De la bicicleta a la revolución

Por Daniel Campione

Este libro está construido a propósito de momentos decisivos de la historia del Paraguay.

Las argentinas y argentinos no obnubilados por ridículos prejuicios chauvinistas solemos tener una mirada afectuosa hacia el país guaraní.

La magnitud de la alevosa masacre consumada por sus dos grandes vecinos, Argentina y Brasil, es motivo suficiente para el acercamiento hacia una sociedad que intentó un camino distinto en el contexto sudamericano de la época. Y lo pagó con la vida del grueso de su población masculina y la devastación de su territorio.

En algún pasaje se hace referencia al genocidio cometido contra el pueblo paraguayo y a los intentos de revertir esa carga histórica y convertirla en un renovado impulso emancipador.

Un oficial de carne y hueso con pasta de leyenda.

El protagonista, Bartolo, es un capitán y luego mayor del ejército paraguayo que estuvo entre los jefes de la insurrección cívico militar de 1947, orientada no sólo a derrocar al dictador de entonces, Higinio Morínigo, sino a construir un camino de liberación para el país, alejado de la asfixiante influencia de sus vecinos y de EE.UU.

Por supuesto, el movimiento fue tachado de “comunista” y se atrajo las iras de los reaccionarios y anticomunistas de dentro y de fuera del país.

Su existencia fue real. Y el autor aclara en un párrafo de presentación del libro que Bartolo mantuvo largas horas de diálogo con él en su exilio chaqueño. Esas entrevistas constituyeron la materia prima principal de la novela. No figura con su nombre completo, vivía aún y exigencias de seguridad imponían silenciarlo. Hoy sabemos que se llamó Juan Bartolomé Araujo.

Y que dejó escrita su propia mirada sobre el conflicto en Guerra civil del Paraguay, 1947: Mis recuerdos, publicado en su momento en nuestro país.

Giardinelli proporciona una mirada comprensiva y con toques de humor. Y las sufridas geografías del nordeste argentino y del país vecino quedan integradas al transcurrir novelístico. La narración se desenvuelve en dos tiempos distintos:

Uno arranca en febrero de 1976, es el del paraguayo ya viejo y exiliado en Argentina, siempre a la espera de una oportunidad para alzarse en armas, pese a su edad y al desgaste de tentativas fallidas.

Cargado de hijos, muy pobre y con el sustento de una precaria fabricación de ladrillos y una huerta, el hombre no se da por vencido. La revolución es su vocación y su aliento vital, por encima de la familia, el dinero y cualquier otra consideración.

Élida, su esposa, otro personaje entrañable, lo acompaña entre justificados rezongos, sin dejar de secundarlo en sus empeños.

El otro plano temporal es el del pasado del oficial, desde su infancia hasta las últimas tentativas de rebelión. El nudo del relato está constituido por “la revolución en bicicleta” del título, alusión a la modestia de recursos de quienes protagonizaron un levantamiento armado que estuvo cerca del éxito.

Juan Bartolomé Araujo.

Pobres y soldados contra la dictadura.

Fueron los episodios de 1947, iniciados con unos pocos centenares de soldados, hasta que tomaron envergadura suficiente para ocupar una parte del territorio paraguayo y avanzar sobre Asunción.  El alzamiento cívico militar se inició con la toma de la ciudad de Concepción por una división de infantería de la que el entonces capitán Araujo se puso al mando.

El grueso de sus habitantes se sumó con entusiasmo al propósito de derribar a la tiranía. Y se brindaron generosos sin reparar en sufrimientos. La ciudad es bombardeada en múltiples ocasiones por la aviación del gobierno y la resistencia no sólo no cesa sino que se fortalece. El heroísmo popular guaraní tuvo allí otra manifestación, de cara a los aciagos días transcurridos entre 1965 y 1970.

Las fuerzas gubernamentales finalmente contuvieron el ataque, contraatacaron y apresaron o forzaron a exiliarse a los rebeldes. Una ayuda importante para esa represión fue la de las armas numerosas y modernas que les suministró cierto general argentino, por entonces presidente de la nación.

Los insurrectos se mantuvieron en pie de guerra desde marzo hasta agosto del año del levantamiento. En la memoria paraguaya se denomina al movimiento “Guerra civil paraguaya” y también “revolución de los pynandí” (en guaraní “pies descalzos”), en alusión a la fuerte presencia de trabajadores y pobrerío en todo el decurso de la rebelión cívico militar.

El personaje del revolucionario es impagable El autor nos lleva a identificarnos con ese hombre tenaz e indomable, que jamás capituló amparándose en conveniencias tácticas o resignándose ante “correlaciones de fuerzas” presumidas como desfavorables. Que fue encarcelado repetidas veces y salió moralmente entero de los sufrimientos infligidos por policías y carceleros. Y por las sórdidas condiciones de las prisiones a las que fue conducido.

En algunos tramos de la narración aparece junto a él Gelasio, una mezcla de bandido y militante que hace recordar a algunos personajes de nuestro país. Alguien también dispuesto a morir y matar por lo que considera justo, a despecho, o quizás por eso mismo, de sus cuentas pendientes  con la policía y el poder judicial.

Giardinelli logra trasmitir la idea de que Araujo, ese oficial de origen campesino y baja graduación, hijo de un maestro de escuela y que se desplazaba en bicicleta, tiene un lugar entre los héroes latinoamericanos.

Pasado y presente de una novela.

Sea o no así, creo que Bartolo, como personaje literario, merece un sitial cercano a “Garabombo el invisible” y otras figuras extraídas, entre realidad y ficción, de la rebeldía rural latinoamericana.

El libro se publicó en 1980, con el propio escritor expatriado. La sombra de las dictaduras sanguinarias se abatía entonces como nunca sobre nuestro subcontinente. La por lejos más antigua de ellas era la de Alfredo Stroessner, a la que Bartolo llegó a enfrentar armas en mano, desde su establecimiento en 1954 en adelante.

El tirano paraguayo, con su anticomunismo extremo y su alineamiento inalterable con EE.UU, estaría en el gobierno hasta 1989. Como hoy sabemos, las tierras paraguayas constituyen un ejemplo cabal de que las “transiciones a la democracia” no trajeron consigo un destino distinto y mejor para la mayoría de nuestros pueblos.

A décadas de su publicación esta novela sigue interpelándonos, invocando la memoria de quienes lo dejaron todo para enfrentarse a las dictaduras sudamericanas. Señala además las tareas incumplidas de la emancipación respecto de los poderes locales y extranjeros que someten a nuestras naciones.

Tomado de tramas.ar

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