Diáspora cultural cubana: entre el dolor y el olvido

El 21 de octubre Celia Cruz, una de las artistas cubanas más importantes de todos los tiempos, cumpliría 98 años. Si bien el pasado julio diversos medios y personalidades dedicaron artículos e hicieron declaraciones con respecto a los 20 años de su desaparición física, en esta ocasión fueron menores las recordaciones a la Guarachera de Cuba.

Celia, única latina que estará representada en la emisión del 2024 de monedas de 25 centavos que acuñará la US Mint (Casa de la Moneda de Estado Unidos), es a día de hoy, no solo la más representativa figura musical de la Isla en USA, sino la cubanidad misma, ejemplo por antonomasia de la cultura cubana en el extranjero.

Semanas antes, un grupo de artistas cubanos radicados en diferentes países como Costa Rica, Brasil o Estados Unidos, fueron beneficiados con el Programa de becas de resiliencia para artistas cubanos migrantes. Según declara la web de la beca, el objetivo es empoderar a estos creadores apoyándolos económica y formativamente en la ejecución de proyectos artísticos con énfasis en la libertad y los derechos humanos. Entre ellos y Celia hay un hilo conductor: el exilio como plataforma de creación.

Celia Cruz en monedas

San Diego Union-Tribune

Durante mucho tiempo ha prevalecido en las políticas culturales del Estado cubano una visión instrumental de la cultura entendida como «arma de la Revolución». No obstante, ya estos paradigmas fueron subvertidos tras la crisis de los 90. Hasta ese momento, cuando un nutrido grupo de creadores, proveniente de la década del 80 sobre todo, expresan en su obra aspectos vinculados con la realidad política y social de Cuba —muchas veces incómodas para el poder burocrático—, ese pacto social, aunque no se desmorona del todo, indefectiblemente se tuerce de una manera que será imposible «enderezar».

La mejor muestra es cómo, al poco tiempo de caído el Muro de Berlín e iniciado el Periodo Especial —que vio el salvamento bajo el turismo internacional—, una zona importante de la producción artística tiene que subordinarse a los intereses del mercado, al decir de Joaquín Borges-Triana[1]: los pone a crear en función del comercio. Asimismo, muchos otros se van, al no ver en su país las posibilidades de realización creativa, reforzando así el fenómeno diaspórico cubano.

La diáspora cultural

Es importante aclarar que es precisamente en esta década del 90, especialmente a partir de la celebración en 1994 de la conferencia La nación y la emigración, que se comienza a hablar de diáspora. En ese mismo año, el crítico y curador Gerardo Mosquera introduce ese término en un texto que escribe sobre el proceso migratorio artístico de principios de los 90[2].

La utilización del término diáspora por el intelectual Rafael Rojas, asociado al fenómeno de la migración cubana, supone un descentramiento, atomización traslaticia y fragmentación del territorio por medio de la errancia[3]. En su perspectiva, que no excluye a la dimensión cultural, la máxima diferencia entre emigración y diáspora se encuentra en el carácter de destierro que tiene esta última. No debe olvidarse que, para muchos cubanos emigrados, regresar a su tierra fue sumamente difícil durante mucho tiempo, tanto por las políticas cubanas como por las norteamericanas, receptor principal de la migración de la Isla.

Diáspora cubana

Foto: HavanaTimes

En el caso de los cubanos que salieron a partir del año 2021, su identidad como migrantes está marcada por un grupo de elementos que ya mencionaba en el año 2006 el investigador Antonio Ajá Díaz: los conflictos de la crisis económica, la desmotivación, el desinterés y la desconfianza en soluciones a corto plazo[4]. Estos nuevos migrantes ya no son una diáspora propiamente dicha, sino que forman parte de un exilio masivo que, riesgosamente, huye de Cuba temiendo por su futuro. A ellos no les es ajena la producción cultural, la cual, desde la agudización de las dificultades económicas y fuertes quiebres entre los creadores y el funcionariado, se ha reconstituido, sobre todo, con rasgos de rencor y rabia.

Estas características tienen una génesis en los años que suceden al restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos, sobre todo en 2015. La visita del presidente Barack Obama días después del megaconcierto de los Rolling Stone y la celebración de la XII Bienal de La Habana, transformaron el ideal cultural de una nación que, con un limitado acceso a Internet y un aislamiento por parte de las grandes industrias culturales a partir del diferendo con Estados Unidos, estaba desconectada de las dinámicas internacionales de producción artística.

Un arte de la fragmentación

Producto de las circunstancias que provocaron el cambio de la realidad social, se comenzó a dialogar abiertamente sobre el fenómeno cubano más constante en nuestra historia: la partida. En el arte, entonces, se acentúa uno de sus rasgos estéticos: la fragmentación, que se enriquece con la necesidad complementaria de la construcción a partir de los fragmentos de una estructura interna consistente. Pero que el arte canalice esta característica sobre otra, responde un problema más profundo de raíz cultural.

La fragmentación, en el caso cubano, siempre irá en dos sentidos: en primer lugar, la cuestión política o macro, intensificada tras los sucesos del 11 de julio del 2021, donde las relaciones sociales de la realidad nacional se dividieron radicalmente entre opositores —o confundidos— y revolucionarios —si se utilizan los términos posicionados por el gobierno cubano en el discurso público—. Artistas afiliados a bandos produjeron un grupo de obras —principalmente musicales— que reforzaban esta postura de apoyo u oposición al sistema político de la Isla.

En segundo lugar, vemos la fragmentación familiar o micro: la más cruda en la actualidad y, en consecuencia, generadora de odio. El exilio, que convierte luego en diáspora a los que se marchan, transforma todos estos sentimientos negativos en el caldo de cultivo perfecto para una producción cultural sustancialmente diferente a las de décadas anteriores.

Del odio al fracaso

Pudiéramos pensar en figuras antológicas de la cultura cubana de la diáspora, como Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Zoé Valdés, Carlos Alberto Montaner, Albita, los Estefan o la propia Celia Cruz. Cada uno forma parte de un momento migrante diferente, no obstante, comparten miradas similares con respecto a Cuba. En el discurso de cada uno es posible hallar una vocación de odio mezclada con nostalgia; la nostalgia heideggeriana, esa pena o malestar de no estar en casa. Por eso hallamos junto al odio un aderezo, una característica que les es común a todos: la esperanza de un regreso.  Basten dos ejemplos: la carta de Arenas del 7 de diciembre de 1990, momentos antes de suicidarse, y la canción Cuando Cuba se acabe de liberar, de Celia Cruz. En ellos no se encuentra ruptura total; no la habrá nunca sino con la muerte misma.

Hoy, sin embargo, el escenario para la diáspora es diferente. Más allá de la crisis económica, muchos cubanos viven bajo la compleja idea del fracaso. El fracaso visto como permanencia en la Isla, como el último que apague el Morro. Esto ha creado una suerte de sensación colectiva en torno al exilio, pero ya este es un exilio diferente al de las décadas anteriores; es un exilio de sobrevivencia.

La producción artística actual, de cualquier tipo, tuvo una conmoción sin precedentes el 27 de noviembre de 2020. Lo que se desencadenó a partir de los sucesos de esa tarde-noche, sobre todo alrededor del denominado Movimiento San Isidro, definió a muchos artistas a salir de Cuba con el dolor y la frustración convertidos en ira.

27 de noviembre / Ministerio de Cultura

Sentada frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre de 2020 / Foto: New York Times

Dos meses después, el altercado frente al Ministerio de Cultura fue el colofón de un diálogo truncado. En pocos meses después, una veintena de cineastas, escritores, pintores y actores habían salido de la Isla. A mediados de 2023, mediante becas, reclamaciones, parole o travesías, artistas como Katherine Bisquet, Carlos Lechuga, Yunior García, Daniel Sánchez y otros, engrosan las listas de quienes, tras salir, producen arte con la roña del destierro.

No es extraño que los resultados, tras el asentamiento, responda a la ira, el dolor y el deseo de venganza o de olvido total. En cualquier caso, siempre existe una condena, basada generalmente en el odio que nace de tener que abandonar una tierra sin posibilidades cercanas de regreso. No existe aquí, en la producción cultural de la diáspora actual, una intención de diálogo. No hay ideales ecuménicos de convergencia de criterios.

La cultura del exilio

Se ha intentado ver, de manera errada, a la cultura actual del exilio signada por la toma de una posición muy cercana a la radical visión de Patria y Vida vs Patria o Muerte. En muchos casos se ha vuelto intolerable y excluyente, lo que en cualquier caso es preocupante. En este proceso también median múltiples intereses políticos que exacerban o desalientan ese dolor e ira en dependencia de sus intenciones. Ejemplo de ellos es que muchos de los artistas e influencers que en la época Obama celebraron el intercambio cultural, luego del paso de Donald Trump por la Casa Blanca tomaron una postura de radical distanciamiento contra todo lo que implicara una relación con el Estado cubano y sus instituciones.

Por otro lado, aunque en el exilio contemporáneo se palpa una animadversión hacia el sistema cubano, y por transitividad, a todo lo que implique una realización artística dentro de la Isla; existen también artistas que se desmarcan de esta radicalidad tradicional o histórica, y aunque algunos, incluso, hayan tenido un historial de censura o exclusión en Cuba, coexisten, han logrado hacer paz con ello o, sencillamente, el conflicto le es ajeno.

Pedro Luis Ferrer y Carlos Varela son dos ejemplos muy actuales de lo antes afirmado, pese a que puedan ser considerados «molestos» para las autoridades culturales, no han dejado de visitar la Isla y realizar presentaciones en ella. Asimismo, Pablo Milanés demostró el amor y la devoción que sentía con el arte y la cultura cubanas con aquel concierto inolvidable y, a la postre, último, que realizó el 21 de junio del 2022 en el Coliseo de la Ciudad Deportiva y dedicó a «su mejor público». La visita de Ana de Armas a La Habana en abril pasado como parte de sus vacaciones, es una señal también de que no existe una única postura en los artistas fuera de Cuba, aunque la oposición, la rabia y el odio sean las expresiones más visibles.

Pedro Luis Ferrer

Foto: Claudio Peláez Sordo

***

Puede apreciarse en las actitudes reseñadas en este texto lo que el poeta y político martiniqueño Aimé Césaire llamó máquina del olvido, mencionado en su Discurso sobre el colonialismo (1955). Se refería al proceso de colonización cultural que experimentaban las naciones sometidas, durante siglos, a la limitación de sus soberanías y al saqueo por parte de los grandes imperios. En el caso cubano, el proceso para olvidar es posible debido a la utilización de la cultura como mecanismo catártico, donde, se supone, pueda lograrse una limpieza del alma a partir de una creación rabiosa, iracunda. Luego, supone el artista, el cubano se libra de todo aquel mal sabor que le produjo el exilio.

No obstante, la paz total no está garantizada. Volvamos Edwar Said, cuando en el ensayo Cultura, Identidad e Historia, habla de la cultura como algo siempre histórico, anclada en un lugar, un tiempo y una sociedad determinada; pero también como algo que implica la concurrencia de varios estilos y cosmovisiones. La cultura cubana de hoy va más allá de que se haga en Hialeah o en San Miguel del Padrón. La producción artística seguirá siendo una respuesta a las realidades sociales; las mismas realidades a las que no se les puede hacer oídos sordos.

[1] Borges-Triana, Jorge. Nadie se va del todo. Músicos de Cuba y del mundo Ediciones La Luz, Holguín, 2017.

[2] Citado en: Borges-Triana, Jorge. Nadie se va del todo. Músicos de Cuba y del mundo. Ediciones La Luz, Holguín, 2017. P, 7.

[3] Ídem. P, 11.

[4][4] Ídem. P, 14.

Haziel Scull Suárez (La Habana, 1994). Graduado de Artes Plástico as en la Escuela de Instructores de Arte en el año 2013 y Licenciado en Historia en el año 2020. Especializado en el discurso de la imagen, el cómic y la cultura de masas. Ha publicado dos libros de historietas y varios artículo sobre la actualidad del arte y la cultura cubanas.

Tomado de jovencuba.com

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