Política económica cubana vs Marx

escrito por Mario Valdés Navia*

10 noviembre 2022

Quizás no exista pensador más citado a nivel mundial que el judío alemán Karl Marx. Es que sus dos aportes principales al pensamiento: la concepción materialista de la historia y la teoría de la plusvalía, garantizan su presencia tanto en las disciplinas sociales y humanísticas como en las científico-económicas.

Su obra cumbre, El Capital, fue considerada entre las más importantes del milenio anterior y es una de las más estudiadas en las facultades de economía. Sin embargo, en Cuba sus ideas son poco conocidas, en las publicaciones de los últimos treinta años apenas es citado y referenciado, y sus concepciones económicas son olímpicamente ignoradas en la política económica y social del Gobierno/Partido/Estado, a pesar de la declarada adhesión al marxismo que se refleja incluso en la Constitución.

¿Será que su ideario económico decimonónico ya no funciona en el actual contexto?  ¿Existe una estrategia económica del PCC que supera las ideas de Marx y responde mejor a las necesidades de nuestra época? ¿Cuáles son los elementos de política económica cubana que han trascendido los postulados de la economía política marxista y qué impactos ha provocado su aplicación?

-I-

El Capital (1867) es una de las investigaciones científicas más escrupulosas jamás realizada, y su objetivo: explicar el mecanismo esencial de la explotación capitalista, fue logrado con creces. A partir de los aportes de los ingleses Adam Smith y David Richard, Marx explicó el mecanismo de funcionamiento de la economía mercantil en su etapa de apogeo: el capitalismo.

Al hacerlo, dejó sentado que el modo de producción burgués era la forma superior de economía lograda por la humanidad y que solo desaparecería cuando agotara todas sus posibilidades de desarrollar la producción para la obtención de ganancias a partir de la usurpación capitalista de la plusvalía.

Entre los elementos básicos del capitalismo que Marx destaca como superiores a los anteriores modos de producción se encuentran: carácter mercantil de la producción que subordina a todas las demás esferas; libre circulación de las mercancías, incluyendo la fuerza de trabajo; libre competencia que genera el fomento científico-técnico y la diferenciación de los productores; existencia de una superpoblación relativa, en forma de ejército de desempleados, que presiona a la baja los salarios e incrementa las ganancias; democracia burguesa, que extendió las libertades individuales de carácter jurídico/político a toda la ciudadanía.

Para que este régimen funcione, Marx señala un problema económico cardinal: la realización de las mercancías, es decir, su venta final que permita reponer todos los costos de producción y circulación y obtener la plusvalía. Este problema genera otros dos: las crisis económicas cíclicas de superproducción, que destruyen parte de la oferta para equilibrarla con la demanda; y la llamada cuestión de los mercados. Esta última determina  la sobreexplotación (colonización) de los pueblos atrasados por las grandes potencias para extraer sus recursos de manera expedita y vender sus productos ociosos.

Si el capitalista no logra vender las mercancías (bienes o servicios), no podrá recuperar los elementos de capital que invirtió a riesgo inicialmente y no podrá reproducir el capital, por lo cual se detendría todo el ciclo económico. Esos elementos a reproducir inexorablemente, aunque en ciclos diferentes, son: infraestructuras (almacenes, carreteras, puentes, redes de comunicación), edificios, maquinarias e instrumentos; materias primas, combustibles y lubricantes; y la mano de obra asalariada.

Esa reposición es obligatoria en cualquier sociedad mercantil que pretenda reproducirse, sea capitalista o un gobierno que se proclame socialista y pretenda construir una nueva sociedad. Al menos eso decía Marx, y todos los economistas y políticos —capitalistas y socialistas—, estuvieron conformes; hasta que llegó la Revolución Cubana y consideró posible superar a Marx y lograr una economía a voluntad del grupo de poder, sin realización de las mercancías ni reproducción del ciclo económico.

 

Con las teorías de transformación social ocurre lo mismo que con los planes de batalla. En cuanto suena el primer tiro se desmoronan y es preciso comenzar a readecuarlos a las nuevas situaciones para lograr la victoria. Ni los bolcheviques ni los maoístas lograron aplicar a pie juntillas sus planes de construcción del socialismo. Los primeros, tras varios intentos de reformas (Lenin, 1920; Kruschov, 1956; Gorbachov, 1985) naufragaron en las contradicciones de la Guerra Fría y, sobre todo, en las internas, propias de su inoperante modelo estatista-burocrático.

Los chinos, aún después de los errores y horrores del maoísmo (1949-1978), y sin abandonar su régimen autoritario, fueron capaces de experimentar con un nuevo modelo: el socialismo de mercado, que les permitió adoptar senderos más expeditos para acercarse al ideal de una sociedad medianamente próspera para las mayorías. Vietnamitas y laosianos han seguido ese camino a partir de sus peculiaridades nacionales.

En Cuba, la tendencia predominante ha sido la de inventar a partir de sucesivas improvisaciones, sin aplicarle mucho pensamiento científico. Actuar voluntaristamente sobre la base de dos principios azarosos: fe en la palabra de los líderes superiores; y posibilidad de encontrar y explotar financiamientos externos para el crecimiento sin desarrollar fuentes endógenas sustentables. Una negación absoluta del legado del primer revolucionario cubano, el Padre Félix Varela, quien no solo «nos enseñó primero en pensar», sino que también advirtiera: «el error no consiste en cometer errores, sino en insistir en ellos».

Desde los años sesenta hasta hoy, de manera continua y sistemática, los postulados económicos marxistas han sido ignorados, negados en la práctica —aunque adoptados oportunistamente en el discurso— y supuestamente superados por políticas económicas forjadas y aplicadas a partir de disquisiciones y decisiones que parecían brotar de mentes alucinadas o de «la universidad caprichosa de las nubes» (Marx).

Entre ellas se encuentran varias que, a pesar de su falta de resultados, duraron años: estatización de las tierras no distribuidas a los campesinos tras la Primera Ley de Reforma Agraria (1959); ciclo antiazucarero, industrialización acelerada y diversificación agrícola (1960-1963); expansión azucarera sin precedentes, auge monoproducción y monoexportación (1964-mediados 80); paso a una economía de servicios mediante acuerdos gubernamentales y desmantelamiento de los sectores agro-industriales (2002-2018).

A esto se suman medidas tomadas en determinado momento y que ya pocos recuerdan el por qué. Entre ellas: retiro del Banco Mundial (1960), pues la política económica de dicho organismo «está lejos de ser efectiva» para la economía cubana que estaba siendo encauzada «de acuerdo a un plan definido»; constitución de los Órganos Nacionales de Acopio, especializados por productos (1962); Segunda Ley de Reforma Agraria (1963), que eliminó el capitalismo agrario y elevó la propiedad estatal al 70% de las tierras cultivables; etc.

Peor aún son aquellas políticas que pudieran clasificarse como eternas, a las que se apela una y otra vez como panaceas que nunca funcionan, entre otras: medidas restrictivas, no expansivas, para equilibrar administrativamente la oferta y demanda (racionamiento, colas, precios topados); subidas de salarios y pensiones sin respaldo productivo; y usurpación centralizada para otros fines de los fondos de reposición y acumulación de las empresas, condenándolas irremediablemente a la obsolescencia tecnológica y la descapitalización.

En sentido general, las políticas económico-sociales han tendido a la ampliación de la brecha entre la oferta y la demanda, debido al crecimiento de la demanda efectiva de la población por el incremento del empleo, los ingresos y una distribución más equitativa de estos por una parte y, al unísono, la reducción de la oferta de bienes y servicios de otra por ineficiencia, baja productividad, gastos excesivos y balanza de pagos deficitaria.

El resultado en los últimos tres decenios es la reducción de los niveles de consumo reales y la libre distribución de bienes, lo que apunta hacia más inequidad y menos justicia social y resulta contrario a lo proclamado en la estrategia de desarrollo humano establecida y al contrato social entre el pueblo y sus gobernantes.

Respecto al legado de Marx, quizás lo más negativo es el desprecio al significado que el pensador otorgaba a la realización de las mercancías. Con una economía manejada de modo idealista y voluntarista, más con criterios ideo-políticos que económicos, se creyó posible garantizar la reproducción mediante mercados cautivos, tanto nacionales (consumo regulado) como internacionales (acuerdos gubernamentales).

Lo peor es, que aun cuando desapareció el campo socialista y Cuba logró superar los peores efectos del Período Especial, estos pseudo-principios quedaron como axiomas imperecederos en la política económica-social.

Incluso, en el último decenio, cuando la economía pasó a estar controlada por una Empresa-Estado (GAESA) que la gestiona en su beneficio particular, estas prácticas se mantienen casi incólumes. Muestra de ello es el novedoso sistema de las tarjetas MLC —aparente sustituto cubano del crédito comercial— mediante el cual los compradores nativos que las poseen tienen que entregarle las divisas en efectivo a los bancos de las empresas comercializadoras antes de comprar las mercancías y servicios.

El resultado lógico es que estas empresas se interesen muy poco por la realización efectiva de las mercancías que hacen el favor de comprarles en el exterior —y también a productores nacionales— a sus generosos, forzados y molestísimos clientes. El viejo problema marxista de la realización de las mercancías parece haber sido resuelto administrativa y compulsivamente por el férreo monopolio de GAESA y sus servidores en la dirección de la economía y la sociedad.

Pero cuidado, un mecanismo como este solo puede funcionar en medio del más estricto control de las finanzas, producción, circulación y consumo que una empresa haya conseguido jamás. La Real Compañía de Comercio de La Habana (1740-1757), con tanto o más poder que GAESA, intentó hacerlo y a los diecisiete años renunció por las grandes pérdidas que tenía. El rey y los oligarcas de entonces comprendieron que dejar hacer a los productores y cobrarles los correspondientes impuestos era más eficaz y eficiente económicamente que tratar de controlarlo todo para beneficio de su gigantesco  oligopolio.

Aquellos no podían haber leído a los clásicos de la economía política capitalista porque aún no habían surgido, pero eran mentes capaces de innovar sus mecanismos de expoliación en pos de rentabilizar mejor sus inversiones. Los actuales han ignorado hasta los postulados más generales de Marx, su supuesto mentor. Con sus pseudo-invenciones de política económica están matando a la gallina de los huevos de oro de manera cada vez más acelerada.

 

Investigador Titular, Dr. en Ciencias Pedagógicas, ensayista, espirituano.

 

Fuente: LA JOVEN CUBA

 

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