Colombia: Para solucionar el problema del hambre hay que involucrar a los asalariados del campo/ Ver- Medellín: El valle del agua

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Nov 28, 2022

Para solucionar el problema del hambre hay que involucrar a los asalariados del campo

 

28 nov. CI.- Según las estimaciones del Departamento Administrativo Nacional de Estadística -DANE-, para el año 2020 la población en el área rural del país se sitúa por encima de los 8 millones de personas, incluyendo a quienes viven en cascos urbanos de municipios con poca población, quienes desarrollan actividades vinculadas al sector de los servicios como comerciantes, profesores, mecánicos, personal de la salud, empleados del Estado, además de comunidades indígenas, negras y campesinas.

Por Jorge López Ardila*. Así mismo, en esos millones de personas se cuentan los proletarios o asalariados rurales que solo cuentan con su fuerza de trabajo para subsistir y quienes la venden en grandes plantaciones de la agroindustria, se convierten en mayordomos, caporales, obreros, cocineros, recolectores o quienes trabajan a destajo. De resaltar que también son miles los asalariados de la agroindustria que viven en ciudades, desarrollando labores agrícolas en segmentos como las flores, la producción de hortalizas o el cultivo de caña de azúcar. Según datos del DANE (2014) los trabajadores y trabajadoras permanentes contratados suman 2.4 millones, frente a 11 mil propietarios que acumulan más del 50% de las tierras censadas, lo que da cuenta del tamaño de las clases sociales en el campo.

En las luchas populares en el área rural el proletariado ha tenido un papel preponderante. En la Masacre de las Bananeras en 1929 eran principalmente asalariados quienes se movilizaban contra las condiciones leoninas impuestas por la Chiquita Brands, en un ejercicio legítimo de lucha que posteriormente sería reprimido militarmente, masacrados por las fuerzas militares para cumplir los mandados de la multinacional. También en 2012, fueron los corteros de caña quienes avivaron la movilización popular al declararse en huelga contra los bajos salarios y las intenciones patronales, así mismo los obreros de la industria de la palma y las flores han puesto sacrificio, libertades y vidas por mejores condiciones laborales, respeto a los territorios y en búsqueda de convenciones colectivas.

Sin embargo, en las últimas coyunturas agrarias las principales reivindicaciones giran sobre las propuestas de comunidades campesinas, indígenas y negras, principalmente en torno al acceso a tierras, comercialización, permanencia en el territorio, territorialidad y destinación de recursos, luchas que animan y fortalecen la clase popular, pero que al mismo tiempo parecen relegar el importante papel de los obreros/as – asalariados/as – proletarios/as.

Es en este sentido que la “Convención Nacional Campesina” impulsada por sectores populares y en el cual el gobierno nacional debe abrir el espacio para el fortalecimiento organizativo y político de los asalariados, con el ánimo de avivar los debates en torno a las condiciones de trabajo de quienes en época de cosecha, siembra o en determinados momentos cumplen tareas centrales de la producción y también de quienes permanentemente están empleados en labores agrícolas pecuarias, pastoriles o silvícolas.

En un sentido más propositivo, desde el Centro Oriente colombiano y fruto de diferentes reflexiones colectivas plantean que el estado debe impulsar la creación de una empresa nacional de materias primas y cultivos agroindustriales (aceite, soya, arroz, banano, trigo, cebada, torta de soya, maíz duro, fique, tabaco, caucho, etc.), que bajo los principios de la gestión popular impulse el fortalecimiento cooperativo de los trabajadores, buscando la soberanía alimentaria, menor dependencia de los vaivenes del mercado internacional y el fortalecimiento tecnológico del sector, al mismo tiempo entregando directamente a las clases populares la responsabilidad de avanzar concretamente en la eliminación del hambre. Estas cooperativas permitirían entregar tierras a los obreros rurales de manera colectiva, así como las instalaciones necesarias para la transformación de esa producción, evitando el fraccionamiento de tierras y su concentración en manos privadas.

Para los asalariados de las fincas pequeñas, medianas, trabajadores a destajo y temporales, el proceso cooperativo permitiría cobijarlos con seguridad social, acceso a la salud, seguros de desempleo y pensión, teniendo en cuenta el aporte a la alimentación que realizan. Este impulso organizativo permitiría emplear la mano de obra de una forma más organizada, teniendo presente que la necesidad de los trabajadores y la disponibilidad de los mismos se podría articular en una especie de “bolsa de empleo” administrada por las cooperativas, aumentando la producción en el campo.

Estas medidas deben ser coordinadas e incluirse dentro de una Reforma Agraria Integral y Popular que cambie sustancialmente la estructura de tenencia de la tierra en el país, garantizando por lo menos 10 millones de hectáreas en Territorios Campesinos Agroalimentarios, fortaleciendo y ampliando los resguardos indígenas y los territorios colectivos de comunidades negras. Así mismo, a la par de un nuevo ordenamiento territorial se deben impulsar las empresas nacionales de insumos y maquinaria agrícola, empresas de mercadeo y transformación a pequeña, mediana y gran escala, teniendo como base la necesidad de avanzar en formas productivas y desarrollos tecnológicos más acordes con los ecosistemas y biomas del trópico así como el avance a la producción agroecológica y orgánica dentro de los planes nacionales.

Los recursos necesarios para ello, deberán ser destinados por medio de una economía de fondos públicos que articule los diferentes sectores económicos e iniciativas del país para impulsar las tareas urgentes encaminadas a superar el hambre y la malnutrición. Un gran comienzo estaría dado por la destinación de recursos de los fondos privados de pensión, ganancias del sector minero-energético y los parafiscales que actualmente están bajo la tutela de los gremios agrícolas.

Tanto la convención nacional como los escenarios de diálogo y exigencia permiten plantear las propuestas desde los sectores populares, en un debate central del país donde habiendo tierras, sol y mano de obra por orden de las clases en el poder, hay 20 millones de personas que no comen 3 veces al día y pasan necesidades alimentarias.

*Jorge López Ardila hace parte de la Asociación Nacional Campesina José Antonio Galán Zorro -ASONALCA- y del Coordinador Nacional Agrario -CNA-.

CI JLA/FC/28/11/2022/

Fuente: Colombia Informa

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El valle del agua

 

Álvaro González Uribe*

 

Parques del Río, el proyecto de la discordia en Medellín

Imagen: Semana.com

Medellín y varios municipios están asentados en el valle del río Aburrá o Medellín. Y ese río, el dueño del valle, es alimentado por miles de quebradas de corta vida e impredecibles caudales ante la estrechez del valle. El río Medellín pues, no es solo ese que corre atravesando su valle sino también todos esos veleidosos afluentes directos e indirectos.

 

 

 

Medellín, Aburrá… Por lo general un valle toma su nombre del río que lo cruza. Digamos que entonces el valle es del río y tiene su razón de existir por ese río que le presta su nombre. En otras palabras, esa conformación geológica llamada valle no existiría sin el río que la atraviesa.

Y sigamos fluyendo: Un río es una corriente de agua con cierto recorrido, caudal e identidad. Pero un río no conserva el mismo caudal con que nace, de lo contrario sería siempre un riachuelo. Un río, para que sea tal, necesita alimentarse en su viaje por otros caudales: riachuelos, quebradas, lluvias y otros ríos, hasta convertirse en mar. Al fin y al cabo, el mar son todos los ríos y todas las lluvias juntos. El agua es una sola en el planeta y sin solución de continuidad así algunas parezcan separadas y en diferentes formas: ríos, lagos, nieves, humedales, nubes, hielos y mar. Hasta nosotros estamos en esa cadena.

Un río, entonces, es parte de esa agua planetaria y no existe solo y aislado, tanto porque forma más aguas, como porque está formado por otras aguas. Su zona de influencia se llama cuenca, o gran cuenca para ser más claros, como el agua.

Medellín y varios municipios están asentados en el valle del río Aburrá o Medellín. Y ese río, el dueño del valle, es alimentado por miles de quebradas de corta vida e impredecibles caudales ante la estrechez del valle. El río Medellín pues, no es solo ese que corre atravesando su valle sino también todos esos veleidosos afluentes directos e indirectos. Es toda una intrincada telaraña de agua que baja de las montañas y no solo del alto de San Miguel desde donde se considera su nacimiento oficial. Esas quebradas son parte del río. Medellín es agua que se desliza por sus montañas, Medellín es agua por todas partes. ¿No es esa una inmensa riqueza?

Pero esas aguas son un estorbo para muchos, pues sobre ellas y los espacios de amortiguación que requieren para latir no se puede construir. ¿Estorbo?, ¡qué va!: arrinconamos, encajonamos, forzamos, desplazamos, cubrimos o hasta matamos esas aguas. El “desarrollo” de Medellín ha sido su endurecimiento. “Hórmigon Valley”.

¿Resultado? Hacemos agua. Y lodo y de todo. Claro, lo fácil es echarle la culpa a don cambio-climático, que obvio tiene que ver, y mucho, pero no es solo eso, o mejor, es eso como producto de nuestro desprecio por las quebradas.

Nos enorgullecemos de nuestra previsión por haber reservado la franja por donde corre el río Medellín para usarla como eje estructurante de la ciudad, del valle. Y eso estuvo bien. Por allí van grandes vías para automóviles, el Metro, quizás el tren de cercanías y hasta dicen que drones por encima e incluso alumbrados navideños. Es la espina dorsal de la ciudad.

Felicitaciones. Pero se nos olvidó y sigue olvidando lo que expresé arriba: El río no es solo esa corriente de agua que atraviesa el valle, el rio son todas sus quebradas y conducciones superficiales y subterráneas afluentes. Primero lo aprisionamos abajo, contra natura lo enderezamos, y luego y de a poco encarcelamos linealmente sus extremidades. A todos les arrebatamos su posibilidad de respirar, de ser ellos, de bailar su ritmo natural.

Nuestro flamante Metro se mueve la mayor parte del tiempo aprovechando la milenaria ruta principal del río. Qué bien. Pero resulta que para ello no tuvimos –no tenemos– en cuenta algo: ¡el río! No es posible tener un Metro sano sin un río sano cuando éste es su base, su ruta, su compañero inseparable en la línea más importante cuyo colapso infarta las demás rutas. Y un río sano es imposible sin sus afluentes sanos. El río empieza en el alto de san Miguel, pero también en todos los nacimientos de todas las quebradas que lo nutren. Entonces el Metro también empieza allí.

Y eso para solo mirar las graves consecuencias de ciudad que traen las suspensiones del Metro. También ese maltrato a las quebradas causa inundaciones, deslizamientos, tragedias.

Medellín es un valle de agua. Y atropellamos sus aguas. Y ya somos distrito, sí, pero distrito de riesgo. ¿Hay un plan? No, no lo hay. Que llueva que llueva que el alcalde está en la cueva. Y mientras tanto esas aguas reclaman su trono y señorío, nos gritan que ellas mandan, que irrespetamos sus ciclos naturales, que sus caminos responden a la infalible ley de la gravedad, que ellas no son quienes se nos abalanzan sino nosotros sobre ellas, que la avalancha somos nosotros.

Y que la primavera no era eterna.

 

*Álvaro González Uribe Abogado: periodista y escritor – @alvarogonzalezu

 

Fuente: SEMANARIO VIRTUAL CAJA DE HERRAMIENTAS

Edición 805 – Semana del 26 de noviembre al 2 de diciembre de 2022

 

 

 

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