Mientras tanto… los cubanos se mueven

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Hace una semana, en La Habana, un grupo de jóvenes aspirantes a la facultad de medios de la Universidad de las Artes (FAMCA) realizaba sus exámenes de aptitud. Para el ejercicio final debían imaginar una historia, que en forma de película o dramatizado radial tenían que exponer ante el tribunal. Se les dieron varios pies forzados (¿extraídos de un cancionero de Ricardo Arjona?), invitándolos a construir sus relatos a partir de motivaciones muy generales como: desde mi ventana descubrí…,  te miré a los ojos y no te encontré, o yo nunca me fui, siempre he estado aquí.

No es la primera vez que se aplica este tipo de ejercicio, donde ellos pueden mostrar creatividad, habilidades para narrar, desarrollar personajes, idear una puesta en escena y ciertos conflictos. Debo decir que alrededor de cuarenta estudiantes de todo el país llegaron a esta instancia luego de superar varias pruebas. El proceso eliminatorio es duro, tenso y en múltiples ocasiones se torna dramático, porque de cierta forma está en juego el futuro de muchos de ellos.

Imagino sus rostros, sus angustias, deseos. Yo también pasé alguna vez por ahí, así que puedo fácilmente reconocerme en sus miedos, incertidumbres, sueños. Pienso especialmente en los muchachos que han llegado a La Habana desde sus provincias para presentarse a estos exámenes, conjurando todo tipo de adversidades, no solo formativas o económicas, sino también existenciales. ¡Cuántos sacrificios de sus padres y de ellos, pues algunos crecieron en ámbitos donde apenas existen prácticas artísticas!

Por eso no me sorprende que detrás de esas historias haya mucho de sus vivencias. Los relatos sobre violencia y separaciones, desarraigos y exclusiones, no fueron casuales. Sus miradas, lágrimas, gestos, no son impostados. No se habla con tanto sentimiento de la soledad, la vejez, los intentos de suicidio, la falta de afectos o el desamor, sin haber transitado por esos territorios. Dramas realistas, contemporáneos y descarnados, donde siempre alguien parece escapar hacia alguna parte.

Recuerdo que las historias que se contaban en otros años, también trasmitían angustia y temor ante la vida. Muchachas violadas o maltratadas, matrimonios rotos, padres agresivos, profesores corruptos, entornos criminales donde alguien engañaba o imperaba una doble moral. Nada que ver con la imagen idílica que mostraban los medios oficiales sobre nuestras escuelas y adolescentes. No eran simples ficciones. Era el testimonio de sus experiencias en los preuniversitarios en el campo o las ciudades, el servicio militar, la vida que conocían en sus barrios y comunidades.

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Jóvenes cubanos en el servicio militar. (Foto: Archivo)

Algunos colegas se preguntan cómo puede haber tanta oscuridad y desesperanza en la mente de estos jóvenes. Bueno, solo están siendo fieles al mundo que les rodea. Esa es también la imagen de Cuba grabada en sus ojos.

Mientras tanto, en la televisión nacional el presidente se reunía con trabajadores de la empresa eléctrica. El país lleva meses prácticamente paralizado ante el crónico déficit de energía, pero el sector no solo enfrenta los problemas de obsolescencia tecnológica, sino que también carece de fuerza laboral porque sus empleados están renunciando. La única solución que se le ocurre al mandatario es decirle a los administradores que demoren el papeleo, o los convenzan para que no abandonen, porque toda esta situación pasará muy pronto. Es algo transitorio, afirma el presidente, quien prometió que para diciembre todo el problema electro-energético estará resuelto.

A veces pienso que nuestros dirigentes creen que los ciudadanos tenemos amnesia; pero ya hemos pasado por ahí, no una, sino múltiples veces. Proyectos, campañas, discursos, planes y consignas triunfalistas han inundado y acompañado nuestra existencia durante décadas.

Promesa y sacrificio, son el feliz matrimonio que hace apenas dos años celebraba en la Cuba revolucionaria sus bodas de diamante. No hay pareja que guste más a las autoridades y sus voceros que esta. La táctica es mantener siempre a la gente ocupada en alguna «grandiosa» labor, que los llevará hacia adelante y hará de la Isla un país mejor. De ahí que todo cuestionamiento sea visto como impugnación al sistema o modelo, siempre trazado por el Partido, que «sabe lo que hace».

Así, tuvimos una Campaña de Alfabetización, un Plan Niña Bonita, un Cordón de La Habana, las UMAP, una Ofensiva Revolucionaria y una Zafra de los diez millones. Luego, cuando el sueño se vino abajo, aparecieron la Rectificación de errores, el Plan alimentario, los hidropónicos, el plátano microjet y los Contingentes de la construcción. Más adelante, la Batalla de ideas, los Lineamientos y ahora el Ordenamiento. ¿Cuántos recursos han consumido esas… tareas? ¿Y cuánto de nuestras mejores energías, tiempo de vida y esfuerzos hemos empleado en ellas?

De un macroproyecto pasamos a otro, que en esencia es el mismo pero con diferente nombre. Todo vuelve a repetirse, pero en una espiral cada vez más perversa en la medida que son actos que —especialmente en las últimas décadas—, no generan beneficios duraderos ni progreso real. Tal cuestión no le importa al Partido, totalmente consumido por su propia inercia, palabrería y soberbia. Lo terrible es que en ciertas instancias consideran que así mantienen viva a la Revolución.

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¿Cuántos recursos han consumido esas… tareas? ¿Y cuánto de nuestras mejores energías, tiempo de vida y esfuerzos hemos empleado en ellas? (Foto: ¡Ahora!)

Como los primeros que la han destruido —anulando sus propósitos y significados—, son muchos de los que dicen defenderla, cada día hay más ciudadanos que toman distancia de todo ese teatro de ilusiones y apariencias. La gente se cansa, abandona, se agota. No es solo una cuestión de ideología, es también ya un distanciamiento que se produce en lo físico, manifestado en los cientos de miles que emigran o se apartan.

Renunciar a un puesto de trabajo, pedir licencias, no cumplir un servicio social, abandonar los estudios, buscar una beca, proyecto o práctica fuera del país, quedarse incluso en casa para «luchar», son articulaciones que muestran también un disenso hacia lo que el Estado representa o promueve. Una forma de decir: ¡basta!

Ni siquiera el aumento de salarios o los incentivos que en algunos sitios se han aplicado para atraer a nuevos trabajadores, tienen ya significado. Sectores como el turismo o las telecomunicaciones, que años atrás resultaban tentadores y competitivos para el mercado laboral, tienen ahora mismo miles de plazas vacantes. Con una moneda tan depreciada el valor del trabajo carece de utilidad, porque la vida hay que buscársela en otra parte.

Deportistas, intelectuales, médicos, profesionales y técnicos se marchan en cuanto tienen la primera oportunidad. Ya es raro encontrar alguna familia que no esté viviendo la angustia de esas partidas y separaciones, pendiente de las llamadas o noticias de sus hijos, quienes cruzan no solo el mar, sino también las selvas y el desierto.

Como una mueca a la historia y a toda la vacua propaganda oficial emitida durante décadas, la gran mayoría de esos emigrantes, gente talentosa y joven, tiene como destino y horizonte de realización personal al «imperio del mal».

Cuba es hoy un país completamente dependiente del capital extranjero, no importa si lleva el nombre de remesas, préstamos, ayudas o inversiones. Una nación endeudada y por tanto debilitada que, como un peón, debe moverse en el tablero de la geopolítica según los intereses de las grandes potencias. Ya no es faro de nadie, porque ni siquiera tiene energía para mantenerlo encendido.

¡Revolución, tanto que nadaste para morir en la orilla!

Mientras tanto, en Europa, Canadá y Estados Unidos el cine cubano independiente se abre paso. No son películas del ICAIC, no han sido aún exhibidas en Cuba. Quizás demoren en hacerlo. Sus realizadores o artistas alguna vez pasaron por la facultad de medios y también contaron o inventaron las historias de sus vidas.

Es lo que hace ahora Carlos Lechuga al presentar su más reciente filme Vicenta B (2022), rodado en localidades del Vedado y Guanabo hace un par de años. Inspirado en la vida de su propia abuela, Carlos desea hablar de la familia cubana y de cómo esta, cada vez más, siente la pérdida de toda esperanza. Vicenta ha visto partir a su hijo y eso la ha dejado sin fuerzas.

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Ella, que siempre fue capaz de leer el futuro a través de las cartas, ahora no tiene respuesta a las incertidumbres y angustias de los que la visitan pidiéndole ayuda. Miedo, parálisis, exilio, renuncias, vacío. Sensaciones extrañas que Carlos Lechuga conoce muy bien, pues transitó por todas esas experiencias cuando su obra anterior, Santa y Andrés (2016), fue prohibida por el entonces ministro de Cultura, Abel Prieto.

Censurar, amenazar, silenciar. Tres acciones que rodearon la vida del poeta Heberto Padilla a inicios de los años setenta. Pavel Giroud, desde España, lleva a la pantalla el vía crucis del conocido intelectual cubano, rescatando para su documental, El caso Padilla (2022), imágenes de archivo, testimonios y momentos inéditos que desnudan el macabro juego del poder contra las figuras que le son incómodas.

El socialismo nunca se ha llevado bien con sus críticos, menos aún si estos son intelectuales que denuncian, a través de sus obras, los males del proceso. Padilla fue detenido por «conspirar contra la Revolución» y luego de casi cuarenta días de arresto apareció en la UNEAC haciendo su famosa autoinculpación. El mea culpa fue tan exagerado y absurdo que se ha interpretado como una burla a sus propios captores.

Como en otros filmes documentales de cineastas cubanos en años recientes, Pavel revisita la Historia desde otras perspectivas, adentrándose en uno de sus episodios más oscuros y olvidados, para encontrar no solo las claves de su nación, sino también para develarnos cómo los instrumentos del mal operan sobre las conductas humanas.

Pavel sabe que todas esas articulaciones perversas del poder siguen presentes en la Cuba de nuestros días. Los interrogatorios, las denuncias, el acoso, las regulaciones y la vigilancia no terminaron con el caso Padilla.

CubanosMientras esto sucede, un conglomerado de medios financiados por el Partido y su Departamento Ideológico se expande aceleradamente por las plataformas oficiales de comunicación.

Los nuevos empoderados no tienen freno, y muchas veces ni siquiera ética, porque no se puede emitir un discurso crítico hacia tus rivales (que no estaría mal) y reproducir los mismos gestos o métodos que cuestionas. Dime de qué alardeas y te diré de qué careces. Acomodados en su tribuna, la televisión y prensa nacionales, pueden decir lo que quieran, atacar o sembrar sospechas, sin permitir luego el debate o la réplica de sus víctimas en el mismo espacio, así que: ¡Yo hablo y tú te callas!

¿Dónde está entonces el punto? ¿Por qué debo abrazar sus ideas, si responden a un fundamentalismo que debe ser superado? Nuevos conductores, blogueros, influencers, realizadores y periodistas se consideran la fuerza moral de la Revolución, sus salvadores, no importa si tienen que utilizar rostros y perfiles falsos para ello, a fin de cuentas, en el mundo virtual a quién le importa eso. Son los actores y actrices que cumplen disciplinadamente su rol en el teatro o juego de apariencias en que se ha convertido la Revolución.

Como una secta, se citan en determinados espacios donde siempre confluyen las mismas personas, a escuchar a dos o tres artistas que les siguen la corriente y deben rotarse para cubrir las actividades del mes. Mientras conversan y beben, en las pantallas del local se pasan videos de Buena Fe y del programa Con Filo, así cargan energías para enfrentar a los «enemigos y mercenarios» un día después.

Obsesionados con «desmantelar las manipulaciones del imperio», se entretienen en todo tipo de boberías mediáticas, armando editoriales, «artículos de opinión» e intervenciones públicas alrededor de ello. Descalificar al sujeto resulta esencial. Un post de Facebook, un comentario en redes sociales, las directas que un bloguero cualquiera emite en su canal personal; son sobredimensionadas y tienen que ser respondidas de inmediato por nuestros «especialistas de la comunicación», empleando tiempo, recursos y energía.

Es la cultura de la guapería institucionalizada por el poder. Son como los niños de una escuela primaria, que se citan a las cuatro de la tarde para caerse a piñazos en el patio de la escuela.

Y es que no puede hablarse de ética, valores y principios, si no se empieza por limpiar toda la basura que tienes en tu propia casa. Pero no, es más cómodo y seguro hablar de lo mal que está el planeta porque, a fin de cuentas, la UJC o el Partido les dieron casa y privilegios en La Habana.

¿Qué más da lo que sucede en otras partes, si aquí ocurren cosas similares o peores? ¿Dónde están tu integridad, tu moral, tus principios si miras hacia otra parte mientras el país se derrumba a tus pies? Las estadísticas no me sirven. No resuelven la miseria, el hambre o la violencia que ahora mismo se expande por toda la Isla. No consuelan a los padres que ven partir a sus hijos, ni a las niñas o mujeres que son maltratadas y asesinadas. No ponen alimento en la mesa, no arreglan una vivienda, no hacen mejor la vida de los ciudadanos.

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No ponen alimento en la mesa, no arreglan una vivienda, no hacen mejor la vida de los ciudadanos. (Foto: Laura Rodríguez Fuentes/CubaNet)

¿Cómo puede hablarse de un socialismo más humano si tenemos un sistema que cada día, por su ineficacia y algunas leyes, empuja a los ciudadanos hacia la deshumanización?

Si desde el Gobierno o Partido (que son la misma cosa) se emite una disposición que genera enorme descontento popular, o coloca a la ciudadanía al borde del colapso, el problema no está en «los enemigos de la Revolución» ni en el bloqueo, sino en aquellos que la suscribieron utilizando su nombre.

Rechazar, protestar, ejercer el activismo social en alguna de sus formas, no es ir contra la paz de la nación, es oponerse a los que, al dictar tales leyes, parecen empeñados en provocar el caos. Un cartel contra el gobierno, una canción, un filme, no generan ningún tipo de crisis social. En cualquier caso, serían un eco, una señal que debe atenderse, de que las cosas marchan mal.

Sin embargo, una ley dictada por el gobierno caerá sobre los hombros de millones de ciudadanos y sus familias. Si hay alguien a quien debe sancionarse por desestabilizar al país, no es a aquellos que escriben un texto, hacen un performance artístico, un video, o se expresan en las redes sociales; pues sus «gestos subversivos», por demás legítimos, no tienen el más mínimo impacto en la vida de los ciudadanos, como sí lo tienen las decisiones del gobierno.

Ni el imperialismo, ni la CIA, ni el bloqueo pudieron con la Revolución cubana. No les hizo falta. Ella fue derrotada por los propios revolucionarios.

Tomado de jovencuba.com

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