RAFAEL BERNABE*: Capitalismo caníbal/ Ver- No podemos derrotar al cambio climático sin derrotar al capitalismo/ Vocabulario ecosocial a través de lentes de movimientos de justicia ambiental

La sociedad capitalista necesita la naturaleza, pero la destruye; depende del trabajo de cuidado de las personas, pero lo precariza; exige políticas públicas, pero las desarticula. Este es un sistema caníbal, y para evitar que siga propagando autodestrucción solo queda una alternativa: derribarlo.

 

La sociedad puertorriqueña está en crisis. Lo palpamos. Lo vivimos. Nos acecha la inflación. La mayoría sobrevive con bajos salarios. Las deudas y sus cobradores agobian no solo al gobierno sino también a la mayoría de las familias. El aumento del costo de la electricidad golpea el bolsillo. El aumento del precio del petróleo encarece también el uso del automóvil, del cual dependemos casi completamente, dada la ausencia de transporte público abarcador y confiable.

Servicios fundamentales, como la salud, se deterioran. Cada vez hay menos médicos generalistas o especialistas. Tampoco hay servicios adecuados para el cuidado de enfermos crónicos, de adultos mayores o de infantes. Estas tareas, de las que el Estado y las empresas se desentienden, recaen desigualmente sobre las mujeres. Muchas de ellas trabajan fuera del hogar y hacen lo que pueden a costa de su salud. Ese reto se agrava cuando falta el agua o la electricidad, como ocurre luego de huracanes en todo el país, pero muy a menudo en numerosas comunidades. Ante cualquier sequía moderada, el agua también se va, debido a la sedimentación y pérdida de capacidad de almacenamiento de los embalses.

Igual efecto destructor tiene la vivienda inadecuada y la ausencia de planificación urbana, cuyas consecuencias más visibles son las inundaciones recurrentes causadas por huracanes. En el caso de familias afectadas por la generación de electricidad con carbón o por el depósito de cenizas, la amenaza al bienestar y la salud es aún más grave. Las personas con diversidad funcional subsisten en la marginación o el desamparo. Muchas comunidades viven rodeadas de vertederos clandestinos o de acumulaciones de chatarra y desechos. La montaña de basura ya no cabe en los vertederos. Y sería fácil extender esta lista: la construcción en la zona marítimo-terrestre o en humedales, o la corrupción gubernamental-empresarial, para dar solo dos ejemplos.

Por lo general, estos problemas se discuten como si solo existieran en Puerto Rico. El debate se enfoca en la incapacidad del gobierno para atenderlos. Pero hay que preguntarse por qué el gobierno es tan incapaz. Y para responder hay que empezar por entender que las causas del problema no son internas. No se trata de un problema «puertorriqueño» sino sistémico: los males que hemos indicado (y otros) corresponden a lo que la estudiosa Nancy Fraser ha llamado «capitalismo caníbal»[1]. Este es un sistema voraz, y nuestras vidas son su alimento.

Capitalismo caníbal

El capitalismo no solo se caracteriza por la subordinación del trabajo al capital. Depende también de al menos tres elementos: la naturaleza y sus recursos, el trabajo de cuidado y reproducción social (que se realiza mayormente en los hogares y por mujeres) y ciertos bienes públicos provistos por el Estado. Pero la carrera tras la ganancia privada a corto plazo, impuesta por la competencia, no solo precariza la situación de los trabajadores y trabajadoras, sino que desestabiliza, desintegra y destruye tanto la naturaleza y los cuidados como los bienes públicos. El capitalismo no solo aprovecha, sino que también desarticula los elementos y procesos de los cuales depende[2].

La crisis climática es un ejemplo: conocemos su causa desde hace cuatro décadas, pero el capitalismo no acaba de desprenderse de la quema de combustibles fósiles que nos conduce a la catástrofe, provocando el aumento del nivel del mar y la mayor frecuencia e intensidad de sequías y tormentas, que, en nuestro caso, nos afectan directamente. Que estos procesos causen pérdidas a intereses empresariales o que a la larga hagan al planeta inhabitable, no impide que el sistema siga su marcha ciega hacia el abismo[3].

El planeta es finito, pero el capitalismo lo usa como si fuera fuente infinita de recursos y depósito infinito de desperdicios. ¿A quién puede extrañar que los vertederos ya no basten para acomodar el río de basura que corre hacia ellos?[4]. La misma búsqueda de la ganancia privada alimentó la preferencia por el automóvil privado (y la relegación del transporte colectivo) con todas sus consecuencias ambientales y sobre el asentamiento, incluyendo la urbanización desparramada y la siembra de tierras agrícolas con cemento y la construcción de espacios urbanos más adecuados a los automóviles que a las personas[5]. De igual forma —porque es buen negocio para algunos—, se sigue construyendo en la zona marítimo-terrestre. El agronegocio impone el monocultivo, maltrata la tierra y los animales y degrada los alimentos, que muchas veces se transportan miles de kilómetros para ser consumidos, luego de que las fuentes locales hayan sido destruidas. En Puerto Rico tenemos la dependencia de la importación y los experimentos de Monsanto como ejemplos de esas tendencias.

El capital se resiste a pagar impuestos y exige y reducir el gasto público. Los gobiernos, poco dispuestos a tocar las ganancias del gran capital, se endeudan, y esa deuda se utiliza para disciplinarlos imponiendo planes de ajuste estructural, que incluyen racionar los servicios públicos muy por debajo de las necesidades sociales[6]. A partir de 2006, Puerto Rico ha sido un ejemplo de lo primero. Después de 2017, un ejemplo de lo segundo, con la imposición de la Junta de Control Fiscal.

Como afirma Fraser, «es mayormente a través de la deuda que el capital expropia a las poblaciones en el centro y la periferia e impone austeridad a la ciudadanía, sin importar las preferencias de política que expresen a través de las elecciones»[7]. Es difícil leer esto sin pensar en el caso de nuestro país. Entre los «ahorros» más dolorosos impuestos al sector público se encuentran el cierre de escuelas en cientos de comunidades, de cuya vida e historia eran una parte importante, y la reducción a la mitad del presupuesto de la Universidad de Puerto Rico, que ya ha provocado la pérdida de acreditación de una facultad del Recinto de Ciencias Médicas[8].

Como parte de las políticas contra el bienestar social, el cuidado de quien lo necesita se encomienda a las familias y, dentro de las familias, a las mujeres. Pero las familias tienen recursos limitados y muchas mujeres trabajan fuera del hogar, para empezar porque necesitan ese ingreso para sobrevivir. ¿Quién cuida entonces de los infantes, las personas adultas mayores, enfermas o con necesidades especiales? El Estado, inadecuadamente, o las mujeres, a duras penas. A los niños y niñas a menudo los cuidan los abuelos y abuelas. ¿Pero quién cuida a los abuelos y abuelas? Esto es lo que las estudiosas del tema llaman la «crisis de los cuidados», o de los cuidos.

Este sistema hace competir incluso a trabajadores y trabajadoras. Las empresas, aguijoneadas por la competencia, prefieren siempre a quienes aprendan más rápido, se muevan con más agilidad y produzcan en menos tiempo. La ganancia, y no la vida plena del ser humano, es el móvil de este sistema. En tal proceso impersonal e implacable, la integración y participación de las personas con diversidad funcional siempre será excepcional y limitada, algo apenas tolerado y marcado por la lástima en lugar del respeto.

En esta sociedad todo depende del dinero. El nivel de consumo y de vida, la seguridad y capacidad de responder ante imprevistos, el prestigio social, la influencia política, incluso la capacidad de ayudar a otras personas, todo depende del dinero, del tamaño de la cuenta de banco. Esto aplica a ricos y pobres. Se entiende que mucha gente viva obsesionada con el dinero: por conseguir algo si no tienen, por conseguir más si ya tienen algo. En este mundo en que todo depende del dinero, el egoísmo se convierte en el valor supremo.

A pesar de que se hable de «amor al prójimo», de solidaridad, de comunidad, el imperativo que rige la vida económica es la mayor acumulación posible de riqueza privada (una de sus manifestaciones es la generalizada corrupción en el gobierno) y la ética que la acompaña, que es la ética del «sálvese quien pueda». Las otras personas y la naturaleza se convierten en medios para el único fin, que es el dinero. Se supone que de ese choque de egoísmos aparezca el bienestar de todos y todas. Pero no es así: su efecto es fragmentar la comunidad, aislar a la persona y destruir la naturaleza. Que en tal sociedad proliferen la agresividad y la violencia no puede sorprendernos.

La pandemia del COVID-19 ha sido un espectacular despliegue del capitalismo caníbal. El COVID-19 es una enfermedad zoonótica: es resultado del salto de un patógeno del reino animal a los seres humanos. En la actualidad esto es consecuencia de la invasión y destrucción (deforestación, extracción, etc.) de hábitats de diversas especies, consecuencia de la búsqueda insaciable de ganancia privada. Que la pandemia paralice las economías capitalistas durante meses —y, por tanto, la generación de ganancias— no impide que el sistema mantenga las prácticas que la propiciaron. Por otro lado, la privatización, resultado de esa misma búsqueda, también desmanteló y fragmentó los servicios de salud públicos y otras agencias de gobierno, que en muchos países han sido incapaces de dar una respuesta integral y coordinada a la pandemia[9].

En Puerto Rico, desde la década de 1990 la guerra contra el sector público y el deseo de convertirlo en fuente de ganancia privada condujeron a la privatización del sistema público de salud. El resultado está a la vista: un sistema secuestrado por las aseguradoras privadas y servicios de salud que, según el Colegio de Médicos, están al borde del colapso. Según el mismo Colegio, la voracidad de las aseguradoras es la causa mayor del éxodo de profesionales de la salud.

En fin, la sociedad capitalista necesita la naturaleza, pero la destruye; depende del trabajo de cuidado de las personas, pero lo desestabiliza y precariza; depende de bienes públicos, como un sistema de salud que funcione con un mínimo de coherencia o una universidad que provea los profesionales que necesita, pero los desarticula y desintegra. Necesita infraestructura adecuada, pero permite que se deteriore, al negarle los recursos para darle el mantenimiento requerido. Se ahoga en la basura que genera, pero la sigue generando. La entronización de la competencia y la ganancia privada como reguladores fundamentales de la actividad económica, mina, limita y deforma cualquier intento de desarrollo planificado.

Agravantes

Existen otros procesos que cabría mencionar. El capitalismo distribuye el ingreso desigualmente y luego satisfice la demanda de quienes tienen poder de compra: el resto está condenado a diversos grados de precariedad. De ahí que se construyan segundas y terceras viviendas de lujo, pero no viviendas de interés social. De ahí que se siga arrinconando a la población más pobre en zonas inundables o propensas a deslizamientos.

En esa economía de mercado manda el dinero. Y quien más dinero tiene es quien más manda. Un ejemplo es el proceso designado con la palabra «gentrificación», proveniente del inglés. Tiene como escenario zonas económicamente deprimidas, con viviendas, instalaciones e infraestructura deterioradas, propiedades depreciadas y población empobrecida. Esta zona, a partir de cierto momento, atrae el interés de sectores adinerados que empiezan a adquirir propiedades y a «renovarlas». Aumentan los alquileres y aparecen comercios orientados a esa clientela privilegiada. La zona «revive», pero a costa del desplazamiento de sus antiguos residentes, que no pueden pagar los nuevos alquileres y cuyas viviendas han sido demolidas o reconstruidas para servir a «otro mercado».

En la actualidad, Puerto Rico es terreno fértil para este proceso. Somos una zona deprimida, con viviendas e instalaciones deterioradas, propiedades depreciadas, con una población empobrecida y vulnerable, por tanto, a un proceso de «gentrificación» encabezado por los que más dinero tienen: inversionistas provenientes de Estados Unidos. A esto se añade la «estrategia» de promover que esos inversionistas se muden a Puerto Rico para evitar el pago de impuestos. Por otro lado, la lógica del negocio conduce a la proliferación de alojamientos a corto plazo (Airbnbs), con su efecto desintegrador en muchas zonas residenciales.

Internacionalmente, el capitalismo caníbal perpetúa la desigualdad entre países y las concepciones y prácticas racistas con que esa desigualdad se ha combinado históricamente. Cierra las fronteras de los países más ricos a quienes intentan escapar del empobrecimiento y condena a miles a la muerte en mares y desiertos. A la vez, aprovecha la indefensión legal de quienes logran cruzar para someterles a peores niveles de explotación que al resto de la clase trabajadora. La situación colonial de Puerto Rico es ejemplo de lo primero y la Junta de Control Fiscal es ejemplo de su agravamiento en fechas recientes. La odisea, a menudo trágica, de las yolas en el canal de la Mona y la situación de inmigrantes «indocumentados» en Puerto Rico, son ejemplos de lo segundo.

El poder de las metrópolis capitalistas en la economía mundial y de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio y su capacidad para imponer políticas a los gobiernos demuestran que no basta con la mera independencia política para gozar de plena soberanía. Sin la lucha contra el dominio del gran capital, la independencia se convierte en un cascarón vacío, aunque esté pintado con los colores de la bandera nacional[10].

En Puerto Rico, el «libre comercio», el libre movimiento de dinero y capital de y hacia Estados Unidos desde 1900 ha propiciado la subordinación de la economía isleña al capital foráneo, la especialización unilateral en sus distintas etapas (azúcar, manufactura «liviana», industria de alta tecnología), la falta de articulación entre campo y ciudad (primero agricultura sin industria, luego industria sin agricultura), la extracción de ganancias y la falta de empleo para buena parte de la fuerza laboral, con el consiguiente efecto depresivo sobre los salarios y la emigración como medida de supervivencia[11].

Detrás de cada uno de estos males (desigualdad, destrucción ambiental, falta de planificación, sobrexplotación, «desarrollo» subordinado, etc.) se encuentra el mismo mecanismo: la preponderancia de la búsqueda de la ganancia privada sobre otras consideraciones. Las empresas se imponen ese imperativo unas a otras a través de la competencia, tan alabada por los defensores del capitalismo. El presidente Biden ha dicho recientemente que «capitalismo sin competencia no es capitalismo. Es explotación». Se equivoca doblemente: el capitalismo es explotación y la competencia, lejos de atenuarla, obliga a cada capital a tratar de intensificarla o arriesgarse a ser desplazado por sus competidores.

Al fin y al cabo, ¿por qué han sido necesarias leyes para limitar la jornada de trabajo, para fijar un salario mínimo, prohibir el trabajo infantil, los anuncios engañosos, la descarga de materiales tóxicos a la tierra, el aire o las aguas, entre otras? Porque sin esas limitaciones, la carrera tras la ganancia impondría jornadas de dieciséis horas y verdaderos salarios de hambre, tendría miles de niños en las fábricas y no en las escuelas, y el ambiente se hubiese deteriorado mucho más de lo que ya se ha deteriorado.

Esto también demuestra, claro está, que es posible poner límites a la naturaleza destructiva del sistema. De hecho, esas tendencias son tan extremas que en ocasiones exigen que el Estado intervenga para defender al sistema de sí mismo. Y eso también permite que se le arranquen concesiones para proteger a la gente y al ambiente. Pero esas concesiones son diques que dejan en pie la fuente del mal. Eso explica por qué siempre son parciales y por qué siempre están en peligro de debilitamiento y revocación (como es el caso de las conquistas laborales).

Explica también por qué el gobierno es incapaz de atender tantos problemas: porque lejos de cuestionar, está al servicio del capitalismo caníbal. Más allá del rol de los fondos privados en las elecciones, del peso del cabildeo empresarial en el proceso legislativo, de la captura de las agencias reguladoras por las empresas que se supone que regulen, más allá de esas «palancas de poder», se encuentra el masivo poder de chantaje de los dueños de la economía: mientras más afecte sus privilegios una medida o política, más rápida y contundentemente responden con la «huelga» de inversiones y la fuga de capitales, con el consecuente malestar económico[12]. En Puerto Rico, cualquier medida contributiva o laboral progresista inmediatamente genera la objeción: «¡eso ahuyentará la inversión!», «¡eso hará que el capital foráneo se vaya!». Así se impone la dictadura del capital.

El Estado es cómplice, ciertamente, pero el culpable es el sistema. Criticar a la «clase política», a «los políticos» o los partidos, como hacen tantos editoriales y analistas, sin hablar de la clase capitalista o hablar de las fallas del gobierno sin hablar de la naturaleza del sistema económico reinante es quedarse a mitad del análisis. Peor: es escudar, o más bien exonerar al culpable, al enfocarse exclusivamente en su cómplice. Tenemos que ir más allá de la crítica del gobierno de «los políticos» o de los partidos y el partidismo. Si nos quedamos ahí, le hacemos el juego al sistema.

De hecho, la atribución de los problemas a «la política» nos lleva en una dirección antidemocrática. Si el problema es «la política» o «los partidos», la solución sería suprimir la política y los partidos y remplazarlos por una autoridad «eficiente» que resuelva los problemas de la gente. Pero no es necesario llegar a ese extremo: la idea de que «la política» o los partidos son el problema conduce a propuestas como que la dirección de agencias o departamentos de gobierno (de educación, por ejemplo) esté a cargo de personas no electas ni nombradas por funcionarios electos. Se ha propuesto, por ejemplo, que el término de la dirección del Departamento de Educación sea de más de cuatro años y se desconecte de los cambios de administración.  Ante la politiquería reinante la idea puede ser atractiva. Pero, en ese caso, a nombre de «sacar la política» se saca esas agencias de la posibilidad de control democrático por la gente. La gente vota y elige el gobierno, pero esas agencias siguen su rumbo, independientemente del sentir y las preferencias que se expresen a través de las elecciones. La denuncia de «la política» también se usa para promover la privatización, es decir, para ampliar el ámbito del mercado y la competencia, que no están sujetos a control democrático.

En fin, el problema no es la política ni los partidos: el problema es el tipo de política y de partidos que han gobernado y siguen gobernando. La solución no es despolitizar (que, en realidad quiere decir sacar del debate y la posibilidad de control democrático), sino otra política y otros movimientos políticos, comprometidos con la gente y con el ambiente y, a partir de ese compromiso, dispuestos a desafiar las reglas del sistema económico dominante. En cuanto a las agencias de gobierno, la alternativa liberadora no es ni el control tecnocrático de algunos expertos ni la privatización, sino su democratización, con participación laboral y ciudadana.

Resistencias

Felizmente, todas estas dimensiones del capitalismo caníbal han generado resistencias, en el mundo y también en Puerto Rico: por la energía renovable, contra la quema de carbón y el depósito de cenizas, por el transporte colectivo, la vivienda adecuada, la defensa de la zona marítimo-terrestre, por una política de basura cero y la generación circular, contra el desplazamiento de comunidades, por un seguro de salud universal y un sistema de salud público, contra el cierre de escuelas y en defensa de la UPR, contra el desamparo de adultos mayores, por el servicio de agua potable en comunidades afectadas por interrupciones, en defensa de los salarios, pensiones y derechos laborales, contra la Junta de Control Fiscal y sus políticas, por la soberanía alimentaria y las prácticas agroecológicas, contra el racismo y en defensa de las comunidades inmigrantes, por los derechos de las personas con diversidad funcional, luchas feministas y por los derechos y necesidades de la mujeres, por la descolonización y la autodeterminación nacional, no solo política sino también económica, entre otras.

Esas resistencias han desplegado diversas acciones: piquetes, marchas, paros, huelgas, desobediencia civil, participación en vistas públicas, elaboración de propuestas, educación comunitaria, iniciativas electorales, entre otras. Es necesario coordinar esas luchas. Esa convergencia tiene una base sólida: si las luchas responden a problemas distintos, todos son consecuencia del mismo sistema. Aunque ahora estén fragmentadas, son aspectos de una misma batalla. Y esa batalla es, por su contenido, anticapitalista[13].

Un programa compartido, que incluiría el programa particular de todas esas luchas, tiende a invertir las prioridades del capitalismo caníbal: prioriza el cuidado y las garantías sociales que todos los seres humanos necesitan, la protección de la naturaleza y la empresa pública, planificada y administrada democráticamente que haría posible alcanzar esos objetivos. Nuestra meta debe ser asegurar la satisfacción de las necesidades de todas las personas (vivienda, agua, electricidad, salud, educación, cuidado en la niñez y vejez) y la reducción de la jornada de trabajo, que libere tiempo para la participación social y las actividades escogidas voluntariamente y no bajo la obligación de «ganarse» la vida. Es decir, debemos luchar por dar paso a una vida más plena, liberada de la aspiración a consumir una cantidad creciente de mercancías que el mismo capitalismo se obliga a producir y vender a pesar de las consecuencias sociales o ambientales[14].

¿Seremos capaces de coordinar nuestras luchas y de reconocer su ineludible carácter anticapitalista? De esto depende que Puerto Rico tenga un futuro que merezca vivirse.

 

Notas

[1] Nancy Fraser, Cannibal Capitalism. How Our System is Devouring Democracy, Care and the Planet—and What We Can Do About It (London: Verso, 2022).

[2] Para entender está realidad hay que contar con el pensamiento anti-capitalista clásico y también con las contribuciones del feminismo y del pensamiento ecológico.

[3] Naomi Klein, This Changes Everything. Capitalism vs. the Climate, (New York: Simon and Schuster, 2014); Ashley Dawson, Extreme CitiesThe Peril and Promise of Cities in the Age of Climate Change (London: Verso, 2017). Para resúmenes y reseñas con referencias a la situación de Puerto Rico ver Rafael Bernabe, “Capitalismo fósil”, 80grados, 24 octubre 2014, https://www.80grados.net/capitalismo-fosil/ y “La isla extrema (o su resiliencia y la nuestra)”, 80grados, 1 diciembre 2017. https://www.80grados.net/la-isla-extrema-o-su-resiliencia-y-la-nuestra/. Ver también Daniel Tanuro, Green Capitalism. Why it Can’t Work (London: Merlin, 2013) y Cambio climático y alternative ecosocialista, (Barcelona: Sylone, 2009).

[4] Heather Rogers, Gone Tomorrow. The Hidden Life of Garbage (New Press, 2005). Para un resumen y reseña ver Rafael Bernabe, “Isla desechable”, 80grados, 14 septiembre 2012, https://www.80grados.net/isla-desechable/

[5] Rafael Bernabe, “La ciudad estrangulada: cincuenta años después”, 80grados, 15 marzo 2013, https://www.80grados.net/la-ciudad-estrangulada-cincuenta-anos-despues/

[6] Como escribe Fraser: “Es cada vez más a través de la deuda … que el capital … canibaliza al trabajo, impone su disciplina a los estados, transfiere riqueza de la periferia al centro, y succiona valor de los hogares, familias, comunidades y la naturaleza” [traducción nuestra-RB]. Fraser, Cannibal Capitalism, 68. Ver Eric Toussaint, Sistema deuda. Historia de las deudas soberanas y su repudio (Barcelona: Icaria, 2018).

[7] Nancy Fraser, Rahel Jaeggi, Capitalism. A Conversation in Critical Theory (Brian Milstein, ed.) (Cambridge, UK: Polity, 2018), 75. [traducción nuestra-RB]

[8] Rafael Bernabe, “Puerto Rico: Economic Reconstruction, Debt Cancellation, and Self-determination, International Socialist Review, 111, Winter 2018-2019, https://isreview.org/issue/111/puerto-rico-economic-reconstruction-debt-cancellation-and-self-determination/; “Neolibrealismo punitivo, melancolía financiera y colonialismo”, 80 grados, 7 abril 2017, https://www.80grados.net/neoliberalismo-punitivo-melancolia-financiera-y-colonialismo/; “El régimen de los acreedores y la crisis de la deuda”, 80 grados, 21 agosto 2015, https://www.80grados.net/el-regimen-de-los-acreedores-y-la-crisis-de-la-deuda/

[9] Andreas Malm, Corona, Climate, Chronic Emergency. War Communism in the Twenty-First Century (London: Verso, 2020). Para un resumen y reseña ver Rafael Bernabe, “Capitalismo y catástrofe”, Momento crítico, 30 octubre 2020, https://www.momentocritico.org/post/capitalismo-y-catástrofe

[10] Para un análisis de las contradicciones del capitalismo en todas sus variantes (keynesiano, neoliberal, desarrollista, etc.) ver Tony Smith, Globalization. A Systematic Marxist Account (Chicago: Haymarket, 2009). Ver también Eric Toussaint y Damien Millet, Debt, the IMF and the World Bank (New York: Monthly Review Press, 2010).

[11] Para un panorama de la evolución económica de Puerto Rico de 1898 en adelante ver los capítulos dedicados al tema en César J. Ayala, Rafael Bernabe, Puerto Rico en el siglo americano. Su historia desde 1898 (San Juan: Callejón, 2011).

[12] Kevin A. Young, Tarun Banerjee, Michael Schwarz, Levers of Power. How the 1% Rules and What the 99% Can Do about It (Londres: Verso, 2020). Para un resumen y reseña ver Rafael Bernabe, “Palancas del poder y la resistencia”, Momento crítico, 28 enero 2021, https://www.momentocritico.org/post/palancas-del-poder-y-la-resistencia. Para un recuento de la imposición de la agenda neoliberal en Estados Unidos ver Nancy MacLean, Democracy in Chains. The Deep History of the Radical Right’s Stealth Plan for America (New York: Penguin, 2018).

[13] Nancy Fraser, Contrahegemomía ¡Ya! (México D.F.: Siglo XXI, 2019)Para un resumen y reseña ver Rafael Bernabe, “Rescatando la igualdad: Nancy Fraser, Contrahegemomía ¡Ya!”, Momento crítico25 abril 2021, https://www.momentocritico.org/post/rescatando-la-igualdad-nancy-fraser-contrahegemomía-ya

[14] Kate Soper, Post-Growth Living. For an Alternative Hedonism (London: Verso, 2020). Para un resumen y reseña ver Rafael Bernabe, “Progreso y crecimiento no son sinónimos. Reseña de Kate Soper, Post-Growth Living. For an Alternative Hedonism (London: Verso, 2020)”, Momento crítico, 28 febrero 2021, https://www.momentocritico.org/post/progreso-y-crecimiento-no-son-sinónimos-reseña-de-post-growth-living-for-an-alternative-hedonism. Ver también Michael Lowy, Bengi Akbulut, Sabrina Fernandes, Giorgos Kallis, “For an Ecosocialist Degrowth”, Monthly Review, 73:11, Abril 2022. https://monthlyreview.org/2022/04/01/for-an-ecosocialist-degrowth/

 

*RAFAEL BERNABE: Docente universitario y Senador por el Movimiento Victoria Ciudadana (Puerto Rico)
Fuente: Jacobin América Latina.

Zarah Sultana* – No podemos derrotar al cambio climático sin derrotar al capitalismo

Los intereses empresariales quieren desviar el movimiento climático hacia soluciones individuales. Pero los sorbetes de papel y las bombillas de bajo consumo no salvarán el planeta: necesitamos un movimiento para acabar con el sistema que lo está destruyendo.

 

n su día, el principal obstáculo para los activistas medioambientales fue el negacionismo del cambio climático. Financiado en secreto por la industria de los combustibles fósiles, la ciencia estaba ferozmente desacreditada. Se difundió información errónea para ocultar una verdad mortal.

Hoy en día, con algunas excepciones notables, son pocos los que niegan la evidencia del cambio climático. Ese argumento se ha resuelto en gran medida. Incluso el gigante petrolero Shell se ve obligado a reconocer la emergencia climática, y recientemente nos imploró en un tuit que consideráramos «¿Qué estás dispuesto a cambiar para ayudar a reducir las emisiones?».

Pero la negativa a entender correctamente el cambio climático no ha desaparecido del todo. En cambio, nos enfrentamos a una forma diferente y más sutil de negacionismo climático.

Esta perspectiva no niega la ciencia de la emergencia climática: niega la política. Pretende que basta con ajustar el sistema aquí o modificarlo allí para evitar el desastre. Actúa como si lo de siempre fuera viable, centrándose en la prohibición de los sorbetes de plástico y fomentando las bolsas ecológicas. Sugiere que la crisis climática es un problema de consumo personal, como si un cambio en las preferencias de los consumidores pudiera ser suficiente para evitar el desastre climático.

Esta fantasía liberal va acompañada de otra noción engañosa: el llamado «Antropoceno». Un concepto cada vez más popular tanto entre los académicos como entre los activistas del clima, que sugiere que los seres humanos en general son responsables del aumento de las partes por millón de dióxido de carbono en la atmósfera de 280 en 1750 a 417 en mayo del año pasado.

Este enfoque de la crisis climática es similar a las escuelas de pensamiento del establishment que culpan de graves males sociales —como la pobreza o el analfabetismo— a la sociedad en su conjunto, en lugar de al sistema económico que los causa y a los pocos ricos que tienen poder para mejorarlos.

La tesis del Antropoceno tiene también un lado más oscuro. Si se puede culpar a los seres humanos colectivamente de los males del planeta, según la lógica, entonces una reducción de la población humana podría ser una solución. Esta idea, por supuesto, no es nueva: el economista británico Thomas Malthus expuso ideas similares en los siglos XVIII y XIX.

Poco después, la tesis maltusiana de la superpoblación fue criticada por Marx y Engels, que la calificaron de «difamación del género humano». Para los socialistas, Malthus había atribuido erróneamente a la humanidad en su conjunto la culpa de los problemas derivados de un determinado sistema social. Si las cosas se producían y distribuían en función de las necesidades humanas y no del crecimiento capitalista, y si la tecnología se orientaba hacia los mismos fines, no había razón para que los humanos no pudieran vivir en armonía con el planeta.

Las pruebas respaldan esta tesis. Un informe de 2017 del Carbon Disclosure Project mostró que 100 empresas han sido responsables del 71% de las emisiones mundiales desde 1988. En 2019, un estudio similar del Climate Accountability Institute descubrió que solo 20 empresas eran responsables del 35% de todo el dióxido de carbono y el metano relacionados con la energía en todo el mundo desde 1965.

Nuestro problema, en otras palabras, no es el Antropoceno. Nuestro problema es el capitalismo. El colapso ecológico al que nos enfrentamos hoy en día puede achacarse directamente a la acumulación de vastas franjas de recursos mundiales por parte de una pequeña élite, que impulsa el cambio climático con su codicia. El capitalismo es un sistema de poder altamente concentrado. Y ya sea como consumidores individuales (a través de sus jets privados y su lujoso consumo excesivo) o como capitalistas en la economía en general —impulsando nuevas extracciones de petróleo y gas y llevando la producción a lugares más baratos pero más contaminantes—, la clase dominante tiene un impacto enormemente desproporcionado en nuestro clima.

En una sociedad de clases, los deseos de una pequeña minoría se priorizan por encima de la supervivencia de todos, ya que el capitalismo nos recluta para una acumulación sin fin. Tanto los capitalistas como los trabajadores están disciplinados bajo las reglas del mercado: debemos vender o morir. El capital, como dijo Marx, es un «valor que se autovaloriza»: la riqueza se ve obligada a generar más riqueza.

Mientras quemamos el suelo bajo nosotros y anunciamos el aumento de las cifras del PIB en nuestro planeta finito, el orden social actual empieza a parecerse a un culto a la muerte. La particularidad del capitalismo es que es a la vez un sistema de poder de clase y de dominación universal; estos dos impulsos lo hacen doblemente tóxico para el medio ambiente.

La tesis de que el capitalismo como sistema, y no el ser humano como especie, es el responsable de nuestra crisis ecológica es cada vez más popular. El escritor sueco Andreas Malm, en su obra Fossil Capital, explora el papel que desempeñó la energía de vapor en la Revolución Industrial británica en esta dinámica, argumentando que la lógica del capital —y en particular su impulso a subordinar el trabajo— fue crucial en el ascenso de las tecnologías que cambian el clima.

Jason Moore, historiador del medioambiente y sociólogo de la Universidad de Binghamton, va más allá. Sostiene que no es el Antropoceno lo que estamos viviendo, sino el Capitaloceno, señalando que la mayoría de las emisiones del mundo provienen de la producción, algo sobre lo que las masas populares tienen poco o ningún control. En nuestras economías, los medios de producción siguen estando en manos privadas, en manos de los capitalistas.

Una vez que podemos nombrar al capitalismo como el problema, las soluciones se vuelven mucho más claras. Si el capitalismo significa poder de clase y una búsqueda interminable de beneficios, el socialismo debe significar poder democrático y producción para la necesidad. Esas dos cosas deberían ser nuestros pilares en la lucha contra el cambio climático.

Un primer paso sería atacar el consumo conspicuo y totalmente innecesario de la clase capitalista. El objetivo principal, como sugiere Moore, debe ser ganar el control colectivo sobre la propia producción, una forma de garantizar que lo que se produce hoy no es simplemente lo más rentable, sino lo mejor para la sociedad y el planeta en su conjunto.

Y pensemos en los beneficios que esto podría tener. En lugar de pasar nuestras vidas atadas a nuestros trabajos, podríamos tomar el control democrático y planificar nuestros recursos y nuestra labor. Podríamos establecer objetivos climáticos y alcanzarlos al mismo tiempo que aseguramos que el nivel de vida de la mayoría de la gente aumente, a través de la redistribución de la riqueza, la organización efectiva de la producción y, simplemente, más tiempo libre.

Y las políticas respetuosas con el clima podrían tener también beneficios mucho más amplios. Hay muchas casas que necesitan ser aisladas, y hay que construir paneles solares y turbinas eólicas. Podríamos formar a una nueva generación de trabajadores para que realicen trabajos verdes que ayuden a reparar el clima en lugar de contaminarlo más. Los Estados pueden hacerlo, pero solo si arrebatan la riqueza a los capitalistas y la utilizan para fines comunes y útiles, en lugar de privados y lucrativos.

Esta es la exigencia de un Green New Deal, cuya radicalidad no hace más que crecer a medida que se acerca el desastre climático. Sus alternativas no nos ofrecen un futuro: un capitalismo verde, favorecido por el centro liberal, no aborda las tendencias ecológicamente destructivas en el corazón de nuestro sistema. O peor aún, el ecofascismo: una ideología creciente que pretende aislar a una pequeña minoría occidental de las consecuencias del desastre climático mientras obliga a las masas pobres del mundo a asumir sus costes.

Esta agenda ecologista de extrema derecha pone en evidencia otro aspecto de nuestra lucha. El capitalismo es un sistema global. Cualquier resistencia a él debe atravesar también las fronteras. No hacerlo alimentará una política verde cada vez más excluyente, más preocupada por la basura en nuestras localidades que por las inundaciones, que podrían desplazar a una de cada siete personas en Bangladesh en 2050.

Las decisiones tomadas en una sala de juntas en Londres o Nueva York pueden contaminar los ríos de Bangladesh o destruir las selvas tropicales en Brasil. Un Green New Deal que alimenta los coches eléctricos con baterías de litio extraídas en condiciones inseguras en el Sur Global no es suficiente.

Las coaliciones que necesitamos para derrotar al capitalismo fósil ganarán su poder reuniendo a las víctimas de las inundaciones, desde Inglaterra hasta Indonesia, y también a muchas otras, en un movimiento ecosocialista que hable en nombre del 99% global y contra los especuladores contaminantes, dondequiera que saqueen la tierra.

Estos son los primeros principios de un socialismo verde. Gran parte del trabajo consiste en completar los detalles, pero el movimiento climático debe empezar por disipar algunas ilusiones. Parafraseando un viejo dicho, los que no quieren hablar del capitalismo deben guardar silencio sobre la devastación ecológica.

Lejos de ser el problema, el Antropoceno podría ser la solución: la idea de que la humanidad tome colectivamente las riendas de nuestro destino, haciendo historia deliberadamente a través de las fronteras en un proyecto común para mejorar la vida. Hoy, la exigencia de una planificación democrática, enfrentada a la anarquía del mercado y al poder concentrado de la clase capitalista, es una exigencia de nada menos que de supervivencia.

*Zarah Sultana es diputada del Partido Laborista por Coventry South, Reino Unido

Tomado de jacobinlat.com

 

Vocabulario ecosocial a través de lentes de movimientos de justicia ambiental

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