EZLN: 30 años en brega por la emancipación

Por Arturo Anguiano.

La insólita insurrección indígena en México, dirigida por desconocidos que se hicieron llamar Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en el amanecer de 1994, adelantó de manera inesperada el cambio de siglo (o milenio), anunciando nuevos aires, ideas y luchas que de golpe recrearon a una izquierda que se había eclipsado con la caída del muro de Berlín en 1989, así como por el derrumbe del llamado socialismo real personalizado en la Unión Soviética y el sistema de democracias populares que se armó después de la Segunda Guerra Mundial.

Lo que en realidad era el fin de la usurpación del socialismo y el marxismo que siguió a la desnaturalización por el estalinismo de la Rusia soviética emergida de la Revolución de 1917, devino en la deriva de los numerosos núcleos y corrientes de las izquierdas que –entonces en crisis de identidad– se acomodaron en su mayoría a los nuevos tiempos, aceptando al capitalismo neoliberal como una fatalidad. Ya sin las trabas del bloque burocrático pretendidamente socialista que, en descomposición, arrancará la carrera hacia el capitalismo salvaje, las grandes empresas mundiales se expandieron por el Planeta todo, alcanzando al fin una efectiva mundialización del mercado y la producción que pareció irrefrenable. Por todas partes, la socialdemocracia (que todavía se consideraba izquierda reformadora) refrendó su papel de mejor administrador de las economías capitalistas de sus países y cayó en una generalizada crisis de representación de los llamados regímenes democráticos. En América Latina, los desarrollistas se miraron en el espejo de Pinochet y devinieron neoliberales. Las izquierdas de signos radicales prevalecieron, muchas veces se transfiguraron, pero sin duda se debilitaron significativamente, sobre todo, las organizaciones de mayor tradición y más persistentes. Y tardarán en encontrar las vías para rehacerse en el espacio que perdían.

En México, la izquierda inició su crisis en 1988, antes incluso de la caída del muro de Berlín, con el resurgimiento del cardenismo (ahora bajo la tutela de Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del expresidente Lázaro Cárdenas). El movimiento estudiantil-popular de 1968 había anunciado el agotamiento del régimen despótico construido como salida contrarrevolucionaria de la mistificada Revolución de 1910-1920. Siguieron más de dos decenios de crisis económica y viraje neoliberal, donde brotaron procesos de recomposición, reagrupamiento y reorganización de los movimientos sociales y de las distintas izquierdas, en medio de la inestabilidad político-social devenida crisis estatal y luego descomposición de la hasta entonces todavía llamada Revolución hecha gobierno, lanzada a un ocaso interminable. Se abrió un auténtico proceso de transición política de carácter histórico, un verdadero cambio de época que, contradictoriamente, solo desembocó en la disolución de la mayoría de las corrientes de izquierda mexicana en el proyecto nacional-popular en que cristalizaron la candidatura presidencial cardenista y el movimiento contra el fraude electoral que impuso a Carlos Salinas de Gortari. El Sol amarillo de Cuauhtémoc se sobrepuso, como en un eclipse, a las variadas tonalidades de rojo de la izquierda socialista, para luego simplemente subsumirse ésta en el nacionalismo revolucionario recompuesto que al inicio se concentra en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). La abjuración de los programas y teorías de un marxismo diverso por parte de los nuevos perredistas desemboca en la generalización del pragmatismo que va diluyendo por completo las antiguas identidades de izquierda, con el extravío de las perspectivas teóricas articuladas por proyectos de emancipación de los de abajo.

En efecto, en los ciclos de lucha social y política, fue todo un cambio de quienes habían surgido y se habían formado bajo los aires tempestuosos del 68 desde una visión crítica al poder despótico y bajo la exigencia de libertades democráticas entonces inexistentes. A pesar de que la disidencia de Cuauhtémoc Cárdenas y su ruptura con el PRI-gobierno en 1987 fueron un avance sin igual en la inconformidad y disposición de movilización de capas muy amplias y diversas de la sociedad mexicana, de manera paradójica representó una contrarrevolución cultural contra la estela crítica y rebelde del 68. Abandono de posiciones teóricas, pérdida de sensibilidades críticas, recuperación de mitos ideológicos e históricos de lo que José Revueltas denominó la historia alienada, por antiguos marxistas reconvertidos al cardenismo de ocasión; generalización arrasadora del clientelismo, la realpolitik y la deriva hacia los intereses privados y la voracidad mercantil que impregna todo. En suma, la fascinación de sentirse, ahora sí, en la palestra, en el ahora de la lucha del poder y por el dinero, candidatos a administradores de un orden social en extremo desigual y opresivo, inhumano, sin opciones de fondo. La fatalidad capitalista y el neoliberalismo ineludible asumidos como único horizonte. Eso que en el PRD en auge denominaron la izquierda moderna, la izquierda fuera de las geometrías políticas pretendidamente desfasadas y que luego, simplemente, se mimetiza con los otros partidos, hasta hacerlos a todos semejantes, asimilados a la cultura política autoritaria y corrupta del régimen priista.

En México, todo se volvió una simple mascarada, si bien lastrada por asesinatos, desapariciones forzadas, represiones y descomposiciones de toda suerte. La pretendida transición democrática –como se insistió en llamar la recomposición política en ciernes– solo sirvió a las y los intelectuales y académicos, que de nuevo volvieron a encontrar la posibilidad de desarrollarse y prosperar bajo la sombra generosa del Estado. Recomposiciones políticas sin cambios de fondo, privilegios monopólicos a partidos controlados verticalmente (verdaderas franquicias mercantiles), que generaron una nueva clase política ampliada y un régimen político con instituciones estatales que siguieron siendo frágiles por la concentración del poder presidencial que comenzaba a desdibujarse, sin lograr instaurar un auténtico Estado de derecho en el país (México formado en la semilegalidad o la legalidad a modo), pero que dieron forma a una suerte de democracia oligárquica, en extremo rentable para sus socios exclusivos (con el financiamiento público a manos llenas) y muy onerosa para una sociedad de por sí en condiciones de supervivencia.

Los vientos del sur presagian la tormenta
La revuelta armada de los pueblos indios acontece en el momento en que se consagraba al presidente Carlos Salinas de Gortari como el modernizador que logra enganchar a México con el primer mundo mediante el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), firmado con Estados Unidos y Canadá, que ese primero de enero entraba en funciones. Había asimilado o anulado a las oposiciones, consolidado la reestructuración neoliberal de la economía y desprovisto al Estado de sus capacidades productivas y de regulación, con el desmontaje del Estado interventor devenido asistencialista gracias al remate de los bienes públicos, y dejaba lista una sucesión presidencial que le garantizaba nuevos horizontes personales. Pero todo se vino abajo por el influjo de los vientos huracanados que del suroriental estado de Chiapas se expandieron por todo México y alcanzaron el mundo.

Todo se trastocó de la noche a la mañana, la guerra impuso su furia manifestada en la intervención masiva del Ejército y bombardeos aéreos contra las comunidades indígenas de Chiapas, a quienes el gobierno vio como responsables, y no solo contra los miles de milicianos y milicianas zapatistas que evidentemente progresaron en silencio bajo la complicidad colectiva de aquellas. Pero como durante los sismos de 1985 y las elecciones de 1988, la irrupción de una sociedad muy diversificada que todavía no lograba ser realmente ciudadana, impuso al gobierno el cese el fuego y en adelante abrigó y acompañó a las y los rebeldes –si bien en forma intermitente– en el trance y la trama inacabables que desde entonces se desencadenan. En forma intensa en los primeros años y luego de manera recurrente, al ritmo de silencios ensordecedores e iniciativas siempre ingeniosas de las y los nuevos zapatistas, México vive a la hora del EZLN y de los pueblos originarios que poco a poco irán imponiendo sus dolores y necesidades (“¿De qué nos van a perdonar?”), pero igualmente su creatividad y su pensamiento, sus modos. A pesar de los esfuerzos gubernamentales por restringir regionalmente el conflicto, las y los zapatistas lograron de inmediato proyectar e imponer su dimensión nacional e incluso sus alcances internacionales. Los modos zapatistas interpelan a todas y todos, desde muy temprano las negociaciones de paz con el gobierno se transforman en diálogos con cada vez mayores sectores de una sociedad civil que van cobrando forma y vida. Sus iniciativas interrogan y movilizan, ponen a actuar incluso a sus adversarios, todavía no repudiados, que en el orden estatal ensayan reformas y actitudes que pretenden apaciguar al país conmovido, como la reforma política emergente de Salinas y su acuerdo con los candidatos presidenciales en campaña; luego, la actitud errática y la reforma electoral definitiva de Ernesto Zedillo Ponce de León en 1996 y, más tarde, el fiasco de la apertura de Vicente Fox Quesada y su supuesta disposición a solucionar el conflicto en Chiapas, retomando los Acuerdos de San Andrés Larráinzar. Los Acuerdos de San Andrés, firmados el 16 de febrero de 1996 entre el gobierno y el EZLN, fueron enseguida repudiados por un presidente sin autoridad, siempre a la deriva. Y no faltaron quienes, arriba, consideraron la violencia que significó la insurrección zapatista como propiciadora de los ajustes de cuentas (asesinatos de Luis Donaldo Colosio Murrieta y Francisco Ruiz Massieu, candidato presidencial y secretario general del PRI) en un poder desquiciado y a la defensiva.

Aparición del arcoíris
Pero lo que a mí me interesa destacar ahora es la manera como las iniciativas recurrentes del EZLN estimulan la sensibilidad crítica y ciertas formas de organización, acción común e intercambio entre núcleos cada vez más amplios (si bien inestables muchos de ellos) de la sociedad: desde los cordones de vigilancia durante las pláticas de la Catedral de San Cristóbal de Las Casas y las negociaciones de San Andrés, hasta las caravanas nacionales y extranjeras a las tierras rebeldes, la irrupción masiva en la Selva Lacandona por la Convención Nacional Democrática en Guadalupe Tepeyac, todas las reuniones en los distintos Aguascalientes y luego Caracoles y las consultas nacionales que movilizan a toda suerte de organismos ciudadanos y sociales, así como la construcción y apoyo de los municipios autónomos y las Juntas de Buen Gobierno. Todavía más: la Marcha del Color de la Tierra que, luego de hacer un recorrido en forma de caracol por doce estados de la República, arribó a la Ciudad de México para convencer al Congreso de la Unión de la necesidad constitucional de aprobar la Ley sobre derechos y cultura indígenas elaborada por la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), e igualmente la otra campaña, que durante 2006 y 2007 encaminó por todo el país al Subcomandante Insurgente Marcos y a numerosos comandantes y comandantas, poniendo en movimiento a pueblos indios de todo México y a numerosos miembros de organizaciones, colectivos, pueblos, ciudades que fueron articulando un proyecto político anticapitalista claramente alternativo. En fin, la iniciativa de la candidatura presidencial de María de Jesús Patricio, Marichuy, como vocera de los pueblos originarios, para que interviniera en las elecciones nacionales de 2018, alentó participaciones por todo México que, sin embargo, no pudieron cristalizar por las trabas legales que resguardan el monopolio de los partidos en los cargos de representación constitucional.

Muchas de las iniciativas zapatistas no cristalizan, sobre todo los primeros años, pues implicaban formas organizativas y de acción en las cuales el EZLN no podía involucrarse directamente debido al cerco en los territorios rebeldes, pero, sobre todo, por su carácter de organización político militar sui géneris que hacía recaer las responsabilidades en otros y otras, que generalmente provenían de antiguas organizaciones o corrientes de izquierda con los lastres sectarios y dogmáticos que todavía persistían en muchos casos y circunstancias. La Marcha del Color de la Tierra y la otra campaña fueron distintas, pues ahí las y los zapatistas actuaron como responsables directos y articularon las distintas formas de organización y actividades requeridas. Al final, la otra campaña quedó un tanto en el aire por las amenazas que obligaron a la comandancia zapatista a suspender los recorridos y reconcentrarse en su territorio. La Sexta no reapareció hasta después del 13 Batkun maya (21 de diciembre de 2012) anunciado con la irrupción de más de 40 000 zapatistas que en silencio, en perfecta disciplina y con el puño en alto, se movilizaron en cinco ciudades de Chiapas, causando el asombro y la admiración generalizada en un país en el que se especulaba sobre su ausencia y debilitamiento.

Según los propios zapatistas, la iniciativa de construir en 1996 el Congreso Nacional Indígena (CNI) ha sido su más valiosa y duradera contribución, pues se convirtió en el eje articulador de un movimiento indígena, entonces inexistente, que no ha dejado de reforzarse involucrando a la mayoría de los pueblos originarios del país y que en 2017 pudo dar vida al Consejo Indígena de Gobierno (CIG), como parte de la iniciativa dirigida a las elecciones presidenciales de 2018.

Muchas de las iniciativas y acciones políticas del EZLN fortalecieron su encuentro y la interacción con la sociedad mexicana e innumerables núcleos militantes o activistas en numerosos países, especialmente de América y Europa, aunque no solo. Las luchas altermundistas y las oleadas de personas indignadas que fueron emergiendo por todos lados, en el Norte como en el Sur, comenzaron, curiosamente, en la Selva Lacandona. El comportamiento político y la palabra de las y los zapatistas, en particular del Subcomandante Insurgente Marcos (quien muere y renace como Galeano en mayo de 2014), fueron modificando los trazos del perfil de una organización completamente singular que, de inicio, se mostró como un ejército rebelde, enraizado en comunidades y pueblos originarios que no dejaron de transformarlo durante sus diez años de construcción, y que ahora estaba abierto a una sociedad (a las “sociedades civiles”, como gusta decir) que tampoco deja de influirlo. Un ejército rebelde que trata de cambiar su circunstancia, asegurar la paz con justicia y dignidad, para poder entregarse a un proyecto político-social que le permita contribuir a cambiar el mundo, defender la vida amenazada por un capitalismo que en su ceguera y voracidad tiende a devastar el planeta todo. Desde su entrada en escena, el EZLN desconcierta al desechar los esquemas vanguardistas y de lucha por el poder. Mandar obedeciendo, Para todos todo, nada para nosotros e incluso Detrás de nosotros, estamos ustedes, se convierten en símbolos de una concepción innovadora que aterriza y se condensa en la Otra política, la cual se irá perfilando a través de los diálogos, consultas, festivales, foros, semilleros (seminarios, reuniones), encuentros artísticos, experiencias colectivas de organización autogestionarias y de gobierno autónomo que se construyen e irán madurando entre las comunidades. Aunque, de entrada, todavía habla de cambio revolucionario, estructura su lucha en torno al eje libertad, democracia y justicia, planteando la necesidad de una verdadera transición democrática; sus iniciativas llevan precisamente a convocar y activar, a organizar a núcleos (o redes) cada vez más extensos de la sociedad para que participen con las más variadas formas de organización y de lucha en un proceso que hoy diríamos debe ser plural, extremadamente diversificado, para asegurar la transformación del país. Sin que el EZLN ni nadie se plantee como vanguardia, sino como experiencias de lucha muy propias que convergen en objetivos dentro de un complejo proceso emancipador. La lucha por los derechos de los pueblos originarios y por el reconocimiento de su cultura, de su autonomía y autogobierno forma parte de ese proceso de transición a la democracia urgente en el país. De ahí que las iniciativas y prácticas de las y los zapatistas se concentran, se sintetizan, en la Marcha del Color de la Tierra y la brega por la reforma constitucional que incluya la propuesta de la Cocopa. De ahí también que en todo ese período se dirijan al conjunto de la sociedad e igualmente a los partidos políticos, negociando obviamente con el Estado.

Repliegue creador, silencio fragoroso
Después de la traición de todos los partidos y de los tres poderes estatales en 2001, con la contrarreforma indígena aprobada en el Congreso de la Unión en contradicción con los millones de personas que validaron los Acuerdos de San Andrés en las consultas y durante el recorrido zapatista de la también Marcha de la Dignidad Indígena hacia la Ciudad de México de febrero-marzo de ese año, se produce un repliegue creador de los zapatistas, quienes pondrán en práctica los derechos negados, construyendo en su territorio los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno. El asedio del Estado y los partidos estatales, incluyendo al PRD y luego a Morena, no dejará de persistir y renovarse como una guerra de baja intensidad, cualesquiera sea el gobierno o los personajes que se sucedan en los gobiernos, nacional, como estatal. Frente a una clase política que en conjunto entra en descomposición, el EZLN pasa a la ofensiva con el lanzamiento de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona (junio 2005), donde plantea “construir desde abajo y abajo una alternativa a la destrucción neoliberal, una alternativa de izquierda para México”, la que igualmente se va a impulsar por todo el Planeta. La Sexta Declaración representa un cambio cualitativo donde el EZLN hace el balance de su trayectoria de lucha, reactualiza su modo de mirar al mundo y al país, convoca a la sociedad de abajo (trabajadores y trabajadoras del campo y la ciudad, las personas oprimidas, las otras que son diferentes) a intervenir directamente en los asuntos que competen a todos, todas, para luchar contra el orden capitalista conservador y dar curso a otra forma de hacer y vivir la política. La lucha indígena, así, solamente podía avanzar, dar un nuevo paso, uniendo sus esfuerzos con la sociedad de abajo. Enseguida se convoca a todas las organizaciones políticas de izquierda no oficiales (no legalizadas) y a toda suerte de organizaciones sociales, colectivos de jóvenes y mujeres, al sinnúmero de diferentes, las y los oprimidos, organizados o no, para preparar la otra campaña, con la cual arrancan el proceso en busca de construir una alternativa anticapitalista y claramente de izquierda.

Ese proyecto se va decantando de diversas formas, superando o dando por canceladas iniciativas político-organizativas que fueron planteándose e incluso avanzando con diversos o nulos resultados, tales como Convención Nacional Democrática, Comités Civiles del Diálogo, Movimiento para la Liberación Nacional propuesto a Cuauhtémoc Cárdenas a fin de articular la corriente cardenista radical y el zapatismo, Frente Zapatista de Liberación Nacional, el auto-organizado Movimiento Insumiso Zapatista, en fin, distintos ensayos dirigidos a agrupar y organizar políticamente a las nadies de abajo despreciadas y oprimidas por la oligarquía estatal y la financiera.

El EZLN se densifica de esta forma, planteándose abiertamente como un proyecto de izquierda radical, de abajo, haciendo el balance de un proceso que desde su irrupción en la madrugada del Año Nuevo de 1994 estremeció al país todo, pero primero que nada recuperó el proyecto de izquierda entendido en tanto asedio de la utopía y persecución de la emancipación, el cual se había extraviado desde el surgimiento del PRD.

La pesadilla persistente y el rescate de la izquierda
La llamada insurrección ciudadana que se gestó durante la campaña electoral de 1988 y de la que emergió el partido de Cárdenas –que por un tiempo fue la oposición más intransigente al régimen autoritario–, luego la efectiva rebelión indígena de 1994, así como las masivas irrupciones en las urnas de millones de mexicanos y mexicanas contra el abuso de poder, la corrupción y la democracia a medias en la vuelta del siglo y en el 2018 (luego del regreso del PRI), fueron sin duda momentos relevantes y significativos. Evidenciaron la recurrencia del hartazgo de muchas capas sociales sobre un orden social y político que no logra transformarse y que a pesar de los repetidos anuncios de transformación del régimen (gobierno del cambio, régimen posliberal, 4T), las cosas y los procesos persisten casi en los mismos términos y el país pasa de la crisis económica al estancamiento, del autoritarismo y el monopolio del poder del PRI-gobierno al poder iluminado del presidencialismo revivido encarnado por un inusitado caudillo, bajo la figura del predicador como en tiempos de Luis Echeverría, pero con atuendo de pastor religioso. Se mantiene en la zozobra el México oprimido y en desigualdad extrema (los más bajos salarios y la mayor concentración de riqueza de todo el Continente, que apenas comienzan a paliarse), con la precarización generalizada del trabajo y el masivo desempleo revestido como economía informal (60 por ciento de la PEA), con despojos múltiples (territorios, bienes nacionales y culturales, etc.) que no cesan de prosperar bajo el patrocinio o la tolerancia de gobiernos que siguen siendo los mismos, aunque cambien colores partidarios y personajes. Peor todavía, un país militarizado como nunca por las ocurrencias anticonstitucionales del presidente, Andrés López Obrador, que desnaturalizan a las fuerzas armadas con tareas que les son ajenas y las distraen de sus funciones y donde el Estado laico se diluye en rezos religiosos pronunciados en Palacio Nacional.

En realidad, el regreso del PRI en 2012 demostró su subsistencia no obstante el repudio generalizado que lo echó fuera del gobierno luego de más de 70 años de dominio absoluto, pues la cultura política nacional (antidemocrática, clientelar, patrimonialista) arraigada durante su largo dominio se reprodujo por (y determinó a) todos los actores políticos institucionales. Reveló la descomposición generalizada con la trama perversa de un Pacto por México que arrancó con el aval de los principales partidos a fin de imponer en forma drástica las reformas estructurales, requeridas por la estrategia neoliberal siempre prevaleciente. Ese pacto de complicidad e impunidad contra la mayoría de la sociedad mexicana anunció el fin de las oposiciones institucionales y transfiguró, en especial al PAN y al PRD (que en diversos momentos habían sido importantes oposiciones efectivas al priismo), en una suerte de partidos paleros, falsa oposición pragmática, que a partir de entonces se precipitan en la declinación y quiebra. En especial, el PRD, estremecido por disputas de camarillas irreconciliables por avidez de los intereses particulares y lealtades a modo, acelera su proceso de degradación y prácticamente se despuebla por el surgimiento de Morena, que venía siendo organizado por su líder único, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en particular desde su segundo fracaso como candidato presidencial en 2012.

Durante su gobierno, iniciado formalmente en diciembre de 2018, López Obrador se sostiene, por un lado, en acuerdos inconsistentes con quienes había atacado como mafia del poder (los principales empresarios del país, que devienen su consejo asesor), a quienes beneficia preferentemente (salvo excepciones convenientes) y, en general, con los grandes capitalistas mundializados; y, por otro lado, en políticas clientelares de carácter asistencialista, que tratan de desmantelar todo lo socialmente organizado (autónomo o no) a fin de imponer el control absoluto, la supeditación directa, individualizada, de los de abajo al poder presidencial. La austeridad republicana, un tanto demagógica, debilita en forma absurda la capacidad de acción del Estado que, por lo demás, renuncia a una fiscalidad equitativa, por lo que la proclamada centralidad del Estado queda en el aire. El Estado enflaquece todavía más, hasta volverse incompetente e inoperante, por lo que López Obrador reniega del antiguo estatismo nacionalista y potencia la estrategia neoliberal, que no logra enmascarar con su publicidad abusiva cargada de mentiras. Tampoco sigue en la óptica del nacionalismo, por más que se aferre a dos empresas estatales (Pemex y la Comisión Federal de Electricidad) como opción de desarrollo. Más bien se desliza por la senda neocolonial, como lo muestran su extractivismo, su visión de un México maquilador, todos sus megaproyectos prioritarios destinados a beneficiar al capital mundializado en detrimento de pueblos y comunidades y, en particular, por su aval indiscriminado al Tratado Comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) que asimila por completo la economía del país y su entrega escandalosa a los dictados de Estados Unidos, del imperialismo norteamericano redivivo, con Donald Trump o John Biden. La capitulación del presidente frente al Ejército, el militarismo y la militarización que no han dejado de prosperar, sin que realmente se revierta o alivie la grave situación de violencia que caracteriza a México (desprotegido como nunca), solo ha sido el colofón de una deriva autoritaria que deja en la indefensión al conjunto de la población, que queda a la intemperie.

El EZLN recupera el proyecto emancipador
Se puede hablar entonces de la izquierda que fue (la socialista de los años que siguieron al M68), la que ya no es (la que se orientó hacia las elecciones en búsqueda de espacios de poder sin alternativas y se recicla (básicamente PRD, PT e incluso Morena inicial), esto es, una izquierda desnaturalizada como opción. Pero también persiste otra izquierda –que no oculta su perfil rebelde ni reniega de sus tradiciones– que es precisamente la que ha sido alentada por el EZLN y que trata de articularse. A contracorriente y en condiciones del todo adversas, ensaya de mil maneras reafirmarse y potenciarse como una nueva izquierda sostenida en solidaridades y fraternidades que trascienden lo sectorial, lo local, lo genérico y hasta lo nacional (islas que se convierten en archipiélagos, bolsas de resistencia que tejen redes abarcadoras) para devenir mundiales. Es, ya, una izquierda de abajo (múltiple, diversa) que continúa bregando por resistir, no solamente al neoliberalismo (que no es sino una estrategia capitalista extrema), combatiendo la explotación, el despojo, la destrucción del medio ambiente, las discriminaciones, la criminalidad, toda suerte de opresión y muros varios levantados contra los desvalidos; procura, igualmente, construir en los hechos alternativas de fondo al capitalismo y al régimen autoritario de carácter oligárquico que prevalecen.

Como señalamos, en México esa nueva izquierda comienza a recomponerse y reorganizarse bajo el influjo de la rebelión zapatista impulsada por el EZLN en Chiapas. Proceso contradictorio, desigual y discontinuo que queda sujeto a las iniciativas casi siempre inesperadas e imaginativas que brotan de la Selva Lacandona, que encuentran eco no sólo en antiguos colectivos militantes, sino también en amplias capas sociales agraviadas (jóvenes y viejos, hombres y mujeres, trabajadores, toda suerte de personas discriminadas y excluidas), cuyas inconformidades la mayoría de las veces se disuelven o pierden en el aislamiento y la soledad. Muchas proposiciones zapatistas tratan –y logran en ocasiones– hacer visibles las resistencias, los enojos, las voluntades de lucha, la hartazón por el estado de cosas en ausencia de diálogo, de comunicación, pero igualmente van comunicando, compartiendo, articulando, tejiendo redes solidarias a través de encuentros, manifestaciones, caravanas, consultas y campañas que van formulando y forjando en los hechos otra forma de concebir la política, la participación, la democracia y en general la vida misma.

Lo más significativo es que los y las zapatistas tratan de redefinir en los hechos el concepto mismo de izquierda, intentan darle densidad teórica, con una teoría crítica que se desprende de la práctica, de la experiencia social y socializada, de una práctica que es de por sí teórica. Por eso, promueven desde la Selva Lacandona la recuperación y progreso del pensamiento crítico, central para la organización de las instancias, redes y mecanismos colectivos de resistencia, pero igualmente para conducir y orientar, para hacer posible la movilización pensada, la resistencia organizada. Esto es, la búsqueda de nuevas condiciones de existencia, donde poner en práctica, al fin, relaciones sociales regidas por la igualdad, formas de organización política y autogobierno no jerárquicas ni opresivas, sino igualitarias, vigiladas, participativas y realmente democráticas, con rendición de cuentas y auténtica revocabilidad efectiva, en el momento y bajo los modos que decida la propia colectividad.

Por ello, la izquierda de abajo, la izquierda muy otra, para utilizar expresiones consagradas por el zapatismo, busca luchar por la vida contra la muerte que representa el capitalismo. No puede ser sino anticapitalista, su accionar comienza agrietando el muro erigido por los poderosos, pero requiere centrarse en el propósito de destruir realmente el capitalismo y las condiciones de explotación y opresión que reproducen un orden jerárquico extremadamente desigual; no trata de asaltar el poder, sino rehacerlo desde abajo, desde la propia sociedad ahora excluida y dominada al mismo tiempo, bajo su creatividad e imaginación por todos lados diversa, pero semejante. El régimen oligárquico simula la representación ciudadana que, en verdad, en México solo existe desde hace muy poco y limitadamente, todavía con derechos truncos; así pretende legitimarse, lograr un consenso social que no obtiene a pesar de su clientelismo y todo su poder. La otra política no puede más que ser participativa, de abajo y por debajo, no puede apoyarse sino en la auto-actividad de toda la gente, en la autoorganización múltiple de la sociedad, en el autogobierno donde sea posible y en la autogestión para reproducir las condiciones materiales de la vida. Solamente se puede realizar con justicia, libertad y una democracia verdadera, sin suplantaciones ni representaciones postizas; tal vez combinando la democracia directa y la democracia representativa sin simulaciones. No puede someterse a personajes o poderes de ningún tipo, que siempre imponen jerarquías, supeditaciones y descansan en la mentira y la reproducción de las desigualdades. Tiene que sostenerse en las fuerzas sociales propias, ya sea en la comunidad, el pueblo, el barrio, la calle, el centro de trabajo, la escuela, donde sea que pueda reproducirse el colectivo, la acción común en aras de objetivos sociales acordados entre todas y todos, no tramados desde arriba.

En México y en el mundo, en la época que todavía puede considerarse de hegemonía del neoliberalismo, de predominio de los intereses oligárquicos del capitalismo extremista mundializado, únicamente se pueden construir proyectos alternativos si van al fondo en defensa del planeta y la humanidad, desde una perspectiva de izquierda autogestionaria, de abajo. Por eso, la izquierda hoy no es solo nacional, sino internacional, pues su ámbito de acción y su perspectiva involucra al Planeta todo. Es la práctica y la visión que ha desarrollado el zapatismo desde los primeros días del 94 y sus insólitos comunicados, preparando o insinuando un nuevo internacionalismo de las y los oprimidos: “el territorio de nuestro accionar –escriben en 2013– está ahora claramente delimitado: el planeta llamado Tierra, ubicado en el llamado Sistema Solar”. Como nunca, la izquierda no puede ser más que aquella que combata las condiciones de explotación, del despojo y del dominio capitalista, es decir, solamente puede ser izquierda la que bregue en forma real contra la lógica del capitalismo y sus fundamentos, que devastan y amenazan con la guerra y la destrucción del mundo, no atacando nada más sus consecuencias perniciosas ni buscando supuestas reformas que le cambien el rostro inhumano. “La supervivencia de la humanidad depende de la destrucción del capitalismo”, advierte el EZLN.

En 2021 el EZLN rompió de nuevo el cerco –ahora impuesto por AMLO, con fuerzas militares, programas asistenciales (en particular de carácter caritativo) e incluso con el patrocinio de grupos paramilitares reconstituidos y la complicidad de cárteles del narcotráfico, al que añade un muro de mentiras y calumnias–, zarpando desde Isla Mujeres el 2 de mayo en el viejo navío La Montaña, para realizar una travesía por el Atlántico que duró cerca de 50 días, dirigida a invadir a la Europa insumisa en plena pandemia de la covid. Su propósito cumplido durante intensos días fue reanudar los intercambios de dolores, pero sobre todo de experiencias, alentar las resistencias y la organización de alternativas de vida, encontrando en los distintos países una solidaridad fraternal de innumerables y muy variados colectivos, organizaciones e individuos que comparten la necesidad de forjar un nuevo internacionalismo de las y los oprimidos frente la mundialización del capitalismo extremista que expande la muerte.

La situación en México y en el mundo es difícil, pues no dejan de prosperar las opciones de derecha y las variantes disfrazadas del neoliberalismo, como la de López Obrador. La confusión y fragmentación de las resistencias que tales circunstancias conllevan, sin duda retrasan las posibilidades de recomposición y fortalecimiento de las luchas anticapitalistas y por la defensa de la Humanidad. Pero éstas no dejan de prosperar dondequiera, tejiendo redes de resistencia e incluso construyendo formas de autogobierno y autonomía que prefiguran actuales caminos de emancipación en vistas a construir un mundo donde quepan muchos mundos.

Durante 30 años, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se ha transfigurado y ha transformado en forma significativa y duradera muchos aspectos de la realidad mexicana y alentado resistencias donde sea que se sufren la explotación, el despojo, la opresión y el desprecio. En ese camino queda claro que, en nuestro tiempo, no puede existir más izquierda que la izquierda que actualice la utopía, recobre el proyecto de auto-emancipación de las y los oprimidos, precisamente de quienes tienen que vender su fuerza de trabajo para vivir, de todas las y los excluidos, discriminados, perseguidos y sometidos por el capitalismo y sus variadas formas de dominio.

Arturo Anguiano es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana (México). Sus libros más recientes: Transición bloqueada. México 1970-2018, Rehacer el mundo. Abajo y a la izquierda y Resistir la pesadilla. La izquierda en México entre dos siglos 1958-2018. Formó parte del comité editorial de la revista Rebeldía, México, 2002-2011.

Tomado de vientosur.info

Visitas: 1

RSS
Follow by Email