Desde Uruguay- Aníbal Alvarez Fontán*: El día que conocí a Stalin

Aníbal Alvarez Fontán*

EL DÍA QUE CONOCÍ A STALIN

“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”

José Saramago

La historia nacional siempre me ha gustado, la dictadura como período histórico ha sido un espacio de ausencias de mis estudios formales. Creo que supe que había desaparecidos recién cuando tenía veinte años. Mis padres votaron la papeleta amarilla, los dos. Y mi padre, ciego, decía que jamás caminó por la ciudad tan seguro, como cuando estaban los milicos. Mis padres no eran militantes, mi madre que cosía acolchados de trapo y cuidaba enfermos, apenas terminó primaria. Mi padre que por su enfermedad visual ni siquiera pudo terminar la escuela, era colchonero, y músico, tocaba el bandoneón. Eran simples vecinos como los que existen en cualquier pueblo o ciudad. Mis padres no eran fachos, eran simplemente ignorantes.

En junio de 2018 me mudé a La Paloma. Había un grupo de compañeros y compañeras que militaban y construían conciencia de clase en el Plenario Intersindical y Social María Romana Santos. No hay mejor curso de militancia sindical y social que embarrarse las manos y las patas con la realidad. Y sin dudas que este grupo de compas ha hecho un arduo trabajo, no sin dificultades en el camino, para la construcción colectiva de la memoria en la comunidad. Es el colectivo que organiza el Acto del Primero de Mayo por el Día Internacional de los trabajadores y las trabajadoras, y además organiza la Marcha del Silencio en La Paloma, donde este año fue la sexta. Así que fue fácil sumarme a la barra y empezar a trabajar.

En cada Marcha del Silencio había un ruido de fondo, se escuchaba el repetido comentario de vecinos y vecinas: “Hay que sacar el nombre de la Base Naval, hay que hacer algo, la Base Naval no puede tener ese nombre”. La Paloma tiene un puerto, con una Base Naval a su lado, que lleva el ominoso nombre Ernesto Motto Benvenutto, fue asignado por decreto un 5 de junio de 1973 por Juan María Bordaberry, unos pocos días antes de convertirse en aquel dictador que todos conocemos. Luego, en el gobierno de Luis Alberto Lacalle, entendieron que un decreto no era suficiente y era necesario darle más formalidad, y un 13 de setiembre de 1994 le otorgaron el nombre Ernesto Motto, por ley parlamentaria. ¿Quién era este hombre? Era un Capitán de Corbeta, que un 14 de abril de 1972, fue asesinado en Las Piedras. por el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros; y este hecho le dio el honor de ser condecorado con una Base Naval en su homenaje. Antes de eso, había ido a entrenarse a las Escuelas de las Américas de Panamá, donde fue un destacado alumno, según figura en su foja de servicio. Integró el Escuadrón de la Muerte que hizo desaparecer a Abel Ayala y Héctor Castagnetto, y secuestró, torturó y asesinó también a Manuel Antonio Ramos Filippini e Ibero Gutiérrez.

Resolvimos en el 2019, en el marco del 27 de junio, a 46 años del golpe de Estado, lanzar una campaña de firmas de adhesión a la solicitud para quitar el nombre de “Capitán de Corbeta Ernesto Motto” a la Base Naval de La Paloma. Firmas que acompañaron una nota que se presentó en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento, el 13 de Setiembre de ese año, pues se cumplían 25 años de la ley por la que se le otorgó el nombre a la Base Naval. La iniciativa fue apoyada por el PIT-CNT, Madres y Familiares, Crysol, FFOSE, AUTE, SINTEP, entre otros colectivos sociales de distinta índole que difundieron y juntaron firmas para esta causa. Luego, el 27 de julio de 2019, el Plenario María Romana organizó una Charla Debate que se llamó “Memorias de la Impunidad”. En aquella ocasión participó la ex Jueza Mariana Mota, pero se entendió que además se debía convocar a un vecino o vecina palomense para que aporte su relato a la historia. Los que somos del interior sabemos que hay una construcción de la dictadura que pareciera que solo pasó en Montevideo, y que el interior no lo sufrió tanto. Y con la participación de un vecino de la comunidad, traeríamos la realidad a la proximidad. Claudia una compañera integrante del Plenario conocía a una ex presa política, y a su casa se dirigió para invitarla, pero se encontró con una negativa absoluta a participar: “Aquello es pasado para mí, ni mi esposo, ni mis hijos, ni a mi familia jamás le he contado, y no pienso hacerlo ahora”. Eso nos puso en la tarea inevitable de buscar otra persona.

Trabajando en la UTE, había atendido alguna vez a un cliente con un particular nombre: STALIN LOPEZ, algo tímido y retraído, con un aura de paz en su hablar, y con un muy bajo perfil, que hasta me dio cierta vergüenza invitarlo y preguntarle si se animaba a participar. Sabía únicamente que era un ex preso político, que había estado en los cuarteles de Rocha y Melo, por lo tanto era un vecino que se ajustaba a lo queríamos para la charla. Me expresó que él no tenía nada nuevo para aportar, que pasó lo que tanto otros. “Yo estuve solo dos años preso” me dijo, “¿qué se supone que diga?” me preguntó. Y mi respuesta fue muy sencilla: Lo que pasó. Luego de meditarlo unos días me dijo que si yo lo ayudaba quizá se animaba, obviamente le dije que sí. Entonces comenzaron las visitas de Stalin a mi casa para preparar su “ponencia” para la Charla Debate “Memoria de las Impunidad” junto a Mariana Mota. Él llegaba con una hojita con algunos apuntes, notas o referencias de lo que entendía no quería pasar por alto, y me preguntaba a mí si me parecía bien, como si yo tuviera que decidir qué debe o puede decir él sobre su encarcelamiento y sobre su tortura. Fueron cinco o seis visitas de varias horas, para armar aquella charla.
Me contó que tenía hermanos de nombre Grauert, Lenin, Gorki y Marx. Que su padre tenía trato con Baltasar Brum, que le comentó que se mantenía al tanto del avance del campo socialista y que estuvo con él en los días anteriores de que se suicidara. Antes de pasarse al Partido Comunista su padre era batllista, fue dirigente del Partido Colorado, del Movimiento Avanzar de Julio Cesar Grauert. Un colorado marxista me dijo, y mi cabeza estalló. ¿Marxista en el Partido Colorado? le dije, y me dijo que sí, que concebía una sociedad sin explotados ni explotadores, que fue vilmente asesinado, acribillado a balazos cuando tenía treinta años de edad, con una carrera política, profesional y periodística brillante; dejando a su joven mujer de 31 años viuda, y dos hijas de cinco y seis años.

Las visitas de Stalin para mí se volvieron instructivas, interesantes, y sin dudas imprescindibles para atravesar la historia, para recorrer las memorias de la impunidad. Aquellas largas horas de charlas fueron, esclarecedoras, y toda la imaginación sobre cómo quizá era el encierro, dejó de ser una entelequia inmaterial, para hacerse carne. La dictadura nunca volvió a ser la misma para mí. Le pregunté: ¿Por qué a las personas les cuesta tanto contar? Y si ¿Sirve contar? Y me dijo: es difícil contar, cuesta, porque es revivir lo que ya viviste, y además sientes poco respaldo del Estado, pero sirve para transmitir que acá pasaron cosas, y que fueron cosas horribles, aunque algunos las quieran minimizar, y lo molesto es que hay represores y torturadores libres, y muchos quedarán impunes.

En las largas horas de charla durante sus visitas, mi mente fue registrando frases sueltas: “Todo interrogatorio es con tortura”, “Siempre estábamos de capucha”, “Una vez comí arroz con leche”, “No, nos dejaban ni ir al baño, si tenías ganas te hacías encima”, “Pasábamos mucho tiempo sin comer, y con suerte tomabas agua”, “Parados días y noche”, “La primera vez que me bañé, miré los moretones de mis compañeros y ahí me miré y vi que yo también los tenía”. Hablando con Stalin, fue la primera vez que entendí la dimensión, de lo que es un plantón. Me indicó una posición con los brazos cruzados detrás de la nuca, y me dijo: “después de eso, difícilmente pongas los brazos así”. “Estaba tan agotado, que cuando caía, descansaba, y ellos eran tan sádicos que te decían: ¿te duele, estás bien? Y un día, en la inocencia de la juventud de uno, les dije: sí, estoy mejor, porque cuando caigo descanso; y eso los enloqueció” me dijo esbozando una leve sonrisa, como quien recuerda una picardía adolescente.

Expresó, el papel fundamental de las familias en cada visita para conectarte con el exterior, para saber qué pasaba en el mundo, y la ansiedad de tener novedades sobre los hechos que pasaban en el país, con la esperanza de derrotar la dictadura. Su relato también traía el recuerdo del dolor y el padecimiento por el largo peregrinaje y las largas trayectorias que realizaban esas familias para visitar a sus hijos, hermanos, padres, y a veces ni siquiera sabían dónde estaban, por los traslados sin aviso que les hacían, y aquello podía significar un mes de angustia para la familia. Creo recordar que Stalin lloró todas las veces que me visitó, lloramos en cada visita. Pero no lloró por el recuerdo sobre su tortura o encarcelamiento, aquel llanto conectaba con algunos de sus compañeros en reclusión, aquellos que fueron abandonados y no recibían visitas de sus familias, quizás comidos por el miedo del terrorismo de Estado. Aquello era para Stalin peor que cualquier tortura que le hicieran los milicos.

La Charla “Memorias de la impunidad” con Mariana Motta se hizo, Stalin participó. Lamento decirles que la Base Naval de La Paloma sigue teniendo el nombre del integrante de Los Escuadrones de la Muerte, porque a pesar de las firmas presentadas hace tres años, de haber sido recibidos por la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento hace ya dos años, estamos en una etapa de profundo y prolongado silencio, esa impunidad que sabemos sigue viva. El Plenario María Romana sigue resistiendo y construyendo memoria, como puede y cuando puede. Siempre nos repetimos que “no hacer nada no es una opción” y que “mientras el cuerpo aguante voluntad sobra”. El Plenario tiene su frase de lucha, la cual dice: “Seremos pocos o seremos muchos caminando por La Paloma, pero donde sea necesaria la lucha y la solidaridad, María Romana, caminará”. La dictadura nos atravesó a todos en la sociedad, y es evidente que aquellas cosas del pasado, mentira que son pasado. Porque como decía el poeta griego Yorgo Seferis “Allí donde se toque, la memoria duele”. Mucho se aprende de libros, es cierto, y mucho me queda, y me quedará por aprender. Pero sí sé algo, que todo lo que aprendí en textos, no se compara de ninguna manera a lo que aprendí el día que conocí a Stalin.

 

*Aníbal Alvarez Fontán: Trabajador de UTE, Afiliado a AUTE, Integrante del Plenario Intersindical María Romana, sobre la Marcha del Silencio a desarrollarse en La Paloma

Setiembre 2022

 

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