Entrevista al psicólogo clínico Iñaki Barrutia Arregi “La tortura tiene género”

Por Petxo Idoiaga.

[“La tortura tiene género, se expresa en violencia sexual, se llama tortura sexista y se ejerce con total impunidad. Esto significa que, a la hora de ejecutar la violencia contra una persona, esto no se hace al azar, sino que se tienen muy en cuenta las concepciones de los cuerpos de hombres y mujeres, de los órganos sexuales y de la sexualidad, en un contexto determinado, para causar el mayor daño y sufrimiento posible.” Estas palabras del psicólogo clínico Iñaki Barrutia Arregi*, a quien entrevistamos, coautor del libro “La tortura en Arrasate desde una perspectiva de género”, resumen la conclusión de este riguroso trabajo realizado por Nekane Ayensa, Juan Ramón Garai y él mismo.

Aun cuando salen a la luz, poco a poco, datos y valoraciones basados en sólidas investigaciones y algunos de ellos tienen ya el reconocimiento oficial público de instituciones como el propio Gobierno Vasco (4.113 casos reconocidos entre 1960 y 2014) tal como Iñaki lo subraya, sigue habiendo mucho silencio, demasiados espacios invisibilizados sobre el tema. El silencio y la invisibilidad son muchísimo más amplios en el tema de las torturas ejercidas contra mujeres. Este libro es una magnífica aportación para contribuir a sacarlas a la luz. Petxo Idoiaga**]

¿De dónde surgió la idea de hacer el libro?

La idea surgió en un grupo de trabajo sobre Memoria Histórica. Allí se identificaron 111 personas torturadas en Arrasate, 11 de ellas mujeres. Nekane Ayensa, también autora del libro, propuso que el trabajo sobre la tortura se hiciera desde la perspectiva de género y me pidieron a mí que lo escribiera. Condicioné mi respuesta a que fueran acompañada de una mirada feminista, es decir, de una mujer. Después de varias tentativas para conseguir la colaboración de varias mujeres feministas, no fue posible. La realidad, en lo laboral, era complicada, yo jubilado, tiempo de sobra; las mujeres, en triple complicación, en el trabajo, en la maternidad y en la militancia. Finalmente, ha sido un trabajo individual en lo que se refiere a la escritura. Ahora bien, la base del libro son los testimonios de ocho mujeres, y en ese sentido el libro es fruto de un trabajo colectivo. Nekane Ayensa realizó las entrevistas, consiguiendo el valiente testimonio de las ocho mujeres, y Juan Ramón Garai se encargó de la grabación.

¿Por qué habéis centrado el libro en Arrasate? ¿Ha tenido mucha presencia la tortura?

Creo que ha ayudado que en Arrasate el trabajo sobre la tortura estaba, en buena parte, hecho, sistematizado, cuantificado, cuándo y por quienes fueron torturadas y torturados. Como ya he dicho, fueron 111 personas torturadas de las que un 10% eran mujeres. Once mujeres inicialmente contabilizadas, pero otras cinco más se identificaron al realizar el trabajo. Tenemos la certeza de que fueron muchas más, pero el silencio se impuso en muchos casos.

¿Ha sido estructural la tortura?

Hasta hace poco la tortura ha sido diaria; son más de cuatro mil los casos de tortura entre 1960 y 2014 investigados, verificados y ratificados por las autoridades. Se puede asegurar que esos cuatro mil casos son la punta de un macabro iceberg que se ha ocultado con la complicidad de los gobiernos y el consenso de la mayoría de los medios. Las detenciones eran cotidianas en unos tiempos en los que, a pesar de encubrir la tortura, en la mayoría de los pueblos había una convicción moral de que en las comisarías se maltrataba y se torturaba sistemáticamente. Es el caso de una testigo que relata que fue mantenida detenida en el mismo lugar donde trabajaba el zapatero del centro de detención. Allí iban los guardias civiles y sus familias a buscar el calzado reparado. Según la testigo, el centro de detención estaba rodeado de viviendas en las que escuchaban cada noche los gritos de las personas torturadas. La tortura era tan cotidiana que lo cotidiano se filtraba en los espacios de tortura.

Cuando miramos la tortura, debemos tener una mirada sistémica, sin limitarnos a las características psicópatas del torturador. La tortura está planificada; no es solo la respuesta sociopática de un funcionario que golpea de forma brutal, hay diferentes grados de responsabilidad. El verdugo sádico es la persona que realiza su trabajo con eficacia, pero ha tenido la lección previa del experto; la tortura está planificada desde algunos despachos gubernamentales para aniquilar cualquier tipo de disidencia; y en el último lugar de la cadena, por encima de quien diseña y planifica la estrategia global, está el ideólogo de la tortura, el intelectual que le da soporte teórico con la complicidad de los medios de comunicación.

Hannah Arendt, en su libro Eichmann en Jerusalen, más conocido por su subtítulo Un estudio sobre la banalidad del mal, nos hace reflexionar sobre el papel de la responsabilidad individual en las acciones de cada persona. La banalidad del mal, como concepto, dice que las personas capaces de cometer grandes barbaridades pueden ser aparentemente normales. Estas personas, aparentemente normales y que han participado en una crueldad colectiva como es la tortura sistemática, racionalizan su comportamiento minimizando su acto porque lo sitúan en la obediencia y el cumplimiento de planes previamente organizados.

¿La tortura es sexista en sí misma?

La tortura tiene género, se expresa en violencia sexual, se llama tortura sexista y se ejerce con total impunidad. Esto significa que, a la hora de ejecutar la violencia contra una persona, esto no se hace al azar, sino que se tienen muy en cuenta las concepciones de los cuerpos de hombres y mujeres, de los órganos sexuales y de la sexualidad, en un contexto determinado, para causar el mayor daño y sufrimiento posible.

La tortura sexual es una reproducción del modelo de discriminación social contra la mujer y se produce en contextos jerárquicos extremos en los que el torturador activa su identidad social sobre la base de mentalidades gregarias de carácter misógino. Los actos de violencia sexual pretenden consolidar la idea de que el cuerpo de las mujeres es una extensión del territorio de dominación y que en ese cuerpo cosificado se envía un mensaje de control y poder, así como del grado de violencia que pueden ejercer con total impunidad. Se trata de un mensaje dirigido a la comunidad que da cuenta de lo que ocurre en caso de vulneración; parte del marco que busca extender el miedo entre las mujeres para bloquear su participación en la organización y en la movilización ciudadana.

¿Qué características tienen las torturas sufridas por las mujeres en comparación con la de los hombres?

En el caso de las mujeres, en general, se ha utilizado la violación y otras formas de violencia sexual (desnudez forzada, tocamientos y manoseos, etc.) para mostrar su poder sobre ellas, humillarla y deshumanizarlas ante ellas mismas y ante la familia o la comunidad.

Las mujeres han sido torturadas física, psicológica y sexualmente. Las entrevistas a mujeres privadas de libertad proporcionan descripciones descaradas de los agravios, el miedo y la intimidación que ponen de manifiesto los poderes del Estado. En la narrativa femenina se inician actos de tortura en el mismo momento de la muchas veces arbitraria detención, que tarda mucho en ser puesta a disposición judicial desde el arresto. Este retraso favorecía las agresiones físicas, psicológicas y sexuales. Entre los métodos utilizados por los agentes estatales, detallados por las mujeres, destacan los asfixiantes con bolsas de plástico, los golpes y patadas por todo el cuerpo, las amenazas físicas y sexuales, el desnudo forzoso ante los agentes del Estado, las humillaciones, los tocamientos tumultuosos por parte de los agentes y las violaciones con objetos.

Por otro lado, hay que tener en cuenta factores biológicos específicos de la mujer, como el ciclo menstrual, la función reproductiva y la menopausia. Las condiciones de salud para las mujeres durante la menstruación, así como los riesgos para la salud de las lactantes y embarazadas, pueden constituir una violación de los derechos de la mujer. Lo mismo ocurre con las violaciones de los derechos sexuales y reproductivos, y con la amenaza o el chantaje de retener a los bebés recién nacidos. También hay que tener en cuenta la restricción del derecho a la maternidad y/o al parto en condiciones de graves violaciones de los derechos de las mujeres.

También habéis destacado el espacio y el tiempo. ¿Qué impacto tienen las mujeres en la violencia sufrida?

En las formas de tortura hay elementos como el espacio y el tiempo, que se emplean específicamente para ello. Respecto al espacio, podemos recrear la escena de encontrarse detenida en un espacio de 10 m2, con luz y sonido permanente para impedir el descanso y la orientación; sin luz natural, aislada, en contacto exclusivo con el torturador, en una situación de indefensión física y psicológica absoluta. Respecto al tiempo, esa situación podemos enfrentarla en un espacio limitado de tiempo, pero a lo largo de los días, la situación de estrés traumático que sufre la detenida se hace insostenible. Las personas somos seres sociales, el compartir y buscar algún rasgo de humanismo en el torturador o en el funcionario de la cárcel nos hace vulnerables, y puede llegar a anular nuestra capacidad de procesamiento de lo que estamos viviendo.

La ley antiterrorista permitía un máximo de 10 días de incomunicación, tiempo en el que permitía aplicar la tortura y tapar sus marcas y señales. La utilización de espacios que limitan nuestro movimiento para poder descargar tensión; desorientar continuamente con la luz y el sonido; la suciedad de las celdas y falta de luz natural. Aislarle durante el día en un contexto que se percibe hostil y agresivo; impedir el descanso nocturno para cambiar ritmos circadianos con luz, sonidos e interrupciones constantes; impedir el sueño y el descanso hasta llegar al agotamiento psicológico. Estas tácticas de tortura dificultan y modifican nuestro reloj biológico hasta el punto de desorientar y anular con tiempo nuestra identidad. En estas condiciones, las declaraciones de las detenidas tienen el valor de una robot manejada.

La tortura no es un acto agresivo, sádico y excepcional de un funcionario impulsivo; es una estrategia premeditada por mentes psicópatas que acompañan a tácticas de tortura sistematizadas y estudiadas previamente.

Además, habéis analizado cómo tratan el tema los medios. ¿Cómo influyó esto en la percepción social de la tortura?

Las personas de la sociedad necesitamos pensar que vivimos en un Estado democrático. Estamos dispuestos a reconocer la violencia y la tortura en lugares remotos y, sobre todo, si éstas son las cometidas por las naciones llamadas países democráticos; pero cuando el contexto es cercano, surge una crisis de credibilidad. Necesitamos creer que vivimos en un entorno seguro, ordenado y democrático que nos defiende del “mal” abstracto e ilimitado. La respuesta sociológica a la tortura cercana resulta inverosímil para la clase política, el estamento jurídico y la propia sociedad. La difusión de esta realidad corresponde a los medios de comunicación, pero éstos no son libres, ya que dependen de los intereses de clase, del capital y del poder.

La mayoría de los medios, de hecho, negaron la existencia de la tortura o no la denunciaron con la suficiente fuerza y compromiso, para evitar que ésta se produjera. La tortura es el crimen que mejor se esconde porque en ese contexto no hay testigos; y ha sido cotidiano por el silencio y la complicidad de muchas personas. Más destructivo es el silencio de los pueblos que la represión de los poderosos.

Las mujeres entrevistadas en el libro hablan de su ingreso en prisión tras la tortura. ¿Cómo vivían las mujeres la cárcel?

La cárcel vivida como liberación al dejar atrás los espacios de la tortura más violenta se va convirtiendo poco a poco en un foco de tortura, sutil, que invade todo el control de la vida cotidiana. A ello hay que añadir el aislamiento sistemático, la normativa aplicada desde el poder más absoluto y arbitrario. Estar permanentemente desamparado anula las voluntades.

Pero recogéis, también, formas de resistencia, entre ellas, la sororidad y el cuidado. ¿Qué papel jugó esa resistencia en la recuperación de esas mujeres?

En la cárcel podemos encontrar dos mundos contrapuestos y absolutamente polares. Un mundo mayoritariamente patriarcal, machista, depredador, violento, competitivo y jerárquico reflejo de las estructuras del poder más abusivo. Y otro mundo, el de las mujeres presas políticas basado en la ayuda mutua, la solidaridad y los cuidados. Dos principios contrapuestos, uno de dimensión normativa y generalizado y otro de dimensión excepcional y de género. Un principio Darwinista basado en la ley del más fuerte y de adaptación al medio por encima de las personas; y el principio de Piotr Kroptkin, basado en el apoyo mutuo y los cuidados,  poniendo en el centro las personas.

Creo que esa resistencia, tanto en la cárcel como en los centros de detención, ha influido en el desarrollo de la resiliencia. Una persona que sufre una situación de crueldad, si recibe gestos de apoyo y tiene capacidad para ubicar ideológicamente su sufrimiento, sale más fortalecida en su personalidad. Esta es una cuestión que el psiquiatra  Víctor Franklin analiza bien en su libro El hombre en busca de sentido.

También destacáis el importante papel de la Asamblea de Mujeres de Arrasate. ¿Por qué?

Hoy en día el feminismo tiene mucha fuerza, se ha generalizado, pero en una época, cuando se creó la Asamblea de Mujeres de Arrasate, hacía falta no solo conciencia, también valentía para ser feminista. La publicación de este libro que analiza la tortura desde la perspectiva de género es también el resultado del impulso inicial del feminismo. Espero que el último capítulo teórico sirva para ofrecer un homenaje a aquellas feministas.

¿Qué ha supuesto hablar de lo vivido para estas mujeres?

Por un lado, la liberación y descarga de una mochila de dolor y otros sentimientos. Debemos tener en cuenta que la resonancia emocional que produce el recuerdo de estas torturas de carácter sexual puede convertirse en sintomatología, y la torturada tiende a la negación y olvidarse, quedando enquistado el recuerdo. Debemos tener en cuenta que el recuerdo de este tipo de tortura es una invasión más de la intimidad de la mujer y, a veces, ese recuerdo de las torturas sexuales sufridas viene acompañado también de sentimientos de vergüenza o de culpa. Por eso es muy importante que durante la entrevista se cree un clima de contención emocional y de cuidado. Que la torturada tenga en frente una persona que la escucha y meta comunica, “te creo”, es muy importante para el reconocimiento que es parte de la reparación.

Sin embargo, no hemos reflexionado al respecto. Mi intención es recoger el feedback individual y analizar en grupo la lectura que hacen de lo vivido en las entrevistas y lo recogido en el libro.

¿Han reconocido a alguna de las mujeres entrevistadas haber sufrido torturas? ¿Ha habido algún proceso penal o alguna vía de reparación?

Nunca, ninguna. En la presentación del libro recibieron por primera vez el reconocimiento y la reparación desde el Ayuntamiento de Arrasate.

¿Qué ha supuesto, siendo hombre, escribir el libro desde el punto de vista de género?

Escribir sobre la tortura desde la perspectiva de género para mí, como hombre, no ha sido fácil. Rabia de impotencia, dolor y vergüenza de género eran mis principales sentimientos en el primer momento en que transcribía las grabaciones y después en la elección de determinados párrafos de los testimonios. Es difícil entender esas conductas sádicas hacia las mujeres, siempre de los hombres; te sientes responsable porque perteneces a ese género. Yo lo llamo vergüenza de género. Por otro lado, otro de mis sentimientos ha sido el rubor por tratar un tema que requeriría una mirada de mujer feminista. Por eso pedí insistentemente la ayuda de alguna mujer para que me ayudara en la tarea de escribir, pero no fue posible. En el prólogo de la versión en castellano se dice que “y esa redacción de la memoria no la pueden hacer los hombres en nuestro nombre, ni las instituciones” Bueno, en este caso, paradójicamente, ha sido un hombre el que ha escrito tratando de resolver el sesgo masculino que predominaba en torno a los trabajos sobre la tortura. Estoy convencido de que la mirada a los testimonios por parte de una mujer feminista mejoraría el resultado y sería más incisiva a la hora de identificar micromachismos en los testimonios. Fruto de esta reflexión, el rubor me ha acompañado hasta el final, una especie de pensamiento de intrusismo. El libro, fruto del esfuerzo colectivo, me ha servido para librarme de esos sentimientos.

8/04/2024

*Iñaki Barrutia Arregi, coordinador de equipo en diferentes programas relacionados con las drogodependencias, psicólogo clínico en Osakidetza, en la actualidad jubilado. Es autor de diversas investigaciones y publicaciones sobre cohesión grupal y gestión de las sinergias grupales.  Publicó ya en viento sur un artículo sobre la actual política penitencia.

**Petxo Idoiaga, director de Combate, semanario de LCR desde su legalización hasta 1981; fue catedrático en Comunicación Audiovisual de la UPV/EHU; es articulista en viento sur y miembro de la redacción de su web.

Tomado de vientosur.info

Visitas: 2

RSS
Follow by Email