Estados Unidos y China en América Latina. Imperialismos rivales

Por Dan La Botz

stados Unidos ha dominado América Latina durante mucho tiempo, pero hoy ‒de hecho, en los últimos veinte años‒ se enfrenta al desafío de China, que ha invertido miles de millones y entablado relaciones políticas y algunas militares con muchos gobiernos de la región. EE UU tomó el control de América Latina, primero a base de guerras, y después mediante inversiones económicas, pero la historia nos enseña que la defensa de tales inversiones exige a menudo la intervención militar. Hoy podemos prever la agudización de la competencia interimperialista entre EE UU y China en América Latina.

El imperialismo estadounidense en América Latina

Comencemos por la historia sangrienta de EE UU en América Latina. El establecimiento de la dominación sobre la región tardó unos 100 años y comportó dos grandes guerras y numerosas intervenciones militares, ocupaciones y golpes de Estado. Ante el deseo de los Estados sureños de la Unión de expandir la esclavitud, EE UU procedió a arrebatar territorios a México entre 1836 y 1855, en particular con la guerra de 1846-1848 entre los dos países, tras la cual se anexionó la mitad del territorio mexicano, que pasó a formar el grupo de Estados del sudoeste (Texas, California, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y Colorado). Unos 100.000 mexicanos y numerosas comunidades indígenas se integraron a la fuerza en EE UU; la población mexicana no pudo gozar de plenos derechos y muchos pueblos indígenas fueron exterminados.

Después, en la guerra de 1898 contra España, EE UU se apoderó de Puerto Rico y estableció un protectorado en Cuba. En 1903 respaldó la secesión de Panamá de Colombia y en 1904 tomó de Francia las riendas de la construcción del Canal de Panamá, que abrió en 1914. El canal adquirió importancia estratégica, pues permitió a EE UU mover sus buques de guerra entre el Atlántico y el Pacífico.

De este modo, al comienzo de la primera guerra mundial, EE UU dominaba toda América Central y el Caribe, si bien para mantener el control sobre la región procedió a ocupar Haití de 1915 a 1934 y Nicaragua de 1912 a 1933. En 1933, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt anunció la política de buena vecindad y puso fin a las ocupaciones, repatriando a los marines y colocando en su lugar a dictadores apoyados por EE UU. De todos modos, cuando veía amenazados sus intereses, EE UU intervino, como fue el caso del golpe organizado en Guatemala en 1954.

Al término de la segunda guerra mundial, el imperio británico, debilitado, perdió su dominación económica en América Latina y fue sustituido por EE UU, que pasó a ser el principal banco e inversor en las minas, yacimientos petrolíferos y plantaciones. La revolución cubana de 1959 puso fin al control estadounidense sobre la isla, aunque EE UU organizó, en respuesta, la fracasada invasión en la bahía de los Cochinos.

Después de este revés, el presidente John F. Kennedy lanzó la Alianza para el Progreso, supuestamente para promover la democracia y el capitalismo, pero no tuvo mucho eco. El presidente Lyndon B. Johnson envió a los marines a invadir y ocupar la República Dominicana en 1963 a fin de derrocar al presidente nacionalista de izquierda, Juan Bosch. Al mismo tiempo, el revolucionario cubano Che Guevara inspiró una oleada de movimientos guerrilleros en toda América Latina, pero al carecer de una base obrera o campesina masiva, estos fracasaron trágicamente. Y la elite latinoamericana reaccionó organizando golpes militares con la ayuda o el impulso de EE UU en Brasil (1964), Bolivia (1971), Chile (1973), Uruguay (1973) y Argentina (1976).

Hasta finales de la década de 1980, EE UU y las elites latinoamericanas no permitieron la vuelta a la democracia en América Latina, generalmente en forma de instituciones y partidos políticos conservadores, adscritos a políticas económicas neoliberales. Así, EE UU siguió dominando las finanzas, la industria y el comercio hasta el siglo XXI. Sin embargo, entonces una serie de revueltas, movimientos sociales y levantamientos populares dieron pie a la convocatoria de elecciones que llevaron al poder a los gobiernos de la Marea Rosa, opuestos tanto a la dominación estadounidense como al sistema económico neoliberal. Hugo Chávez en Venezuela en 1999, Luiz Inácio da Silva (Lula) in Brasil in 2003, Néstor Kirchner en Argentina in 2003 y Evo Morales en Bolivia en 2006. Lula fue el principal impulsor del BRICS, alianza de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. El BRICS creó un banco de desarrollo y otras instituciones financieras como alternativa al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La Marea Rosa se agotó pronto, pero ya comenzaba una nueva era.

El ascenso de la economía china

Desde el comienzo del milenio, todo ha cambiado con el ascenso de China. Mientras que EE UU sigue siendo la economía más grande del mundo, con un PIB de 23 billones de dólares estadounidenses, China ya es la segunda con un PIB de 17,734 billones. Los cuatro bancos que encabezan la lista de los 15 más grandes del mundo con chinos. Actualmente, China exporta más productos y servicios que EE UU: 2,723 billones frente a 2,123 billones de dólares.

El aumento del poder económico de China ha venido acompañado de un aumento de su ambición, y al igual que otras grandes potencias imperiales, como EE UU, la Unión Europea y Rusia, trata de expandir su economía, así como su influencia política y militar. A diferencia de EE UU y Europa, que aspiran a maximizar sus beneficios, el imperialismo chino se mueve por intereses políticos del Estado. La economía híbrida, colectivista y capitalista burocrática, de China, controlada por el Partido Comunista, tiene la ventaja de que el Estado da instrucciones a los bancos, las grandes empresas y el comercio, con lo que su política económica internacional resulta bastante eficaz.

La implicación china en América Latina ha sido gradual. Después de que Richard Nixon viajara a Pekín para abrazar a Mao Zedong en 1972, la mayoría de gobiernos latinoamericanos se alinearon con la política exterior de EE UU y reconocieron la República Popular China (RPC). Sin embargo, la implicación económica, política y militar no avanzó hasta que la Organización Mundial del Comercio aceptó a China como país miembro en 2001. A comienzos de la década de 2000, China suscribió tratados de libre comercio con Chile (2005), Perú (2009) y Costa Rica (2010). Más tarde se sumaron otros países latinoamericanos. Establecer lazos con la RPC supuso a menudo tener que romper las relaciones con Taiwán, como hicieron Costa Rica en 2007, Panamá en 2017, El Salvador en 2018 y Nicaragua en 2021.

El comercio con la RPC se ha disparado. En 2001, América Latina destinó tan solo el 1,6 % de todas sus exportaciones a China; hoy, esta cifra es del 26 %. De acuerdo con el Foro Económico Mundial, el comercio entre China y América Latina se multiplicó por 26 entre los años 2000 y 2020, de 12.000 millones de dólares a 315.000 millones. Actualmente, China es el mayor socio comercial de América Latina, seguida de EE UU. Algunos países, como Chile, que envía alrededor del 39 % de sus exportaciones a China, y Jamaica, que está endeudada hasta el cuello con China, han pasado a ser económicamente dependientes.

Los patrones comerciales chinos en América Latina se parecen a los que practicaban EE UU y Europa en los siglos XIX y XX. América Latina exporta principalmente productos como carne porcina, habas de soja, azúcar, madera, cobre, bauxita, gas, petróleo y otros materiales que China necesita para sus industrias y para alimentar a su población. Y China vende a América Latina productos manufacturados de mayor valor, como teléfonos móviles de Huawei y Xiaomi, para los que hay demanda en estos países. La desventaja para América Latina es que los productos industriales chinos a menudo sustituyen a los productos de fabricación nacional, de modo que puede que crezcan los sectores extractivos y agrarios, pero se estanque o incluso mengüe la industria.

La relación de China con América Latina va mucho más allá del comercio. Las grandes empresas chinas, muchas de ellas de propiedad estatal, han invertido grandes sumas en América Latina. Como es lógico y también hicieron las empresas británicas y estadounidenses en la época anterior, las chinas suelen invertir en el procesado de los productos extractivos y agrarios que adquieren. Por ejemplo, de 2000 a 2018, China invirtió 73.000 millones en refinerías y plantas de procesado en diversos países latinoamericanos que le suministran carbón, cobre, uranio, gas natural y petróleo. Asimismo, Pekín invirtió recientemente unos 4.500 millones de dólares en la producción de litio en México y en el triángulo del litio, formado por Argentina, Bolivia y Chile, donde se hallan supuestamente la mitad de las reservas mundiales de este preciado mineral.

China practica la inversión extranjera directa (IED), es decir, la creación de filiales de sus empresas en América Latina. La IED china en Brasil asciende actualmente a 60.000 millones de dólares, en Perú a 27.000 millones y en Chile a 15.000 millones. La IED china total en América Latina suma 130.000 millones de dólares. También existen préstamos de bancos chinos. El Banco Chino de Desarrollo y el Banco Chino de Exportación-Importación mantenían en 2020 un total de 94 préstamos en la región por un importe total de 137.000 millones. Los préstamos chinos han beneficiado a algunos países, pero otros, como Bolivia y Ecuador, se enfrentan a un endeudamiento excesivo. Estos préstamos suelen concederse con un tipo de interés variable, de modo que ahora que están aumentando los tipos, los países latinoamericanos tienen más dificultades para atender sus pagos.

La iniciativa china de La Nueva Ruta de la Seda (NRS) también ha llegado a América Latina. Lanzada inicialmente en septiembre de 2013, la NRS estaba pensada originalmente para comunicar Asia, Europa, Oriente Medio y África mediante la construcción de infraestructuras: carreteras, puentes y después presas, centrales eléctricas, sistemas de distribución de electricidad y comunicaciones electrónicas. La NRS, que constituye el núcleo duro del sistema económico imperial de China, crea una telaraña de préstamos, inversiones, comercio y asistencia militar. China promueve la NRS en el marco de su iniciativa diplomática Sur-Sur, supuestamente para unir el Sur global frente al Norte global formado por Europa y EE UU. A 31 de diciembre de 2021, veinte de un total de veinticuatro países latinoamericanos y caribeños se habían unido a la NRS.

Política, poder blando y el ejército

El presidente Xi Jinping ha impulsado personalmente las relaciones de China con América Latina, habiendo visitado la región once veces desde que ascendió al poder en 2013. Otros líderes chinos viajan a menudo a América Latina, bien como diplomáticos para estrechar lazos, bien para supervisar la concesión de préstamos, bien para realizar nuevas inversiones.

El gobierno chino, además de los proyectos económicos, también ha dedicado 10.000 millones de dólares anuales para abrir Institutos Confucio en países latinoamericanos y caribeños, donde se imparten clases de lengua y cultura chinas, desde el nivel elemental al avanzado, y organizar intercambios culturales. Mao Zedong introdujo la filosofía reaccionaria confuciana en el Partido Comunista Chino y posteriormente en el Estado tras la toma del poder en 1949; junto con el estalinismo y el maoísmo, forma parte de la ideología autoritaria del régimen. China también facilita financiación a otras instituciones y universidades con fines de investigación.

China también ha estrechado lazos con los ejércitos latinoamericanos, creando un foro de defensa que promueve conversaciones con jefes militares. Ofrece intercambios militares y programas de formación en que oficiales y soldados estudian en academias militares recíprocas, visitan sus respectivas bases y se informan sobre los métodos empleados por cada parte. Así, China conoce los lados fuertes y los puntos débiles de los distintos países latinoamericanos y gana influencia entre los mandos de los ejércitos, tal como hizo EE UU en el pasado. China no ha establecido bases militares en América Latina, lo que alarmaría a EE UU. En cambio, China tiene siete empresas portuarias en México, tres en Panamá, tres en las Bahamas y una en Buenos Aires, Argentina, y además participa en proyectos de construcción de puertos en Brasil, Perú, Ecuador y Jamaica.

China ha vendido aviones, vehículos terrestres y sistemas defensivos de radar, rifles de asalto y otros materiales por valor de millones de dólares a Bolivia y Ecuador, pero mantiene lazos militares más estrechos  con el régimen autoritario de izquierda de Venezuela, país acosado y sancionado por EE UU. Venezuela ha adquirido aviones de entrenamiento y ataque K-8 por valor de 80 millones de dólares, así como aviones de transporte de tropas.

Conclusión: América Latina será escenario de conflictos interimperialistas

EE UU no está por perder su supremacía en América Latina sin lucha, sea esta económica, política o militar. El gobierno estadounidense considera que el Caribe y Centroamérica en particular forman parte de su esfera de influencia y que su implicación en Sudamérica es necesaria para mantener su posición dominante en el hemisferio.

Algunos sectores progresistas y de izquierda creen que China es una potencia benigna que se propone crear un mundo más justo, pero apenas hay hechos que justifiquen este punto de vista. Veamos el caso de Tíbet. Después de que los comunistas chinos tomaran el poder en 1949, la RPC se anexionó Tíbet en 1950, pero en la negociación con el Dalai Lama prometió la autonomía para la región tibetana. Descontento con la dominación china, el pueblo de Tíbet se rebeló en 1959, lo que llevó a China a ejercer el control directo e imponer el sistema comunista de partido único, mientras que pocos años después la Revolución Cultural comportó la destrucción de seis mil monasterios budistas tibetanos y causó la muerte de entre 200.000 y un millón de personas. Oficiales y burócratas chinos de la etnia han se hicieron cargo del gobierno regional, mientras que la RPC propició la inmigración de pobladores han, con ánimo de sinicizar Tíbet.

También está el caso del pueblo uigur, formado por unos doce millones de personas étnicamente diferenciadas que hablan una lengua túrquica y son en su mayoría de religión musulmana; viven en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang (XUAR). China ha detenido y encerrado a más de un millón de uigures, adultos y sus hijos, en campos  de reeducación, donde muchos desempeñan trabajos forzados y son objeto de abusos y algunos son torturados. Al mismo tiempo, como ya había ocurrido en Tíbet, la política de promoción de la inmigración masiva de pobladores chinos en Xinjiang ha cambiado el carácter étnico de la región. China no tolera las diferencias étnicas y culturales ni la libertad de conciencia, ya sea de los budistas tibetanos o de los musulmanes uigures. Tampoco permite, por supuesto, la creación de partidos políticos rivales, sindicatos obreros independientes ni cualquier otra forma de movimiento social independiente.

Finalmente está el papel que desempeña China en el mar de China Meridional, una de las vías marítimas más importantes del mundo que cada año atraviesan barcos que transportan mercancías por valor de billones de dólares. Son varias las naciones que reclaman su soberanía sobre las islas de este mar: China, Taiwán, Filipinas, Vietnam, Malasia, Indonesia, Brunei y Singapur. La rivalidad no solo se refiere a las islas y la ruta comercial, sino también el petróleo que hay bajo el fondo marino. China pretende quedarse con la parte del león del mar de China Meridional y ha militarizado tres de las islas, instalando en ellas cañones tierra-mar y tierra-aire, incrementando la tensión en la región. El comportamiento de China en Asia revela su naturaleza e indica cómo podría actuar si tuviera más poder en el hemisferio occidental.

Por supuesto, América Latina está lejos de China y cerca de EE UU, que sigue siendo la mayor potencia militar del planeta. China no está en condiciones de intervenir militarmente en el hemisferio occidental. Ahora bien, las dos principales potencias imperiales del momento luchan en estos momentos por el predominio en la economía latinoamericana y es de prever que la lucha serácada vez más encarnizada.

Fuente: New Politics

Traducción: viento sur

Dan La Botz es maestro en Brooklyn, escritor y activista. Es coeditor de New Politics.

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