Elecciones 12M: una nueva fase política en Catalunya

Por Oscar Blanco.

Catalunya ya no es una excepción. La ola reaccionaria internacional y el giro a la derecha de las sociedades europeas domina el Parlament después de las elecciones del 12M. No se trata de una irrupción abrupta. Por el contrario, es un mar de fondo que ha ganado terreno hasta darle la vuelta a las mayorías. En 2021 Vox ya consiguió entrar a la cámara con 11 diputados – que ha consolidado – y el clima político de las elecciones municipales de 20231 giró alrededor de los mantras que impulsa la reacción, como la seguridad. Esta tendencia ha continuado desarrollándose hasta llegar a un escenario que hace poco tiempo nos hubiera parecido inverosímil: la extrema derecha independentista también ha logrado representación y Vox suma más escaños que la CUP y los Comunes juntos.

Aun así, el crecimiento de las extremas derechas no es el único síntoma del giro conservador. La sociovergencia vuelve a tener mayoría absoluta en el Parlament de Catalunya (77 escaños del PSC y Junts). A pesar de que esta mayoría no se pueda traducir inmediatamente en un acuerdo de gobierno, sí que garantiza que el programa de Foment del Treball estará bien protegido. Además de su carácter business friendly, no se puede perder de vista que estas dos fuerzas políticas han flirteado con las recetas de la extrema derecha en materia de migración, seguridad, civismo, espacio público…

Estas mutaciones del sistema de partidos y de los equilibrios de la representación descansan sobre un desplazamiento social más profundo. El fracaso de los proyectos de cambio del ciclo anterior, la desafección política, la atomización, el impacto de las crisis… han propiciado un movimiento tectónico del sentido común mayoritario en la sociedad catalana hacia unas coordenadas más insolidarias, autoritarias y apáticas políticamente. El descontento cristaliza en forma de desafección y deseo de orden. Los representantes de la reacción y la restauración han aprovechado el resentimiento que se estaba cociendo.

La Catalunya del post-procés
En clave nacional también se han desplazado las coordenadas. El independentismo ha sufrido la primera derrota en las urnas en unas elecciones catalanas. Por primera vez desde el inicio del procés, ha perdido la mayoría del Parlament. El batacazo de Esquerra Republicana de Catalunya (-13 escaños) y la CUP (-5 escaños) no ha sido absorbida completamente por Junts (+3 escaños), tampoco por Aliança (+2 escaños). Por lo tanto, una parte del independentismo o bien se ha quedado en casa o bien, ha optado por partidos no independentistas. Hasta ahora el conflicto nacional se había mostrado como uno de los obstáculos más persistentes para conseguir pasar página de la crisis de régimen, la pérdida de mayoría independentista es un paso más en la restauración política.

En este sentido, es un resultado que apuntala y refuerza el proceso de pacificación de la política catalana que defiende el PSOE y que lo enfrenta con la derecha y la extrema derecha españolista. La vía del PSOE para derrotar al independentismo combina el palo y la zanahoria. Aunque sea por pura necesidad aritmética en el Congreso, ha cedido los indultos y está en proceso de aprobar la amnistía. Por supuesto, el ejercicio del derecho a la autodeterminación no cabe dentro de este marco, que de hecho no tiene el objetivo de dar una salida al conflicto nacional, sino imponer una «reconciliación» dentro del régimen del 78.

Lejos de los embates del 2017, la lucha por los derechos nacionales de Catalunya se encuentra actualmente a la defensiva. De hecho, las elecciones en las cuales desaparece Ciutadans, es en aquellas donde consigue sus objetivos políticos con mayor claridad. Durante 18 años han trabajado sin descanso para agrietar los consensos del catalanismo e impulsar la ulsterización. ¿Qué mejor heredero de esta apuesta que Illa diciendo Bajo Llobregat o Lérida? El PSC ha ganado por primera vez en votos y escaños con su campaña menos catalanista. Es la inversión de la estrategia de Maragall que buscaba una mayoría en el Parlament reforzando, precisamente, el perfil más catalanista del partido. Esta transformación del PSC hace que la mayoría absoluta que suma con PP y Vox (68 escaños) pueda ser un peligro incluso para el catalán. ¿Qué mejor homenaje a Ciutadans que acabar de cargarse la inmersión en la enseñanza?

Por lo tanto, el PSC tiene la capacidad de capitalizar las dos tendencias que se han descrito: el giro a la derecha y la pacificación de la política catalana. Pero, además, a diferencia del PP, Vox o antes Ciutadans, es leído como un partido progresista. Desde el gobierno español ha realizado políticas de contención de la crisis económica y ha sabido explotar su papel de mal menor ante la extrema derecha. Esta combinación de orden y progreso es el que le permite ocupar la centralidad política en Catalunya en un ambiente de posibilismo.

Escenarios para una investidura incierta
Sin embargo, el éxito del PSC el 12M se podría girar en contra de los intereses del PSOE en Madrid. Los resultados electorales rompen la mutua dependencia entra los gobiernos de la Moncloa y la Generalitat. Si el independentismo ya no está al frente del gobierno catalán, pierde incentivos para sostener la frágil mayoría parlamentaria de Sánchez. Esta es la lógica detrás de la operación política que propone Puigdemont: una abstención del PSC que permita su investidura con el apoyo de ERC y de la CUP, a cambio de no retirar el apoyo en el Congreso. Parece un cambio de cromos improbable porque el resto de actores necesarios lo han rechazado.

El escenario que más se ha dado por hecho durante la campaña y la noche electoral es una reedición del Tripartit entre PSC, ERC y Comuns. Estos últimos son sus principales valedores. A pesar de que los Comuns dejaron caer los presupuestos endureciendo su táctica parlamentaria, han mantenido intacta su política de alianzas preferente hacia los principales impulsores del Hard Rock. La incógnita es ERC quien de momento ha cerrado la puerta a investir a Illa. Los republicanos pretenden reubicarse después de la derrota y no está claro qué papel pueden jugar.

En ambos casos las fuerzas a la izquierda de la sociovergencia ocuparían un papel subalterno de nuevo. Es la orientación que, con diferentes grados de intensidad, han implementado en legislaturas anteriores Comuns y la CUP y que ha imposibilitado que maduren una alternativa.

Romper el cerco sin perder el rumbo
Viendo los obstáculos para una mayoría, no es nada descartable la repetición electoral. Si la legislatura no se agota en sus primeros compases, tendremos que confrontar la agenda política que puede desplegar la doble mayoría absoluta: la sociovergència y el bloque anti-catalanista. Dentro del Parlamento la correlación de fuerzas es claramente desfavorable. La izquierda a la izquierda del PSC ha quedado reducida a 30 escaños (siendo generosas con el papel de ERC y Comuns). Progresivamente el terreno electoral ha vuelto a su normalidad, dominado por la política de la gestión y el voto útil. En este contexto, la izquierda más o menos alternativa pierde atractivo por el electorado, queda marginada en el Parlamento, pero también se debilita su influencia social.

Un símbolo de esta debilidad es la victoria del Hard Rock. Las dos formaciones políticas que se han opuesto al macroproyecto (CUP y Comuns) han perdido la representación en la demarcación de Tarragona. Incluso con las importantes movilizaciones en el Camp contra el casino y la campaña sostenida, estas no han sido suficientes para condicionar las elecciones. Uno de los muchos motivos, es el aislamiento de la izquierda radical respecto del grosor de las clases trabajadora y popular. Este aislamiento está condicionado por un contexto desfavorable. La defensa de profundas transformaciones ecosociales imprescindibles choca con el deseo mayoritario de orden y estabilidad. Por eso mismo, las propuestas de cambio de modelo productivo y planificación económica tienen poca credibilidad a ojos de la mayoría o de un fracción social suficiente significativa.

Sin embargo, remar a contracorriente no debería hacernos tirar la toalla ni deshacernos de nuestra responsabilidad. A menudo las actuales rutinas militantes están atrapadas dentro de la zona de confort y contribuyen al aislamiento de la izquierda radical. Sin romper estas rutinas será difícil conectar con los malestares que siguen persistiendo. La preocupación por la vivienda, el transporte, la sanidad o la inflación son grietas desde las cuales organizar el conflicto. El reto es dar forma y fuerza social a estos malestares. Para hacerlo necesitaremos que las campañas, los sindicatos, los colectivos sociales se desplieguen más allá de los sectores ya convencidos.

Transformar el descontento latente y sin expresión en una fuerza organizada es una condición para pasar de los agravios más inmediatos y cotidianos a una impugnación de las tendencias de fondos que están expresando: crisis ecológica, imperialismo y amenaza militar, derribo de los servicios públicos y endurecimiento de la reproducción social… No hay atajos para revertir la actual correlación de fuerzas. Derrotar la oleada reaccionaria y el giro a la derecha, dentro y fuera del Parlament, requiere que la política antagonista arraigue y acumule poder social.

Oscar Blanco i Laia Facet, militants d’Anticapitalistes

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