

*BRENO ALTMAN: es periodista y fundador del sitio web Opera Mundi.

Fuente: Jacobin Brasil

 

 

 

 

 

 

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