Desde Pto. Rico, Rafael Bernabe*- Cristianismo y socialismo: “las cosas en común”

Rafael Bernabe*

PUBLICADO: 4 DE NOVIEMBRE DE 2022

 

 

Me han solicitado que hable sobre la relación entre socialismo y cristianismo. Empiezo por agradecerles la invitación a discutir un tema tan interesante e importante. Para aprovechar el tiempo limitado que tenemos, paso inmediatamente a discutir el tema planteado.

 

El socialismo, como ustedes saben, implica un rechazo del capitalismo. Tenemos, entonces, que empezar diciendo algunas palabras sobre el capitalismo. Por tal razón he dividido esta corta presentación en cuatro partes que tienen por título: “La realidad del capitalismo”; “La propuesta socialista”; “El ejemplo de los apóstoles” y una muy breve conclusión.

 

La realidad del capitalismo

En las sociedades capitalistas la mayoría de las personas son desposeídas. Es decir, no son dueñas de los medios necesarios para poner en marcha la producción material. No son dueñas de fábricas, talleres, fincas, maquinaria, comercios, bancos, grandes medios de transporte o comunicación, bancos o instalaciones para proveer servicios, o grandes extensiones de terreno. Tampoco son dueñas de las cantidades de dinero necesarias para adquirirlos. Por tal razón, estas personas (la mayoría) está obligada a vender su capacidad de trabajar a cambio de un salario. ¿A quién vende su capacidad o fuerza de trabajo? Precisamente a la clase capitalista y terrateniente que es la propietaria de los medios de producción y circulación, (que incluyen las fábricas, talleres, comercios y todos los elementos que mencionamos anteriormente).

Las empresas capitalistas producen mercancías y compiten entre sí en el mercado. Esa competencia las obliga a ofrecer precios más bajos que los competidores y, para mantener su nivel de ganancia, están obligadas a reducir sus costos. Por eso el capitalismo se caracteriza por un impulso constante de la innovación y el desarrollo tecnológico y científico, es decir, un impresionante aumento de la productividad del trabajo humano. Los logros tecnológicos del capitalismo no tienen precedente en la historia de la humanidad. Los socialistas, al menos los seguidores del análisis elaborado por Carlos Marx son los primeros en reconocerlo.[1]

Ese desarrollo de la capacidad productiva de la humanidad haría posible satisfacer las necesidades materiales de todas las personas y a la vez reducir la jornada de trabajo, creando más tiempo libre para el cultivo de los intereses y talentos de cada cual. Por otro lado, el desarrollo científico nos permite entender el impacto en la naturaleza de la producción material y permitiría satisfacer las necesidades de todos y todas tomando en cuenta los límites del planeta y protegiendo el ambiente y la naturaleza, de la cual somos parte. Pero esto no es lo que ocurre bajo el capitalismo. ¿Por qué? Porque bajo el capitalismo el objetivo de reducir costos es aumentar la ganancia de las empresas, no el bienestar social. El capitalismo hace posible ese bienestar universal, pero es incapaz de realizarlo. Al contrario, los elementos que debieran ser instrumentos de bienestar se convierten en su opuesto.

Así, las máquinas, en lugar de reducir y aligerar el trabajo, se convierten en un enemigo, que amenaza con desplazar al trabajador o trabajadora. Bajo la amenaza de desempleo se intensifica el trabajo. El desempleo y los despidos, por supuesto, no son meras amenazas, sino la realidad que viven muchos trabajadores y trabajadoras: si no existiera, la amenaza de despido no tendría dientes. Así, mientras unos están desempleados, otros están agobiados con sobretrabajo. De este modo, el desarrollo de la tecnología en la sociedad capitalista, lejos de hacer la vida de los trabajadores y trabajadoras más segura, la hace más insegura y más precaria.[2]

La producción se organiza de manera jerárquica (aquí no hay democracia que valga): los trabajadores y trabajadoras están sometidos a la voluntad del jefe o la empresa. Son brazos o cerebros, cuyas iniciativas y capacidades creativas no se toman en cuenta.

Por la misma razón, las empresas sacrifican el ambiente siempre que esto permita aumentar sus ganancias: se contaminan la tierra, las aguas y el aire; se persiste en la quema de combustibles fósiles, aun después de descubrirse su efecto nocivo; se persiste en un aumento incesante, presumiblemente infinito, de la producción material, sin tomar en cuenta los límites que impone la naturaleza en un planeta finito. Nada de esto ocurre por maldad de los patronos: los patronos están obligados a obtener la mayor ganancia posible, bajo amenaza de desaparición. El problema no es personal, es sistémico.

En esta sociedad todo depende del dinero. El nivel de consumo y de vida, la seguridad y capacidad de responder ante imprevistos, el prestigio social, la influencia política, incluso la capacidad de ayudar a otras personas, todo depende del dinero, del tamaño de la cuenta de banco. Esto aplica a ricos y pobres. No es raro que la gente viva obsesionada con el dinero: por conseguir algo si no tienen, por conseguir más si ya tienen algo. En este mundo en que todo depende del dinero, el egoísmo se convierte en el valor supremo. A pesar de que se hable de “amor al prójimo”, de solidaridad, de comunidad, el imperativo que rige la vida económica es la mayor acumulación posible de riqueza privada (una de sus manifestaciones es la generalizada corrupción en el gobierno) y la ética que la acompaña, que es la ética del “sálvese quien pueda”. Se supone que de ese choque de egoísmos aparezca el bienestar de todos y todas. Pero no es así: su efecto es fragmentar la comunidad, frustrar al individuo y destruir la naturaleza.

Podríamos seguir añadiendo aspectos de la sociedad capitalista: por ejemplo, el hecho de que la competencia se desarrolla no solo entre individuos y entre empresas, sino entre gobiernos al servicio de esas empresas, lo cual conduce, no solo a conflictos comerciales, sino a guerras por el control de mercados, zonas de inversión y recursos. O la realidad de las crisis (recesiones, depresiones) recurrentes del capitalismo (la más reciente fue en 2008), crisis que condenan a millones de personas al desempleo y el empobrecimiento a pesar de que las instalaciones productivas están intactas. Pero basta con los elementos que ya hemos señalado, muchos de los cuales todos nosotros y nosotras hemos vivido y observamos diariamente alrededor nuestro.

 

La propuesta socialista

Ante esa realidad del capitalismo ¿cuál es la propuesta socialista? Podemos resumirla a grandes rasgos. En primer lugar, plantea convertir las fuentes de riqueza que ahora son propiedad de una minoría en propiedad social, es decir, en propiedad de todos y todas, en propiedad común. En segundo lugar, plantea que la comunidad decida democráticamente qué producir, cómo producirlo y dónde producirlo. El objetivo debe ser proveer empleo para todos y todas (no más desempleo para unos y sobretrabajo para otros); garantizar las condiciones adecuadas de vida de todos y todas (alimentación, vestido, vivienda, energía, agua, transportación, salud, educación, cuido en la niñez y vejez) y reducir lo más posible la jornada de trabajo.

La reducción de la jornada de trabajo libera tiempo para el cultivo de la persona y sus relaciones con los demás y para su participación en la vida y las decisiones sociales, económicas y ecológicas. Implica redefinir el progreso como una mayor calidad de vida, no atada a la aspiración al consumo de una cantidad siempre creciente de mercancías (que el capitalismo necesita producir y vender en cantidad siempre creciente).

Esto también incluiría la organización de las empresas y agencias de manera participativa y no-jerárquica, aprovechando la creatividad de todos y todas. Eliminaría las crisis recurrentes y sus consecuencias y los conflictos y guerras por el control de mercados y recursos. No se trata de un mundo perfecto. Por ejemplo, la crisis ecológica impone decisiones difíciles. ¿Qué formas de producción y en que países deben reducirse o eliminarse y a qué ritmo? (Por ejemplo, el consumo de carne, los viajes en jet, el turismo como lo conocemos, el automóvil privado). Pero no se trata de crear un mundo perfecto, sino uno más libre, ante los desastres sociales y ecológicos inherentes al capitalismo. Esa es la idea básica de la propuesta socialista, o, quizás sea más correcto decir, ecosocialista.

 

El ejemplo de los apóstoles

Ahora bien, el cristianismo es una corriente de pensamiento que tiene ya dos mil años. Es difícil hablar de esa realidad de manera general, pues el término incluye muchas tendencias, escuelas de pensamiento, prácticas, instituciones y pensadores. Voy a tomar entonces una fuente que me parece interesante e importante. Me refiero a algo tan fundamental para cualquier cristiano o cristiana como el Evangelio, como el Nuevo testamento. Me refiero a un pasaje de Hechos de los apóstoles, específicamente el capítulo 4, versículos del 32 al 35. Algo muy parecido puede leerse en el capítulo 2, versículos 42 al 47, pero para no tomar demasiado tiempo me limito al capítulo 4. En este pasaje se describe cómo vivían los apóstoles. Allí leemos lo siguiente y les pido que oigan con atención:

 

…ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseían, sino que tenían todas las cosas en común… Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.

 

Este pasaje no requiere mucha interpretación, pues habla muy claramente.[3] De hecho, muchas de las “interpretaciones” a las que ha sido sometido y es sometido intentan negar lo que el pasaje dice muy clara e inequívocamente. ¿Qué dice? Primero, que entre los apóstoles (a diferencia del capitalismo) no había propiedad privada (“ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseían”). Es decir, entre ellos (a diferencia del capitalismo) no había desigualdad entre poseedores y desposeídos pues, como se afirma diáfanamente, “tenían todas las cosas en común”. Quienes tenían propiedades las ponían en manos de la comunidad. Tampoco había “necesitados” (a diferencias del capitalismo), pues lo que tenía la comunidad no era monopolizado por unos pocos (a diferencia del capitalismo), sino que “se repartía a cada uno según su necesidad”.[4]

Les pregunto: ¿qué habría que hacer ante el capitalismo, si tomamos como guía el ejemplo de los apóstoles? Sería necesario abolir la propiedad privada de las fuentes de riqueza. Sería necesario convertirlas en propiedad común. Sería necesario usar esa propiedad común para que no haya necesitados, es decir, para satisfacer las necesidades de cada persona. Digan ustedes si esto no es un programa francamente anticapitalista. Digan ustedes si al resumir el ejemplo de los apóstoles no estoy resumiendo la médula, lo esencial de la propuesta socialista. Es indudable la coincidencia de la propuesta socialista y el ejemplo de los apóstoles. Al menos desde el punto de vista de los apóstoles, socialismo y cristianismo, lejos de ser opuestos, son propuestas afines.

De hecho, Marx, para describir un principio de la futura sociedad socialista tomó prestada una fórmula de otros autores: “Dé cada cual, según su capacidad; a cada cual, según su necesidad”.[5] Algunos estudiosos consideran que el origen de esta idea es precisamente el pasaje citado de Hechos, que describe cómo cada cual aportaba a la comunidad como podía y cada uno recibía según su necesidad. Otros indican como este pasaje es parte de una larga tradición de rechazo de la sociedad de clases y la visión de una sociedad sin explotación ni dominación, que es casi tan antigua como la sociedad de clases misma. El marxismo sería la continuación de esa tradición, a partir de las condiciones creadas por el capitalismo.[6]

Por supuesto, el tema de propiedad y la distribución no agota los puntos a discutirse entre cristianismo y socialismo (pensemos en los temas de la familia, de la situación de las mujeres, de la sexualidad, el género y la reproducción). Pero eso no niega la convergencia que hemos señalado.

No resisto la tentación de mencionar un problema que cristianismo y socialismo también comparten. No pocas personas han pensado y piensan que, al crecer, acumular recursos e institucionalizarse, la iglesia generó una estructura burocrática y jerárquica que claramente se aparta de lo que hemos llamado el ejemplo de los apóstoles. (Por burocracia aquí queremos decir, no exceso de papeleo, sino la cristalización de una capa dirigente, fuera del control de la comunidad afectada y que, por lo general, se otorga privilegios materiales.) Por eso no han faltado las herejías que han exigido un regreso al cristianismo “primitivo”. [7] La historia del socialismo también ha incluido el surgimiento de gobiernos burocráticos y autoritarios que se proclaman socialistas, pero que se apartan de lo que aquí hemos llamado la propuesta socialista o ecosocialista. Hay que preguntarse entonces ¿por qué se burocratizan estos movimientos? ¿Cómo puede evitarse esa burocratización?[8] Son preguntas fundamentales para cualquiera que se tome en serio el ejemplo de los apóstoles o la propuesta socialista, o ambos.

Podríamos seguir hablando sobre este interesante tema por largo rato, pero no podemos. Lo que debemos notar y subrayar es la innegable semejanza de la propuesta socialista y el ejemplo de los apóstoles y la inclinación anticapitalista que comparten.[9]

 

Conclusión

Alguien dirá que no podemos vivir hoy como los apóstoles vivían hace veinte siglos. Puede ser. Pero, en ese caso, seamos sinceros: decir esto es reducir el cristianismo a una idea bonita. En la prédica se habla de los apóstoles, pero en la práctica se vive, no de acuerdo con su ejemplo, sino de acuerdo con las reglas del capitalismo (propiedad privada, desigualdad, competencia, etc.)

En fin, no es posible seguir el ejemplo de los apóstoles sin asumir parte esencial de la propuesta socialista (propiedad común, satisfacción de necesidades). No es posible asumir la propuesta socialista sin abrazar parte de ese ejemplo. Esa convergencia ¿acaso no es una invitación al diálogo y la colaboración?

 

[1] Puede leerse, por ejemplo, la primera sección del Manifiesto comunista (1848).

[2] “Hoy día, todo parece llevar en su seno su propia contradicción. Vemos que las máquinas, dotadas de la propiedad maravillosa de acortar y hacer más fructífero el trabajo humano provocan el hambre y el agotamiento del trabajador. Las fuentes de riqueza recién descubiertas se convierten, por arte de un extraño maleficio, en fuentes de privaciones… El dominio del hombre sobre la naturaleza es cada vez mayor; pero, al mismo tiempo, el hombre se convierte en esclavo de otros hombres o de su propia infamia… Todos nuestros inventos y progresos parecen dotar de vida intelectual a las fuerzas materiales, mientras que reducen a la vida humana al nivel de una fuerza material bruta. Este antagonismo entre la industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por otro; este antagonismo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de nuestra época es un hecho palpable, abrumador e incontrovertible.” “Discurso pronunciado en la fiesta de aniversario del People’s Paper” (1856)

[3] Para un estudio minucioso de este pasaje debe consultarse: Román A. Montero, All Things in Common. The Economic Practices of the Early Christians (2017).

[4] Con razón afirma Ernest Mandel: “Los primeros padres de la Iglesia cristiana eran fervientes “partidarios del reparto y la comunidad de bienes” y “adversarios de la propiedad privada.” Ernest Mandel, El lugar del marxismo en la historiahttps://www.marxists.org/espanol/mandel/2005/el-lugar-del-marxismo-en-la-historia-y-otros-textos.pdf

[5] Carlos Marx, “Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán (Crítica del programa de Gotha)” (1875)

[6] Ernest Mandel lo resume muy bien en un escrito introductorio que les recomiendo: “El socialismo, la idea de un ‘regreso a la edad de oro’, es decir, una sociedad sin clases, es mucho más viejo que el capitalismo industrial. Son prácticamente tan viejos como la propia división de la sociedad en clases. Encontramos ecos de ella en la antigua poesía griega, en los profetas hebreos, en los primeros padres de la Iglesia católica, en numerosos pensadores de la China clásica y del islam. Durante la Edad Media y en los grandes movimientos ideológicos a partir del siglo XV, esta tradición se extiende cada vez más. También es reforzada por la existencia de sociedades relativamente igualitarias encontradas por los europeos durante viajes de descubrimientos o campañas de conquista. El marxismo se sitúa sin ninguna duda en la huella de esa vieja y venerable tradición de sueño y combates de emancipación de los pobres, explotados y oprimidos. Comparte con ellos interrogantes, protestas, preocupaciones, rebeliones. Pero todo lo que es específico del marxismo no se explica, en última instancia, sino por lo que es nuevo a partir del siglo XVIII, y que está íntimamente ligado a la consolidación del modo de producción capitalista por la revolución industrial: la aparición definitiva del proletariado como clase social fundada en el trabajo asalariado; la toma de conciencia radical de la ‘cuestión social’ nacida del nuevo antagonismo social: el del capital y el trabajo asalariado.” Ernest Mandel, El lugar del marxismo en la historiahttps://www.marxists.org/espanol/mandel/2005/el-lugar-del-marxismo-en-la-historia-y-otros-textos.pdf.

[7] Federico Engels, el más cercano colaborador de Marx, reconocía como las herejías cristianas, fueron precursoras del socialismo moderno. Así escribía sobre Europa al final de la Edad Media: “La herejía que expresaba los anhelos de plebeyos y campesinos … tenía un carácter muy diferente… Pedía la instauración de la igualdad cristiana entre los miembros de la comunidad y su reconocimiento como norma para la sociedad entera. La igualdad de los hijos de Dios debía traducirse por la igualdad de los ciudadanos y hasta por la de sus haciendas; la nobleza debía ponerse al mismo nivel que los campesinos, los patricios y burgueses privilegiados al de los plebeyos. La supresión de los servicios personales, censos, tributos, privilegios, la nivelación de las diferencias más escandalosas en la propiedad eran reivindicaciones formuladas … como consecuencia necesaria de la doctrina cristiana… Esta herejía plebeya y campesina… durante los siglos XIV y XV se transforma en ideario de un partido bien definido… Así Juan Ball, el predicador de la sublevación de Wat-Tyler en Inglaterra, aparece al margen del movimiento de Wycliffe así como los Taboritas aparecen al lado de los calixtinos en Bohemia… Junto a esta forma de herejía existe la exaltación de las sectas místicas, los flagelantes, Lollards, etc., que en los tiempos de opresión mantienen viva la tradición revolucionaria.” Al hablar de la obra y vida de Tomás Münzer, teólogo revolucionario del siglo XVI, escribe Engels: “En su programa … aparece … la anticipación genial de las condiciones de emancipación del elemento proletario que apenas acababa de hacer su aparición entre los plebeyos. Este programa exigía el establecimiento inmediato del reino de Dios, de la era milenaria de felicidad tantas veces anunciada, por la reducción de la Iglesia a su origen y la supresión de todas las instituciones que se hallasen en contradicción con este cristianismo que se decía primitivo y que en realidad era sumamente moderno. Pero según Münzer este reino de Dios no significaba otra cosa que una sociedad sin diferencias de clase, sin propiedad privada y sin poder estatal independiente y ajeno frente a los miembros de la sociedad”. Federico Engels, La guerra campesina en Alemania (1850)

[8] Este tema fue comentado por el Marxista Carlos Kautsky en su libro Los orígenes del crisitianismo de 1908. Según Kautsky, el cristianismo se había burocratizado pues en la época que surgió, y por mucho tiempo después, no existían las condiciones para abolir las clases. El socialismo moderno, que heredaría el desarrollo de la productividad sin precedente generado por el capitalismo, podría evitar ese peligro. Esto ya daba la clave para explicar el resultado opuesto: si la revolución socialista quedaba aislada en un país pobre, las condiciones serían propicias para el surgimiento de la burocracia. Karl Kautsky, Orígenes y fundamentos del cristianismo (1908) www.nodo50.org/ciencia_popular/articulos/Cristianismo.pdf

[9] Para seguir leyendo sobre este tema recomiendo el libro de Michael Lowy, Guerra de dioses. Religión y política en América Latina.

 

*Rafael Bernabe: Creció entre Río Piedras y Guaynabo. Estudió historia en la Universidad de Princeton, Sociología en la del Estado de Nueva York e investiga literatura en la de Puerto Rico. No ve contradicción entre la actividad intelectual y el activismo sindical y político, al contrario. Es autor de los libros “Respuestas al colonialismo en la política puertorriqueña, 1899-1929”; “La maldición de Pedreira”, “Manual para organizar velorios”, “Puerto Rico, ¿un pueblo acorralado por la historia?” y co-autor de “Puerto Rico en el siglo americano: su historia desde 1898”. Vive en Santurce, casi en la esquina de Tapia con Eduardo Conde. Buen sitio para un socialista.

 

Fuente: 80Grados+ PRENSASINPRISA

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