AMERICA LATINA Y EL NEOEVANGELISMO.

Rafael Villegas*

 

El derrumbe del Imperio y Latinoamérica ante su encrucijada

El colapso civilizatorio y sistémico, entreabrió el velo secular para dejar al descubierto el sistema de símbolos, emblemas  y premisas  de origen teológico sobre los que la economía hunde sus raíces y al mismo tiempo, los voceros del neoliberalismo exhiben sin pudor proclamando el fundamento financiero de su espiritualidad contable al alrededor de sus insignias mas distintivas: el ícono de la cruz, el fundamentalismo del libro, la denominada “guerra espiritual” y “la teología de la prosperidad” .

Brasil, aquel país que en otros tiempos fuera cuna de la teología de la liberación, hoy se ha convertido en el paradigma de esta religiosidad, foco pandemico y satélite norteamericano de lo que conocemos  como  Neoevangelismo.

Para esta corriente ultraconservadora, Donald Trump es comparado con el emperador Constantino quien restauro los dominios del imperio romano a través de la cristianización del mismo A pesar de sus pocas luces, amplios sectores confesionales le dieron su apoyo convencidos que fue elegido por la providencia. En los mismos términos, personajes como Jair Bolsonaro son considerados emisarios de dios para restaurar el orden y la economía de mercado. El tenebroso golpe de estado en Bolivia perpetrado por Camacho y Añez representan la misma situación.

En la Venezuela bolivariana, la penetración de este veneno imperialista ha sido débil como consecuencia del cambio de paradigma cultural liderado por Hugo Chavez.

Este tipo de religiosidad belicista se nutre de las más desquiciadas teorías conspiracionistas propias de la cultura norteamericana y de su cultura política  de “estilo paranoico” como lo definió el célebre  historiador  estadounidense Richard Hofstadter. La ideación paranoide que cultivan, se desprende de una lectura de la biblia literal, fundamentalista y fuera de contexto. Creen encontrar allí apoyo para enfrentar una “guerra espiritual” que supone la existencia de una causalidad histórica unívoca, pergeñada por fuerzas demoniacas que operan detrás de la historia como un poder paralelo que solo los iluminados por dios pueden discernir.

Satán, masones, jesuitas, comunistas infiltrados, todos en tándem operando en las sombras para consumar el llamado reseteo mundial, la agenda 2023 y cosas por el estilo. Es la estrategia utilizada como método de propaganda, para incidir en la psicología de los pueblos generando consenso social -en base al terror- y una justificación infame para perseguir a dirigentes sociales, organizaciones de base, movimientos de derechos humanos etc.

Como aparato simbólico cultural, estas tenebrosas narrativas teopoliticas, guardan coherencia con un modo de producción de sujetos basados en el consumismo y la salvación personal.  La insignia de la cruz, les proporciona a estos “soldados de la fe”, una visión del mundo en clave sacrificialista cuya sangre alimenta todas las arterias del poder que han de prolongar su “racionalidad” hacia una economía que acepta el sacrificio de humanos en el altar del mercado para salvaguardar al capital.

 

Lo colectivo en esta cosmovisión es visto con sospecha, al igual que el  pobre, cuya condición es señal de la desaprobación divina, invisibilizando así, la relación causal entre riqueza  y pobreza.  Aquí la llamada “teología de la prosperidad” es otro elemento vital que refiere al progreso económico como señal y promesa de la aprobación divina que cada creyente recibe de manera individual. Representa un  anzuelo seductor para los sectores empobrecidos y deseosos de alcanzar el tan prometido paraíso del ascenso social hacia un modo de vida consumista y burgués. Es una realidad palpable el hecho de que -luego de un largo periodo de intoxicación subterránea y capilar sobre estas premisas que respaldan a la economía del libre mercado- tal estrategia ha dado sus frutos con la consecuente derrota -en gran parte- de la batalla cultural sobre las conciencias.

 

Para estos falsos profetas y sacerdotes del capitalismo neoliberal, Jesús vino a pagar una deuda que tenemos con dios y su sentencia a muerte fue para expiar nuestros pecados y ser perdonados por dios padre del castigo eterno que nos merecemos. Por un lado dios perdona  gratuitamente –dicen-, y por el otro, en la cruz se pago la deuda –también dicen- . Menuda contradicción. Si la deuda fue pagada en la cruz, quiere decir que no hubo perdón, de lo contrario no habría sido necesario saldar las cuentas. Tal ambivalencia cumple una función psicológica devastadora. La astucia de  este doble mensaje prepara las mentes para la entronización de la culpa como mecanismo de dominación y tortura subjetiva. Napoleón Bonaparte ya lo sabía antes que Freud. Dijo el gran estratega de la guerra: “haz sentir culpable a tu enemigo y dominaras  su voluntad”.

Un proyecto comunitario basado en una economía del compartir, de la gratuidad, propuesto por Jesús y su movimiento campesino, fue lo que puso en crisis el fundamento mismo de la dominación imperial que es la meritocracia económica, afectiva, vincular y social. Es por ello que el Jesús ofrecido como sacrificio expiatorio por los pecados del mundo es incompatible con el Jesús histórico ejecutado bajo los cargos de  blasfemia y sedición por enfrentar al imperio romano. Por enfrentar los mismos valores y principios individualistas que el neoevangelismo pregona en nombre de un Cristo asesinado por un imperio que defendía los mismos (dis)valores que ellos enarbolan: el amor y la codicia por las riquezas.

 

Patas para arriba están las cosas. No en vano, Freud decía que cuando un pueblo es vencido por otro, los dioses de los derrotados pasan a ser los demonios de los vencedores. Se invierten los términos. Fue así que el cristianismo -devenido en cristiandad imperial- se constituyó en el soporte de un sistema que administra la muerte para generar “vida”.

 

Como cristianos latinoamericanos, la opción por los condenados de la tierra tendrá un cauce liberador en tanto sea para construir una opción a favor de la construcción de otro tipo de riquezas y no de aquellas que generan la exclusión de las mayorías, cuyo amor hacia ellas es “la raíz de todos los males” (1 Tim.6:10). Se trata de la batalla cultural por un cambio radical de paradigma que deberá crecer desde abajo, sobre proyectos cuya economía permita que haya vida plena para todas y todos.

 

Vanas y suicidas serán las ilusiones de los gobernantes que pretendan detener la agonía sistémica y la crisis mundial presente, bajo los mismos principios de una economía que nos ha arrojado a esta catástrofe global.  Porque “como el perro vuelve a su vomito, así es el necio que repite su necedad” (Proverbios 26.11)

 

“Nadie se salva solo, nadie salva a nadie, todos nos salvamos en comunidad” decía el gran pedagogo Paulo Freire, seguramente inspirado en las palabras que Jesús les dijo a su pueblo oprimido: “porque el que quiera salvar su vida la perderá” (Mateo 16:25).

 

Hagamos lo imposible para que en este tiempo decisivo sobre el destino de Brasil y la región, el compañero Lula se convierta en una esperanza real frente al engaño, atropello y crueldad de la ultraderecha Bolsonarista y su proyecto de muerte.

 

*Psicólogo. Buenos Aires. Argentina-

Imagen: Observatorio del Sur Global

 

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