José Manuel González Rubines * – Derechos, cascabeles y espejos

Finalmente, ¡habemus Codex! Después de una de las campañas más agresivas que puedo recordar —sobresaturación se le llama en el argot de la comunicación—, el Código de las Familias ha sido aprobado. Como dice una de las muchas consignas que ha acompañado el proceso, ciertamente Cuba es hoy un país mejor.

Para muchos, esta es una de las pocas buenas noticias en materia política y jurídica de los últimos tiempos; para otros, tiene el tufo sulfuroso de los fogones del Averno. No obstante, más allá de las opiniones polarizadas y de las ganancias en materia de derechos que trae para los cubanos este texto, cuanto lo ha rodeado deja algunas lecturas que no debemos desatender.

1. Se ha llevado a referendo popular una ley inclusiva y justa, por tanto, se ha sometido a la opinión de las mayorías algo tan importante como que determinados grupos sociales deban o no tener derechos que hasta el momento les eran negados.

Sin embargo, un Código Penal que parece escrito por Hammurabi fue también aprobado sin que a la ciudadanía se le preguntara demasiado. En él se establece por ejemplo, la pena de muerte como castigo a veinticuatro figuras delictivas, casi todas relacionadas con crímenes contra la seguridad del Estado.

2. Entre los resultados de la votación en la Asamblea Nacional del Poder Popular y los del referendo del pasado domingo existen diferencias abrumadoras. Mientras en el máximo órgano de poder del Estado, donde supuestamente descansa la voluntad del pueblo, no hubo objeciones destacables, como es costumbre en ese monocromático foro, el referendo arrojó que solo el 46.6% de los ciudadanos con derecho al voto, lo hicieron por el Sí.

¿Dónde está la representación de ese millón 950 090 que votó No y cuya opinión no fue defendida en el legislativo por ninguno de los más de seiscientos diputados? ¿Por qué dos millones 195 681 ciudadanos decidieron no votar en un país donde tradicionalmente los índices de participación han sido altos? ¿Están representados en algún sitio —puesto que obviamente no es en la Asamblea Nacional— esos casi cuatro millones de personas?

Derechos, cascabeles y espejos

3. Por otro lado, más allá de lo referido a la representación, es llamativo que el 25% de los registrados para votar no acudiera a las urnas. La lectura común que se hace en casos como estos, que suceden en los procesos electorales de todo el mundo, es de desentendimiento, crítica negativa, incredulidad, falta de atracción, o desencanto. La no participación es una forma de participación en sí, del mismo modo que el silencio es una respuesta.

4. Igualmente muy sugerente ha resultado la campaña comunicacional desplegada por favor de las dos opciones. De un lado, el aparato estatal —incluidos medios que, según cuenta la leyenda, son públicos— en apoyo únicamente al Sí; por el otro, medios, organizaciones y perfiles en redes sociales llamando al No.

Sin embargo, lo que me ha parecido digno de resaltar es el hecho de que representantes de sectores históricamente oprimidos y que denuncian el autoritarismo y las prácticas excluyentes del Gobierno/Estado —miembros de la comunidad LGBTIQ+ o religiosos, por ejemplo—, asumieran posturas muy similares a las que critican.

Vi a personas tachar de ignorantes y mojigatos a quienes, haciendo uso de su derecho, votaban No; también a otros que, pretendiendo ofender, etiquetaban de homosexuales o pervertidos a quienes, ejerciendo el mismo derecho que los anteriores, votaban Sí. Ataques de esa naturaleza, más si vienen de personas que han sufrido discriminación, son una triste muestra de las carencias cívicas que tenemos. Democracia es escoger libremente entre opciones o incluso, decidir no participar.

Al margen de estas lecturas, queda una realidad: el nuevo Código de las Familias es la fachada de una casa que requiere ser (re) construida. Sus habitaciones abarcan realidades muy diferentes, por lo que la obra no es ni remotamente sencilla.

Por ejemplo, la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo no implica que de golpe se erradiquen los prejuicios contra la comunidad LGBTIQ+. Que la legalidad sirva de amparo es un paso de considerable importancia pero requiere el apoyo de un sistema educativo que instruya en el respeto a la diversidad —no solo de preferencias sexuales o identidad, sino también política, étnica, religiosa—, algo que evidentemente falta.

Ese sistema, que se debe a nuestros niños, adolescentes y jóvenes —protegidos por el Código—, ha recibido desde 2014 hasta 2021 como promedio solamente el 1% de las inversiones que se han realizado en el país, según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI). No extrañan entonces sus condiciones generalmente malas.

Derechos, cascabeles y espejos

(Fuente: ONEI)

Tampoco las de los hospitales a los que acudimos cuantos estamos al amparo de tan novedosa legislación, pues el sistema de salud pública y asistencia social ha recibido como promedio en el mismo período el 2% de las inversiones. Asimismo, no debe sorprender la falta de alimentos en muchas de las mesas de quienes votamos porque «el amor se hiciera ley», pues en agricultura, ganadería y silvicultura en similar lapsus se ha dejado aproximadamente un penoso 5.73% de lo gastado.

Si la preocupación por las familias y el deseo de resolver las situaciones que las perjudican es genuino, debería revisarse, además de la estructura de las inversiones que poco las benefician, la política de prohibir la entrada a Cuba a los médicos que abandonen sus misiones en el extranjero o a activistas que se oponen al Gobierno. También podrían implementarse medidas acertadas que frenen el éxodo que ha llevado a aproximadamente 180 mil cubanos a la frontera sur de Estados Unidos en más o menos un año, con la consecuente fractura de afectos que eso implica.

Por otro lado, es muy positivo que esté codificada la protección a los ancianos, pero, ¿es esta real y no solo en papeles si del casi un millón 700 mil pensionados, más de la mitad recibe la jubilación mínima, o sea 1 528 CUP que al cambio en el mercado negro (200 CUP por 1 USD) son unos míseros 7.64 USD? Intentar vivir durante un mes con esa cantidad de dinero, es estar tan protegidos como caminar desnudos bajo el sol del Sahara.

Con el salario medio, fuente de subsistencia de tantos núcleos familiares, sucede algo muy parecido. ¿Puede vivir al menos una persona —no se diga ya varias— con el salario medio de 3830 CUP (19.15 USD) al mes? No es necesaria una respuesta. Con tales pensiones y salarios es imposible que una familia pueda tener una cena digna o disfrute en sus vacaciones de los numerosos hoteles que se construyen por doquier y a los cuales les hemos (han) destinado desde 2014 hasta 2021 como promedio un desmesurado 32.35% del dinero de las arcas de la República.

La casa cuya fachada ha sido remozada con la aprobación del Código de las Familias tiene muchas más estancias que las mencionadas. La desatención, la crisis y los contextos adversos de los últimos años las han dañado casi hasta la ruina, en su mayoría. Esta ley que los cubanos nos hemos dado es un paso en la dirección correcta. Sin embargo, que como a los nobles aborígenes que poblaban estas tierras, no nos entretengan demasiado el tintinear de los cascabeles y los rostros en los espejos.

*José Manuel González Rubines. periodista y profesor

Tomado de jovencuba.com

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