27/05/2023

Un contenedor ardiendo tras la manifestación en apoyo a Pablo Hasel en Barcelona, Cataluña (España), a 16 de febrero de 2021.
David Zorraquino / Europa Press
El otro día me quedé muy preocupado. Una chica de veinte años me comentaba con desazón que la mayor parte de sus compañeros de Facultad habían decidido abstenerse en las elecciones del próximo domingo. Su abstención no es la de la pereza o el pasotismo, me decía; es una decisión política que se pretende muy radical: una enmienda a la totalidad de un orden político que les repugna de tal modo que no quieren legitimarlo con su voto. Aún más: están convencidos de que esa abstención es la única posible intervención “revolucionaria” en los comicios.
Es difícil no entender su malestar impugnativo y no apreciar la pureza de su abstención militante. Esa fuerza, esa energía, esa reflexión crítica debería encontrar algún camino para expresarse e incidir en una sociedad que pierde vigor democrático. Pero precisamente por eso -porque pierde muy deprisa vigor democrático- la abstención no es la vía; al contrario, es una apuesta segura por una mayor desdemocratización. Por un lado, conviene señalar que en nada se distingue una abstención política de una abstención estructural: los resultados no registran la mayor o menor conciencia de ese gesto de inhibición electoral. Por otro, recordemos que allí donde, como en Madrid, la victoria de la derecha es muy probable, la abstención se convierte de hecho en un voto adicional al PP. Hay algo muy enigmático sin duda en el hecho de que tantos madrileños despolitizados voten a Ayuso a pesar de los 7000 ancianos muertos en las residencias, la destrucción de la sanidad pública y las sospechas fundadas de corrupción. Pero hay algo fundamentalmente paradójico en el hecho de que jóvenes politizados se abstengan a pesar de los 7000 ancianos muertos en las residencias, la destrucción de la sanidad pública y las sospechas de corrupción. El voto del domingo no va a acabar con el capitalismo y no anticipa una democracia más profunda y más real, pero de su resultado depende la recuperación de toda una serie de pequeños bienes -vivienda, espacios verdes, sanidad, dignificación de la vida material en los barrios- que la derecha ha robado desde el gobierno autonómico y municipal y que va a seguir robando, y con más ahínco, si renueva sus cargos.
La abstención como “postura revolucionaria” da a las elecciones un valor que no tienen. De hecho, les concede ese valor central que la propia militancia radical desprecia. Hay que ser realista. Si finalmente nos lo jugamos todo en procesos electorales que se repiten cada cuatro años es porque el resto del tiempo la vida política es un desierto. No nos lo jugamos todo, no, pero todo lo que nos jugamos en ellas nos lo jugamos en ellas. No se puede cambiar el mundo a través de las elecciones y en eso tienen razón los jóvenes politizados y desencantados de las universidades; pero se puede empeorar tanto el mundo mediante la abstención -funcional a una derecha muy movilizada- que conviene separar tajantemente las elecciones de la revolución, como se distingue entre el bricolaje y la arquitectura o entre coser un remiendo y tejer un jersey de lana. No se trata de votar cada cuatro años y luego lavarse las manos con la arena del desierto; se trata de hacer retroceder el desierto todos los días y acudir a las urnas el día de las elecciones con las manos sucias y la nariz tapada. Ni las urnas eximen del trabajo militante ni son el colofón de un trabajo social colectivo que no existe. No se cambia el mundo votando en las elecciones; pero no se acaba con las elecciones no votando en las elecciones.
Si fuese joven y reclamase mi derecho a intervenir en la realidad, me costaría mucho ir a votar el domingo. Todos los políticos son iguales en relación con lo que soñamos; pero no son iguales en relación con lo que vivimos. Creo que es importante separar estos dos ámbitos paralelos que hoy es muy complicado entrelazar o siquiera aproximar. Los jóvenes no deberían renunciar a materializar políticamente sus sueños; los viejos necesitamos ese impulso. Pero los jóvenes no deberían olvidar ese lazo perverso que une las urnas a la vida cotidiana. Muchos viejos, de hecho, les agradeceríamos que votaran el domingo. Muchos viejos, muchas mujeres, muchos niños.
Hay mil razones para no votar el domingo si uno es un joven cabreado. Para votar solo hay una: que la abstención no es revolucionaria ni impugnativa ni radical ni divertida; no incendia las urnas y no calma, por tanto, las ganas, a veces legítimas, de quemar un contenedor. Quizás algún día habrá que quemar un contenedor o al menos romper una farola. Pero ningún impulso revolucionario impide votar el domingo. Y tu voto puede impedir que nos arranquen esos últimos botones que están ya a punto de caerse.
*SANTIAGO ALBA RICO: Escritor, filósofo y ensayista.
Fuente: Público.es
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Joaquín Sabina no me deja reflexionar tranquilo
27/05/2023

Cuando el pasado martes Joaquín Sabina regresaba al Wizink, el público rugió y el ídolo, pese a la costumbre de escenario, no disimuló la emoción. Poco después, ya sobre el taburete, agradecía y dedicaba la actuación a una exsuegra, a Jorge Drexler y a Ana Belén y Víctor Manuel. Sonaba Peces de Ciudad, y “mentiras que ganan juicios tan sumarios que envilecen el cristal de los acuarios“.
Meses antes, allá por noviembre, precisamente el cantautor asturiano afeaba al de Úbeda unas declaraciones que había pronunciado en la presentación en Madrid del documental Sintiéndolo mucho, dirigido por Fernando León de Aranoa. Si Sabina reconocía que ya no es “tan de izquierdas” porque tiene “ojos, oídos y cerebros para saber lo que está pasando“, en referencia a la evolución de algunas izquierdas latinoamericanas, Víctor Manuel le reprochaba: “No me gusta que generaliza cuando habla de la izquierda latinoamericana y mete en el mismo saco a Daniel Ortega y Lula da Silva. No son comparables“.
Quizás lo que más molestó a buena parte de su público fue lo de “ya no soy tan de izquierdas”, no tanto la referencia al otro lado del Atlántico. Pero Sabina hace ya que no es el referente político que fue, hoy es otras muchas cosas. Ya no se pierde por los subterfugios de las discusiones cainitas de la izquierda, ni caricaturiza a la derecha en sus sonetos, ni cierra listas de IU en Úbeda, ni se presta para actuar en festivales solidarios en favor de causas justas, ni se preocupa si ha de cantar en Israel pese a la campaña BDS por los derechos del pueblo palestino, ni parecen incordiarle “esas chungas movidas de croatas y serbios“…
Sabina, ni en el Wizink, ni siquiera a pocos días de unas elecciones autonómicas y municipales también madrileñas, hizo el mínimo conato de revolución, ni lanzó un dardo verbal a los que mandan en la zona, ni una sola crítica, ni nada por el estilo, a la ínclita presidenta y musa de las derechas (sí, también latinoamericanas y también golpistas) Isabel Díaz Ayuso, ni a su fiel (ahora fiel, antes infiel) escudero en el Palacio de Cibeles, José Luis Martínez Almeida. Ese alcalde que hace tres años la tomaba con el poeta Miguel Hernández e hizo eliminar sus versos del memorial de la Almudena; quien confesó “no haber leído ningún libro de Almudena Grandes” y se negaba a que la escritora fuera hija predilecta de Madrid.
Sabina se levantó del taburete en muy pocas ocasiones… Al final del concierto, cuando la apoteosis, cuando se puso “a buscar tu cara entre la gente“, cuando se ofrecía como consejero en Pastillas para no soñar: “Si lo que quieres es vivir cien años, no vivas como vivo yo“. También a mitad del show, para retirarse a tomar aire y ceder un trío de canciones a sus compañeros de escenario (Yo quiero ser una chica Almodóvar, cantada por Mara Barros; La canción más hermosa del mundo, por Antonio García de Diego; o El caso de la rubia platino, por Jaime Asúa).
Las 15.ooo voces que coreaban los estribillos no hablaron de política el martes, pese a la campaña electoral. Lo hicieron de desamor, de la noche y de la gente “que pierde la calma con la cocaína“. Juan Soto Ivars se atrevió a diagnosticar, al día siguiente, que “Madrid no es Ayuso, sino el público de un concierto de Sabina“. No sé yo, si hoy el día el público de Sabina es una mayoría absoluta de los reaccionarios, pese a que ya no sea tan de izquierdas. Por eso, el domingo, quizás…
Sabina, hace años, se definía como “un anarquista que nunca cruza un semáforo en rojo“, pero ya no se recrea en el pasado, pues “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Esta frase, por cierto, también de Peces, es la que la propia Ayuso reivindicó en aquella conferencia en la Universidad Computense, cuando a principios de año fue nombrada Alumna Ilustre. Entonces, los estudiantes protestaron en las inmediaciones de la Facultad de Ciencias de la Información y ella cargó contra el movimiento estudiantil, como también ha hecho contra el asociacionismo vecinal, contra los médicos, los maestros, los ecologistas y todo aquello que huela a comunidad pero no sea, precisamente, la propia Comunidad de Madrid o sus tentáculos subvencionados.
Sabina no dudó en cantar La Magdalena, una de sus obras de talla más hermosa (“dueña de un corazón tan cinco estrellas que, hasta el hijo de un dios, una vez que la vio, se fue con ella“) y, a la vez, más controvertida. Un reconocimiento a la prostitución y a las prostitutas y, en los tiempos que corren, entonarla es también una provocación. Pero no se abrió el debate en la calle Goya, al acabar el concierto, sobre abolición o regulacionismo. Provocar es una de las cualidades de este jienense que si con algo no comulgó nunca fue con lo políticamente correcto.
“Cuando la muerte venga a visitarme, no me lleven al sur donde nací, aquí he vivido, aquí quiero quedarme“. No cantó el himno este martes en el Wizink, pero sí que hizo un guiño a la felicidad que le suponía volver al recinto del que la última vez salió “con los dedos del Serrat entrelazados” en ambulancia, rumbo al hospital, tras dar con los piños en el suelo, tras pensar que el escenario seguía donde solo había aire, Pongamos que hablo de Madrid.
Ay Madrid, Madrid, Madrid, “con sus guantes de seda“, que el domingo vuele lejos la “nube negra” y nos veamos “al otro lado de los apagones, al otro lado de la luna en quiebra“.
Hoy, jornada de reflexión, sus canciones no acaban de marchar, ni de dar “un portazo como un signo de interrogación“. Hacen “tanto ruido que, al final, ruido de amenazas” y no me deja reflexionar tranquilo. Las melodías que estaban casi olvidadas retornan con fuerza desde “el bulevar de los sueños rotos“.
Y aunque Sabina ya no sea ya “tan de izquierdas“, ni aquel referente político que llegó a ser para mucha gente, que se levante del taburete una vez más para ir a votar, que no se caiga al foso y llegue a la urna. Venga, a votar. “Que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena“. Que no pasen ya los nacionales, que no rapen a la señá Cibeles.
*SATO DÍAZ: Jefe de Política en ‘Público’
Fuente: Público.es
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