Desde Colombia: Venezolanas en busca de un aborto

Qué se encuentra una mujer migrante de Venezuela que busca un aborto en Bogotá? Le contamos su recorrido.

 

“Como es venezolana le dejo el Cytotec en 100 mil”: los sitios de aborto clandestinos

¿Qué se encuentra una mujer venezolana que busca un aborto en lugares clandestinos de Teusaquillo?
En Teusaquillo es fácil comprar Cytotec (una pastilla abortiva) en las calles, pese a que su comercio en Colombia está prohibido.
En Teusaquillo es fácil comprar Cytotec (una pastilla abortiva) en las calles, pese a que su comercio en Colombia está prohibido.
Foto: Paula Sánchez

“Como es venezolana le dejo el Cytotec en 100 mil (22 dólares); allá en el consultorio le sale más caro”, te dice Carlos al momento de abordarte para ofrecerte un aborto cuando caminas por la calle 34, en Teusaquillo, localidad central de Bogotá. “Pero le soy sincero y qué pena lo grosero, —prosigue el hombre— lo mejor es que vaya a donde el médico para que le haga un procedimiento de una vez, porque a veces me ha tocado que se toman la pastilla pero el huevo les queda ahí y sigue creciendo”.

Cuando Carlos habla del Cytotec se refiere a uno de los nombres comerciales del misoprostol, una pastilla que se utiliza para interrumpir el embarazo. Cuenta que consiguió esas pastillas en Ecuador. Tiene sentido: el Cytotec de 200 microgramos que te está ofreciendo no tiene registro sanitario en Colombia, el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (INVIMA) prohíbe su publicidad y comercialización en el país.

Carlos es un hombre de poco más de 60 años, canoso, gordo, bajito y le faltan algunos de sus amarillentos dientes. Lleva jean, tenis y una camiseta polo vieja. Nada en su apariencia te hubiera llevado a pensar que él fuera un “asesor de orientación a la mujer” en los servicios relacionados con ginecología que aparecen en la tarjeta que te entrega y en la cual está su nombre sin apellidos. Y bueno, en la zona nadie dice ‘asesor’ para referirse a personas como él, sino que se emplea la palabra ‘tarjetero’. Tú no lo buscaste, él te abordó cuando caminabas por aquel lugar, que también es conocido como ‘la calle de los abortos’.

Carlos asume que existe un único motivo para que una mujer circule por ahí. “¿El aborto es para ya?”, te pregunta. Le dices que sí y él te convence de ir al ‘consultorio’. Su actitud es como la de un hombre que, en la calle, te ofrece el menú de un restaurante barato, de esos que en Colombia llaman ‘corrientazos’, solo que ahora te ofrece un aborto.

Su actitud es como la de un hombre que, en la calle, te ofrece el menú de un restaurante barato, de esos que en Colombia llaman ‘corrientazos’, solo que ahora te ofrece un aborto.

La apariencia del supuesto consultorio también evoca la de esos restaurantes. Es una casa de estilo británico (un rasgo distintivo de la arquitectura bogotana), y los servicios se ofrecen en lo que algún día fue un garaje. Afuera cuelga un pendón rojo y, sobre él, letras amarillas enlistan los servicios que ofrece el lugar: “Ecografías 3D-4D; transvaginal; obstétrica pélvica; consulta general; ginecología; prueba de embarazo; planificación familiar”, por supuesto, no se nombra el aborto.

En el garaje a la entrada de la casa hay una pequeña sala de espera y un viejo escritorio de madera donde está sentada una mujer joven. Ella se levanta, te saluda y se presenta como enfermera. Lleva uniforme verde. Sus uñas son largas, puntiagudas y, sobre el esmalte verde, del mismo color del uniforme, hay diseños con flores blancas. Su apariencia te lleva a dudar de que sea enfermera, pero la escuchas. Ella te explica que el primer paso antes de saber qué servicio ofrecerte es verificar que efectivamente estás embarazada mediante una ecografía que vale 40 mil pesos (9 dólares). Ella misma te aclara que el sitio es independiente y no está vinculado a ninguna Entidad Promotora de Salud (EPS). Te dice que puedes estar tranquila por ser venezolana: no te pedirá ningún tipo de documento de identidad ni abrirá historia clínica, solo necesita que pagues. Te cuenta, además, que un médico te realizará el procedimiento, sin importar la semana de embarazo en la que te encuentres. Hace esta aclaración porque sabe que “las venezolanas se pueden tardar más en conseguir la plata y el embarazo avanza”.

Dudas del profesionalismo de quienes trabajan ahí, pese a que en la pared cuelga un diploma de la Universidad Javeriana con el nombre de un médico. Pero sabes por qué llegaste hasta acá: era la última opción. En todos los hospitales bogotanos que consultaste te dijeron que el aborto estaba prohibido o, incluso, se negaron a atenderte porque migraste a Colombia por una trocha, de la única manera que podías, y no recurriste a los canales regulares para obtener un documento de identidad. Nada de esto es una excusa para no atenderte, pues la ley indica otra cosa: el aborto es un servicio de urgencia y por ello tu condición migratoria no es motivo para negártelo, más aún cuando el derecho al aborto se dejó de penalizar tras la Sentencia C-055 de la Corte Constitucional. Pero tú, quizás, no lo sabes y muchos de los médicos no quieren saberlo.

l aborto es un servicio de urgencia y por ello tu condición migratoria no es excusa para negártelo, más aún cuando el aborto se dejó de penalizar tras la Sentencia C-055 de la Corte Constitucional.

Le dices a la enfermera que prefieres tomarte un par de días para considerar la decisión. Sales de la sala de ecografía y, antes de que abandones el lugar, aquella mujer de uñas puntiagudas, saca una caja de Cytotec, 200 microgramos, marca Pfizer, de un cajón del escritorio viejo. La caja de cartón está desgastada y el plástico que contiene las pastillas ha sido cortado. Quedan seis pastillas; las demás se han vendido al granel. Ella te sugiere considerar esa opción y te ofrece 4 pastillas en 240 mil pesos (53 dólares). Carlos, el tarjetero, decía la verdad cuando advirtió que en el consultorio era más caro el Cytotec. Eso sí, ninguno de los dos pedirá prescripción médica.

En esta presentación se vende el Cytotec en sitios de aborto en Teusaquillo, pese a que es una pastilla cuyo comercio en Colombia está prohibido.
En esta presentación se vende el Cytotec en sitios de aborto en Teusaquillo, pese a que es una pastilla cuyo comercio en Colombia está prohibido.
Foto: El Espectador

No es la primera vez que escuchas hablar del Cytotec. En Venezuela, donde el aborto inducido es considerado un delito que acarrea hasta dos años de prisión para las mujeres que interrumpan su embarazo, el Cytotec también es un producto de tráfico, pero aún más clandestino. Una amiga tuya buscó una vez en Mercado Libre, en la sección de repuestos de frenos de carros, “misoprostol” y allí encontró esas pastillas ofrecidas como si fueran los repuestos de una camioneta Toyota.

En Mercado Libre Venezuela es posible adquirir Cytotec, una pastilla empleada para abortar, en la sección de artículos para carro.
En Mercado Libre Venezuela es posible adquirir Cytotec, una pastilla empleada para abortar, en la sección de artículos para carro.
Foto: Captura de pantalla

En Venezuela, donde el aborto inducido es considerado un delito (…), el Cytotec también es un producto de tráfico, pero aún más clandestino. Una amiga tuya buscó una vez en Mercado Libre en la sección de carros “pastillas de frenos para Toyota” y allí encontró esas pastillas.

“Cuando te decidas a regresar, ven directamente acá, no a través de los tarjeteros, a menos que quieras que se entere todo el mundo”, te dice la enfermera. Te parece una advertencia extraña pero, al salir, la entiendes rápidamente. Notas que varios hombres te observan en la calle, con disimulo. Caminan por la zona como cualquier transeúnte, pero no se van: están trabajando. En sus manos llevan un fajo de tarjetas que ocultan dentro de la manga de su ropa y solo sacan cuando ven una mujer pasar.

Como Carlos, en las aceras de Teusaquillo abundan los tarjeteros: obtienen una pequeña comisión de cada servicio al que remiten en las ‘clínicas’. Se te acerca un hombre joven con una apariencia similar a la de Carlos, se presenta con el nombre de Alirio y te entrega la misma tarjeta para llevarte al mismo lugar. “Ah, ya conocieron a mi papá”, dice Alirio, hijo de Carlos.

 

 

 

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