Rosa Luxemburg*

En enero de 1919 Rosa Luxemburg, fundadora del Partido Comunista Alemán (Liga Spartakus) fue asesinada por una unidad de los cuerpos francos, banda de oficiales y militares contrarrevolucionarios –futuro vivero del partido nazi- que fueron enviados a Berlín por el ministro socialdemócrata Gustav Noske para acabar con el levantamiento espartaquista.
Es, como Emiliano Zapata en ese mismo año, una «vencida de la historia». Pero su mensaje continúa vivo en lo que Walter Benjamin define como «la tradición de los oprimidos»; un mensaje a la vez, e inseparablemente, marxista, revolucionario y humanista. Tanto en lo que respecta a la crítica del capitalismo como sistema inhumano, su combate contra el militarismo, el colonialismo, el imperialismo, como en su visión de una sociedad emancipada y su utopía de un mundo sin explotación, sin alienación y sin fronteras, este humanismo comunista atraviesa como un hilo rojo el conjunto de sus escritos políticos y también su correspondencia, sus emotivas cartas desde la cárcel, leídas y releídas por sucesivas generaciones de jóvenes militantes del movimiento obrero.
En la perspectiva de una refundación comunista para el siglo XXI resaltaría de forma particular cuatro temas de su pensamiento: el internacionalismo, la concepción abierta de la historia, la importancia de la democracia en los procesos revolucionarios y su interés por las tradiciones comunistas pre-modernas.
El internacionalismo
En la época de la globalización capitalista, de la mundialización neoliberal, de la dominación planetaria del gran capital financiero, de la internacionalización de la economía al servicio del beneficio, de la especulación y de la acumulación, la necesidad de una respuesta internacional, de una internacionalización de la resistencia, de un nuevo internacionalismo está más de actualidad que nunca. Sin embargo, pocas figuras del movimiento obrero han encarnado de forma tan radical como Rosa Luxemburg la idea del internacionalismo, el imperativo categórico de la unidad, de la asociación, de la cooperación, de la fraternidad de las y los explotados y oprimidos de todos los países y de todos los continentes.
Irreconciliable adversaria de los proyectos belicistas del Imperio germánico, no cesó de denunciar el militarismo y la carrera armamentista. Por ello se opuso a los turbios regateos de Wolfgang Heine y Max Schippel, revisionistas de la derecha socialdemócrata, con el gobierno del Kaiser: voto a favor de los créditos de guerra a cambio de medidas sociales, apoyo al militarismo (refuerzo de la flota naval) para crear puestos de trabajo, etc. Rechazó las pseudo-ventajas obtenidas al precio de consolidar la fuerza militar que, más pronto o más tarde, será empleada contra otros pueblos, en Europa o en las colonias, e incluso contra los propios obreros y obreras alemanes 1/.
Como se sabe, junto a Karl Liebknecht, fue una de las raras dirigentes del socialismo alemán y europeo que se opusieron a la Unión Sagrada y al voto a favor de los créditos de guerra en 1914. Las autoridades imperiales alemanes –con el apoyo de la derecha socialdemócrata- le hicieron pagar cara su coherente oposición internacionalista a la guerra encerrándola en prisión durante la mayor parte que duró el conflicto. Es entonces cuando define su principal punto de vista en un escrito de 1916: «La patria de los proletarios, a cuya defensa ha de subordinarse todo lo demás, es la Internacional socialista» 2/.
Confrontada al dramático fracaso de la II Internacional, se dispuso a unirse a otros marxistas para crear una nueva Internacional. Soñaba con la creación de una nueva asociación internacional de trabajadores y sólo la muerte le impidió participar, junto a las y los revolucionarios rusos, en la fundación de la Internacional Comunista en 1919.
Poca gente comprendió como ella el peligro mortal que representaba para los trabajadores y trabajadoras el nacionalismo, el chovinismo, el racismo, la xenofobia, el militarismo y el expansionismo colonial o imperial. La tarea inmediata del socialismo, escribió en ese documento espartaquista de 1916, «es la liberación espiritual del proletariado de la tutela de la burguesía, que se manifiesta en la influencia de la ideología nacionalista» 3/. Lo que ella entiende por nacionalismo no es las cultura nacionales de los diferentes pueblos, sino la ideología que convierte la Nación en un valor político y moral supremo, al que debe subordinarse todo» («Deutschland über alles»).
Se esté de acuerdo o no con sus tesis sobre la cuestión nacional, no se puede cuestionar la fuerza profética de sus escritos. Utilizo la palabra profeta en su sentido bíblico original (tan bien definido por Daniel Bensaïd en sus últimos escritos): no quien pretende «adivinar el futuro» sino quien expresa una anticipación condicional, quien advierte al pueblo de las catástrofes que acontecerán si no se toma otro camino.
Siempre en el mismo documento de 1916, advirtió: mientras existan el capitalismo y el imperialismo habrá nuevas guerras: «La paz mundial no puede asegurarse por medio de planes utópicos o, en el fondo, reaccionarios, como tribunales arbitrales internacionales de diplomáticos capitalistas, acuerdos diplomáticos como desarme (…) federaciones de Estados europeos, uniones aduaneras centroeuropeas y similares. El imperialismo, el militarismo y las guerras no podrán ser eliminadas o limitadas mientras las clases capitalistas sigan ejerciendo incontestablemente su dominio de clase» 4/.
Sus intuiciones fueron proféticas en la medida que los peores crímenes del siglo XX –de la Primera a la Segunda Guerra Mundial (Auschwitz, Hiroshima) y más allá- se cometieron en nombre del nacionalismo, de la hegemonía nacional, de la defensa nacional, del espacio vital nacional, y así sucesivamente. El estalinismo es también el producto de una degeneración nacionalista del Estado soviético, materializada en la consigna del socialismo en un solo país.
Se puede criticar algunas de sus posiciones sobre las reivindicaciones nacionales (contrariamente a Lenín, se oponía al derecho a la autodeterminación de las naciones y más bien proponía una forma de autonomía nacional-, pero percibió de forma clara los peligros de las políticas nacionales estatales: conflictos territoriales, depuraciones étnicas, opresión de minorías. No pudo prever los genocidios…
Una concepción abierta de la historia
En segundo lugar, y tras un siglo que no solo fue el de los extremos (Eric Hobsbawm) sino el de las expresiones más brutales de la barbarie en la historia de la humanidad, no se puede sino admirar un pensamiento revolucionario como el de Rosa Luxemburg, que supo rechazar la ideología cómoda y conformista del progreso lineal, el fatalismo optimista y el evolucionismo pasivo de la social-democracia, la peligrosa ilusión –de la que nos habla Walter Benjamín en sus Tesis de 1940- de que bastaba nadar a favor de la corriente, dejar actuar a las condiciones objetivas. Cuando en 1915 escribió en el folleto La crisis de la socialdemocracia (firmado con el seudónimo de Junius), la consigna «Socialismo o barbarie», Rosa Luxemburg rompió con la concepción –de origen burgués- de la historia como una progreso irresistible, inevitable, garantizado por las leyes objetivas del desarrollo económico o de la evolución social. Una concepción muy bien definida por Gyorgy Valentinovitch Plejánov, que escribió lo siguiente: «La victoria de nuestro programa es tan inevitable como la salida del sol por la mañana». La conclusión política de esta ideología progresista no podía ser otra que la pasividad: nadie tendría la absurda idea de luchar, de arriesgar su vida, de luchar por lograr que el sol saliera a la mañana…
Detengámonos un poco en el significado político y filosófico de la consigna «Socialismo o barbarie». Está sugerida en algunos textos de Marx o Engels, pero es Rosa Luxemburg quien le da una formulación explícita y definida. Implica la percepción de la historia como un proceso abierto, como una serie de bifurcaciones en el que el factor subjetivo –consciencia, organización, iniciativa- de las y los oprimidos constituye un factor decisivo. [Para llegar al socialismo] No se trata que madure la fruta en base a las leyes naturales de la economía o la historia, sino de actuar antes de que sea demasiado tarde. Porque la otra parte de la ecuación es el siniestro peligro: la barbarie. Mediante este término, Rosa Luxemburg no define una regresión imposible a un pasado tribal, primitivo o salvaje: desde su punto de vista, se trata de una barbarie totalmente moderna, de la que la Primera Guerra Mundial constituía un ejemplo impresionante, bastante peor en su mortífera inhumanidad, que las prácticas guerreras de los bárbaros conquistadores al final del Imperio romano. Nunca antes se habían puesto al servicio de una política imperialista y de masacre a una escala tan grande tecnologías tan modernas: tanques, gas, aviación militar.
Desde el punto de vista de la historia del siglo XX, la consigna de Rosa Luxemburg adquiere también un carácter visionario: la derrota del socialismo en Alemania abrió el camino a la victoria del fascismo de Hitler y, después, a la Segunda Guerra Mundial y a las más monstruosas formas de barbarie moderna que haya conocido jamás la humanidad, de las que el nombre de Auschwitz se ha convertido en todo un símbolo.
No es por casualidad que la expresión socialismo o barbarie se convirtiera en bandera y símbolo de reconocimiento de uno de los grupos más creativos de la izquierda marxista de la post-guerra en Francia: el que existía en torno a la revista del mismo nombre durante los años 50 y 60, animado por Cornelius Castoriadis y Claude Lefort.
La disyuntiva que marca la consigna de Rosa Luxemburg sigue estando de actualidad hoy en día. El largo periodo de retroceso de las fuerzas revolucionarias –de la que comenzamos a salir poco a poco- ha estado acompañado de la multiplicación de guerras y masacres de purificación étnica, desde los Balcanes hasta África, del aumento de los racismos, chovinismos e integrismos de todo tipo, incluso en el corazón de la Europa civilizada.
Pero existe un nuevo peligro que Rosa no previó. Ernest Mandel, en sus últimos escritos, señaló que la disyuntiva para la humanidad en el siglo XXI ya no sería, como en 1915, socialismo o barbarie, sino socialismo o muerte. Entendía por ello el riesgo de catástrofe ecológica fruto de la expansión capitalista mundial, con su lógica destructiva para el medio ambiente. Si el socialismo no llega para interrumpir esta vertiginosa carrera hacia el precipicio –de la que el aumento de la temperatura del planeta y la destrucción de la capa de ozono constituyen los elementos más visibles- lo que está amenazado es la propia superviviencia de la especie humana.
La democracia en el socialismo
En tercer lugar, frente al fracaso histórico de las corrientes mayoritarias del movimiento obrero, es decir, por una parte, el hundimiento poco glorioso del pretendido socialismo real –heredero de 60 años de estalinismo- y, por otra, de la sumisión pasiva (en caso de que no sea una adhesión activa) de la socialdemocracia a las reglas neoliberales del juego capitalista mundial, la alternativa que representaba Rosa Luxemburg, es decir: un socialismo a la vez auténticamente revolucionario y radicalmente democrático, aparece más pertinente que nunca.
En tanto que militante del movimiento obrero en el Imperio zarista –creó el Partido Social-demócrata de Polonia y Lituania, afiliado al Partido obrero socialdemócrata ruso-, criticó las tendencias desde su punto de vista demasiado autoritarias y centralistas, de las tesis defendidas por Lenin antes de 1905. Su crítica coincidía en este punto con la del joven Trotsky en Nuestras tareas políticas (1904).
Al mismo tiempo, en tanto que dirigente del ala izquierda de la socialdemocracia alemana, se batió contra la tendencia de la burocracia sindical y política y de las delegaciones parlamentarias a monopolizar las decisiones políticas. La huelga general rusa de 1905 le pareció un ejemplo a seguir en Alemania: tenía más confianza en la iniciativa de las bases obreras que en las sabias decisiones de los órganos dirigentes del movimiento obrero alemán.
Enterándose en la cárcel de los acontecimientos de Octubre de 1917, se solidarizó de inmediato con los revolucionarios rusos. En un folleto sobre la Revolución rusa escrito en prisión en 1918, que sólo se publicó (1921) tras su muerte, saludó con entusiasmo este gran acto emancipador histórico y rindió un caluroso homenaje a los dirigentes revolucionarios de Octubre:
«Todo lo que podía ofrecer un partido, en un momento histórico dado, en coraje, visión y coherencia revolucionarios, Lenin, Trotsky y los demás camaradas lo proporcionaron en gran medida. Los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la social democracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional».
Esta solidaridad no le impide criticar lo que le parece erróneo o peligroso en su política. Si algunas de sus críticas –sobre la autodeterminación nacional o la distribución de tierras- son muy discutibles y poco realistas, otras, en relación a la cuestión de la democracia, son totalmente pertinentes y de una extraordinaria actualidad. Partiendo de la base de la imposibilidad para los bolcheviques –en las dramáticas circunstancias de la guerra civil y de la intervención extranjera- de crear «por arte de magia, la más bella de las democracias», Rosa Luxemburg llama la atención sobre el riesgo de un deslizamiento autoritario y define algunos principios fundamentales de la democracia revolucionaria:
«La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. (…) Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de la vida, en la que solo queda la burocracia como elemento activo».
Es difícil no reconocer la importancia de este argumento. Unos años más tarde, la burocracia acapararía todo el poder, eliminando de forma progresiva a las y los revolucionarios de Octubre de 1917, que en los años 30 fueron exterminados sin piedad.
Comunismo y comunidad primitiva
En cuarto lugar, el interés de Rosa Luxemburg por la comunidad primitiva es mucho menos conocido y, por ello, vamos a dedicarle una atención especial en este artículo. El tema central de su Introducción a la economía política (manuscrito inacabado publicado por Paul Levi en 1915) es el análisis de lo que ella denomina como sociedad comunista primitiva y su contraposición a la sociedad capitalista mercantil. Es cierto que se trata de un texto incompleto, escrito en prisión hacia 1916 a partir de las notas de su curso de economía política en la escuela del partido socialdemócrata (1907-1914); tenía previstos otros capítulos que no se escribieron o que se perdieron. ¡Pero eso no explica por qué los capítulos dedicados a la sociedad comunista primitiva y su disolución ocupan más páginas de las dedicadas a la producción mercantil, el trabajo asalariado y las tendencias de la economía capitalista tomada en su conjunto!
Esta forma inhabitual de abordar la economía política es probablemente una de las principales razones por las que a este libro no se le ha prestado atención, se le ha relegado o ha sido ignorado por la mayoría de los economistas marxistas e incluso por biógrafos o especialistas en los trabajos de Rosa Luxemburg. Paul Frölich es una de las raras excepciones, así como Ernest Mandel, autor del prefacio a la edición francesa. Por el contrario, Nettl apenas se refiere a él y no ofrece ninguna información o comentario sobre su contenido. En cuando al Instituto Marx-Engels-Lenin-Stalin de Berlín Este, responsable de la edición del texto en 1951, pretende (en su introducción) que se trata de una «presentación popular de los elementos fundamentales del modo de producción capitalista», sin hacer ninguna referencia al hecho de que casi la mitad del libro está en realidad consagrado al comunismo primitivo… 5/. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, lo que da valor a este libro es precisamente su visión de las comunidades precapitalistas y su forma crítica y original de concebir la evolución de las formaciones sociales, desde un punto de vista orientado, como diría Walter Benjamin, a cepillar la historia a contrapelo.
* * *
¿Cómo explicar el interés de Rosa Luxemburg por las comunidades primitivas? Por una parte, es evidente que en la existencia de estas antiguas sociedades comunistas ve una forma de sacudir e incluso destruir «la vieja noción del carácter eterno de la propiedad privada y de su existencia desde el origen del mundo» 6/. Es debido a la incapacidad de concebir la propiedad comunal y a la incomprensión de todo lo que no se asemeje a la civilización capitalista que los economistas burgueses rechazan obstinadamente reconocer el hecho histórico de las comunidades. Así pues, para Rosa Luxemburg se trata de un elemento de lucha teórica y política sobre un aspecto fundamental de la ciencia económica. Por otra parte, desde su punto de vista, el comunismo primitivo constituye una preciosa referencia histórica para criticar el capitalismo, para poner al descubierto su carácter irracional, reificado, anárquico, y para poner en evidencia la oposición radical entre valor de uso y valor de cambio.
Como lo subraya con razón Mandel en el prefacio, «la explicación de las diferencias fundamentales entre una economía basada en la producción de valores de uso destinados a satisfacer las necesidades de los productores, y una economía basada en la producción mercantil, ocupa la mayor parte de este libro» 7/. Para ella se trata de encontrar y rescatar del pasado primitivo todo lo que pueda, hasta cierto punto, prefigurar el comunismo moderno.
Esta actitud de Rosa Luxemburg no es ajena a una cierta afinidad con las concepciones románticas de la historia, que rechazan la ideología burguesa del progreso y critican los aspectos inhumanos de la civilización industrial/capitalista (de ahí, por lo demás, su interés por el trabajo de un economista romántico como Sismondi). Mientras que el romanticismo tradicional aspira a restablecer un pasado idealizado, el romanticismo revolucionario del que Rosa Luxemburg está cercana busca en determinadas formas del pasado precapitalista elementos y aspectos que anticipen el porvenir post-capitalista.
En sus escritos y correspondencia, Marx y Engels ya habían llamado la atención sobre los trabajos del historiador (romántico) Georg Ludwig von Maurer en relación a la antigua comuna (mark) germánica. Al igual que ellos, Rosa Luxemburg estudió con pasión los escritos de Maurer y se maravilló del funcionamiento democrático e igualitario de la Comuna y de su transparencia social: » Es imposible imaginarse algo a la vez más sencillo y más armónico que este sistema económico de la antigua marca germánica. Todo el mecanismo de la vida social aparece con absoluta claridad. Un plan estricto y una sólida organización envuelven aquí la actividad de cada uno integrándolo en el conjunto como una pieza. El punto de partida y el fin de toda la organización son las necesidades directas de la vida cotidiana y su satisfación, pareja para todos» 8/.
Lo que ella valora y pone al descubierto son los elementos de esta formación comunista primitiva que se oponen al capitalismo y que hacen de ella, en cierto grado, humanamente superior a la civilización industrial burguesa. «De modo que hacía dos mil años, y aún antes, en aquella remota antigüedad de los pueblos germánicos de la que la historia escrita no sabe nada todavía, regían condiciones entre los germanos, radicalmente distintas de las actuales.
«No se conocía entonces el Estado con leyes coactivas escritas, la división entre ricos y pobres, dominadores y trabajadores» 9/.
Apoyándose en los trabajos del historiador ruso Maxime Kovalevsky (por el que Marx ya se había interesado mucho), Rosa Luxemburg insiste sobre la universalidad del comunismo agrario como forma general de la sociedad humana en una determinada etapa de su desarrollo, que se encuentra tanto entre los Indios de las Américas, los Incas, los Aztecas, como entre los Cabileños, las tribus africanas y los Hindús. El ejemplo peruano le parece especialmente significativo y, ahí también, no puede impedirse sugerir una comparación entre la Marca de los Incas y la sociedad civilizada: «El arte moderno de hacerse nutrir exclusivamente por el trabajo ajeno y hacer del ocio propio atributo de dominación, aún era extraño a la esencia de esta organización social en la que la propiedad común y la obligación general de trabajar constituían costumbres populares profundamente arraigadas». También manifiesta su admiración por «la fantástica tenacidad del pueblo indio y de los mecanismos de la comunidad de marca considerando que se han conservado restos de ambos, pese a todo, hasta el siglo XIX» 10/. Una veintena de años más tarde, el eminente pensador marxista peruano José Carlos Mariátegui adelanta un punto de vista que presenta coincidencias impresionantes con las ideas de Rosa Luxemburg (de la que sin duda ignoraba sus observaciones sobre el Perú): el socialismo moderno debe apoyarse en las tradiciones indígenas que remontan al comunismo Inca, para ganar a su lucha a las masas campesinas.
Ahora bien, en este ámbito el autor más importante para Rosa Luxemburg –como para Engels en El origen de la família– es el antropólogo americano L. H. Morgan. Inspirándose en su obra clássica (Ancient Society, 1877), va más lejos que Marx y Engels y desarrolla toda una visión espectacular de la historia, una concepción innovadora e intrépida de la evolución milenaria de la humanidad, en la que la civilización actual «con su propiedad privada, su dominación de clase, su dominación masculina, su Estado y su matrimonio coercitivo» aparece como un simple parêntesis, una transición entre la sociedad comunista primitiva y la sociedad comunista del futuro. La idea romântico/revolucionaria de la relación entre el pasado y el futuro aparece aquí de forma explícita: «La noble tradición del lejano pasado extendió así la mano a los esfuerzos revolucionarios del futuro, el círculo del conocimiento se cerró armónicamente y, desde esta perspectiva, el mundo actual de la dominación de clase y de la explotación, que pretendía ser la totalidad de la cultura, la meta más alta de la historia mundial, se mostró simplemente como una etapa diminuta y pasajera de la gran marcha hacia adelante de la humanidad» 11/.
Desde esta perspectiva, la colonización europea de los pueblos del Tercer Mundo le parece fundamentalmente una actividad socialmente destructiva, bárbara e inhumana; como es el caso, sobre todo, de la ocupación inglesa de las Indias, que saqueó y desintegró las estructuras agrarias comunistas tradicionales, con consecuencias trágicas para el campesinado. Rosa Luxemburg comparte con Marx la convicción que el imperialismo aporta progreso económico a los países colonizados, si bien lo hace a través de «los infames métodos de una sociedad de clases» 12/.
Sin embargo, mientras que Marx, sin ocultar su indignación ante estos métodos, insiste sobre todo en el papel económicamente progresista de los ferrocarriles introducidos por Inglaterra en India, Rosa Luxemburg pone más el acento en las consecuencias socialmente nefastas de ese progreso capitalista: «Los viejos vínculos fueron rotos, el tranquilo aislamiento del comunismo fue aniquilado y reemplazado por la querella, la discordia, la desigualdad y la explotación. El resultado fueron enormes latifundios, por un lado, y por el otro grandes masas de millones de arrendatarios campesinos. La propiedad privada hizo su entrada en la India y, con ello, el tifus, el hambre y el escorbuto se convirtieron en los huéspedes permanentes de las planicies del Ganges» 13/.
Esta problemática no solo se aborda en Introducción a la Economía Política sino también en La Acumulación de Capital, donde critica de nuevo el papel histórico del colonialismo inglês y se indigna por el desprecio criminal que los conquistadores europeos manifestaron hacia el sistema de irrigación tradicional: el capital, en su ceguera voraz, «es incapaz de ver lo suficientemente lejos como para reconocer los monumentos económicos de una civilización más vieja»; la política colonial produjo el declive de este sistema tradicional y, en consecuencia, el hambre comenzó, a partir de 1867, a provocar millones de víctimas en India. En cuanto a la colonización francesa en Argelia, se caracterizó, desde su punto de vista, por un intento sistemático y deliberado de destruir y dispersar la propiedad comunal, llevando a la ruina económica a la población indígena 14/.
Pero más allá de estos ejemplos, es el conjunto del sistema colonial –español, portugués. holandês, inglés, alemán, en América Latina, en África o en Asia- lo que denuncia Rosa Luxemburg, que se sitúa firmemente en el punto de vista de las víctimas del progreso capitalista: «Para todos los pueblos primitivos de los países coloniales el paso de las condiciones comunistas primitivas a las capitalistas modernas ha ocurrido como una catástrofe repentina, como una desgracia indecible llena de horribles dolores» 15/. Esta preocupación por la condición social de las poblaciones colonizadas es uno de los signos de la asombrosa modernidad de este texto; sobre todo si se le compara con el libro equivalente de Kautsky (publicado en 1886), en el que los pueblos no europeos están prácticamente ausentes 16/.
De este análisis se desprende la solidaridad de Rosa Luxemburg con la lucha de los indígenas contra las metrópolis imperialistas; combate en el que percibe la resistência tenaz y digna de admiración de las viejas tradiciones comunistas contra la búsqueda del beneficio y contra la europeización capitalista. De forma implícita aquí aparece la idea de una alianza entre el combate anticolonial des esos pueblos y el combate anticapitalista del proletariado moderno como convergencia revolucionaria entre el viejo y el nuevo comunismo… 17/
Según Gilbert Badia, cuyo libro sobre Rosa Luxemburg es uno de los raros en examinar críticamente esta problemática, en la Introducción a la economía política las viejas estructuras de las sociedades colonizados se presentan a menudo como fijas «y opuestas radicalmente, por un contraste entre blanco y negro, al capitalismo». En otros términos: «A estas comunidades dotadas de todas las virtudes y concebidas como casi inamovibles, Rosa Luxemburg opone la función destructora de un capitalismo que no tiene nada de progresivo. Estamos lejos de la burguesía conquistadora evocada por Marx en el Manifiesto» 18/.
Estas objeciones no nos parecen justificadas por las siguientes razones: 1) Rosa Luxemburg no concibe las comunidades como fijas e inamovibles: al contrario, muestra sus contradicciones y transformaciones. Indica que «La sociedad comunista primitiva lleva por su propio desarrollo interno al de de la desigualdad y el despotismo» 19/; 2) No niega el papel económicamente progresivo del capitalismo, pero denuncia los aspectos inmundos y socialmente regresivos de la colonización capitalista; 3) Si bien pone de relieve los aspectos más positivos del comunismo primitivo, en contraste con la civilización burguesa, tampoco oculta sus limitaciones y defectos: estrechez local, bajo nivel de productividad del trabajo y desarrollo de la civilización, impotencia frente a la naturaleza, violencia brutal, estado de guerra permanente entre comunidades, etc. 20/; 4) En efecto, el punto de vista de Rosa Luxemburg se sitúa muy lejos del himno a la burguesía de Marx en 1848; por el contrario, está muy cerca del espíritu del capítulo XXXI de El Capital (génesis del capitalismo industrial) en el que Marx describe las barbaridades y atrocidades de la colonización europea.
En realidad, en relación con la comunidad rural rusa, Rosa Luxemburg tiene una visión mucho más crítica que el propio Marx. Partiendo del análisis de Engels, que constató a finales del siglo XIX el declive de la obchtchina y su degeneración, muestra, a través de ese ejemplo, los límites históricos de la comunidad tradicional y la necesidad de superarla 21/.
Su mirada se dirige de forma resuelta hacia el futuro y aquí se distancia del romanticismo económico en general y de los populistas rusos en particular, para hacer hincapié en «la diferencia fundamental entre la economía mundial socialista del futuro y los grupos comunistas primitivos de la prehistoria» 22/.
* * *
Centrando la atención en estos textos, solo hemos querido salvar del olvido un capítulo desconocido de los trabajos de Rosa Luxemburg. Nos parece que albergan mucho más que un punto de vista erudito sobre la historia económica: sugieren otra forma de concebir el pasado y el presente, la historicidad social, el progreso, la modernidad. Confrontando la civilización capitalista industrial com el pasado comunitario de la humanidad. Rosa Luxemburg rompe con el evolucionismo lineal, el progresismo positivista, el darwinismo social y todas las interpretaciones del marxismo que lo reducen a una versión más avanzada de la filosofía de Monsieur Homais [personaje de ficción de Gustav Flaubert en Madame Bovary]. En último término, estos textos plantean el significado de la concepción marxista de la historia.
Y hoy en día, cuando en varias regiones del mundo, y especialmente en América Latina – Méjico, Ecuador, Bolivia, Perú entre otros-, asistimos a la lucha de comunidades campesinas e indígenas, con tradiciones pre-capitalistas aún muy vivas, en defensa de los bosques, de sus tierras y ríos contra las multinacionales petroleras y mineras, el agro-negocio capitalista y las políticas neoliberales del gobierno, responsables de los más grandes desastres sociales y ecológicos, adquieren una actualidad renovada,
Notas:
1/ Compárese el penetrante análisis de este episodio de Lelio Basso en su Introduction à R.L., Scritti Politici, Roma, Editori Riuniti, 1967, pp. 26-37 con la incomprensión del biógrafo universitario J.P.Nettl, que no veía en su crítica del militarismo y de Schippel más que un ejercicio «árido y formal», que condenaba al paro a las y los trabajadores, que para Rosa Luxemburg sería un ¡»estímulo necesario para la lucha de clases»! cf. J.P.Nettl, Rosa Luxemburg, London, Oxford University Press, 1966, vol. I, pp. 216-217.
2/ Rosa Luxemburg, Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional, en El pensamiento de Rosa Luexemburg Antología a cargo de María José Aubet. Ediciones del Serbal 1ª edición 1.983. Disponible en https://www.marxists.org/espanol/luxem/1916/xx.htm
3/ Ibid.
4/ Ibid.
5/ Véase Paul Frölich, Rosa Luxemburg, Paris, Maspéro, 1965, p. 189-192 ; Ernest Mandel, «Préface» à Rosa Luxemburg, Introduction à l’Économie Politique, Paris, Éditions Anthropos, 1970 ; P. Nettl, Rosa Luxemburg. Oxford University Press, 1969, p. 265 ; Marx-Engels-Lenin-Stalin Institut beim ZK der SED, «Bemerkungen zu Rosa Luxemburgs Einfùhrung in die Nationalôkonomic» in Rosa Luxemburg, Ausgewählte Reden und Schriften, Berlin, Dietz Verlag, 1955, p. 403-410.
6/ Rosa Luxemburg, Introducción a la economía política (IEP), p. 51.
7/ E. Mandel, Préface a IEP, p. XVIII, disponible en http://www.ernestmandel.org/new/ecrits/article/preface-a-introduction-a-l
8/ R. Luxemburg. IEP, p. 83.
9/ Ibid. p. 45.
10/ Ibid, pp. 58.
11/ Ibid., p. 56.
12/ Ibid., pp. 108
13/ Ibid. P. 49. Este fragmento parece sugerir una visión idílica de la estrutura social tradicional en India: sin embargo, en otro capítulo del libro, Rosa Luxemburg reconoce la existência, por encima de las comunidades rurales, de un poder despótico y de una casta de sacerdotes privilegiados que instituían relaciones de explotación y desigualdade social.
14/ Rosa Luxemburg, The Accumulation of Capital, London, Routledge and Kegan Paul, 1951, pp. 376, 380.
15/ IEP, p.120.
16/ Véase el prefacio de E. Mandel, IEP, p. XVII-XVIII.
17/ IEP, p. 92.
18/ G. Badia, Rosa Luxemburg. Journaliste, Polémiste. Révolutionnaire, Paris, Éditions Sociales 1975, p. 498, 501.
19/ IEP. p. 158.
20/ , pp. 85.
21/ lbid..p. 102.
22/ ,p.80. En el mismo contexto, Rosa Luxemburg reconoce (al igual que Marx) que «la sociedade capitalista oferece por primera vez la posibilidad histórica de realizar el socialismo», sobre todo a través de la unificación económica del mundo y del desarrollo de las fuerzas productivas.
Fuente de la traducción y publicación: Viento Sur
*Michael Löwy vive en París desde donde, además de relacionarse con las corrientes marxistas revolucionarias europeas, mantiene intensos nexos, políticos e intelectuales, con Brasil. Ha participado, desde sus inicios, en el Foro Social Mundial donde ha presentado diversas ponencias. Es coautor del Manifiesto Ecosocialista Internacional (con Joel Kovel).
Nota (1r): Este artículo sobre Rosa Luxemburg, fue publicado originalmente por Viento Sur y el 5 de marzo, 2019 por El Viejo Topo.
Tomado de EL VIEJO TOPO
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Rosa Luxemburg

Clara Zetkin
Severa consigo misma, era toda indulgencia para con sus amigos, cuyas preocupaciones y penas la entristecían más que sus propios pesares, Su fidelidad y su abnegación estaban por encima de toda prueba. Y aquella a quién se tenía por una fanática y una sectaria, rebozaba cordialidad, ingenio y buen humor cuando se encontraba rodeada de sus amigos. Su conversación era el encanto de todos. La disciplina que se había impuesto y su natural pundonor le habían enseñado a sufrir apretando los dientes. En su presencia parecía desvanecerse todo lo que era vulgar y brutal. Aquel cuerpo pequeño, frágil y delicado albergaba una energía sin igual. Sabía exigir siempre de sí misma el máximo esfuerzo y jamás fallaba. Y cuando se sentía a punto de sucumbir al agotamiento de sus energías, imponíase para descansar un trabajo todavía más pesado. El trabajo y la lucha le infundían alientos. De sus labios rara vez salía un «no puedo»; en cambio, el «debo» a todas horas. Su delicada salud y las adversidades no hacían mella en su espíritu. Rodeada de peligros y de contrariedades, jamás perdió la seguridad en sí misma. Su alma libre vencía los obstáculos que la cercaban.
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Rosa Luxemburg, una economista muy política
Michael R. Krätke*
05/03/2023

Traducimos, en ocasión del 152 aniversario de Rosa Luxemburg (5/3/1871), este texto, revisado por su autor, publicado en Actuel Marx en enero de 2022.
Rosa Luxemburg es hoy un icono del socialismo. Durante su vida fue vivamente criticada: fue celebrada y admirada, pero también atacada y calumniada. Las opiniones discurrían y siguen discurriendo divididas en torno a ella. Su muerte prematura, asesinada en enero de 1919, con solo 47 años, contribuyó a labrar la leyenda que la rodea. Inicialmente canonizada como mártir del socialismo, se convirtió en persona non grata para el comunismo en cuanto se hicieron públicas sus críticas a la política de Lenin y los bolcheviques, escritas en notas fragmentarias y publicadas póstumamente1. Durante mucho tiempo no se le perdonó que no fuera leninista, que criticara la política de los bolcheviques tan duramente como lo hizo el viejo profesor Karl Kautsky. Durante todo un periodo, el término “luxemburguismo” sirvió de insulto en el seno de los partidos comunistas, permitiendo definir y excomulgar a todos aquellos que se aferraban a la concepción original del socialismo como forma de autogobierno democrático de la clase obrera.
Aún hoy, Rosa Luxemburg es mal comprendida tanto por sus enemigos como por sus admiradores. Según una leyenda muy extendida, fue a la vez una polemista ardiente, una conciencia moral, una precursora política y una estratega brillante, una enemiga acérrima de todos los reformistas y revisionistas de todo tipo, una especie de Gramsci en femenino, la encarnación de lo que es un marxista revolucionario. Lo que logró como teórica marxista a menudo se olvida o se pasa por alto en esta leyenda. A veces incluso se intenta hacer de ella una feminista. Pero ella se opuso a tal idea en vida y siempre se negó a desempeñar el papel de la especialista en cuestiones femeninas. No hizo mucho caso al feminismo de su época, en tanto que defendía el movimiento de mujeres como parte integral del movimiento obrero2.
Era consciente de su valía y no le faltaba ambición. Se veía a sí misma de forma muy distinta a como la veían los aduladores de su época (y, de hecho, la mayoría de sus biógrafos). Quería que se la tomara en serio, es decir, que se la viera bajo una luz completamente distinta de la que se tiene hoy en día, sin excepción, como también pasó en 2021, con motivo de su 150 aniversario. Quería ser considerada como una científica social con sus ideas propias, como una economista, ciertamente muy política. Como discípula de Marx, a quien podía criticar —y, de hecho, tomó el riesgo de hacerlo— y mejorar su teoría a través de la crítica. Ella quería nada menos que corregir las ideas centrales de Marx, rectificar sus construcciones teóricas, y así poner en marcha la continuación de la obra marxista, una tarea de apremiante necesidad. Y así emprender las adiciones y ampliaciones, las correcciones de la teoría y de la crítica marxista del capitalismo, que serían las únicas que permitirían defender eficazmente esta teoría contra sus críticos, los revisionistas de su propio campo. Este era, según ella, su propio mérito, y este era este punto de vista bajo el cual quería ser juzgada. Desgraciadamente, la mayoría de sus biógrafos han considerado su pensamiento económico como algo accesorio y lo han tratado con negligencia3.
Rosa Luxemburg estudiante
Solo en Zúrich, Suiza, las mujeres tenían acceso a todos los estudios universitarios. Rosa Luxemburg ingresó en el semestre de invierno de 1889 y empezó estudiando filosofía, matemáticas, botánica y zoología. No fue hasta dos años más tarde que cambió a Derecho, y un año más tarde a Ciencias Políticas, donde se volcó literalmente a la Economía4. El más importante de sus profesores fue Julius Wolf, un decidido opositor a Marx, que más tarde atestiguó que su famosa alumna había sido una alumna muy dotada. Completó sus estudios de economía con una tesis doctoral sobre el desarrollo industrial de Polonia. Este trabajo, muy apreciado, se imprimió inmediatamente, lo cual constituía una rara distinción y un gran honor en la época5.
Hoy en día, esta tesis doctoral de la joven Rosa Luxemburg permanece completamente olvidada. Cuando apareció en 1898, bajo el título El desarrollo industrial de Polonia (publicada por la conocida editorial Duncker & Humboldt), constituyó toda una provocación, sobre todo para sus camaradas en Polonia. Rosa Luxemburg se interesó por las consecuencias de la industrialización de Polonia en el siglo XIX bajo el dominio ruso. El punto central de su exposición concernía la transición, promovida por el estado ruso, hacia una verdadera industria a gran escala en los veinte años comprendidos entre 1850 y 1870. Con la ayuda de numerosas estadísticas, estableció que las “salidas rusas” fueron “el verdadero motor” del desarrollo de la gran industria polaca. Y este desarrollo se había visto favorecido por la supresión de las barreras aduaneras entre Rusia y Polonia, por la construcción de varias líneas ferroviarias que unían Rusia y Polonia, y también por la abolición de la servidumbre en Rusia en 1861 y tres años más tarde en Polonia. En pocos años, la producción industrial polaca se transformó en una gran industria, íntegramente orientada hacia el mercado interior ruso6. Por lo tanto, una Polonia independiente era difícilmente viable desde el punto de vista económico, ya que su economía estaba demasiado integrada con el Imperio ruso y dependía demasiado de su mercado como para transformarse rápidamente en una “economía nacional” puramente polaca. La “fusión capitalista de Polonia y Rusia” obligó al movimiento obrero polaco a marchar junto a su homólogo ruso contra “el dominio del capital polaco-ruso”, en lugar de concentrarse en la lucha por la independencia nacional7. Estas ideas sonaban un poco extremas y le llevaban lejos de ganar amigos dentro del movimiento socialista polaco.
La nueva lectura de Marx por Rosa Luxemburg
A principios del verano de 1898, recién licenciada, Rosa Luxemburg se marchó a Berlín. Quería estar en el centro del movimiento socialista europeo. Escribía con maestría, dominaba la economía moderna y tenía don de palabra; su talento, energía y ambición eran notables. Rápidamente hizo carrera en la socialdemocracia, ayudada por algunos miembros más veteranos y acaso más célebres del SPD. Karl Kautsky y August Bebel la tenían en gran estima8.
Rosa Luxemburg encontró en la socialdemocracia alemana un campo de acción a la altura de su energía y ambición. Aunque no le gustaban los alemanes y nunca se sintió verdaderamente en casa en Alemania, allí se entregó de lleno a su trabajo. Empezó como agitadora en las campañas electorales del SPD, escribió para los periódicos del partido y pronto encontró el entusiasmo de muchos lectores. Ya en septiembre de 1898 le ofrecieron el puesto de redactora jefe del Sächsische Arbeiterzeitung, uno de los principales periódicos regionales del SPD. Aceptó e inmediatamente empezó a transformar el periódico según sus propios puntos de vista. El SAZ recibió una nueva sección, “Panorama económico y sociopolítico”, para la que ella misma escribía los artículos bajo el seudónimo de “ego”9. Desgraciadamente, dejó la redacción del SAZ solo tres meses después.
Ese mismo año polemizó con Eduard Bernstein en una serie de cinco artículos que aparecieron en el Leipziger Volkszeitung a finales de septiembre. Esta serie de artículos, publicada poco después como libro, Reforma o revolución, la hizo repentinamente famosa. Además, apareció por primera vez como teórica del socialismo10. Su texto causó sensación, y no solo por el descaro con el que atacaba a Bernstein, uno de los venerables veteranos del movimiento socialista —un hombre de grandes méritos, que había sido amigo personal de Karl Kautsky, así como de Friedrich Engels—. No fue solo por la polémica directa con la que endureció la disputa en torno al programa del SPD y en la que trató a Bernstein, junto a sus partidarios, como renegados y opositores al socialismo. También causó sensación porque en este texto Rosa Luxemburg puso de manifiesto algo que contradecía la las lecturas dominantes: argumentó sobre la base de hechos económicos, polemizó con Bernstein sobre cómo debían evaluarse los fenómenos en parte nuevos del desarrollo capitalista que habían acompañado y seguido a la primera gran depresión. Este era el verdadero quid del debate: ¿cuáles eran las transformaciones visibles del capitalismo, pasadas y presentes, desde el final de la Gran Depresión? Dejó para Parvus y Kautsky, quienes se ocuparon de ello mucho más profundamente, la disputa sobre las pruebas estadísticas y su interpretación11.
En esta polémica contra Bernstein, formuló uno de los leitmotiv de su obra ulterior: para ofrecer al socialismo una base científica sólida, es necesario estar en condiciones de justificar y explicar que el modo de producción capitalista está llegando históricamente a su fin, y describir cómo. Debe poderse demostrar que el orden capitalista en su desarrollo, “espontáneamente, como resultado de sus propias contradicciones”, según sus propias leyes, llegará al momento “en que se dislocará, en que simplemente dejará de ser posible”. Esta es la “idea fundamental” sobre la que insiste. Que este momento tome la forma de un “colapso”, de una crisis general que se apodere de todo el mundo capitalista, es algo bastante “accesorio”. No es lo mismo afirmar, como hizo ella, con una mentalidad marxista, el necesario “declive” histórico del capitalismo, y asignar a este declive una “forma determinada”12. Bernstein confundió repetidamente las dos ideas. Con esta diferencia entre la “idea fundamental” del fin del capitalismo y la cuestión de la forma histórica de este fin, Luxemburg había encontrado su tema: ¿cómo iba a terminar el capitalismo? ¿Cuándo y cómo chocaría este modo de producción con sus límites históricos?
La tesis del “carácter efímero de la economía capitalista” era para ella el verdadero “secreto de la doctrina marxiana del valor, de su análisis del dinero, de su teoría del capital y, por tanto, de todo su sistema económico”13. El lector contemporáneo puede sorprenderse al ver a Rosa Luxemburg anticipar las tesis centrales de la pretendida “nueva lectura de Marx”. En respuesta a la idea, muy extendida en la época e incluso hoy, de que el economista Marx era partidario de Ricardo, insistió en la “diferencia fundamental” entre la teoría del valor de Marx y la de Ricardo. Marx fue el primero en considerar la producción de mercancías y el trabajo generador de valor como formas históricamente específicas de producción social, el primero en “reconocer en el valor una abstracción, una abstracción realizada por la sociedad en determinadas condiciones”, el primero en dejar atrás las deducciones metafísicas de la economía clásica, en descifrar los “jeroglíficos de la economía capitalista”, en reconocer sus categorías centrales como históricamente determinadas y en establecer que sus relaciones, como la que existe entre el valor y el dinero, se deben a las condiciones históricas y están determinadas por ellas14. La economía tenía que elegir: aceptar el progreso gnoseológico que ella debía a Marx, “avanzar por la vía abierta por Marx o declararse en bancarrota como ciencia”15.
Pero Marx había dejado inacabada su obra maestra, y desde la publicación del Libro 3 de El Capital, en 1894, desde la muerte de Engels en 1895, no había habido más progresos en el marxismo; este parecía estancado. El legado de Marx y Engels estaba en barbecho, la concepción materialista de la historia, un “método de investigación” del que sus inventores “solo habían dejado algunas ideas centrales geniales”, había permanecido hasta entonces tan poco “elaborada y esquematizada como había salido de las manos de su creador”16. El libro 3 de El Capital, que ofrecía la solución al “problema fundamental del edificio económico marxiano”, estaba muy atrasado y tuvimos que contentarnos con la exposición, bastante inacabada, de la teoría del valor que ofrecía el Libro 1”17. ¿Por qué no hubo debate, por qué no hubo investigación, por qué no hubo progreso? No porque la teoría de Marx estuviera anticuada y hubiera sido superada por el desarrollo del capitalismo. Al contrario, porque estaba demasiado adelantada a las necesidades inmediatas del movimiento obrero18. El tiempo de la “teoría del desarrollo capitalista” estaba aún por llegar19.
Karl Kautsky había invitado a la joven Rosa Luxemburg a ayudarle a editar manuscritos inéditos de Marx. Se negó porque quería escribir sus propios libros. En 1905 apareció el primer libro de Teorías de la plusvalía, una parte de un voluminoso manuscrito preparatorio de Marx de 1861-1863. Rosa Luxemburg estaba entusiasmada con él, porque podía estudiar “no los resultados finales, sino el progreso mismo de la investigación de Marx…”20. Sus lecturas la convencieron del carácter totalmente inacabado del proceso de investigación marxiano, un proceso del que Engels había abstraído y reunido, a partir de los manuscritos de Marx, los resultados parciales en los libros 2 y 3 de El Capital.
Rosa Luxemburg enseña y aprende
El movimiento obrero alemán era un movimiento de formación, y el trabajo de formación desempeñaba un papel importante en él. “El saber es el poder”, creían los socialdemócratas. Para formar a sus cuadros, el SPD fundó su propia escuela del partido en Berlín en 1906. Los profesores eran destacados intelectuales del partido. Rudolf Hilferding fue llamado desde Viena para enseñar economía política. Cuando las autoridades al cargo de los extranjeros se lo prohibieron, porque consideraban —acertadamente— la enseñanza en la escuela del Partido como una actividad de orden político, se llamó a Luxemburg, a sugerencia de August Bebel. Ya había dado una serie de conferencias de introducción a la economía nacional, por invitación de la organización del partido en Berlín, y había alcanzado un gran éxito. Como profesora de la escuela del partido, estaba bien pagada y por primera vez tenía un puesto estable que le permitía disponer de tiempo suficiente para sus propios trabajos. De 1907 a 1914 impartió la asignatura “Historia económica y economía nacional” en la escuela del partido desde principios de octubre hasta finales de marzo, a razón de cuatro horas a la semana. Era la mejor y más apreciada entre los enseñantes, “la cabeza espiritual de toda la escuela”21.
De su actividad docente surgieron sus tres obras maestras económicas, La acumulación del capital, publicada en 1913, la Anticrítica (su respuesta a las numerosas críticas del libro), que no se publicó hasta 1921, y su Introducción a la economía política, que Paul Levi compuso en 1925 a partir de los manuscritos que ella había dejado. Rosa Luxemburg empezó a trabajar muy pronto en un libro de texto basado en sus cursos en la escuela del partido. Interrumpió este trabajo porque, según su propio testimonio, se encontró con un fallo a la hora de escribir su capítulo final, el cual deseaba consagrar a las “tendencias de la economía capitalista”. Se encontró con una “dificultad inesperada” y no consiguió exponer con la claridad requerida “el proceso global de la producción capitalista” ni a determinar los “límites históricos objetivos” del capitalismo. Lo que quería explicar era el crecimiento y la expansión capitalistas, la compulsión inmanente a una acumulación incesante y en perpetua aceleración, el impulso hacia la creación de un mercado mundial y de una economía capitalista mundial. ¿Cómo se relacionaban estas tendencias con el fenómeno del “imperialismo”? ¿Por qué todos los grandes países capitalistas se esforzaban por repartirse el mundo, por crear y expandir sus propios imperios coloniales? No podía explicarlo, así que interrumpió su trabajo sobre la Introducción y comenzó en octubre de 1911 a reexaminar la cuestión22. Para resolverla, para ofrecer una “comprensión nueva, estrictamente científica, del imperialismo y de sus contradicciones”, escribió en apenas diez meses una obra de 400 páginas, La acumulación del capital. Su contribución a la explicación económica del imperialismo apareció en enero de 1913 en la editorial Vorwärts, que pertenecía al partido.
A Rosa Luxemburg le gustaba mucho su trabajo en la escuela del partido. Le apasionaba la economía política. Esta era su fuerza. Su ambición era la de contribuir a volver a poner en buena dirección la economía marxista, y la tarea le costó arduo trabajo. La economía política, que ella veía como una “economía mundial”, en oposición a la entonces dominante “economía nacional”, era el elixir de la vida para los socialistas, una necesidad para comprender el presente y para fundar la idea de un orden económico socialista. Nada podía ser más importante para el joven movimiento obrero que adquirir conocimientos económicos fundamentales. Para los socialistas, la economía política era “la ciencia de todas las ciencias; prepara el terreno sobre el que caminaremos en el futuro…”23.
Las conferencias de Rosa Luxemburg en la escuela del partido y su Introducción a la economía política
Solo se ha conservado una parte de su Introducción a la economía política, hay mucho que sigue todavía desaparecido. Algunos trabajos preparatorios fueron hallados y publicados. A partir de su correspondencia, podemos reconstruir los distintos planes de la obra, que debía constar de ocho capítulos y aparecer en una serie de ocho opúsculos: 1. ¿Qué es la economía nacional?; 2. El trabajo social; 3. Historia económica (comunismo primitivo, economía esclavista, economía de corvée, economía de las corporaciones); 4. El intercambio; 5. El trabajo asalariado; 6. La dominación del capital (plusvalía y tasa de beneficio); 7. Las crisis; 8. Tendencias de la economía capitalista24. En el manuscrito que se ha podido conservar faltan las partes centrales: la exposición sobre el trabajo social, de la que solo se han conservado algunas notas, el capítulo sobre el capital, la plusvalía y la ganancia, y el capítulo sobre las crisis.
Hemos recuperado dos cuadernos de apuntes de estudiantes a sus conferencias, uno de Jakob Walcher para el año 1910-1911 y otro, incompleto, de Rosi Wolfstein para el año 1912-191325. Muestran que Rosa Luxemburg dedicó gran parte de sus conferencias a la prehistoria y génesis del capitalismo. En lugar de desarrollar los temas de la mercancía y el dinero, la circulación de mercancías y la producción como categorías, Rosa Luxemburg ofreció a los estudiantes del partido un resumen de la historia económica europea, en el que situó en el centro el desarrollo de las ciudades, el comercio, la producción de mercancías, el sistema gremial, el sistema monetario y la producción de oro. Luego les presentaba los libros 2 y 3 de El Capital de Marx. Pero no totalmente: centrándose en los temas que ella consideraba centrales. Les presentó el libro 2 como la vía más importante para la explicación de las crisis del capitalismo. Sin embargo, comunicó a sus alumnos sus crecientes dudas sobre el análisis de Marx acerca del proceso de acumulación al final del Libro 2, mientras que trabajaba en 1911 y 1912 en su crítica a Marx y en su propia versión de la teoría de la acumulación. Tenía buenas razones para mantener en secreto su crítica a Marx. Porque si ella tenía razón, significaba que el propio gran Marx no podía dar una respuesta satisfactoria a la pregunta crucial de la economía política: “¿Cómo es posible el capitalismo?”. Solo bajo condiciones muy específicas, que distan mucho de ser universales y que solo confluyen en una constelación histórica muy particular. Pero ésta era solo la primera parte de la respuesta, ya que la economía política tenía que mostrar “cómo esta economía producía por sí misma… más y más contradicciones”. La respuesta completa a la cuestión de las condiciones de posibilidad del capitalismo debía formularse de la siguiente manera: “se vuelve imposible a un cierto nivel de su desarrollo”26. Por lo tanto, era necesario estudiar los límites de la expansión y el desarrollo del capitalismo, los límites inmanentes y externos de la acumulación capitalista, y poder demostrar que era cada vez más difícil, costoso, largo y arriesgado hacer retroceder estos límites. A la larga, “la imposibilidad del capitalismo se hace evidente”, como escribió Rosa Luxemburg en la conclusión de su Introducción27.
La crítica de Luxemburg a Marx
Rosa Luxemburg se tomó en serio lo que Marx sabía y lo que Engels había dejado claro: la obra maestra de Marx, El Capital, había quedado inconclusa. Tras la muerte de Marx, Engels había compuesto los libros 2 y 3 a partir de indicaciones y manuscritos, y los había publicado en 1885 y 1894 respectivamente. Para la biografía de Marx escrita por Franz Mehring y aparecida en 1918, Rosa Luxemburg escribió una breve reseña de los libros 2 y 3 de El Capital. Insistió en que se trataba de análisis inacabados, incompletos. Había que considerar los dos últimos libros de El Capital no como “una resolución definitiva y completa de todos los problemas importantes de la economía nacional”, ya que no contenían “en parte más que el planteamiento de estos problemas”, así como indicaciones sobre “la dirección en la que debía buscarse una solución…”28. En el capítulo final de su Introducción, Luxemburg quería explicar por qué el desarrollo capitalista debe conducir necesariamente al imperialismo. Quería ofrecer una “prueba estrictamente económica” y tropezó con las fórmulas marxianas al final del Libro 2 de El Capital, lo que hoy conocemos como los “esquemas de reproducción”. Durante mucho tiempo le resultaron “poco familiares” y, al releerlas, encontró “un error tras otro”. Tenía que enfrentarse seriamente a estos errores de Marx, de lo contrario no podría exponer correctamente su concepción29. Quería hacer más en su libro sobre “la acumulación de capital”, quería poner el viejo debate acerca del imperialismo sobre una nueva base.
La obra de Luxemburg se divide en tres secciones: en la primera, intenta retomar el problema, no resuelto de Marx, de la reproducción ampliada (acumulación); en la segunda, expone la historia de los debates en torno a este problema, desde los economistas clásicos hasta sus contemporáneos marxistas rusos. Y en la tercera y última sección, primero presenta su solución al problema (en dos capítulos) y luego expone, en los seis capítulos siguientes, cómo la solución a este problema se impone, históricamente, en el proceso de colonización y expansión imperialista de los principales países capitalistas.
Su obra adolece de varias confusiones. Aunque señala, como ya habían hecho Marx y Engels, su editor, algunas lagunas y análisis parcialmente inacabados (por ejemplo, sobre el papel mediador de la circulación monetaria o la producción de oro), es manifiesto que no entiende la modelización marxiana, en particular la diferencia analítica entre reproducción “simple” y “ampliada”, que ella trata como un relato de un proceso histórico. Pero para Luxemburg está claro que Marx construyó modelos sujetos a una serie de hipótesis que enuncia explícitamente, en particular la de una economía capitalista cerrada, sin comercio exterior, sin relaciones con economías no capitalistas. En esta hipótesis, el capital mundial puede crecer indefinidamente dentro de una economía puramente capitalista, sin perturbaciones ni crisis. Rosa Luxemburg no podía aceptarlo.
Aunque sabía que se trataba de un texto inacabado, un manuscrito de investigación escrito en parte como “aclaración para sí misma”, se dejó llevar por las reflexiones tentativas de Marx sobre las pistas de un falso problema. Si la masa de capital social crece, entonces también lo hace (para una productividad del trabajo y una composición del capital constantes, el caso más simple postulado por Marx) la masa de mercancías que entran en circulación. Marx se equivocaría al afirmar que la masa de dinero en circulación también debe crecer. Luxemburg le corrige: no, no se trata de la cantidad de dinero en circulación, sino de la demanda efectiva. ¿De dónde procede esta demanda adicional, quién compra la masa adicional de mercancías en las que se encarna la plusvalía que ha crecido como resultado de la acumulación? Es en este punto donde Luxemburg se ve envuelta en errores, arrastrada por los complicadísimos ejemplos numéricos con los que Marx va remendando sus manuscritos. El crecimiento de la masa de plusvalía se traduce en el crecimiento de la masa de mercancías en ambas secciones. Esta es adquirida en parte por los capitalistas (en la medida en que adopta la forma de medios de producción adicionales), en parte por los asalariados y los capitalistas (en la medida en que adopta la forma de medios de consumo adicionales). El esquema marxiano, formulado en términos algebraicos, es correcto. Pero Luxemburg queda atrapada en un problema aparente que parece insoluble, al menos en el marco de las hipótesis de Marx.
En la segunda sección, dedicada a la historia de las teorías, Luxemburg pretende mostrar que este problema se tomó en serio antes y después de Marx. No se interesa principalmente por los debates clásicos. Se ocupa sobre todo de sus contemporáneos, especialmente de Tugan-Baranovski y otros marxistas rusos, que habían sostenido que el capitalismo podía crecer sin límites o que podía desarrollarse sin un verdadero mercado exterior. Ella sabe que Marx había refutado la tesis clásica de las “terceras personas”, que asegurarían el crecimiento a través de su demanda. Pero se queda corta en la forma en que Marx había planteado el problema, lo rebate y presenta su solución como una variante de la teoría de las “terceras personas”. Una variante particular, ya que busca el origen de la demanda efectiva adicional fuera del espacio capitalista y cree encontrarlo en espacios o entornos no capitalistas. Marx había hecho abstracción de este mundo exterior y, según ella, esta abstracción había ido demasiado lejos.
En la tercera parte del libro, presenta su propia solución al problema: si la continuación de la acumulación capitalista es imposible en un mundo capitalista cerrado, requiere el mundo exterior de los espacios no capitalistas, como fuente, al menos potencial, de demanda adicional. Las masas de valor que no pueden venderse en el capitalismo puro no pueden ser compradas, la plusvalía adicional incorporada en ellas solo puede realizarse mediante una demanda adicional procedente del exterior. Para que esta fuente sea fructífera, los actores capitalistas deben promover la “anexión territorial”, deben apropiarse de aquellas partes del mundo que producen y viven de forma no capitalista. Esta es la verdadera causa económica de la expansión del capitalismo, que toma la forma de conquista colonial, de formación y expansión de imperios.
El debate sobre Luxemburg
Luxemburg fue reconocida, incluso célebre, pero su libro no tuvo mucho éxito. Fue criticado por todas las personas competentes con las que la socialdemocracia alemana y austriaca contaba. La mayor parte de veces con cortesía, pero con dureza. La opinión unánime de la crítica, desde Otto Bauer hasta Lenin y Anton Pannekoek, fue la siguiente: Luxemburg se había equivocado radicalmente sobre un punto en su obra. Su problema no era insoluble, sino simplemente mal planteado, y la argumentación de Marx podía de hecho llevarse hasta el final con sus hipótesis. La Acumulación de Luxemburg fue pronto unánimemente rechazada. Solo una persona elogió su libro, Franz Mehring, cuya opinión no tenía ningún peso en el debate económico. Luxemburg se sintió muy decepcionada y ofendida. Incluso con la Anticrítica, escrita dos años más tarde en la cárcel, en la que intentó responder a las objeciones de sus críticos, no logró convencer30. Pero Luxemburg había iniciado, con su obra maestra económica, un debate que continuaría mucho después de su muerte. Sin querer y sin saberlo, había llevado a los economistas marxistas, desde Otto Bauer hasta Michał Kalecki, a tener en cuenta de manera cada vez más precisa y a estudiar cada vez más profundamente los problemas de la dinámica del crecimiento capitalista. Y ello a pesar de que, con excepción de Fritz Sternberg, rechazaron su crítica de Marx y su explicación económica del imperialismo31.
¿Qué ofrece el análisis luxemburguiano del imperialismo?
En la tercera parte de su libro, Rosa Luxemburg trata de mostrar, en seis capítulos, cómo se puede llevar a cabo el proceso de expansión del capitalismo en espacios no capitalistas. Esta parte es considerada por la mayoría de sus partidarios, hasta el día de hoy, como la más exitosa, porque argumenta histórica y empíricamente. Incluso aquellos que consideran errónea su crítica a Marx en la primera parte del libro pueden estar convencidos sobre algunas de sus críticas a las prácticas coloniales de las potencias imperialistas.
Sin embargo, en esta parte contradice muy claramente la afirmación central de su libro: que la insuficiente demanda efectiva para “el resto de las mercancías invendibles” que supuestamente debe frenar, o incluso imposibilitar por completo, la acumulación en los países capitalistas, no puede provenir de los espacios o países no capitalistas. Estos últimos no pueden absorber las mercancías excedentes de los países capitalistas, precisamente porque no son capitalistas. En los países o espacios no capitalistas no puede generarse una demanda adicional suficientemente grande para este excedente de mercancías de los países industriales capitalistas. Rosa Luxemburg simplemente lo constata32. Pues en estos países, en estos espacios, encontramos formas de economía natural o de subsistencia, sin mercados y sin dinero. Carecen de la estructura económica y social susceptible de absorber grandes cantidades de mercancías del mundo capitalista desarrollado. Y esto es así independientemente de que estos países o zonas estén colonizados o no. Hay varias otras razones para ello. En primer lugar, los habitantes de estos países o espacios no capitalistas no necesitan las mercancías producidas por los países capitalistas, pues estas no tienen (o tienen muy poco) valor de uso para ellos. Salvo contadas excepciones, pueden producir ellos mismos las cosas que realmente necesitan, en cantidades suficientes para sus necesidades y con una calidad superior. Es el caso de las economías de subsistencia, en las que las comunidades se ocupan de sí mismas. En segundo lugar, aunque los habitantes de estos espacios o países sintieran la necesidad o el deseo de obtener bienes del mundo capitalista y los prefirieran a los bienes de uso de los que ya disponen, sencillamente no tendrían dinero para comprarlos. El trueque —es decir, el intercambio en especie de productos locales, como pieles o materias primas, por mercancías del mundo capitalista— sería una salida, pero sería del todo insuficiente y accesoria. En tercer lugar, los habitantes de los países y espacios no capitalistas ya están familiarizados con la producción de mercancías, el dinero y el comercio. En viejos países altamente civilizados como China, Japón o Corea, las mercancías que ofrecía el mundo capitalista se encuentraban sencillamente rechazadas. Lo que ofrece el mundo capitalista no atrae a los compradores potenciales de estos países y espacios. Tienen algo mejor, están acostumbrados a algo mejor, y no quieren gastar el dinero que tienen en algo que consideran cualitativamente no tan bueno.
Para Rosa Luxemburg este no es el fin sino el principio del análisis del imperialismo. Con economías naturales y de subsistencia, el capitalismo desarrollado no puede emprender nada, aun cuando en estos espacios o sociedades no capitalistas exista, marginalmente, una pequeña producción de mercancías, comercio ocasional y de negocios entre comunidades locales. Estos países y sociedades solo pueden constituir salidas comerciales para las mercancías excedentes, fuentes de compra de materias primas y una reserva de fuerza de trabajo si se transforman radicalmente. Este es el verdadero sentido de la anexión de tierras: las economías naturales, las economías campesinas de subsistencia, los pequeños productores con su comercio marginal, deben transformarse en economías de mercado monetario, produciendo permanente y exclusivamente mercancías. Esto es lo que debía traer la colonización por parte de las potencias capitalista, por todos los medios, y que históricamente ha traído: la destrucción de las economías naturales, de las economías de subsistencia y de las formas existentes de producción de mercancías a pequeña escala, no capitalistas. Luxemburg dedica tres capítulos a la forma en que las potencias coloniales llevan a cabo esta violenta transformación en diferentes partes del mundo: uno dedicado a “la lucha contra la economía natural”, otro a “la introducción de la economía mercantil” por todos los medios posibles, y uno final a “la lucha contra la economía campesina”33.
El relato histórico de Luxemburg, por breve y selectivo que sea, va al meollo de la cuestión: el colonialismo europeo ha desencadenado un largo proceso de transformación con una violencia de notables consecuencias. Pero esto no salva el argumento central de su libro, la necesidad del colonialismo o del imperialismo para la acumulación de capital en los grandes países capitalistas. Incluso en los casos más favorables para los países capitalistas, incluso cuando los países o espacios no capitalistas ocupados eran ricos en recursos de oro y plata (que todavía eran las mercancías monetarias en el mundo capitalista) u otras materias primas, incluso si los habitantes de estos países o espacios tenían los medios para comprar las mercancías excedentes del mundo capitalista (con su oro o plata) o para cambiarlas por él (por materias primas), el argumento no es convincente. Pues antes de poder transportar oro, plata o materias primas al mundo capitalista tras la anexión, es necesario construir minas, carreteras y puertos y establecer una red internacional de transporte y comercio. El bandolerismo y el saqueo, como aparecen con cada anexión violenta, solo llegan hasta cierto punto. Para obtener oro, plata y materias primas de los países colonizados de manera regular y en la forma adecuada, las potencias coloniales tienen que invertir en las colonias.
Este es precisamente el punto de partida que nos ofrece Rosa Luxemburg para el análisis de la anexión capitalista. La colonización y penetración de países y espacios no capitalistas es un proceso completamente contradictorio y sobre todo muy costoso. Para crear salidas en las colonias, para hacer posible la explotación de la fuerza de trabajo y la apropiación de los recursos (tierra y recursos del suelo), las potencias coloniales, ya sean Estados o empresas privadas, tienen que invertir mucho capital en sus colonias, a gran escala y a largo plazo. Las colonias cuestan dinero y reportan pocos beneficios; fundar o mantener un imperio es aún más caro y puede arruinar a los estados más poderosos. Este argumento era bien conocido por los economistas de los siglos XVIII y XIX. El propio Marx lo sabía y comentó el debate sobre si las colonias cuestan más de lo que reportan. La mayoría de los historiadores económicos consideran actualmente que las colonias y los imperios coloniales han sido, para la mayoría de las potencias coloniales modernas, una empresa más deficitaria que rentable. Muchos capitalistas individuales, muchas empresas capitalistas obtuvieron ganancias considerables, pero para la mayoría de los estados fue una historia diferente. En la época de Luxemburg, por tanto, hubo serias controversias en torno a la política colonial. El canciller del Reich, Otto von Bismarck, no quería colonias alemanas, ya que serían demasiado caras y no servirían al Estado ni a la economía en su conjunto; Alemania no era lo suficientemente rica como para permitirse colonias34.
Luxemburg se percató muy bien de la violencia, el coste y la dimensión destructiva de los métodos de colonización. La destrucción de las economías campesinas de subsistencia, la destrucción de la artesanía campesina y de la pequeña industria nacional (como la muy desarrollada industria del tejido en la India) condujeron a la pauperización y a la esclerosis masiva de regiones enteras, pero sin ninguna salida floreciente para las mercancías de los grandes países capitalistas. Para poder producir algo parecido a una economía de mercado generalizada en sus colonias, las potencias coloniales tuvieron que invertir cada vez más: en carreteras, en la construcción y establecimiento de ferrocarriles y líneas de telégrafo, en una administración y un ejército coloniales. Dado que los modernos impuestos monetarios podían acelerar la transformación de las economías campesinas en plantaciones que produjeran para el mercado mundial, pero no bastaban para cubrir los costes de la colonia, y mucho menos la necesaria inversión en infraestructuras, los préstamos internacionales resultaron inevitables. Luxemburg dedicó cierta atención a estos préstamos. Sin embargo, las finanzas internacionales no entraron en juego hasta bastante tarde, cuando la transformación de países y zonas anteriormente no capitalistas en economías de mercado productoras de mercancías ya estaba muy avanzada y eran posibles nuevas transformaciones. En cuanto las ramas de producción y las regiones se encontraban (proto)industrializadas en las colonias, los bancos y los empresarios pueden hacer buenos negocios en los grandes países capitalistas desarrollados.
¿Qué queda de Rosa Luxemburg?
Aunque la explicación de Luxemburg sobre la necesidad del colonialismo y del imperialismo no fuera errónea, seguiría siendo del todo insuficiente. Identificó bien el problema de los costes y riesgos de la empresa colonial, así como el carácter de la colonización como proceso de transformación violenta. Sin embargo, pasó por alto la enorme importancia de la rivalidad entre las grandes potencias capitalistas de Europa y América, es decir, la lucha secular entre Estados por la soberanía, la dominación y la hegemonía. Menciona acertadamente la rivalidad entre las grandes potencias, pero no desempeña ningún papel en su intento de explicar el imperialismo. Sin embargo, “la acumulación de capital es un proceso no sólo económico, sino político”, como ella bien sabía35.
Mucho de lo que hoy interesa a los partidarios (y adversarios) de Marx le parecía completamente indiferente. No habló de la dialéctica más que ocasionalmente, sin dejar ninguna explicación detallada de su método36. Prestó poca atención al famoso modo de exposición de Marx en El Capital, consideró que el Libro 1 estaba cargado de un decoro barroco que no le gustaba, y encontró los Libros 2 y 3 con lagunas y deficiencias (y con razón). Seguía siendo insensible a la famosa “ley” de la tendencia decreciente de la tasa de beneficio, que se ha convertido para muchos en la “ley” más importante del capitalismo. Aunque esta ley aparece una vez, muy directamente, en su trabajo sobre la acumulación, no tiene ninguna relación con el curso de su argumentación37. “Queda aún tiempo para que sobrevenga”, observa lacónicamente, “por este camino [la caída de la tasa de ganancia], la rendición del capitalista…”38. La teoría marxiana del fetichismo de la mercancía no se le había escapado ni a ella ni a sus contemporáneos ligeramente despiertos, pero no mostraba ninguna tendencia a dedicarle un culto esotérico, como les gusta hacer a muchos de los actuales adoradores de Marx.
Estaba convencida de que vivía en un periodo de transición, pero dentro de un capitalismo muy desarrollado y no senil. El momento de la imposibilidad del capitalismo aún tardaría en llegar. La decadencia de un capitalismo que se había vuelto incapaz de hacer frente a sus contradicciones económicas inmanentes, era para ella una “ficción teórica” que solo debía utilizarse con fines analíticos. Al final de su inacabada Introducción a la economía política, vuelve sobre el problema de los límites del capitalismo. Es cierto que la expansión y el desarrollo del capitalismo como sistema mundial son procesos cada vez más lentos y difíciles, pero continúan. Incluso en los viejos países industriales de Europa, sigue habiendo grandes regiones y sectores que no han sido “explotados de forma capitalista”. Si consideramos el mundo entero, el capitalismo está lejos de ser dominante, solo domina una “pequeña fracción”, islas capitalistas, aunque su influencia se extienda mucho más allá de su extensión espacial39. La cuestión decisiva para Luxemburg era, por lo tanto, cómo tendría lugar la extensión violenta del capitalismo, que siempre era posible, y la expulsión y transformación de todas las formas de producción atrasadas por la producción capitalista desarrollada. Y cómo podría desarrollarse y transformarse de nuevo el capitalismo una vez convertido en el modo de producción dominante a escala mundial. Esta cuestión es aún más apremiante para nosotros hoy que en la época de Rosa Luxemburg.
1Véase Luxemburg, R. “La Revolución Rusa”, Gesammelte Werke, Volumen 4, Berlín, Dietz, 1990, pp.332-364. [En adelante nos referiremos a las Gesammelte Werke como GW seguidas del número de volumen]. Este manuscrito inacabado fue escrito en la primavera de 1918, en la cárcel, y solo fue publicado bajo este título en 1922 por Paul Levi.
2A pesar de su amistad con Clara Zetkin, y a pesar de su simpatía por el movimiento proletario femenino, se mantuvo alejada del “mundo de las mujeres” durante su vida, como solía decir burlonamente [Nota del traductor: el término feminista hace aquí referencia al movimiento sufragista de la época, del que el movimiento socialista de mujeres se encontraba marcadamente distanciado].
3Es el caso, por ejemplo, de John Peter Nettl, que no sabía qué hacer con Rosa Luxemburg la economista y que solamente dedica un breve apéndice al final de su extensa biografía a todo su pensamiento económico [edición castellana: Nettl, J.P. Rosa Luxemburgo. México: Ediciones Era, 1974]. Lo mismo ocurre con el autor de la última biografía de Luxemburg, Ernst Piper, que solo dedica 7 páginas de 832 a su obra maestra económica y a los debates que la siguieron (véase Piper, Ernst. Rosa Luxemburg. Ein Leben, Munich: Pantheon, 2019, pp.412-419).
4Conservó su afición por la botánica y la zoología durante el resto de su vida.
5Luxemburg, R. Die industrielle Entwicklung Polens, GW 1/1, Berlín, Dietz, 1970, pp.113-216. [Edición en castellano: Luxemburg, R. El desarrollo industrial de Polonia y otros escritos sobre el problema nacional. Buenos Aires: Pasado y Presente, 1979].
6Ibid, p.147.
7Ibid., p.211.
8“Rosa […] es una mujer buena y muy inteligente y hará sudar a tu hombre”, escribió August Bebel, el benévolo patriarca del partido, sobre la joven talento a su amigo Victor Adler, a quien no le gustaba nada (carta del 29 de septiembre de 1898, en Adler ,Victor. Briefwechsel mit August Bebel und Karl Kautsky, Viena, Verlag der Wiener Volksbuchhandlung, 1954, p.250).
9Rosa Luxemburg escribió en total cuatro panoramas económicos y sociopolíticos, en los que se ocupó de los acontecimientos en diversos países y de los desarrollos y cambios en el mercado mundial y en la política mundial. Fueron reimpresos en GW 1/1, op. cit.
10Luxemburg, R. Sozialreform oder Revolution, GW 1/1, op. cit, pp.367-445 [ed. cast.: Luxemburg, R. Reforma o revolución, Madrid: Akal, 2015].
11Luxemburg, R. “Kautskys Buch wider Bernstein”, GW 1/1, op. cit, pp.537-554.
12Luxemburg, R. Sozialreform oder Revolution, GW 1/1, op. cit, p.375.
13Ibid., p.415.
14Luxemburg, R. “Zurück zu Adam Smith!”, GW 1/1, op. cit, p.735.
15Ibid., p.737.
16Luxemburg, R. “Stillstand und Fortschritt im Marxismus”, GW 1/2, Berlín, Dietz, 1970, p.364.
17Ibid., p.365.
18Ibid., p.368.
19Luxemburg, R. “Karl Marx”, GW 1/2, op. cit, p.370.
20Luxemburg, R. “Aus dem literarischen Nachlass von Karl Marx”, GW 1/2, op. cit, p.468.
21Kautsky, Luise. Rosa Luxemburg. Ein Gedenkbuch, Berlín, Laub’sche Verlagsbuchhandlung, 1929, p.37.
22Véase el breve prefacio de diciembre de 1912, en el que Rosa Luxemburg explica que se encontró con un problema no resuelto en Marx. Ella ve su obra como un intento de “formular con toda exactitud científica este problema” (Luxemburg, R. Die Akkumulation des Kapitals, GW 5, Berlín 1990, p.7 [edición en castellano: Luxemburgo, R. La acumulación del capital, México, Grijalbo, 1967/1978, p. 9]). Y este intento, aunque fallido, la convierte en una de las grandes economistas marxistas. La mayoría de los marxistas actuales se niegan a pensar, o son incapaces de hacerlo, que pueda haber algo así como un problema sin resolver en El Capital de Marx.
23Así describe el Vorwärts del 20 de octubre de 1907 la posición de Luxemburg. El informe se refería a la serie de conferencias introductorias sobre economía política que Luxemburg dio en el restaurante Deutscher Hof, en el barrio de Kreuzberg, en octubre y noviembre de 1907. Según los informes policiales, asistieron a las conferencias 4.500 personas, una quinta parte de las cuales eran mujeres (véase “Vortragszyklus zur Einführung in die Nationalökonomie im Oktober / November 1907 in sechs öffentlichen Versammlungen der deutschen Sozialdemokratie in Berlin”, GW 7/1, Berlín, Dietz, 2017, pp.105-115). Las citas se encuentran en las páginas 107 y 108.
24Véase la carta de Rosa Luxemburg a Leo Jogiches del 7 de febrero de 1910, así como su carta de finales de febrero/principios de marzo de 1910 (Luxemburg, R. Gesammelte Briefe, Vol. 3, Berlín, Dietz, 1984, págs. 115 y 117). El borrador final del libro que envió en 1916 a su editor, Heinrich Dietz, contenía diez capítulos con títulos ligeramente modificados, tres de los cuales estaban dedicados a la historia económica (capítulos 3 a 5), seguidos de un capítulo sobre la producción de mercancías (carta a Heinrich Dietz, 28 de julio de 1916, en Luxemburg, R. Gesammelte Briefe, Vol. 5, Berlín, Dietz, 1987, p.130).
25Estos dos folletos se publicaron en GW 7/1.
26Luxemburg, R. “Fragmente über Widersprüche und Tendenzen des Kapitalismus”, GW 7/1, Berlín, Dietz, 2017, pp.208 y 209.
27Luxemburg, R. Einführung in die Nationalökonomie, GW 5, op. cit. p.778 [edición en castellano: Luxemburgo, R. Introducción a la economía política, Madrid: Siglo XXI, 1974, 2015].
28Luxemburg, R. “Der zweite und der dritte Band [des “Kapitals”]”, GW 4, Berlín, Dietz, 1990, p.291.
29Carta a Kostia Zetkin del 11 de noviembre de 1911, en Luxemburg, R. Gesammelte Briefe, Volumen 4, Berlín, Dietz, 1987, p.124.
30Luxemburg, R. Die Akkumulation des Kapitals oder Was die Epigonen aus der Marxschen Theorie gemacht haben. Eine Antikritik, GW 5, op. cit. pp.413-523. [ed. cast. pp.365]
31Sobre este punto, véase Krätke Michael R., “On the Beginnings of Marxian Macroeconomics”, en Dellheim Judith y Wolf Frieder Otto (eds.), Rosa Luxemburg. A permanent Challenge for Political Economy, Londres, Palgrave Macmillan, 2016, pp.123-155.
32Véase por ejemplo Luxemburg, R. Die Akkumulation des Kapitals, en GW 5, op. cit. p.316 y ss [ed. cast. pp.305 y ss].
33Luxemburg, R. GW 5, op. cit. pp.316-364 [ed. cast. pp.283, 323].
34Véase Baumgart Winfried, “Bismarcks Kolonialpolitik”, en Kunisch Johannes (ed.), Bismarck und seine Zeit, Berlín, Duncker & Humboldt, 1992, pp.141-153.
35Luxemburg, R. Die Akkumulation des Kapitals, GW 5, op. cit. p.519 [ed. cast. p.451].
36Las observaciones más detalladas sobre la dialéctica se encuentran en su libro Reforma o revolución, como respuesta al abandono de la dialéctica por Bernstein.
37Luxemburg, R. Die Akkumulation des Kapitals, GW 5, op. cit, p.316 [ed. cast. p. 282].
38Luxemburg, R. Die Akkumulation des Kapitals oder Was die Epigonen aus der Marxschen Theorie gemacht haben, GW 5, op. cit, p.446 [ed. cast. p. 393: “…algo así como lo que queda hasta la extinción del Sol” N. del T.].
39Luxemburg, R. Einführung in die Nationalökonomie, GW 5, op. cit. p.778 [ed. cast. Luxemburg, R. Introducción a la economía política, op. cit. p.301].
Traducción:Edgar Manjarín
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Fuente: Sin Permiso
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