Cuba: Sin caña no hay país

 

26 octubre 2022

A inicios de la República se popularizó una expresión surgida de la vieja aristocracia criolla: «Sin azúcar no hay país». Efectivamente, desde fines del siglo XVIII hasta los del XX, no solo las grandes fortunas sino toda la vida cubana (demográfica, económica, social, política, cultural, científica) giró en torno a la producción de la rica gramínea, y la propia identidad nacional se forjó a sus expensas.

La existencia de una rama económica tan poderosa en una isla pequeña, larga y estrecha, llena de planicies para cultivarla y bahías para exportarla, nos convertía por excelencia en la Isla del Azúcar. En 1958 este rubro representaba el 71% de las exportaciones cubanas y EE.UU. continuaba siendo el principal comprador.

Ni siquiera la ola transformadora de la Revolución triunfante y el afán secular de diversificar la economía y terminar con la mono-producción/exportación, lograron barrer tal herencia. Por el contrario, Cuba devino azucarera del campo socialista y alcanzó niveles de producción y dependencia externa mayores que antes. En 1975 su exportación representaba el 90% del total de exportaciones. Una década más tarde ascendía aún al 82%.

Con añoranza recordamos el ondulante mar verde que se extendía alrededor de las carreteras, la movilización del país en los tensos períodos de siembra y cosecha, y cómo los diferentes sectores contribuían, a su manera, al éxito de la zafra. Después conocimos con sorpresa que la gallina de los huevos de oro de la que todos vivíamos era una rama «irrentable e incosteable», y que el país tenía que subsidiarla para que siguiera funcionando.

Con el Período Especial, su rol se redujo paulatina pero significativamente. En 1995 ya había caído al 23% de las exportaciones y siguió disminuyendo hasta el nivel actual, inferior al de la etapa colonial e incapaz de garantizar el consumo nacional.

¿Cómo fue posible el retruécano económico que terminó en la decisión política de desmantelar la agroindustria azucarera, entregar sus tierras a la producción de alimentos —léase, al fomento del marabú— y cerrar y conservar los centrales para tiempos mejores —léase, vender sus hierros viejos como chatarra a comerciantes extranjeros? ¿Tendrá algún sentido económico tratar de revivir hoy, veinte años después, los restos de lo que un día fue el alma de la nación?

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Sin caña no hay país

 

Investigador Titular, Dr. en Ciencias Pedagógicas, ensayista, espirituano

 

Fuente: La Joven Cuba

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