Argentina – Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra: 20 años de lucha campesina en Cuyo

Por Oscar Soto

El pasado 19 de noviembre en una de sus fincas recuperadas, donde funciona el Centro de Educación, Formación e Investigación Campesina (CEFIC-Tierra), la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra celebró sus 20 años de lucha campesina. “La reivindicación de la palabra ´campesino´, en una provincia y un país como el nuestro, estuvo por muchos años invisibilizada…” así Natalia Manini, militante de la UST, le daba contexto histórico y valor simbólico a la lucha de lxs sin tierra en la geografía cuyana. Si 20 años no son nada, en la biografía de los pueblos olvidados dos décadas de construcción de un proyecto político y territorial constituyen una estirpe de larga duración, algo así como una ascendencia de lucha que no se agota.

Tierra, agua y justicia

El cambio de siglo signó toda la historia de las clases populares en Argentina y América Latina. Mientras a nivel nacional, sindicales se armaban contra la pobreza, las iglesias repartían alimentos y el andamiaje gubernamental se descascaraba; en Mendoza, trabajadores rurales, campesinos, campesinas, pequeños agricultores y pueblos originarios debatían cómo escaparle a las consecuencias de un modelo en ebullición. Sucede que, si bien en Argentina la burguesía terrateniente consiguió de manera temprana armar un país hecho a medida de los grandes propietarios, fue en los últimos 30 años del siglo XX -dictadura militar y menemismo mediante- que se aceleró la embestida contra la vida campesina.

La estructura social agraria se modificó con el neoliberalismo. Entre los años 1991 y 2001, la población total argentina creció un 13% mientras que las familias habitantes de la zona rural disminuyeron un 8%. Para entonces el campo representaba el 11% del total nacional. En Mendoza, desde fines de los años ´80 ya era notoria la aceleración en la concentración de la tierra. La reconversión vitivinícola alentó en Cuyo, como pocas, la salida masiva del campo a contramano de la voluntad propia. El rol de las grandes empresas esmeriló las potencialidades de las pymes locales y expulsó al campesinado pobre a subsistir a destajo. En el caso del trabajo caprino, al norte y sur de la provincia, de alguna manera la desidia histórica del Estado, se terminó por sincerar para abandonar ciertos eufemismos estériles. La combinación entre apertura económica y desregulación política propaló la crisis de una provincia que solo tiene 3% de oasis del cual echar mano.

Así las cosas, la virtual desaparición de la vida rural contrastó con el crecimiento de su organización sociopolítica. En la medida que se concretó un modelo agrícola orientado a la exportación, se afianzaron organizaciones agrarias que reclamaban frente al avance del capital en los territorios. Ese escenario, entre tantos otros, forjó el nacimiento de la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra en Mendoza: desde inicios de los 2000 un centenar de familias -con el tiempo un millar de comunidades- en el campo profundo levantaron la voz y armaron sus banderas con los colores de la tierra, el agua y la lucha.

Fue un diciembre de 2002 cuando la UST hizo su primera marcha contra la concentración de la tierra y del agua en pocas manos. Al principio se fue consolidando el trabajo con jóvenes de las comunidades Huarpes, la Unión de Jóvenes Campesinos de Cuyo (UJoCC), luego, pocos años después y con mucho esfuerzo, la organización se expandió por toda la provincia. Con la construcción de pozos de agua, pasando por la edificación de sistemas alternativos de comercialización, fábricas de alimentos, agregado de valor y ocupación de tierras improductivas, la organización construyó una forma de resistir al desalojo y la exclusión. No en vano esa perfil de re-existencia se abrió camino en todo el continente, es por eso que la UST conformó el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) allá por 2005, junto a más de veinte mil familias que se articulaban en el MOCASE-VC de Santiago del Estero, el Movimiento Campesino de Córdoba (MCC), la Red Puna y Quebrada de Jujuy, GIROS de Santa Fe, el Servicio a la Cultura Popular (SERCUPO) de Buenos Aires y el Encuentro Calchaquí de Salta, entre otras organizaciones. A su vez, el MNCI se integró a la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC) y la Vía Campesina internacional (VC).

Tal vez, como todo, objetivamente algunas cosas aun no cambian, sin embargo, el rastro de la organización campesina hizo de Mendoza un espacio de disputa territorial al que comenzó a mirar toda la región. Es que, tal como sostiene Darío Aranda, el campo cada vez está más concentrado: el 1% de las explotaciones controla el 36% de la tierra, mientras que el 55% de las pequeñas chacras tiene solo el 2% de la tierra. Organizarse para defender derechos campesinos en este contexto implica rearmar estrategias de permanencia en el campo y litigar territorialmente. Precisamente, la propuesta política de la UST ha consistido en acompasar la lucha por el territorio y el agua para las familias del campo.

Durante la conmemoración de los 20 años, Natalia menciona algunos de estos procesos: “Hemos luchado desde nuestro nacimiento por recuperar y sostener nuestros campos comunitarios, ejemplos de ello son La Verde (San Martin), Jocolí Norte (Lavalle), la Estación (Lavalle), Los Leones (San Rafael), Trintríca (Malargüe), Llano Blanco (Malargüe), Punta del agua (San Rafael)…además de los avances en fincas recuperadas, en las que se logró acceso a la tierra y el agua, y hoy están bajo producción: Finca Martina Chapanay, Finca Grito Rebelde, Finca Catamarqueño, Finca recuperada Mate Cocido, Finca recuperada Montecaseros, entre muchas otras….”

Una infinidad de anécdotas de lucha por tierra, agua y justicia componen a la UST. Desde los tiempos en los que se pararon las primeras topadoras, las carpas de resistencia a los desalojos, la criminalización de campesinxs, las denuncias por intimidación, hasta las más recientes presentaciones por intentos de usurpación, todo está guardado en la memoria.

Formación política y agroecológica

No solo de tierra viven lxs campesinxs, también las letras, los números, la geografía y la historia están en el horizonte de la lucha agraria en América Latina. Tal vez es por eso que la CLOC y la VC vienen apostando hace tiempo por una pedagogía de la alternancia y la educación popular. Desde los cursos y campañas bajo el modelo de ´campesino a campesino´, seminarios, talleres y campañas de semillas nativas, hasta las Escuelas e Institutos de Formación en Agroecología, el campesinado ha avanzado en construir espacios pedagógicos relacionados al proceso de escolarización, ya sea en la graduación, a nivel técnico o incluso de especialización.

Es así como, nucleada en el CEFIC-Tierra, la UST ha ido gestando una propuesta político-pedagógica para el campo y desde el campo. Su Escuela de Formación surgida entre los años 2009 y 2010, se concretará luego en todo el territorio como la Escuela Campesina de Agroecología que en 2022 también cumple sus 10 años de existencia formal. En 2016 surgió la Tecnicatura Superior en Economía Social y Desarrollo Local, luego en 2018 avanzó la propuesta del Profesorado de Maestrxs Rurales, la Tecnicatura Superior en Agronomía con orientación agroecológica en 2020, la diplomatura en Agroecología y Manejo Sostenible del Territorio, la Escuela Popular de Género ´Anita Quiroga´ y más recientemente –pese a los embates del gobierno provincial y su amenaza de cierre– se abrió camino la Escuela Campesina en Agua de las Avispas (Lujan de Cuyo) y en Malargüe, con familias campesinas e indígenas trashumantes.

“Hemos sido estigmatizados por una propuesta educativa que construimos para nuestro sector”, dice Marta Greco al momento de hacer memoria de los 20 años, y continua: “a este gobierno provincial no le interesa la alternancia, no le interesa la educación para la ruralidad… no le interesa que tengamos propuestas educativas de nivel superior…pero no vamos a dejar de luchar para sostener nuestra propuesta pedagógica para el sector rural”. Por esa tenacidad es que un centenar de compañeras y compañeros campesinxs han terminado sus estudios secundarios, han pasado por procesos de alfabetización y hoy sostienen la educación superior en el campo.

Un frente amplio de lucha

Probablemente, como siempre sucede, el hecho de que las mujeres hayan originado la batalla ha sido la razón por la cual el crecimiento de fábricas de conservas y muchas unidades domesticas donde se producen mermeladas, néctares de frutas, tomate triturado, le permiten a la UST construir espacios de trabajo y arraigo rural. En el balance de sus 20 años, se resaltó el grupo inicial de ´Las Luchadoras´, mujeres campesinas de La Estación y Jocolí, que en plena crisis comenzaron la producción colectiva de huertas y conservas. La forma cooperativa ha permitido concretar redes de comercio justo y mercados solidarios en diferentes provincias, de hecho fueron sedimentando uno de sus logros más recientes: un Almacén Campesino en medio de la Ciudad de Mendoza.

Desde el sur de la provincia, Natalia Arroyo dice: “…los 20 años para mí significan mucha lucha, muchos desafíos tenemos por cumplir, cosas que nos han faltado como poder ayudar a los productores en su tarea”. Tierra, agua, justicia, pan, igualdad, derechos campesinos… todos los reclamos están ahí, más vigentes que nunca. Todo lo que falta ha llevado a la UST ha participar de manera activa en la consolidación del Movimiento Nacional Campesino Indígena – Somos Tierra (MNCI-ST) junto con el MCC, la Red Puna de Jujuy, el MNCI-ST de San Juan, la Mesa Campesina del Norte Neuquino y el MNCI Misiones, entre otras organizaciones provinciales de base.

La propuesta de un programa agrario para Mendoza, junto con los ensayos de un Foro Agrario Soberano y Popular a escala nacional, han sido espacios en los que el MNCI-ST ha colocado su reivindicación de los Derechos Campesinos que en 2018 llegó a Naciones Unidas. Quizá, ese antecedente de articulaciones por abajo es lo que ha permitido que se consolidé la Mesa Agroalimentaria Argentina en un periodo cargado de incertidumbre para el campo que alimenta y construye soberanía alimentaria.

En buena medida la defensa de la autonomía de la organización no ha esquivado los debates políticos al interior del movimiento durante estos primeros 20 años. Por el solo hecho de no rehuir responsabilidades y colocar el reclamo del sector en todos los espacios posibles, es que la UST siempre ha pensado más allá de las pequeñas ´islas´ autogestivas en los bordes del sistema. Se trata de disputar el sentido de las políticas públicas y promover el protagonismo en la orientación de las lógicas que asume el Estado para con el campesinado y la agricultura familiar. Fruto de esas prácticas es que se ha avanzado en tensionar los espacios de gobierno local, provincial y nacional.

En estos 20 años de lucha, la UST devino en eso: ni más ni menos que una gran semilla de resistencias, una forma de trastocar el alicaído paisaje de zonas no irrigadas que ven pasar el desarraigo y la exclusión del campesinado; una multitud de pueblos negándose a la concentración de la tierra y el desalojo de sus formas ancestrales de vivir y producir. Larga vida a la UST.

Tomado de contrahegemoniaweb.com.ar

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