Toda raza es bendita, todo pueblo es elegido // No puede haber crítica

Por Laura Restrepo.

La Gaza Global

Derechos humanos o salvajismo, vida o genocidio. Esa es la disyuntiva que se juega en Gaza. El desenlace, para uno u otro lado, marcará al mundo en las décadas venideras. El martirio del pueblo palestino es el preámbulo de una tragedia global. Revela cómo las potencias fácticas enfrentarán las dos crisis existenciales de nuestra era: la decadencia de la hegemonía occidental, y las repercusiones humanitarias del cambio climático. Hoy, Gaza es el mundo de mañana.

Israel, Estado invasor y colonialista, está exterminando al pueblo palestino, colonizado y ocupado, despojado, desterrado, sometido al hambre y a la sed, en situación crítica de salud y sujeto a castigo colectivo. Aterradora ventana al futuro. Así, con la misma brutalidad, podrían tratar los poderosos a los desplazados climáticos y a las víctimas de las pestes, el hambre y las guerras. Si guardamos silencio ahora que vienen por los palestinos, ‘cuando vengan por nosotros no quedará quien proteste’ (Brecht). Netanyahu y sus cómplices occidentales han abierto las puertas de la deshumanización.

Con la deshumanización vendrá la desolación. Con la crisis climática no habrá santuario, puerta a la cual golpear, rincón donde podamos escondernos. El calentamiento global pone en riesgo el agua potable, trastornando ciclos de lluvias y ríos, mientras el deshielo acelerado de los polos alza los niveles del mar. Lenta e inexorablemente se estrechan las zonas habitables del planeta. Se inundarán ciudades costeras y se perderán cosechas. La incapacidad de la comunidad internacional para llegar a acuerdos de descarbonización, reducción de consumo y cumplimiento de los compromisos de transición a energías renovables, empujan al planeta hacia un destino errante. Será inmensa la marejada migratoria de refugiados climáticos que no tendrán a dónde ir, ni a dónde regresar. Lo que hoy son cientos de miles, en cuestión de décadas serán millones, y miles de millones.

¿Serán privadas de sus derechos estas víctimas con el mismo trato que hoy reciben los desterrados de la guerra en Palestina? ¿Será la solución global levantar más alambradas con cuchillas para que ‘los otros’ mueran del otro lado? Ya en 1948, en el origen de la nación sionista, Israel les impuso el destierro a 700.000 palestinos durante la primera Nakba (en castellano, catástrofe), obligándolos a abandonar sus hogares ancestrales para acorralarlos en una estrecha franja, densamente poblada, una cárcel al aire libre que hoy conocemos como Gaza. Sobre los sobrevivientes y los descendientes de esos damnificados recae una segunda Nakba, la actual limpieza étnica.

Si guardamos silencio ahora que vienen por los palestinos, ‘cuando vengan por nosotros no quedará quien proteste’ (Brecht)

Los líderes políticos y militares de Israel han revelado su propósito ulterior y su solución final: “Vamos a imponer un cerco total a la ciudad de Gaza, no habrá electricidad, ni comida, ni agua, ni combustible. Todo quedará cerrado. Estamos peleando contra animales-humanos y estamos actuando de acuerdo a esto” (Yoav Gallant, ministro de Defensa). Dejar a la Franja inhabitable y libre de población árabe, lejos de ser un accidente, es un prototipo de acción política. Este irrespeto por la vida normaliza la deshumanización. Es un paso hacia la discriminación biopolítica a gran escala.

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha dicho: “Por eso, las fuertes políticas antiinmigración, los campos de concentración para inmigrantes, los miles de náufragos muertos, por eso el tapón del Darién, por eso los bloqueos económicos a los países rebeldes. La vida de la humanidad, y sobre todo de los pueblos del sur, depende de la manera cómo la humanidad escoja el camino para superar la crisis climática producida por la riqueza del norte. Gaza es solo el primer experimento para considerarnos a todos y todas desechables”.

 

Las cifras del genocidio en Gaza el 11 de diciembre de 2023, según la ONG Euro-Med Human Rights Monitor.

 

Motivos detrás del motivo

La segunda crisis existencial global que pesa sobre el pueblo palestino es la decadencia de la hegemonía occidental. El dominio imperial norteamericano está marcado por el notorio fracaso de sus tres ofensivas internacionales, la guerra contra la droga, que acaba con todo menos con la droga, la guerra contra el terror, que por donde pasa, arrasa, sembrando más terror, y la pugna por el control de los depósitos naturales y las vías de distribución de combustibles fósiles. El resultado de estas tres estrategias ha sido la retirada con el rabo entre las piernas de las tropas norteamericanas de Irak y Afganistán, y el previsible fin del apoyo militar a Ucrania.

Dicen en inglés que para comprender un enredo, sirve la máxima ‘follow the money’, síguele la pista al dinero. Hay gas en la costa de Gaza, el ominosamente llamado yacimiento del Leviatán. Esto es un hecho. Israel y sus socios occidentales quieren apropiárselo todo, ya lo han firmado. Pero quieren, además, abrir una ruta comercial alternativa de alcance global que compita con la ancestral ruta de la seda de los chinos.

 Hay gas en la costa de Gaza, el ominosamente llamado yacimiento del Leviatán

La nueva ruta soñada evitaría el paso por el canal de Suez, controlado por Egipto, y para ello abrirían la megaconstrucción de su propio canal, el proyecto Ben Gurion, que uniría el golfo de Aqaba con el Mediterráneo. Tras la destrucción del gran puerto libanés, el de Beirut, la nueva ruta sería un acceso marítimo privilegiado: cuando se acabe el limitado fracking norteamericano, por aquí transitaría el gas de la India hacia Europa. Pero, ¡oh, problema!, esa nueva ruta tendría que atravesar territorio palestino… para lo cual los habitantes palestinos resultan inconvenientes.

En Ucrania ya vimos lo que son capaces de hacer las potencias cuando ambicionan el control de gasoductos y rutas energéticas. Se habla de la justa defensa del pueblo ucraniano contra la agresión rusa, y con razón, ya que la invasión constituye un crimen contra la soberanía nacional de Kiev. Pero poco se menciona el objetivo geopolítico tras el apoyo de EEUU. Por medio de sanciones económicas y beneficiados por la misteriosa voladura del gaseoducto Nord Stream 2, Joe Biden ha conseguido cortar el suministro de gas ruso a Alemania, dando como resultado el forzado cambio de dependencia energética. Ahora, la UE compra su gas de los pozos norteamericanos de fracking a un precio superior. Como prueba de decadencia, cuando el imperio no puede competir en el libre mercado, trunca o revienta a la competencia. El ‘orden basado en reglas’, proclamado por el imperio, consiste en que ‘si no gano con estas reglas, tengo otras’, o mejor dicho, ‘yo siempre gano, ese es mi orden y mi regla’.

En Palestina, la pugna hegemónica tiene un impacto directo. En medio de la matanza de los gazatíes, Netanyahu anunciaba a finales de octubre la adjudicación de doce licencias para la explotación de los vastos depósitos de gas del Leviatán. Cerca de 22 trillones de pies cúbicos de gas, cuyo valor ronda los 500.000 millones de dólares. Suficiente para dotar a Israel de independencia energética por unos cuarenta años. Follow the money: a los palestinos no solo les están quitando la tierra y la vida, también las riquezas.

La máquina de guerra

La deshumanización no se da solo en la explotación económica y en la ignorancia del otro, sino también en los medios implementados. De los más de 20.000 muertos en Gaza, 8.000 son niños. Como un moderno Herodes, actúa este Netanyahu que ordena bombardeos ejecutados por drones piloteados a distancia. Máquinas voladoras cada vez más autónomas. Proceso mecánico como fábrica de muerte. Así, queda diluida la responsabilidad humana y blindadas la compasión y la consciencia de los pilotos que asesinan apretando el botón de un control remoto, parecido al de una consola de videojuegos. The gamification of war, el juego de la guerra o la guerra como juego.

Denuncia Harry Davis, en The Guardian, que los objetivos de los bombardeos en Gaza son seleccionados por una inteligencia artificial llamada Habsora, en castellano ‘Evangelio’. Deus ex Machina, Dios matando con la máquina, o la máquina es dios cuando mata.

El ejército israelí se precia de su moralidad y de sus proezas tecnológicas, pero lo que hace en realidad es esconder la responsabilidad de sus actos detrás de la amoralidad automática. En su momento, los jefes nazis de Alemania ocultaban su decisión de exterminar a los judíos, delegando la ejecución de las órdenes en subalternos, que eran burócratas, como Adolf Eichmann. Observando el juicio a Eichmann, Hannah Arendt concibió su teoría de la banalidad del mal.

Si es que alguna vez lo juzgan ¿delegará Netanyahu en sus drones y sus máquinas la responsabilidad por la muerte de los 8.000 menores?

Setenta años, después, el presidente colombiano, Gustavo Petro, anuncia el propósito de hacer comparecer a Netanyahu ante la Corte Internacional de Justicia, activando el protocolo de genocidio y deteniendo así la masacre en Gaza. Si es que alguna vez lo juzgan ¿delegará Netanyahu en sus drones y sus máquinas la responsabilidad por la muerte de los 8.000 menores? Mirémoslo desde la otra punta: ¿se abrirá un hipotético capítulo de la banalidad del mal cuando, al ser cuestionado por sus acciones, Evangelio se defienda con el argumento ‘solo estaba siguiendo las órdenes de mis programadores’? Ya había advertido Noam Chomsky, refiriéndose a ChatGPT: no solo los nazis, también las máquinas son indiferentes a la realidad y a la verdad. Alrededor del mundo, otros Estados observan y aprenden la tétrica lección del ejército israelí. La dependencia humana de la inteligencia artificial nos pone en riesgo a todos. Se expande en la batalla el uso de sistemas automáticos complejos y opacos, lo humano va quedando relegado, y no seremos más que tuercas en la máquina (Dra. Marta Bo).

 

Unos niños inspeccionan una vivienda destrozada por las bombas israelíes, 1 de diciembre de 2023. / Mahmoud Mushtaha

 

Monstruos en el claroscuro

Dice Antonio Gramsci que cuando “el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en nacer. Y en ese claroscuro, surgen los monstruos”. Estamos en uno de esos momentos de transición, y en situaciones como la de Gaza, aparecen seres humanos que se comportan como monstruos. No hace falta poner mucho adjetivo ni exclamación para comunicar el horror de ofensiva bélica que Israel ha puesto en marcha. Basta con fijarse en las declaraciones públicas de los propios generales y funcionarios de ese Estado. Son claras, directas y elocuentes.

Primera premisa: no hay inocentes. “No hay (civiles) inocentes en Gaza (…) Gaza es un nido de avispas terroristas. Hay una completa sincronización entre Hamás y los civiles ‘inocentes’ (Avigdor Lieberman, miembro de Knesset y jefe del partido político Beytenu, 3 de diciembre).

Segunda premisa, tierra arrasada. “Ya no se trata de ataques quirúrgicos y de infraestructura militar… Esto quiere decir que aniquilaremos la infraestructura civil también. Edificios de apartamentos serán derribados” (Oficial del IDF, 9 de octubre.)

Tercera, matanza indiscriminada: “El énfasis está en el daño y no en la precisión” (Daniel Hagari, vocero del IDF, 10 de octubre). “El derecho internacional nos permite atacar el hospital (Shifa), incluso si hay personas no involucradas allí (es decir, civiles). Les avisamos con antelación, no es la primera vez (en la historia) que se produce un conflicto militar en torno a los hospitales” (Exembajador Israelí ante la ONU, Danny Danon, 15 de noviembre).

Cuarta, fuera palestinos de Palestina: “Israel no tiene más remedio que convertir temporal o permanentemente a Gaza en un lugar inadecuado para vivir” (Giora Eiland, ex jefe de Operaciones del IDF y actual consejero del Ministro de Defensa Gallant).

Quinta, Supremacismo y guerra santa: “Esta es una guerra entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad” (Primer ministro Benjamin Netanyahu, 3 de noviembre).

Sexta, solución final: “¿Querían infierno?, Tendrán infierno” (Mayor general Ghassan Alian). “El Estado de Israel tiene actualmente ánimo de venganza, y con justa razón (…) Las guerras no se ganan cuando matas al último de los combatientes del otro bando. Las guerras se ganan cuando colapsas un sistema adversario (Entrevista al ex teniente coronel Sa’ar Raveh). “Toda la preocupación por si hay o no Internet en Gaza, demuestra que no hemos aprendido nada. Somos demasiado humanos ¡Quememos Gaza ahora, nada menos!” (Vicepresidente de la Knesset, Nissim Vaturi, 17 de noviembre).

Séptima, premeditación despiadada: “No es que no debería importarnos (lo que les pase a los civiles de Gaza), sí debería importarnos, para asegurarnos de que ocurra un severo desastre humanitario (…) y horrible presión, y gritos al cielo. Porque es así como se ganan las guerras” (Giora Eiland).

Octava y última premisa, el fin justifica los medios, incluso desatar pandemias: “La comunidad internacional nos advierte sobre desastre humanitario en Gaza y epidemia severa. No debemos intimidarnos ante ello (…) al fin y al cabo, epidemias severas en el sur de la franja de Gaza nos darán una victoria más rápida y con menos bajas” (Giora Eiland, consejero del ministro de Defensa israelí y ex jefe del Consejo Nacional de Seguridad israelí, 19 de noviembre).

En un noticiero de la televisión egipcia aparece una mujer gazatí, de cara seria y actitud sobria, que dice: “Si no lloro ahora, es porque lo peor está por venir”.

La ira de Netanyahu arrastra a sus aliados

Un póster en una calle de Tel Aviv muestra una mano teñida en color rojo sangre, sobrepuesta a la cara de Benjamin Netanyahu. Aun en su propia casa, hay quien repudia al genocida sionista que subió al poder en Israel gracias a una alianza con la ultraderecha más radical, y que unificó en torno a sí al país tras el ataque criminal de Hamás, el pasado 7 de octubre. Hoy, Netanyahu es el caudillo de la carnicería en Gaza, y ha soltado 25.000 toneladas de explosivos sobre los 365 km cuadrados de la Franja –el equivalente a dos bombas nucleares–, dejándola convertida en un cementerio de escombros y ceniza: para el pueblo judío será la tierra prometida (toda ella, tragándose a Palestina) y para los palestinos, el infierno prometido.

‘Narcisista psicópata y asesino en serie que se hace pasar por víctima’: así se refiere a Netanyahu el comediante y cirujano egipcio Bassem Youssef, que en 2013 fue nombrado por la revista Time entre las cien personas más influyentes del mundo.

¿Está realmente loco Netanyahu? Posiblemente lo haya enloquecido la orgía de sangre que él mismo orquesta, como le sucedió al teniente Kurt de Apocalipsis now, la profética película de Coppola. Puede ser.

En cualquier caso, la manía de este primer ministro de Israel no sería lo más grave, sino la metódica sangre fría con que ha planeado y está ejecutado la política del apartheid, la limpieza étnica y el exterminio del pueblo palestino, contando con la inmunidad y la impunidad que le proporcionan el apoyo moral, político y bélico de casi todos los dignatarios occidentales, entre otros, los de Alemania, Francia, Bélgica, Austria, Canadá y Holanda, y la señora Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea… Por no mencionar todavía a Joe Biden quien, en la fila de los responsables, ocupa lugar preferencial.

Vergüenza y oprobio para estos hijos de Jano –el de doble faz–, que, por un lado, rodean a Netanyahu, dándole golpecitos solidarios en la espalda y/o suministrándole armamento para el cumplimiento de su tarea y, por el otro, piden apertura en Gaza de corredores humanitarios, porque “lamentan la pérdida de vidas civiles” (declaración del Consejo Europeo). Vaya “lamento” tan hipócrita, el de estos señores que pretenden matar y salvar, como quien peca y reza y así empata.

 

Una niña palestina y su madre son rescatadas de los escombros en Khan Yunis, al sur de Gaza. / Mohammed Zannoun

 

A continuación (y sin necesidad de comentario), van las palabras textuales con que Olaf Scholz, el canciller alemán, dio su bendición al despegue de la campaña genocida: “Israel es un Estado democrático que se rige por principios muy humanitarios, y por tanto, puedo estar seguro de que el ejército israelí también observará las normas del Derecho Internacional Humanitario”.

Cuando la devastación en Gaza ya era masiva, Rishi Sunak afirmó, en apoyo a su homólogo de Israel: “Está haciendo todo lo posible para evitar lesionar a los civiles”

El pasado 10 de noviembre, cuando la devastación en Gaza ya era masiva, Rishi Sunak, primer ministro de Gran Bretaña, afirmó, en apoyo a su homólogo de Israel: “Está haciendo todo lo posible para evitar lesionar a los civiles”. ¿Cinismo o humor sangriento? Más bien afinidad de propósitos, como lo demostró el propio Sunak unas semanas después (7 de diciembre), a propósito de los botes de refugiados que llegan a las costas de su país: “Nuestras cortes ya no podrán echar mano de leyes nacionales o internacionales, incluyendo el Acta de los Derechos Humanos, para impedir que expulsemos a los inmigrantes ilegales”. Queda claro como el agua, tal como pasa con los palestinos, los derechos humanos ya no serán obstáculo.

Emmanuel Macron no acaba de decidirse. A veces le pide a Israel conducta firme pero justa, y otras veces conducta justa pero firme. El énfasis depende. El presidente de Francia, un país con enormes sectores de población tanto judía como árabe, oscila entre una y otra, en una política dual, de contentillo, que en su tierra han dado en llamar “cañones y mantequilla”.

Benjamin Netanyahu y el stablishment israelí se apresuran a tachar de antisemita a quien ose levantar la voz contra el racismo sionista o salir a la calle en defensa del pueblo palestino. La acusación es artera y es falsa. Una cosa es criticar el racismo y la violencia del sionismo del Estado de Israel. Eso no contradice el afecto y la admiración por el pueblo judío y el respeto absoluto por las víctimas del Holocausto, tragedia que la humidad lleva en el corazón, como herida aún abierta. El repudio al sionismo está en las antípodas del antisemitismo. A quienes Netanyahu y el stablishment israelí deberían acusar de antisemitas es a sí mismos, debido al daño insondable que le han causado a Israel: el desplome moral y el descrédito internacional.

Benjamin Netanyahu y el stablishment israelí se apresuran a tachar de antisemita a quien ose levantar la voz contra el racismo sionista o salir a la calle en defensa del pueblo palestino

No es nueva la fórmula genocida que se está aplicando sobre Gaza con desaforada locura e implementación metódica. De hecho, esta fórmula tiene un nombre, colonialismo de población, y viene siendo utilizada por Europa, desde siglos atrás, para la conquista, invasión y despojo de nuevas tierras, a costa y sacrificio de los habitantes originales. El procedimiento termina forzosamente en genocidio, o para decirlo con claridad, ese es su propósito deliberado. Limpieza étnica que despoje a la tierra conquistada de sus incómodos dueños originales, que son considerados por las potencias colonialistas a la luz del siguiente código: ‘el Otro’ nos estorba, nos odia, se rebela, es atrasado, tercermundista, no es blanco, ni siquiera es humano, es idólatra o apóstata y caníbal, por tanto, el mejor nativo es el nativo muerto.

La matanza y reducción del territorio a tierra de nadie que hoy impone Israel es un atavismo que Occidente ya había acometido antes (enumeración sin orden cronológico): Los nazis alemanes con los judíos; la población blanca con los nativos norteamericanos; los angloamericanos sobre los filipinos; los españoles sobre ocho millones de aborígenes del entonces llamado Nuevo Mundo; los belgas contra la población negra del Congo; los alemanes sobre los habitantes del África del sudeste (actual Namibia); los boers holandeses que en Sudáfrica recluyeron a la población negra en el apartheid. Ninguno de esos escenarios es muy distinto del que hoy destruye a Gaza.

Canción de cuna para el gran padrino

Y ahora sí, vamos con Biden, padrino y mecenas del horrendo escenario. ¿Cómo podrá este hombre conciliar el sueño? Sólo en clave de humor logra uno imaginarse el turbulento interior de su cabeza. ¿Qué reflexiones se hará, a altas horas de la noche, cuando se halla recluido en el dormitorio y repasa consigo mismo los eventos del día y los que le esperan mañana?

 ¿Cómo podrá Biden conciliar el sueño?

Entre las cobijas debe preguntarse, ¿cuántos votos electorales me cuesta cada video en TikTok de palestinos muertos?

Luego calcula el número de palabras a favor de las políticas de Israel que debe televisar, para que el lobby sionista AIPAC renueve las donaciones al Partido Demócrata.

Hay que cuidar la vida de los civiles en Gaza, hay que cuidar la vida de los civiles en Gaza. Biden practica la frase, que debe sonar verosímil cuando en la mañana la suelte ante los medios.

Se pregunta quién manda a quién, ¿yo a Netanyahu? ¿Netanyahu a mí?

Se afianza en la decisión: le diré a Antonio Guterres, nanay ayuda humanitaria.

Se me vienen encima los whistleblowers, cae en cuenta, y enseguida se pregunta, ¿el castigo ejemplarizante a Assange será suficiente para escarmentarlos?

Para combatir el insomnio, no cuenta sheep, cuenta chip (de Taiwán).

Ummm –se preocupa–, me dicen que la economía de China sigue creciendo… debo recortarle libertad al mercado libre.

Filosofa: todos los hombres son iguales, pero unos son más iguales que otros.

Llora sobre su almohada, ¿de tristeza? ¿de rabia? ¿de impotencia?

Un breve sueño reparador le permite olvidar, al menos por un momento, que el imperio se le está derrumbando entre las manos.

En vez de elucubrar sobre cómo enfrentar el cambio climático, trama maneras de recuperar la hegemonía norteamericana con negocios ecológicos y tretas verdes.

Sonríe, satisfecho de su ingenio: hice pasar por gas natural y barato, el gas del fracking que les vendo caro a los europeos.

Reza: Dios, me fallaste aquella tarde en Polonia, cuando juré por ti que haría caer a Putin.

Maldice al Washington Post, que en su editorial del día ha anunciado el fracaso de las orientaciones militares del Pentágono en Ucrania.

Reconoce que tal vez los tanques Abraham, que allá se hundieron un poco en el barro, no fueron buena propaganda para el complejo militar industrial norteamericano.

Piensa: ahora que Maduro nos vende petróleo, ¿no sería bueno invitarlo a comer a la White House?

Ojea, inquieto, las encuestas. Esto no me favorece, reflexiona rebulléndose en la cama: el 70% de los norteamericanos entre los 18 y los 34 años está en contra del genocidio en Gaza.

Suspira, nostálgico: Yo, que quería ser recordado como G.I. Joe, y me van a recordar como Genocide Joe…

Todas las voces, todas

¿Cómo empezar a describir lo que ha sido la angustia colectiva que impera en gentes de las más diversas partes del mundo, al contemplar con absoluto horror y estupor la masacre sistemática en Gaza? Tal vez hablando de Mohamed, un joven egipcio, comerciante del mercado cairota de Khan el Khalili, que rompió a llorar como un niño cuando un cliente le pidió que le vendiera un pañuelo palestino. Al verlo desconsolado, el cliente lo invitó a sentarse en un cafetín, para conversar un poco. “Es que no puedo entender por qué matan como a animales a mis hermanos de Gaza –respondió Mohamed, deshecho en lágrimas–. ¿Acaso no tienen corazón ni cerebro? ¿Para qué asesinan bebés recién nacidos? Por las noches me doy golpes en la cabeza contra la pared, porque no aguanto mi impotencia, ni entiendo cómo seguir viviendo”.

  “No puedo apagar la tele. Cerrar los ojos sería como dejar a esos niñitos solos…”

Tal vez sirva hablar de Rosario, un ama de casa de Bogotá, contando que noche tras noche se clava en la pantalla, mientras pasan noticias de la destrucción de Gaza. Ante las imágenes de los niños heridos, las niñas quemadas, los bebés asesinados, Rosario se retuerce las manos y le dice al marido: “¿Acaso no los ves? ¿No ves a esos niños tan pequeñitos, tan destrozaditos? Podrían ser mis nietos, son iguales a mis nietos, ¿es que acaso no los ves?”. Intentando tranquilizarla, el marido le sugiere que apague la televisión y se duerma, le ruega que por favor descanse un poco. “No puedo –le responde ella–. Cerrar los ojos sería como dejar a esos niñitos solos…”

La perplejidad y el sentimiento de impotencia se fueron convirtiendo, poco a poco, con el correr de los días, en comprensión y compenetración. Miles de personas, a través del mundo, fueron aterrizando; desconfiando de la información oficial; leyendo detrás de la versión unívoca y amañada de los grandes medios; desmontando la censura; descifrando la naturaleza del desastre; poniéndole nombre al verdugo e identificándose con la víctima.

El brutal acontecer del genocidio, transmitido en vivo y en directo, fue contemplado por toda la humanidad. Nunca la verdad desnuda había aparecido con tal carga de realidad, y millones de conciencias despertaron: el genocidio de Gaza a todos nos afecta. Nosotros, nuestros hijos y nietos seremos las generaciones marcadas. No se escribe el desastre –dice Maurice Blanchot–, el desastre nos escribe a nosotros.

En las grandes ciudades del mundo, cientos de miles de personas se han tomado las calles, y la consigna ha sido general: Viva Palestina libre. Free Palestine.

 

Manifestación en solidaridad con Palestina en Londres el 29 de octubre de 2023. / Alisdare Hickson (CC BY-SA 2.0 DEED)

 

Las voces empiezan a resonar, pasadas de boca en boca, en pancartas, en redes sociales. Hablan claro y fuerte Noam Chomsky; Yanis Varoufakis; Ramón Grosfoguel; Richard Medhurst; el papa Francisco; Jeremy Corbyn; Franco-Bifo-Berardi; Craig Mokhiber; Rafael Poch de Feliu; los presidentes latinoamericanos Gustavo Petro y Lula da Silva; las actrices Susan Sarandon y Angelina Jolie. De tiempo atrás regresa, hoy todavía vía la proclama pro Palestina de Malcolm X. Pedro Sánchez, primer ministro español, se deslinda de la lealtad incondicional de sus homónimos europeos frente a Netanyahu, y rompe filas con la justificación y el apoyo al genocidio.

Crece la audiencia, se suman más y más voces y se convierten en coro.

Lo que hubiera podido ser

Jerusalén, ciudad alta y bella, construida en piedra blanca con cúpula dorada, patria de los palestinos y patria de los judíos. Jerusalén, ombligo del mundo, pero de todos los mundos, el primero y el tercero y el mundo unificado del mañana, ciudad del Sur y del Norte, del Oriente y Occidente, casa sin dueño, casa de todos. Encuentro del pueblo liberado de Bolívar y del pueblo arco iris de Mandela.

Ciudad que perdimos: ciudad anhelada, soñada, buscada. Santuario de los indefensos, tierra para los desterrados. Ciudad de mujeres y hombres, LGBTQI+, más todos los géneros y letras que quepan en el alfabeto, todos los alfabetos, todas las lenguas, ciudad de cielos limpios, vides, olivos y pan. Sin armas, con libros. Y Libros: El Corán y la Biblia, el Quijote y Hamlet, las Mil y una Noches. I-Ching, Homero, Dante, Tolstoi y Faulkner. Convivencia de hombres y animales, y también extraterrestres si es que llegan algún día. ¡Jerusalén! Ciudad de la Inteligencia humana y la Inteligencia Artificial. El Arte y la Ciencia. Donde niñas y niños puedan ser felices e ir sin miedo a la escuela, y donde puedan ser curados los enfermos en los hospitales. Y si hay que morir, que sea de amor.

Con la voz de Roger Waters asomado a la ventana: “Todo lo que es ahora / todo lo que se ha ido / todo lo por venir / todo bajo el sol y la luna en armonía”.

Ciudad de Mezquitas, Sinagogas y Catedrales. Santa Sanctórum hindús, ñáñigos, yorubas, sufís, budistas, monoteístas, panteístas, ateos.

Jerusalén, Al-Quds, Jerusalem, Holy city within us, la ciudad santa que llevamos adentro. Donde el sonido sea vida y el silencio sea paz. Jerusalén. Que en todas sus calles y esquinas resuene una música poderosa y universal, y también subversiva, diría Edward Said. Y en El Cardo, antigua vía romano-bizantina, corazón de Jerusalén: que toque la West-Easter Divan Orchestra de Daniel Barenboim, integrada por jóvenes músicos palestinos y judíos. Que en torno a ellos crezca la audiencia y se vuelva coro.

Jerusalén, donde toda raza sea bendita, y todo pueblo elegido.

Tomado de ctxt.es

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No puede haber crítica

 

A raíz de la violencia genocida en Gaza y el silenciamiento del debate en los campus universitarios, ahora poco importa que a mí, junto con otros, no me gustaran todos los aspectos de los argumentos presentados por algunos grupos de estudiantes después del 7 de octubre. Cuando ofrecí mi crítica en la London Review of Books del lenguaje utilizado por el Comité de Solidaridad Palestina de Harvard, lo hice con espíritu de conversación. No preví cómo se cerraría su punto de vista, ni el alcance del acoso y doxxing que sufrirían. Sin embargo, todavía hay tiempo para defender los derechos de estos estudiantes (y de todos los estudiantes) a expresar su punto de vista sin temor a represalias o daños.

La crisis de libertad académica que enfrentamos actualmente es la más aguda desde los años de McCarthy en Estados Unidos. La acusación de antisemitismo ha sido instrumentalizada para impedir la expresión en formas que deberían ser extremadamente alarmantes para cualquiera que se preocupe no sólo por la libertad de expresión en el dominio público, sino también por la libertad académica en los campus universitarios. Cuando incluso los llamados a un alto el fuego se consideran antisemitas, sólo aquellos que apoyan la guerra aniquiladora de Israel contra el pueblo palestino en Gaza son exonerados del cargo. La combinación de antisemitismo y antisionismo sólo puede servir a los propósitos de una censura extrema, ya que impide que quienes se oponen a la actual violencia israelí y al asesinato de casi 18.000 habitantes de Gaza hasta la fecha expresen indignación moral y política y defiendan principios fundamentales de libertad. expresión y justicia política. Si nos atrevemos a calificar el asesinato como aniquilacionista, con intención genocida o como genocidio en sí, como han insistido recientemente más de 800 juristas , entonces se nos acusa de antisemitismo. Pero ¿qué significa hablar contra el genocidio sólo para ser censurado? Significa que sólo es defendible el discurso que defiende la injusticia.

Los estudiantes hicieron bien en llamar la atención sobre la historia más larga de violencia que culminó en este horrible momento.

Cuando los generales israelíes, respaldados por el presidente Herzog, sostienen que no hay civiles en Gaza (evocando la infame frase de Golda Meir de que “no existe un pueblo palestino distinto”), preparan el escenario para ser completamente exonerados por aniquilar a civiles en Gaza. . Si no hay civiles, entonces, por definición, no puede haber muertes de civiles, no se pueden cometer crímenes de guerra y todas las matanzas están justificadas. El “no” de “no a las muertes de civiles” revela y ratifica la lógica de la aniquilación misma. Esto no sucede y no se puede oponer. La desrealización del asesinato se suma a la censura de cualquier discurso que lo califique de genocidio o incluso de crimen de guerra o exija su fin. Tiene sentido que grupos de estudiantes formen y se unan a manifestaciones pequeñas y masivas para protestar contra esta lógica detestable y la implacable campaña de matanza que apoya. Quienes se oponen a sus protestas calificándolas de “antisemitismo” degradan, inflan e instrumentalizan una acusación que debería reservarse para los casos claros de antisemitismo que emergen en la retórica antisionista. Hay que nombrarlos y oponerse a ellos, ya que hay que oponerse a todo racismo. Lo mismo debería hacer el antisemitismo nacionalista cristiano que apoya al sionismo, al que Netanyahu da un pase. Pero precisamente en este momento estamos llamados a preguntarnos cómo la censura, el doxxing y el bullying no sólo suprimen (o prohíben) la condena pública de los crímenes contra la humanidad, sino que también sirven para justificar el asesinato.


En un giro alucinante, quienes se oponen al genocidio son, paradójicamente, a veces acusados ​​de intención genocida, como vimos en el interrogatorio público de la representante republicana Elise Stefanik el 7 de diciembre a la presidenta de la Universidad de Pensilvania, Liz Magill, y a la presidenta de Harvard, Claudine Gay. Su interrogatorio incluía una serie de suposiciones dudosas en las preguntas (que ciertas frases expresan intenciones genocidas) en lugar de considerar su lugar en un movimiento de emancipación. Intifada, generalmente traducida como “levantamiento” en árabe, significa “ser sacudido” o “sacudirse a uno mismo”. Se entiende como un movimiento que se niega a permanecer dócil ante la violencia colonial, un esfuerzo por liberarse de las cadenas del dominio colonial. También es un llamado a la unidad palestina. ¿Implica necesariamente violencia genocida? No. Ahora bien, algunos pueden imaginar que los colonizados, una vez liberados de sus grilletes, se volverán contra el colonizador con intenciones vengativas y genocidas. Pero imaginar no es predecir. De hecho, eso no sucederá si una descolonización radical tiene éxito. Sin embargo, si la furia de la intifada se dirige contra el dominio colonial, entonces lo más probable es que la descolonización produzca otra emoción: alegría emancipadora, una sensación de libertad, la liberación de grilletes que sólo se han endurecido durante los setenta y cinco años de su imposición. Basta preguntarse si los palestinos preferirían ser asesinados por actores no judíos para ver que se oponen a la violencia estatal.

Cuando se le preguntó si la Universidad de Harvard condenaría los llamados al genocidio judío, Gay dudó con razón, ya que la pregunta suponía que cualquiera que llamara a una “intifada” o coreara “del río al mar” estaba expresando intenciones genocidas o haciendo una amenaza concreta de aniquilar a los israelíes. La vida judía, o la vida judía en sentido más amplio. El interrogatorio debería haberse detenido allí mismo para exponer sus supuestos de fugitivo. En el momento del cuestionamiento, sin embargo, se consolidaron: “intifada” y “del río al mar” se equipararon, sin pausa a la reflexión, con un llamado al genocidio contra los judíos, y los llamados a la liberación se entendieron como amenazas. de violencia antisemita. Cuando se descarta la capacidad de reflexionar sobre suposiciones cuestionables, se tiende la trampa. La terrible consecuencia es que no puede haber ninguna crítica a la máquina asesina de Israel, ningún discurso de oposición, que no sea inmediatamente interpretado como un llamado a la violencia, si no como una amenaza verbal de violencia misma. Cualquier presidente haría bien en dudar antes de responder a una pregunta así, ya que el interrogador ha ofrecido una serie de premisas falsas y combinaciones engañosas en la forma que ha adoptado esa pregunta. Tras la dimisión de Magill, el presidente Gay tiene que tomar una decisión ética: hacer frente a formas de inquisición que combinan la resistencia a la violencia israelí con intenciones genocidas, defender los derechos de protesta y disensión, o convertirse en un instrumento de censura y negación. Su disculpa declarada no augura nada bueno. Cualquier cosa que finalmente decida sentará un precedente importante tanto para la libertad académica como para la libertad de expresión.

En las universidades cuestionamos la pregunta por sus premisas. Si perdemos esa capacidad crítica de nuestras aulas y de la vida pública, habremos perdido nuestra misión y nos hemos fallado a nosotros mismos y a nuestros estudiantes. La censura es feroz y trascendente, ya que nos cancelan o perdemos nuestros puestos, o somos difamados en los medios. Sin convicción, muchos simplemente obedecen la exigencia de señalar su condena a Hamás de manera formulada por miedo. El pensamiento crítico ha desaparecido y la exigencia de mostrar una condena moral se convierte en una forma de terror moral.

La posición de Gay se ha visto comprometida desde el principio al permitir el doxxing de los estudiantes y al no apoyar sus derechos básicos de reunión y expresión. Por supuesto, ha sido, y será, criticada por los sionistas por no haber intervenido para cerrar el Comité de Solidaridad Palestina de Harvard de manera más rápida y brutal. El esfuerzo por suprimir su mensaje ayudó a iniciar la ola de censura universitaria que vemos ahora, una que opera formal e informalmente. Tal censura no sólo permite que continúe esta campaña de matanza contra los palestinos, sino que también sirve como espejo y justificación. El Estado israelí pone fin a la vida palestina, y también se pone fin a la censura de las declaraciones de solidaridad con la lucha palestina (concebida como más grande y más larga que Hamás). Lo uno requiere lo otro, ya que una guerra contra civiles sólo puede ganarse si (a) la comunidad internacional está convencida de que los civiles son escudos humanos o todos terroristas y (b) una crítica abierta y pública de esas suposiciones, entre otras atroces fusiones, puede ser suprimido. En otras palabras, matar con impunidad de esta magnitud requiere una campaña de censura que cierre el discurso que correctamente nombraría y se opondría a ese asesinato, narraría la historia de los asesinatos y la violencia estructural del propio Estado.

La censura ejerce poder, pero confiesa que las cosas ya están fuera del control de quienes la utilizan.

No son sólo los estudiantes de Harvard quienes ven su discurso destrozado en la recepción pública y sus vidas asediadas por ataques de los medios, doxxing y acoso. Todo discurso estudiantil que busque contrarrestar la combinación de antisemitismo con antisionismo, o de hecho, todos los esfuerzos por calificar los asesinatos israelíes como genocidas, son objetivos. Los estudiantes son acosados ​​y las ofertas de trabajo son rescindidas, sus aspiraciones profesionales son detenidas o destruidas, y su capacidad para resistir acusaciones atroces resulta en formas de daño psíquico que sólo ellos realmente (un día) podrán transmitir.

Si este momento estuviera menos plagado de miedo y odio, podríamos hacer una pausa y hacer algunas preguntas importantes. ¿Es Hamás un movimiento terrorista o un movimiento de resistencia armada? Cuando los estudiantes defienden Palestina, ¿piden la descolonización, el fin de la violencia del Estado israelí o aplauden la muerte de los israelíes? ¿Les preguntamos? ¿Nos molestamos en averiguarlo? ¿O deberíamos, como lo hacemos ahora, llegar rápidamente a la conclusión de que la emancipación de Palestina conduce a la muerte de los israelíes cuando, en realidad, puede conducir a una nueva posibilidad de cohabitación, ya sea en una solución de uno o dos Estados o ¿Otra forma de gobierno? Mis propias alianzas políticas permanecen con el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones, cuyos instrumentos y objetivos no violentos concuerdan con mis propios valores. Pero tal vez sea importante preguntar a quienes defienden a Hamás como un movimiento de resistencia armada cómo sitúan esta resistencia armada dentro de una historia de luchas armadas y qué condiciones, si es que hay alguna, deberían cumplirse para la deposición de las armas. Una respuesta obvia es que la violencia estatal israelí tendría que terminar. Si la violencia del Estado israelí es la condición de posibilidad de la resistencia armada, entonces el cese de esa violencia sin duda produciría otra constelación política.

En mi ensayo sobre el LRB , me peleé con el Comité de Solidaridad Palestina de Harvard por afirmar que “el régimen del apartheid es el único culpable” de los mortíferos ataques de Hamás contra objetivos israelíes. Pensé que era “un error repartir la responsabilidad de esa manera, y nada debería exonerar a Hamás de la responsabilidad por los horribles asesinatos que ha perpetrado”. No creo que tenga sentido decir que violencia israelí es el nombre de la violencia que comete Hamás, ya que Hamás tiene su propio plan, y la decisión de lanzar una lucha armada es una decisión de la que asume responsabilidad. Incluso se podría decir que afirmar que la violencia de Hamás es sólo violencia israelí devuelta a los israelíes socava la agencia de aquellos palestinos que han asumido una posición a favor de la lucha armada. No son instrumentos para una violencia israelí inversa, sino que actúan en su propio nombre y por sus propias razones, o eso supongo. Dicho esto, los estudiantes seguramente tienen razón en que no habría necesidad de la lucha armada si no hubiera una continua e insoportable violencia estatal por parte de una potencia colonial contra los asediados y desposeídos.

Pero este pensamiento apenas puede comunicarse, y mucho menos discutirse, en las condiciones históricas actuales. Se están destruyendo vidas palestinas en Gaza y todos los palestinos se opondrán a esa destrucción. Si ellos se oponen, y nosotros lo hacemos con ellos, eso no nos convierte en partidarios de Hamás. Sólo nos convierte en críticos vocales del genocidio.

Permítanme entonces disculparme y dejar claro: los estudiantes tienen todo el derecho a oponerse a la forma en que se ha planteado “el conflicto” en la prensa, a la forma en que el 7 de octubre y los actos de Hamás se convierten en el falso punto de partida de cualquier debate público, borrando los setenta -cinco años de ocupación, detención, despojo y despojo de tierras que le precedieron. No tenemos que respaldar todo lo relacionado con su mensaje para deplorar incondicionalmente la forma en que han sido dañados por el movimiento sionista en Estados Unidos. Tienen derecho a hablar, a denunciar la injusticia y a que sus voces sean escuchadas (y debatidas justamente) en la esfera pública. La censura de sus voces es inconcebible en todos los aspectos, ya que exige silencio ante un atroz ataque contra las vidas palestinas y se niega a considerar la campaña de matanza que Israel lleva a cabo ahora como parte de una campaña más larga para negar los derechos básicos de los palestinos. pueblo palestino a sus hogares, a su tierra y a un futuro de autodeterminación política libre de violencia.

La censura es siempre el instrumento de los débiles. Sí, ejerce poder, pero confiesa que las cosas ya están fuera del control de quienes lo utilizan. La censura la despliegan quienes buscan contener o eliminar un punto de vista que no quieren que sea escuchado. Atribuye gran poder a ese punto de vista porque, tal vez, sabe que la oposición vocal a la injusticia puede atraer partidarios que todavía tienen el coraje de ver, nombrar y oponerse al horror de lo que está sucediendo. La censura puede infundir miedo a la censura en quienes observan su funcionamiento como ala cultural de la campaña militar contra Palestina. Pero siempre hay quienes se niegan a ser contenidos o silenciados por la censura, aquellos cuya sensibilidad despierta la censura y se oponen a la represión del discurso y del debate. Unámonos a quienes creen que los estudiantes de Harvard tenían razón en hablar libremente, en oponerse a la injusticia y en llamar la atención sobre la historia más larga de violencia que ha culminado en este horrible momento.

Las universidades deberían ser lugares donde seamos libres de conocer esos puntos de vista, donde los estudiantes sean libres de expresar sus opiniones en desacuerdo y donde se deban fomentar los debates sobre los méritos de sus puntos de vista. Hay muchas conversaciones por mantener, incluida la cuestión de cómo aquellos de nosotros comprometidos con la no violencia podemos desempeñar un papel activo en la preservación del derecho de expresión y la crítica de las falsedades. La censura pertenece al flagelo del autoritarismo. Y a medida que los ataques a la democracia son rampantes y aumentan, es responsabilidad de los administradores universitarios salvaguardar los derechos de libre expresión, especialmente cuando la atmósfera es tensa, el lenguaje tenso y las acusaciones y amenazas reemplazan la reflexión y el debate. Que se le prohíba oponerse a una injusticia es sufrir una injusticia mayor. ¿Podemos tal vez tener un debate sobre la justicia? La universidad podría entonces tener la oportunidad de renovar su reputación de investigación abierta. ¿Podemos escuchar a nuestros estudiantes? La universidad podría entonces tener la oportunidad de convertirse en un lugar de aprendizaje y brindar a los profesores una nueva lección de humildad.

Tomado de bostonreview.net

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