Evitar la Tercera Guerra Mundial: el desafío humano del siglo XXI

Por Carlos Munevar

“Luchamos contra animales humanos y actuamos en consecuencia”, dice Netanyahu sin ruborizarse, como si fuera un emperador romano aplastando el levantamiento de Espartaco.

Inmediatamente, las redes sociales en todo el mundo, cual coliseo romano lleno de plebeyos, explotan. En Colombia, todo un ejército de sicarios virtuales, adictos a la violencia, algunos tal vez sociópatas, sedientos de sangre y llenos de odio, reaccionan con likes al pronunciamiento del primer ministro israelí, piden venganza, bombas, muerte, invocan la Biblia, se creen sionistas judíos sin haber leído un ápice de la historia de Palestina.

Unas horas después, Petro trina: “La única manera para que los niños palestinos duerman en paz es que los niños israelíes duerman en paz. La única manera para que los niños israelíes duerman en paz es que duerman en paz los niños palestinos“. Condena la guerra y hace un llamado al respeto por la legalidad internacional y el derecho de ambos pueblos a existir libres.

Otra vez estallan las redes sociales, ahora incluso los periodistas enemigos del gobierno colombiano se alinean para el linchamiento mediático que ya se volvió habitual contra el presidente. “Petro siempre apoya a los terroristas y a los bandidos“. El motivo: piden a gritos que Petro aplauda el genocidio de los israelitas contra los palestinos, que tome partido.

Porque cualquiera que hubiera sido su respuesta, necesitan la situación puntual para destrozarlo en redes sociales, en los noticieros, en sus emisoras. Si no hubiera dicho nada, también lo lincharían; buscarían el motivo para afirmar que Petro no tiene un talante internacional y que por eso no opina. Si Petro habla es malo; si Petro no habla, también es malo. Si habla de paz, está mintiendo porque es un guerrillero o terrorista. Si habla de condenar la violencia sin importar de dónde venga, tampoco les sirve. Todo lo que él haga es malo.

Esa es la lógica que aplica la extrema derecha en todo el mundo contra todo lo diferente; en Colombia es la estrategia del uribismo y sus vertientes, de grandes sectores del partido verde y del desteñido MOIR del exsenador Jorge Robledo; así hacen oposición.

Pero aparte de todo este entretejido, uno no puede dejar de preguntarse: ¿cómo es posible que en un país donde se encuentran hornos crematorios construidos por paramilitares para borrar la evidencia de la barbarie, existan sectores políticos y sociales que piden a gritos litros de sangre palestina, disfrazando esa sed de venganza y odio con la solidaridad hacia “Israel”, el “pueblo de Dios”? En verdad, están enfermos, pero son de la misma calaña de aquellos que por todo el mundo llaman con una ligereza, aparentemente inocua, “terrorista” a cualquiera que no esté del lado de su espectro político. Si hablas de derechos humanos, justicia social, paz, reconciliación, superación de la pobreza, libertades, o cualquier cosa que atente contra su statu quo, eres un terrorista en potencia.

Y es que es un problema de hegemonía cultural, para utilizar los términos de Gramsci. Occidente, liderado por Estados Unidos y sus aliados, desarrolló durante toda la Guerra Fría y luego de ella toda una estrategia de colonización cultural. Utilizando su arsenal “mediático”, impuso en las poblaciones y gobiernos sometidos a su influencia prejuicios y mitos que con el tiempo tomaron fuerza, y hoy son paradigmas, verdades reveladas: la gran mayoría de los musulmanes son terroristas, machistas, peligrosos; los rusos son comunistas totalitarios y sanguinarios; los chinos son atrasados, inocentes, torpes; los africanos no existen; los latinos son ciudadanos de segunda clase, hampones, mano de obra y carne de cañón; y ellos, los “americanos”, “europeos” y sus aliados “israelíes”, son la vanguardia de la civilización, una especie de “prohombres” que cuidan de la democracia liberal burguesa en todo el mundo. Sancionan económicamente a quien ose retarlos, invaden y arman guerras según convenga a sus intereses. Se ven a sí mismos como “héroes” que cabalgan el mundo en sus portaaviones con una mano en el botón nuclear, mientras que con la otra llevan la Biblia capitalista, llena del evangelio del libre mercado y la promesa de un nuevo paraíso neoliberal.

Sin embargo, existe una diferencia fundamental. La pandemia del Covid-19 sacudió a la humanidad y agravó los problemas sociales, poniendo de manifiesto las contradicciones inherentes al sistema capitalista de explotación. La expansión imperialista y la emergencia de movimientos de extrema derecha ya no se ocultan; los políticos “outsiders” aparecen en escena aparentemente en oposición al “establishment”: Trump, Bolsonaro, Macron, Milei y quien sabe qué otros debemos esperar… pero en realidad son solo una extensión del mismo sistema alimentada por el odio de clase. Junto con los oligarcas tradicionales, estos políticos culpan a la izquierda, al progresismo, al Papa e incluso a la humanidad misma por la precaria situación de postpandemia, presentándose como la solución.

Es preocupante cómo, de manera descarada, desde sus plataformas de campaña o desde sus escritorios en el gobierno, trivializan las consecuencias humanas de sus acciones: las víctimas de limpiezas étnicas en lugares como Palestina, los líderes sociales, campesinos y jóvenes asesinados en Colombia, los inmigrantes que mueren ahogados en el mar Mediterráneo o son asesinados en la frontera entre México y Estados Unidos. Los reducen a simples cifras, estadísticas y números, ignorando las millones de historias, sueños, vidas, familias y posibilidades que se han perdido irremediablemente; construyen y avalan muros entre países, algunos construidos con concreto, otros con leyes migratorias o xenofobia.

Después, estos líderes políticos exhiben sus logros en nombre de la falsa democracia, mientras una masa alienada, ignorante y atrapada en el consumismo y la manipulación mediática, continúa alimentando el sistema y justificando la barbarie. Así la batalla cultural está al orden del día, los derechos humanos, el derecho internacional humanitario y las bases mismas de la modernidad establecidas en las revoluciones burguesas del siglo XVIII y XIX y en las luchas obreras de millones de hombres y mujeres están siendo puestas en entredicho, el necrocapitalismo expresado en la muerte como negocio y la necropolítica expresada en una política de la administración de la muerte como dispositivo de moldeamiento social se están imponiendo.

Parece que, en este momento de crisis climática, económica, cultural, educativa, social, todos los caminos nos conducen a la guerra; los tratados internacionales son apenas un espejismo. Palestina, Ucrania, Medio Oriente, Corea del Norte, África, Latinoamérica son un hervidero de conflictos y situaciones sin resolver desde hace décadas. En el fondo está la política imperialista de los Estados Unidos y los europeos, pero ahora existe un nuevo actor fortalecido, la BRICS, lo que augura un escalamiento de la lucha económica y geopolítica. Así, en ese escenario tan complicado es deber de los movimientos de izquierda, democráticos y progresistas equilibrar la balanza. La lucha por la educación pública científica, laica, gratuita y con dignidad, la autodeterminación de los pueblos, las reivindicaciones sociales, políticas y económicas, el rechazo a la dependencia económica, al neoliberalismo en todas sus facetas y a la carrera armamentista que pueda desencadenar una tercera guerra mundial debe darse en todos los espacios. La supervivencia de la especie humana como la conocemos no puede seguir en manos de unos cuantos sociópatas millonarios y sus sucursales en los gobiernos.

Carlos Munévar, especial para tramas-periodismo en movimiento, desde Bogotá, Colombia.

Tomado de tramas.ar

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