Migración – Somos seres sociales y necesitamos red

Por Patricia Millán

Aunque sea una obviedad, no debemos de olvidar que somos seres sociales y que las migraciones nunca son decisiones individuales. De una manera u otra implican a otras personas, familiares, amigas u organizaciones.

Según Arjun Appadurai, antropólogo indio conocido por sus trabajos sobre modernidad y globalización, la imaginación supone una “fuerza” en la vida social contemporánea. Hoy más que nunca las personas pueden proyectarse en vidas posibles para sí y para otros. Así, las personas tenemos cada vez más capacidad para imaginar que, o bien nosotras o nuestras hijas, vamos a vivir en otros lugares. La sociabilidad conlleva un imaginario colectivo, compartido. Y en el contexto actual de globalización y avance de las tecnologías de la comunicación e información, varios de estos imaginarios son también globalizados.

Sin embargo, cuando pensamos en migrantes, la figura que nos viene a la cabeza es la de una mujer cuidadora de una persona mayor, o que acompaña a unas criaturas al colegio o les recoge a la salida. O bien la de un chico que se cuela en el transporte público o que trabaja de cocinero, de repartidor, o en una fábrica. Todos con un tono de piel más bien marrón. Rara vez pensamos en una persona mayor, de unos 70 años, que decide cambiar de país, de residencia, buscando que su jubilación le permita acceder a una mejor casa, o a una mayor calidad de vida en general, o, quizás, a un clima más agradable para pasar la etapa final de la vida con menos pesares. Este tipo de personas migrantes suelen tener la piel más bien clara, pero, sobre todo, suelen tener recursos suficientes para que su ropa sea a la moda, dentro de los estándares de lo que se espera que deben vestir, o hacer. No nos llaman la atención. Pasan desapercibidos, incluso, quizás hasta nos parezcan un buen ejemplo a seguir.

El movimiento de personas de un país a otro, o de unas regiones a otras, ha existido desde siempre, y seguirá existiendo. En algunos momentos se utiliza por algunos gobiernos como excusa para generar un problema político, al que hay que dar una solución política. En ocasiones, como cuando nos acercamos al verano y se prevén mejores condiciones climáticas para viajar en embarcaciones muy precarias por mar, llega incluso a declararse el  Estado de Emergencia Migratorio, una medida que ha sido adoptada por parte de Italia para los próximos 6 meses, desde el pasado 11 de abril, en una declaración que no hace más que endurecer las condiciones en las que son tratadas estas personas e incluso llega a criminalizar las tareas de las ONG de salvamento. Aunque estas cuestiones sean importantes y formen parte del contexto actual de la situación de las personas migrantes, la intención de este artículo es poner el foco en otro tema.

Estas líneas tratan de poner en valor el aprendizaje que nos pueden aportar las experiencias de las personas migrantes. De alguna manera, en lugar de ver aquello que nos aleja, que las hace diferentes, como la manera de hablar, algunas costumbres, o las comidas, ponemos el foco en aquello que, como personas, todas necesitamos y se hace expresamente visible en el caso de trasladarse de un lugar a otro. De empezar de cero.

En el caso concreto de las mujeres migrantes hay una larga trayectoria académica de estudio de las relaciones entre mujer y migración desde los años 70-80 del pasado siglo XX, pero en el Estado Español no es hasta finales de dicho siglo que se comienzan a estudiar a nivel académico estos fenómenos político-sociales, tal y como menciona la profesora titular de Antropología Social en la Universidad de Granada y referente en estudios de migración y género Carmen Gregorio Gil. Esta antropóloga, en un artículo [1] académico, resalta que el giro al estudio de las mujeres migrantes se da gracias a la relevancia que toman las redes y las estrategias familiares en la migración. Y es que, aunque sea una obviedad, no debemos de olvidar que somos seres sociales y que las migraciones nunca son decisiones individuales. De una manera u otra incluye a otras personas, familiares, amigas u organizaciones.

Cualquier persona necesita una red. Ese es el aprendizaje que pretende destacar este artículo del proceso migratorio. Quizás sea otra obviedad, pero es un ejemplo inmejorable en donde ver de una manera muy clara las bases de la teoría ecofeminista cuando afirma que las personas somos ecodependientes y vulnerables. Porque, cuando una persona viaja a un lugar que no conoce, cuando tiene que empezar de cero, es más vital que nunca que tenga apoyos: económicos, sociales, morales.

En la mayoría de los casos de mujeres migrantes, alguien les ha dejado el dinero para el viaje hasta el país de destino, si el préstamo se realiza dentro de la familia siempre será más fácil de devolver. Al irse deja organizadas una serie de tareas de cuidados con personas que cubrirán su hueco, ya sea porque tiene hijos o padres a cargo, o familiares en general. Por otra parte, una vez han llegado, alguien les acoge en su casa. Pueden ser familiares, amigas o alguna ONG, pero lo importante es que generalmente está organizado. Luego comienza la búsqueda de empleo, y la adaptación a los horarios, la cultura, las formas de comer, de hablar. Aunque se aprenden muchas cosas haciéndolas, en la mayoría de los casos alguna persona nos guía, tanto a las personas migrantes como a las personas locales.

Las personas que llevamos ya un tiempo instaladas en un lugar tenemos la red más o menos hecha, más o menos estable. Tenemos contacto con nuestra familia, tenemos amistades, sabemos dónde están los recursos o dónde debemos ir a preguntar si no los encontramos. Sabemos cómo buscar trabajo, a quién preguntar,  y unas personas nos llevan a otras para ir afinando en la búsqueda de lo que necesitamos. Pero es exactamente el mismo proceso que hace una migrante.

En este momento social de incertidumbre y desasosiego donde es noticia un día sí y otro también que los jóvenes han disparado sus niveles de ansiedad, incluso llegando a ser un problema político y social, en el que países como Corea del Sur proponen pagar un dinero a los jóvenes para que salgan de su aislamiento, no es tan descabellado recordar, pecando de no decir nada nuevo, que somos seres sociales y necesitamos red.

Esto no es un alegato a la comunidad como una idealización de lo común y de las redes. En todos los lugares donde hay personas hay conflictos, es así. Pero creo que podemos permitir una última obviedad: la sociedad en la que vivimos nos está llevando a un individualismo que no nos está favoreciendo. No podemos esquivar los conflictos que generan las relaciones sociales aislándonos de los demás, y desde luego, en nuestra opinión, es hora de ir desmontando el mito de la persona hecha a sí misma como el ideal de triunfo y de modelo a seguir. Apoyar a las demás y sentirse apoyada es una necesidad tan básica como respirar.

[1] El artículo está en la Universidad de Granada y lleva por título Tensiones conceptuales en la relación entre género y migraciones. Reflexiones desde la etnografía y la crítica feminista

Tomado de elsaltodiario.com

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