
En la víspera del Día de los trabajadores no se me ocurre nada mejor que preguntarme y reflexionar sobre quién y qué se cargó el orgullo de clase trabajadora.
La respuesta más obvia es que la izquierda hace mucho que abandonó a la clasemás precaria, a esa excluida que nace y muere pobre y lega pobreza. Ese 7% de la población española que nunca avanza porque nadie hace nada para que así sea. Sin que sirva de consuelo, esto ocurre en casi todas las socialdemocracias.
A esa clase la podríamos rebautizar como la clase abandonada. No es clase trabajadora; ya les gustaría;la mayoría apenas trabaja. Nadie quiere ser de la clase abandonada.
Después están los que viven al borde, los que con escudos sociales como el que aquí se ha impuesto se salvan del precipicio y consiguen sostenerse aunque no saben por cuanto tiempo.
Los que están en esas circunstancias, 800.000 más recuperados de los excluidos este año según la última Encuesta de Condiciones de Vida del INE, supongo que rezan lo que sepan para que este Gobierno no decaiga y el escudo se mantenga.
El resto deberíamos hacer fuerza para sacar a más gente del abismo, para, sabiendo que es posible y asequible para este Estado, no perdonar que esa cifra de salvados no siga creciendo y creciendo, recuperando tiempo, dignidad y coherencia.
El otro sumidero que se está tragando nuestro orgullo de clase es la inestabilidad laboral, el estrés y el individualismo que se comen nuestras vidas. Prueba de ello es que, según el estudio reciente «Precariedad laboral y salud mental», presentado en el Ministerio de Trabajo, más del 30% de las depresiones de la población activa de 2020, 170.000 de las más de 500.000 detectadas, se podían haber evitado con un empleo estable. Sobre el estrés, el consumismo, el individualismo y la soledad también hay muchos estudios que respaldan lo que escribo.
Y dicho todo esto que va primero, reflexionaré también sobre porqué yo siempre he tenido claro mi orgullo de clase trabajadora. Todas las veces que me ha tocado definirme lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido trabajadora y no como adjetivo.
Ahora que lo pienso, creo que influye que una de las primeras cosas que decidí firmemente fue que no quería ser ama de casa y eso siempre significó trabajar. El trabajo era y es un logro, un instrumento para estar, participar e influir en el mundo.
Lo hago desde los quince años. Hice muchas cosas hasta que conseguí trabajo como periodista. En todos y cada uno de esos puestos me sentí orgullosa y dueña de mi vida, lo que desde el principio fue el objetivo principal: salir al mundo y ganármela.
Es cierto que eso fue en los noventa y entonces presuntamente no existían los trabajadores pobres.
Aún así también supe lo que es estar apretada, lo que es no poder elegir y, por supuesto, no poder exigir derechos, ni tener la calma que permite organizar vidas, ni descubrir aficiones que recargan pilas, ni hilar lazos afectivos, ni tener comunidad, ni crear ecosistemas valiosos que nos hacen fuertes y felices y que no dependen de los ceros de la cuenta corriente.
Todas esas carencias no me quitaron el orgullo de ganar el jornal y con él la independencia. Tener oficio –el que fuera– saber hacer algo y hacerlo de la mejor manera posible, siendo honrado contigo mismo y con el resto me sigue pareciendo motivo de satisfacción,una buena razón para dormir tranquila,lo que hace girar al mundo cada día.
Siempre he respetado más y he sentido más simpatía por los que sudan la camiseta, ya sea o no metafóricamente, que por los que siempre la llevan fresca y limpia. No veo nada más romántico y místico que un artesano haciendo su tarea, que un obrero trabajando sin perder la alegría.
Por todo esto la desafección con nuestra clase, la atomización de nuestras fuerzas me pilló fuera de juego;todavía no acabo de entenderla aunque la vea.
A los trabajadores nos une saber lo que es el esfuerzo diario por la tarea, el tener jefes que no siempre saben de qué va el trabajo, el ser conscientes de lo imprescindible que es generar buen ambiente cada jornada. La mayoría hacemos por cuidar del asunto, a veces incluso a pesar de nuestros superiores porque en el trabajo se nos va a ir, con suerte, más de media vida y de él dependen muchas cosas.
También nos une una historia común de lucha, un legado de derechos que honrar. Damos por hechos los que tenemos pero son recientes, costaron muchas vidas y podríamos perderlos si no sabemos defenderlos. Mañana conmemoramos en todo el mundo las batallas de finales del siglo XXI que nos consiguieron horarios laborales, bajas médicas, vacaciones y salarios mínimos. ¿Por qué podríamos ahora pelear todos juntos? ¿Qué pasaría si hiciéramos una huelga global contra los paraísos fiscales, por ejemplo?
Reconozco que como autónoma o trabajadora temporal,que mayormente he sido, he sufrido que esos derechos fueran para otros y no he peleado por derechos laborales colectivos. Mis entornos laborales han sido micromundos duales en los que había trabajadores con derechos adquiridos y el resto. Los sindicatos nunca han sido nada mío y los he visto defender indefendibles. Sin embargo, siempre he respaldado equiparar por arriba y no tirar de los que están mejor hacia abajo.
Este desdoblamiento del mundo laboral, entre antiguos trabajadores con derechos consolidados y nuevos, también abre brecha en la clase trabajadora. Divide y vencerás, decían ya los romanos y llevamos perdiendo más de veinte siglos.Si no peleamos juntos no vamos a ningún sitio y cuanto más abajo más se aplica este dicho.
Así que es lógico me haya emocionado el vídeo de CCOO de este 1 de mayo y que me parezca interesante la campaña que van a llevar a cabo.
Mañana, mientras salimos a las calles a manifestarnos, cinco fotógrafos de prestigio, cinco miradas ajenas a los sindicatos, nos retratarán para volver a demostrar y recordarnos nuestra épica, para mostrar que hay trabajadores en todas las esferas, que somos muy distintos y, sin embargo, peleamos por lo mismo, por más equidad y justicia y por el derecho de todos a tener vidas más que dignas, bonitas.
Con esas imágenes después harán exposiciones, anuncios, libros… Pretenden volver a hacernos sentir fuertes y unidos; despertar el orgullo de clase que creo que no está muerto, solo anestesiado, dormido.
Ojalá los sindicatos y el asociacionismo encuentren la manera de defendernos y nosotr@s de despertarnos, involucrarnos y mejorarlos. Ojalá encontremos líderes, nuevas maneras, sueños, ilusiones e iconos.
El mío viene conmigo de casa en casa. Hay pocas imágenes que me hayan acompañado de mudanza en mudanza. La postal enmarcada con un dibujo hermoso en blanco y negro, que no sé quién hizo ni de dónde salió, de una mujer orondaexhausta que se asea en una palangana representa para mí la alegría del trabajo duro diario y me da las buenas noches todas y cada una. En ella veo el orgullo de irse a la cama cansada después de otro día de lucha. Luchemos, compañeros; la historia, como nuestro orgullo, tampoco ha muerto y está pidiendo ser despertada. Hagamos más historia.
*Marta Nebot Sánchez: (Sevilla; 14 de enero de 1975) es una periodista y actriz española. … Columnista del diario Público.
Fuente: Público.es
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Se desploma la afiliación a sindicatos en Europa

Madrid. Los sindicatos europeos se coordinan para “un otoño caliente” de lucha y reivindicaciones, como respuesta a la precaria situación económica, la espiral inflacionaria y la pérdida de poder adquisitivo. Unas protestas que aspiran a seguir la senda de lo que ha hecho el movimiento sindical francés, capaz de paralizar al país en 12 ocasiones en los pasados cuatro meses para oponerse al modelo neoliberal de Emmanuel Macron.
Pero en este escenario, los datos de las centrales sindicales advierten de una tendencia que alarma: las afiliaciones de los gremios están bajando en todos los países europeos, incluidos algunos con una larga tradición, como Alemania.
Las principales fuerzas sindicales en Europa están agrupadas en la Confederación Europea de Sindicatos (CES), que se fundó en 1973 en un contexto de inestabilidad política por la guerra fría y de incertidumbre económica por la espiral de los precios del petróleo. Actualmente la CES integra a 89 confederaciones nacionales de 39 países europeos y a 10 federaciones industriales que dan cobertura aproximadamente a algo más de 43 millones de sindicalistas.
El actual presidente de la CES, el belga Rudy de Leeuw, está coordinando las movilizaciones que se asoman para los próximos meses, en lo que se prevé será un “otoño caliente”. Y uno de los motivos es precisamente la pérdida de poder adquisitivo del salario real de los trabajadores, reconocido incluso en informes del Banco Central Europeo. A lo que hay que sumar que el año pasado las subidas de los precios de la vivienda y de los servicios públicos, el transporte y los alimentos básicos fueron de tres a cuatro veces superiores a las alzas salariales. La inflación total en la Unión Europea fue de 9.2 por ciento, mientras el aumento medio de los salarios fue sólo de 4.4 por ciento, según datos de Eurostat.
Pero hay otra cuestión que tiene preocupados a los sindicatos europeos: la paulatina y constante bajada de las afiliaciones a las fuerzas sindicales, en gran medida motivadas por su falta de efectividad a la hora de negociar con las empresas un contrato colectivo que garantice que la inflación no merme aún más el poder adquisitivo del trabajador.
En el informe Un futuro sombrío: Estudio de la afiliación sindical en Europa desde 2000, el coordinador de la investigación y experto en la materia Kurt Vandaele sostiene que esta tendencia va a más y parece imparable. Según datos de las propias fuerzas sindicales, la afiliación total en los 32 países europeos analizados era de 45.7 millones en 2000, cifra que retrocedió a 43.4 millones en 2016. La pérdida de afiliación es cercana a 10 por ciento en Alemania (-10.6 por ciento), motivada en parte por “la permanente erosión del sistema dual de relaciones laborales alemán, con la constante reducción de la cobertura que ofrecen la negociación colectiva y los comités de empresa”, según el informe.
Los sindicatos han experimentado, como media, un retroceso en la afiliación de entre 10 y 20 por ciento en el periodo 2010-2017 en seis países: Polonia (-13.3 por ciento), Chipre (-13.4), Países Bajos (-14.8), Irlanda (-15.8), Portugal (-16.5) y Grecia (-17.4). Pero es peor en otras naciones, como Croacia (-22), Turquía (-24.9), Lituania (-25.4) y Bulgaria (-26.4), donde se ha producido una caída severa. Y empeora aún más, con un desplome masivo, en República Checa (-32.1), Letonia (-32.8), Eslovenia (-35.2), Rumania (-37.0), Hungría (-39.6), Estonia (-43) y Eslovaquia (-43.7).
Francia, a la vanguardia
Ante esta situación, las fuerzas sindicales europeas miran el camino que están marcando desde principios de año las movilizaciones de los trabajadores franceses contra el plan de reforma del sistema público de pensiones impulsado por el presidente Macron. Lo que ha despertado la “cólera” de la clase trabajadora y de la juventud más combativa, que ha logrado paralizar al país con hasta 12 huelgas generales en sólo cuatro meses.
Esto a pesar de que el sindicalismo francés vive una especie de transición, en principio porque por primera vez la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT) superó en afiliados al tradicional sindicato mayoritario, la Confederación General del Trabajo (CGT). Y, en segundo lugar, porque se ha producido un cambio de liderazgo en ambas agrupaciones: el dirigente de la CFDT, Laurent Berger, en el cargo desde 2012, será relevado por su número dos, Marylise Léon.
Desde la CES y demás agrupaciones sindicales minoritarias se mira con interés la evolución de las movilizaciones francesas. Y a partir ahí se definirán estrategias para lo que la mayoría de las fuerzas sindicales agrupadas en esa central ven como el “inevitable otoño caliente” que se aproxima, ante el malestar creciente en la clase trabajadora por la constante pérdida de poder adquisitivo.
Fuente: LA JORNADA