Colombia: El Catatumbo, un río de voces [Partes 1 y 2]

 

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Dic 11, 2022

El Catatumbo, un río de voces [Parte 2]

 

11 dic, CI – Es 12 de octubre, el que por mucho tiempo fue llamado Día de la Raza y que ahora, en muchos lugares de América Latina ha sido renombrado como Día de la Resistencia Indígena. Este día la comunidad indígena Barí, del Catatumbo, no celebró nada, conmemoraró por primera vez los 530 años de la resistencia indígena.

Atrás quedó Ocaña, viajamos en una camioneta acompañados de tres miembros del  CISCA -Comité de Integración Social del Catatumbo- con destino a Filo Gringo, corregimiento del Tarra; pasadas las nueve de la mañana paramos en Llano Grande para desayunar. Hernando, un hombre moreno y macizo del CISCA dice que estamos en el pueblo de las mentiras, no se equivoca, es un pequeño caserío enclavado entre robustas y redondeadas montañas. Después de comer dejamos las sobras a una jauría de perros hambrientos y nos montamos en la camioneta. Esta vez decido cambiar la incómoda cabina por el solitario platón.

Avanzamos por una carretera destapada y cruzamos por Convención, es un asentamiento con una vía principal que lo atraviesa por la mitad, a lado y lado de la calle hay casas de material y tapia desnuda, las montañas adelgazaron y sus cumbres ahora son más filosas. El cielo está un poco nublado; vemos cultivos de plátano, caña, cacao y café. No obstante, conforme nos adentramos en el Catatumbo el paisaje agrícola pierde diversidad y empieza a dominar el manto verde de la caña de azúcar. El manto no es uniforme, en esta época del año la caña bota una flor similar a una espiga de trigo que a eso de las nueve de la mañana refleja un color cálido dorado.

Convención es el último pueblo bajo el control del Estado. A unos pocos minutos del casco urbano queda la base militar La Esmeralda; cuando pasamos por ahí, nos detuvimos en un puesto de control que tenía sacos verdes llenos de arena. De la trinchera sale un soldado corpulento que dispara preguntas con la mirada. “¿A dónde se dirigen los señores?” Cuestiona en tono inquisitivo, nosotros respondemos y seguimos nuestro camino.

A escasos veinte minutos de la base ondea una bandera del ELN -Ejército de Liberación Nacional-, los cañones de los ríos se ensanchan, el calor aumenta. Podemos observar ganado criollo, cultivos de café, caña, cacao y unos cuantos terruños sembrados con coca. ¿Y más adelante? Menos cacao, menos café, menos caña y cada vez más coca ¿Y Luego? A media hora de distancia de la base la caña de azúcar y las pepas de cacao se vuelven la excepción, los reductos de bosque se filtran entre los cultivos. Coca y más coca hasta en los filos de las montañas; hectáreas de un arbusto color verde fluorescente, casi radioactivo, inundan la mirada.

La monotonía del paisaje agrícola contrasta con la diversidad de la vida comercial. El azadón y el corresponsal bancario andan de la mano. La vía que va de Convención a Filo Gringo (una trocha polvorienta en buen estado y de alto flujo) es un largo pasaje comercial: hay una estación de gasolina pero también muchos embudos y pimpinas. Hay tiendas de remates e insumos agrícolas, cantinas, talleres de motos, ferreterías, billares, peluquerías,  vitrinas de ropa, niños jugando Xbox en un salón de videojuegos, peajes de la insurgencia y corresponsales de Bancolombia y Davivienda. En la ruta se ven decenas de letreros hechos a mano que dicen: “Sí hay gasolina”, “sí hay chimú*”, “se cosen zapatos”, “hay pollos criollos”, “bolis** a $500”, “minutos a $200”, “sí hay urea***”, “se venden puercos”, “si ai amoniaco”.

Dos adolescentes juegan parqués al borde de la carretera. El Sol del mediodía azota la piel desnuda. Nos detenemos en el Corregimiento de San Pablo y entramos a una modesta oficina atendida por Arcelia Prieto. Frente a la mujer hay una estantería de insumos agrícolas, una vitrina con jabones hechos de cacao en forma de corazón y en la misma edificación, pero en espacios separados, hay una farmacia, y del otro lado un supermercado de víveres; eso no es todo, en el segundo piso hay una celda que expide un olor a cacao concentrado ¿Quién lidera y administra estas iniciativas económicas? La Cooperativa Multiactiva Veredal de San Pablo COMVSAP.

“Los insumos y la comida están por las nubes. La vida está carísisima …y con esta carestía” dice con tono de preocupación la voz de Arcelia Prieto cuando entramos al almacén a buscar café, pero su brazo derecho no opina lo mismo, pues luego de un breve silencio lanza un gesto como diciendo pa’lante es pa’ allá. “Esta cooperativa nació hace treinta y tres años y fue creada por los mismos campesinos, porque los intermediarios que compraban el plátano se la ganaban toda. Las cosas han cambiado mucho, la coca ha tapado los otros productos, por eso le apostamos al procesamiento de cacao y los emprendimientos que ya están andando”.

De nuevo me subo al platón de la camioneta para continuar nuestra travesía, pero esta vez no voy solo. A mi lado se hace Dani, otro de los miembros del CISCA, un chico de no más de veinticuatro años que porta una camiseta negra con una imagen de Diomedes Díaz vestido con un traje de astronauta. Diomedes tiene unas gafas futuristas y lo acompaña una frase que dice en mayúsculas: “a marte más no pude”.

Aún queda más de medio camino y todavía nos falta una parada. A juzgar por la propaganda a diestra y siniestra de elenos y farianos, da la impresión que en este momento las insurgencias viven en “sana convivencia”.  Los unos celebran el cuatro de julio, fecha fundacional del ELN , y los otros conmemoran el ocho de octubre, el día del guerrillero heroico, fecha del fusilamiento del Che Guevara. Dani no es un tipo de muchas palabras pero sí responde a todas mis preguntas.

—Ey, Dani ¿hay un pacto de no agresión entre las guerrillas?

—A los epelos**** los sacaron y en este momento los otros dos grupos se respetan.

—¿O sea que las cosas están tranquilas ?

—En este momento sí, pero siempre hay rumores de que pueden volver los enfrentamientos.

— ¿Y viste esos tipos que parecían estar trabajando en medio de una mancha negra, al lado de un rancho?

— Le estaban dando al oleoducto. Le instalan una llave al tubo y del petróleo que le sacan hacen gasolina artesanal. Por acá le dicen pate’ grillo y se utiliza para hacer la pasta base.

Durante más de una hora andamos el paisaje en total silencio. Si bien los cultivos de coca nos acompañan hasta Filo Gringo, hay una personaje que les arrebata el protagonismo. Es el corazón de este territorio: el río Catatumbo. Han sido días de lluvias, el río baja soberbio y marrón. Cuando nos detenemos para hacer las tomas de apoyo recojo una rama del suelo y se la lanzo, dejo que sus aguas arrastren mi mirada y juego a imaginarme que esta llegará hasta su desembocadura en el Lago Maracaibo. En ese silencio, mientras las cámaras hacen lo suyo, recuerdo el día de las entrevistas en Ocaña. Traigo a la memoria el rostro color Catatumbo de Álvaro Dochimanu Asara. Ese hombre mayor de la comunidad Bridikayra del pueblo Barí, a quienes los “blancos” llamaron Álvaro porque le resultaba difícil llamarlo por su nombre original: Abiraicaradou Akichona. Lo recuerdo a él y las lecciones de lengua que me dio ese día: Catatumbo no significa casa del rayo como dicen en internet. El nombre del río deriva de la lengua Bari ará. Catatumbo quiere decir pez, y de hecho sus ancestros no lo llamaban así. Así lo llamaron los mestizos. Su nombre originario es Dacboki, es decir: mucho pescado bocachico.

La vegetación espesa que se conserva en algunas riberas del Catatumbo me hace pensar en los abuelos de Dochimanu Asara; los hombres y mujeres de pies descalzos que pescaron y navegaron en estas aguas antes de que llegasen los ríos de coca, plomo y petróleo. Y por un momento, ahogado en todas esas divagaciones olvido que estoy en tierra de campesinos y colonos, y siento que estoy en Ishtana, una palabra intraducible al español, pero es como el pueblo Barí nombra su territorio.

***

Cuentan los habitantes más viejos del corregimiento de Filo Gringo que el poblado se llama así porque por allá a finales de los años veinte, a estas tierras llegó un alemán que tumbaba bosque para vender madera. Dicen que los fines de semana la diversión del hombre y de sus trabajadores era cazar indígenas Barí persiguiéndolos con perros. “¿Dónde está el gringo?”, preguntaban los campesinos de entonces, “por allá  donde él mantiene, en el filo,” respondían otros.

El reloj de mi celular marca las cinco y veintisiete de la tarde. Por fin, luego de nueve horas de viaje llegamos a Filo Gringo. Una muchacha risueña tensa una cuerda que hace la función de talanquera, luego esa misma chica baja la soga y nos deja pasar. Para entrar al corregimiento se debe pagar un peaje, pero no cualquier peaje. El dinero no lo recogen ni las insurgencias ni el Estado. Aquí lo cobra y lo administra la comunidad. La vida en el Catatumbo no es posible sin organización social.

Cae la noche pero no el agua. Los tanques del corregimiento están secos. El acueducto es reciente pero falla regularmente. Luis David Pérez, a quien pocos identifican por su nombre porque prefieren llamarlo Penco, nos ofrece la ducha y la escasa agua de su casa. Rechazamos su ofrecimiento pero le aceptamos un tinto. Penco es uno de los líderes más respetados del pueblo y uno de los fundadores de la JAC -Junta de Acción Comunal- Primero de Abril. Para Penco “la esencia de un líder social es ponerse al servicio de la comunidad”. Su rostro delata su edad, treinta y un años. Le gusta el fútbol y la filosofía,  tiene tres hijos y se gana  la vida como promotor de proyectos sociales, pescador de atarraya, profesor de reemplazo, raspa a ratos y ahora está aprendiendo a sembrar alimentos. Nos invita a pasar al solar de su casa y allí nos señala un vivero improvisado. Está muy oscuro así que no logro ver nada, pero donde su dedo señala se supone que hay unas plántulas muy paradas.

Y mientras charlamos al borde de una plancha de cemento, todavía fresca, dice Penco con aire pensativo, clavando su mirada en la oscuridad: “ Ahora ando sembrando café, ahí van los palitos, pero vea cómo es de irónica la vida, estoy aprendiendo con tutoriales de youtube, así nos tocó a los que nacimos del noventa para acá. Somos los hijos de la coca.”

Ese día pasamos la noche en el centro de operaciones del CISCA en Filo Gringo, junto a una iglesia que lleva meses en obra negra. Pero antes de dormir observo un telon negro que se ilumina de menara constante y repentina. Una silenciosa tormenta eléctrica dibuja con su luz blanca la silueta de las nubes, las sinuosas curvas de lejanas cadenas montañosas. Son miles de rayos mudos que iluminan casi todas las noches del Catatumbo y que estallan en todas las direcciones, incluso hacia arriba. En tiempos de la colonia servía como punto de ubicación a los marineros que navegaban por el Caribe. Es el relámpago del Catatumbo, un misterio de la naturaleza. Alvaro Dochimanuasara me contó que sus mayores decían que se daban por las vetas de carbón que hay en la región. Los estudios más recientes lo asocian al encuentro de los vientos alisios con la serranía del Perijá y la presencia de hidrocarburos ligeros en el lago de Maracaibo. Sin embargo, la comunidad científica aún no llega a un acuerdo parcial sobre todas las causas de su origen, pero sí hay un consenso científico en algo: El Catatumbo es el lugar con más tormentas eléctricas del mundo.

***

Amanda me enseña las palmas de sus manos adornadas por tres anillos plateados. Tiene las uñas llenas de tierra y los dedos ligeramente deformados. Gajes del oficio de quien trabaja en el campo y raspa arbustos de coca. Amanda está pisando los sesenta años pero tiene el vigor de una treintañera de la ciudad. Se mantiene vital porque su gimnasio, desde que tiene memoria ha sido la tierra. A diferencia de las nuevas generaciones sabe trabajar el café, el cacao, el maíz y la yuca. Son las seis y treinta y tres de la mañana y tiene afán de terminar la entrevista porque va tarde pa’l trabajadero. Atenuado el volumen me cuenta con un dejo de pena que no es que le guste mucho ganarse la plata con la mata, que lo hace muy rara vez, que lo de ella es sembrar yuca, hacer cremas de ingredientes naturales y manualidades con las mujeres del CISCA, pero que en este momento está colgada con las cuentas y que no habiendo más por hacer en la finca tiene que ir a raspar, que ya son las siete y todavía está por acá. No la molesto más y le suelto la última pregunta: ¿Qué es lo más valioso que ha aprendido trabajando con el CISCA? Amanda no titubea para responderme. Ya no habla con la timidez de hace unos minutos y contesta realzando el volumen de su voz: “A no tenerle miedo a los grupos armados”.

Son nuestras últimas horas merodeando las calles sin pavimentar de Filo gringo. Reggaetón y vallenato retumban desde temprano en una hilera de bares y billares extendidos en la vía principal del corregimiento, la misma por donde se sale a Tibú. Hombres y mujeres y nos saludan, otros nos miran como bichos raros. Un señor de sienes plateadas, aguja en mano, teje una atarraya. Diagonal a la carnicería El Paisa, un perro huesudo que vive de milagro duerme plácidamente en un arrume de arena. Y en ese pueblo, donde la vida ocurre tranquilamente las veces que la guerra duerme, vive y se desvive Jessika Quintero por la gente.

Paola tiene veintiocho años y un hijo en condición de discapacidad. Es la única enfermera del puesto de salud de Filo Gringo. No entiendo cómo le alcanza la vida para criar, trabajar, ser guardia campesina de ASUNCAT -Asociación de Unidad del Catatumbo- y formar a más de cuarenta aprendices que no recibirán ningún título. Ella no lo llama así, pero lo que está sacando avante cada sábado, sin el apoyo de ninguna entidad privada o estatal, es una escuela popular de enfermeras y enfermeros.

“Esto no se trata de ganar un sueldo o un título. Se trata de ayudar a nuestra comunidad. En un principio pedimos que asistiera al curso un estudiante por vereda, pero algunas mandaron de a tres y pues mucho mejor. Ahora, en cada vereda hay una persona que puede inyectar, canalizar, aplicar medicamentos, brindar primeros auxilios a las personas que no tienen el dinero para ir a un puesto de salud”.  Esto lo cuenta Paola a la par que ella y dos aprendices le hacen la curación semanal a un anciano abandonado. No reciben ninguna remuneración y muchas veces compran las gasas con la plata de su bolsillo. Paola no quiere irse del Catatumbo, pero dice que si tuviera que hacerlo se irá con la satisfacción de saber que ya hay varios relevos que pueden hacer su trabajo.

Antes de despedirnos definitivamente de Filo Gringo somos invitados por Iván Durán, líder del CISCA, concejal del Tarra y presidente de la Junta Buenos Aires, a conocer una fantasía hecha concreto. Amarillo, azúl y rojo son los colores de una hazaña comunitariaria llamada el puente vehicular Antonio Pérez.Esta estructura cruza el río Catatumbo, se sostiene con tubos reutilizados del oleducto y soporta el paso de maquinaria amarrilla. El puente fue erigido con el trabajo de siete Juntas de Acción Comunal y de los gremios de transportadores. Pura gestión y poder popular.

Con el puente a sus espaldas y el río bajo sus pies, Durán nos dice que no nos daría la entrevista si fuéramos periodistas de cualquiera de los medios de comunicación de las dos  familias más poderosas del país. Y hecha la advertencia procede a contarnos con sereno orgullo la historia de esta obra: “Cuando propusimos construir el puente para reemplazar el ferry y el puente hamaca, nos decían a los líderes que estábamos locos. Cada Junta puso cuarenta millones de pesos para iniciar. La Alcaldía del Tarra dio unos bultos de cemento y con aportes de particulares, bingos y rifas se logró completar el dinero para hacer una obra de mil doscientos millones”. Esta cifra incluye el costo de los planos que diseñó la firma de ingenieros contratada por la asociación de juntas, los materiales, el servicio de la maquinaría, pero no la mano de obra, dado que fue construida sin remuneración económica por las mismas comunidades.

***

A las once y cuarto de la mañana recogemos los pasos rumbo a Ocaña para continuar nuestro viaje a Arauca. Otra vez la misma trocha. El monocultivo, las pimpinas con embudos, los yarumos alargados, los letreros hechos a mano y los bares entre escuelas veredales. Las rocas con forma de trapecio que alguna vez fueron magma siguen durmiendo en los potreros de ayer. De nuevo veo los reductos de bosques salpicados con miles de flores encendidas, nombradas por los pobladores como “barba de gallo”, y que a la distancia dan la impresión de ser un monte que llora lágrimas rojas. Todos estos detalles ya no me resultan desconocidos, pero el cañón del río Catatumbo y yo ya no somos los mismos de ayer. Sus aguas escurren en igual medida agroquímicos, historias, sueños y luchas.

*Tabaco para mascar

**Bebida de frutas congelada en bolsa

***Químico para abonar la tierra

****Miembros del Ejército Popular de Liberación -EPL-.

CI DC/JT/11/12/2022/14:00

 

Fuente: Colombia Informa

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https://www.colombiainforma.info/el-catatumbo-un-rio-de-voces-parte-1/

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