El sentimiento de victoria que nos envuelve desde el resultado de las elecciones presidenciales de 2022 no es un momento cualquiera de la política brasileña. Era Brasil con rostro de mujer negra, indígena, pobre, del campo, de la selva, de la periferia de las ciudades, ribereña, joven, que resistió la cruzada de odio del gobierno de Bolsonaro. Fueron estos muchachos quienes en el campo de batalla tomaron la línea del frente y dijeron que no darían marcha atrás.

En una elección que demostró un país fracturado, Lula fue elegido con la esperanza de reconstruir nuestra dignidad. A pesar de ello, el 2023 comienza con un nuevo intento de golpe, con la invasión de los tres poderes el 8 de enero, que fue financiada y organizada por empresarios y militares que no se ajustan a la voluntad popular expresada en las urnas. La violencia, que se fortaleció y se convirtió en política de Estado en el bolsonarismo, se propagó e invadió nuestra vida cotidiana.

El accionar del gobierno de la muerte, con el ministerio de la mujer, las reformas impuestas a los trabajadores, las ideologías conservadoras propagadas por canales oficiales y extraoficiales, profundizaron el hambre, el desempleo, el feminicidio, el acoso sexual y moral, el racismo y el machismo estructural, los crímenes de odio en la redes y en las calles, y la precariedad del trabajo.

La desastrosa política económica resultó en precios más altos de alimentos, alquileres, medicinas, etc. llevando a la invasión de nuestros hogares por la financiarización, generando un endeudamiento récord y permanente para las familias, especialmente las encabezadas por mujeres, quienes están más expuestas a trabajos mal remunerados y jornadas múltiples, extensas y simultáneas. El estrangulamiento económico presiona a las parejas, intensificando los ciclos de violencia doméstica.

La profundidad de la destrucción provocada por Damares, Carla Zambeli, Bolsonaro y Michelle, exige la derogación inmediata de todas las medidas implementadas por los golpistas, así como el castigo de todos los crímenes reales y virtuales fomentados y perpetrados por ellos.

En ese sentido, creemos que hay derechos innegociables, no podemos repetir los errores del pasado y, en nombre de construir frágiles alianzas en el Congreso, ceder costosas agendas a quienes verdaderamente apoyan a nuestro Presidente. El derecho a una educación pública de calidad – ahora cuestionado por la reforma de la educación secundaria – al acceso a servicios públicos y gratuitos de aborto para niños y mujeres que lo necesiten, a una vivienda digna – y al riesgo por la acción de la especulación inmobiliaria – y a salarios dignos –suficientes para una vida gratificante, para los trabajadores que se han expuesto a los riesgos de la pandemia– son solo el comienzo del cierre de heridas en nuestro país.

Tenemos una segunda oportunidad para ajustar cuentas con nuestra historia de autoritarismo y desigualdades.

Tenemos una segunda oportunidad para ajustar cuentas con nuestra historia de autoritarismo y desigualdades. Sólo soñando y luchando por el país que queremos, e yendo más allá de lo que nos dicen que es posible, construiremos un Brasil verdaderamente inclusivo y más justo. Un país del que nos sentimos orgullosos nuevamente.

 

 

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