Dossier (II): Pablo Milanés, la voz del país imaginario (videos PM Pecado Original- Sueylen Milanés, Comienzo y final de una verde mañana)/ Hasta siempre, querido Pablo (con documental sobre vida de Pablo)/ Pablo, mi Pablo, nuestro Pablo

escrito por Lisbeth Moya González

23 noviembre 2022

Pablo

 

y con él un pedazo de la Cuba que vive en mi mente. Lejos del país que amo, la Isla es una balsa imaginaria y cálida que me aferra al Caribe y al dolor. Pablito es parte importante de ese espejismo y su obra, al menos para mí, la banda sonora del arsenal espiritual que me une a esa nación adorada y maldita.

He decidido hablarle en primera persona, como si estrechara su mano, como quien habla a un amigo antiguo, porque así le siento.

Pablito, a ese último concierto que diste en La Habana, yo quería llevar a toda la gente que amo. Pudieron acompañarme unos pocos, y por nuestra condición de disenso político, detrás de nosotros, cual perros de caza, acechaban los agentes de la Seguridad del Estado que regularmente nos acosan. Imagino entonces cuántos te vigilaban a ti, y bajo cuánta coacción cantaste esa noche. Ello me hizo valorar el amor que sentías por tu pueblo y la necesidad de despedirte de él, aunque fuera con un cuchillo en el cuello.

Recuerdo que cantaste Pecado original y corrí a abrazar a Maykel González Vivero, porque estábamos en medio de la lucha por el matrimonio igualitario. Esa canción tuya fue, al menos para nosotros, el himno de la conquista de un derecho fundamental que se materializó días después con el Código de las Familias. Que decidieras incluirla en tu repertorio en ese concierto puntualmente, fue un gesto que la sociedad civil cubana y en especial el movimiento por los derechos LGBTIQ+ no dejará de valorar.

 

 

Cantaste también No ha sido fácil y se la coreamos a nuestros represores: «Soy como quisieron ser/ pero tratando de ser yo/ ni menos mal, pero en verdad, ni menos bien// No ha sido fácil tener/ una opinión, que haga valer mi vocación/, mi libertad para escoger». Recuerdo que les gritamos: «Pablo es nuestro y las narrativas de sus canciones también», y que nos paramos a cantar y ellos se sobresaltaron y pusieron en posición de alerta, como si con tus canciones, Pablito, los fuéramos a apuñalar, o pudiéramos tumbar con notas musicales el autoritarismo.

En ese concierto también miré al amor que duele a los ojos: «Qué gloria te tocó, / qué ángel de amor, que has renacido.// Qué milagro se dio cuando el amor volvió a tu nido». Sabía que me estaba despidiendo del amor de mi vida y se lo dije con tu voz. ¿Será que eres el amor de mi vida?

Lloré además por los amigos que se fueron, por los que quisiera ver para saber que soy humana y vivo y siento por mis hermanos; y me tocaste, Pablito, me tocaste cada fibra de patriota que anhela que su pueblo renazca de su ruina y paguen su culpa los traidores.

Recuerdo que una maestra que tuve me dijo que el Santiago de Yo pisaré las calles nuevamente era Santiago de Cuba, y en ese engaño viví hasta que muchos años después vi un video en que dedicabas esa canción a Miguel Enríquez. Entendí que La Moneda era en Chile y que tú le cantabas a ese pueblo, pero aun así evoco las calles de lo que fue nuestro Santiago ensangrentada, a fin de cuentas la sangre es del mismo color en las calles de Cuba o de Chile.

Me sobrecoge que tu obra no solo aborde el amor carnal, sino otros amores que yo venía sintiendo fuerte y que son acaso más nobles e ingratos: a la libertad, la dignidad humana y la justicia social. Entiendo hoy, Pablito, que tú tienes doble mérito: el de impulsar y cantarle a un proyecto noble y hermoso como fue la Revolución cubana en sus inicios, y el de sufrir en tu piel la represión y los horrores de una revolución que degeneró en autoritarismo, por no callarte jamás ni ceder ante ninguna prebenda de la burocracia.

Cuando era niña, cada mañana despertaba con tu voz. El noticiero radial de mi pueblo iniciaba con tu interpretación de Comienzo y final de una verde mañana y yo, semidormida, remolona y pequeña, abría los ojos con el beso de mi madre, mientras me acariciabas el pelo con un: «Déjame despertarte con un beso,/ en la verde mañana que te espera…». Hoy despierto lejos de esa isla que amo, y tu narrativa me atraviesa el corazón y quisiera poder decir: «Yo me quedo, / con todas esas cosas,/ pequeñas, silenciosas», pero como tantos miles de cubanos, no pude quedarme y pesa sobre mí la amenaza de no poder volver.

 

 

No obstante, sé que en allí a una no se le queda el cuerpo, pero sí el pensamiento y el corazón. Nadie se va de la Isla, porque hay tanta Cuba afuera y duele tanto la de adentro, que nuestro pueblo, cual nómada o gitano, ha construido un país imaginario sustentado en cosas intangibles, como tu voz.

Hoy me atrevo a resignificarte pues sé que la limpieza de tus ideas estaba en toda la frase «será mejor hundirnos en el mar,/ que antes traicionar/ la gloria, que se ha vivido». Esa no es la gloria de los burócratas y los corruptos, es la gloria del pueblo que quemó Bayamo antes de entregar su suelo al colonizador.

Por ese tipo de gloria, de Cuba soberana pero sin autoritarismos ni dominación, yo también me hundo en el mar. Tú estabas claro, Pablito, supiste discernir entre Cuba y sus captores; y seguiste cantándole a la patria a pesar de que ellos te encerraran en los campos de concentración que fueron las UMAP.

Quisiera despedirme cantando y creo que tú mismo escribiste tu propio epitafio: «Los días de gloria cerraban esperas, / abrían ventanas, donde iban entrando dolores de antaño hacia el porvenir.// Qué es lo que me queda de aquella mañana,/ de esos dulces años, si en ira y desgano los días de gloria los dejamos ir».

Gracias, querido Pablo. El mundo te llora. Nada fue en vano.

 

Periodista y escritora marxista cubana

 

Fuente: LA JOVEN CUBA

 

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Hasta siempre, querido Pablo

 

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MAURICIO VICENT

La Habana – 24 NOV 2022

Pablo, mi Pablo, nuestro Pablo

 

La casa de Milanés en La Habana siempre estaba llena de amigos y podías encontrarte a cualquier gran figura, a Serrat, a Sabina, a Gabo, a Montalbán, a Gutiérrez Alea o a Gutiérrez Aragón

 

La Habana, enero de 1998. Visitaba Cuba el papa Juan Pablo II, llegado con la corona y la aureola de haber sido el gran destructor del comunismo en Europa del Este y que, según las malas lenguas, venía a darle un empujoncito final a Fidel Castro. El escritor Manuel Vázquez Montalbán había aterrizado días antes para documentarse y escribir Y Dios entró en La Habana, su versión personal de aquel “choque de trenes”, como lo definió Gabriel García Márquez aquellos días. Montalbán y Gabo, y todos los demás, estábamos ya aburridos de tantos sermones y misas, y para romper aquel tedio Pablo Milanés organizó una de las legendarias fiestas en su casa con un grupo de amigos y quiso pasar a recoger al trovador Compay Segundo. Compay, genial y sobrado como siempre, empezó por darle a Vázquez Montalbán su receta del “sopón de carnero”, para “llegar a los noventa años haciendo feliz cada día, incluso a altas horas de la madrugada”, a sus numerosas novias. Y al saber que el escritor había pertenecido al Partido Comunista le contó que él “también” fue comisario político en un viaje a China y le compuso una canción a Mao Tse Tung. Cuando se disponía a tocarla, Pablo le dijo: “Compay, deja eso, canta Chan chan”.

Cada vez que contaba esta disparatada anécdota, Pablo se moría de risa, pues sabía que Compay ―a quien él contribuyó a rescatar del olvido cuando tocaba en un pequeño hotel y lo fue a buscar y se lo llevó a un estudio para grabar el tercer volumen de Años (1990)― podía cantarle a Mao o al Papa, lo mismo le daba (luego el trovador contaría ―absolutamente convencido― que en el Vaticano cada mañana Karol Wojtyla ponía a todo volumen Chan chan, “pues era su canción de cabecera”).

 

Desde la izquierda, Caco Senante, Pablo Milanés y Joaquín Sabina, durante la presentación del disco 'Igual que ayer' en Madrid en abril de 1995. Milanés es una de las grandes voces cubanas de todos los tiempos, el creador de canciones de amor inolvidables como 'Yolanda', 'Ámame como soy' o 'El breve espacio en que no está', que son ya himnos; un músico admirado y querido por sus compatriotas y también por importantes artistas de todos lados que hicieron suyas sus letras y lo llamaban, sencilla y cariñosamente, Pablo, o Pablito.

Desde la izquierda, Caco Senante, Pablo Milanés y Joaquín Sabina, durante la presentación del disco ‘Igual que ayer’ en Madrid en abril de 1995. Milanés es una de las grandes voces cubanas de todos los tiempos, el creador de canciones de amor inolvidables como ‘Yolanda’, ‘Ámame como soy’ o ‘El breve espacio en que no está’, que son ya himnos; un músico admirado y querido por sus compatriotas y también por importantes artistas de todos lados que hicieron suyas sus letras y lo llamaban, sencilla y cariñosamente, Pablo, o Pablito.

Cinco años antes, en 1993, el autor de Yolanda o Para vivir ya se había enfrentado frontalmente a la burocracia en su país y había cerrado la Fundación Pablo Milanés, denunciando al Ministerio cubano de Cultura por incompetente y “frenar y obstaculizar” su trabajo, en un comunicado escrito justo antes de coger un avión a Madrid y comenzar una larga gira por ciudades españolas con Víctor Manuel, llamada En blanco y negro, que dejó como resultado un precioso disco. Gabo, amigo de Fidel e íntimo de Pablo, trató de mediar por indicaciones del primero para que hubiera reconciliación, pero Milanés nunca quiso saber más del asunto, contaría más tarde el escritor. Algunos pensaron que Pablito no regresaría de la gira. Pero fue todo lo contrario: después de dos meses en España, canceló los últimos conciertos porque, dijo, la nostalgia de Cuba lo mataba, y casi mata a Víctor Manuel de un infarto.

Pese a sus sonadas discrepancias con la Revolución y sus duras denuncias políticas por lo sucedido en la isla, que las autoridades recibían como puñaladas, aunque sin meterse directamente con él pues su altura era demasiada, Pablo nunca quiso irse de Cuba. De hecho, nunca se fue, aunque pasó sus últimos años en España para recibir tratamiento médico debido a su enfermedad.

 

 

Ibas a su casa en La Habana y podías encontrarte a cualquier gran figura internacional o nacional, a Serrat, a Sabina, a Gabo, a Montalbán, a cineastas como Tomás Gutiérrez Alea o Manuel Gutiérrez Aragón, a Pancho Céspedes, a Juan Formell, a Fabelo (la lista es infinita), pero siempre estaban allí tomando un trago con él y escuchando su música sus amigos de toda la vida, ya que para él la amistad y cantarle a su gente eran la razón de su vivir, por eso todo el mundo lo quería. El verano pasado, durante su último concierto en La Habana, cuando ya presentía su muerte, lo dijo en voz bien alta: el cubano es el mejor público que he tenido siempre, ustedes se pasaron.

Las partidas de dominó en su casa cada domingo, siempre rodeado de su familia, eran tremebundas y podían durar hasta la madrugada. Allí sólo iban sus verdaderos amigos, y alguna vez que un alto funcionario fue aceptado y trató de repetir, él se negó: “No, no es mi amigo”, dijo. Así era Pablo. Del mismo modo, cuando viajó a Cuba en 1987 el músico argentino Fito Páez y fue criticado en el diario Granma por sus apariencias y actitudes “poco revolucionarias”, Pablo pidió espacio y papel en el diario de los comunistas cubanos y contestó a los que arremetían contra su amigo. Fito viajó a Madrid estos días para estar junto a él, como muchos otros que lo admiraban y lo consideraban su hermano, y no es casualidad.

Pablo era un lector voraz y un intelectual comprometido, te lo encontrabas en cualquier esquina de Cuba y te comentaba las últimas columnas de la prensa española o el libro recién salido que había que leerse. Su sensibilidad extraordinaria, su talento para componer canciones inmortales, que son parte del gran imaginario iberoamericano, y tanto como eso su corazón para interpretar a los más grandes de la música popular cubana independientemente del género o la generación, lo hacen un músico especial que será recordado y querido siempre. En la última gran fiesta que dio en su casa, tras un polémico concierto en la Ciudad Deportiva de La Habana, que fue un gran acto de amor hacia el público que más quería, Pablo quiso cantar a sus amigos. Ya se había tomado un par de whiskys, con hielo y rebajados, y se inspiró en la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, y también en boleros de toda la vida. Juntos escuchamos después las canciones de su último disco, que aún no ha sido editado, en el que sus letras son llevadas a ritmo de salsa y cantadas en compañía de Alejandro Sanz, la India, Gilberto Santa Rosa, y otros. Pablo estaba emocionado con ese disco. “Hay que seguir en la pelea”, dijo, guiñando el ojo, y se tomó otro trago.

El escritor colombiano Gabriel García Márquez (izquierda), tras entregar a Pablo Milanés la medalla Haydee Santamaría, que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba, en marzo de 2007, en La Habana.

El escritor colombiano Gabriel García Márquez (izquierda), tras entregar a Pablo Milanés la medalla Haydee Santamaría, que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba, en marzo de 2007, en La Habana.ALEJANDRO ERNESTO (EFE

 

Tras su muerte, que ha causado auténtica conmoción popular en la isla, popular y artística, se han organizado en La Habana varios homenajes, oficiales y no oficiales. De los dos tipos. El Ministerio de Cultura, el presidente del país y los más altos dignatarios, por suerte, han declarado a Pablo figura “insustituible” y gigante de la cultura cubana, además de decir que la nación estaba en deuda con él y de luto, aunque no lo declararon oficialmente. En su estudio, PM Records, en el barrio de El Vedado, donde grabó muchos de sus discos, hay una placa con una frase del Poeta Nacional y del héroe nacional de Cuba, José Martí, que dice: “Ser culto es el único modo de ser libre. Pero en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno”. Por allí no pasaron el martes políticos ni figuras oficiales, pero sí gente que lo amaba, muy jóvenes y no tan jóvenes, y también compañeros de siempre como la gran cantante Omara Portuondo, que acaba de cumplir 92 años. En la cola para firmar el libro de condolencias muchos lloraban, y en la calle se escuchaban canciones de Pablo como Mis 22 años, escrita en sus inicios y que declara en su final: “Y en cuanto a la muerte amada / le diré, si un día la encuentro / adiós, que de ti no tengo interés / en saber nada”.

Pablo, mi Pablo, nuestro Pablo…

 

Fuente: EL PAÍS

 

https://elpais.com/cultura/2022-11-24/pablo-mi-pablo-nuestro-pablo.html

*Mauricio Vicent (Madrid, 1963) es licenciado en Psicología y ha realizado estudios de Derecho. Desde 1991 hasta 2011 trabajó en Cuba como corresponsal del diario español El País cubriendo los principales acontecimientos ocurridos en la isla. También ha sido corresponsal de la cadena SER y colaborador de Radio France International y de otros medios de prensa europeos.

En 1998 obtuvo el premio al mejor trabajo periodístico en el extranjero que concede el Club Internacional de Prensa de España. Fue finalista del Premio de Periodismo Cirilo Rodríguez en 1999. Escribió el libro de entrevistas Los compañeros del Che, realizado con el fotógrafo Francis Giacobetti. Es autor del guión para el documental Música para vivir, rodado en 2009 por Manuel Gutiérrez Aragón.

En 2011 dirigió su primer documental, Baracoa 500 años después, con guión y argumento de su autoría. En 2014 publicó con Norman Foster el libro Havana: Autos & Architecture, editado por Ivorypress y en 2016,  en colaboración con Juan Padrón, Crónicas de La Habana, editado por Astiberri. (Presentación Tomado de Astiberri)

 

 

 

 

 

 

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