Francia – Extrema derecha: el poder acelera en la ruta del desastre

Sin haber aprendido nada de las crisis del mandato precedente y del acceso de Marine Le Pen a la segunda vuelta de la elección presidencial, Emmanuel Macron y quienes le apoyan siguen apaciguando, por segunda vez consecutiva, el debate público.
Un jugador de rugby argentino asesinado en pleno París por militantes de extrema derecha. Ni una palabra de [el ministro del Interior] Gérald Darmanin. Representantes electas amenazadas de muerte o de violación por haber defendido un proyecto de acogida de refugiadas en Callac (Costas de Armor, Bretaña). Ni una palabra de Gérald Darmanin. El servicio de planificación familiar de Gironda atacado con expresiones de odio en las redes. Ni una palabra de Gérald Darmanin. Militantes antifascistas agredidos en el centro de Poitiers (Vienne). Ni una palabra de Gérald Darmanin. El alcalde de Saint-Brévin-Les-Pins (Loire-Atlantique), víctima de un incendio provocado, después de semanas de amenazas. Ni una palabra de Gérald Darmanin. Una futura mezquita devastada en Wattignies (Nord). Ni una palabra de Gérald Darmanin. Estudiantes atacadas por comandos autodenominados Waffen Assas. Ni una palabra de Gérald Darmanin.
La lista de silencios del ministro del Interior es larga. Al tratarse de un hombre que comunica más rápido que su avatar en Twitter, también es muy significativa. El pasado fin de semana, el expartidario de Sarkozy se expresó en las columnas del Journal du dimanche y en el plató de CNews, dos medios propiedad del inenarrable Vincent Bolloré, para denunciar lo que califica de “terrorismo intelectual de extrema izquierda”.
Confrontado con las violencias policiales y enredado en sus propias mentiras, ha optado por replicar evocando una “complicidad evidente” entre “gente que ha vuelto a entrar en la Asamblea Nacional” –gente que él por lo visto no considera representantes de la Nación– y “movimientos de extrema izquierda que aterrorizan”. Sin temer la desmesura verbal y buscando el menos minimalista de los matices, ha acusado asimismo a la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes) de “tomar de rehén a la izquierda republicana” y ha advertido contra una “nebulosa extremadamente violenta y peligrosa” citando un dato: “Los servicios de información contabilizan en Francia 2.200 personas de ultraizquierda con ficha S [S por seguridad del Estado]”.
La amenaza terrorista de la ultraderecha
Dicho así, es para ponerse a temblar. Lo cierto es que Darmanin no busca otra cosa que provocar algunos escalofríos y una toma de conciencia colectiva, pues afirma con la solemnidad de los centinelas: “Es hora de tocar a rebato”. Sin embargo, una discrepancia perturba este festival de gesticulaciones autoritarias. Basta repasar la entrevista concedida recientemente a la revista Émile por el director general de la Seguridad Interior (DGSI) para comprender a qué se debe esta sensación de superchería –por decirlo suavemente– total. Nicolas Lerner establece en ella un balance de los cuatro años transcurridos a la cabeza de la DGSI explicando que “se han podido evitar nueve intentos de acción terrorista motivados por un extremismo ideológico, sobre todo de ultraderecha”.
Un poco más adelante incluso añade: “Muchas democracias occidentales consideran así que la amenaza de la ultraderecha, supremacista, aceleracionista, es actualmente la principal amenaza a la que se enfrentan. […] Francia, como todas las democracias, esta expuesta a esta misma amenaza, cuya prevención moviliza activamente a los servicios de información.” Curiosamente, no menciona para nada a los ecoterroristas. A las diputadas y diputados que el lunes debatieron en la Asamblea Nacional sobre la lucha contra el terrorismo de extrema derecha les habría gustado sin duda escuchar a Darmanin sobre esta cuestión. Sin embargo, este último ha preferido pedir al ministro delegado para los territorios de ultramar que le sustituyera, reservándose su intervención para su comparecencia el miércoles ante la comisión jurídica sobre el mantenimiento del orden.
En cuanto al fondo, el ministro del Interior se atuvo a la línea que se había fijado hace varios años, y que habían adoptado un buen número de miembros del gobierno y de la mayoría: hablar de la extrema derecha, de acuerdo, pero solo para señalar los supuestos compromisos de la izquierda con el [partido de Marine Le Pen] Rassemblement National (RN). Una vez más, en una forma en la que la seriedad rivaliza con la mala fe. Porque cuando se han dado los primeros pasos al lado de Christian Vanneste, se ha escrito en una revista de Action française, se ha debatido cordialmente con Éric Zemmour y Marine Le Pen, o se ha citado a Jacques Bainville desde la tribuna de la Asamblea, no hace falta cruzar muy a menudo al otro lado del espejo para atreverse a dar lecciones.
Darmanin dice lo que se le antoja. Sus comentarios mordaces son tóxicos. Sus estrategias políticas son tan burdas como deshonestas. Su forma de oponer el “sentido común del carnicero de Tourcoing” a los análisis estadísticos es ridícula y demagógica. Sin embargo, nos equivocaríamos si nos centráramos solo en él. Al fin y al cabo, el ministro del Interior no hace más que copiar ‒bastante mal, por cierto‒ el método Kärcher de su mentor Nicolas Sarkozy con la esperanza de alcanzar el mismo destino político. En otro contexto, podríamos descartar el tema argumentando que el futuro de Darmanin solo le interesa a él.
La despolitización del espacio público
Pero el problema es en realidad mucho más grave. Porque el hecho de que el ministro del Interior se revuelva con tanta frecuencia, y sobre todo sin que nunca le metan en cintura, en lo que Christiane Taubira había calificado de “derroche de pensamiento humano”, dice mucho del papel que desempeña dentro del ecosistema macronista y de los objetivos de un poder que ha convertido el cinismo en un modo de vida. Durante seis años, Emmanuel Macron y sus partidarios han jugado al aprendiz de brujo de la triangulación política, tocando todos los registros que tenían a su disposición. En lugar de tomarse en serio las aspiraciones de la ciudadanía, se han dedicado a oponerse a ellas a base de una denegación permanente.
Grandes declaraciones, ardides publicitarios y falsas promesas de cambio han servido para enmascarar su impotencia. Al amalgamar la extrema derecha con la izquierda unida, han quitado de en medio los valores republicanos en los que se envolvían, han despolitizado el espacio público, han debilitado la democracia y han normalizado a la representación parlamentaria de RN, que ha entrado masivamente en la Asamblea.
El desprecio de la realidad ‒consistente, en particular, en negar la existencia de la violencia policial o en hablar de vía democrática multiplicando los actos autoritarios‒ no solo ha legitimado el discurso de la extrema derecha, sino que también ha ofrecido a esta la posibilidad de recordar al gobierno algunos principios básicos. A partir de ahora tendremos que acostumbrarnos a oír a Marine Le Pen, a la cabeza de un partido cofundado por un antiguo Waffen-SS, y cuyo proyecto pisotea los derechos fundamentales, explicar tranquilamente en la radio o en la televisión cómo Emmanuel Macron agrava la crisis democrática, y no habrá contraargumento que valga.
En el entorno del presidente de la República, algunos se han dado cuenta del peligro de las estrategias cortoplacistas, lamentando que nadie en la cúpula del Estado haya aprendido las lecciones de las crisis del quinquenio anterior y del acceso de Marine Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales por segunda vez consecutiva. Pero todavía nadie se atreve a decirlo en voz alta.
La reforma de las pensiones ha vuelto a poner en evidencia a un Gobierno que pisotea la democracia social en virtud de mezquinos cálculos políticos. Hace poco, en lugar de recibir a la intersindical y dirigirse a los trabajadores movilizados, Macron prefirió expresarse en las columnas de Pif Gadget, dirigido ahora por el antiguo sarkozysta Frédéric Lefebvre. En la misma semana, Marlène Schiappa, secretaria de Estado de Economía Social y Solidaria, puesta en apuros por las revelaciones sobre el fondo Marianne que había creado tras el asesinato terrorista de Samuel Paty, causó polémica al posar en la portada de Playboy. Y el prefecto de policía de París, Laurent Nuñez, vino a explicarse en el programa de Cyril Hanouna, como si no hubiera pasado nada.
Un mundo en que todo vale y nada es grave
Hace unos años, estas intervenciones mediáticas habrían sido un buen material para la web de parodias Le Gorafi. Pero como son reales ‒y nos obligan a pellizcarnos cada día‒, ni siquiera despiertan una sonrisa. La mitigación del debate público por el Jefe del Estado y sus partidarios, so pretexto de evitar una pretendida perturbación, es sencillamente penosa. Es penosa y también inconsecuente, ya que esta forma de comunicar ha contribuido a la instalación de un mundo mediático-político en el que el zumbido se ha convertido en la norma, ofreciendo naturalmente un bulevar para el exceso y el confusionismo. En este nuevo mundo, que haría lamentar el antiguo al más convencido de la necesidad de un cambio profundo, todo da igual y nada es grave.
Un ministro de Justicia puede tener que comparecer ante el Tribunal de Justicia de la República [encargado de juzgar a los miembros del gobierno] por toma ilegal de intereses sin temer nunca por su cargo. Un secretario general del Elíseo puede ser inculpado por las mismas razones y seguir siendo el segundo hombre más poderoso de la República. Los ministros pueden jugar con fuego, sin consecuencias, eso sí, inmediatas.
04/04/2023
Médiapart
Traducción: viento sur

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