Borges por Vaccaro

Por Daniel Campione.

Alejandro Vaccaro se ha dedicado desde su juventud a la figura y trayectoria del eterno aspirante al premio Nobel, además de reunir una amplia colección en torno a su persona ha escrito varios libros sobre el tema; el que nos ocupa es de algún modo la coronación de sus empeños.

Alejandro Vaccaro.

Borges, vida y literatura.

1ª edición. Buenos Aires. Emecé. 2023.

680 páginas.

Entre sus trabajos se cuentan Georgie, Una vida de Jorge Luis Borges, El señor Borges, en coautoría con su ama de llaves Fanny y centrado en la relación entre ambos. Por añadidura Vaccaro se ha convertido en un dirigente cultural a cargo de la Fundación “El Libro” y de la SADE, en gran medida a partir de su vínculo con el gran escritor.

Esta obra emprende una reconstrucción exhaustiva, por medio de una narrativa de formato clásico, en orden cronológico bastante riguroso. El autor no procura el análisis crítico de la obra borgeana. Pese a lo que consta en el título, la vida ocupa un lugar más sobresaliente que la obra. O con más precisión, las referencias al trabajo literario están puestos al servicio del conocimiento de su vida y no al revés. Más bien transcribe pasajes de sus poemas y ensayos o da esbozos breves de los argumentos de algunos cuentos.

Su vida y la historia.

Al comienzo se hace hincapié en sus antecesores ilustres, los militares Isidoro Suárez y Francisco Borges. Esto resulta más pertinente que en las biografías de otras personalidades, en la que a veces se vuelca información poco relevante acerca de lejanos antepasados, sin relación ostensible con el itinerario vital y la obra del biografiado.

Ocurre en este caso que el cuentista, poeta y ensayista incorporó a esos ancestros a sus escritos, convirtiéndolos en personajes, trayendo al presente las épocas y episodios históricos que ellos vivieron. Cómo no recordar las remisiones, sobre todo en la poesía, a Francisco Borges o Isidoro Suárez, abuelo y bisabuelo. O las múltiples referencias a su abuela inglesa.

La carga de Junín en la que se destacó Suárez ha ingresado en la memoria colectiva de las argentinas y argentinos por medio de su escritura. En la obra de su bisnieto aparece hasta de modo subrepticio. Como señaló Beatriz Sarlo en Tema del traidor y del héroe, cuento referido a un episodio histórico irlandés se menciona una fecha falsa, que coincide con la verdadera de la batalla de Junín.

Algo similar ocurre con quienes convivieron con él en las distintas etapas de su vida. Desde sus reiterados enamoramientos hasta la estrechísima relación con su madre. Todos esos vínculos tuvieron parte en su literatura, con mayor o menor frecuencia y hondura.

Estela Canto en lugar destacado, a la que se dedica espacio y cuya obra Borges a contraluz se cita más de una vez. También Cecilia Ingenieros, la hija del pensador que lo cautivó como pocas. María Kodama por razones obvias. La nórdica UlriKa, como protagonista del relato del mismo nombre, quizás el único cuento suyo en que el amor romántico es eje casi excluyente. Y además quienes escribieron a dúo con él, como Margarita Guerrero y María Esther Vázquez, entre otras. Más las escritoras que no lo hicieron pero tuvieron influencia en su vocación y su obra, como las hermanas Ocampo, cada una a su manera.

Un protagonismo especial adquiere su madre, Leonor Acevedo de Borges, que con su vida centenaria acompañó, tuteló y sus críticos dirán que sometiò todo el recorrido de su hijo. Más allá de valoraciones no se puede comprender la vida de Borges sin la presencia entre protectora y autoritaria de Leonor. El biógrafo así lo entiende y reproduce en extenso su correspondencia y describe con detalle sus actitudes y el influjo sobre el hijo ilustre.

Resulta muy vívida en este trabajo la evocación de sus primeros libros de poemas, aquellos en los cuales consuma la salida del “ultraísmo” de su primera juventud para incorporar el tema nacional y más aún porteño. Aquellos tiempos de Fervor de Buenos Aires, Luna de Enfrente y Cuaderno San Martín. Aquel joven tan distinto al maduro y al anciano, “criollista” y no cosmopolita, para quien seguro “el corralón ya opinaba Yrigoyen”, un pasaje de Fundación mítica de Buenos Aires.

Y que tiempo después escribe un prólogo elogioso para El paso de los libres, el poema gauchesco de Arturo Jauretche acerca de un alzamiento radical, de realidad histórica, contra los resultados del golpe de 1930, la proscripción y el fraude.

Algunas complacencias.

En ciertos pasajes se nota cierta aquiescencia tal vez excesiva hacia las opiniones del biografiado. Así ocurre cuando el autor parece aceptar sin mayor examen la creencia borgeana acerca de la vacuidad, si no la inexistencia de la contraposición entre Boedo y Florida. Así como la no inclusión de éste en ninguna de las dos agrupaciones. Más allá de las anécdotas, en la confitería Richmond de Florida y en los fondos de una librería e imprenta de Boedo se movían clases, sensibilidades, y creencias sociales y literarias si no antagónicas al menos distinguibles.

Sí acierta en menoscabar o desechar a las objeciones a la escritura que en realidad sólo albergaban reparos políticos. Vaccaro cita varias veces a la revista Propósitos, que conducía Leónidas Barletta, empeñada en fustigarlo a lo largo de los años, tanto por sus posiciones políticas como por sus creaciones literarias. Quizás porque la imaginación barroca y riquísima del escritor hacía aún más claras las limitaciones del realismo de vuelo bajo que practicaban algunos de sus detractores.

Con referencia a los abordajes de otros autores sobre quien escribiera La Intrusa, sin explicitarlo, Vaccaro excluye a los análisis hechos en ámbitos estrictamente académicos de las últimas décadas.

Sólo menciona más de una vez la proliferación de los estudios de ese tipo, señalando que ya resultan inabarcables, lo que es cierto. Tal vez por esa misma profusión ha decidido no tratarlos. Quizás hubiera sido de mayor riqueza adoptar unos pocos como ejemplo e incorporar algún aporte.  Tal como está podría traslucir cierto prejuicio antiintelectualista.

El biógrafo resalta con justicia que el éxito de multitudes y de alcance mundial del escritor, sobre todo en sus últimas décadas de vida, no tuvo que ver con la moda de la literatura latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970 sino con el reconocimiento cada vez más generalizado de una originalidad sólo al alcance de una mente privilegiada. Y de una prosa singular en su excelencia.

Cuando llega el momento de la máxima consagración de la genialidad del autor y le llueven premios, viajes, doctorados honoris causa,conferencias ante pequeñas multitudes, antologías y múltiples traducciones y reediciones, Vaccaro se detiene en esas efusiones con detalle quizás excesivo. El relato de esos episodios, en gran parte de valor sólo anecdótico, llega a hacerse tedioso, a fuerza de su repetición.

Faltaría allí una mirada más distanciada sobre cierta trivialización y comercialización de su figura, cuando hasta las revistas más mercantiles y pasatistas lo entrevistan sin cesar. Es cierto que Vaccaro marca como una señal negativa que se termina convirtiéndolo en un “opinólogo” que no resiste a las invitaciones a dar su parecer sobre las cuestiones más diversas, incluso algunas alejadas de su campo de interés y conocimiento.

Borges ¿no era político?

Acerca de la exposición de las tomas de partido del escritor en el terreno político, Vaccaro las recoge con pulcritud en las diferentes épocas. Y no las disimula: Desde el furioso antiperonismo, hasta el alineamiento incondicional con la causa de “Occidente” en la guerra fría. Asimismo la relación de encendida amistad que desarrolla para con las políticas israelíes, de inspiración literaria (La Cábala, el Talmud) pero con más que evidentes consecuencias políticas.

Aparece Borges firmando en adhesión a la invasión estadounidense a Santo Domingo en 1965, por ejemplo. Por supuesto también se consignan las ya muy conocidas actitudes iniciales frente a regímenes como los encabezados por Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla, asentadas en una visión desdorosa de la democracia y en lo feroz de su antiperonismo y anticomunismo.

Cabe señalar la insuficiencia de las explicaciones de posiciones borgeanas todas luces erróneas que brinda su biógrafo. A veces, con visos justificatorios sobre los juicios políticos del biografiado. Aduce su poco interés por la política, su nula relación con los medios modernos de comunicación como la radio y la televisión, el no poder leer los diarios en razón de su ceguera (tampoco se los hacía leer, como sí hubiera podido). Asimismo resulta insatisfactorio atribuir el origen de esas valoraciones a ciertas influencias perniciosas de su entorno más íntimo.

Sin caer en determinismos sociológicos, podría asignarse más relieve a la atmósfera cultural y de clase en la que se desenvolvía J.L.B. No hay porqué ceñirse a que él no justipreciara esos aspectos. Si bien no provenía de una familia adinerada y menos aún latifundista, su prosapia ilustre, que lo enorgullecía, y sus múltiples relaciones con representantes de una pretensión aristocrática no pudieron sino condicionarlo.

No se necesita ser simplista y caer en una identificación inmune a las sutilezas del grupo Sur como expresión pura del servilismo hacia la “oligarquía”, por ejemplo. Sí es lícito apreciar el entramado institucional, periodístico y de relaciones amistosas y literarias que inclinaban a Borges a compartir con entusiasmo la visión del mundo de las clases dominantes.

Además hubiera sido bienvenida una mayor atención hacia la evolución de sus creencias sociales y políticas desde la adhesión a la revolución rusa primero y la devoción yrigoyenista más tarde, ya mencionada, hasta el acendrado conservadorismo “occidentalista”. No alcanza con el progresivo avance de su escepticismo ni con cierto vago anarquismo individualista que lo acompañó por mucho más tiempo que los fervores colectivos de sus años mozos. Sí resalta Vaccaro la incidencia del horror exagerado hacia casi cualquier manifestación de masas, a todo cuanto pudiera sonar “populachero” o “socializante”.

Ninguna de esas constataciones y su debido reconocimiento disminuye la calidad de la producción literaria, que es lo que más importa. Platón, el gran filósofo fue adversario de lo más rescatable del ordenamiento político de Atenas. Dante, escritor imperecedero era partidario del emperador, contra quienes enfrentaban su despotismo.

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La cantidad y variedad de información contenida en el libro alcanza un volumen fuera de lo común. Son más de 600 páginas.

El autor, más allá de la mayor o menor profundidad y ajuste del tratamiento logra trasmitir la idea de las excelencias de la escritura de Borges. Y con el seguimiento de la integralidad de su obra queda clara esa versatilidad que sólo se detuvo ante la novela. Que no se replegaba para sus argumentos ante las épocas y las latitudes más diversas. Que podía desplazarse por las matemáticas, la metafísica, los estudios teológicos o la creación de una mitología en torno a los suburbios de Buenos Aires.

De La casa de Asterión a Juan Muraña, de los ensayos a propósito de John Wilkins, Quevedo o Evaristo Carriego a los poemas acerca de Facundo Quiroga o Rubaiyat de Omar Khayam. Y que enriquecía con la persistente aptitud para escribir obras en colaboración, como las muy famosas junto con su gran amigo Adolfo Bioy Casares. Y las menos notorias pero igual de brillantes con el acompañamiento de las ya mencionadas María Esther Vázquez (Literaturas germánicas medievales) o Margarita Guerrero (El libro de los seres imaginarios), entre otras.

Este libro es una meritoria aproximación a un talento difícil de concebir, a una obra más que vasta. Su lectura lleva a un nuevo nivel de conocimiento y quizás hasta de identificación con el mayor escritor argentino.

Tomado de tramas.ar

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