China – Cómo los delirios de grandeza llevan la economía a la ruina

Por Pierre-Antoine Donnet

Durante más de dos decenios, China, embriagada por su crecimiento económico exponencial, se dedicó a gastar sumas astronómicas en proyectos de infraestructura que a menudo resultan superfluos, pero que han hecho disparar una deuda que ha adquirido dimensiones colosales y que hoy lastra la salud económica del país.

Aeropuertos a porrillo, autopistas, puentes colgantes, bloques de viviendas: las provincias han tomado préstamos a diestro y siniestro para llevar a cabo esos miles de proyectos de infraestructura ruinosos. En particular en el sector inmobiliario, que se halla en estos momentos  en plena desbandada financiera con grandes bloques de pisos desesperadamente vacíos. Un antiguo alto cargo del régimen comunista ha cuantificado la magnitud de la catástrofe, y la agencia Reuters cifra en 648 millones de metros cuadrados la superficie de las viviendas deshabitadas a finales del pasado mes de agosto, el equivalente a 7,2 millones de apartamentos

¿Cuántas viviendas están vacantes en estos momentos? Los expertos dan cifras muy diferentes, y las más altas suponen que el número actual de viviendas vacantes bastaría para alojar a 3.000 millones de personas”, ha señalado a su vez, y no sin ironía, He Keng, de 81 años, exdirector adjunto de la Oficina Nacional de Estadísticas, con motivo de un encuentro celebrado a finales de septiembre en Dongguan, ciudad de a provincia meridional de Guangdong, citado el 25 de septiembre por Reuters. “Esta estimación podría ser un poco exagerada, pero 1.400 millones de personas probablemente no bastarían para ocuparlas.”

Ahora bien, este cuadro no está completo porque hay que añadir los complejos residenciales que se han vendido sobre plano, pero que no se han terminado de construir debido a los graves problemas financieros de los promotores inmobiliarios. Las redes sociales se han hecho eco ampliamente de propietarios que al acceder a su nuevo apartamento vieron que no había agua corriente ni luz en edificios fantasmales y que manifestaron su desesperación. Pero, como es costumbre en este país hipervigilado, la censura retira estas informaciones en unos minutos.

O ficialmente, de momento, las autoridades chinas califican el mercado inmobiliario de resiliente. “De vez en cuando aparecen toda clase de comentarios que predicen un hundimiento de la economía china, pero ¿que hay de este hundimiento? No se trata del de la economía china”, declaró hace poco un portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores, respondiendo a una pregunta sobre la cuestión.

“¡Devolved el dinero!”
Gracias al espectacular crecimiento económico experimentado desde finales de la década de 1970, la población china ha conocido una mejora real de su vida cotidiana, lo que ha sido fuente de un orgullo legítimo. Las reformas provocaron asimismo la formación de una clase media que vive una prosperidad que China, en realidad, no había conocido nunca en su historia.

Sin embargo, la euforia general del enriquecimiento del país suscitó una ola de optimismo exagerado y, a raíz de ello, la puesta en marcha de proyectos de edificación desmesurados. Un delirio de grandeza que hoy se paga con miles de obras de ingeniería inútiles y millones de viviendas desocupadas. Un quinto de los pisos en las zonas urbanas del país están vacíos y por lo menos 130 millones de viviendas puestas en venta por promotores desesperados no han hallado comprador, según un cálculo oficial chino de 2018 que ahora ha sido revisado al alza.

El desastre es todo menos anodino, ya que el sector inmobiliario representa por sí solo entre un 25 y un 30 % del PIB chino. Por tanto, lastra enormemente el crecimiento económico del país, que ahora ha tocado fondo, un hecho inaudito desde el lanzamiento de las reformas económicas en 1978. También lo es para cientos de miles de ahorradores chinos, que en muchos casos son personas mayores. Estas últimas, seducidas por las promesas de una especulación que supuestamente iba a generarles buenas rentas, invirtieron todos sus ahorros con la esperanza de garantizar así su bienestar durante la vejez. El estallido de la burbuja inmobiliaria ha acabado con todas as esperanzas en un país en que el sistema de pensiones es embrionario.

En 2021, cuando el gigante inmobiliario Evergrande (恒大集团, Hengda Jituan) reconoció que era incapaz de saldar sus deudas, cientos de clientes se manifestaron durante días ante la sede de la empresa en Shenzhen al grito de “¡Devolved el dinero!”, antes de ser brutalmente dispersadas por la policía. En su mayoría eran hijas e hijos de ahorradores ancianos, engañados y arruinados.

Cuando lo pienso, me pongo a llorar”, reconoce Guo Tianran (nombre ficticio para proteger su seguridad), citada por la BBC este viernes. “Es duro para mí y también me siento triste por mi hijo.” Aquel año, pocos meses antes de que Evergrande comenzara a dar señales de su quiebra, la señora Guo y su marido, ambos tocando la sesentena, habían comprado sobre plano un apartamento ofrecido por el promotor por un importe de 30.000 dólares, a fin de ayudar a su hijo único. Dedicaron el 75 % de sus ingresos a la devolución del préstamo contratado. “Queríamos ayudar a nuestro hijo, permitirle encontrar un empleo después de licenciarse en la universidad”, explica.

Los problemas comenzaron cuando se paralizaron bruscamente las obras de construcción del inmueble en la provincia de Henan, en el centro del país. “Seguíamos de cerca los trabajos de construcción y de pronto llegó la noticia de que Evergrande se hundía. Después se pararon las obras, el año pasado. Dediqué una parte de mis ahorros que tenía guardados para mi jubilación a pagar la entrada. Ahora tenemos que devolver el préstamo durante los próximos treinta años”, se desespera la señora Guo, quien debía recibir las llaves del apartamento terminado el próximo diciembre. “No queremos que esto acabe perdiéndolo todo.

Evergrande poseía alrededor de un millón u medio de viviendas inacabadas en 2021, cuando estalló la crisis. Según Bloomberg, el presidente de Evergrande, el milmillonario Xu Jiayin (conocido también por su nombre en cantonés, Hui Ka Yan), fue detenido por la policía a comienzos de septiembre y actualmente se halla en arresto domiciliario en un lugar que se mantiene en secreto.

A mediados de septiembre, el grupo anunció la detención de empleados de una de sus filiales. Según Caixin, un medio económico generalmente bien informado, dos antiguos cargos del grupo se encuentran en prisión preventiva. Previamente, la Oficina de Seguridad Pública de Shenzhen Nanshan, donde tiene su sede el conglomerado, había anunciado a través de su cuenta oficial WeChat la detención de dirigentes de Evergrande Financial Wealth Management, filial del grupo. El informe de la policía no precisa sus nombres ni de qué se les acusa, como tampoco de las fechas de su detención.

El elefante en la habitación
Para Li Daokui, un economista que fue consejero del banco central de China, citado por el portal Passe-Muraille el 27 de septiembre, “el mercado inmobiliario podría tardar por lo menos un año en recuperarse”, y subraya la necesidad imperiosa de que las autoridades aumenten los préstamos a los promotores a fin de limitar los riesgos de quiebra. Según Bloomberg, el volumen de estos préstamos ha seguido disminuyendo, entre abril y agosto, alrededor de un 25 % con respecto al año anterior. El mercado inmobiliario, insiste este economista, necesita una inyección urgente de liquidez por valor de unos 13.000 millones de euros para recuperarse. Este importe corresponde, según él, al precio de la confianza de los inversores, que temen la propagación de los impagos, habituales desde 2019.

Evergrande, cuyo descenso a los infiernos salta regularmente a los titulares, tenía a finales de junio una deuda colosal cifrada en 328.000 millones de dólares. La crisis inmobiliaria larvada se expande a los sectores relacionados. Esta semana, Adway Construction (爱得威建设), sociedad cotizada que presta servicios de decoración y diseño de interiores y exteriores, se ha declarado en quiebra después de encajar demasiados impagos de sus clientes.

El régimen chino evita publicar el importe de la deuda de las provincias y de sus intermediarios financieros, los Vehículos de Financiación de los Gobiernos Locales (VFGL), que eran los encargados de contratar préstamos en los mercados financieros, especialmente obligacionistas. De este modo generaban deudas no presupuestadas que no aparecen en las cuentas públicas. Sin embargo, esta deuda oculta, que el FMI cifró en 8,3 billones de dólares en 2022, casi el 48 % del PIB, es en realidad el elefante en la habitación. No tiene nada de inofensivo, ya que el rendimiento medio de los activos adscritos a estas obligaciones se ha reducido mucho. Así, por su peso y su imbricación con los diferentes actores económicos, los VFGL representan un riesgo importante para la estabilidad financiera de China.

Según Hu Jiayin, profesor asociado de economía en la Escuela Nacional de Desarrollo de la Universidad de Pekín, citado por Nikkei Asia, la deuda acumulada de estas agencias financieras locales se ha disparado, alcanzando los 54,6 billones de yuanes (7 billones de euros) a finales de 2022, frente a 32,6 billones de yuanes (4,235 billones de dólares) cuatro años antes. Fuentes oficiales cifraban la deuda de los gobiernos locales en un total de 38 billones de yuanes (4,93 billones de euros) a finales de junio de 2023. La opacidad y el secretismo que rodean las cifras reales de la deuda china refuerzan la creciente desconfianza de las grandes instituciones financieras extranjeras hacia China.

De acuerdo con los cálculos de los economistas del banco estadounidense JPMorgan Chase publicados en agosto, la deuda total de China, incluida la de las entidades privadas del país y las del gobierno central, equivale al 282 % del PIB nacional chino, frente a una media del 256 % de las economías de los países industrializados y del 257 % de EE UU. Ahora bien, en el caso de China el factor agravante es el ritmo acelerado de progresión de su deuda en estos últimos años en comparación con la talla real de su economía.

Así, la deuda china se ha duplicado con creces en quince años, claramente más que las de EE UU o Japón, dos países que se consideran muy endeudados, sostienen estos economistas. Otros cálculos muestran que estos delirios de grandeza y esta fuga hacia delante han generado una deuda total del gobierno central y de los gobiernos locales que en realidad se acercaba al 300 % del PIB en 2022, frente a una proporción de menos del 200 % en 2012, según el Banco de Pagos Internacionales (BPI) con base en Basilea, Suiza. El desastre es de tal envergadura que hubo vídeos, actualmente borrados, que mostraban en 2021 y 2022 cómo dinamitaban decenas de inmuebles enteros desocupados e inacabados en ciudades del sur del país.

Onerosa epopeya ferroviaria
Este derroche afecta también a otros muchos sectores de la economía, a imagen y semejanza de los transportes. China ha construido en menos de veinte años más de 42.000 km de vías para trenes de alta velocidad ultramodernos, algunos de los cuales circulan a más de 360 km/h y conectan la mayoría de las grandes ciudades de la parte oriental del país. Un verdadero logro  frente a la ausencia total de una red de alta velocidad ferroviaria en EE UU, donde el automóvil y el avión siguen siendo prácticamente los únicos medios de transporte. Francia tardó más de treinta años en construir diez veces menos kilómetros de vías férreas.

Claro que esta epopeya ferroviaria, sin duda asombrosa, tiene un coste. Se llevó a cabo al precio de un importante endeudamiento de la compañía ferroviaria china y de una red que ha resultado sobredimensionada. Por ejemplo, la construcción de la estación de alta velocidad de Danshou, ciudad de tamaño mediano de la provincia meridional de Hainan, costó la bagatela de 5.500 millones de dólares, pero ha quedado fuera de servicio por falta de viajeros, según los medios locales. Así que hubo que derruirla, ya que según el gobierno local de Hainan, mantener la estación abierta habría generado “pérdidas masivas”.

El 28 de septiembre, China anunció la inauguración de la primera línea de alta velocidad a lo largo de la costa del país. Conecta las ciudades de Fushou, Xiamen y Shangshou sobre una distancia de 277 km, justo enfrente de Taiwán, y recorre obras de ingeniería sobre el mar, según Nueva China. Pekín ha declarado recientemente su intención de construir tan pronto como sea posible una línea de alta velocidad submarina, que conectará Taiwán con el continente, la más larga del mundo. La réplica de las autoridades taiwanesas no ha tardado de producirse, puesto que según ellas este proyecto no puede “decidirse unilateralmente”. Estos proyectos se anuncian en un momento en que se ha suspendido toda discusión entre Pekín y Taipei sobre la reunificación de Taiwán con el continente debido en particular a las operaciones de intimidación cada vez más numerosas que realiza el ejército chino cerca de la isla.

Veamos otros ejemplos. En 2018 se inauguró con gran pompa un puente colgante que cruza el mar para enlazar Hong Kong con Macao y Zhuhai, atravesando el delta del río de las Perlas en el sur de China. Su construcción se había iniciado el 15 de diciembre de 2009. Esta obra de ingeniería, que no tiene equivalente en el mundo, se extiende sobre 55 kilómetros e incluye numerosos túneles submarinos. Costó la suma descomunal de 54.000 millones de dólares (estimación de la época), una inversión que no se justifica a la vista del tráfico actual que canaliza.

Vayamos ahora al oeste de China, a Guishou, una de las provincias más pobres del país, con un PIB por habitante de 7.200 dólares en 2022. Esta provincia alberga más de 1.700 puentes y once aeropuertos, más que el número de aeropuertos de las cuatro ciudades más grandes del país. La deuda no reembolsada de Guishou se cifraba a finales de 2022 en 388.000 millones de dólares. El gobierno provincial, incapaz de pagar siquiera los intereses de la deuda, se vio obligado a pedir la ayuda de Pekín, en el pasado abril, para restaurar el equilibrio de sus finanzas.

Las mismas cifras de vértigo en Yunnan, en el extremo sudoccidental del país: los gastos en infraestructuras crecieron desmesuradamente a base de financiar proyectos que en muchos casos también resultaron desmesurados y en muchos casos apenas utilizados. Así, el gobierno local dedicó cientos de miles de millones de euros en la construcción del puente colgante más alto de Asia, más de 9.000 kilómetros de autopistas y más aeropuertos que otras provincias de China cuyas necesidades son claramente mayores. Después de haber conocido años fastuosos de fuerte crecimiento, Yunnan se ha hundido ahora, como tantas otras provincias, en un crecimiento casi nulo, hasta el punto de que la proporción entre deudas e ingresos alcanzó el 151 % en 2021, nivel considerado alarmante por el FMI, frente a una proporción del 108 % en 2019, según la agencia de calificación china Lianhe Ratings.

“No podéis andar por los caminos de siempre con zapatos nuevos”
Si bien este despilfarro ha entrado ahora en una fase de aterrizaje suave, el mal ya está hecho. Sus consecuencias lastrarán durante mucho tiempo la economía china. En 2022, el propio Xi Jinping había hecho sonar la alarma, declarando delante de los cuadros del partido que el modelo de desarrollo económico de China de los últimos decenios había chocado con sus límites: “Algunos piensan que el desarrollo significa invertir en proyectos e invertir cada vez más. No puedes andar por los caminos de siempre con zapatos nuevos”.

Para Kenneth Rogoff, profesor de economía en la Universidad de Harvard, China ha querido abarcar demasiado y hoy se encuentra atrapada en una situación delicada en que buena parte de sus infraestructuras son inútiles, pero muy caras de mantener. “El problema principal es que actualmente todo lo que construyen alcanza una rentabilidad menguante. Todo tiene un límite”, dice.

Por el hecho mismo de que los costes de explotación han aumentado mucho para unas infraestructuras excesivas y cuya rentabilidad es cada vez menor en el caso de las demás, China tiene que invertir ahora unos 9 dólares por cada dólar de aumento del PIB, frente a 5 dólares hace diez años y 3 dólares en la década de 1990, señalan algunos economistas. Estos préstamos se contratan a menudo sobre la base de unas previsiones económicas demasiado optimistas, pese a que las autoridades locales son en muchos casos incapaces de pagar los intereses de estos préstamos. Según el Rhodium Group, una sociedad de análisis financiero con sede en Nueva York, solo alrededor del 20 % de las entidades financieras utilizadas por los gobiernos locales chinos para financiar sus proyectos de construcción disponen de reservas suficientes para cumplir sus compromisos a corto plazo, principalmente el pago de los intereses de las obligaciones adquiridas por ahorradores chinos y extranjeros.

La ecuación de la economía china se ha vuelto complicada. Se halla atenazada entre unos gastos que se han disparado y un consumo de los hogares que se mantiene estable o incluso ha retrocedido debido a las incertidumbres actuales. La población china acostumbra a favorecer el ahorro en detrimento del consumo para afrontar un mañana potencialmente difícil. El consumo de los hogares representa alrededor del 38 % del PIB chino, frente al 68 % en EE UU, según el Banco Mundial.

Es público y notorio que Xi Jinping, que prioriza la seguridad y la estabilidad a expensas de la economía, se ha rodeado de lugartenientes cuyos conocimientos de economía dejan que desear. Estos, subrayan las personas expertas de la economía china, son reticentes a adoptar un modelo de consumo de tipo occidental y prefieren de lejos el modelo tradicional de la prioridad para el sector público y la producción industrial. En este terreno se llevan la palma los sectores de los semiconductores, en el que China lleva retraso con respecto a Occidente, y la inteligencia artificial.

Este endeudamiento rampante y la situación precaria de los gobiernos locales comportan a su vez una fragilización del sistema bancario del país. Las autoridades también mantienen una gran discreción en este terreno, aunque se han visto vídeos, rápidamente censurados y retirados de las redes sociales, que muestran largas colas de ahorradores a las puertas de bancos provinciales que han cerrado debido a la falta de liquidez. El pasado invierno, 21 bancos aprobaron que el gobierno local y sus instrumentos financieros en el sudoeste del país ampliaran a veinte años el plazo de devolución de los préstamos con un periodo de gracia de diez años para la devolución del principal de la deuda. Sin embargo, estos cambios, al igual que otros que ha habido, han causado pérdidas para estas entidades bancarias.

Sin embargo, esta crisis no se parece ni mucho menos a la crisis de las subprimas de 2008, causada por la quiebra del banco multinacional Lehman Brothers que en su momento desencadenó una ola de pánico en todo el mundo y lastró el crecimiento mundial. En efecto, la deuda china consiste en obligaciones que esencialmente están en manos de ahorradores chinos. Además, este país posee importantes reservas de activos extranjeros, como obligaciones del Tesoro estadounidense, unas reservas que no han cesado de menguar en los últimos meses, pero que en 2023 todavía conservaba 1,2 billones de dólares.

Además, China es la principal acreedora pública de los países emergentes y en desarrollo. Estos préstamos se gestionan a través de diferentes acreedores, situados directamente bajo la supervisión del Consejo de Estado chino. Los dos más importantes son dos bancos públicos: el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportación-Importación de China. Estas dos entidades realizaron, entre 2000 y 2017, más del 70 % de los préstamos transfronterizos directos efectuados por China con destino a estos países, y un número creciente de ellos se encuentran actualmente con dificultades para devolver sus préstamos.

La situación puede resumirse del modo siguiente: la época del dinero fácil en China ya es historia. Le ha sucedido un periodo que se abre exactamente en sentido contrario: un periodo de rigor, de vacas flacas y, para algunos, de tiempos difíciles. Con ese optimismo que cede ante el pesimismo, resulta llamativo el contraste entre aquel sentimiento de euforia e invulnerabilidad que prevalecía desde hacía más de treinta años en la población china, acostumbrada a un hipercrecimiento que se le antojaba eterno, y el sentimiento de incertidumbre que caracteriza a una China en dificultad.

Tomado de vientosur.info

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