Nicaragua- HERMANN BELLINGHAUSEN*: Los empobrecimientos profundos de Nicaragua/ Ver- Claudia Korol: “Duele, pero entiendo que para los más jóvenes la bandera sandinista es un símbolo de opresión”

Para el periodista y poeta mexicano Hermann Bellinghausen, no debemos comparar la dictadura Ortega-Murillo con “regímenes revolucionarios desgastados pero auténticos, como Cuba o Venezuela”, y tampoco con la “ola progresista” latinoamericana. Considera que Nicaragua degeneró en un “populismo clientelar” y corrupto.

 

Ningún país debería expulsar y quitar la nacionalidad a su gente. Ni siquiera a los criminales. A veces los expulsados son algunos de sus mejores hijos, como sucedió con la Alemania nazi y la España franquista. Denota mezquindad, abuso, extravío de la razón de Estado. Ahora lo vemos en Nicaragua. Si no fuera tan terrible y aberrante el régimen retro-sandinista, movería a risa la dupla Daniel Ortega-Rosario Murillo con su obsesión bananera por el poder, vagamente pintada de izquierda, merced a la historia heroica y digna de la revolución liberadora que el comandante y su círculo usurparon hace muchos años.

 

El presunto antiimperialismo del Gobierno nicaragüense actual permite que todavía se lo traguen observadores de izquierda en Latinoamérica y Europa, y volteen al otro lado mientras continúa empobreciéndose la libertad, la vida cultural, política y material del país.

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Resulta ocioso comparar el orteguismo con regímenes revolucionarios desgastados pero auténticos como Cuba o Venezuela, también es inútil equipararlo con la ola progresista y democrática que, con sus vaivenes, caracteriza hoy a la región. Lo de Nicaragua hace mucho que dejó de tener vestigios de revolución popular, mal disfrazada bajo un populismo clientelar que, desde sus buenos y ochenteros tiempos, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) tuvo a mal imitar al priísmo mexicano y naufragó en la bochornosa piñata de la corrupción. Con el paso del tiempo, el Gobierno secuestrado por Ortega degeneró en una red de privilegios corruptos, que acentúa esa desigualdad que la revolución sandinista prometía eliminar.

Hermann Bellinghausen: “Los nexos del ‘orteguismo’ con el narcotráfico hacen de Nicaragua un santuario y trampolín para el trasiego de drogas”

Atrapada en la dictadura familiar orteguista, la nación centroamericana padece una penosa comedia dictatorial; ni El Salvador de Bukele, ni la Guatemala de Giammattei lucen tan desoladores, mientras las poco exploradas ligas del orteguismo con el narcotráfico internacional hacen de Nicaragua santuario y trampolín para el trasiego de drogas hacia el norte.

Las últimas andadas de Ortega (y miren que lleva tantas, de violador serial a ladrón de elecciones, traidor a sus ideales, perseguidor de estudiantes y etnocida de los pueblos originarios) confirman el desastre. Mediante el encarcelamiento arbitrario e ilegal de sus oponentes políticos (incluyendo en el colmo del descaro ¡a los otros contendientes para su cargo!) borró los últimos vestigios de democracia y elecciones libres que pudieran quedar. Destruyó periódicos, apagó radiodifusoras, prohibió partidos políticos, desmanteló organismos civiles, montó linchamientos mediáticos y políticos a quienes cuestionan su régimen.

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Ahora ha designado copresidenta a su consorte y cómplice, Rosario Murillo, paródica Lady Macbeth de un Estado convertido en negocio personal. Esa autocracia pareciera la maldición histórica de Nicaragua, y no sólo por la dinastía Somoza; la tradición se remonta al siglo XIX. Hasta un filibustero gringo -antepasado de los Bush- fue presidente, lo cual convierte a Nicaragua en el único país, aparte de Estados Unidos, que ha sido gobernado por un estadounidense.

La antítesis de los derechos humanos

Finalmente, el pasado 9 de febrero excarceló a 222 presos políticos, les retiró la nacionalidad con el aval palero de su Congreso y luego amplió con 94 más la lista de desnacionalizados. La decisión de Ortega no tiene precedente en el hemisferio occidental por su volumen y su alcance, según analistas y expertos legales.

Peter J. Spiro, profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Temple, señaló que quitar la ciudadanía en este contexto incumple un tratado adoptado en 1961 en la Organización de las Naciones Unidas por varios países, incluida Nicaragua, y que fijaba normas claras para evitar apátridas (Los Angeles Times 13/2/23). Dicho tratado establece que los gobiernos no pueden “privar a ninguna persona o grupo de personas de su nacionalidad por motivos raciales, étnicos, religiosos o políticos”. Para Spiro, “esto es un destierro, y el destierro es la antítesis del concepto moderno de derechos humanos”.

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Algo que no pretendieron los revolucionarios en Cuba, Venezuela, ni la misma Nicaragua, ante el éxodo de las burguesías (los gusanos) y los enemigos de sus revoluciones. Dictadores como Franco, Pinochet o Videla no pudieron quitar a sus exilados lo español, lo chileno, lo argentino. A la larga, tampoco los Ortega-Murillo podrán sostenerlo. ¿Cómo arrebatarle a Nicaragua a Sergio Ramírez y Gioconda Belli, escritores muy queridos y admirados en el ámbito hispánico, inseparables de su tierra en vida y obra? Viven y vivirán cuando los Ortega sean detritos de la historia.

El periodista y poeta mexicano Hermann Bellinghausen.
El periodista y poeta mexicano Hermann Bellinghausen.  Otras Miradas

Tan pobres son moralmente los dos dictadores de Nicaragua que se atreven a empobrecer más la cultura y la historia de un país de suyo desigual y sufriente. Tierra de poetas espléndidos, para envidia de la muy limitada poeta que alguna vez fue Rosario Murillo, seguirá siendo cantada y rescatada por la palabra de sus hijos verdaderos.

En los análisis recientes se considera que estas expulsiones (y la atrocidad política de encarcelar y desnicaragüizar al obispo Rolando Álvarez, el apátrida más connotado del mundo actual, a quien ni el Vaticano ha podido rescatar) muestran síntomas de debilidad internacional e interna del orteguismo. No necesariamente es así. La tibieza de los gobiernos latinoamericanos progresistas ante los hechos, tanto como la aparente inacción de Washington, indican poca presión sobre el dictador.

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Una importante portavoz del sandinismo traicionado, Mónica Baltodano, escribía sobre el etnocidio de indígenas poco antes de la declaración de apátridas a los oponentes de Ortega: “Reunidos el pasado 5 de enero en Bilwi, cabecera de la Región Autónoma del Caribe Norte (RACN), catorce representantes de pueblos originarios Miskitos y Mayagnas firmaron una proclama denunciando agresiones a sus lenguas, culturas, costumbres, tradiciones y a sus tierras legítimas, por los gobiernos de turno, deteniéndose, en particular, en lo que están sufriendo desde 2007, con la llegada del dictador Daniel Ortega al poder”.

Hermann Bellinghausen, sobre Nicaragua: “Dictadores como Franco, Pinochet o Videla no pudieron quitar a sus exilados lo español, lo chileno, lo argentino. Ortega lo ha hecho”

“La invasión de las tierras indígenas comenzó en la década de 1990, cuando se entregó terrenos a desmovilizados del Ejército y de la Resistencia (Contra), enfrentados en la década revolucionaria, pero el incremento de ocupaciones y la violencia con decenas de muertos inició desde el año 2012″.

Baltodano recuerda enseguida las protestas masivas de hace un lustro: “En 2018, el régimen de Ortega fue señalado como responsable de crímenes de lesa humanidad. En respuesta, expulsó a funcionarios de la CIDH, ilegalizó a las principales organizaciones de defensa de derechos humanos y capturó cientos de personas en ciudades del Pacífico y centro de Nicaragua” (Desinformémonos, 28/1/2023).

Las dictaduras, por escandalosas e impresentables que aparezcan a los ojos del mundo, pueden durar mucho. La de Ortega ya lleva rato. Al interior del país, las bases leales al sandinismo oficial, capaces de llenar plazas y apalear a inconformes, así como la lealtad (o el control) de las fuerzas armadas, parecieran suficientes para mantener el régimen por un tiempo indeterminado, aún con un país en bancarrota y con las cárceles llenas de perseguidos políticos.

Finalmente, todas las perversiones dictatoriales y golpistas del último medio siglo latinoamericano han terminado cuando es el propio pueblo el que dice basta. ¿Están ya dadas las condiciones para que los nicaragüenses se liberen de su viejo comandante liberador? ¿O hasta cuándo?

Este artículo forma parte de Nicaragua: Sueños Robados, un proyecto de periodismo colaborativo y coordinado por la alianza de medios Otras Miradas, con la colaboración de Desinformémonos, de México; los nicaragüenses Divergentes, Despacho 505 y Expediente Público; Agencia Ocote, de Guatemala; y Público, de España.

*Hermann Bellinghausen: es un escritor, poeta, narrador, editor y médico mexicano y analista político afín a la izquierda política

Fuente: Público.es

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Claudia Korol: “Duele, pero entiendo que para los más jóvenes la bandera sandinista es un símbolo de opresión”

Retrato de Claudia Korol.
Retrato de Claudia Korol.  Ilustración de la alianza de medios centroamericanos Otras Miradas.

Militante argentina, educadora popular y feminista, marxista y anticolonialista e integrante de Pañuelos en Rebeldía, Claudia Korol habla sobre su experiencia como brigadista durante la Revolución Sandinista, de la deriva y la sinrazón del Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo: “Es un chiste malo hablar en Nicaragua de democracia hoy”.

Hay un hecho que en aquella época no tuvo tanta significación y hoy, al calor de la lucha de los feminismos, cobra una envergadura diferente: la denuncia en 1998 de Zoilamérica, la hijastra de Daniel Ortega, que lo acusó de violación y abuso sistemático. ¿Cómo lee esto desde el presente, atendiendo a lo que implicó en aquella coyuntura?

Fue sistemática la negación de parte de Daniel Ortega y también de Rosario Murillo, quien tiene una gran responsabilidad porque es la mamá de Zoilamérica y la condenó. Hay colectivos feministas que apoyaron a Zoilamérica en Nicaragua y fuera del país, pero les costó hasta el día de hoy la persecución y la condena, como si fueran enemigas de la revolución, como si Zoilamérica fuera un cuerpo ocupado, ofrendado para uso y abuso de Ortega.

Quienes hicieron la denuncia fueron valientes compañeras revolucionarias, no eran como se dijo de derecha ni de un feminismo conservador. Eran compas que habían estado en la primera línea de la revolución y que siguieron siendo revolucionarias, por eso mismo no se pueden aceptar esas conductas. Hay una tremenda deuda, no sólo al interior de Nicaragua, sino en toda Latinoamérica, con las compañeras feministas de Nicaragua, muchas de las cuales hoy están presas.

Es inaceptable la prisión de Dora María Téllez, un ícono de la revolución. Aunque yo no coincido con muchos de los posicionamientos de Dora María, en su corrimiento a la socialdemocracia, no se puede negar que es una de las heroínas de la lucha revolucionaria. Es inaceptable que estas compañeras padezcan la prisión en las condiciones de tortura que están viviendo. Hace pocos días leí que a Dora María la han tenido en la cárcel en un pabellón de varones, es decir, las tratan de humillar por todos los medios.

Atacan a muchas feministas con el argumento de que se constituyeron como ONG. Personalmente no creo en las ONG ni en sus rollos políticos como sujetos en la historia, pero era el único modo que tenían para organizarse en un país donde no había otras formas políticas aceptadas. Si hubiera sido un grupo del movimiento de mujeres, también lo hubieran combatido, pero les es muy funcional la crítica al oenegismo, en Nicaragua o en otros lugares de América Latina. Como si el partido Frente Sandinista fuera una maravilla, como si la única forma de estar sea bajo esa forma-partido, que es una forma estatal. Si vamos a discutir en términos académicos, no es más que lo estatal por encima de las ONG que responden a otros Estados. Entonces es un tema de nacionalismo puro y duro en la argumentación. Si esa ONG apoyara a Ortega y Murillo, no habría ninguna discusión sobre su situación.

Es peligroso, porque es una lógica del pensamiento de izquierda que pone el lugar del Estado sobre cualquier otra forma de organización política. Finalmente, muchos terminaron diciendo: “Sí, está mal que Ortega haya abusado de Zoilamérica, pero bueno, así son los nicas”. Eso dicho como una legitimación del rol de algunos líderes revolucionarios que, efectivamente, así son: machistas, patriarcales, violentos, también en la forma de construcción política. Hemos visto a Ortega y otros dirigentes y comandantes sandinistas: “Sí, quiero que me lleven esa chica a casa”, y elegir… Me parece que parte de la derrota fue esa: no perder una elección, sino perder valores, y perder horizonte.

Hubo un quiebre en Nicaragua, en 2018, una rebelión con niveles de movilización y protesta inéditos. Si bien cierta izquierda la interpretó como un intento de desestabilización del régimen de Ortega, hubo una dinámica genuina de hartazgo, que fue respondida con una represión brutal. ¿Cuál es su lectura?

Es bien complejo porque, por un lado, las revueltas en Nicaragua expresaron el descontento popular, con una fuerte presencia de jóvenes. A quienes somos más viejas y amamos la Revolución Sandinista, nos duele que se quemaran banderas sandinistas en medio de la revuelta. Nos duele, pero entiendo que esa bandera terminó siendo para algunos de ellos —especialmente los y las más jóvenes— un símbolo de opresión. Es muy doloroso, lo discutimos mucho con compañeros y compañeras que hemos estado en Nicaragua, que amamos Nicaragua y el sandinismo.

La respuesta ha sido autoritaria, brutal en algunos casos. También es cierto que la ausencia de un sector de izquierda que liderara con claridad esa revuelta, o al menos que fuera parte con más energía, generó confusión, porque muchos de los sectores que fueron sandinistas y que apoyaron la revuelta, salvo algunas compañeras y compañeros, entraron en el “si tienen que saldar este debate los yanquis, que lo salden”; y eso, para mí, es inaceptable. Nunca nuestro apoyo a la revuelta significará avalar la intervención estadounidense. Pero el hartazgo, la falta de una formación política más sólida, generó esa idea que fortalece a los sectores que desde la izquierda no convalidan la revuelta.

Para mí la revuelta es legítima, pero la direccionalidad política de la revuelta estuvo en disputa, no fue liderada por la izquierda. Eso no significa que tenga que primar la represión. Hubiera sido muy interesante un proceso de formación política y de educación política, que pudiera establecer diálogos con esos sectores hartos de recibir órdenes. Si bien es cierto que muchos eran universitarios, porque esa era otra de las descalificaciones, “son universitarios, son proyanquis”, sabemos que en todo el mundo la lucha estudiantil ha jugado un papel de crítica a los sistemas de poder.

En la Revolución Cubana el papel del estudiantado fue central, y en el caso de Nicaragua el peso de la juventud destacó en la Revolución Sandinista, todavía hoy es un país con un porcentaje importante de jóvenes

Sí, además esos sectores tienen a veces la posibilidad de no quedar atrapados en las redes clientelares, porque provienen de sectores con mayor posibilidad de sobrevivir sin depender del presupuesto estatal. Creo que, de todas maneras, se abrió una esperanza, a pesar de la falta de perspectiva de la izquierda, de que no quedará la revolución atrapada para siempre en la lógica de Ortega y Murillo. Mónica Baltodano suele decir: “No es el sandinismo, es el orteguismo”. Lo que estamos discutiendo es poder separar la idea de que defendemos la Revolución Sandinista, defendemos al sandinismo como un proyecto político histórico del pueblo y cuestionamos su cooptación por parte de Daniel Ortega y de Rosario Murillo y de varios de los que fueron sus comandantes también, pero al mismo tiempo rescatamos que varios de los que fueron sus líderes están cuestionando eso. Tal vez tuvo que generarse ese sacudón para que algunos compañeros y compañeras puedan interpelar, aún sin ser suficientemente escuchados por las y los jóvenes, porque también perdieron prestigio por haber sido parte de ese mismo proceso.

A diferencia de otros procesos llamados progresistas, desde 2007 gobierna Ortega. ¿Qué debilidades y contradicciones percibe, no sólo en torno a la especificidad del orteguismo, sino en lo que ha sido y es el progresismo latinoamericano?

Me quiero referir a los debates de las izquierdas latinoamericanas: tenemos que volver a debatir qué entendemos por revolución. Una revolución no puede ser patriarcal, colonial, dictatorial, una revolución que se basa en la represión a los sujetos y sujetas que cuestionan, una revolución que se construye sobre la base de un consenso fuertemente clientelar en muchos casos. ¿Qué revolución es esa?

Por supuesto que la forma de revolución del sandinismo en su primer momento fue una maravilla, lo que se pudo hacer en materia de alfabetización, en los planes de salud, la respuesta colectiva a la seguridad mediante la autodefensa, pero en este momento ya no lo es. Yo entiendo a ciertos compañeros y compañeras que defienden el proceso porque se oponen a los yanquis. Esa es la lógica. Ni siquiera te dicen que está bien lo que hacen. “Ya sabemos cómo es”, admiten, pero lo dicen bien bajito. Luego suben la voz para hablar de “la estrategia y la geopolítica mundial”, que hay que defender esta articulación de gobiernos que se oponen al imperialismo estadounidense, y con esa misma lógica terminan defendiendo a Erdogan, un dictador fascista en Turquía.

La dimensión antiimperialista es una dimensión necesaria e imprescindible para las luchas de este momento, no lo cuestiono en ese sentido, pero sí creo que no puede ser que con este argumento defendamos cualquier proceso. Con esa lógica también se apoyó la ocupación de Malvinas realizada por la dictadura militar fascista en Argentina, porque nos enfrentábamos a la OTAN, y todos festejando y celebrando, mientras acá no sólo teníamos desaparecidos, sino también muchos pibes y pibas que murieron en Malvinas y que nunca olvidaremos, como dice la canción del Mundial. Es un debate que nos debemos. Nos debemos también una discusión acerca del nacionalismo como forma de antiimperialismo y los límites de este tipo de posiciones.

El otro debate fuerte es el tema estatal en revoluciones que niegan la dimensión comunal, comunitaria y territorial de las construcciones políticas del pueblo y las buscan subordinar de manera sistemática a los estados-nación. Nos debemos que ciertas izquierdas rechazan el pensamiento crítico y el diálogo de las diferencias. Tanto hemos hablado del pensamiento crítico y cuándo surge para criticar no al capitalismo que conocemos, y el de Nicaragua también lo es, sino al capitalismo de nuestros gobiernos amigos, se llamen revolucionarios, de izquierda o progresistas, vemos que no es lo mismo un país que pasó por una revolución que uno que no pasó. Le tenemos que exigir más a los que vienen de procesos revolucionarios y que además viven en su historia y en su memoria, que por cierto habría también que ponerlo como un debate de la memoria, recuperando a intelectuales como Carlos Fonseca Amador, que aportó un montón al pensamiento revolucionario, al igual que tantos otros.

El tema del Estado, el tema del patriarcado, el tema del colonialismo, el tema de qué tipo de antiimperialismo y de qué tipo de democracia, incluso si necesitamos llamarla democracia, porque es un chiste malo hablar en Nicaragua de democracia hoy. En general la palabra democracia ha terminado siendo utilizada para un fregado de cualquier tipo. Uno de los puntos en que se puede resumir todo esto es el del poder popular: cómo se constituye y cómo se construye, con qué dimensiones y qué rol tiene el protagonismo popular en un proceso de transformación.

Recientemente sucedió la liberación y destierro de 222 presos y presas, y la desnacionalización de 94 líderes opositores al Gobierno de Ortega bajo la acusación de traición a la patria.

La brutal resolución de Daniel Ortega y Rosario Murillo de desterrar a 222 presos y presas políticas, enviándolos a Estados Unidos en condiciones de total precariedad es una ofensa a la dignidad de la propia revolución. A eso hay que agregar su desnacionalización y el despojo de sus bienes personales, y luego la desnacionalización de 94 personas, muchas de las cuales son líderes de derechos humanos, feministas, activistas socioambientales, ex guerrilleras y guerrilleros sandinistas —entre ellas Dora María Téllez, la célebre Comandante Dos de la ocupación del Palacio Nacional, en 1978, gracias a la cual se logró la liberación de Daniel Ortega y otras y otros presos del somocismo, y Mónica Baltodano, comandante guerrillera—, escritoras y escritores apreciadísimos de Nicaragua de la talla de Gioconda Belli y Sergio Ramírez. Sabemos que algunos y algunas de estas personas asumieron un rumbo socialdemócrata. No lo compartimos. Pero si fuera por eso una gran parte de los presidentes latinoamericanos podrían ser desterrados, y perder su nacionalidad, desde Lula a Petro. Personalmente repudio esa decisión, y celebro que los gobiernos argentino, chileno y mexicano sean los primeros de Latinoamérica que les ofrezcan su ciudadanía. Ojalá esto sea continuado por todos los gobiernos que se nombran democráticos, para que abramos las puertas a una ciudadanía latinoamericana, más allá de las fronteras coloniales estatales, que nos permita circular libremente por el continente, sabiéndonos un solo pueblo.

Esta entrevista forma parte de ‘Nicaragua: Sueños Robados’, un proyecto de periodismo colaborativo y coordinado por la alianza de medios Otras Miradas, con la colaboración de Desinformémonos, de México; los nicaragüenses Divergentes, Despacho 505 y Expediente Público; Agencia Ocote, de Guatemala; y Público, de España.

 

https://www.publico.es/internacional/claudia-korol-duele-entiendo-jovenes-bandera-sandinista-simbolo-opresion.html#md=modulo-portada-fila-de-modulos:2×3;mm=mobile-medium

 

Fuente: Público.es

 

 

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