La ideologización de la ideología, o sobre el mestizaje

30.11.22

El mestizaje limitado a una construcción discursiva-identitaria sustentada sobre nociones raciales está destinado a ser una prisión tautológica de sí mismo. Es hora de volver a poner la clase en el centro.

 

La desaparición de la clase

En su The retreat from class de 1986, la historiadora marxista Ellen Meiksins Wood hizo una crítica premonitoria de las emergentes tendencias políticas e intelectuales en la izquierda internacional que, de forma reciente, han arraigado con especial solvencia en teorías críticas de la raza. Estas corrientes, analizaría a profundidad, partían de interpretaciones del marxismo que se alejaban fundamentalmente de las premisas del análisis materialista de los procesos sociales e históricos y, por tanto, de las posibilidades emancipatorias representadas en la clase trabajadora para alzarse sobre las condiciones del capitalismo.

En cambio, el foco discurría hacia los postulados del posestructuralismo, más cercano al lenguaje, al discurso y a la ideología que a la política de clase y su base histórica. Esta transición, discutía, se apoyaba en una crítica al «economicismo» y al «reduccionismo de clase» atribuidas a un marxismo en plena decadencia política, en hombros de la URSS, que necesitaba ser complementado por una serie de metodologías alternativas. Los movimientos sociales, según posmarxistas como Laclau, Althusser y Poulantzas, sobre quienes centraría su crítica, podrían ser construidos a partir de varios elementos «populares» articulados y motivados por medios puramente ideológicos, independientemente de las relaciones de clase u oposiciones entre ellos.

En esencia, esta operación postulaba la separación efectiva de la ideología y la clase, situando la esfera discursiva como el principal campo de batalla político. Aunque la crítica fue una respuesta al momento intelectual y político que atravesaba Occidente, anticipó el arribo de las actuales corrientes intelectuales en los movimientos sociales contemporáneos en el mundo que han terminado por distanciarse aún más de la clase para seguir la tendencia de ubicar el lenguaje como el principio dominante de la vida social. Su diagnóstico, además, da cuenta de los supuestos clave que darían forma al llamado giro «cultural» o «identitario» cuya circulación global ha influido, como corolario, a las principales teorías críticas de la raza en años recientes.  Estos supuestos también orientan marcos analíticos «multisistémicos» como la interseccionalidad, donde la explicación de un proceso histórico profundo da paso a yuxtaposiciones causalmente equitativas que describir «mediante la clasificación en una proliferación interminable de categorías taxonómicas», según lo describe Wood.

Este desplazamiento lo encontramos en pensadores como Aníbal Quijano, teórico celebrado por su crítica al «eurocentrismo» de clases de Marx, o Edward Said, quienes fundan sus teorías —de la colonialidad y del orientalismo respectivamente— en la primacía de los Estados nacionales sobre la producción de ideas y representaciones heredadas del colonialismo que, en una conjura de notable simultaneidad, darían formas afines no solo a las identidades nacionales y alterizadas a lo largo del mundo, sino a la organización social con relación a éstas.

En sus interpretaciones de la modernidad y el imperialismo cultural, así, vemos las primeras señales de la autonomización de la ideología y la política en las críticas surgidas en el llamado Sur Global: las relaciones de dominación racial no como constitutivos del proceso productivo, sino como si llegasen importadas «desde una esfera ajena, autónoma y separada», sugeriría Wood. Para la historiadora, el paralelo entre las críticas anti-eurocéntricas —como las de Said y Quijano— era que parten de las mismas premisas que las «explicaciones eurocéntricas estándar». Como tal, conciben la «acumulación temprana de capital» bajo la esclavitud y el colonialismo como presagio inevitable y determinista del desarrollo del capitalismo.

En esta línea, la formación de la teoría discursiva puede entenderse en esencia como un desplazamiento de la crítica al idealismo hegeliano que fundan Marx y Engels en obras como La Ideología Alemana y Manuscritos económico-filosóficos de 1844. El idealismo, en tanto lógica deductiva a partir de los conceptos, supone que la historia puede entenderse en términos de un análisis del movimiento de formas cambiantes de la conciencia humana: la manera en que las personas se representan en el mundo a sí mismas en conceptos y expectativas normativas da pie a la resolución de conflictos emergidos de esos conceptos para así desarrollar nuevas formas de conciencia.

Marx concibe la conciencia ya de antemano como un producto social y sostiene en consecuencia que la historia de la conciencia debe mirarse al revés: a partir de la interacción con las condiciones materiales de la vida —la situación del trabajo humano, la organización de la producción, las relaciones sociales de propiedad— se generan las ideas sobre nuestras circunstancias. Para el materialismo, por lo tanto, es necesario discernir estas circunstancias para hacer inteligible la historia y las formas dominantes de la conciencia de una época.

En el trabajo de Marx y Engels, la clase es una categoría central en su concepción materialista de la historia que describe una relación social con respecto a los medios de producción y propiedad sustentadas en el trabajo: la capacidad de los seres humanos de producirse y reproducirse a partir de la relación metabólica con el mundo natural. El primer hecho histórico es, en consecuencia, la producción de los medios primarios para la satisfacción de la vida material misma. En una sociedad capitalista, la actividad de producción y reproducción de la vida humana ocurre en determinadas relaciones sociales de propiedad mediadas por la clase, cuando los productores han sido separados de sus medios de subsistencia y deben vender su fuerza de trabajo bajo restricciones de competencia. Por tanto, las personas, aunque hacedores de su propia historia, contraen relaciones sociales y políticas en condiciones dadas. En las condiciones de una sociedad capitalista, la clase que tiene a su disposición los medios para la producción material cuenta por tanto con los medios para regular la producción y distribución de las ideas de su tiempo. Así, para conferir «universalidad» a su clase, logra representar sus propios intereses como los intereses comunes de la sociedad en su conjunto.

Bajo este marco, es valioso examinar el caso de México y su proyecto ideológico (de nación y de identidad) por antonomasia: el mestizaje. Dado que el mestizaje se concibe como un proyecto —siempre pensadoideadoconstruidoimaginadoimpuesto— esta concepción remite tanto a las obras de los ideólogos pre y posrevolucionarios en que plasmaron sus voluntades como a la reciente producción intelectual crítica del mestizaje que sigue arraigado en una «historia de las ideas».

Esto no supone que el Estado no administrara un régimen consciente de representación que estabilizaría la frontera que distingue al «indígena» del «mestizo» por medio de políticas culturales e indigenistas. Sin embargo, exige, por un lado, complicar la intuición heredada del mestizaje como un proyecto de intelectuales y políticos en condiciones de su propia determinación para interpretar y construir el destino histórico de la nación. Y, por el otro, presenta el desafío a la crítica de trascender el «análisis del discurso», describir su relación respecto a la emergencia histórica de las formas de organización de trabajo capitalistas y explicar la relativa ausencia de la clase como categoría analítica.

Ideología hipodérmica 

Para ciertos intelectuales y académicos, el mestizaje siempre ha sido un proyecto intelectual. Ciertamente, su historiografía a menudo se basa la exégesis de recursos conceptuales y normativos que tienen sus raíces en una así llamada «historia de las ideas». En este sentido, las mismas inercias que rigen la producción de conocimiento obligan a interactuar con ideas institucionalizadas al grado en que aún las tradiciones más críticas llegan a reforzar sesgos que reciclan las mismas afirmaciones establecidas por ellas mismas.

Sintomáticamente, la crítica del mestizaje ha terminado por centrar al Estado y sus agentes como el motor fundamental de la historia en México, reproduciendo nociones que no guardan suficiente distancia crítica ni histórica respecto del discurso del propio Estado. En consecuencia, la carga de la prueba que enfrenta un análisis del mestizaje que deja de lado la disección de los discursos de los actores políticos históricos (Justo Sierra, Molina Enríquez, Vasconcelos, Gamio, etc.) para enfocarse en el análisis histórico de los procesos sociales y políticos es bastante alta, pues se enfrenta a vigorosas tendencias intelectuales que centran al pensador en la construcción —y subversión— de la realidad social por medio de los discursos que produce. Fredric Jameson denominó «prisión del lenguaje» al papel que la autorreferencialidad ha venido a jugar en las resoluciones imaginarias de contradicciones reales. El mestizaje, en este sentido, ha brindado a los intelectuales una oportunidad de refrendar a los «actores» de la historia del mestizaje como los autores de su producción intelectual.

Si bien el análisis de clase no exilia las ideas o al pensador al reino epifenómico, concibe la conciencia como un producto social cuya reificación debe afrontarse a través del constante reexamen y diagnóstico de su función política e ideológica. Por tanto, el debate no es exclusivamente teórico. Las diferencias de análisis y enfoque teóricos tienen efectos reales para las estrategias de transformación política en sus sociedades. Tal reorientación, aunque en apariencia exótica, permite sortear la autonomía de la ideología y la política propia del giro idealista-discursivo y arrojar luz sobre las condiciones históricas y materiales específicas del mestizaje como «modo de vida» del proceso productivo.

Tal mirada discierne la aparición del sujeto mestizo más allá del prisma Estado-centrado para hallarlo en las trayectorias conflictivas y dinámicas de transformación social y económica que forjaron su analogía con la clase trabajadora. Contrario a la concepción del mestizo como un instrumento pasivo al servicio del Estado, mero espectador de la historia, el planteamiento que recupera la clase reivindica su papel activo, creativo y subjetivo en la historia que admite importantes implicaciones políticas de transformación a partir de su praxis social. Finalmente, la crítica de clase va al encuentro con el potencial emancipatorio del colectivo mestizo —es decir, las mayorías «desindigenizadas» y proletarizadas— en las mismas presiones a las que lo someten la división del trabajo y la circulación de la mercancía, independientemente de cómo haya sido conceptualizado por ideólogos, funcionarios o estudiosos.

El mestizaje limitado a una construcción discursiva-identitaria sustentada sobre nociones raciales, así, está destinado a ser una prisión tautológica de sí mismo. De ahí que analistas sumamente suspicaces respecto del mestizaje, como el historiador de la Universidad de Chicago Mauricio Tenorio Trillo, afirmen que el «futuro es mestizo» porque «no hay otro». Pensadoras en esta línea como Rita Segato y Silvia Rivera Cusicanqui han montado críticas profundas e iluminadoras del mestizaje con miras a resignificarlo y encontrar un cauce común entre los destinos de mestizos, ladinos e indígenas en la región latinoamericana. Una categoría, en efecto, como su obra misma demuestra, en vías de desconstrucción. A la luz de lo anterior, sin embargo, es posible observar que este frente común ya concurre en la relación interna entre la clase trabajadora en México, en Bolivia, en Argentina —con sus manifestaciones singulares y específicas— sustentada en la relación externa entre el trabajo asalariado y el capital.

Visto así, el papel del mestizaje en el México moderno resulta estructuralmente vinculado a las relaciones de producción dominantes y a las formas homogeneizantes de organización del trabajo. En una sociedad dividida en clases, por lo tanto, el mestizaje no puede reflejar ningún «interés universal», a pesar de ser un efectivo nivelador de la identidad de la población nacional. Esta acotación permite ver el mestizaje en México como un desenvolvimiento, en origen y significado, en sí mismo determinado por la clase, y no solo como la imposición de un sistema de pensamiento racialista ajeno a las relaciones productivas y de propiedad existentes. En este sentido, un enfoque que redescubre la clase es capaz de delinear con mayor precisión cómo las relaciones particulares en que las personas producen sus vidas proporcionan sistemas de significado, conceptos y representaciones que adquieren plena validez solo para y dentro de estas relaciones. Tal perspectiva invita a reexaminar esquemas que presuponen la voluntad y los movimientos de la conciencia de protagonismos individuales como los principales determinantes históricos, para buscar una ruta que reconozca las ideas y representaciones como producto de la praxis colectiva en condiciones históricamente específicas que impusieron sus propias demandas.

De este modo se pueden contravenir las nociones asentadas que ubican la matriz discursiva e ideológica del Estado como la fuerza histórica decisiva en el surgimiento, perpetuación y sostenimiento del mestizaje y el racismo en México, que en el proceso desatienden el carácter impersonal de las dinámicas del capitalismo y sus clases.

 

 

ALFONSO FORSSELL MÉNDEZ: Escritor e investigador independiente especializado en estudios culturales
Fuente: Jacobin América Latina

 

 

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