Moscú no cree en lágrimas. La historia de una migrante cubana en Rusia

Placetas es un pueblo de avenidas tan grandes como las pretensiones del marqués José Martínez Fortún; médico, periodista, historiador y casi hombre renacentista que tras obtener su título nobiliario a manos del rey Alfonso XII de España, se dispuso a construir en el centro de Cuba un caserío con aires de grandeza en torno a la industria azucarera. Placetas quiso ser New York, Madrid o París y abrió sus calles para hace darle espacio a los edificios soñados: construcciones que nunca levantaron la cabeza, más allá de los portales anchos que podían abarcar toda una cuadra, para que los vecinos socializaran, como si sus casas y sus vidas fueran la extensión de las de al lado.

Placetas es un lugar de gente “maceta” y muy chismosa, dicen por ahí. Lo de “maceta”- gente adinerada- se debe a la industria del aluminio, que allí tomó mucho auge; lo de chismosa y conservadora, al “infierno grande” que es todo pueblo donde se conoce la vida del vecino.

Porque Placetas

(Foto: Flickr)

El parque de Placetas es uno de los pocos espacios de socialización de los jóvenes. Ellos se reúnen a cualquier hora en sus bancos, bajo los  laureles, cuyas raíces centenarias amenazan con abrir en dos la tierra. Acompañados de bocinas, con el reguetón sonando hasta estremecerlo todo, los jóvenes sacan sus mejores galas —zapatos de tacón alto para las mujeres, y camisas para los hombres— para asistir a algunos de los pocos centros nocturnos del pueblo.

Entre las que caminan con dificultad en tacones por las carreteras destruidas, está Lucía. Harta de ser juzgada por libre y de no tener más distracción que el parque y alguna piscina de las que abundan en el pueblo; dejó la escuela en décimo grado, porque para qué estudiar en un país en que los intelectuales ganan menos que los negociantes.

Su familia la consiente, pero no la mira con buenos ojos, y ella mira al mundo con ganas de correr y perderse en grandes avenidas, donde los edificios si hayan germinado. En Moscú, en cambio, le espera la calle Arbat —cuyo nombre proviene de la palabra árabe arbad o suburbio en español— con la promesa de abrirse ante ella y ser una buena pasarela para sus zapatos de tacón.

Calle arbat

(Foto: Rusalia)

Desde que supo que en Rusia no exigían visa para los cubanos y había trabajo, no paró de soñar la nieve. Todo saldría bien, tenía amigos esperándole y vendería todas sus cosas para tener con qué vivir en los primeros tiempos. A tanta insistencia, su tío de Miami le pagó el pasaje. A fin de cuentas, él también había sido un inmigrante y sabía de antemano que el mejor regalo que podría hacerle a su sobrina era el empujón para salir de Cuba.  

Se arriesgó mucho al irse, porque había que tener reservación en un hotel para entrar a Rusia y demostrar que ibas de turista. Ella solo tenía el pasaje, pero, aún así no hubo problemas con migración. En el aeropuerto de Moscú la esperó un amigo que la dejó a su suerte en aquel paraje monstruoso y helado, donde no parecía haber una vecina chismosa que le tendiera la mano, ni un parque cálido donde sentarse, sin miedo, a la sombra de un árbol.

(Foto: Cubacute)

“Nadie me enseñó cosas elementales que una debe saber en un nuevo país, ni me guiaron para encontrar trabajo y ni siquiera a tomar el metro. Con un celular que no servía, porque se apagaba cada cierto tiempo, tuve que ubicarme. Siempre he vivido fuera de Moscú, pero trabajo allí y sin saber ruso tenía que hacerle señas a cualquier persona para que me indicara las paradas del metro. Mil veces me quedé botada en la calle. Gracias a Dios siempre llegué a casa.  A los veinte días de estar acá, mi amigo regresó a Cuba y me quedé sola en la renta en la que estaba, donde vivía con cinco personas más”, cuenta Lucía, un año y dos meses después de llegar a Rusia.

Al poner un pie en Moscú tuvo que comprar toda su ropa, porque solo traía consigo lo puesto: unos tenis blancos de suela fina, y un abrigo gris, que sería su compañero durante los primeros tiempos. Para una cubana adaptada al clima tropical, soportar una temperatura de 7 grados fue el inicio del infierno. Desde la noche del 17 de octubre de 2021, en que pisó suelo moscovita, añora el calor y la ropa corta con que solía andar.

“He pasado mucho frío. Hubo -25 grados una noche y pensé que me iba a morir. No sabía qué ropa comprarme para aguantar esto y sentía que nada que me pusiera era suficiente. Iba a las tiendas y me maltrataban mucho, porque yo no les entendía y al final no lograba comprarme lo que necesitaba para soportar el frío. Tuve que aprender solita a desenvolverme y andar con el traductor de Google en la mano todo el tiempo. He visto mucho maltrato a los migrantes acá. A los de piel más oscura, sobre todo. Pienso que conmigo no han sido tan duros como con otros. Puede ser peor”.

(Foto: El Periódico)

Cuando logró conseguir trabajo, estuvo un mes limpiando tiendas. Tenía que moverse constantemente, sin conocer cómo llegar a las diferentes ubicaciones a las que la enviaban. “Mi primer jefe ruso no me hablaba, me gritaba. Yo le ponía en el traductor que no entendía y él se molestaba mucho. A ellos no les importa nada, no intentan comunicarse. Tú eres un objeto y no les agradas, eso te lo dejan claro”. En ese trabajo, Lucía cobraba 1100 rublos (alrededor de 16 dólares) al día y debía reunir 10 mil para la renta, más sus necesidades.

(Foto: Sumarium)

Cuando ya no podía soportar a su jefe, por suerte, encontró un trabajo en la construcción donde le pagaban mucho mejor, pero terminó rápido. Al finalizar la obra, estuvo dos meses desempleada, viviendo de ahorros precarios y de la ayuda de unos amigos que recién había conocido.

“El tema del trabajo aquí es que te explotan durante al menos doce horas diarias y si te ven descansando te multan. Los inmigrantes hacemos lo que los rusos no quieren hacer. Desde limpiar tiendas, hasta la nieve o la construcción; todos son trabajos duros y mal pagados”.

Lucía cuenta que ha visto casos en que un cubano tiene negocios con los rusos y se encarga de pagarle a otros. Muchos de esos cubanos estafan a los recién llegados y, según ella: “es muy duro porque trabajas quince días o un mes y no ves la remuneración. El dinero se pierde y no puedes denunciar, porque al llegar a la policía la respuesta es que no tienes permiso de trabajo y vas deportado”.

“Acá la policía es muy corrupta”, afirma. “Si te detienen siendo indocumentada te piden dinero para no deportarte o meterte a la cárcel. Lo que normalmente sucede es que te encierran tres días y no te deportan, porque los cubanos somos una mano de obra barata y conveniente”.

Policía Moscú

(Foto: Lapatilla)

La vida no vale nada

Una de las historias de cubanos en Moscú que más conmovió a Lucía fue la de una conocida suya que estando embarazada trabajó con en la construcción. “Esa mujer ya no aguantaba más y fue a la policía a pedir que la deportaran .  Las propias autoridades le negaron el regreso y le dijeron que se prostituyera, que eso daba mucho dinero. En este país para los cubanos no hay ley, ni amigos. Eso es lo primero que aprendí. A mí aquí me cambió la vida y no fue por el clima, ni por el idioma, incluso, ni por la explotación laboral, fue porque entendí lo poco que valemos los migrantes, lo solos y desprotegidos que estamos”.

“Yo vivía con un muchacho de 22 años, uno de los pocos amigos que tenía acá y un día lo vi salir por la puerta y no volver. Solo recibí una llamada para informarme que había fallecido y nunca se supo que pasó. Aquí no investigan las muertes de los migrantes. Lo único que te dice la policía es que fue una sobredosis de drogas y es mentira. Han muerto muchos jóvenes gays y siempre son drogas. Por lo menos, lo de mi amigo yo sé que es mentira, no les conviene decir que un ruso lo mató”.

En este país nos morimos y lo que queda es pagar 3000 dólares para que lleven el cadáver a Cuba. Hace cinco meses de la muerte de mi amigo y no he parado de escribirle a la policía para saber qué pasó. Pude ver los resultados de la autopsia y la única droga que él consumió esa noche fue alcohol. Estuve investigando y me enteré que los rusos van a las discotecas gays y se hacen pasar por homosexuales para castigar a muchachos como mi amigo. Pero eso no sale a la luz, porque aquí la homofobia es normal”.

Desde el 2013, Vladimir Putin inició una fuerte guerra legislativa anti LGBTIQ+ con la aprobación del Artículo 6.21 del Código de Infracciones Administrativas, que castiga la llamada “propaganda de relaciones sexuales no tradicionales dirigida a menores”. En 2022, la cámara baja del parlamento de Moscú —la Duma Estatal— aprobó por unanimidad enmiendas para fortalecer dicha ley.  

Solución rusa

(Foto: Monarquías.com)

“(…) es un delito sujeto a una multa de hasta 400.000 rublos (US$ 6.500) para personas físicas y hasta 5 millones de rublos (US$ 81.400) para personas jurídicas. Los extranjeros podrían enfrentar hasta 15 días de cárcel o deportación por violar la ley, según el sitio web del parlamento”, informa CNN.

Lucía había sufrido de cerca el acoso sexual. Por ser joven y bella, en Cuba pagaba el precio. Los hombres la piropeaban por la calle y hasta alguno había intentado llegar más allá, pero nunca olvidará el día en que saliendo de una tienda en Moscú se le acercaron dos extranjeros preguntando si era cubana y proponiendo, casi a la fuerza, que les hiciera sexo oral.

“Eso fue al lado de una parada llena de personas. Yo me aparté de ellos, pero seguían diciendo todas esas cosas delante del resto y nadie se dignó a intervenir. Eso me bajó la autoestima y sentí mucho miedo. Luego supe que es muy frecuente que las mujeres cubanas se prostituyan y las entiendo, por el grado de desesperación que se vive acá. Esos dos hombres me persiguieron hasta casi llegar a casa. Por suerte los perdí en el metro”.

“En otra ocasión, me persiguió un hombre en una camioneta y tuve que correr muchísimo. Es muy duro que una tenga que salir de su país sola y aguantar esto. Yo podría estar tranquila en Cuba, pero qué voy a hacer, allá no hay vida”.

Lucía no quiere quedarse en Rusia y está explorando otras vías migratorias. Según ella, muchas personas van hasta Serbia, que no requiere visado para los cubanos; luego cruzan a Macedonia, y siguen a Grecia, para llegar a España o Italia. “Rusia no es un país para inmigrantes”, afirma, “y las rutas hacia las comunidades europeas no son simples”.

Cubanos Moscú Rusia

(Foto: Noticias Cuba.net)

“Me asusta mucho irme cruzando fronteras. Un amigo se fue por Bielorrusia para Polonia y le tiraron los perros, casi lo matan. Supe de otros que se quedaron perdidos en un bosque y cuando los encontraron, la policía solo les dio de comer una manzana para ocho personas, hasta que los deportaron hacia Rusia”.

Un año y medio después de su llegada a Moscú, Lucía está mucho mejor, e incluso, ha podido enviarle a su mamá algún dinero y comida. Confiesa que entiende un poco más el idioma y ha aprendido cómo tratar a los rusos. Se ha adaptado al ritmo de trabajo que le exigen y logró estabilizarse laboralmente en una fábrica. Dice con orgullo que nunca han logrado estafarla y que ha aprendido a trabajar en un año, más que en toda su vida. La imagino feliz, incluso, caminando en tacones Arbat abajo, como quien respira en medio del caos y piensa en las calles desoladas de su pueblo.

“Ahora estoy bien, pero me he visto sin un peso y casi en la calle muchas veces. Por suerte no he tenido que dormir en los parques con este frío, como sí le ha sucedido a muchos cubanos. He visto tantas veces esa escena: familias enteras de cubanos con todos sus bultos, tirados en una parada de autobús y nadie los mira, nadie los ayuda; porque aquí el cubano jode al cubano. Aquí los cubanos venden droga, se prostituyen y hasta matan por dinero. Es la selva, como dice la película esa: Moscú no cree en lágrimas”.

Moscú no cree en lágrimas

Tomado de jovencuba.com

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