La Rusia de Putin y el imperialismo periférico

Por Anatoly Kropivnitskyi.

¿Por qué la agresión rusa en Ucrania es imperialista? ¿Cómo se puede interpretarla basándose en el análisis del imperialismo que hace Lenin y en qué se diferencian estas interpretaciones? El investigador en ciencias sociales Anatoly Kropivnitskyi examina la economía política de los imperios.

La invasión rusa de Ucrania ha dividido a la izquierda internacional. Esta división se ha mostrado menos profunda que en 2014, cuando algunas organizaciones y activistas de izquierda apoyaron la declaración de las Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk, considerando el conflicto de Donbass como un levantamiento popular. Pero el 24 de febrero de 2022 fueron las tropas rusas las que cruzaron la frontera con Ucrania, y no al revés. Al invadir Ucrania, Putin privó a sus partidarios de izquierda de la oportunidad de debatir el hecho de la agresión; por lo tanto, lo que se discute hoy no es la invasión, sino sus posibles causas. Así, algunos comentaristas insisten en que Rusia se vio obligada a lanzar su “operación militar especial” y, que de hecho, está inmersa en una guerra defensiva contra Estados Unidos y la OTAN en territorio ucraniano.

Esta tesis a veces se apoya en referencias a la teoría del imperialismo de Lenin. El Estado ruso no es representado como un campo en un conflicto imperialista, sino como una potencia que resiste al imperialismo y es sustancialmente diferente de las potencias imperiales. Incluso cuando condenan la agresión de Putin, los defensores de esta teoría insisten en que la Federación Rusa no es un Estado imperialista y, por tanto, las críticas de izquierda deberían centrarse en los “verdaderos” imperialistas, es decir, el bloque de la OTAN liderado por Estados Unidos.

Precisamente este argumento fue invocado por algunos medios de comunicación de las fuerzas de izquierda en los primeros días de la guerra. Por ejemplo, el 7 de marzo de 2022, Arkansas Worker publicó un artículo de Gary Wilson argumentando que Rusia no puede ser una potencia imperialista debido a su economía semicolonial, basada en la exportación de recursos naturales. Wilson compara a Rusia con México: ambos países son capitalistas, sus economías son comparables en tamaño, pero ninguno puede ser tratado como imperialista. Por el contrario, como la mayoría de los países capitalistas, son “explotados por el imperialismo, por el capital financiero”. Aunque, según Wilson, Putin no puede ser considerado un líder antiimperialista, “la operación militar rusa para ‘desmilitarizar y desnazificar’ Ucrania y reconocer a la República Popular de Donetsk y a la República Popular de Luhansk es un movimiento contra el imperialismo, el imperialismo estadounidense y el imperialismo de la OTAN”.

En abril de 2022, David North, editor del World Socialist Web Site, publicó su correspondencia con un socialista anónimo de Rusia. Condenando la invasión de Ucrania como “una respuesta desesperada y esencialmente reaccionaria a la implacable y creciente presión ejercida por Estados Unidos y la OTAN sobre Rusia”, North enfatiza que la guerra Rusia-Ucrania sirve a los intereses del imperialismo estadounidense cuyo objetivo es destruir Rusia como un obstáculo a sus ambiciones globales, para hacerse con el control de sus armas nucleares, y luego hacer lo mismo con China. Rusia y China, los dos países que han experimentado revoluciones sociales y pueden aplicar una política exterior independiente de Estados Unidos, son tratadas exclusivamente como objetos de agresión imperialista, pero nunca como sus sujetos.

El corresponsal ruso de North desarrolla aún más esta lógica, argumentando que la invasión rusa de Ucrania no puede ser tratada como un “acto imperialista […] una acción llevada a cabo por una potencia capitalista para expandir su poder económico, financiero y militar, buscando re-dividir el mundo en nuevas condiciones de existencia”.  La burguesía rusa no intenta salir de su nicho en el interior de la división internacional del trabajo, ya que no existe en el país capital financiero desarrollado que esté dispuesto a extenderse en búsqueda de nuevos mercados de inversión en el extranjero. El socialista anónimo cree que las políticas de Rusia no son imperialistas, ni siquiera hacia sus vecinos más cercanos, Bielorrusia y Kazajstán. Para convertirse en una potencia imperialista, Rusia debería evolucionar hacia una dictadura fascista basada en la movilización, lo cual, en opinión del autor, es un escenario poco probable.

Mito y realidad del imperialismo ruso

Estos argumentos se remontan a las discusiones sobre si Rusia es un Estado imperialista, que comenzaron después de la intervención de Rusia en la crisis política ucraniana en 2014. Quienes negaron el carácter imperialista de la Federación Rusa argumentaron basándose en observaciones empíricas o en sus propias interpretaciones de la teoría del imperialismo de Lenin. Un ejemplo del primer enfoque se puede encontrar en el artículo de 2016 de Radhika Desai, Alan Freeman y Boris Kagarlitsky, donde argumentaron que aunque la burguesía rusa bien puede intentar lograr su ambición expansionista utilizando el Estado, tales proyectos inevitablemente se toparán con limitaciones objetivas: principalmente la debilidad del propio Estado. Rusia, la duodécima economía más grande del mundo en términos de PIB, con muchas menos bases militares que la OTAN, en 2016 apenas era capaz de una expansión imperialista, lo que también habría exacerbado los riesgos de inestabilidad política interna.

Un ejemplo de otro enfoque es una serie de artículos publicados por Roger Annis y Renfrey Clarke, dedicados a una crítica del “mito del imperialismo ruso” sobre la base de la teoría de Lenin. Según Annis y Clarke, esta teoría sigue siendo válida hasta el día de hoy, aunque con dos salvedades importantes. En primer lugar, las colonias oficiales han sido reemplazadas por el sistema de instituciones financieras internacionales (el FMI, el Banco Mundial y la OMC), los principales agentes de la opresión económica en el “mundo en desarrollo”. En segundo lugar, las guerras interimperialistas han sido reemplazadas por alianzas militares como la OTAN, dirigidas a la periferia oprimida. En comparación con Estados Unidos, Europa occidental, Canadá, Japón y Australia, Rusia es un país con una industria débil, baja productividad del trabajo y capital financiero subdesarrollado. Contribuye “poco directamente a la quintaesencia de la actividad imperialista, es decir, la exportación de capital a la periferia y la extracción de beneficios del trabajo y los recursos de los países en desarrollo”. La economía rusa depende de la exportación de recursos energéticos. Rusia no mantiene un comercio extensivo con los países periféricos y no obtiene suficientes beneficios del intercambio desigual. No hay exceso de capital en el país y gran parte de la inversión extranjera directa se destina a países de Europa occidental o jurisdicciones offshore [extraterritoriales]. Estas inversiones están destinadas a la evasión fiscal y el blanqueo de dinero o se reinvierten en Rusia a través de entidades extranjeras. Las posibilidades de inversión en Rusia están lejos de agotarse y, por lo tanto, no existe una necesidad estructural para la expansión capitalista en el extranjero que Lenin toma como punto de partida de su análisis. Por lo tanto, Rusia, como India o Brasil, no es una potencia imperialista, y su uso de la fuerza militar para intervenir en la política de otros países no la convierte en imperialista per se. Por el contrario, dado que las potencias imperialistas ignoran sistemáticamente los intereses de Rusia, como es el caso de la expansión de la OTAN hacia el Este, Rusia es más bien una víctima del imperialismo.

Levent Dölek, vicepresidente del DIP, el Partido Revolucionario de los Trabajadores de Turquía, llega a conclusiones similares. En octubre de 2018, publicó un artículo prediciendo una guerra imperialista entre Estados Unidos y la OTAN contra Rusia y China. Al igual que Annis y Clarke, Dölek se basa en la definición de imperialismo de Lenin y enfatiza que en los países imperialistas las exportaciones de capital dominan a las exportaciones de mercancías. Por el contrario, China y Rusia son importadores netos de capital y exportadores de materias primas: el comercio de China está dominado por las exportaciones de productos industriales, el de Rusia por los recursos energéticos. Las empresas más grandes de Rusia y China están controladas por el Estado, lo que, según Dölek, es incompatible con las “tendencias clásicas del capital financiero”. Esto significa que ambos países carecen de las bases económicas necesarias para la expansión imperialista y que, aunque sus regímenes gobernantes no merecen la simpatía de la izquierda, al menos pueden resistir al “verdadero” imperialismo, aunque no pueden derrotarlo.

Clarke y Dölek se encuentran entre los críticos más consistentes del “mito del imperialismo ruso”. Según Clarke y su coautor David Holmes, la retirada de las tropas rusas del territorio ucraniano a las fronteras el 24 de febrero de 2022 y las negociaciones sobre el estatus de Crimea y Donbass equivaldrían a “una concesión masiva y no forzada al capital mundial”, mientras que la derrota del régimen de Putin conduciría a la reanudación de la dependencia de Rusia de Occidente, como en los años del gobierno de Yeltsin, o al colapso del Estado. Dölek va aún más lejos: la victoria de Rusia en Ucrania sería una victoria sobre la OTAN y asestaría un duro golpe a la burguesía mundial, provocando una mejora en las condiciones de vida de la clase trabajadora en todo el mundo, no sólo en la periferia, sino también en los centros imperialistas. Por el contrario, la derrota de Rusia conduciría al surgimiento de un régimen oligárquico similar al de los años de Yeltsin, y el país degeneraría en una semicolonia, dada la debilidad del proletariado ruso.

El imperialismo de la Rusia zarista

Esta argumentación está lejos de estar exenta de problemas. En primer lugar, como muestra el propio análisis de Lenin sobre la Rusia zarista, la posición periférica de un Estado en la división internacional del trabajo no excluye la posibilidad de aplicar políticas imperialistas. Clarke y Dölek evitan abordar esta cuestión insistiendo en que existe una diferencia cualitativa entre el imperio ruso y el imperialismo moderno, cuyo nacimiento describió Lenin.

Clarke y Annis afirman que “Lenin veía a la Rusia prerrevolucionaria” como un ejemplo de imperialismo pre-moderno, “tradicional feudal-dinástico y mercantil, basado en la extracción de rentas campesinas y ganancias comerciales”, que se unía con Austria-Hungría y el Imperio Otomano, y lo distinguía de países de “imperialismo financiero-industrial moderno” avanzado, como Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos. Asimismo, Dölek recurre al folleto El socialismo y la guerra, en el que Lenin escribe que “en Rusia, el imperialismo capitalista del último tipo se ha revelado plenamente en la política del zarismo hacia Persia, Manchuria y Mongolia; pero, en general, es el imperialismo militar y feudal el que predomina en Rusia. Por tanto, Dölek puede concluir que el imperio ruso estaba más cerca de los imperios pre-capitalistas de los Habsburgo y los otomanos, que fueron instrumentalizados por los imperialistas “verdaderos”.

Si Dölek, Clarke y Annis están tan interesados ​​en la interpretación que hace Lenin del imperialismo, no es sólo porque respetan la letra de la teoría: también quieren enfatizar la ruptura histórica que supuestamente separa al imperialismo moderno de sus formas anteriores. Según ellos, cuando Lenin escribió sobre el imperialismo de la Rusia zarista en 1914, sólo podía invocarlo como un vestigio del pasado (Clarke y Annis), o significar el papel subordinado de Rusia en la rivalidad entre los imperialistas “verdaderos” (Dölek). Sin embargo, la Rusia postsoviética no puede ser llamada imperialista debido a su posición periférica en la división internacional del trabajo y la debilidad de su capital financiero.

¿Es correcta esta interpretación de Lenin? En los textos escritos en 1915-1916, durante la preparación de El imperialismo, fase superior del capitalismo, en los que se basan Clarke y Dölek, Lenin trata a la Rusia zarista como una de las potencias imperialistas, aunque admite que es una potencia relativamente atrasada. En agosto de 1915, Lenin escribió: “El mundo ha sido dividido por un puñado de grandes potencias, es decir, potencias que han conseguido saquear y oprimir a las naciones”, refiriéndose a Gran Bretaña, Francia, Rusia y Alemania. En el artículo de 1916, habló de “la rivalidad más amarga” entre “invasores imperialistas extremadamente poderosos”, destacando a Rusia junto con Gran Bretaña y Alemania. A principios de ese mismo año, colocó a Rusia junto a las “viejas potencias saqueadoras”, Gran Bretaña y Francia, en lugar de la “dinástica feudal” Austria-Hungría y el Imperio Otomano: “Esta guerra se libra por la hegemonía mundial, es decir, por mayor opresión de las naciones débiles, por otra división del mundo, la división de las colonias, de las esferas de influencia, etc. Finalmente, en El socialismo y la guerra, Lenin trata a Rusia como una de las seis “llamadas ‘grandes’ potencias (es decir, aquellas que han logrado un gran botín)”, cuya rivalidad es específica del imperialismo moderno (además de Rusia, la lista incluye a Gran Bretaña), Francia, Alemania, Estados Unidos y Japón). Se plantea una observación similar en Imperialismo.

Desarrollo desigual

Los textos de Lenin muestran que el Imperio ruso es una entidad contradictoria: su “imperialismo del último tipo” coexiste con el atraso económico. Resumiendo sus argumentos sobre la división capitalista del mundo, Lenin escribió:

“No importa lo fuerte que sea el proceso de nivelación del mundo, de igualación de las condiciones económicas y de vida en diferentes países, que se ha producido en las últimas décadas bajo la presión de la gran industria, del capital de intercambio y del capital financiero, todavía persisten diferencias considerables; y entre los seis países mencionados vemos, en primer lugar, países capitalistas jóvenes (Estados Unidos, Alemania, Japón) cuyo progreso ha sido extraordinariamente rápido; en segundo lugar, países con un antiguo desarrollo capitalista (Francia y Gran Bretaña), cuyo progreso ha sido últimamente mucho más lento que el de los países mencionados anteriormente, y en tercer lugar, un país muy atrasado económicamente (Rusia), donde el imperialismo capitalista moderno está enredado, por así decirlo, en una red particularmente estrecha de relaciones pre-capitalistas.

La tesis del desarrollo desigual del capitalismo fue formulada explícitamente por primera vez por Trotsky, pero fue Lenin quien la introdujo en la teoría del imperialismo. En Imperialismo, Lenin habla de la desigualdad en la expansión de los ferrocarriles, la distribución de las posesiones coloniales, el ritmo de desarrollo económico en los diferentes países, las formas de dependencia entre Estados, etc. Esto da lugar a desigualdad entre las “grandes potencias” y el resto del mundo (colonias y semicolonias), así como entre las propias “grandes potencias”, ya que sus niveles de desarrollo económico también difieren. Finalmente, como muestra el caso de Rusia, el desarrollo capitalista interno de las distintas “grandes potencias” también es desigual.

A pesar de las desigualdades internas del desarrollo del capitalismo en Rusia, Lenin trata inequívocamente al Imperio ruso como parte de la rivalidad inter-imperialista, o “la competencia entre varios imperialismos”, que considera la característica política clave del imperialismo moderno. Lenin opone este imperialismo moderno no a los imperios pre-capitalistas, sino al período comprendido entre las décadas de 1840 y 1860, que fue el del “desarrollo del capitalismo pre-monopolista, del capitalismo en el que predominaba la libre competencia” y de la dominación de Gran Bretaña como suministrador monopolista de bienes manufacturados y potencia colonial más rica.

Este período terminó con la crisis de 1873, que marcó el comienzo de una transición de treinta años hacia el capitalismo monopolista. La fusión de los monopolios industriales y bancarios dio origen al capital financiero y se intensificó la lucha por el reparto del mundo. El monopolio industrial británico ya no podía permanecer sin oposición. En el artículo de 1916, Lenin desarrolla su idea:

“El último tercio del siglo XIX ha visto la transición a la nueva era imperialista. El capital financiero no de una, sino de varias, aunque muy pocas, grandes potencias disfruta de un monopolio. (En Japón y Rusia, el monopolio del poder militar, de vastos territorios o instalaciones especiales para robar a las nacionalidades minoritarias, China, etc., en parte complementa y en parte reemplaza al monopolio del capital financiero moderno). Esta diferencia explica por qué la posición monopolística de Inglaterra pudo permanecer sin oposición durante décadas. El monopolio del capital financiero moderno está siendo desafiado frenéticamente; ha comenzado la era de las guerras imperialistas”.

La Rusia zarista fue sin duda parte de la rivalidad inter-imperialista. Aunque el desarrollo incompleto y desigual de su capital financiero le impidió ser clasificada entre los países “financieramente ricos”, fue compensado por la expansión territorial y el poder militar.

Las etapas del capitalismo

Como vimos anteriormente, Clarke y Dölek intentan desvelar el mito del imperialismo ruso mostrando que el capitalismo en la Rusia actual no puede considerarse avanzado. Si el imperialismo es de hecho la fase superior del capitalismo, entonces el capitalismo ruso contemporáneo cae muy por debajo de esa etapa, ya sea evaluado por la inversión en capital fijo, el PIB per cápita o cualquier otra medid convencional. Pero, ¿es correcto identificar la fase superior del capitalismo con el nivel de desarrollo capitalista de un país determinado?

Lenin dijo claramente que la fase superior del capitalismo debe entenderse como aquella en la que la producción alcanza tal escala que la libertad de competencia es reemplazada por el monopolio. Es, según Lenin, “la esencia económica del imperialismo”. Conviene aquí volver a la tesis del desarrollo desigual. En su polémica contra Kautsky, Lenin recuerda que la dominación del capital financiero, característica de la época imperialista, no atenúa, sino que, por el contrario, aumenta “las desigualdades y contradicciones inherentes a la economía mundial”. Este argumento ya deja claro que, cuando habla de la fase superior del capitalismo, Lenin no se refiere a países individuales y a su nivel particular de desarrollo económico, sino a todo el sistema de relaciones económicas que abarca el mundo entero. El imperialismo no es más que el resultado de este proceso de integración económica internacional.

Como escribió Lenin, el territorio de la Tierra ya está compartido entre los países capitalistas más grandes, es decir, ya está involucrado en el proceso de acumulación capitalista, aunque sólo sea como una periferia rica en recursos. La época imperialista es la época de la redivisión de un mundo ya dividido, cuando

“a los muchos ‘viejos’ motivos de la política colonial, el capital financiero añadió la lucha por las fuentes de materias primas, por la exportación de capital, por las esferas de influencia, es decir para los ámbitos de acuerdos rentables, de concesiones, de ganancias monopólicas, etc., para el territorio económico en general”.

El carácter desigual del desarrollo capitalista, según Lenin, excluye cualquier medio distinto de la guerra y la división de esferas de influencia (incluso a través del colonialismo) para conciliar la disparidad entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación de capital. En la era del capitalismo de libre competencia, los conflictos directos podían evitarse mediante la colonización de nuevos territorios, pero la transición al capitalismo monopolista significa una transición a “una política colonial de posesión monopolística del territorio del mundo, que ha sido completamente dividido”, lo que hace que el conflicto sea inevitable:

“La única base concebible bajo el capitalismo para la división de esferas de influencia, intereses, colonias, etc., es la evaluación de la fuerza de los participantes, su fuerza económica, financiera, militar, etc. Y la fuerza de estos participantes en la división no cambia por igual, porque el desarrollo igualitario de diferentes empresas, consorcios, ramas industriales o países es imposible bajo el capitalismo”.

Aquí Lenin enfatiza una vez más que las fuentes del poder imperialista son diferentes y no se limitan al “poder financiero” únicamente. Además, las diferentes potencias imperialistas están equipadas con diferentes medios. Ésta es otra dimensión del carácter generalmente desigual del desarrollo capitalista, que se agudiza aún más con la transición a la fase monopolista, haciendo inevitable la confrontación directa entre las potencias imperialistas. Los países que participan en la rivalidad inter-imperialista difieren entre sí en su nivel de desarrollo económico y, por lo tanto, pueden incluir no sólo potencias financieras, sino también un imperio periférico que disfruta de ventajas monopolísticas en fuerza militar y en acceso a fuentes de materias primas.

Como muestra el análisis de los sistemas mundiales, a pesar de su atraso económico, el capitalismo periférico puede resultar un capitalismo avanzado, por ejemplo en lo que respecta a sus métodos de explotación laboral. Los plantadores del sur de Estados Unidos o de las Indias Occidentales pueden haber sido capitalistas más eficientes que los industriales de Gran Bretaña o Nueva Inglaterra, aunque ambos participaban en un único sistema de división transatlántica del trabajo. Del mismo modo, el capitalismo corrupto de “compinches” puede dar lugar a formas más peligrosas de agresión imperialista que las del “capitalismo avanzado” funcional.

Capital financiero e imperialismo de inversión

En su análisis, Clarke y Dölek no sólo invocan indicadores globales de desarrollo económico y la calidad del entorno institucional, sino que también se centran en el papel del capital financiero en la expansión imperialista, como señaló Lenin. Dölek escribe que, dado que son exportadores netos de materias primas (en lugar de exportadores netos de capital), ni Rusia ni China pueden ser potencias imperialistas. Aunque Rusia exporta capital a países postsoviéticos, la mayoría de las inversiones extranjeras de Rusia en el exterior van a lugares extraterritoriales o a países económicamente desarrollados de Europa occidental y Estados Unidos, y por lo tanto se asemejan a un modelo de fuga de capitales, más que a una expansión imperialista. Clarke y Annis también señalan que en Rusia falta la alianza de clases entre los capitalistas financieros e industriales descrita por Lenin y que la verdadera fuerza hegemónica está representada por la alianza entre altos funcionarios y oligarcas que explotan los recursos naturales.

Tal lectura reduce el alcance de la teoría de Lenin a una forma específica de expansión imperialista, la del imperialismo inversor. En su definición del imperialismo, Lenin enfatiza el papel del capital financiero y la oligarquía financiera como principales motores de la expansión imperialista, así como el papel de las exportaciones de capital como su medio. Aquí desarrolla el argumento de Hobson de que la principal característica política del imperialismo moderno es la rivalidad entre varios imperios, mientras que su novedad económica consiste en el dominio de los intereses financieros o de inversión sobre los intereses comerciales.

Sin embargo, a diferencia del capital financiero de Hobson, Lenin utiliza el concepto marxista de capital financiero (Finanzkapital), codificado por Rudolf Hilferding, que se refiere a la fusión de los monopolios industriales y los bancarios. Por lo tanto, no sólo menciona el papel clave de los intereses financieros, sino que habla de la fase superior de monopolización, cuando los monopolios intra-sectoriales (por ejemplo, en la banca o la manufactura) comienzan a fusionarse también entre sectores, a un nivel superior.

Es característico que en Imperialismo, así como en otras obras escritas durante la Primera Guerra Mundial, Lenin utilice indistintamente los términos “imperialismo” y “época del capital financiero”. La etapa más reciente del capitalismo es el capitalismo monopolista, y el capital financiero es, por así decirlo, el monopolio de los monopolios, cuya formación marca la transición del capitalismo a un orden socioeconómico superior. En otras palabras, Lenin designó al capital financiero como la expresión más clara de la monopolización observable en su época, al tiempo que permitía otras posibilidades.

Agregando a la definición económica del imperialismo un análisis de su lugar histórico, Lenin destaca cuatro tipos de monopolios característicos de la era imperialista: monopolios basados ​​en la concentración de la producción, el acceso exclusivo a las materias primas, los monopolios bancarios y los monopolios territoriales (o “posesión monopolística de las colonias”). Las potencias imperialistas podrían depender de diferentes combinaciones de estos elementos. A mediados de la década de 1910, cuando el desarrollo de la banca universal alcanzó su apogeo, la fusión de los monopolios industriales y los bancarios podría parecer la combinación más avanzada (como lo fue para Lenin). Sin embargo, también eran posibles otras combinaciones, por ejemplo la combinación de las materias primas y los monopolios territoriales, que en el caso del imperio ruso compensaba su falta de “poder financiero”.

Se puede aplicar un razonamiento similar a la cuestión de las exportaciones de capital, a las que Lenin, siguiendo a Hobson, concedía especial importancia como principal instrumento de la expansión imperialista. El exceso de capital acumulado gracias a las ganancias de los monopolios crea un dilema para el capitalista: o compartirlo con los trabajadores y reducir así el margen de beneficio (imposible bajo el capitalismo, según Lenin), o invertirlo en el extranjero, en países donde los costes de producción son más bajos, lo que requiere intervenciones políticas y militares para proteger las inversiones. Estudios recientes muestran que, contrariamente a las afirmaciones de Hobson y Lenin, las exportaciones de capital y la expansión territorial divergieron y no necesariamente estuvieron vinculadas. Las potencias imperialistas del cambio de siglo, como Gran Bretaña, Francia y Alemania, reimportaron los ingresos de las inversiones extranjeras y no fueron exportadores, sino importadores de capital. Entre 1870 et 1900, periodo descrito por Lenin como el paso de un capitalismo de libre competencia a un capitalismo monopolista, la mayor parte de las inversiones extranjeras europeas fueron hacia los Estados colonizadores europeos del Nuevo Mundo y no hacia las regiones tropicales que se estaban creando.

Economía y política

Al enfatizar el atraso del capitalismo ruso, Dölek y Clarke se refieren no sólo a los indicadores económicos, sino también al estado general del entorno institucional: las mayores empresas rusas están controladas por el Estado; el capital acumulado no se reinvierte, sino que es monopolizado por rentas internas; el entorno empresarial es inestable; el estado de derecho no está garantizado, etc. El capitalismo ruso es disfuncional, corrupto y politizado y, por lo tanto, teóricamente no puede aspirar a una expansión imperialista. ¿Lo podría?

Al calificar al imperialismo de fase superior del capitalismo, Lenin trató de mostrar la naturaleza capitalista de la guerra imperialista en una polémica con otros socialistas que veían el imperialismo como una distorsión política de la lógica económica inherente al capitalismo: la progresiva y cada vez más profunda división internacional del trabajo y de la interdependencia económica propician la convivencia pacífica.

Lenin criticó estos intentos de reducir la política a la economía, calificándolos de caricatura del marxismo. En teoría, la rivalidad imperialista puede basarse en medios formalmente pacíficos, como la compra de fuentes de materias primas o de empresas competidoras. En la práctica, los imperialistas recurren a métodos políticos, incluso criminales. Por ejemplo, la anexión de territorios facilita su integración económica: para un imperialista, la anexión hace “más fácil corromper a los funcionarios, obtener concesiones, aprobar leyes ventajosas, etc.”. El contenido de la rivalidad imperialista, la lucha por la división del mundo, es independiente de la forma particular que pueda adoptar, pacífica o no.

En esa época, los oponentes de Lenin veían al imperialismo como puramente político y no veían que tenía sus raíces en las condiciones materiales del capitalismo monopolista. Hoy en día, los críticos del mito del imperialismo ruso lo tratan como un fenómeno puramente económico, considerando el arraigo político del capitalismo ruso como prueba de su atraso. Ambos argumentos se basan en la visión burguesa de la política y la economía como dominios distintos que existen independientemente uno del otro. En su visión del capitalismo avanzado, Dölek y Clarke se basan implícitamente en la concepción liberal del capitalismo que se remonta a Max Weber, quien enfatizó que el capitalismo racional es independiente de la intervención política y actúa a través de medios formalmente pacíficos.

Y, sin embargo, las líneas cada vez más borrosas entre el gran capital y el Estado, la adquisición forzosa de activos, el control estatal formal e informal sobre las grandes empresas y la extracción de rentas por parte de personas internas, así como otros ejemplos de interpenetración de la economía y la política en la Rusia contemporánea no son anomalías desde el punto de vista de la teoría de Lenin. Como en el marxismo en general, la violencia no se trata como algo externo al capitalismo. En este sentido, el capitalismo jurásico ruso no es menos, sino al contrario, tal vez más “normal” que las variedades estadounidense o de Europa occidental que Dölek y Clarke parecen tomar como punto de partida.

Después de Lenin

La teoría del imperialismo de Lenin claramente no es el mejor instrumento para destruir el mito del imperialismo ruso. Pero, ¿es útil para comprender el imperialismo contemporáneo, ruso u otro? Para responder a esta pregunta, resulta apropiado recurrir a la sociología histórica del imperialismo y el colonialismo. Los sociólogos y sociólogas históricos ven el imperialismo como una forma de dominación imperial: una relación jerárquica en la que una metrópoli domina una periferia limitando su soberanía para obtener ventajas económicas, políticas, militares o de otro tipo.

El objeto de la dominación imperial puede ser un territorio específico que la metrópoli incorpora a su territorio mediante anexión o conquista, transformándolo así en una provincia, o que esté gobernado por un estado delegado controlado por la metrópoli, transformándolo así en una colonia. En ambos casos, la periferia pierde su soberanía. El concepto de imperio se asocia a menudo con la dominación territorial, ya sea los imperios terrestres otomano y ruso o el imperio colonial británico.

La metrópoli también puede dominar la periferia de manera informal, sin limitar directamente su soberanía. En este caso, el objeto de control no es un territorio, sino el espacio abstracto de intereses o “esferas de influencia”. En sociología histórica, el concepto de imperialismo se utiliza principalmente para describir esta forma no territorial de gobierno imperial.

Según esta lógica, el prototipo del imperialismo moderno puede encontrarse en las primeras ciudades-estado modernas del norte de Italia, que se esforzaban por ejercer influencia política y diplomática más allá de sus fronteras para mantener el equilibrio de poder y proteger sus intereses comerciales, incluso apoyando a líderes extranjeros favorables. Otro ejemplo de dominio imperial no territorial es el del imperio portugués en los siglos XV y XVI, que creó una red de fuertes y enclaves a lo largo de la costa de África occidental, así como un sistema de plantaciones de esclavos y minería a lo largo del río Zambeze. Hasta el siglo XIX, los portugueses prefirieron el comercio y la extracción de recursos a la conquista territorial; en este sentido, el imperio portugués se parecía al modelo de imperio militar, muy parecido a los Estados Unidos actuales.

El dominio imperial no territorial de la modernidad temprana continuó a través del comercio, pero el imperialismo moderno tiene una agenda más ambiciosa para controlar las esferas de influencia y depende de un repertorio más diverso de medios. Estos incluyen campañas militares de corto plazo, intervenciones y operaciones especiales, apoyo militar, diplomático y económico a regímenes despóticos periféricos (como el apoyo de Estados Unidos a Nicaragua en la década de 1930), así como coerción económica a través del comercio desigual, la dependencia comercial o de la deuda, y sanciones económicas. El Imperio Británico y los Estados Unidos se consideran casos paradigmáticos del imperialismo moderno, pero sus historias incluyen formas de expansión tanto territoriales como no territoriales. Así, cuando alcanzó el apogeo de su poder, el Imperio Británico logró combinar el colonialismo (territorial) y el imperialismo librecambista (no territorial). La historia de Estados Unidos en el siglo XX está dominada por el imperialismo informal, pero fue precedida por la integración económica continental e incluso por la adquisición de colonias formales tras la Guerra Hispanoamericana de 1898.

Lenin no distinguió entre formas territoriales y no territoriales de gobierno imperial, colonialismo e imperialismo informal, sino que los agrupó bajo la rúbrica general de imperialismo. Desde la perspectiva de la sociología histórica contemporánea, su teoría puede verse como un intento de vincular dos formas modernas de dominación imperial, una territorial (colonialismo) y la otra no territorial (imperialismo), enfatizando su causa fundamental común: el capitalismo monopolista.

Como señaló Giovanni Arrighi, la formulación “imperialismo, fase superior del capitalismo” permite dos lecturas. Por un lado, el término “imperialismo” podría considerarse otro nombre para el capitalismo monopolista, ya que es este último al que Lenin llama la fase superior del capitalismo. Por otro lado, el imperialismo puede considerarse como una consecuencia del capitalismo monopolista y, por tanto, como un fenómeno empírico por derecho propio. En este caso, la tesis central de la teoría de Lenin sería que la transición del capitalismo de libre competencia al capitalismo monopolista excluye la posibilidad de competencia pacífica y conduce inevitablemente a un conflicto de Estados capitalistas:

“La época de la última etapa del capitalismo nos muestra que ciertas relaciones entre asociaciones capitalistas se desarrollan sobre la base de la división económica del mundo, mientras que paralelamente y en conexión con ella, se desarrollan ciertas relaciones entre alianzas políticas, entre Estados, sobre la base de la división territorial del mundo, de la lucha por las colonias y de la ‘lucha por las esferas de influencia’ ”.

En el ruso original, la última parte de la cita anterior se traduce literalmente como “la lucha por el territorio económico” (борьба за хозяйственную территорию). Desde una perspectiva histórica, Lenin tenía razón: la lucha por el territorio económico fue de hecho parte del repertorio de motivos para las políticas expansionistas entre 1870 y la Primera Guerra Mundial, cuando, al observar el desarrollo industrial de los Estados Unidos, las elites políticas y económicas de la Europa continental han comenzado a darse cuenta del colosal beneficio económico de la integración territorial. Sin embargo, los motivos de las políticas coloniales e imperialistas nunca se han agotado en consideraciones puramente económicas y, a la inversa, las justificaciones económicas para la lucha por el territorio económico no siempre han sido realistas. Según el historiador Jürgen Osterhammel, el concepto de imperialismo es más amplio que el de colonialismo, ya que el imperialismo implica la capacidad de la metrópoli de formular sus intereses nacionales como imperiales y perseguirlos más allá de sus fronteras. Esta actividad imperial puede incluir el acaparamiento de tierras coloniales, pero las colonias, o los territorios económicos, no son importantes en sí mismos, sino más bien como símbolos potenciales en las negociaciones imperialistas: pueden ser sacrificados para otros propósitos de la política imperial.

Este enfoque es consistente con la concepción de Lenin de la rivalidad imperialista, cuyos objetivos no se reducen a la apropiación de tierras y cuyos medios son más amplios que una “anexión económica” formalmente pacífica. El territorio económico, al igual que las esferas de influencia, es un caso específico de la lucha por dividir el mundo, que puede ser pacífica o no. Sin embargo, esta lucha no es externa al capitalismo, sino que se desarrolla en su suelo; cuando el capitalismo se vuelve monopolista, el conflicto imperialista –y en última instancia la guerra– se convierte en una característica estructural del sistema interestatal.

Imperialismo y democracia

La lectura actual de la teoría de Lenin ve a los monopolios como el motor de la expansión imperialista: después de apoderarse de los mercados nacionales, se esfuerzan por ir más allá de las fronteras políticas de sus países, lo que obliga a los Estados a apoyar esta expansión y proteger los intereses de los capitalistas en el extranjero. Pero la noción de monopolio tal como la concibió Lenin es diferente del estrecho sentido económico de ausencia de competencia; Más bien, lo que se entiende por monopolio es una situación en la que uno de los competidores, ya sean empresas o gobiernos, tiene una ventaja sustancial sobre todos los demás. Es precisamente ese desequilibrio el que encontramos en el fragmento citado anteriormente, donde Lenin afirma que la extensión territorial y el poder militar del Imperio ruso podrían compensar su relativo subdesarrollo en términos de capital financiero.

Dado que el capitalismo monopolista sigue siendo desigual e inegualitario, constantemente dará lugar a tales asimetrías, creando las condiciones estructurales para la expansión imperialista que puede convertirse en guerra. La concentración del poder económico, es decir la formación de monopolios en sentido estrictamente económico, va acompañada de la concentración del poder político. Así, un sujeto obtiene una ventaja aplastante sobre otros, ya sea una sociedad capitalista bien dotada de recursos de lobbyng o una dictadura periférica que capture grandes empresas nacionales.

A su vez, los beneficiarios de los monopolios políticos y económicos (las elites gobernantes de las “grandes” potencias o de potencias que sólo pretenden “grandeza”) se esforzarán por convertir esta ventaja relativa y a menudo temporal en una relación de dominación a largo plazo, asumiendo el papel de centro imperial que domina la periferia. Las formas específicas de dominación imperial, ya sean territoriales o informales (no territoriales), pueden combinarse o sustituirse entre sí dependiendo de las circunstancias, y la iniciativa de las políticas imperialistas puede provenir tanto de las empresas como del gobierno. En última instancia, una expansión imperialista exitosa requerirá alguna forma de cooperación entre el Estado y el capital. Immanuel Wallerstein comentó una vez que “el objetivo principal de todo ‘burgués’ es convertirse en un ‘aristócrata’ ”, buscando “acumular capital no a través de los beneficios sino de la renta”. Asimismo, el objetivo principal de cualquier monopolista es convertirse en un imperialista.

Es difícil explicar la invasión rusa de Ucrania como una simple extensión del imperialismo inversor (según Clarke y Annis, el capital ruso no era dominante en Ucrania). Sin embargo, Rusia tenía una ventaja abrumadora en potencial económico y militar, haciendo posible el imperialismo informal mediante la coerción económica (especialmente durante las “guerras del gas” de la década de 2000) y, desde 2014, mediante intervenciones militares.

Se suponía que la llamada operación militar especial era una intervención imperialista en sentido estricto, un intento de cambio de régimen forzado sin la ambición de capturar y controlar directamente un territorio. En abril de 2022, después de que fracasara el plan inicial para capturar Kiev y derrotar al ejército ucraniano, el objetivo de la “operación militar especial” se ha redefinido como la toma de control de la región de Donbass. La lógica territorial cobra todo su sentido en septiembre de 2022, tras el éxito de la contraofensiva ucraniana en la región de Járkov, cuando el Kremlin declaró la anexión de las provincias de Luhansk, Donetsk, Zaporizhzhia y Kherson. Al mismo tiempo, durante todo el período de la “operación militar especial”, los dirigentes político-militares rusos nunca han dejado de intentar utilizar su control sobre partes del territorio ucraniano en el proceso de negociaciones con Ucrania y sus aliados occidentales: desde la retirada del ejército ruso de los oblast de Kiev, Chernihiv y Sumy, el abandono de Kherson, hasta el esfuerzo explícito de lobbyng en interés del Banco Agrícola Ruso (Rosselkhozbank) en el marco del “acuerdo de cereales”. En este sentido, las adquisiciones territoriales de Rusia, sean consideradas colonias o no, son y seguirán siendo poco más que elementos de negociación imperialista, a pesar de las fantasías de los irredentistas rusos.

Una de las principales contradicciones del régimen político ruso es su dependencia de una combinación de desmovilización de las masas y de legitimación democrática, lo que hace que la acción colectiva sea peligrosa, incluso por parte de sus propios aliados ideológicos. Lo atestiguan las recientes oleadas de represión contra ciertas voces favorables a la guerra y que expresan la decepción de la opinión pública ante la evolución de la situación en el frente. Desde el punto de vista de la teoría de Lenin, el carácter antidemocrático del poder político ruso es la continuación del imperialismo en la política interna: la transición al capitalismo monopolista en la economía va de la mano de la reacción política. En artículos escritos durante la Primera Guerra Mundial, Lenin caracterizó al imperialismo como la negación de la democracia, invocando el significado original del concepto de imperialismo, que se remonta a las guerras napoleónicas y se refiere al despotismo militar. La guerra imperialista, según Lenin, es una triple negación de la democracia: “a) toda guerra reemplaza los ‘derechos’ por la violencia; b) el imperialismo como tal es la negación de la democracia; c) la guerra imperialista asimila totalmente la república a la monarquía”.

La visión del régimen de Putin presentada por ciertas fuerzas de izquierda, como un régimen de resistencia al imperialismo occidental, pasa por alto por completo la dimensión interna del imperialismo ruso. Los defensores de este punto de vista a menudo contrastan las consideraciones de seguridad (en la interpretación de Putin) con la agenda pacifista de la oposición democrática rusa, representando a esta última como una clase media urbana políticamente ingenua. Al poner entre paréntesis el carácter despótico del poder de Putin, sus simpatizantes de izquierda reproducen el paradigma de la Guerra Fría, de modo que la crítica al campo imperialista sólo es posible desde el punto de vista del otro campo, que es más y no menos reaccionario que sus adversarios geopolíticos. En su análisis del imperialismo, Lenin advierte contra tal error:

“Es fundamentalmente incorrecto, antimarxista y anticientífico distinguir la ‘política exterior’ de la política en general, y mucho menos oponer la política exterior a la política interior. Tanto en política exterior como en política interior, el imperialismo se esfuerza por violar la democracia, por orientarse hacia la reacción. En este sentido, el imperialismo es sin duda la ‘negación’ de la democracia en general, de toda la democracia, y no sólo de una de sus demandas, la autodeterminación nacional”.

Esta redacción contiene una advertencia contra el apoyo ciego al nacionalismo ucraniano. El imperialismo niega la democracia en general, no sólo la autodeterminación nacional, y el objetivo final de la guerra de Putin no es la destrucción de la identidad ucraniana, sino de la democracia ucraniana. La segunda línea del frente de esta guerra está en Rusia.

Anatoly Kropivnitskyi

Europe Solidaire Sans Frontières

Traducción: viento sur

Artículo original: https://posle.media/language/en/putins-russia-and-peripheral-imperialism/ )

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