Argentina – El documento del batallón 601 que desmiente a Milei y Villarruel

Su informe estaba fechado el 4 de julio, cuando todavía sonaban los ecos de la celebración mundialista en el país del mate, y no imaginó que 45 años más tarde refutaría las cifras con que la fórmula presidencial con más chances de ganar las elecciones pretende cuestionar el saldo numérico del terrorismo de Estado y justificar los crímenes de lesa humanidad.

En el inverno de 1978, Luis Felipe Alemparte Díaz firmó el enésimo parte de inteligencia y lo despachó a Santiago de Chile por uno de sus canales confidenciales. El agente de la DINA usaba ese nombre falso desde que había llegado a Buenos Aires, en noviembre de 1973, que le arruinaba el aura de poeta latinoamericano de los años ’60 que tenía el verdadero: Enrique Arancibia Clavel.

Entre 1973 y 1978, mientras manejaba el restaurante “Los Chilenos” sobre la calle Suipacha y trabajaba en un banco como parte de la cobertura, Arancibia redactó unos 400 informes reportando sus labores de infiltración y espionaje. Un grueso de la tarea consistía en macar militantes chilenos que lograban cruzar la Cordillera: una pieza del Plan Cóndor. Pero el 24 de noviembre de ese 1978, cuando el conflicto diplomático entre Chile y Argentina por el Canal de Beagle estaba a punto de explotar, Arancibia fue secuestrado por agentes de la Side en su departamento, donde convivía con un bailarían del ballet de Susana Giménez, acusado de husmear en los asuntos argentinos para Pinochet. Además de llevárselo con pocos modales, la patota llevó su archivo, disimulado en el doble fondo de un placard.

A esa altura de la soirée, los vínculos de Arancibia con represores argentinos no eran pocos ni desdeñables. Sus papeles lo mostraban como enlace entre la DINA y el Batallón de Inteligencia 601. Además de los detalles de la gira de Massera por Rumania y Francia, de la relación del “Almirante Cero” con Graciela Alfano, de los aprestos para una eventual guerra y los cambios en los mandos argentinos, en el epílogo, el informe revela que “se tienen computados 22.000 entre muertos y desaparecidos desde 1975 a la fecha” según “un trabajo que se logró conseguir en el Batallón 601 de inteligencia del Ejército”, es decir, cifras oficiales de la propia dictadura. Faltaban cinco años y medio de dictadura, un lapso criminal suficiente para pensar en la certeza de la cifra de los 30 mil. Arancibia adjunta, además, “lista de todos los muertos durante el año 1976 (…) los que aparecen NN son aquellos cuerpos imposibles de identificar, casi en un 100% corresponden a elementos extremistas eliminados ‘por izquierda’ por las fuerzas de seguridad”.

Arancibia estuvo preso hasta de los militares argentinos hasta agosto de 1981, cuando una gestión del Vaticano le facilitó la libertad. Su archivo estuvo perdido en un polvoriento despacho judicial hasta 1986, cuando la periodista chilena Mónica González -siguiendo esa pista y gracias a contactos facilitados por Horacio Verbitsky- logró dar con él. Esa burocracia secreta, que alguna vez había sido un reaseguro, fue la clave de su perdición. En 2001, fue la evidencia fundamental para su condena a perpetua por participar en el asesinato del ex jefe del Ejército chileno Carlos Prats, en 1974. Dos décadas después, son la prueba irrefutable de que Milei y compañera de fórmula recurren a una burda manipulación.

En 2007, por una maniobra administrativa en la ejecución de la pena, Arancibia recuperó otra vez la libertad. El espía chileno encontró la muerte una noche de abril de 2011 cuando un taxista con quien tenía una relación lo apuñaló en unas veinte ocasiones. Para quien había sabido moverse en el filo del mundo del espionaje de dos dictaduras enfrentadas, fue la parodia de un final.

Tomado de tramas.ar

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