Una mirada particular sobre Lenin

Por Lars Lih.

A continuación publicamos dos trabajos de Lars T. Lih que forman parte de dos de sus libros. El primero, es la introducción a la biografía de Lenin escrita por el autor en 2011 y el segundo una investigación concienzuda para contextualizar el ¿Qué hacer? de Lenin, publicada por Haymarket books en 2008, recientemente publicada en francés por Éditions sociales].

Introducción a la biografía
Los 55 volúmenes azules que componen la 5ª edición de las obras de Vladimir I. Lenin están apiñados en los estantes de mi biblioteca. Estas obras están dotadas de un formidable compendio crítico, en el que se enumeran todos los nombres, libros e incluso proverbios citados por el autor, y forman a su manera un mausoleo intelectual comparable al mausoleo físico que sigue en pie en Moscú.

Otra forma de embalsamamiento por erudición, y un logro igualmente impresionante, es Vladimir Ilich Lenin: Biograficheskaia Khronika, que detalla los hechos de Lenin a lo largo de más de 8 000 páginas, por cada día del que se dispone de información (por lo que hacía: escribir un artículo, publicar declaración interna del partido, pronunciar un discurso…).

Pero el propio título de la biocrónica apunta a un enigma biográfico, ya que Vladimir Ilich Lenin es una creación póstuma. Durante su vida, este hombre utilizó muchos nombres, pero nunca éste. El hecho de que la posteridad necesitara referirse a él de este modo ya indica lo difícil que es captar la esencia de esta figura apasionadamente impersonal, sin convertirlo en una momia, un santo o un espantapájaros.

¿Cómo deberíamos llamarle? Poco después de su nacimiento en 1870, fue bautizado como Vladimir Ilitch Ulianov. Ilyich significa simplemente hijo de Ilya, pero durante su vida y después de su muerte, este nombre dice mucho más de su individualidad que Vladimir. Desde el comienzo de su carrera como revolucionario a principios de la década de 1890, la vida clandestina le obligó a distanciarse de su nombre de pila. El único ejemplar que se conserva de su primer texto importante –Quiénes son los amigos del pueblo y cómo combaten a los socialdemócratas (1984)– no lleva nombre de autor.

En los trabajos que nuestro héroe publicó legalmente en aquellos años, se dio a sí mismo diferentes identidades: K. Touline (para firmar su obra magna de 1899, El desarrollo del capitalismo en Rusia) o Vladimir Iline, o Vl. Iline, un seudónimo que poco hacía por ocultar su verdadero nombre y que siguió utilizando hasta la revolución de 1917. Incluso cuando escribía para una publicación autorizada, un revolucionario clandestino debía tener cuidado de no utilizar su identidad para evitar que el periódico fuera multado o cerrado. Según Lev Kámenev, que fue su íntimo colega, cuando Ilich escribía para Pravda (el periódico bolchevique publicado en San Petersburgo de 1912 a 1914), “firmaba sus artículos con un nombre diferente casi cada día. Utilizaba (…) diversas combinaciones de letras que nada tenían que ver con su firma literaria habitual, P. P. por ejemplo, o F. L.-ko, V. F., R. S., etc., etc.”. Esta necesidad de cambiar de firma creó un obstáculo adicional entre sus textos y quienes le leían: las masas trabajadoras[1].

Nuestro héroe adoptó su seudónimo habitual hacia 1901. Entonces era redactor de un periódico clandestino, Iskra, y empezó a firmar como N. Lenin. ¿Por qué Lenin? Ya hemos visto que le gustaban los seudónimos terminados en -ine. Pero Lenin parece haber sido el nombre de una persona real, gracias a cuyo pasaporte nuestro hombre pudo salir de Rusia en 1900. Un pasaporte que obtuvo, de segunda o tercera mano, como un servicio a su familia. Al final, no tuvo que utilizarlo[2].

N. Lenin, no V. I. Lenin. Este es el nombre que aparece en la portada de sus textos publicados. ¿Qué significa la letra N? Nada. A menudo, los seudónimos de los revolucionarios contenían iniciales sin sentido. Pero cuando se hizo famoso en todo el mundo, empezó a circular la idea de que se llamaba Nikolai, un nombre evocador donde los haya, que combinaba Nicolás el Último (el zar al que sustituyó), Nicolás Maquiavelo y el Viejo Nick [3]. En 1919, una de las primeras biografías más o menos precisas publicadas en inglés se refería a él de este modo. El presidente Ronald Reagan seguía haciendo lo mismo en la década de 1980. Quizá, históricamente, Nikolai Lenin sea tan legítimo como V. I. Lenin.

En cualquier caso, una cosa es cierta: nunca firmó con su nombre Vladimir Ilich Lenin. Normalmente concluía sus cartas con palabras como Su Lenin. No hizo ningún intento por ocultar su verdadero nombre. En 1908, en una carta a Maxim Gorki, firmó con su nombre Su Lenin y luego dio su dirección en Ginebra: Sr. Vl. Ulyanov, 17, rue des deux Ponts. 17 (chez Küpfer) [4]. Sólo en las cartas a su familia o a Inés Armand firmaba V. O. o V. I.

Después de 1917, consideró que debía utilizar su apellido en los documentos oficiales, en calidad de presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Por ello, los decretos gubernamentales llevaban la firma Vl. Uliánov (Lenin). Otros revolucionarios que se hicieron famosos bajo el klichki (seudónimo) que tenían en la clandestinidad no conservaron su apellido, en particular J. V. Stalin (nacido Djougachvili).

Parece que nuestro sujeto, tanto por razones personales como oficiales, tenía mucho interés en distinguir a la persona Vladimir Ilich de la institución política Lenin. La posteridad, en cambio, ha tendido a confundir a ambos; por supuesto, por conveniencia, pero también porque las variaciones de la identidad personal y política exigidas por la Revolución Rusa son particularmente difíciles de captar.

En las obras publicadas desde la Segunda Guerra Mundial, se ha producido un cambio general de Lenin a Uliánov: cada vez se ha prestado menos atención a captar la esencia de la figura histórica y más a identificar su personalidad. En las décadas inmediatamente posteriores a la guerra, los investigadores intentaron aclarar el leninismo, una doctrina compuesta por un conjunto de proposiciones relativas al papel del partido revolucionario, el imperialismo, el Estado e incluso el materialismo filosófico. Para ello se centraron en textos que podrían denominarse trabajos escolares de Lenin: Materialismo y empiriocriticismo (1908), por ejemplo, El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) y El Estado y la revolución (1917). Todos estos libros reflejan las notas tomadas por un autor que sentía la necesidad de recopilar un dossier sobre temas de los que sabía relativamente poco. De hecho, varios volúmenes de las obras completas están dedicados exclusivamente a notas preparatorias para estos trabajos.

Incluso en el caso de ¿Qué hacer?, la obra fundamental de 1902, los investigadores han tratado más de extraer lo que consideraban implicaciones doctrinales de breves comentarios polémicos que de comprender su verdadero núcleo: el intento de Lenin de galvanizar a los militantes clandestinos formulando una visión heroica del liderazgo. Los investigadores han utilizado estos trabajos escolares para construir una doctrina compleja, el leninismo; luego han comparado su creación con el marxismo para concluir que Lenin era un teórico marxista original, incluso revisionista [5].

La Unión Soviética comenzó a abrir sus archivos a mediados de los años ochenta. Comenzó a surgir una nueva imagen de Lenin. Pero, paradójicamente, la apertura de los archivos, que fue tan beneficiosa en otras áreas de la historia soviética, dio lugar a trabajos que alejaron aún más a Lenin/Oulianov de su contexto. La investigación se basó en la suposición (quizás inconsciente) de que los documentos desclasificados revelarían los secretos del verdadero Lenin. Pero la desclasificación fue muy parcial. Por una razón obvia: las autoridades soviéticas habían guardado bajo llave cualquier documento que pudiera socavar la interpretación oficial, en particular la imagen cuidadosamente cultivada de Lenin como un hombre de virtud y humanidad irreprochables. Mantener en secreto estos documentos fue sin duda un crimen contra la investigación, pero a nivel intelectual nada es tan débil como crear un retrato de Lenin basándose únicamente en ellos. Oliver Cromwell dijo que su retrato debía mostrar “verrugas y todo”. Muchos trabajos postsoviéticos sobre Lenin parecen basarse en la metodología de “verrugas y todo”[6].

De ese modo, la doctrina de Lenin fue abandonada en favor de las rarezas de Uliánov. En particular, su vida sexual suscitó gran interés. Se publicaron libros titulados La amante de Lenin[7]. Su carrera política ha quedado reducida a una serie de frases chocantes, la mayoría de ellas de la guerra civil, en las que pedía la represión más feroz. Evidentemente, el inmenso drama de la Revolución rusa y sus trágicas consecuencias sólo habían sido provocados por la intolerancia y la crueldad de un hombre. Incluso las biografías más importantes, como las de Dmitri Volkogonov y Robert Service, parecían hacer poco por explicar o contextualizar lo que, después de todo, era una de las principales razones de la fama de Lenin: la perspectiva política asociada a sus escritos[8].

La ambición de este ensayo biográfico es tratar tanto a Uliánov, la persona de carne y hueso, como a su creación discursiva, N. Lenin. Esta ambición se hace aún más necesaria por el hecho de que las ideas de N. Lenin no pueden entenderse independientemente de las emociones que Uliánov invirtió en ellas y, a la inversa, que la vida emocional de Uliánov no puede entenderse independientemente de las ideas asociadas con N. Lenin. Habiendo establecido este punto fundamental, ahora puedo abandonar esta distinción y referirme a la figura histórica por su seudónimo más conocido.

A principios de 1917, Lenin escribió a su íntima amiga Inés Armand: “Sigo completamente enamorado de Marx y Engels, y no soporto verlos menospreciados. No, de verdad -son la verdadera mercancía[9]“. Esta afirmación debe tomarse al pie de la letra: Lenin sentía un amor genuino por las ideas de Marx y Engels. Y del mismo modo, fue con el marxista más eminente de su generación, Karl Kautsky –o, para ser más exactos, con los escritos de Kautsky– con quien mantuvo la relación más larga, violenta y emotiva de su vida.

¿Puede una doctrina formal, basada en proposiciones generales vinculadas entre sí por relaciones lógicas de implicación, inspirar tal amor? En todo caso, no a Lenin. Lo que despertó su fervor fue el escenario que llevó consigo toda su vida, el escenario a través del cual interpretó las convulsiones del mundo. Contiene un tema esencial –el heroico liderazgo de clase– que se desarrolla en dos niveles. En primer lugar, en el nivel más fundamental, trata del liderazgo de clase: el proletariado ruso dirigiendo al pueblo en su conjunto, formado principalmente por el campesinado. Narod es la palabra rusa para el pueblo y, al igual que sus equivalentes en francés y alemán (Volk), tiene una fuerte carga emocional (totalmente ausente en inglés en the people). Para Lenin, el proletariado urbano era sólo una parte del narod, pero una a la que la historia había confiado una misión de liderazgo.

La centralidad de este tema fue puesta de manifiesto por su esposa, Nadezhda Krupskaya, en un panegírico que escribió tras su muerte en 1924. La palabra que utilizó, vozhd (líder, guía, dirigente), se repite constantemente en la retórica de Lenin en cada etapa de su carrera:

Su trabajo [a principios de la década de 1890] entre los obreros de Piter [San Petersburgo], sus discusiones con ellos, la atención que prestaba a sus palabras permitió a Vladimir Ilich comprender la gran idea de Marx: la idea de que la clase obrera constituye el destacamento avanzado de la totalidad de los trabajadores, y que todas las masas trabajadoras, todos los oprimidos, la seguirán: ésta es su fuerza y la promesa de su victoria. La clase obrera sólo vencerá como vozhd [guía] de todos los trabajadores. (…) Y este pensamiento, esta idea, informó toda su actividad posterior, cada paso que dio [10].

Lenin también tenía una visión romántica del liderazgo dentro de la clase. Quería inculcar en el militante de base –el praktik– una idea exaltada de lo que podía lograr a través de su liderazgo. En ¿Qué hacer? se burla de sus oponentes con estas palabras:

Os vanagloriáis de vuestro espíritu práctico y no veis el hecho conocido por todo militante ruso entregado al trabajo práctico [praktiki]: qué maravillas puede hacer en la obra revolucionaria, no solo la energía de un círculo, sino incluso de un individuo aislado[11].

El partido entrena a los obreros, haciéndoles comprender la grandeza de su misión –dirigir el narod– y luego el proletariado cumple su misión incitando al narod a unirse a los obreros en su proyecto de derrocar al zarismo, lo que a la larga abre el camino al socialismo. Este es el escenario de Lenin. Ambos niveles están entrelazados, como ha demostrado brillantemente Robert Tucker, uno de los pocos autores que ha captado plenamente el contenido esencial de lo que Lenin llamaba “su sueño”:

Para comprender la concepción política de Lenin en su totalidad, es importante saber que no imaginaba sólo una organización militante de revolucionarios profesionales, sino el movimiento “de todo el pueblo” dirigido por el partido. El “sueño” no era simplemente el del partido, aunque hiciera del partido la vanguardia de los revolucionarios conscientes que actuaban como maestros y organizadores de una masa mucho mayor que seguía el movimiento. El sueño era la visión de una Rusia popular, antiestatal, transformada por la propaganda y la agitación en un gigantesco ejército de luchadores contra la Rusia oficial dirigida por el zar[12].

Este escenario era heroico, incluso grandioso. Para Lenin, cualquiera que no compartiera su exaltada visión de la historia era un “filisteo”. La lengua rusa posee un rico vocabulario para atacar el filisteísmo: filisterstvo, pero también obyvatelshchina, meshchanstvo y poshlost. Lenin utilizó constantemente este léxico, principalmente contra otros socialistas.

Este ensayo biográfico pretende esbozar el escenario heroico, mostrar su complejidad y unidad temática, revelar la fuente del apego emocional de Lenin a él y documentar su desarrollo en cada etapa de su carrera. La forma concisa es perfecta para este ejercicio: si el libro hubiera sido más corto, no habríamos podido captar el papel desempeñado a lo largo de su vida por el escenario heroico; si hubiera sido más largo, habríamos perdido la unidad subyacente de la perspectiva de Lenin. Mi ambición, por tanto, es identificar un patrón recurrente, que luego pueda reconocerse fácilmente en los textos de Lenin.

Mi visión de Lenin no es particularmente original. Está muy cerca de lo que han dicho la mayoría de sus contemporáneos y una gran minoría de académicos de la posguerra. Pero en muchos puntos es absolutamente contraria a lo que podría llamarse la interpretación estándar, que se basa en un tema principal: la supuesta preocupación de Lenin por [el retraso de] los obreros. Siendo pesimista sobre las inclinaciones revolucionarias [de la clase obrera], habría tendido a abandonar un auténtico movimiento de masas en favor de un partido clandestino formado por una élite de conspiradores extraídos principalmente de la intelectualidad. En consecuencia, la interpretación estándar establece una oposición fundamental entre Lenin y la socialdemocracia europea. Esta última era tan optimista como él pesimista; era tan fatalista como él voluntarista; era tan democrática como él elitista; aquella quería construir un movimiento de masas y el abogaba por la conspiración.

En realidad, a Lenin le movía un escenario impregnado de optimismo, e incluso de romanticismo: activar el liderazgo de la clase, que hundía sus raíces en la socialdemocracia europea. Como investigador, nada me gustaría más que ofrecer una demostración exhaustiva de esta tesis y una refutación igualmente completa de las posiciones dominantes; pero como autor, soy muy consciente de que las digresiones que implicaría un planteamiento así desvirtuarían el objetivo de este libro. Por lo tanto, me limitaré a señalar a los lectores aquellos puntos en los que las ideas que expongo parecerán sorprendentes a muchos especialistas. Una defensa completa de mi interpretación puede encontrarse en los textos citados en la bibliografía selectiva.

Si queremos comprender el apego que tuvo durante toda su vida a su escenario heroico, tenemos que entender que Lenin tenía una fuerte relación emocional con sus ideas. Es este escenario el que forma el profundo vínculo entre un individuo apasionado y su personaje público: entre Vladimir Ilich Uliánov y N. Lenin.

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En torno al ¿Qué hacer? de Lenin
En 1902, Lenin publicó ¿Qué hacer?, un libro que le convirtió en uno de los líderes más influyentes del joven e ilegal Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR). ¿Cuál era el mensaje del libro sobre este partido perseguido y aún débil? La interpretación canónica es que el mensaje era expresas su “preocupación por los trabajadores” (en palabras del historiador estadounidense Reginald Zelnik). El paradigma de la “preocupación por los trabajadores” comprende varias ideas que se refuerzan mutuamente.

La primera es que la esencia de la concepción de Lenin reside en su ansiedad y pesimismo sobre el temperamento revolucionario de los obreros y el temor a su “espontaneidad” [stikhiynost]. Su fría lucidez sobre la incapacidad de los obreros, combinada con su deseo fanático de hacer una revolución, le condujo naturalmente a la idea de un partido basado en “revolucionarios profesionales” extraídos de la intelectualidad. Es más, la concepción de Lenin era una profunda revisión del marxismo ortodoxo: “Lenin no dudó en reinterpretar a Marx, al tiempo que proclamaba, por supuesto, seguir la doctrina al pie de la letra” [13]. Por último, el libro en el que aparece esta profunda innovación, ¿Qué hacer? es el documento fundacional del bolchevismo y el texto clave para comprender el comunismo. Como escribió Bertram Wolfe en 1961:

En dos panfletos [presumiblemente ¿Qué hacer? y Un paso adelante, dos pasos atrás], y en un número considerable de artículos publicados entre 1902 y 1904, Lenin había martilleado su nuevo plan organizativo para “un partido de nuevo tipo”, es decir, un partido profundamente diferente de todos los partidos marxistas anteriores, ya fueran los fundados cuando Marx y Engels vivían o después[14].

Naturalmente, las innovaciones de Lenin provocaron una enorme división en el seno de la socialdemocracia rusa, separando a los que se mantenían fieles a la socialdemocracia de la Europa civilizada de los que se limitaban a actualizar las tradiciones de la Rusia bárbara. Parte del atractivo de la interpretación canónica procede del apasionante relato de la fatídica escisión entre bolcheviques y mencheviques que se produjo a continuación, una escisión cuyos altos intereses en juego sólo fueron percibidos vagamente por los propios protagonistas.

Según Wolfe y muchos otros, Lenin defendía un partido de nuevo tipo, una frase que –cabe señalar– suele entrecomillarse. Sin embargo, Lenin no utiliza esta fórmula ni ninguna otra similar, ni en ¿Qué hacer? ni en ninguno de sus textos. De hecho, la expresión partido de nuevo tipo fue acuñada durante el período estalinista. Lenin ya estaba bajo el hechizo de un partido de nuevo tipo, el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), un partido muy innovador que despertaba la admiración de los trabajadores clandestinos rusos como él.

Adam Ulam, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Harvard, se ha empeñado más que nadie por imponer esta lectura del ¿Qué hacer? Sus descripciones de la visión de Lenin son a veces reveladoramente anacrónicas:

Considerando que la industrialización de Rusia va a continuar, Lenin no tiene ninguna duda de que el gran peligro para el impulso revolucionario, para el marxismo revolucionario, es el lento pero continuo e inevitable declive de la energía revolucionaria de los trabajadores, el hecho de que adquieran una mentalidad sindicalista, abran una cuenta de ahorros, se dejen ganar por la sensación de que su condición mejorará, todo lo cual hace que la desesperada reacción revolucionaria sea al principio menos urgente y,  en última instancia, poco realista e inútil [15].

Es poco probable que Lenin, el dogmático provinciano de Simbirsk, considerara que el principal peligro que amenazaba a la socialdemocracia internacional a principios de siglo era la capacidad del capitalismo para garantizar la prosperidad de las masas. Por otra parte, es bastante probable que Ulam conociera a personas que pensaban esto en Estados Unidos. Ulam también vio con bastante claridad que las ambiciones políticas de Lenin en 1902 estaban en franca contradicción con la “ansiedad por los trabajadores” que se le atribuía:

“Combatir la espontaneidad…”. Esta afirmación, tomada literalmente a fortiori en las circunstancias de su formulación inicial, suena casi ridícula. ¿Quién se supone que debe desviar de su curso natural al movimiento obrero que se desarrolla en Rusia? Un puñado de revolucionarios –algunos de ellos en las cárceles zaristas– que actúan a través de un periódico publicado en el extranjero. Pero esta afirmación oculta la esencia del leninismo, la idea de que el desarrollo natural de las fuerzas materiales y la reacción natural de la gente a estas fuerzas materiales conducirán, con el tiempo, a algo muy alejado de lo que Marx había previsto para los efectos de la industrialización sobre los trabajadores. (…). Se trata de una actitud notablemente ilógica. Rechaza la premisa principal de su ideología y, sin embargo, pretende ser estrictamente ortodoxo. Su razonamiento pretende ser racionalista y materialista, y sin embargo se dedica, casi a la manera de Sorel, a propagar el mito de la revolución, cuya necesidad, como acaba de decir, los obreros sienten cada vez menos [16].

¡Tan cerca de la meta! En efecto, Ulam casi vio que describir a fortiori a Lenin como temeroso de los obreros es “doblemente ridículo” en el contexto de 1902. Pero en lugar de descartar su propia lectura del libro de Lenin como notablemente ilógica, Ulam descarta al propio Lenin como “notablemente ilógico”. Como veremos, Lenin no era particularmente ilógico, dadas sus suposiciones muy optimistas sobre el poder del mensaje y su confianza en que los trabajadores responderían a él.

Los pioneros del paradigma de la preocupación por los trabajadores impusieron una dicotomía maniquea que enfrentaba frontalmente a los buenos reformistas con los malvados conspiradores elitistas como Lenin. Pero el paradigma de la preocupación por los trabajadores no se limita a quienes desaprueban a Lenin. Esta misma dicotomía maniquea entre reformistas y revolucionarios también atrajo a muchos de sus admiradores: todo lo que había que hacer era invertir los signos. Utilizo aquí el término tradición militante para referirme a los escritores occidentales que se inspiran en la Revolución Rusa y quieren que otros la admiren y aprendan de ella. Aunque esta tradición abarca muchos puntos de vista diferentes, la corriente más influyente es la tradición trotskista.

Un conjunto realmente impresionante de escritores de talento y cautivadores –empezando por el propio Trotsky– han dado a la interpretación trotskista de los acontecimientos un lugar por derecho propio. En este libro, militante se refiere ante todo a estos influyentes escritores trotskistas, desde Isaac Deutscher hasta China Miéville. La relación entre los autores militantes y los académicos es compleja: en algunos puntos, los militantes parecen contentarse con seguir a los académicos, pero en otros tienen más influencia sobre ellos de lo que suele pensarse.

Por mi parte, sería negligente no señalar que los representantes de la tradición militante se han interesado por mi trabajo de forma mucho más seria y abierta que los historiadores académicos. He aprendido mucho tanto de los activistas que rechazan (a menudo airadamente) mis ideas como de los que están de acuerdo con mis conclusiones, a menudo, por supuesto, con reservas y críticas. Dado que la tradición activista está realmente preocupada por estas cuestiones históricas, sus concepciones evolucionan constantemente. Por todo ello, tengo la impresión de que la tradición militante en su conjunto sigue defendiendo la interpretación canónica de las cuatro fechas mencionadas.

A pesar del impresionante árbol genealógico del paradigma de la preocupación por los trabajadores, este es erróneo a todos los niveles. ¿Qué hacer? no es una respuesta sombría a una crisis, sino una respuesta exuberante a una oleada de entusiasmo revolucionario en Rusia, a un cambio en la atmósfera política que prefiguraba la revolución de 1905. Las posiciones planteadas en ¿Qué hacer? no fueron la causa de la escisión del partido en 1904. La centralidad de la libertad política en la corriente de Lenin hace imposible establecer un vínculo directo entre ¿Qué hacer? y el estalinismo. Cierto, Lenin abogaba por un partido de vanguardia, pero así era como se concebía comúnmente a la socialdemocracia internacional. De ningún modo volvió a la tradición populista rusa, ni abogó por el hipercentralismo o por un partido conspirativo de élite restringido a revolucionarios profesionales reclutados entre la intelligentsia. De hecho, las recomendaciones organizativas de Lenin se basaban en su deseo de importar a Rusia, en la medida de lo posible, el modelo del Partido Socialdemócrata de Alemania, a pesar del ambiente hostil y el contexto represivo del absolutismo zarista.

Así pues, el mensaje central de ¿Qué hacer? no es de desconfianza, sino de confianza en los trabajadores. O, más precisamente, no de confianza en los trabajadores, lo que podría sugerir que a los ojos de Lenin no podían ni equivocarse ni ser engañados, sino de confianza en que los trabajadores responderán al mensaje (si se exponía de forma adecuada) y cumplirán así su elevada misión histórica. De ello se deduce que el libro de Lenin no fue una fuente de inspiración para sus primeros lectores porque hubiera expresado un oscuro pesimismo al describir a los obreros como obstinadamente no revolucionarios, sino más bien por sus sueños “románticos”, “ajenos a todo escepticismo”, como escribió en 1905 uno de los primeros lectores del ¿Qué hacer?, Alexander Potressov, aunque ya se había vuelto contra Lenin.

En la década de 1980, mi profesor de Princeton, Robert Tucker, fue uno de los pocos académicos que comprendió lo que yacía en el corazón de la visión de Lenin para Rusia:

“Para comprender la concepción política de Lenin en su totalidad, es importante darse cuenta de que no sólo tenía en mente la organización militante de revolucionarios profesionales de la que hablaba, sino también el movimiento popular, dirigido por el partido ‘de todo el pueblo’. Su ‘sueño’ no se refería en absoluto al partido en sí solo, aunque se centraba en el partido como vanguardia de revolucionarios conscientes que desempeñan el papel de educadores y organizadores de una masa mucho mayor que sigue al movimiento. Su sueño era la visión de una Rusia popular antiestatal que, a través de la propaganda y la agitación, se alzara como un vasto ejército contra la Rusia oficial dirigida por el zar”[17].

Mi propia investigación no ha hecho más que confirmar la idea central de Tucker. La única observación que puedo hacer sobre esta formulación particular es que pasa por alto elementos cruciales del contexto histórico, en particular la importancia de la socialdemocracia internacional, la enorme influencia del modelo del SPD como partido y el hecho de que Karl Kautsky fue durante mucho tiempo un mentor de los bolcheviques.

Lejos de expresar cualquier preocupación por los trabajadores, el libro de Lenin se hizo popular entre los activistas socialdemócratas clandestinos en Rusia porque les prometía que podían hacer milagros: “Os vanagloriáis de vuestro espíritu práctico y no veis el hecho conocido por todo militante ruso entregado al trabajo práctico [praktiki]: qué maravillas puede hacer en la obra revolucionaria, no solo la energía de un círculo, sino incluso de un individuo aislado”[18]. Tomo prestada la expresión “milagros ordinarios” del dramaturgo soviético Evgeny Schwartz, que la utilizó como título de una de sus obras, porque creo que transmite con precisión el espíritu del ¿Qué hacer? A los praktiki que ejercían su profesión revolucionaria en una posición peligrosa y aislada, y que se preguntaban si su actividad tenía algún significado o impacto real, Lenin les dijo: si el mensaje correcto se transmite de la forma correcta al público correcto y por los mensajeros correctos, entonces los mensajeros pueden realizar milagros, que pueden parecer ordinarios, pero que tendrán como resultado la transformación de Rusia y del mundo entero.

https://www.contretemps.eu/lenine-que-faire-ouvriers-lars-lih/

Traducción: viento sur

[1] L. Kámenev, The Literary Legacy and Collected Works of Ilytch (escrito a principios de la década de 1920), disponible en The Marxist Internet Archive, www.marxists.org/archive/kamenev/19xx/x01/x01.htm.

[2] M. G. Shtein, Ulianovy i Leniny: Tainy rodoslovnoi i psevdonima, San Petersburgo, 1997.

[3] N.d.T.: En Inglaterra, “Old Nick” es uno de los nombres del diablo (por Maquiavelo, según los rumores).

[4] V. I. Lenin, Polnoe sobranie sochinenii, 5ª edición, Moscú, 1958-1965, vol. 47, p. 120; Lenin, Obras, Moscú, 1959-1976, vol. 34, p. 386. Todas las citas de Lenin están tomadas de estas dos ediciones, a las que nos referiremos por las siglas PSS y Œ. respectivamente, seguidas de los números de volumen y página.

[5] Leninism de Alfred G. Meyer (Nueva York, 1962) es un buen ejemplo de este enfoque.

[6] La única obra seria que contiene nuevos documentos de Lenin es V. I. Lenin, Neizvestnye dokumenty 1891-1922, Moscú, 1999. En particular, estos documentos arrojan luz sobre las relaciones de Lenin con Inés Armand y Roman Malinovsky, sus opiniones sobre la Guerra de Polonia (reveladas en un discurso de septiembre de 1920) y los últimos meses de su vida.

[7] Michael Pearson (2001) Lenin’s Mistress: The Life of Inessa Armand, Londres: Random House. Helen Rappaport, autora del reciente libro Conspirator: Lenin in Exile (Londres, 2009), declaró en una entrevista: “Lenin tenía, estoy segura, un oscuro lado sexual, que ha sido completamente borrado de los archivos rusos. Estoy convencida de que, cuando vivía en París, frecuentaba prostitutas; hay indicios de ello en fuentes francesas, pero es muy difícil de probar” (www.bookdepository/interview/with/author/helen-rappaport).

[8] Dmitri Volkogonov (1994) Lenin: A New Biography; Nueva York: The Free Press; Robert Service (2012), Lénine, París: Tempus Perrin. La única biografía reciente que puedo recomendar con entusiasmo es la de Christopher Read (2005) Lenin: A revolutionary life, Londres: Routledge.

[9] Lenin, PSS, vol. 49, p. 378; Œ., vol. 35, p. 284.

[10] Vospominaniia o Vladimire Iliche Lenine, Moscú, 1969, vol. 1, pp. 574-575.

[11] LéninePSS, t. 6, p. 107 ; Œ., t. 5, p. 458. Ver también Lars T. Lih (2008) Lenin Rediscovered: What Is to Be Done? in Context, Londres: Historical Materialism Book Series, p. 770-771.

[12] Robert Tucker (1987) Political Culture and Leadership in Soviet Russia: From Lenin to Gorbachev, Nueva York: W. W: Norton y Co., p. 39.

[13] Ulam, Adam, en Ulam, Adam y Beer, Samuel (eds.), Patterns of Government: The Major Political Systems of Europe, Nueva York, Random House, 1962, p. 615.

[14] Bertram Wolfe (1961), Three who made a revolution : a biographical history, Nueva York: Dial Press, p. 11.

[15] Adam Ulam, (1960) The Unfinished Revolution: An Essay on the Sources of Influence of Marxism and Communism, Nueva York: Random House, p. 171.

[16] Idem.

[17] Tucker, Robert (19985) Political Culture and Leadership in Soviet Russia , Nueva York: W. W. Norton.

[18] Lenin, Vladimir I. (1976) Obras completas, Madrid: Akal, t. 5, p. 454.

Tomado de vientosur.info

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