León Gieco: “Mis mejores respuestas están en las canciones”/ Ver- El nuevo disco de Gieco, sorprendente ruptura y bella continuidad

 

Presenta en exclusiva “El hombrecito del mar”.

 

Esta semana aparece un disco en el que una impactante galería de invitados le da aún más brillo a una serie multifacética de canciones. León habla de la experiencia de grabar en pandemia, el paso del tiempo, los amigos eternos y cuál es el verdadero éxito… entre muchas otras cosas.

Por Eduardo Fabregat*
11 de diciembre de 2022
"Sin ser un sabio, uno va aprendiendo qué hacer con sus dudas y sus angustias. Tal vez eso sea lo que se ve reflejado en las letras" (Fuente: Gentileza Rubén Andón)
“Sin ser un sabio, uno va aprendiendo qué hacer con sus dudas y sus angustias. Tal vez eso sea lo que se ve reflejado en las letras”. Imagen: Gentileza Rubén Andón

 

El final puede parecer absurdo, pero en realidad tiene que ver con la deriva de la charla y el interlocutor. Apenas unos minutos después de la despedida, en el éter se cruzan dos audios de whatsapp de idéntico contenido y similar nivel de arenga.

-Willie Nelson!!!!!

-Willie Nelson, la puta que lo parió!!!!

Una charla relajada con León Gieco bien puede terminar así, un bonus track a largas  horas paseándose por todo. “Ultimamente las charlas están salpicadas de ese ‘¿cómo se llamaba…?”, dice uno. “Demasiada información en la cabeza”, responde León, risueño, al enésimo intento infructuoso de recordar el nombre de ese totem del folk estadounidense, que aparecerá en la sesera de ambos a destiempo, pero con la potencia de una revelación inolvidable. Willie Nelson, Willie Nelson se llamaba, la puta que lo parió.

Siempre es un placer hablar con Gieco, protagonista del rock y la música popular argentina desde allá lejos y hace tiempo, usina inagotable de anécdotas y vivencias típicas de quien no acostumbra quedarse quieto. Y si además León está volviendo con El hombrecito del marsu primer disco de estudio en once años, y ese disco es una verdadera bomba, el gusto por la conversa se multiplica al infinito. Pero por sobre todo están las canciones: Gieco guarda celosamente un CD-R sin mayores etiquetas, y quiere que uno lo escuche así, “no con ese sonido todo aplastado del MP3”, porque le ha puesto tanto amor a esta grabación, e intervienen en ella tantos amigos e invitados de alta gama, que quiere que la experiencia sea completa. “El otro día lo puse en el auto y se llenaban los parlantes y estaba buenísimo, ese sonido del CD que te rompe todo, viste, yo quiero que lo escuches así”, dice y le brillan los ojos, lo desborda un entusiasmo de pibe con su disco que desmiente su veteranía, tantos y tantos albumes y shows y acciones y subirse al escenario porque no hay modo de que la música no lo atraviese, siempre.

Entonces hay que dar play y sí, los parlantes estallan con “Todo se quema”.

Hemos visto argentinos, arrogantes futboleros

Creer que todo el mundo está pendiente de lo nuestro

Ansiedad, paranoia, Síndrome de Estocolmo

Vitorean a los chorros que otra vez se llevan todo

Quién se quedó con el dinero que gasté pegando estampillas

en mi libreta de ahorro

¿Y dónde está el ladrón?

Sentado en un balcón, en un sillón, como Nerón

Mirando como todo se quema.

 

 

 

Con el aporte del mexicano Jaime López y la gran Claudia Puyó en voces, con jugadores del peso de Vinnie Colaiuta en batería, Luis Conte en percusión, Leland Sklar en bajo y Michael Thompson en guitarra, con el inseparable Luis Gurevich en composición y teclados, León abre su regreso discográfico con otra de esas síntesis que lo han colocado siempre con comodidad en varios mundos estilísticos. Gieco asume con naturalidad un chamamé o un rock furioso. Gieco puede ir de ahí a un rap como “Alimentación.com” y de ahí a una canción tan climática y melancólica como “Por hoy” y no es de aquí ni de allá, es de todas partes.

Le digo que es un disco “indiscutiblemente Gieco”, pero también un disco esperanzado, no la típica expresión de un hombre que ya ha visto demasiadas cosas y quizá pueda dejarse ganar por el cinismo o el cansancio. “Es así… lo que pasa es que ya no soy el mismo, ni el de los 20, los 40 o los 60”, dice y lo piensa un poco. “Yo ya di la vuelta al espanto y creo que este es un disco adulto. Uno aprende que todos los acontecimientos se los puede percibir desde diferentes ángulos, como la vida misma, algo que no es lineal: a veces uno está bien, está mal, estás en paz, estás enamorado o no, harto de todo, entusiasmado, bajoneado… pero ojo, si te fijás me parece que en todas mis canciones siempre hay un nudo esperanzado.

El paso del tiempo es un tema que vuelve cada tanto. Y es algo que viene desfilando frente a sus ojos: con paciencia y amor, León fue recolectando toda clase de objetos y recuerdos para armarse una suerte de museo que concentra su rica historia. No podía estar en otra parte que en Cañada Rosquín, ese pueblo que en realidad nunca abandonó, ni cuando las luces capitalinas le sonrieron o aparecieron las giras internacionales y la admiración de colegas encumbrados. Aun no tiene la fecha definitiva de apertura, pero le resulta absolutamente natural que esté allí, frente a la plaza, una sencilla forma de anudar los lazos de su historia. “El pueblo nunca fue algo que ‘dejara’, acordate que mi plan era irme a Capital, grabar un disco, tocarlo y volverme. La vida me llevó por todos lados y yo soy un agradecido, pero mi pueblo… mirá, en el disco puse al final ‘El orgullo’, un tema que lo grabé con nada, con el celular, en una sola toma: soy yo con mi guitarra y la armónica y se escuchan los pajaritos, y me parece tan valioso como lo que hicimos en todo el resto del disco, esos musicazos, con toda la tecnología por la pandemia. Pero quería ponerlo ahí, cuando estás terminando el viaje de las canciones del disco, porque ese también soy yo”.

No es difícil imaginarlo: cuando se producen intercambios de audios de whatsapp, la voz de León casi siempre viene con un coro de pajaritos. Como dice otra de las canciones del disco: Dios naturaleza.

Flor perlada de los sauces

Soy aroma de olivares, soy aurora y quietud

Soy infancia de alcanfores, laurel y fruta dulce

Soy silencio y soy luz.

León habla y cuenta. Por momentos la charla se encarrila hacia las canciones, pero siempre hay mucho en su carretel, y tarde o temprano la cosa se desmadra. Dice que hoy se mueve cómodo en la industria, que de algún modo han comprendido quién es, que tiene una obra que lo respalda, discos y canciones que están allí y lo explican todo, que puede darse el gusto de grabar con “los musicazos” que intervienen en este nuevo álbum (ver aparte). Pero al hablar de la industria de pronto se ríe y recuerda la anécdota de un músico amigo “que es un oso de peluche, te juro, más bueno imposible”, pero un día perdió la paciencia con un ejecutivo discográfico y estuvo a punto de entrarle a trompadas.

-Es gracioso porque es algo que muchos dirían de vos, que sos más bueno que un oso de peluche… ¿cómo hacés para bancar el peso de que te vean y quieran sumarte a alguna causa?

-No es un peso, en serio… me supera, no puedo evitarlo, se me acerca alguien y me cuenta que se necesita tal o cual cosa en tal lado, que hay una persona o un grupo de personas que está sufriendo por algo, que necesitan una mano, y me sale sumarme. Es más fuerte que yo. Obvio que a veces uno no tiene energía, o está con otra cosa, pero surge algo y se me borra todo, quiero estar. Solamente cuando de verdad es imposible… pero igual es cierto, me cuesta mucho decir que no.

De todos modos, en los últimos tiempos León se vio obligado a dosificar su voz. Una de sus cuerdas vocales se muestra en rebeldía, y está haciendo todo por recuperarla sin tener que recurrir al cuchillo, esa pesadilla de cualquier cantante. La situación lo llevó a no poder participar de un concierto en el que le hubiera encantado estar, la visita al Centro Cultural Kirchner de una cantante que descubrió casi por casualidad y que terminó brindando otro de los múltiples colores de El hombrecito del mar en “Estuche”. “Teníamos esta canción de Guro y con letra de Alicia (Scherman, su compañera de años) y mía, que era un tanguito pero queríamos pasarla un poco al fado, que es como un primo hermano del tango. Y cuando se lo mostramos a Gustavo Borner pasó eso de los planetas alineados, él conocía a la portuguesa Sara Correia y a su grupo que dirige Diogo Clemente, se las mandó, les encantó y terminaron haciendo una cosa impresionante…” León convenció a Correia de venir a un festival de fado en el CCK, se encargó de darla a conocer en su cuenta de Instagram y terminó subido al escenario de la Ballena para hacer junto a ella un fragmento de “La cigarra”. Era lo único que podía aportar en un momento de afonía que lo tenía especialmente preocupado. Pero todo pasa. Lo que consiguió con su disco lo demuestra.

Porque El hombrecito del mar abunda en momentos de alta intensidad. Es muy difícil resistir las emociones que despierta “Por hoy”, que retoma esa combinación del piano de “Guro” y la voz de León para una canción de pura belleza, engalanada por el cuarteto de cuerdas Numen. Casi sin darse cuenta, basta que suene para que se humedezcan los ojos. “Es una canción que hice pensando en mi compañera, en la cantidad de años que estamos juntos, en las hijas que tenemos, en la familia que formamos”, dice él. “Es un agradecimiento al misterio y a la alquimia que hizo posible que todo eso aconteciera.”

Si hoy se me concede

Morar un nuevo amanecer

Y si además aprendo a llenar esa hoja en blanco

Con risas, con palabras y días nuevos concebidos

Será con gratitud de haber vivido, por hoy.

¿Cómo hace un autor de tantas canciones, tantos años de música, frente a un nuevo desafío? ¿Cómo renueva Raúl Alberto Antonio Gieco, León, ese pacto con una nueva partitura? “Hay una inquietud existencial que te lleva a enfrentarte con esa hoja en blanco y que es un momento mágico el que te lleva a plasmar en una letra algo que sin duda venís elaborando hace tiempo”, dice. “El paso del tiempo no es en vano. Sin ser un sabio, uno va aprendiendo qué hacer con sus dudas y sus angustias. Tal vez eso sea lo que se ve reflejado en las letras”. Y entonces los parlantes estallan de nuevo con “El final”: “Quién soy / Dónde voy / Me pregunto para proclamar / Sobre inicios, vida y final / Rueda que gira, que no da tregua / Ningún día nuevo ya mira atrás.”

León fue forjando este disco al borde de las siete décadas, que llegaron y propiciaron un doble festejo inolvidable en el Kirchner y en Tecnópolis. Es de cajón preguntarle qué le pasó, cómo vivió ese torrente de amor, y vuelve a aflorar la sencillez del pibe de Rosquín. “Fue una enorme sorpresa, sorpresa de darme cuenta de cómo estaba presente en músicos o cantantes de diferentes generaciones. Si te fijás en los videos se ve mi cara de desconcierto, un desconcierto que fui metabolizando a medida que pasaban los días”, dice, y se acuerda del gesto de los colectiveros de la línea 70, que plotearon los bondis y cantaban “Solo le pido a Dios” al volante, y le regalaron una camisa de chofer. “Esa fue una muestra de amor tan fuerte como las canciones que me regalaron los artistas, algo muy, muy emotivo.”

Pero León no es solo historia y aniversario. Con El hombrecito del mar, León viene a recordar que es pasado y es presente.

Derrotar a la pandemia

El primer disco que, por sólidas razonesno presenta una imagen de León en la tapaaparecerá en formato físico el viernes 16 y en plataformas digitales el jueves 15 a las 21: trece canciones que llegarán a 15 en su edición en vinilo, que agrega “Días peligrosos” y “La balsa que ayer soñé”. Producido por Gustavo Borner en Los Angeles y la dupla Gieco / Gurevich en Argentina, el álbum cuenta con una impactante galería de invitados que, obligados por la pandemia, realizaron sus aportes a distancia. Incluso una distancia extraterrenal. 

“Yo tenía la inquietud de cantar con Víctor Jara, no cantar una de Victor Jara”, cuenta. “Con la autorización de su viuda Joan, rescatamos una cinta de una canción no política, una de amor, para chicos inclusive. Y pusimos una guitarra, unos chiquitos haciendo coros, Jacques Morelenbaum grabó su cello y se la mandamos… y la respuesta fue muy hermosa, dijo que hacía mucho tiempo que una canción de Víctor no la emocionaba tanto”. Pero “Gira gira girasol” iba a tener aún otra vuelta inesperada. “La idea inicial era que participara Joan Baez pero estaba ocupada, y me acordé que cuando nos encontramos con Roger Waters me dijo ‘cualquier cosa que quieras compartir me llamás’…” Y así el bajista aparece en una canción de pura luz afirmando “We speak of love because love exists” (“Hablamos de amor porque el amor existe”).

Waters, le digo. Ese pibe de una banda llamada Pink Floyd. “Mirá, yo me di el gusto de compartir ‘La guitarra’ con Atahualpa Yupanqui, y ‘8 de octubre’ con el Flaco Spinetta, y ‘Baguala para la Argentina’ con Chabuca Granda… no es solo un honor, un orgullo enorme. Para mí, como compositor, el éxito no son las cifras, el éxito es eso.”

El sistema pandémico a distancia podría haberlo enfriado. Pero no. “A mí me gustó mucho grabar así”, dice León, que es un artista forjado en el trabajo comunitario dentro de un estudio pero le encontró el encanto a esto. “Por un lado, tu presencia no condiciona a nadie, cada uno de los artistas que participó voló libre, digamos. Y a mí me ayudó mucho a concentrarme. Yo quiero seguir trabajando con esa modalidad, el alcance de la tecnología en la música también tiene su magia. Lo analógico era mucho más personal, fui muy afortunado de haberlo vivido en nuestra juventud… de hecho los grandes amigos musicales son de esa época, la grabación de los primeros discos o de cosas como Porsuigieco fueron inolvidables, pero lo que pasó con este disco también me dio un disfrute enorme. Y Borner es muy capo, cuando grabamos con la Sinfónica de Praga y con Morelenbaum tenía todo conectado en tiempo real, y el intercambio de opiniones era completamente natural, nos hizo sentir muy cómodos a todos.”

 

 

Los amigos musicales, claro. León señala a Guro como el componente de “una alquimia, como la que se produce en una pareja, funciona o no funciona, o funciona un tiempo y se termina o se apaga. Luis y yo somos de Escorpio, somos dos complicados y simples a la vez… cada uno respeta la privacidad del otro, él toca a mi puerta y yo a la de él. No nos entrometemos, es una relación armoniosa y tranquila, y de mucha complicidad.” Pero tampoco podía faltar un hermano de años y años en el remanso de pura alegría de “La amistad”, y León es enérgico cuando dice que “Gustavo Santaolalla es mi salvador, el primero en escuchar mis canciones, el primero en valorarlas, el primero en grabarlas. Yo admiro su fuerza, su capacidad de trabajo y su incuestionable talento. Gustavo tiene el don de ver en el otro lo que brilla.”

La amistad es un corazón

que bombea acompasado

al ritmo de una canción

que con amigos cantaremos

o en silencio callaremos

según sea la ocasión.

La tarde se extingue, la sobremesa se alarga, hay que insistir con las canciones, con los múltiples caminos que ofrece El hombrecito del mar. De cómo se puede pasar de la intensa emoción de “Soles y flores”, y “Por hoy” y “Las ausencias”, a la festiva aparición de Agarrate Catalina y la guitarra de Lula Bertoldi para una renovadísima versión de “Sueño con serpientes” con el mismísimo Silvio Rodríguez, a la furia de “Todo se quema” y el puro juego de “Alimentación.com”. “Me la pasé leyendo etiquetas de alimentos envasados y tarareando, parecía un loco, me hizo acordar a cuando hice ‘Orozco’ y en el contestador telefónico pedía que me dejaran palabras con ‘O’… es un juego pero con algo que me parece importante, qué nos estamos metiendo al cuerpo cuando comemos.”

Pero cuando uno se pone en periodista rompequinotos León se ríe, y con la calidez de siempre dice que es difícil y medio al pedo tratar de explicar las canciones, analizarlas, desarticularlas. “A mí me explican las mismas canciones”, dice. “Es como con las cuestiones políticas… a mí me gustaría ser un filósofo como Ricardo Forster, que sabe armar todo un discurso sobre el quilombo con el que lidió Evo en Bolivia, y lo difícil que la va a tener Lula, o cómo estamos viviendo un momento oscuro donde la mafia está en su apogeo, en el que los medios lavan de forma constante el cerebro de la gente aprovechando el malestar económico y la falta de perspectivas de mejoramiento a corto plazo… te puedo hablar de una sensación de distorsión de la realidad de la conciencia colectiva… pero de verdad, yo soy músico, soy artista. Si me preguntan de política, de la realidad social, de las cosas que me duelen, yo sé contestar con las canciones. Ahí están mis respuestas.”

Y entonces la charla se va desviando, y quizá -solo quizá, con León la conversa siempre se dispara al infinito- de esa punta sobre las canciones y la política se cae en la película Wag the Dog y del tipo que componía una canción para cierta puesta en escena, el tipo ese, el totem folk de pelo blanco, cómo se llamaba…

Willie Nelson. Willie Nelson se llamaba, gritamos arengados al celular entre risas, una pequeña revelación en una tarde cualquiera en Buenos Aires, custodiada por un hombrecito que mira al río.

 

 

 

Una selección de invitados

León infla el pecho al hablar de los músicos que participan de El hombrecito del mar, y quién podría culparlo. La banda base para todas las canciones tiene a su socio Luis Gurevich y a nombres pesadísimos como Leland Sklar y Jimmy Johnson (bajo), Vinnie Colaiuta (batería), Luis Conte (percusión), Michael Thompson, Dean Parks (guitarras) y Jerry Douglas (dobro), pero la lista propone más talentos, pinceladas que agregan espesor a cada canción. Y un especial protagonismo femenino: “Es el yin y el yang, dos energías que se complementan mutuamente y se potencian, algo muy enriquecedor” dice Gieco sobre esos intercambios.

Lila Downs en la bellísima “Soles y flores”; Emma Shaplin para el etéreo clima de “Las ausencias”; Ligia Piro en “Dios naturaleza”, que trae además el plus del gran gaitero Carlos Núñez y el coro de niños La Salle de Córdoba; Sara Correia, la portuguesa que junto a su grupo (Diogo Clemente, Angelo Freire y Marino de Freitas) y el bandoneonista Martín Sued convierten a “Estuche” en un delicioso experimento tangofadista; Hilda Lizarazu, esa voz protagonista del rock argentino, tirando magia en “Mis heridas curé”, la intensidad de Claudia Puyó en “Todo se quema”… es, sin dudas, el disco de Gieco con mayor participación femenina, y ninguna se produce por capricho o por azar, y todas brillan.

Pero claro, por ahí anda también un tal Roger Waters sumándose a la voz de Víctor Jara y al cello siempre exquisito de Jacques Morelenbaum en “Gira gira girasol”, y Silvio Rodríguez y los uruguayos de Agarrate Catalina en una sorprendente versión del clásico “Sueño con serpientes”, y las cuerdas de Aqualáctica, y por supuesto la voz y el ronroco de ese amigo de hierro llamado Gustavo Santaolalla. Y los pajaritos, claro, esa presencia natural en “El orgullo”, cierre de la edición en CD, con León asumiendo las luchas de género y la reivindicación trans en la quietud del campo.

*Eduardo Fabregat: Periodista gráfico y radial y musicalizador.

Fuente: Página/12

https://www.pagina12.com.ar/506633-leon-gieco-mis-mejores-respuestas-estan-en-las-canciones#:~:text=Esta%20semana%20aparece,todo%20se%20quema.

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“El hombrecito del mar” en la obra de León y el rol clave de Luis Gurevich y Gustavo Santaolalla

El nuevo disco de Gieco, sorprendente ruptura y bella continuidad

 

Por Karina Micheletto*

11 de diciembre de 2022

 

 

Una nueva etapa, un disco que llega más de una década después de la última grabación de estudio, con algunas cosas que pasaron en el medio: un corte artístico y personal, la decisión de no seguir con la intensidad de las giras y de disolver la banda propia, también una pandemia y todo lo que dejó, entre otras cosas la natural incorporación de tecnología para grabar y hacer canciones, en el más estricto sentido de su cocina, de otra manera. Una búsqueda y un sonido nuevos, la apuesta por lo creativo, siempre en primer plano. Pero también bellas y amorosas continuidades, entre las primeras que saltan a la vista y al oído, la de parcerías de años, socios creativos a los que hasta se les dedica una canción que destaca que lo que finalmente hay de por medio es una gran amistad. En ese juego de extremos se disfruta El hombrecito del mar, el disco con el que León Gieco vuelve a sorprender.

Desde el primer tema, el potente “Todo se quema”, el nuevo disco de León suena con una contundencia nueva. Es un “León maduro”, dirá él y quienes hicieron con el cantautor el disco. Pero también suenan las conexiones con su obra y en especial con sus últimos discos (El desembarco, de 2011; Bandidos rurales, que nació en 2005; Por favor, perdón y gracias, de 2001). Es un “León pulido”, podría decirse también. Por el nivel de detalle y preciosismo que se puso al hacer cada canción, yendo a buscar ropaje por ropaje (de eso León habla con entusiasmo en la extensa entrevista que le hizo Eduardo Fabregat, en esta misma edición).

Y sobre todo porque despliega en tiempo presente todas las que han sido, a lo largo de sus años de carrera, sus grandes marcas personales: El poder de la canción como artefacto en el caben el rock y todos los folklores. La crítica social de sus letras, sobre diversos temas, con toques de ironía y humor permitidos. Y en esas letras, también, el tiempo vital de una mirada personal que siempre habla de un presente colectivo. Los homenajes en forma de versiones a las figuras admiradas de la música (en este caso, Víctor Jara y Silvio Rodríguez), que marcan también un territorio, un suelo en el que se pisa y desde el que se dice.

Si hay otra continuidad / renovación manifiesta, es la de quienes hacen junto a él sus canciones. Está Gustavo Santaolalla compartiendo desde Los Angeles la voz, el video y las risas de “La amistad”, y poniendo a sonar el ronroco que los acompaña desde De Ushuaia a La Quiaca.

“La amistad es un corazón que bombea con pasado al ritmo de una canción”, dice León en la canción. La lanzó el 19 de noviembre del año pasado, cuando cumplió 70 años. A Santaolalla lo conoció en 1971, recién llegado a Buenos Aires, cuando trabajaba de teletexista en Entel y fue a tomar clases con el guitarrista, cantante y compositor de Arco Iris, la banda del hit que tanto le gustaba, “Mañanas campestres”.

“Abrió la puerta del estudio y cuando pronunció León Gieco se rio, nos reímos los dos, casi como si nos conociéramos de toda la vida, como dos viejos compinches. Lo que más me impactó fue que me trató como si yo fuera un músico y no un alumno. Me preguntó qué quería aprender, pero yono sabía exactamente qué buscaba ahí. Le dije que tenía cinco o seis temas propios, “María del Campo”, “Todos los caballos blancos”, “Campesinos del norte”, “Hombres de hierro”, “En el país de la libertad”, que fueron los primeros que compuse en mi vida”, recuerda León en su biografía, Crónica de un sueño, escrita con Oscar Finkelstein.

En la grabación de

Y está también Luis Gurevich, el gran ladero de Gieco, el autor de melodías tan bellas como la de “Todos los días un poco”, la primera que compartieron, a fines de los 80; la que estrenó Mercedes Sosa en el Luna Park, porque la supo elegir como “especial”, entre varias de un cassette que le llevó. Y ahora, de gemas a la altura como “Dios naturaleza”, “Por hoy”, “Las ausencias”. Desde Mensajes del alma para acá, Gieco y Gurevich han formado lo que puede pensarse como una de las duplas creativas más feliz y duradera de la música argentina. En la composición y en la producción, ese sonido que lograron juntos permaneció, atravesó épocas y circunstancias, y se expandió.

Por eso este disco sorprende porque “va para adelante”, pero al mismo tiempo es un buen resumen de los últimos discos, de la búsqueda creativa que los guió. Más allá de que cambien los modos y las tecnologías, las formas de arribar a ese punto de llegada que es la canción.

Y acá entra en escena otra pata duradera del equipo creativo alrededor de la obra de León, el ingeniero de sonido Gustavo Borner, ahora manejando la producción musical y ejecutiva en conexión por Zoom desde su estudio en Los Angeles con distintos lugares del planeta. Así ahora, en plena pandemia, pero antes, en El desembarco, por ejemplo, uniendo a Gieco y Gurevich con Jacques Morelenbaum desde Brasil, y con los músicos de la Sinfónica de Praga.

En tiempos del disco

“Para mí escuchar un disco terminado es como repasar un álbum de fotos: me acuerdo dónde estaba cuando se grabó tal cosa, cómo se pensó tal otra, lo que fuimos poniendo, sacando…”, cuenta Gurevich. “León es un tipo de una gran intuición y una gran seguridad. Si me dice que vaya por ahí, yo voy tranquilo porque sé que es por donde vamos a encontrar lo mejor. Hacer canciones, ir descubriéndolas juntos, es un trabajo de mucha comunión. Es el mejor trabajo”, asegura.

“Guro es mi par, desde hace mucho tiempo. Gracias a él mi carrera creció, él vino a potenciar mis canciones”, lo define a su vez León. “Fue así desde el 90 y ahora, en este primer escalón de mis últimas dos décadas”, dice también.

Vaya a saber cómo piensa las escaleras este hombre que tiene 71 y al que es difícil seguirle el tranco de la cantidad de cosas que hace. Dice que se imagina saludando a todas y todos a los 90 para después irse a tocar con Pappo y Spinetta. Mientras tanto, saca este disco como un nuevo y venturoso inicio. El de la madurez de un joven impenitente.

 

*Karina Micheletto:

Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y periodista. Editora de la sección El País de Página/12. 

Fuente: Página/12

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