Colombia: Cultiva vientos y cosecharás tempestades

 

Cultiva vientos y cosecharás tempestades

2JUL23 

Por ÓSCAR WILLIAM MIRANDA FORERO*

Para la estructura de la impotencia, cualquier democracia dinámica, transformadora de la realidad, resulta peligrosa.

Eduardo Galeano.

Ningún refrán más apropiado como el que reza el título de esta reflexión para ejemplificar la tosca y anti moral actitud de los sectores más reaccionarios de Colombia. En toda nuestra historia y tendenciosamente durante el último año, se han evidenciado acérrimas reacciones que se ensañan contra las propuestas sociales del actual gobierno y automáticamente contra las grandes mayorías. Contradicciones y cizañas construidas históricamente en los procesos de explotación, despojo, desarraigo, desplazamiento y empobrecimiento que la población colombiana ha vivido y sufrido desde épocas remotas.

El ascenso al poder de una propuesta diferente, fresca, reformista, nacida de las necesidades de cambio implorada durante siglos por las masas populares y la puesta en marcha de un gobierno que le apuesta a la transformación estructural de la sociedad colombiana, de sus condiciones sociales, económicas, políticas, culturales, laborales,  y ambientales  como políticas de Estado, que favorezca a millones, ha generado la más férrea reacción de las huestes arcaicas y autocráticas que defienden a ultranza  los intereses mezquinos de quienes se han apropiado a sangre, fuego y engaños de las riquezas de este país.

Los señores de la guerra, de la ignominia, los que han usado la muerte y el hambre para ensanchar sus pecunias, hoy se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de construir otra paz, una paz diferente a la que sembraron sus fusiles y motosierras.

El uribismo, como la expresión más rancia y regresiva de la derecha se ha encarnizado contra todos aquellos sectores distantes de su ideario o que no defienden sus propósitos y los de sus aliados hacendados, ganaderos, banqueros, empresas de extracción minera internacionales. Se precipitan – como siempre lo han hecho – lanza en ristre contra el pueblo y su clamor depositado en las urnas en junio de 2022. Como ha sucedido por más de un siglo, los sectores dominantes, usurpadores a rapiña y hoy propietarios de influyentes medios de comunicación y de las empresas que concentran la mayoría del capital en el país, ponen a los colombianos a enfrentarse entre sí, polarizando la opinión política, reproduciendo los viejos odios entre conservadores y liberales. Hoy recrean la saña contra estudiantes, líderes sindicales, activistas de género, líderes y lideresas sociales, campesinos reclamantes de tierras, docentes, trabajadores y defensores de derechos humanos a quienes se les atribuyen apelativos de ser “destructores de la familia y las buenas costumbres”, “guerrillos” y “auxiliantes de terroristas”

Esa inquina ha llegado a tocar las fosas más profundas de la osadía y el descaro a tal punto, que, con insultos, amenazas, vicios mediáticos y tergiversaciones llevaron a este país a creer que la guerra era la única y mejor salida para acabar con los problemas del país y sus responsables. La nuestra ha sido la historia de la aversión sembrada en el pueblo contra el pueblo. Las élites oligárquicas de las que se quejaba dolorosamente Jorge Eliécer Gaitán, le enseñaron al pueblo que el “otro” – que es igualmente desposeído y excluido – era y es el enemigo al que había que aborrecer, desconfiar y eliminar. Todo aquel que pensara distinto, que planteara otros caminos, que hablara de la necesidad de construir desde y en comunidad, que se refiriera a la autonomía comunitaria, de los derechos humanos, era digno de encono e incluso de ser tratado como objetivo militar.

Fue fácil entonces, conducir a varios millones el pasado octubre de 2016 a votar contra el proceso de paz (la expresión más aberrante, en la historia de la humanidad y de la democracia occidental y de la cual sentiremos eterna vergüenza). Fue también fácil para ellos construir las iconografías – mitad caricaturescas, mitad tétricas – de un Andrés Escobar disparando contra los manifestantes, o la monja lanzando arengas políticas y retadoras o la del manifestante que grita “plomo es lo que hay”, “te quitas esa camiseta o te pelamos” o la fatídica perorata de la congresista que confunde a Rusia con la URSS y exclama a los cuatro vientos “estudien vagos”.

Estas escenas son comprensibles  si recordamos que desde antaño conservadores y liberales (quienes tuvieron unos programas políticos definidos hasta las primeras décadas del siglo XX  y cuyos lineamientos fueron desapareciendo a medida que unos y otros se mezclaban buscando favores electorales o cuando el narcotráfico empezó a permear todos los linderos de la vida social, económica y política del país) y más recientemente el uribismo que los acogió en mortal abrazo,  crearon al unísono un discurso guerrerista y ultranacionalista al mejor estilo de las dictaduras militares del pasado triste y oscuro en Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, República Dominicana o Haití.  Discursiva alimentada por la cultura narco paramilitar que afirmaba que el “fin justifica los medios”, mostrando ante un pueblo idiotizado y apabullado la imagen de una “élite berraca, echada pa’ delante”

Esta doctrina sirvió como caldo de cultivo para que muchos aplaudieran la llegada de un Jair Klein que pisó nuestra tierra para enseñar a matar, descuartizar, sembrar miedo y terror. Otros ovacionaron la conformación de las Convivir, las autodefensas campesinas y otros grupos de extrema derecha que iban de pueblo en pueblo dejando veredas, importantes zonas de cultivo y cascos urbanos totalmente abandonados a expensas de latifundistas, ganaderos, empresarios agroindustriales dedicados a las plantaciones de palma africana o de las multinacionales que venían buscando oro, coltán y petróleo. También vitorearon los discursos de Carlos Castaño y Mancuso, mientras otros justificaban la necesidad de pacificar el país o la mirada tuerta y miope de los mandos militares, en un silencio servicial hacia aquellos.

Ahora, cuando se encuentran en el gobierno de Gustavo Petro y Francia Márquez quienes han recogido las inquietudes y necesidades de todos los rincones abandonados y olvidados del país y enarbolan una nueva propuesta y un método distinto para reivindicar el pedir del movimiento social en crecimiento desde la década de los 70’ pero acallado en varias etapas por las balas del narco paramilitarismo y la represión oficial y que llegó a su punto más álgido en el paro social nacional  de 2019 – 2021; el coletazo del uribismo y sus correligionarios buscan por todos los medios sabotear y tumbar los proyectos de ley. Sus súbditos y admiradores en diferentes espacios de la vida pública y privada usan artimañas y “jugaditas” para frenar el debate y la aprobación de varios proyectos sociales como la reforma a la salud, la reforma laboral, pensional, los derechos de género, la educación superior, el uso de cannabis para adultos, entre un paquete mayor.

Obedeciendo a su principio de cambio, el Pacto Histórico propone como proyecto de Estado para millones de colombianos una reestructuración en el panorama laboral, prioriza un sistema de contratación que elimina la tercerización y garantiza contratos laborales indefinidos o a término fijo y con ello una estabilidad para el trabajador. No es como lo afirma la oposición un proyecto que acabará con 400 mil empleos. La intención es que 400 mil personas que no tienen empleo o que viven bajo contratos temporales en los que ellos mismos deben costear la afiliación a salud y pensión, adquieran mejores condiciones contractuales.  Es igualmente un proyecto que revive el pago de recargos por horas extras y dominicales el restablecimiento del preaviso, la protección de trabajadores de plataformas digitales y el reconocimiento y dignificación del trabajo agropecuario, derechos abolidos a los trabajadores desde el gobierno de Uribe. Junta a este proyecto se propone una transformación del régimen pensional que garantice este derecho tanto para quienes aún están adscritos a algún modelo, como para quienes están excluidos.

Adjunto a estas pretensiones, pero con una coalición  cada día más reducida porque los partidos y sectores coaligados han mostrado sus verdaderas y nefastas intenciones, el gobierno de Petro que ha sido calificado como de izquierda, presenta ante el congreso de la república (acostumbrado a la “mermelada” y a las coimas) el propósito de reformar el sistema de salud en el que el Estado colombiano sea quien administre los recursos de la salud de los colombianos y desligar a las EPS de esta responsabilidad, asumida desde el gobierno de Gaviria como un tenebroso y mortal negocio.

La idea es que con los recursos que se obtienen por las afiliaciones y las adiciones presupuestales que adjunta el gobierno, se puedan construir más y mejores hospitales y centros de salud, especialmente en aquellas regiones olvidadas y abandonadas por centurias a su suerte. Es indudable que la reacción de las EPS y algunos de sus protectores muestra que no desean perder semejante negocio tan lucrativo en el que algunos dueños de esas entidades colocaban valiosos recursos obtenidos en sus negocios personales, entre ellos los tristemente famosos Panamá Papers, mientras miles de personas imploraban atención médica y de urgencia y morían en el paseo de la muerte creado por los privados.

La embestida de la ortodoxia ultraconservadora, al unísono y sin la más mínima vergüenza ni argumentación, busca desdibujar, desviar y aniquilar los procesos que cursan trámites ante el Congreso de la República. El mismo Uribe Vélez, en frenético desvarío, lanza contrapropuestas intentando llamar a esos incautos, desmemoriados y dogmáticos seguidores a formatear una propuesta que insiste en la institucionalización de un sistema de contrato sindicales consistente en que las organizaciones sindicales lideren contratos por prestación de servicios o ejecución de obra.

Pretende el señor Uribe eternizar y acrecentar la tercerización y seguir negando el derecho al trabajo digno. También tiene la osadía de proponer un plan quinquenal entablillado por los grandes empresarios para limitar a las centrales obreras, y sus filiales el derecho a la huelga y a la protesta y a negociar con empresarios y gobierno sus derechos salariales, políticos y económicos. En un gesto de “generosidad y solidaridad con los trabajadores”, Uribe ofrece la figura de una prima adicional que dependerá de alcanzar una tasa de crecimiento anual; propuesta siniestra y timadora, pues ya las grandes economías mundiales, el gobierno y el Banco de la República han  alertado sobre las inminente desaceleración y la inestabilidad en las tasas de inflación  para los próximos años.

Como siempre lo ha hecho, con esa dulce imagen de viejito bonachón, de Caperucita, Uribe y su cenáculo, siguen mostrando las fauces de lobos depredadores. Esa imagen de sufrido hombre es en realidad la de un taimado que orquesta toda clase de complots, no solamente contra el gobierno, sino contra todo aquello que ambicione dignificar la vida en este país. Uribe, Vargas Lleras, Gaviria, Pastrana y una selecta horda encarnan lo antiético, la antítesis de lo político, propio de una clase pretérita, premoderna que quieren seguir repartiendo nuestro país a dentelladas. Cada uno en su momento ha presentado propuestas que solo benefician a los sectores más pudientes y en contra de los menos favorecidos.  Todos, resumen en su imagen a los partidarios del totalitarismo y de la antidemocracia.

Las recientes marchas convocadas por el uribismo y encumbradas por los medios de comunicación que les son serviles y leales, muestran a gentes humildes, protestando contra las reformas: imágenes que enseñan un país deformado, parodia de una realidad que hace reír, pero que lastima. La algazara de los noticieros es la dantesca radiografía de un país que se levanta contra sí. Quienes salieron a protestar contra las reformas en la más clara muestra de alienación religiosa argüían que tener unas mejores condiciones de vida no era posible, no era lo deseable, no era lo mejor para el país, porque eso afectaría el bolsillo de los patrones. “Vivir sabroso” era deseable solamente para quienes danzan en millones.

Los sectores dominantes saben de sobra de la aletargada memoria del pueblo colombiano, de su patética incapacidad de recordar, de su incapacidad para leer y enlazar procesos históricos, políticos, sociales, económicos, internacionales; de ignorancia histórica prevaleciente y de tal apatía por una formación política y crítica, que se traducen – como es de esperarse – en una indolencia por la transformación que necesita el país. En otras palabras, de la inercia e indiferencia que nos atormenta y nos niega la oportunidad histórica de vivir mejor, de instaurar un Ubuntu, un Sumak Kawsay que nos aleje de todas esas pobrezas que nos torturan. La escasez de una educación de alta calidad, con bajos índices de comprensión lectora, de lógica, del pobre desarrollo del pensamiento convergente y divergente, que no permiten construir ni tomar decisiones ni individuales ni colectivas. La educación que esas clases dominantes nos han diseñado sirve para obedecer y repetir y esa educación da cuenta de nuestra actitud frente al presente y al futuro.

Recordemos que hace un poco más de 2400 años, Platón y Aristóteles alertaban sobre los peligros de la democracia de sufrir una metamorfosis hacia la demagogia, hacia una tiranía aplaudida por las masas. Esa Colombia masificada, cosificada, abordada y enajenada se convierte en el país “más feliz” al ser espectador de su propia desgracia. La clase política y la clase capitalista protoburguesa usan a su antojo a la prensa servil y acrítica para llevar a los más inútiles y vulnerables a la demencia, a aceptar callada y sumisamente los crímenes de Estado, las ejecuciones extrajudiciales, los saqueos al erario, la corrupción multimodal, la exclusión, mientras aplaude frenéticamente los realities, concursos y trivialidades del día a día.

Somos trágicamente un pueblo sin memoria, como lo auguró Gabriel García Márquez en Cien años de soledad. Una masa que idolatra y apoya a sus verdugos, danzantes apocalípticos, víctimas de una orfandad crítica, de un sesgo incubado en las pantallas de televisión. Este caldo de cultivo es propicio para que el uribismo siga haciendo metástasis en una democracia a la que detesta y que desea convertir en una “horrible noche”. Las últimas tres décadas de nuestra historia, las declaraciones de víctimas y victimarios ante la JEP, los procesos judiciales contra muchos de los “buenos muchachos” que lo rodeaban lo demuestran.

 

 

  *Óscar William Miranda Forero Bogotá DC. Colombia: Licenciado en ciencias sociales de la Universidad Distrital. Docente en la Secretaría de educación del Distrito. Autor del libro “Aleteos y Asombroso” …

Tomado de Tramas- PERIODISMO EN MOVIMIENTO

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