Marxismo y sorteo: La posibilidad de un encuentro

Por Germán P. Montañés

En las últimas páginas de Consideraciones sobre el marxismo occidental (1976), Perry Anderson se lamentaba de que el grueso del marxismo tras la Segunda Guerra Mundial se hubiera centrado en cuestiones filosóficas, abandonando la economía y la política. Frente a ello, dibujaba un camino para la teoría marxista que pasa por ocuparse, necesariamente, de las estructuras políticas y económicas, no solo las propias del capitalismo, sino las que habrán de sucederle. En este artículo intentaré dar algunas ideas sobre una de las preguntas que Anderson lanzó hace casi cincuenta años: ¿Cuál sería la estructura de una auténtica democracia socialista?

Democracia socialista vs. democracia burguesa
En primer lugar habría que responder a la pregunta de por qué necesitamos una democracia socialista y en qué se diferenciaría esta de la democracia burguesa.

Para la inmensa mayoría de la ciencia política actual, la democracia burguesa supone ya el grado más alto de libertad, ya que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y pueden participar sin coacciones en los procesos electorales. Ante el auge de una extrema derecha que cuestiona incluso los mínimos de las democracias liberales, la democracia burguesa se nos presenta como el bien más preciado a defender, la última trinchera.

Sin embargo, lo cierto es que, aun en la más garantista de las democracias burguesas, el Estado de derecho y la igualdad ante la ley ocultan unas desigualdades estructurales entre ciudadanos y ciudadanas que supuestamente están al mismo nivel. Estas desigualdades se fundamentan en la propiedad privada de los medios de producción, la cual genera una base autoritaria inherente al modo de producción capitalista (MPC). En palabras del austromarxista Max Adler: “La igualdad de derechos llevaba consigo, por ejemplo, que la propiedad de todo el mundo tendría derecho a la misma protección, lo que no podía hacerse es que cada ciudadano tuviera propiedad” (Adler, 1975).

Como la mayor parte de la población no tiene acceso a los medios de producción, se ve sometida a vender su fuerza de trabajo, lo cual la sitúa en una situación dependiente con respecto a la persona que le va a dar su sustento de cada día, el capitalista. Esta es la base por la cual, en el MPC, la democracia termina en la puerta del lugar de trabajo. Dentro, la más absoluta de las relaciones jerárquicas, comparable a las monarquías absolutistas de antaño, rige la vida de la población trabajadora. Históricamente, el único contrapeso a esta tendencia ha sido el poder de la clase trabajadora organizada.

El hecho de que solo una minoría tenga el control de los medios de producción señala otra de las características antidemocráticas del MPC: miles de decisiones fundamentales para el conjunto de la sociedad son planificadas por esa minoría y gestionadas por el mercado, un mecanismo enormemente ineficiente y despilfarrador de recursos 1/. Esto no significa que esa minoría capitalista gobierne directamente, sino que necesita al Estado como mediador y unificador de los intereses comunes de la clase dominante (pues muchas veces, sus distintos grupos entran en conflicto).

Pongamos el ejemplo de la alimentación. ¿Qué alimentos se producen? ¿Dónde se producen? ¿Qué técnicas agrícolas son las más adecuadas? ¿Cuántas verduras, legumbres, etc., necesita un determinado territorio para el otoño de 2022? 2/ Todas estas preguntas repercuten directamente sobre el bienestar del conjunto de la población que, sin embargo, no tiene ni la más mínima capacidad de decisión sobre dichos asuntos.

Planificación socialista y democrática
Frente a este caótico desorden, proponemos una planificación socialista democrática en la cual las decisiones sean tomadas por el conjunto de la clase trabajadora y del pueblo. Los adjetivos que acompañan a planificación no están ahí por decoración. Hemos conocido varios ejemplos en la historia donde existía una planificación de la economía, pero que no era ni democrática ni socialista (por ejemplo, economías de guerra capitalistas). Incluso hemos conocido sociedades en las cuales existía una planificación socialista (o en transición al socialismo), pero que no era democrática, como la extinta URSS. Al alejar a los trabajadores y trabajadoras de la toma de decisiones tanto a nivel general como sobre su propio trabajo, la URSS no fue capaz de eliminar muchos de los fenómenos de alienación presentes en las sociedades capitalistas (Mandel, 2022: 72-80).

Por lo tanto, el primer paso es que la planificación sea socialista, esto es, que hayamos librado (o se estén dando los pasos para librar) al trabajo del yugo de la relación salarial. La capacidad de dominación de las y los empleadores sobre las y los empleados debe ser eliminada, esto es, se debe restablecer la relación de las personas trabajadoras con unos medios de producción socializados. Esta es la única forma de que las y los trabajadores sean verdaderamente libres y puedan organizarse para estructurar democráticamente su lugar de trabajo, así como participar en otras instituciones democráticas a niveles más generales.

En segundo lugar, la planificación debe ser democrática. Por un lado, si no socializamos los medios de producción, el Estado simplemente podrá marcar unas líneas y ofrecer incentivos o castigos a los propietarios de esos medios de producción para que las cumplan. Pero, al fin y al cabo, la única regla que ellos no pueden incumplir no la impone el gobierno: la impone la necesidad de rentabilizar las inversiones de capital. Por otro lado, si socializamos los medios de producción, pero su gestión recae en una casta de expertos y burócratas, el pueblo trabajador seguirá sin tener su propio destino en sus manos. Si la burocracia puede disponer a voluntad del producto social excedente (fruto del trabajo), se instala una desigualdad de raíz que será un obstáculo en la transición al socialismo muy difícil de eliminar.

Entonces, ¿qué instituciones idear para esta democracia socialista? Siguiendo el trabajo de Alexis Cukier (2020), se pueden imaginar tres nuevas instituciones democráticas que se organizan jerárquicamente entre ellas:

  • Los consejos de empresa a nivel de cada entidad económica. Aquí los trabajadores y trabajadoras podrían tomar decisiones sobre cómo organizan su lugar de trabajo, el reparto de tareas, el horario laboral, etc.
  • Los consejos económicos a nivel del sector industrial o de servicios. Aquí se coordinarían los objetivos de producción de determinado sector en su conjunto, se planearía la mejor manera de reconvertir determinado sector para hacer frente a la crisis ecosocial, etc.
  • Los consejos sociales a nivel de las escalas territoriales (municipal, regional, nacional o internacional). Aquí se toman las decisiones sobre las líneas generales de la producción, sobre las prioridades o las necesidades básicas a cubrir. Este es el nivel más alto de decisión, que establece un marco dentro del cual los otros dos niveles toman sus decisiones.

Inmediatamente surge la pregunta de cómo se organizarían dichos consejos. No es difícil imaginar algún tipo de democracia directa en los consejos de empresa, debido a la cantidad de trabajadores y trabajadoras involucrados. Sin embargo, tanto en los lugares de trabajo más grandes (hay fábricas con miles de trabajadores) como en los consejos económicos o los consejos sociales seguiría siendo necesario algún tipo de representación política, ante la imposibilidad de que todo el mundo esté presente en cada decisión que le afecta.

Mi argumento aquí es que el marxismo ha tendido históricamente a ser demasiado poco crítico con el tipo de representación derivada de las elecciones. Aunque normalmente la acción política nos lleva a reflexionar sobre otras cuestiones más urgentes, cabe cuestionar por un momento la entente entre marxismo y elecciones.

El marxismo y las elecciones
Quizá este texto le pareciera inútil al propio Marx, quien, en general, no se dedicó a elucubrar qué tipo de instituciones existirían bajo la futura sociedad socialista. Sin embargo, su punto de vista cambió con la experiencia de la Comuna de París, definida por el mismo Marx en 1871 en La guerra civil en Francia como “la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo”.

Para Marx, como explica en esa obra, “la Comuna dotó a la república de una base de instituciones realmente democráticas”. ¿Cuáles eran estas instituciones? En primer lugar, todos los funcionarios públicos, así como los consejeros municipales, magistrados y jueces eran “electivos, responsables y revocables” por sufragio universal masculino. Además, todos estos cargos tendrían el salario de un obrero. En este punto, Lenin sigue completamente a Marx en El Estado y la revolución al asegurar que estas medidas, junto a algunas otras, convierten una democracia burguesa en una democracia proletaria.

Muchas de estas propuestas tienen un claro efecto democratizador, aunque otras no están tan claras. Por ejemplo, la revocabilidad de los cargos públicos elegidos se basa en la idea del mandato imperativo. Esto es problemático, puesto que coloca a los representados en una campaña electoral constante –el cargo electo tiene siempre encima la posibilidad de la revocación–, y dificulta su autonomía a la hora de debatir y puede dificultar que se realicen políticas a largo plazo. Su utilidad dependería de las condiciones bajo las cuales se pudiera dar esa revocación.

Lo que más llama la atención es la aceptación acrítica de la elección como mecanismo principal y único de selección de cargos y funcionarios. En este punto vale la pena leer este pasaje completo de Marx:

En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante han de representar y aplastar al pueblo en el Parlamento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios.

Más allá de lo inadecuado de la comparación entre la elección de un trabajador por un patrón en condiciones desiguales y la elección de cargos en una sociedad democrática, Marx parece asumir que el sufragio universal solo tiene efectos aristocráticos cuando se ejerce en una sociedad estructurada en clases sociales. Sin duda, tiene parte de razón. Las elecciones en el siglo XIX eran manipuladas de muy diferentes maneras por la clase dominante, como es buena muestra el sufragio censitario. Incluso hoy en día vemos cómo la clase dominante tiene suficiente capacidad para influir un proceso electoral en una u otra dirección. Sin embargo, no parece advertir (como tampoco lo hace Lenin) que las elecciones tienen en sí mismas un carácter aristocrático.

En unas elecciones libres, los electores pueden decidir a voluntad cuáles son los atributos sobre los que van a basar su voto. Sean cuales sean, las y los electores elegirán a alguien porque tiene mucho de ese atributo, esto es, es el mejor. ¿Por qué iban a votar a una persona del montón? Citando a Bernard Manin, “…los sistemas electivos conducen a la autoselección y selección de candidatos que son considerados superiores, en una dimensión u otra, al resto de la población…” (Manin, 2017: 174).

Como el voto es secreto y la elección solo depende de la voluntad de cada votante, nadie sabe de antemano cuáles van a ser los atributos que valorarán los electores a la hora de depositar su voto. Sin embargo, es fácil darse cuenta que aquellas personas que tengan una posición superior en la sociedad –en términos de clase, casta, estamento, riqueza o cualquier otra categoría– tendrán más facilidades para presentar los rasgos que los definen como superiores, como importantes en las elecciones y, en relación a lo anterior, reconvertir su capital –social, económico, etc.– en capital político. Las elecciones, en palabras de Moreno Pestaña, son “una institución mixta, donde se escucha la voz del pueblo, pero de acuerdo con pautas elitistas de establecimiento del menú electoral” (Moreno Pestaña, 2019: 140).

Aunque no tuvieran esto en cuenta, sería falso decir que los marxistas clásicos confiaban ciegamente en las elecciones. Lenin (citando a Engels en la obra ya mencionada) llamaba al sufragio “el arma de dominación de la burguesía”. A su vez, Arthur Rosenberg afirmaba que los revolucionarios se dieron cuenta, a partir de 1848, que el sufragio se podía convertir en un formalismo vacío. Cabe aquí citar un párrafo del autor alemán:

La revolución de 1848/49 aportó [a] los verdaderos demócratas y socialistas la enseñanza de que, si bien es cierto que el gobierno autónomo y popular presupone ahora y siempre el sufragio universal, existía también la certeza de que una caricatura de ese sufragio es conciliable hasta con la más brutal opresión de las masas populares (Rosenberg, 1966: 116).

Esta crítica al sufragio apunta en la dirección de que, por sí mismo, este no era capaz de subvertir el orden antidemocrático del capitalismo y que, además, se podía emplear perfectamente a la vez que continuaba la explotación y la represión. Sin embargo, en ningún momento esto lleva a criticar el mero uso de las elecciones. Pareciera como si, una vez hecha la revolución, las elecciones fueran el mecanismo perfecto para la futura sociedad socialista.

No creo que sea útil pensar hasta dónde llegaría el efecto elitista de las elecciones en una sociedad comunista, en la que no existen clases sociales. Como creía Marx, lo considero un ejercicio de utopismo inútil para pensar el presente. Sin embargo, la Comuna de París no era una sociedad socialista, sino, como mucho, una primera experiencia de gobierno obrero, en la que la clase trabajadora había tomado el poder del Estado, esto es, lo que el marxismo clásico llamaba la dictadura del proletariado.

Todo proceso revolucionario se va a encontrar, en un momento u otro, en una situación transitoria, una época totalmente convulsa en la cual persisten muchos restos de la sociedad capitalista. Cuantos más errores cometamos en ese momento –hablábamos antes de la burocratización– más difícil nos será dar pasos hacia el socialismo. Seleccionar todos los representantes mediante elecciones corre el peligro de introducir un sesgo elitista en la toma de decisiones que sea perjudicial en un proceso con pretensiones igualitarias.

Desgraciadamente, el marxismo clásico no fue consciente de que la elección no era la única alternativa sobre la mesa, pero nosotros sí lo somos. En la última parte de este artículo quiero argumentar cómo es posible imaginar instituciones democráticas socialistas cuyos miembros hayan sido seleccionados por sorteo.

El encuentro entre marxismo y sorteo
¿Qué es el sorteo en política? Básicamente, que algunos cargos públicos sean seleccionados por medio del azar. La principal virtud del sorteo es que facilita la no-separación entre gobernantes y gobernados, pues los primeros han sido seleccionados entre los segundos de manera completamente aleatoria 3/. Si unimos esto a la rotación, tenemos la posibilidad de que todos los trabajadores participen en los consejos sociales/económicos en algún (o varios) momento de su vida, más allá de participar permanentemente en los consejos de empresa. Lo más interesante es que este argumento no se aleja de las preocupaciones marxistas. Marx planteaba que el Estado capitalista es una forma distintiva de separación entre gobernantes y gobernados (Jessop, 2018). Lenin aseguraba que: “El Estado es una fuerza que se sitúa por encima de la sociedad y se divorcia cada vez más de ella”. El mismo Lenin asegura que “bajo el socialismo, todos intervendrán por turno en la dirección y se habituarán rápidamente a que ninguno dirija”. El sorteo es simplemente una herramienta que los marxistas podremos utilizar para llevar a cabo esta democratización real de la participación política.

Volviendo al debate previo, en una sociedad en transición va a seguir habiendo desigualdades. Y estas, tal y como lo hacen en la sociedad actual, se reflejarán en los niveles de participación política, por mucho que la brecha se vaya cerrando poco a poco. Sin embargo, los mecanismos políticos que pongamos en marcha pueden acelerar o frenar este proceso. Marx escribe que en la polis ateniense algunos dirigentes consiguieron que “se suprimieran las barreras que excluían a los ciudadanos más pobres de los cargos públicos” (Marx, 1988: 185) refiriéndose explícitamente al sorteo. Sin embargo, no desarrolló esta cuestión ni atisbó a reconocer que el propio mecanismo electoral es una de esas barreras.

Esto representa de alguna manera una oportunidad perdida para el marxismo clásico, pues hay otras barreras que sí fueron reconocidas. Uno de los avances democráticos de la Atenas Clásica que sí incorporó el marxismo fue la remuneración de los cargos públicos. Si la participación política no está pagada, solo aquellos que no necesiten trabajar para vivir podrán permitirse utilizar su tiempo para deliberar sobre los asuntos comunes. Los comuneros de París entendieron esto, y el movimiento obrero en general lo asumió como una de sus reivindicaciones.

El lector o lectora más atento se habrá dado cuenta de que el sorteo implica una ruptura con la concepción actual de rendición de cuentas. De manera muy simplificada, en los gobiernos representativos electorales la elección asegura un tipo determinado de rendición de cuentas, en la que el o la votante tiene la capacidad, con cada elección, de castigar a un político que no haya actuado bien según su juicio. En una institución sorteada, esto no ocurre, lo cual no significa que las personas seleccionadas tengan total discrecionalidad en sus decisiones. Por ejemplo, en Atenas las magistraturas elegidas por sorteo estaban sujetas al control de otros órganos, como los tribunales (también sorteados) o la asamblea. Además, los cargos debían rendir cuentas cuando su mandato expiraba, y cualquier ciudadano podía demandar su suspensión en cualquier momento de su mandato (Manin, 2017: 25). Esto demuestra que el principio de rendición de cuentas y el sorteo no son incompatibles.

Otra ventaja del sorteo es que este representa un reto a la tesis de que la política requiere un tipo de conocimiento experto 4/. Lenin estaría de acuerdo con esto, pues en El Estado y la revolución argumenta que la mayoría de tareas gubernamentales y funcionariales pueden ser realizadas por toda la población. Además, el propio mecanismo del sorteo, junto a la rotación, tiene la capacidad de distribuir de manera más amplia los conocimientos políticos. Existen evidencias de que los ciudadanos y ciudadanas que han pasado por un cargo sorteado incrementan su competencia y sofistican su juicio político, y obtienen un fuerte sentido de pertenencia a una comunidad política y de preocupación por los asuntos comunes. Esto explica que algunos de los ciudadanos o ciudadanas sorteadas participantes en la Convención Ciudadana francesa, desencantados con la gestión de sus propuestas por parte de Macron, se hayan decantado por la participación directa en política o el activismo 5/.

Otro beneficio del sorteo es que contribuye a evitar el faccionalismo. Al ser un mecanismo imparcial, no existe un puesto por el que pelearse. Muchas sociedades, como por ejemplo la República de Venecia, utilizaron el sorteo para evitar las luchas entre las familias nobles que amenazaban su estabilidad. Eso sí, mezclaron el sorteo con la elección y con mecanismos excluyentes para quedarse solo con esta característica del sorteo, eliminando las demás. Sin embargo, también el faccionalismo hizo mella en sociedades no-capitalistas. Por ejemplo, Lenin en su testamento político (“Carta al Congreso”) propuso que unas decenas de obreros de la producción entraran en la dirección del partido bolchevique, en parte para “evitar que los conflictos de pequeñas partes del Comité Central puedan adquirir una importancia excesiva para todos los destinos del partido” y en parte –está relacionado– para evitar la creciente burocratización del partido. Obviamente, no es el objetivo argumentar que el uso del sorteo en la URSS habría conseguido evitar su degeneración dictatorial y burocrática. Pero sí cabe señalar que parece perfectamente compatible con algunas de las preocupaciones del dirigente bolchevique.

La defensa del sorteo no implica proponer su uso para todo, así como el reconocimiento del carácter aristocrático de las elecciones no implica querer eliminarlas de la ecuación. Simplemente, tener un conocimiento mayor de las características de cada modo de selección de cargos públicos permite decidir cuándo es mejor la elección, el sorteo, una combinación de ambas, o alguna otra opción (por ejemplo, unas oposiciones). Creo que los consejos sociales de los municipios, las regiones o unidades territoriales mayores pueden ser elegidos por sorteo, lo cual permitiría la deliberación y la toma de decisiones sobre el marco económico y político general, consiguiendo que el conjunto de la clase trabajadora entrara de lleno en la gestión de los asuntos comunes.

Sin embargo, a nadie se le ocurriría que otros puestos para los que es necesaria una competencia técnica especializada fueran seleccionados por sorteo. Por poner de nuevo el ejemplo ateniense, en la Atenas Clásica los líderes militares (un puesto importantísimo ya que estaban en guerra continuamente) eran seleccionados mediante elecciones. Dentro de la estructura de una democracia socialista, no sé todavía –y quizá es inútil pensarlo desde el aquí y el ahora– cómo deberíamos seleccionar cada puesto. El propósito de este artículo es simplemente contribuir a que ampliemos el marco de lo posible.

Germán P. Montañés es militante de Anticapitalistas

Notas:

1/La FAO concluyó que, en Europa, entre 95 y 115 kg de comida por persona eran tirados a la basura por los supermercados, https://www.mundohvacr.com.mx/2015/01/desperdicio-de-alimentos-en-supermercados/#:~:text=La%20FAO%2C%20en%20su%20m%C3%A1s,ascienden%20a%2011%20kilogramos%20anuales

2/Aquí Gustavo Duch proporciona un ejemplo a propósito de los barcos con cereales provenientes de Ucrania, https://ctxt.es/es/20220801/Firmas/40567/barcos-ucrania-alimentos-africa-trigo.htm

3/Luego hay muchos arreglos institucionales para concretar esto: que el sorteo sea entre toda la población, que sea solo entre aquellos que se presentan voluntarios… Este texto no puede entrar a discutir todas las variantes.

4/Uno de los argumentos más comunes de aquellos que se oponen al sorteo es que no se puede dejar legislar a cualquiera, porque saldrán leyes de dudosa calidad. Yo me pregunto: ¿Acaso nuestros parlamentarios saben sobre todos los temas que se discuten? En mi opinión, estos argumentos se parecen mucho a los de los que se oponían al sufragio universal en el siglo XIX.

5/https://reporterre.net/Face-a-Macron-les-citoyens-de-la-Convention-pour-le-climat-se-rebiffent

Referencias

Adler, Max (1975) Democracia política y democracia social. México: Roca (accesible en Marx Internet Archive).

Cukier, Alexis (2020) “Revolución ecológica y social”, viento sur, 23/08 (accesible en https://vientosur.info/revolucion-ecologica-y-social/ ).

Jessop, Bob (2018) “Marx y el Estado”, viento sur, 10/07/2018 (accesible en  https://vientosur.info/marx-y-el-estado/ ).

Mandel, Ernest (2022) Autogestión, planificación y democracia socialista. Bacelona y Madrid: Sylone y viento sur.

Manin, Bernard (2017) Los principios del gobierno representativo. Madrid: Alianza Editorial.

Marx, K. (1988, 185) Los apuntes etnológicos de Karl Marx. Madrid: Siglo XXI y Editorial Pablo Iglesias.

Moreno Pestaña, José Luis (2019, 140) Retorno a Atenas. Madrid: Siglo XXI.

Rosenberg, Arthur (1966 [1938]) Democracia y socialismo. Buenos Aires: Claridad (reedición reciente de El Viejo Topo).

*Germán P. Montañés es militante de Anticapitalistas

Tomado de vientosur.info

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