José Martí y el anarquismo cubano

Po

osé Martí expresó el respeto a las ideas diferentes, lo que no implicaba silenciar sus criterios divergentes, notables en el caso de los anarquistas —también denominados ácratas, libertarios y socialistas revolucionarios.

No era concebible su impasibilidad ante una doctrina cuyos fundamentos esenciales son la negación de la noción de patria, considerada un argumento de la burguesía para enfrentar entre sí a los trabajadores de diferentes nacionalidades, y a todo principio de autoridad, manifiesto en el rechazo al Estado, visto como institución coactiva en la que los gobernantes se imponen sobre los gobernados.

Los anarquistas rechazan la política, al considerar que los proletarios deben luchar solamente por sus reivindicaciones, pues todos los gobiernos responden a los objetivos de los poderosos y dirigen sus fuerzas a reprimir las posibles conquistas laborales. Consideran que para alcanzar una sociedad libre son tan lícitos los métodos educativos y divulgativos como la violencia, denominada «propaganda por el hecho», que se aplica en atentados y terrorismo, cuando consideran necesario.[1]

Sin embargo, debe repararse en que los anarquistas no constituían un conglomerado homogéneo, pues sus propios conceptos de respeto a la individualidad determinaban la existencia de diversos sectores, algunos de los cuales abogaban por las vías pacíficas, y dirigían sus esfuerzos a la organización de instituciones sindicales, sociales y educativas.

Para Martí, la doctrina y los métodos del anarquismo podían incidir negativamente en los objetivos revolucionarios del pueblo cubano, en tanto desde sus primeras actividades políticas sustentó el concepto de patria, la necesidad del orden, la unidad para la acción conjunta, la subordinación a una dirección centralizada, y promovió y llevó a cabo la organización de las fuerzas patrióticas.

Su contacto directo con las concepciones ácratas y sus manifestaciones violentas ocurrió en Estados Unidos. Sus crónicas transparentan un conocimiento creciente de las luchas obreras, una manifiesta simpatía hacia los trabajadores y la condena a la explotación excesiva de que eran objeto, a las inhumanas condiciones en que trabajaban y vivían.

En 1887 Martí dedicó atención particular a los sucesos que concluyeron con el juicio y condena de los conocidos como «los siete anarquistas de Chicago». Sus opiniones iniciales acerca del hecho, así como su evolución hasta comprender la injusticia del proceso legal, han sido tratadas en múltiples ocasiones, por lo que resalto solamente la capacidad del Apóstol para variar de actitud y agudizar su apreciación de los fenómenos sociales.[2]

No fue casual que en este año se comunicara por primera vez con Cayo Hueso, baluarte cubano del independentismo, donde predominaban las organizaciones obreras. El 29 de noviembre escribió a José Dolores Poyo (1836-1911), uno de los dirigentes del enclave. En la comunicación expresa que la lucha armada cuya organización intentaba en aquellos momentos no debía caer en manos de «cubanos egoístas» que no «llevan la intención de aprovechar la libertad en beneficio de los humildes, que son los que han sabido defenderla» [OC Edición crítica, t. 27, p. 199].

La magnitud de los vínculos del Apóstol con Cuba y su emigración en aquella etapa es poco conocida, pero sus apuntes y notas dan la medida de su información sobre los principales acontecimientos. Debió de percatarse de la preeminencia de los anarquistas entre los trabajadores del país, así como su influencia en las inmigraciones.[3]

Era evidente para cualquier observador que durante la segunda mitad del siglo xix una parte considerable de los trabajadores españoles que llegaban a la Isla compartían las ideas libertarias, que se generalizaron entre el creciente proletariado, sin otras propuestas favorables a las luchas obreras.

El gobierno español actuó con eficiencia tras el fracaso de las guerras independentistas, y desde 1880 introdujo algunas reformas que incluían una limitada libertad de prensa y de asociación, que facilitó a diversos grupos libertarios crear cooperativas, mutualidades y sindicatos. En 1885 se oficializó el Círculo de Trabajadores de La Habana, que alentaba la batalla por mejores condiciones de trabajo y la enseñanza laica, promovía actividades culturales, combatía el alcoholismo y el juego, y apoyaba las luchas de las mujeres trabajadoras.

El más destacado ideólogo y organizador de los ácratas cubanos fue Enrique Roig de San Martín (1843-1889), quien se manifestaba contra el dominio colonial español y en igual medida combatía el ideal independentista, pues, afirmaba, nada había cambiado favorablemente para los trabajadores en las repúblicas latinoamericanas ni en Estados Unidos. Tras la muerte prematura de San Martín, Enrique Creci devino figura principal del Círculo de Trabajadores, que influyó decididamente en la conmemoración del Primero de Mayo en La Habana, en 1890.

Pero el auge del movimiento obrero fue reprimido cruelmente desde que el capitán general Camilo Polavieja inició la persecución, encarcelamiento y deportación de los participantes en huelgas o manifestaciones. Los anarquistas, ante tales manifestaciones de intolerancia y atropellos, comenzaron a enfrentar al colonialismo como enemigo de las libertades personales y sociales. Coincidían, en lo esencial, con el independentismo.

A fines de 1891 esta posición estaba definida, y al cese de Polavieja en su cargo potenciaron la labor organizativa del proletariado. Del 15 al 19 de enero de 1892 fue realizado el Congreso Obrero de La Habana. El último día del encuentro se tomó el acuerdo, con la oposición de un pequeño grupo de delegados, de que el anarcosindicalismo cubano no habría de oponerse a la independencia, «por cuanto sería absurdo que el hombre que aspira a su libertad individual se opusiera a la libertad colectiva de un pueblo». De inmediato, las autoridades clausuraron el congreso y se inició una represión extrema.[4]

La fecha de aquel congreso es anterior a la creación del Partido Revolucionario Cubano, proclamado el 10 de abril de 1892, por lo que es erróneo atribuir a la labor de este el acuerdo tomado con respecto a la independencia. Ante la falta de documentación que confirme lo contrario, sólo podemos especular que en el sector patriótico de los anarquistas fuera conocido el pensamiento social martiano.

El enfrentamiento entre los seguidores de esta corriente y los que persistían en sus criterios antindependentistas continuó, por lo que el Apóstol desplegó una labor de esclarecimiento que tuvo su expresión en un amplio análisis publicado en Patria a solo un mes de la fundación del Partido, en el que expresó: «es política la anarquía», que «en manos del gobierno español, que echa anarquistas por todas partes, es un habilísimo instrumento». Elogia que entre los ácratas estén quienes «desean sinceramente una condición superior para el linaje humano», por lo que «no pueden ser cómplices de la política de policía que anda predicando el desdén de la política».

Asegura que es justo proponerse el bien de un grupo humano, pero «no puede ser superior al deber de procurar el bien de todos los hijos del país», y recaba el apoyo a una guerra que alcanzaría la «justicia para todos», guiada «por la política del amor a la humanidad», por lo que «falta al deber de hombre quien se niega a pelear por la política que tiene por objeto poner a un número de hombres en condición de ser felices por el trabajo y el decoro» [OC, t. 1, pp. 335-336].

En medida creciente, el sector independentista de los anarquistas cubanos fue un ente activo de la organización de las fuerzas que participaron en la guerra, y varios de ellos se unieron al mambisado. Venció, una vez más, por sobre parcialidades y errores, el amor a la patria.

 

Notas

[1] Información resumida de: Jaime Luis Brito: «Prólogo», en El pensamiento anarquista. Antología, México, 2015, https://www.uaem.mx/difusion-y-medios/publicaciones/clasicos-de-la-resistencia-civil/files/pensamiento_anarquista.pdf, pp. 14-18; Javier Paniagua: Breve historia del anarquismo, Madrid, 2012, https://fundacion-rama.com/wp-content/uploads/2022/07/591.-Breve-historia-del-anarquismo-Paniagua.pdf; Ángel J. Cappelletti: La ideología anarquista, Barcelona, 2010, https://es.scribd.com/document/653650206/Cappelletti-A-La-ideologia-anarquista-parr-selecc,  pp. 13-38, y José Cantón Navarro: Algunas ideas de José Martí en relación con la clase obrera y el socialismo, La Habana, 1970, pp. 105-107.

[2] Remito al lector interesado en este asunto al texto de J. Cantón Navarro ya citado, pp.59-76, pues presenta una síntesis muy completa.

[3] Ver Javier Colodrón Valbuena: «El Círculo de Trabajadores de La Habana y sus réplicas: la creación de espacios obreros en los aledaños de la capital», Naveg@mérica. Revista electrónica editada por la Asociación Española de Americanistas, 2017, n. 19,  http://revistas.um.es/navegamerica, pp. 10-11.

[4] Los datos han sido tomados de: Susana Sueiro Seoane: «Anarquismo e independentismo cubano: Las figuras olvidadas de Enrique Roig, Enrique Creci y Pedro Esteve», Espacio, Tiempo y Forma, Madrid, No. 30, 2018, URL: http://e-spacio.uned.es/revistasuned/index.php/ETFV, pp. 99-117; Evelio Tellería Toca: Los Congresos Obreros en Cuba, La Habana, 1973, p. 45, y J. Colodrón Valbuena: Ob. cit., pp. 3-18.

*Ibrahim Hidalgo es Doctor de Ciencias Históricas e Investigador. Premio Nacional de Historia 2009. Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2020.

Tomado de jovencuba.com

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