La lucha de los pueblos por la conquista de su independencia

Por Joaquim Maurín.

[El pasado 5 de noviembre se cumplieron 50 años de la muerte de Joaquim Maurín,  “revolucionario y marxista” (como lo definía Andy Durgan en el artículo que publicamos en viento sur, 190, luego reproducido en la web), quien ejerció un papel destacado en el movimiento obrero catalán durante el primer tercio del siglo XX. Publicamos ahora este artículo que publicó en el periódico La Antorcha, órgano del Partido Comunista de España, el 12 de diciembre de 1924, hasta ahora no reproducido en los libros y selecciones de artículos que se le han ido dedicando. Consideramos que este texto, que escribió a propósito del centenario de la batalla de Ayacucho, es una nueva muestra de su esfuerzo por ofrecer una interpretación marxista de la historia de la “nación-imperio” española y por  su firme defensa del “reconocimiento a los pueblos del derecho de disponer de sí mismos”. Agradecemos a nuestro colaborador Albert Portillo (editor de una antología recientes sobre Maurín, Les forces motrius de la revolució, Tigre de Paper, y de otra en castellano de próxima aparición en Verso) que, gracias a su trabajo en el Archivo Histórico del PCE, nos lo haya ofrecido para su reproducción en nuestra revista. Nde.]

Digresión histórica
Estos días se cumple el centenario de la batalla de Ayacucho. Después de una larga lucha contra España, la independencia de la América del Sur era consagrada mediante el triunfo de los insurrectos. Sobre el cuello de los Andes, la América joven, sedienta de libertad, daba la batalla final a una España dominadora, implacable con los pueblos sometidos a su influjo. Sucre, el general de los veintiocho años, firmaba con su espada el triunfo emancipador de Sudamérica, cuyo símbolo más relevante era Bolívar, el libertador.

El descubrimiento de América en 1492 es uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia universal. Para España significa el comienzo de la formación de su burguesía y su transformación en nación-imperio. El 9 de diciembre de 1824 cierra esta fase. El imperio desaparece. La burguesía que se ha formado no ha sido capaz de evolucionar hasta trocarse en burguesía comercial. Ha sido el espíritu feudal el que ha continuado en ella y, naturalmente, no ha logrado adaptarse a las nuevas realidades de la transformación social.

España se lanzó a la conquista de América con la misma mentalidad que hizo durante ocho siglos la guerra contra los árabes, movida por el mismo impulso que guerreó en los Países Bajos y en Italia.

La evolución histórica del feudalismo al régimen burgués se hace mediante la concentración feudal en manos de un rey absoluto –señor feudal único– que oportunamente es reemplazado por la burguesía. En Francia, Luis XIV y Richelieu son los que dan la batalla a la nobleza, fortificando el poderío real. La burguesía, para asaltar el Poder no tiene más que destruir la monarquía. La lucha por el régimen republicano ha sido consubstancial al triunfo de la burguesía más que como forma nueva de gobierno, como abatimiento del feudalismo, encarnado en el rey absoluto. Inglaterra, con la ejecución de un monarca, consigue el triunfo de la burguesía naciente. Después de la dictadura de Cromwell, la monarquía puede establecerse de nuevo. Ya no será la monarquía absoluta. El feudalismo ha sido vencido por la burguesía.

En España ha faltado el acontecimiento histórico que de una manera violenta diese a la burguesía el Poder que le pertenecía. Lógicamente, la revolución burguesía tenía que haber sido anterior a la de Inglaterra, puesto que el feudalismo quedaba fuertemente aprisionado, concentrado antes que en la Gran Bretaña. Los reyes católicos consiguieron dominar totalmente a los nobles –señores feudales–, quedando constituidos en soberanos absolutos de toda España.

Por eso, en el reinado de Carlos I, en que la condensación feudal en manos del monarca había llegado a un grado suficiente de madurez, la burguesía naciente intentó destruir el poder absoluto del rey para ser reemplazado por ella.

Lo que Cromwell hizo a mediados del siglo XVII, y la burguesía francesa a fines del siglo XVIII, Padilla, Bravo y Maldonado, en España lo intentaron en el primer tercio del siglo XVI. Fracasó el movimiento de las Comunidades de Castilla, que no era otra cosa que la sublevación de la burguesía urbana y rural contra el rey, contra el señor feudal. En Villalar se truncaba la evolución histórica que correspondía a la burguesía española. Hubiese esta crecido como se ha desarrollado la de Inglaterra, la de Francia, figurando a la cabeza del capitalismo europeo, puesto que a ello le conducía su condición de imperio el más potente de Europa, pero un fracaso gravísimo le aseguraba su entrada en una franca decadencia.

La política colonial seguida por España fue la del feudalismo abatiendo a los otros señores rivales. Marchó sobre América como si la emigración española establecida en las Indias Occidentales fuesen mesnadas feudales a las que había que vencer por el hierro y dominar mediante un régimen de ferocidad y de terrorismo implacables. La monarquía absoluta procedió con arreglo a lo que ella representaba, es decir, según las características de su constitución feudal. La colonización ha sido una empresa propia del capitalismo, no del régimen feudal. Por eso, forzosamente, habían de surgir las contrariedades que alzaron a la rebelión de América y a su separación de la metrópoli.

La batalla de Ayacucho –9 diciembre de 1824– es una consecuencia fatal del imperio de un sistema político sobrepasado por las necesidades económico-sociales. Sucre, San Martín y Bolívar son la creación sintética de la rivalidad que origina el antagonismo entre una burguesía en formación y un régimen colonial con raigambres completamente feudales. La separación de América se hubiese llevado a cabo igualmente, pero mucho más tarde.

Probablemente hubiese seguido la trayectoria del mundo colonial franco-británico, cuya época de lucha por la independencia definitiva se da en la fase actual de dominación imperialista.

La lucha de los pueblos, en el momento presente
Hace cien años, América, en la batalla de Ayacucho, conquistaba, después de una lucha heroica, la independencia. Los ecos de la revolución francesa no dejaron de encontrar en América un ambiente favorable. A la insurrección de Sudamérica contribuyó en gran parte el hecho de Francia. La libertad de Norteamérica y la revolución francesa se hallan íntimamente unidas. Lafayette, soldado de los Estados Unidos y de la revolución a la vez, es una manifestación de esta conexión histórico-social. La insurrección de las colonias españolas es la prolongación en el tiempo y en el espacio de la libertad de los Estados Unidos.

Entonces fue la Revolución francesa y, sobre todo, el sistema feudal de dominación los que dieron fuerza e impulso a los pueblos hasta el triunfo final. Al cabo de un siglo, la lucha de los pueblos contra los imperios opresores continúa todavía. Es esta una gestación larga, extremadamente difícil. Más que antes la Revolución burguesa de Francia, ahora la Revolución proletaria triunfante en Rusia ayuda a los pueblos a su liberación.

Tal vez una de las ideas más geniales de Lenin haya sido la del reconocimiento a los pueblos del derecho de disponer de sí mismos. Esto significaba la ruptura con el viejo socialismo oficial que aceptaba la opresión de los pueblos vencidos como si fuese una obra de civilización.

El nuevo concepto sobre el problema de las nacionalidades sostenido por el bolchevismo ruso es el ariete más formidable que pueda esgrimirse contra el imperialismo. La caída de la fortaleza burguesa en Inglaterra y en Francia depende, quizás, más que de las batallas libradas en las calles de Londres y de Paris, de las que pierda la metrópoli en El Cairo, en Madrás, en El Cabo, en Madagascar y en la Indochina. Cada derrota experimentada por el imperialismo en los países sojuzgados es un triunfo para el proletariado. Si a la Gran Bretaña se le amputara de un golpe todo su vasto imperio colonial, el proletariado inglés dispondría del poder automáticamente, y no en forma de gabinete Mac Donald, sino mediante la dictadura del proletariado. La burguesía habría perdido la gran fuerza que le da la dominación de medio mundo.

La Revolución rusa no hubiera ocasionado nada más que esta conmoción universal de los pueblos esclavizados contra los opresores, y seria ya digna del reconocimiento de la clase trabajadora. La insurrección general del mundo musulmán, que hasta ahora había permanecido totalmente sumiso, y el levantamiento general de la India, son batallas de una importancia transcendental que gana la causa de los trabajadores. El imperialismo inglés y otros imperialismos –y algún vice-imperialismo– viven consternados por el terror de que surjan nuevos Ayacuchos. En Egipto, en Asia, etc., se lucha encarnizadamente por la consecución de la libertad nacional, y la posibilidad de batallas semejantes a la que se dio en la cima de la cordillera andina, el 9 de diciembre de 1824, se ofrece como un dilema inexorable.

El régimen feudal aplicado a las colonias –y ese fue el caso de España– condujo rápidamente a la lucha por la independencia. El sistema capitalista de dominación empleado por Inglaterra, Francia, Holanda, ha permitido una explotación durante más largo tiempo. Pero este procedimiento toca también a su fin. En las colonias surge una burguesía que, como tal, quiere explotar y no ser explotada. Es un fenómeno natural de biología social. La burguesía naciente en Asia y África no necesita ya tutela; se siente con fuerzas suficientes para seguir la marcha por sus propias fuerzas.

Esta disputa interna dentro del régimen capitalista, entre fuerzas antagónicas de una misma clase, no solo ha de ser vista con simpatía por parte de la clase trabajadora, sino que debe ser ayudada, además. He ahí uno de los más sólidos puntales del leninismo. He ahí porqué Chamberlain salta a Paris y a Roma intentando levantar un dique que contenga la “invasión bolchevique”, como si fuera posible impedir la marcha natural de la humanidad por el camino de su emancipación.

No hay fuerza capaz de impedir los Ayacuchos. Pueden, a causa de la relación de fuerzas, retrasarse, pero, a la postre, se dan los Ayacucho, sobre los Andes, como sobre el Himalaya.

Hacia los Estados Unidos Socialistas
El Comunismo apoya a los pueblos en sus propósitos de independencia. Sin embargo, al lado de esta fuerza centrífuga que procura comunicar, posee otra centrípeta que acerca hacia la Unión Soviética los países que han conocido ya el triunfo de la causa proletaria. Los diferentes pueblos que constituyen la Unión Socialista de Repúblicas Soviéticas quedan unidos libérrimamente. El proletariado reconoce la división de clases, no la de fronteras geográficas creada por la burguesía. Por eso el triunfo de la revolución comunista en Georgia, en el Turquestán, en el Extremo Oriente, significa inmediatamente la unión a la gran Federación soviética.

Los conflictos de nacionalidades, que en el régimen capitalista se hallan siempre planteados, en el sistema soviético quedan automáticamente resueltos. La Unión Soviética, que abraza ya una sexta parte del mundo, es el núcleo inicial de los Estados Unidos Socialistas de todo el planeta. A medida que la causa comunista triunfe en Alemania, en los Balcanes, en otros pueblos de Asia y de Europa, la Unión Soviética quedará fortalecida por los pueblos que hayan logrado abatir al capitalismo. Esta es la dinámica del bolchevismo. Cada batalla de Ayacucho es un paso dado hacia los Estados Unidos Socialistas.

¡Que, como en 1824, en 1924 y 1925 surjan nuevos Ayacuchos!…

Tomado de vientosur.info

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