La izquierda latinoamericana da la espalda a Daniel Ortega

Por Raúl Zibechi

“Me parece peligroso que se asocie el pensamiento de izquierda con el régimen de Ortega porque es abrazarte a un monstruo y hundirte con él”, sentencia Gregory Randall, ingeniero y profesor universitario en Montevideo. Asegura en una entrevista para este reportaje que no denunciar al régimen Ortega-Murillo desde la izquierda tendrá un efecto de “catástrofe moral, como en su momento la no denuncia de los crímenes del estalinismo significó un desastre para el comunismo, que nos afecta hasta hoy”.

ijo de Margaret Randall, destacada feminista solidaria con la revolución sandinista en la década de 1980, Gregory fue uno de los dos redactores del manifiesto Nicaragua, otro zarpazo y… ¿otro silencio?, que en junio de 2021 denunció al régimen de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, con la rúbrica de personalidades como José Mujica, Lucía Topolansky, William I. Robinson y Elena Poniatowska.

La dictadura está tan aislada en el plano internacional como entre la izquierda continental, al punto que la mayoría de los partidos y movimientos sociales la condenan o evitan pronunciarse; y apenas un puñado mantienen su respaldo al régimen. La percepción sobre lo que sucede en Nicaragua ha ido cambiando lentamente en las últimas décadas, según se han ido superando los lazos históricos y emocionales, prevaleciendo los valores propios de la izquierda contra el autoritarismo.

n la séptima cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), celebrada el 24 de enero pasado en Buenos Aires, ningún gobierno de los 33 países que la integran apoyó explícitamente a los Ortega-Murillo. El aislamiento internacional fue tan evidente que el presidente de Nicaragua decidió no asistir a la cumbre, pese a que la presencia del recién electo presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, otorgaba un carácter especial al encuentro. En su lugar, asistió el canciller, Denis Moncada Colindres.

En dicha cumbre el presidente de Chile, Gabriel Boric, pidió la liberación de los presos políticos y condenó los atropellos a los derechos humanos, “independientemente del signo político de quien gobierne“. Varios gobiernos progresistas ofrecieron la ciudadanía a los nicaragüenses que los Ortega- Murillo les arrebataron entre ellos, Argentina, Chile y México. Casi inmediatamente después lo hizo el Gobierno colombiano de Gustavo Petro. Aunque Lula no se pronunció, su canciller, Mauro Viera, consideró a Ortega un dictador y anunció que el Planalto tomaría distancias

En los dieciséis años transcurridos desde que asumió su segunda presidencia, Daniel Ortega sufre mayor soledad que cualquier otro gobierno de la región. Aunque los grandes medios y la derecha continental intentan colocar a Venezuela y Cuba en el mismo renglón de Nicaragua, la situación es completamente diferente. La izquierda latinoamericana ya está tomando partido frente al régimen autoritario de Nicaragua, mantiene reservas sobre Venezuela y sostiene su histórico apoyo a Cuba.

En las izquierdas y en los movimientos sociales, abundan las declaraciones de solidaridad con Cuba y emiten también señales de respaldo a Venezuela, dos países que sufren un verdadero bloqueo y presión política de Estados Unidos. Nicaragua, sin embargo, recibe el respaldo explícito de organismos financieros alineados con Washington, como el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Las críticas al Gobierno de Ortega se han extendido desde los pequeños núcleos iniciales hasta el masivo y contundente rechazo actual. En ese cambio, jugó un papel decisivo la revuelta popular de 2018, que a través de la represión mostró la cara más sangrienta del régimen. Pero también el permanente alineamiento con Estados Unidos y el gran empresariado debilitó la imagen del presidente, al neutralizar el discurso antiimperialista con el cual pretende enmascarar una realidad marcada por la corrupción y la represión. El encarcelamiento de opositores y las duras condiciones de reclusión terminaron por convencer a muchas izquierdas de que el Gobierno Ortega-Murillo es una dictadura.

El largo sendero del sentido común

En junio de 2008, año y medio después de alzarse con el poder el binomio Ortega-Murillo, personalidades como Eduardo Galeano, Noam Chomsky, Ariel Dorfman, Salman Rushdie, Juan Gelman, Tom Hayden, Bianca Jagger y Mario Benedetti, entre otros, firmaron un mensaje titulado ‘Dora María merece ser escuchada’. La excomandanta Dora María Téllez, expulsada del país y despojada de su nacionalidad el 9 de febrero de 2023, realizaba entonces una huelga de hambre para impedir que le quitaran de forma arbitraria la personalidad jurídica al partido que había fundado, el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS).

Quienes se habían destacado por su apoyo a la Revolución Sandinista, en pleno acoso de Estados Unidos, en 2008, reclamaban “que no se cerrasen los espacios políticos y que hubiera un diálogo nacional para resolver la crisis alimentaria y el alto costo de la vida, que, como muchos países, enfrentaba Nicaragua. Ninguna de estas demandas es irracional y un gobierno que quiera el apoyo popular debe responderlas”, según aquella acción.

Téllez denunciaba ya entonces que Ortega estaba instalando en Nicaragua una “dictadura institucional”, y el tiempo le dio la razón. El régimen había copado las principales instituciones, como señaló Vilma Núñez, presidenta del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH), y a través de ellas ejercía su poder absoluto: “La dictadura institucional se está ejerciendo a través del funcionamiento amañado, inadecuado, de las instituciones del Estado, fundamentalmente del Poder Judicial, de un Poder Electoral que trabaja en función de quién debe ganar o perder las elecciones, de una Contraloría General de la República que se hace la disimulada o da respuestas tardías”.

Una dictadura que Núñez considera hija del pacto Ortega-Alemán, que ya cumplía una década. Cuando el Consejo Superior Electoral (CSE) decidió cancelar la personería del MRS, en plena huelga de hambre de Dora María, el derechista expresidente Arnoldo Alemán (1997-2002) apoyó al Gobierno, al igual que el cardenal Obando, otrora furibundo antisandinista.

Una de las primeras y más contundentes voces que, desde la izquierda, se plantaron contra al régimen fue la del uruguayo José Mujica, el 17 de julio de 2018, en una intervención en el Senado. “Me siento mal… siento que algo que fue un sueño se desvía, cae en la autocracia, y entiendo que quienes ayer fueron revolucionarios, perdieron el sentido (…). En la vida, hay momentos en que hay que decir, me voy”, expresó un indignado Mujica sobre los más de 300 asesinatos con los que el régimen de Ortega aplastó la revuelta. Su voz tiene el suficiente prestigio como para que nadie pudiera pasarla por alto, ni acusarlo de estar al servicio de la derecha y del imperialismo, como suelen hacer los defensores de la dictadura.

De la crítica al repudio

Aquel manifiesto de 2021 comienza con una frase demoledora: “Es difícil saber si Daniel Ortega se enfermó por el poder, está enfermo por mantener el poder o ambas cosas”. Y continúa: es “un presidente autócrata y autoritario, aliado hasta hace poco a las grandes fortunas (Consejo Superior de la Empresa Privada mediante), capaz de reprimir sin piedad a su pueblo, junto con el cual no supo, no quiso o no pudo construir calidad de vida ni una institucionalidad democrática, transparente, que le permitiera realizar, en libertad, pacíficamente, su destino”.

El manifiesto denuncia el enriquecimiento ilícito de Ortega desde 1990 y, sobre todo, desde 2007, “en una fórmula cuyo candidato a la Vicepresidencia era un banquero vinculado a la Contra”, a los pactos con la derecha y a la persecución de antiguos sandinistas. Destaca el “cruel hostigamiento al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal“. El documento hace un recuento de sucesos hasta desembocar en las protestas de 2018. Esta carta fue la respuesta al encarcelamiento de cuatro precandidatos presidenciales y sandinistas, como Hugo Torres, Víctor Hugo Tinoco, Ana Margarita Vijil y Téllez.

El documento concluye apuntando contra quienes callan. “Deben preguntarse cuánto contribuyó su silencio –sin quererlo- a la soberbia y la impunidad con las que el orteguismo protagoniza una nueva satrapía y cuánto mal le hace este silencio a la conciencia humanitaria que tanto necesitamos para contribuir a un mundo más justo, libre y fraterno”.

Una de las firmantes, Lucía Topolansky, estuvo doce años presa en Uruguay, como su pareja, José Mujica, y los demás dirigentes tupamaros, en pésimas condiciones, aislados y confinados en aljibes sin ver la luz. Al ser consultada para este reportaje, se mostró apesadumbrada por “lo que está pasando en Nicaragua” y aseguró que se trata de “un régimen que está lejos del sandinismo”. Recordó que la Revolución Sandinista “fue un proceso muy prolijo”, que entregó el gobierno cuando perdió las elecciones (1990) y luego volvió a ganar por la vía electoral (2007), “pero ahí -se lamenta- empezó a distorsionarse y cayó en una especie de pantano”.

El director de la edición colombiana de Le Monde Diplomatique, Carlos Gutiérrez, afirma que las elecciones periódicas que se celebran en Nicaragua son “un rito al que se acomodan todos los gobiernos para indicar que supuestamente no son dictaduras“, pero advierte de que “el control social es cada vez más grosero, abierto, con niveles de violencia que coartan a todos aquellos que le disputan el control del aparato gubernamental, lo que se conoce como oposición”.

Sobre los silencios de una parte de la izquierda y de los progresismos, destacó dos situaciones diferentes. “Una es el comportamiento de ciertos países por conveniencia geopolítica que terminan defendiendo lo indefendible por pragmatismo, pero con el agravante de que eso despolitiza a su propia población”. Por otro lado, están los movimientos sociales que “consideran que todo aquel que denuncia a los Estados Unidos es antiimperialista”, lo que Gutiérrez califica de “infantil” porque son declaraciones vacías, y en los hechos estos gobiernos son “fieles en el cumplimiento de las agendas trazadas por el FMI, el Banco Mundial, la aplicación del neoliberalismo con expresiones claras en el extractivismo”.

El editor reconoce que existe un legado histórico que tiene enorme peso en estas actitudes, como la falta de claridad sobre la historia de la Unión Soviética y del estalinismo, “para el cual el poder se defiende de cualquier manera, sin reparos éticos y políticos“. Recordó la novela El otoño del patriarca, de su coterráneo Gabriel García Márquez, en la que los rebeldes “terminan como el dictador contra el que se levantaron”. Sobre Ortega y Murillo advierte: “Terminarán sus días muertos de vejez en sus poltronas o padecerán el odio de sus pueblos, que los destituirán. Lo seguro es que pasarán a la historia con la deshonra de lo que son y han hecho contra la dignidad humana y la vida digna de sus pueblos”.

Mirar hacia adelante o hacia el costado

Sin pretender establecer un patrón de comportamiento, quienes condenan al régimen Ortega-Murillo en Latinoamérica desde la izquierda hacen referencia, en primer lugar, a los derechos humanos y, en segundo, muestran su preocupación por el legado del régimen para el progresismo y el pensamiento crítico. Estos factores ponen contra las cuerdas a muchas personas a la hora de tomar partido, según ha quedado de manifiesto durante la elaboración de este reportaje. Por un lado, el discurso orteguista que cultiva el imaginario sandinista. Pero sobre todo el temor a favorecer la política de Estados Unidos en su patio trasero, ya que la Casa Blanca auspicia desde 2018 un cambio de régimen esperando que la derecha se haga con el poder.

En este sentido, el teólogo de la liberación Leonardo Boff confiesa a través de su compañera, Márcia Monteiro, que el tema de Nicaragua es complejo y que no está muy al tanto. Al pedirles a ambos su opinión para este reportaje, agregaron que “es difícil no criticar a un gobierno autoritario, pero tampoco está bien debilitar una acción antiimperialista en Centroamérica”. Consideran que “cualquier frase descuidada puede tener un impacto que puede perjudicar al pueblo nicaragüense”.

Sin embargo, durante la represión de 2018, Boff pidió al Gobierno de Ortega que “parara de matar” jóvenes y se mostró “perplejo” porque quien había liberado Nicaragua “pudiera imitar las prácticas de dictador”, en referencia a Somoza.

En un sentido similar se expresó Joao Pedro Stédile, coordinador del Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST), el principal movimiento social de Brasil y el más grande de América Latina. “Lo lamento, pero hace tiempo que no acompaño la coyuntura de América Central”. Esta fue su breve explicación para descartar la posibilidad de una entrevista formal. Stédile había compartido espacio con Ortega durante el homenaje a Hugo Chávez en Caracas, donde los movimientos sociales del ALBA mostraron interés en incluir al régimen de Ortega entre los gobiernos progresistas. Ante esta posibilidad, la excomandanta sandinista Mónica Baltodano envió una carta a Stédile, el 4 de marzo: “¿No se dan cuenta de que Ortega, y su gobierno, es un desprestigio para la izquierda? Es la antítesis de la lucha contra los nuevos colonialismos, la defensa de los pueblos indígenas, de los derechos campesinos, de los derechos de la madre tierra, de las mujeres”, le escribió.

El filósofo argentino Miguel Benasayag, preso político durante la dictadura militar y luego exiliado en París, fue consultado sobre las dificultades que tiene la izquierda a la hora de posicionarse de forma clara ante la realidad de Nicaragua. “La izquierda tiene muchos problemas para no perder el objetivo central, que es la emancipación y la justicia social, y lo pierde sistemáticamente apuntando a la estructura, a los tótem, siempre con ese miedo de que si se dicen verdades factuales las van a aprovechar los otros”, explicó para este reportaje.

“La izquierda tiene miedo al pensamiento, a mirar los hechos concretos”, y advirtió de que se trata del “lado religioso de la izquierda”. En su opinión, este comportamiento “es un cáncer para los pueblos, porque hoy no hay nada para rescatar de la Nicaragua de Ortega”.

Consultada sobre su posición, la feminista argentina Rita Segato nos remitió a una conferencia pronunciada el 24 de octubre de 2021, porque allí –dijo- pudo hacer un análisis detallado. La parte central de su intervención estuvo dedicada al caso de Zoilamérica Narváez (hijastra de Ortega y quien le denunció por abusos sexuales), pero aclaró que no se trata sólo de una persona sino de la estructura de poder que está detrás: “Patriarcado, colonialidad, pedagogía de la crueldad, cosificación de la vida y extractivismo de la naturaleza y de los cuerpos de las mujeres, son la ecuación perfecta del poder”. De ese modo, sugiere un hilo entre el modelo de poder orteguista y los sufrimientos actuales de la sociedad nicaragüense, y nos recuerda que las feministas jugaron un papel destacado en el aislamiento del régimen desde mucho tiempo atrás.

Segato formuló una autocrítica porque demoró diez años en leer la carta-denuncia de Zoilamérica, actitud por la que ahora siente “culpa y vergüenza”, pero observa que es algo muy frecuente cuando se trata de denunciar a las personas que forman parte de “nuestro lado en la política”.

Eligió un párrafo de la carta-denuncia que contribuye a comprender al régimen, y que podría ser suscrita por una parte considerable de la sociedad nica: “Fui sometida a una prisión desde la propia casa donde reside la familia Ortega-Murillo, a un régimen de cautiverio, persecución, espionaje y acecho con la finalidad de lacerar mi cuerpo y mi integridad moral y física. Daniel Ortega desde el poder, sus aparatos de seguridad y recursos disponibles, se aseguró durante dos décadas a una víctima sometida a sus designios”.

Un abuso de poder que hoy están sufriendo siete millones de personas en una cárcel-nación llamada Nicaragua.

Tomado de publico.es

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